El Festival de Cine Africano de Tánger. FCAT llega a su mayoría de edad con una edición que, como el año pasado, es híbrida, entre las proyecciones presenciales en Tarifa y los visionados online de parte de su programación a través de la plataforma Filmin. Este año recupera sus fechas habituales, porque la pandemia obligó a retrasar la celebración del festival hasta el mes de diciembre de 2020, y cuenta con un presupuesto mucho menor que el de sus primeras ediciones, provocado por una cierta desidia de las instituciones públicas. A pesar de ello, el FCAT ha conseguido elaborar una programación muy interesante que se puede ver entre el 28 de mayo y el 6 de junio, con algunos títulos que han logrado recientemente premios en festivales internacionales, y que muestran la fortaleza del cine con raíces africanas, muchas de ellas apoyadas desde cinematografías europeas. En nuestras próximas crónicas repasaremos parte de esta programación que tiene películas muy recomendables.
HIPERMETROPÍA
Diez películas compiten en la que se puede considerar Sección Oficial del Festival. El director congolés Dieudo Hamadi saca a la luz las cicatrices del trauma nacional en su última película,
Downstream to Kinshasa (Dieudo Hamadi, 2020), que consiguió una Mención Especial en el Festival de Toronto y estuvo seleccionada en DOK Leipzig. Esta película de estilo verité, sombría pero reflexiva, da voz a los supervivientes de la Guerra de los Seis Días, que devastó la ciudad natal del director, Kisangani, en la República Democrática del Congo. La película ofrece suficiente información para contextualizar el derramamiento de sangre que estalló en el conflicto entre las fuerzas de Uganda y Ruanda. Una escena al comienzo lleva a Hamadi a un cementerio masivo donde él y otros caminan sobre los restos sin marcar de los residentes que comprenden algunos de los 1000 muertos (3000 kisanganianos más resultaron heridos en la masacre), y observa las consecuencias a largo plazo de esas heridas.
Downstream to Kinshasa, también conocida como
En route pour le milliard, usa su poder de observación para dar fuerza a su comunidad.
La historia principal se centra en las experiencias de nueve supervivientes: Modogo, Sola, Gédéon, Old Jean, Bozi, Mama Kawele, Mama Bahinga, Mama Kashinde y el presidente Lemalema. Hamadi observa sus historias con una lente empática mientras regresan a la normalidad lo mejor que pueden, pero luchan con los costos de mantener prótesis para sus extremidades amputadas, así como con el dolor físico, emocional y psicológico que soportan. Incluso andar por caminos de tierra irregulares representa un desafío con las muletas tambaleantes y las prótesis. Hamadi sigue a los supervivientes como individuos y como colectivo para capturar la realidad cotidiana a la que el gobierno hace la vista gorda. El grupo tiene un proceso terapéutico en el que utilizan el teatro para liberar su dolor. Notablemente estilizadas, las escenas teatrales demuestran la resistencia del grupo y su negativa a guardar silencio. Este drama escribe el guión de su búsqueda de reparaciones.
Por un lado, Downstream to Kinshasa es una road movie, pero estos viajes a menudo se definen a sí mismos por el progreso. A pesar de ser una búsqueda circular, hay una sensación de progreso. Su viaje comienza y termina en el mismo lugar, un punto que Hamadi enfatiza al enmarcar la narrativa en torno a un plano a través de las polvorientas calles de la ciudad. A través del recorrido que inicia este grupo de víctimas hasta el Parlamento para que el gobierno cumpla con las indemnizaciones prometidas, encontramos un viaje que es moral, que recuerda el conflicto entre las víctimas y los cómplices de la guerra. La película, filmada de forma cercana, compartiendo las dificultades del trayecto, funciona bien en su ética de la justicia.
Ousmane Samassekou es productor del documental Zinder (Aicha Macky, 2021), que ha participado en Visions du Réel y CPH:DOX, pero también es director de
The last shelter (Ousmane Samassekou, 2021), ganador del DOX:AWARD al Mejor Documental en CPH:DOX 2021. Esta película ofrece una mirada íntima a la Casa del Migrante de Cáritas en la ciudad de Gao (Mali) que es, como indica el título, un refugio para aquellos que están en plena trayectoria hacia un futuro que pretenden sea mejor. No hay un intento de hacer una descripción del funcionamiento de este hogar, ni de sus orígenes, sino que el interés del director se encuentra principalmente en introducir su cámara silenciosamente en el interior de este refugio y desplegar algunas de las historias que se dan cita allí, protagonizadas por jóvenes en su paso hacia otros países.
Rodado con gran sensibilidad, el documental consigue momentos de gran intimidad con los protagonistas, se encuentra con las vidas cotidianas de quienes esperan una oportunidad para reiniciar su viaje, pero se detiene especialmente en la historia de Esther, una joven recién llegada que no quiere dar ningún dato sobre su familia porque está convencida de no regresar jamás a Burkina Faso. Al principio, no sabemos muchos detalles de su historia, pero solo la expresión de su rostro muestra un pasado difícil. Su aspiración es viajar a Argelia, el único lugar donde cree que se sentirá libre. La insistencia del coordinador de la Casa de Cáritas para que ella proporcione algún dato de contacto con su familia tiene como objeto informarles que se encuentra bien. Una situación de desconocimiento que el propio director afrontó personalmente cuando un tío suyo partió con destino a Alemania y nunca supieron nada más de él.
Esther es la principal protagonista del documental, cuyo hermetismo emocional se va rompiendo conforme se desarrolla su estancia en la Casa del Migrante. Entre las secuencias de esa cámara invisible que se introduce en el refugio, entre reuniones en las que los coordinadores de Cáritas tratan de convencer a los emigrantes de que el exilio no es ninguna solución, o al menos de que sean conscientes de los peligros y las dificultades que también van a encontrar en Europa, el director muestra imágenes de ese desierto que es necesario cruzar para alcanzar su sueño. Un desierto árido, peligroso, desafiante.
AFROSCOPE
Esta sección recoge miradas que reflejan problemáticas contemporáneas en los países africanos, que en muchos casos tienen que ver con el activismo. También proveniente de la última edición del CPH:DOX, y anteriormente presente en IDFA 2020, She had a dream (Raja Amari, 2020) adopta la famosa frase pronunciada por Martin Luther King para ofrecer un retrato personal de Ghofrane Binous, una joven activista de 25 años que, por su condición de persona negra, ha sufrido la discriminación en Túnez, y decide tomar partido iniciando una carrera política. Ella vive en un barrio de clase trabajadora donde todos los vecinos se conocen y presume de conocer las necesidades de los ciudadanos tunecinos de las clases más desfavorecidas, pero también reivindica la necesidad de dar un paso adelante en contra del racismo al que son sometidos algunos sectores de la población.
A través de su trabajo para un partido político nuevo en las elecciones de 2019, la experiencia de Ghofrane Binous pone a prueba la capacidad de la sociedad tunecina para dejar a un lado el sistema bipartidista habitual y abrirse a propuestas diferentes. La cámara de la directora, más conocida por sus películas de ficción como Satin rouge (2002) o Corps étranger (2016), adopta el punto de vista de una mujer que lucha contra el racismo en Túnez que, curiosamente, tiene algunas de las leyes más progresistas en cuanto a la paridad de sexos, y posiblemente sea el país que más se benefició de las revoluciones de las Primaveras Árabes hacia una mayor democratización. Pero al mismo tiempo que parece vivir en los últimos años una cierta regresión ideológica, motivada por la incapacidad de los sucesivos gobiernos de mejorar la economía del país.
El sueño de Ghofrane Binous es difícil de conseguir porque ella misma se enfrenta a una cierta actitud sexista en el propio partido en el que milita, en el que ocupa un cuarto puesto como candidata al Parlamento que, sin embargo, parece más una concesión de marketing, de cara a la galería, que una confianza real en sus capacidades políticas. En este sentido, She had a dream pone de manifiesto la hipocresía de este sistema paritario en el que, como comenta la directora, "hemos interiorizado actitudes coloniales donde el ideal es el hombre blanco".
LA TERCERA RAÍZ
Las películas que forman parte de esta sección están producidas en Latinoamérica, pero son el reflejo de la descendencia africana, mostrando una perspectiva de la visibilidad e invisibilidad del negro en el continente americano. Presentada en el pasado Festival de Gijón, y ganadora de los Premios a Mejor Actor, Fotografía y Montaje en el Festival de Rio de Janeiro, Breve miragem de sol (Eryk Rocha, 2019) captura la esencia cambiante de la ciudad de Río a través de un relato sobre los encuentros nocturnos de un taxista. Paulo (Fabricio Boliveira), recién divorciado, comienza a conducir un taxi nocturno para pagar la manutención de su hijo Mateus de diez años. A medida que el sol comienza a ponerse sobre Río de Janeiro, Paulo se encuentra con una variedad de clientes pintorescos que entrelazan sus historias con la suya propia.
Tejiendo imágenes filmadas en las calles de Río de Janeiro con escenas ficticias de la vida cotidiana de Paulo, Breve miragem de sol es una crónica vanguardista e impresionista sobre un hombre (una ciudad) caminando hacia un futuro incierto. Eryk Rocha, hijo del clásico director brasileño Glauber Rocha, que estrenó en Visions du Réel su última película, el documental Edna (Eryk Rocha, 2021), ofrece en este caso un trabajo de cámara arriesgado, haciendo un uso efectivo de primeros planos y tomas desenfocadas no solo para capturar los matices del personaje, sino también para darle a la película un efecto alucinatorio apropiado para la existencia nocturna de Paulo.
La mayor parte de la película transcurre en el taxi de Paulo mientras recorre las calles de Río de Janeiro, a menudo en silencio, observando la ciudad. Esta falta de diálogo es una gran creadora de tensión, pero también afecta a veces al ritmo, provocando una cierta indefinición en el relato. Eryk Rocha utiliza la historia de Paulo para reflejar también la idiosincrasia de un país como Brasil abocado al desastre, a través de la violencia y a través de la llegada al poder de una ideología fascista. Paulo es Brasil. Brasil es Paulo. Y Río de Janeiro aporta el entorno que atrae y repele al mismo tiempo.
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