Tres trabajos musicales se acercan a nuestro blog. Tres propuestas diferentes cuyos planteamientos y objetivos son también distintos, y cuyos resultados están entre lo mejor del año... y también entre lo peor.
La grabación más emocionante de todas es el último disco del trompetista Terence Blanchard para el sello Blue Note, ganador del Grammy al Mejor Album de Jazz. Aunque está publicado desde el pasado mes de noviembre, sin duda ésta es una buena ocasión para comentar A tale of God's will (A Requiem for Katrina), un trabajo que está conectado con el espléndido, incisivo documental que dirigió Spike Lee para la HBO, titulado When the levees broke: A Requiem in four Acts (2006). Una obra que hay que ver como ejemplo de la perfecta ejecución de una miniserie de cuatro horas que, a pesar de su duración, mantiene un ritmo siempre constante y pone los vellos de punta por su descarnada descripción de la ineptitud (o simplemente la indiferencia) de la administración Bush para hacer frente a la catástrofe del Katrina y de la tragedia vivida por los habitantes de una ciudad sepultada en un 80% por el agua que rompió unos diques mal construidos.
Terence Blanchard, habitual colaborador de Spike Lee en magníficas bandas sonoras como La última noche o Plan oculto, compuso una emotiva música para este documental, e incluso, como oriundo de Nueva Orleans, es uno de los entrevistados y protagoniza uno de los momentos más conmovedores del documental, cuando acompaña a su madre a las ruinas de su casa devastada por el huracán.
A tale of God's will se sostiene sobre cuatro de las composiciones creadas para el documental, incorporadas aquí con nuevos arreglos pero con esa condición de jazz arropado por una orquesta sinfónica que tan buenos resultados suele darle al trompetista y que. en este caso, le acercan a los sonidos de George Gershwin en ocasiones. Se trata desde luego de uno de sus mejores trabajos, que cosechó un gran éxito de ventas en Estados Unidos y que va desde los sonidos africanos del comienzo hasta la contundencia emocional de Levees (ese desgarrador blues que refleja la desesperación, primero, y la ira e impotencia, después, de los habitantes negros de Nueva Orleans), Wading through (magnífica revisión de uno de los temas principales de la película), The water (con esos aires sureños tan certeros), Mantra (el momento cumbre del disco, que uno de los músicos describe como "un mantra, una oración, que sirva para la curación y la renovación" de las víctimas del desastre) o Funeral dirge (impresionante escuchar este tema mientras vemos imágenes de los cadáveres flotando en las aguas de una ciudad devastada).
John Debney se adentra en el mundo de los videojuegos con la banda sonora de Lair, una espectacular aventura medieval desarrollada directamente para Playstation 3. Debney se une así a otros nombres como los de Howard Shore o Harry Gregson-Williams, que han creado trabajos destacados para las consolas, demostrando el carácter casi cinematográfico que están adquiriendo estos productos.
En Lair nos encontramos a un John Debney que sabe aglutinar lo mejor de algunos músicos de renombre, en una banda sonora espectacular de sinfonismo contundente y voces corales que se encuentra entre lo mejor de su irregular filmografía. Es cierto que hay numerosas referencias a composiciones cinematográficas conocidas (nos suena en ocasiones a Conan, el bárbaro, de Basil Poledouris; muchas veces al John Williams de El ataque de los clones; y hasta en algún momento al Bernard Herrmann de Con la muerte en los talones), pero lo cierto es que este conglomerado referencial acaba construyendo una creación musical compacta que nos parece de lo más recomendable de este año. Sobre todo por esa capacidad que demuestra John Debney para elaborar un frenético trabajo que tiene sus mejores momentos en temas como Diviner battle o ese hermoso Rohn's Theme.
No todo es interesante entre lo que hemos oido últimamente. Y decepciona sin duda la banda sonora de esa versión animada de La Guerra de las Galaxias que se ha sacado de la manga George Lucas para seguir explotando lo que ya está exprimido hasta su último jugo. Star Wars: La guerra de los clones es una pedestre película realizada en animación 3D que tiene como músico a Kevin Kiner, compositor de episodios de series de televisión como Stargate SG-1 o CSI: Miami que se ha encontrado con la difícil papeleta de seguir los pasos de John Williams en la saga galáctica.
Que haya decidido desentenderse del trabajo anterior de John Williams es un poco incomprensible, dado el carácter de continuidad de la película, pero es una decisión que hay que respetar. Por eso, excepto al principio y al final (con una versión bastante churri del tema principal de Star Wars) no hay ninguna otra referencia al espíritu sonoro de la serie. Eso sería comprensible siempre que hubiera sabido crear otro sonido que tuviera cierta coherencia temática y formal. Pero lo que encontramos en esta banda sonora es un batiburrillo de estilos (¡¡incluidas guitarras eléctricas!!) que acaba resultando cargante y deslavazado. Aunque la película tampoco es que se merezca un esfuerzo especial, al menos Kevin Kiner podría haber respetado cierto espíritu musical y prescindido de esas torpes y molestas incorporaciones electrónicas.
La grabación más emocionante de todas es el último disco del trompetista Terence Blanchard para el sello Blue Note, ganador del Grammy al Mejor Album de Jazz. Aunque está publicado desde el pasado mes de noviembre, sin duda ésta es una buena ocasión para comentar A tale of God's will (A Requiem for Katrina), un trabajo que está conectado con el espléndido, incisivo documental que dirigió Spike Lee para la HBO, titulado When the levees broke: A Requiem in four Acts (2006). Una obra que hay que ver como ejemplo de la perfecta ejecución de una miniserie de cuatro horas que, a pesar de su duración, mantiene un ritmo siempre constante y pone los vellos de punta por su descarnada descripción de la ineptitud (o simplemente la indiferencia) de la administración Bush para hacer frente a la catástrofe del Katrina y de la tragedia vivida por los habitantes de una ciudad sepultada en un 80% por el agua que rompió unos diques mal construidos.
Terence Blanchard, habitual colaborador de Spike Lee en magníficas bandas sonoras como La última noche o Plan oculto, compuso una emotiva música para este documental, e incluso, como oriundo de Nueva Orleans, es uno de los entrevistados y protagoniza uno de los momentos más conmovedores del documental, cuando acompaña a su madre a las ruinas de su casa devastada por el huracán.
A tale of God's will se sostiene sobre cuatro de las composiciones creadas para el documental, incorporadas aquí con nuevos arreglos pero con esa condición de jazz arropado por una orquesta sinfónica que tan buenos resultados suele darle al trompetista y que. en este caso, le acercan a los sonidos de George Gershwin en ocasiones. Se trata desde luego de uno de sus mejores trabajos, que cosechó un gran éxito de ventas en Estados Unidos y que va desde los sonidos africanos del comienzo hasta la contundencia emocional de Levees (ese desgarrador blues que refleja la desesperación, primero, y la ira e impotencia, después, de los habitantes negros de Nueva Orleans), Wading through (magnífica revisión de uno de los temas principales de la película), The water (con esos aires sureños tan certeros), Mantra (el momento cumbre del disco, que uno de los músicos describe como "un mantra, una oración, que sirva para la curación y la renovación" de las víctimas del desastre) o Funeral dirge (impresionante escuchar este tema mientras vemos imágenes de los cadáveres flotando en las aguas de una ciudad devastada).
John Debney se adentra en el mundo de los videojuegos con la banda sonora de Lair, una espectacular aventura medieval desarrollada directamente para Playstation 3. Debney se une así a otros nombres como los de Howard Shore o Harry Gregson-Williams, que han creado trabajos destacados para las consolas, demostrando el carácter casi cinematográfico que están adquiriendo estos productos.
En Lair nos encontramos a un John Debney que sabe aglutinar lo mejor de algunos músicos de renombre, en una banda sonora espectacular de sinfonismo contundente y voces corales que se encuentra entre lo mejor de su irregular filmografía. Es cierto que hay numerosas referencias a composiciones cinematográficas conocidas (nos suena en ocasiones a Conan, el bárbaro, de Basil Poledouris; muchas veces al John Williams de El ataque de los clones; y hasta en algún momento al Bernard Herrmann de Con la muerte en los talones), pero lo cierto es que este conglomerado referencial acaba construyendo una creación musical compacta que nos parece de lo más recomendable de este año. Sobre todo por esa capacidad que demuestra John Debney para elaborar un frenético trabajo que tiene sus mejores momentos en temas como Diviner battle o ese hermoso Rohn's Theme.
No todo es interesante entre lo que hemos oido últimamente. Y decepciona sin duda la banda sonora de esa versión animada de La Guerra de las Galaxias que se ha sacado de la manga George Lucas para seguir explotando lo que ya está exprimido hasta su último jugo. Star Wars: La guerra de los clones es una pedestre película realizada en animación 3D que tiene como músico a Kevin Kiner, compositor de episodios de series de televisión como Stargate SG-1 o CSI: Miami que se ha encontrado con la difícil papeleta de seguir los pasos de John Williams en la saga galáctica.
Que haya decidido desentenderse del trabajo anterior de John Williams es un poco incomprensible, dado el carácter de continuidad de la película, pero es una decisión que hay que respetar. Por eso, excepto al principio y al final (con una versión bastante churri del tema principal de Star Wars) no hay ninguna otra referencia al espíritu sonoro de la serie. Eso sería comprensible siempre que hubiera sabido crear otro sonido que tuviera cierta coherencia temática y formal. Pero lo que encontramos en esta banda sonora es un batiburrillo de estilos (¡¡incluidas guitarras eléctricas!!) que acaba resultando cargante y deslavazado. Aunque la película tampoco es que se merezca un esfuerzo especial, al menos Kevin Kiner podría haber respetado cierto espíritu musical y prescindido de esas torpes y molestas incorporaciones electrónicas.