En los Oscar pocas cosas son casuales. Que una renovación de la ceremonia coincida con la apertura ya palpable a las industrias foráneas es tan sintomático que nos hace reflexionar sobre el futuro que le espera a la industria más rentable del mundo.
Tan poco casuales son las cosas en los premios de la Academia de Hollywood que cuando Steven Spielberg salió a entregar el Oscar a la Mejor Película, por si aún no teníamos ya suficientes pistas de cómo iba a concluir la ceremonia, el resultado del galardón más importante estaba cantado. Que quien acabe dando la última bendición al cine con mirada asiática sea el mismo que ha recibido en los últimos meses una bocanada económica de 400 millones de euros de la industria de Bollywood para equilibrar las maltrechas finanzas de su casi siempre renqueante Dreamworks, o es tener mucho ojo, o es tener mucha suerte o, simplemente, es sintomático. No hay que olvidar, de hecho, que producciones animadas como Kung Fu Panda y el resto de las realizadas por Dreamworks se llevan gestando desde hace tiempo en Bangalore, en el Sur de la India.
Así las cosas, no es de recibo que una película que ha sabido engarzar el espíritu asiático con el frenesí visual occidental, como es Slumdog millionaire, haya sido la gran vencedora de una noche extraña en la que las ausencias (mortales e inmortales) marcaron el espíritu de una ceremonia que nos ofreció quizás la mejor puesta en escena de los últimos años y un presentador que, cuando salió (poco), logró brillar a gran altura, pero que acabó siendo igual de soporífera que de costumbre. Extraño, sí, pero cierto.
Que los responsables de musicales como Dreamgirls (en Broadway) y el actor más carismático de Hollywood no consiguieran realzar una ceremonia cansina, a pesar de algunas brillantes ideas (la espectacular entrega de premios de interpretación a cinco bandas) y momentos antológicos (los dos números musicales protagonizados por Hugh Jackman), es preocupante, porque significa que mucho tendrán que cambiar las cosas en la estructura del acto para lograr resultar entretenido.
Posiblemente Slumdog millionaire no sea, a pesar de su perfecta geometría narrativa, la mejor película del año, y tengan más altura otros títulos como The reader o El curioso caso de Benjamin Button, pero era la película perfecta para recibir los parabienes de la Academia. Igual que posiblemente Sean Penn no era el actor esperado para recoger el Oscar (todos daban más posibilidades a Brad Pitt o a Mickey Rourke quien, suponemos, no tendrá muchas más ocasiones para situarse a las puertas del Oscar), pero también es cierto que el trabajo de Penn en Mi nombre es Harvey Milk brilla con luz propia, con esa aparente facilidad que sólo los grandes actores saben acompañar a sus cambios de registro. Y seguramente no sea la de la pésima Vicky Cristina Barcelona la mejor interpretación de Penélope Cruz, pero al menos se reconoció su capacidad para convertir en comedia lo que, hasta el momento en que ella sale, es una soporífera mixtura de clichés turísticos.
Lástima que ni Danny Elfman ni James Newton Howard, ni siquiera el eternamente nominado Thomas Newman lograran por fin su Oscar, pero era la noche hindú, y aunque a muchos no convenza esa mezcla de sonidos bollywoodienses con ritmos hip-hoperos que ofrece A.R. Rahman en Slumdog millionaire, lo cierto es que estamos ante uno de los músicos más destacados de la industria del cine, capaz de trabajos de hermoso contenido melódico, y al que hay que conocer más en profundidad para no caer en los tópicos del sonido musical de cadencias repetitivas.
Sorprendió, o quizás no tanto, que la película japonesa Okuribito (magnífico, emotivo el trabajo musical de Joe Hisaishi) le arrebatara el Oscar a las favoritas Vals con Bashir y La Clase. Pero también sorprende que todos los que mencionan esta circunstancia sean críticos o comentaristas que no han visto la película japonesa. Bueno, pues habrá que verla.
Sin duda, después de esta noche de Oscar eminentemente india la megaproductora Reliance, con sede en Bombay, tendrá muchas más razones para seguir invirtiendo en la industria de Hollywood, y poner en marcha esos proyectos que ya tiene firmados con actores como George Clooney, Brad Pitt, Tom Hanks, Nicholas Cage o Jim Carrey.
Lo mejor de la noche:
- Los números musicales de Hugh Jackman (original, divertido, el primero; espectacular, emotivo el segundo)
- La parodia de Ben Stiller de la preocupante aparición de Joaquin Phoenix en el Show de David Letterman.
- El sketch protagonizado por los personajes de Superpirados.
- La puesta en escena, espectacular y novedosa.
Lo peor de la noche:
- Que justamente cuando hay un presentador de altura (guapo, divertido, ecléctico), su presencia se convierta en anecdótica.
- Que no consiguieran, a pesar del intento, agilizar el sopor de la ceremonia.
- La polémica entrega del Premio Humanitario a Jerry Lewis, con discapacitados protestando fuera del Teatro Kodak acusando al actor de utilizar a los enfermos para ganar dinero a costa de ellos.
- La retransmisión de Canal Plus, con comentarios toscos, tontos, indocumentados.
- La cutre-fiesta de Canal Plus, con más petardeo que famoseo.
- Los números musicales de Hugh Jackman (original, divertido, el primero; espectacular, emotivo el segundo)
- La parodia de Ben Stiller de la preocupante aparición de Joaquin Phoenix en el Show de David Letterman.
- El sketch protagonizado por los personajes de Superpirados.
- La puesta en escena, espectacular y novedosa.
Lo peor de la noche:
- Que justamente cuando hay un presentador de altura (guapo, divertido, ecléctico), su presencia se convierta en anecdótica.
- Que no consiguieran, a pesar del intento, agilizar el sopor de la ceremonia.
- La polémica entrega del Premio Humanitario a Jerry Lewis, con discapacitados protestando fuera del Teatro Kodak acusando al actor de utilizar a los enfermos para ganar dinero a costa de ellos.
- La retransmisión de Canal Plus, con comentarios toscos, tontos, indocumentados.
- La cutre-fiesta de Canal Plus, con más petardeo que famoseo.