21 abril, 2008

El drama del clown

A Peter Shub, uno de los clowns más destacados del mundo, le acompaña una tragedia vital que convierte su trabajo en un acto heroico.


Este fin de semana hemos contado con la visita de uno de los clowns más famosos, el norteamericano Peter Shub, dentro de la programación del Festival Internacional de Teatro de Sevilla. Sin duda, todo un acontecimiento para los amantes del arte de la mímica llevada hasta niveles de pureza absoluta y convertido en una cascada de diversión para los espectadores, participantes activos de un espectáculo que Peter Shub ha ido perfeccionando desde que se dio a conocer y trabajó durante largas temporadas en el Circus Roncalli alemán, primero, y en el Cirque du Soleil canadiense, después.

Pero el auténtico placer que produce ver a Peter Shub en solitario es mucho más intenso, teniendo en cuenta que él y su personaje (un ser entrañable) logran atraparnos poco a poco hasta que al final la palabra se convierte en resurrección del gag visual. Igual que otros destacados clowns que nos visitan estos días (Nola Rae, Jango Edwards), Peter Shub se ha situado en una posición envidiable en el panorama teatral-circense, aunque a él le acompaña una tragedia vital que acaba rodeando su trabajo, ya de por sí difícil, de una condición casi heroica.

En 2001, Peter Shub perdió a su hijo de cinco años en un accidente producido en una exposición de esculturas, una de las cuales cayó sobre el niño. Esta dramática pérdida sin duda ha marcado la personalidad de Peter Shub (aún hoy, a pesar del tiempo transcurrido, mantiene un cierto aire de tristeza en su mirada). Pero esta tristeza se transforma cuando Shub sube al escenario. Como él mismo dice: “Puedes ser el hombre más triste del mundo, pero cuando llegas al teatro tienes que entretener al público”.

Todos llevamos un equipaje vital a nuestras espaldas, algunos más pesado que otros, y que uno de los clowns más divertidos del momento tenga tan dura carga que soportar sorprende por la capacidad de este profesional para sobrellevar su drama personal mientras el público ríe a carcajadas.

Las reflexiones de Peter Shub sobre la muerte de su hijo se muestran en un excelente cortometraje documental titulado Awakening from the long sleep of life (Despertando del largo sueño de la vida), dirigido por Constanze Waeger, que es toda una declaración de amor de un padre por su hijo.

14 abril, 2008

"My kid could paint that": ¿Quién es el fraude?

El documental de Amir Bar-Lev indaga en la polémica destapada por el programa 60 minutes sobre las dudas de veracidad en la obra artística de Marla Olmstead, una niña de 4 años comparada con Jackson Pollock y Pablo Picasso.

Hay documentales que, más allá de su condición de obra cinematográfica con cierto poder de fascinación visual, proponen una profunda reflexión al espectador. Si esa es la máxima de un buen documental, My kid could paint that (Mi hijo podría pintar eso), producido por Sony Pictures y estrenado el pasado mes de octubre de 2007 en Estados Unidos, es un excelente trabajo, porque plantea serias disquisiciones sobre el arte moderno y la manipulación. Pero la reflexión que me provoca esta película no tiene tanto que ver con las pretensiones de su director, sino más bien sobre cómo el género documental puede acabar utilizando la manipulación más absoluta para, precisamente, denunciar actitudes manipuladoras. Rizamos el rizo de la ética.

La primera parte de My kid could paint that nos muestra al director (convertido más tarde en casi más protagonista que sus propios protagonistas) retratando el éxito repentino de una niña de 4 años que pinta para divertirse, pero cuyas obras son calificadas como genialidades del estilo abstracto y comparadas con trabajos de Picasso y sobre todo de Pollock. Vendidas por cifras millonarias a coleccionistas que ven en las pinturas lo que ni siquiera la niña ha pretendido pintar, las obras son objeto de exposiciones y la familia Olmstead se convierte de la noche a la mañana en objeto de atención para los medios.

El punto de giro del documental se produce cuando asistimos a la emisión del programa televisivo 60 minutes en el que, tras colocar una cámara oculta para grabar a la niña pintando un cuadro, se “desenmascara” su trabajo, cuyo resultado concluyen que no está a la altura del resto, mientras se escucha al padre de la niña dándole supuestas “instrucciones” sobre lo que debe hacer. Ahí, el documental se convierte en el retrato de una debacle, la de unos padres sometidos a las dudas que se ciernen sobre ellos como “manipuladores” de los cuadros.

Y ahí es donde comienza también la tergiversación del documental. Por un lado, el director Amir Bar-Lev muestra sus propias dudas, los entrevistados cuestionan el trabajo que está haciendo y su empeño se centra ahora en tratar de embaucar a los padres de la niña para conseguir filmarla él mismo mientras pinta. Alguien en Sony le debió decir a Amir Bar-Lev que su documental no iría a ninguna parte si se quedaba en un simple relato de los hechos. Hacía falta carnaza. Y vaya si lo consigue. Igual que la periodista que escribió el primer artículo sobre la niña tiene la desvergüenza de cuestionar a los periodistas que después han hablado de Marla (cuando fue ella la primera que lo hizo), Amir Bar-Lev se inventa una escena en la que pone sobre la cuerda floja a los padres de la joven artista. Y acaba provocando el llanto de la madre. La frase de ella es significativa: “Documentary gold!”, en referencia a ese “momento de oro” con el que sueñan todos los directores de documentales, aquél que pueden “vender” en las promociones.

Amir Bar-Lev consigue su propósito y filma a la niña pintando, pero sólo para concluir (opinión suya personal) que, como ocurrió en el programa 60 minutes, la pintura resultante de ese trabajo “en público” no tiene la calidad de las otras obras de la niña. Curiosamente, el crítico de arte de L.A. Weekly, Doug Harvey, comentando la película, dice: “La gran revelación de Amir Bar-Lev es absurda. Las obras creadas por Marla delante de las cámaras son diferentes de las otras, similares a algunas y mejores que muchas”. Pero es esta conclusión realizada por el director (ya completamente erigido en protagonista de su propia obra y por tanto identificado con el espectador) la que hace que también despierte nuestras dudas. La promoción del documental anuncia: “Manipulación o inspiración: tú decides”. Pero Amir Bar-Lev ya ha decidido por nosotros. ¿Manipulación o cómo un director puede acabar convirtiendo un documental sobre arte en crónica amarillista?

Aunque Marla Olmstead ya no expone en galerías, sus padres mantienen una página web a través de la cual continúan vendiendo sus obras. En ella, han colgado recientemente tres videos que muestran grabaciones de principio a fin de tres de estas obras (dos de las cuales, por cierto, aún no se han vendido). Aunque en la web sólo vemos un resumen de 1 minuto de cada video, se supone que las grabaciones completas están disponibles para la prensa. Los padres de Marla continúan tratando de demostrar que su hija, ya con 6 años, es la autora única de sus obras.