La trastienda de Hollywood es la protagonista de nuestras dos propuestas de hoy. La última película de Paul Schrader, decepción en su paso por la Mostra de Venecia, y la visión de dos documentalistas sobre el lado oculto de una de las grandes estrellas del cine porno: The Canyons y Lovelace se asoman a nuestro blog.
Paul Schrader ha sido especialmente certero en la descripción de la suciedad que se esconde tras la fachada principal de nuestra sociedad. Su visión del sexo más escabroso ha dado lugar a películas perturbadoras (Hardcore, American gigolo, El placer de los extraños); su mirada hacia la violencia ha provocado grandes reflexiones sobre las ciudades y sus habitantes (Taxi driver, Mishima); y su particular reflexión sobre el pecado y sus incoherencias se ha visto reflejada en algunos de los mejores retratos sobre los entresijos de las religiones (La última tentación de Cristo, Touch). Está claro que Schrader es un autor poco interesado en historias convencionales. Pero, para muchos, desde Aflicción no consigue encontrar el vehículo apropiado para mostrar sus inquietudes. The Canyons es su último trabajo. Maltratado por la crítica en Estados Unidos y en la Mostra de Venecia, el guión está escrito por otro escritor iconoclasta, Bret Easton Ellis (autor de la novela American Psycho).
No cabe duda que la visión de Schrader y Ellis hacia Hollywood es de todo menos optimista. El comienzo de la película (y también los títulos finales) muestran el reflejo fantasmal de antiguas salas de cine abandonadas, víctimas de la crisis y del cambio en los sistemas de exhibición actual. Paul Schrader nos introduce en otro Hollywood, el que se esconde detrás de las grandes estrellas y muestra la banalidad de productores de películas de bajo presupuesto y guaperas de escaso talento. Que esté protagonizada por una actriz en horas bajas como Lindsay Lohan (tampoco es que haya tenido grandes momentos en su carrera) y por un actor porno, James Deen, que muestra con generosidad su principal talento (el que le cuelga entre las piernas) también es una declaración de principios. Por supuesto, han corrido ríos de tinta sobre el rodaje, sobre la financiación algo caótica de un sistema de crowfunding que acabó siendo frustrante, de las continuas faltas de profesionalidad de la actriz principal (aquí se nos presenta en una suerte de alter ego del Marlon Brando de Apocalypse Now, en sus horas bajas, hinchada y mega maquillada para esconder su estado).
The Canyons traza una especie de trama de thriller en torno a personajes que se mueven en la delgada línea del cine casposo y la obsesión por el sexo (la pareja principal gusta de encuentros esporádicos con jóvenes a los que conocen por internet para satisfacer sus deseos). Y ciertamente la falta de presupuesto y cierta incapacidad del guionista y del director por dibujar personajes de cierto trasfondo (no termina de convencer la evolución del protagonista) acaban llevando la película hacia el terreno de ese cierto cine pobre que trata de reflejar. Pero resulta interesante esta mirada poco complaciente y bastante pesimista sobre el cine actual, sobre lo que podríamos denominar la "muerte del cine" tal como lo entendemos. Y despierta nuestra curiosidad la descripción de ese Hollywood mugriento que se esconde tras los grandes anuncios luminosos, el que sobrevive a base de propinas de cafetería y mamadas a escondidas para tratar de no perder la oportunidad de interpretar un personaje de mierda en una película de mierda. Bienvenidos a la Meca del Cine.
Los directores Rob Epstein y Jeffrey Friedman son más conocidos por su trabajo en el género documental, con películas de gran repercusión como El celuloide oculto o The times of Harvey Milk. Y en cierto sentido, a pesar de haber iniciado su incursión en el cine de ficción, existe todavía un aire de documental en sus propuestas cinematográficas: en 2010 con Howl, retrato un tanto deslavazado del poeta Allen Ginsberg, interpretado por James Franco; y ahora con Lovelace, biopic de la actriz de cine porno Linda Lovelace, a la que da vida Amanda Seyfried. Películas de corte biográfico que se mueven con cierta dificultad entre la narración ficticia y la documentación de la realidad. O lo que es lo mismo, da la impresión de que si hubieran rodado un documental habrían desarrollado mejor la historia que nos cuentan.
La trayectoria de Linda Lovelace es una de las más rocambolescas de la historia del cine porno. Su fama se popularizó gracias a sus evidentes cualidades bucales reflejadas en la película Garganta profunda, título nada sutil para presentar a la nueva estrella del cine porno de los setenta. Después de convertirse en una actriz popular al nivel de los mitos de Hollywood, y de protagonizar varias películas que dejaron con la boca abierta a los espectadores de la época, Lovelace comenzó una transición hacia la denuncia de las condiciones de trabajo de las jóvenes actrices a las que, según ella, obligaban a protagonizar las películas, financiadas, como lo fue Garganta profunda, con dinero de la mafia. Y acabó siendo, en su biografía más polémica, una de las principales detractoras de este subgénero, aunque nunca logró su propósito de que Garganta profunda dejara de proyectarse y se convirtiera en uno de los títulos más celebrados de la industria del porno.
Lovelace hace un recorrido ciertamente preciso por la trayectoria de esta joven que soñaba con convertirse en estrella del cine y lo logró, aunque no en el terreno que esperaba. Aunque también hay que decir que los directores se esmeran en ofrecer un retrato algo naif de la protagonista, de la que se menciona solo sutilmente su incursión en el campo de la prostitución, donde practicó la técnica sexual que más tarde le haría famosa. Pero da la sensación como espectador que se presenta a una protagonista excesivamente ingenua, lo que resta credibilidad a la historia. La estructura en forma de apuntes cronológicos deudora de un armazón más propio de un documental tampoco contribuye a solventar los baches narrativos. Y personajes como los padres de la protagonista (una irreconocible Sharon Stone y Robert Patrick) se desdibujan entre las apariciones y desapariciones de otros muchos personajes que pasaron por la vida de Linda Lovelace. Pero al menos nos da la oportunidad de ver pasar por la pantalla, en intervenciones episódicas a actores como Hank Azaria, James Franco, Debi Mazar, Chloë Sevigny, Wes Bentley o Eric Roberts.
Mención especial merece la destacada interpretación de Amanda Seyfried, empeñada en demostrar que merece la pena tenerla en cuenta como actriz. Aquí nos regala un trabajo sutil, que captura con precisión esa mirada naif que aportan los directores al personaje, aunque nos parezca equivocada. Y hay momentos, miradas y expresiones, que acaban por derrumbar la condición de icono sexual que persigue a Amanda Seyfried a lo largo de su carrera. Ella sí tiene madera de estrella.
Los directores Rob Epstein y Jeffrey Friedman son más conocidos por su trabajo en el género documental, con películas de gran repercusión como El celuloide oculto o The times of Harvey Milk. Y en cierto sentido, a pesar de haber iniciado su incursión en el cine de ficción, existe todavía un aire de documental en sus propuestas cinematográficas: en 2010 con Howl, retrato un tanto deslavazado del poeta Allen Ginsberg, interpretado por James Franco; y ahora con Lovelace, biopic de la actriz de cine porno Linda Lovelace, a la que da vida Amanda Seyfried. Películas de corte biográfico que se mueven con cierta dificultad entre la narración ficticia y la documentación de la realidad. O lo que es lo mismo, da la impresión de que si hubieran rodado un documental habrían desarrollado mejor la historia que nos cuentan.
La trayectoria de Linda Lovelace es una de las más rocambolescas de la historia del cine porno. Su fama se popularizó gracias a sus evidentes cualidades bucales reflejadas en la película Garganta profunda, título nada sutil para presentar a la nueva estrella del cine porno de los setenta. Después de convertirse en una actriz popular al nivel de los mitos de Hollywood, y de protagonizar varias películas que dejaron con la boca abierta a los espectadores de la época, Lovelace comenzó una transición hacia la denuncia de las condiciones de trabajo de las jóvenes actrices a las que, según ella, obligaban a protagonizar las películas, financiadas, como lo fue Garganta profunda, con dinero de la mafia. Y acabó siendo, en su biografía más polémica, una de las principales detractoras de este subgénero, aunque nunca logró su propósito de que Garganta profunda dejara de proyectarse y se convirtiera en uno de los títulos más celebrados de la industria del porno.
Lovelace hace un recorrido ciertamente preciso por la trayectoria de esta joven que soñaba con convertirse en estrella del cine y lo logró, aunque no en el terreno que esperaba. Aunque también hay que decir que los directores se esmeran en ofrecer un retrato algo naif de la protagonista, de la que se menciona solo sutilmente su incursión en el campo de la prostitución, donde practicó la técnica sexual que más tarde le haría famosa. Pero da la sensación como espectador que se presenta a una protagonista excesivamente ingenua, lo que resta credibilidad a la historia. La estructura en forma de apuntes cronológicos deudora de un armazón más propio de un documental tampoco contribuye a solventar los baches narrativos. Y personajes como los padres de la protagonista (una irreconocible Sharon Stone y Robert Patrick) se desdibujan entre las apariciones y desapariciones de otros muchos personajes que pasaron por la vida de Linda Lovelace. Pero al menos nos da la oportunidad de ver pasar por la pantalla, en intervenciones episódicas a actores como Hank Azaria, James Franco, Debi Mazar, Chloë Sevigny, Wes Bentley o Eric Roberts.
Mención especial merece la destacada interpretación de Amanda Seyfried, empeñada en demostrar que merece la pena tenerla en cuenta como actriz. Aquí nos regala un trabajo sutil, que captura con precisión esa mirada naif que aportan los directores al personaje, aunque nos parezca equivocada. Y hay momentos, miradas y expresiones, que acaban por derrumbar la condición de icono sexual que persigue a Amanda Seyfried a lo largo de su carrera. Ella sí tiene madera de estrella.