15 febrero, 2021

Nordic Film Music Days 2021


Cada año, en el contexto de las actividades paralelas que se celebran durante el Festival de Berlín, tiene lugar la entrega del Premio HARPA, que reconoce el trabajo de los compositores de música de cine y televisión de los países nórdicos. Alrededor de la ceremonia de entrega de este premio, se organizan los denominados Nordic Film Music Days, unos encuentros entre compositores y profesionales de la industria del cine que reflexionan sobre diversos aspectos relacionados con la música cinematográfica. Las embajadas de los cinco países nórdicos en Berlín se encuentran situadas en el Felleshus, un centro comunitario que acoge en su interior las diferentes secciones consulares, que tienen edificios independientes, pero todos ellos en un mismo espacio.  

Debido al retraso de la celebración del Festival de Berlín, los Nordic Film Music Days se han separado del festival para celebrarse en las fechas habituales, este año de forma virtual. Estos días de encuentros tienen lugar entre el 13 y el 18 de febrero, y ofrecen una oportunidad para acercarse a las inquietudes del sector, y también a un mayor conocimiento del trabajo de los músicos de cine de los países escandinavos. El interés internacional por la música de cine que proviene de estos países ha aumentado gracias al reconocimiento de compositores como los islandeses Jóhann Jóhannsson y Hildur Guđnadóttir, ganadora  del Oscar el año pasado, o los suecos Ludwig Göransson y Johan Söderqvist. Este año nos acercamos a estos encuentros para ofreceros una visión general de sus actividades. 

Los compositores nominados para el Premio HARPA son elegidos por jurados independientes, formados en cada uno de los países nórdicos, de forma que de cada territorio se selecciona a un representante para conformar a los finalistas definitivos. En nuestra primera crónica os presentamos a los nominados al Premio HARPA de este año:

Dinamarca
Flemming Nordkrog
Shine your eyes 

Presentada en la sección Panorama del Festival de Berlín 2020, Shine your eyes (Matias Mariani, 2020) es una película brasileña sobre la búsqueda que inicia un inmigrante nigeriano de su hermano desaparecido en la ciudad de São Paulo. Pero esta búsqueda también supone una especie de descubrimiento personal, en medio de una gran urbe llena de rascacielos, que parece ilimitada en el plano horizontal pero también en el vertical. Su hermano ha iniciado una vida llena de mentiras, a su familia sobre su estancia en Brasil, y a sus amigos brasileños sobre sus orígenes, y ha desarrollado una especie de teoría cuántica que le permita conseguir dinero en las apuestas. La película se va haciendo cada vez más irreal, envuelta en complejas reflexiones filosóficas y matemáticas. 

Flemming Nordkrog es un músico danés afincado en Francia que, sin embargo, desarrolla su carrera en conexión con el cine de su país. Ha escrito música para películas como El juego del rey (Nikolaj Arcel, 2004) o para la serie La ruta del dinero (Bedrag) (DR, 2016-2019). Es colaborador habitual del director francés Philippe Lioret, para el que ha trabajado en películas como Toutes nos envies (2011) o El hijo de Jean (2016). Entre sus últimas bandas sonoras se encuentran la película Un diván en Túnez (Manele Labidi, 2019) y la serie francesa Moloch (arte, 2020-).   


La banda sonora de Shine your eyes conecta con los dos personajes principales, los hermanos que se dedicaban a la música en su Nigeria natal, a través de la guitarra eléctrica, mientras que para la descripción de esa ciudad que parece opresiva el compositor utiliza instrumentos de viento como el fagot y dos clarinetes, que otorgan una sonoridad contundente. La referencia a los orígenes africanos se establece a través de un instrumento que no es característico de esos países, pero tiene una cierta sonoridad africana, como es el byrbinė, una flauta lituana de madera. 

Finlandia
Pessi Levanto
Psychosia 

La película Psychosia (Marie Grahtø Sørensen, 2019) se pudo ver en la programación del Atlàntida Film Fest 2020, y se trata de una coproducción entre Dinamarca y Finlandia que está centrada en una investigadora que debe tratar a una paciente con tendencias suicidas en un hospital psiquiátrico. Con evidentes referencias al cine de Ingmar Bergman, y un estilo visual complejo que puede resultar agotador, estamos ante una película que bucea en los rincones más recónditos de la mente para elaborar un perfil psicológico del suicidio. 

El músico finlandés Pessi Levanto es un conocido arreglista y compositor en su país, aunque viene trabajando en el mundo del cine y la televisión desde hace relativamente poco tiempo. Entre sus trabajos más destacados no hay títulos muy conocidos fuera de su país: Oma maa (Land of hope) (Marku Pölönen, 2018) o Swingers (Pamela Tola, 2018), y este año está pendiente de estreno The innocents (Eskil Vogt, 2021), el primer largometraje como director del guionista de la reconocida película noruega Thelma (Joachim Trier, 2017).  


Para la banda sonora de Psychosia, Pessi Levanto tomó como referencia la música de compositores clásicos como el italiano Giacinto Scelsi o el húngaro György Ligeti, para crear unas composiciones que mantienen un plano secundario en la película, pero que construyen en todo momento una atmósfera perturbadora, valiéndose sobre todo de instrumentos solistas como el arpa, el piano y el violín, que él mismo interpreta, e introduciendo asimismo algunas voces femeninas. 

Islandia
Hugar
The Vasulka effect 

El documental The Vasulka effect (Hrafnhildur Gunnarsdóttir, 2019), presentada en el Sheffield Doc Fest 2020, es una crónica del trabajo de los videoartistas Steina y Woody Vasulka, un matrimonio formado por una islandesa y un checo que se conocieron en Praga y se trasladaron a Nueva York, donde iniciaron una trayectoria como pioneros del videoarte. Ellos fueron los artífices de un espacio artístico llamado The Kitchen que se convirtió en el lugar de encuentro de la eclosión artística de Nueva York en los años sesenta y setenta: allí dieron sus primeros conciertos Talking Heads, Beastie Boys o Laurie Anderson y allí realizó sus primeras exposiciones Robert Mapplethorpe cuando nadie quería mostrar sus obras. 

Hugar es un dúo musical islandés que está formado por Bergur Þórisson y Pétur Jónsson, dos amigos que crecieron en el pueblo más pequeño de Islandia, Seltjarnarnes, que está situado cerca de Reykjavik. En el año 2014 lanzaron su primer álbum, Hugar, que publicaron ellos mismos en su página web, pero en su siguiente grabación, Varđa (Sony Music, 2019) ya habían conseguido firmar con una multinacional discográfica. Su trabajo para The Vasulka effect es su primera creación para el cine, y lo han publicado como una mezcla entre banda sonora y trabajo autónomo, ya que incluye piezas creadas al margen de la película. 


El propósito de Hugar en esta banda sonora era el de conseguir un sonido que estuviera cerca de las creaciones del matrimonio Vasulka, pero al mismo tiempo tener una personalidad propia. De esta forma, consiguen una composición atmosférica, con cierta sonoridad a las músicas de sintetizador de los años setenta, a través de la creación de ondas sonoras que van completando los temas. Es una banda sonora que se construye a través de leitmotivs atmosféricos que conectan con personajes fundamentales en la trayectoria del matrimonio Vasulka, como Andy Warhol o Salvador Dalí. 

Noruega
Marcus Paus
Mortal 

Una de las más ambiciosas producciones comerciales del año pasado realizadas en Noruega fue Mortal (André Øvredal, 2020), que suponía el regreso a su país del director de películas como La autopsia de Jane Doe (2016) o Historias de miedo para contar en la oscuridad (2019). Se trata de una historia que conecta la ambientación de los filmes de superhéroes con la siempre recurrente y variada mitología nórdica, pero que no consigue conjugar lo que parece pretender: una película de acción y efectos visuales que al mismo tiempo se acerca a la tragedia del superhéroe que se niega a serlo. 

Con una carrera musical heterogénea en el mundo de la música clásica, Marcus Paus es un joven compositor noruego que ha realizado obras de concierto, composiciones de cámara y música coral. En el año 2010 la formación Ensemble 96 le encargó una pieza para coro y cuarteto de cuerdas, "The stolen child", basada en un poema de William Peter Yates, que se publicó en el disco Kind (2010, 2L). Su primer álbum autónomo, Marcus Paus (2013, Norwegian Society of Composers) incluye una de sus creaciones más reconocidas, la "Sonata para violonchelo y piano". Sus trabajos para el cine han sido escasos hasta el momento, por ejemplo para la comedia Upperdog (Sara Johnsen, 2009). La banda sonora de Mortal es la más ambiciosa de sus incursiones en el cine. 


Y es una de las que siguen más claramente el sonido característico de la escuela sinfónica de John Williams, entre todas las nominadas a los HARPA Awards 2021. Interpretada por dos orquestas: la Orquesta Sinfónica de Budapest y la Orquesta Sinfónica de Stavanger, es una banda sonora contundente que, sin embargo, está demasiado presente en la película. Aunque se trata de un trabajo eminentemente sinfónico y coral, hay algunos pasajes electrónicos que el compositor escribió sobre partitura, ya que su dominio de los sintetizadores es escaso, de forma que su asistente interpretaba sus ideas musicales. Aunque desde el punto de vista musical es un trabajo notable, no lo es en conjunción con las imágenes, aunque consigue algunos momentos interesantes con la introducción de instrumentos autóctonos como el violín Hardanger, instrumento tradicional de Noruega, que incorpora los elementos mitológicos. 

Suecia
Jon Ekstrand
438 days 

Basada en una historia real sobre dos periodistas suecos que fueron, primero secuestrados y después detenidos por el gobierno de Etiopía, con acusaciones falsas de terrorismo, 438 days (Jesper Ganslandt, 2019) ha sido uno de los estrenos más destacados en Suecia. En realidad, la historia se centra más en la falta de apoyo que tuvieron los periodistas por parte del gobierno sueco, cuyo Ministro de Exteriores trató de ocultar las incursiones de una petrolera en territorio etíope, a pesar de ser considerada una zona de alto riesgo. Uno de los periodistas, sin embargo, expresó su malestar por la forma en que su historia se había llevado al cine. Es una película que cuenta con dos buenas interpretaciones de Matías Varela, actor nacido en Estocolmo pero de padres españoles, que ha trabajado en series como Narcos (Netflix, 2015-2017) y Gustaf Skarsgård, al que se le conoce más por su personaje de Floki en la serie Vikingos (History Channel, 2013-2020).  

El más veterano de los creadores nominados a este año, Jon Ekstrand es posiblemente el compositor sueco de música de cine más reconocido. Conoció en la Escuela de Cine de Estocolmo al futuro director Daniel Espinosa, nacido de padres chilenos, con quien ha trabajado en todas sus películas, acompañándolo en sus incursiones en Hollywood como El niño 44 (2014) o Life (Vida) (2019). Precisamente acaba de terminar la música para la adaptación del cómic de Marvel Morbius (Daniel Espinosa, 2022). Jon Ekstrand ha compuesto la música para más de treinta películas y ha trabajado recientemente en el documental Yo soy Greta (Nathan Grossman, 2020). 

Para la película 438 days, el compositor ha creado una banda sonora que rehuye las sonoridades africanas a pesar de que la historia se desarrolla en Etiopía, para crear una música más intimista, más cercana a la amistad entre los dos periodistas y su cautiverio compartido. Pero, como comentábamos con el trabajo de Flemming Nordkrog, el acercamiento a los sonidos de África se hace a través de un instrumento que no es africano. Se trata del erhu, también llamado nanhu, un violín chino de dos cuerdas, utilizado por Jon Ekstrand en su variante tailandesa, que aporta un sonido que rememora el desierto. El compositor, dispuso las cuerdas en el mismo tono musical, de forma que consiguió un sonido diferente al habitual que representa, en esas dos cuerdas, la amistad de los dos protagonistas. 438 days es un trabajo musical sutil, que mezcla sonoridades electrónicas y orgánicas de forma perfecta, describiendo tanto la incertidumbre interior de los protagonistas como la atmósfera amenazante que les rodea. 



La ceremonia del Premio HARPA 2021 tendrá lugar el próximo 18 de febrero en formato virtual. 


Morbius se estrena el 21 de enero de 2022. 

Mortal y Yo soy Greta se pueden ver en Movistar+.
La ruta del dinero, El hijo de Jean y Un diván en Túnez se pueden ver en Filmin. 
Thelma y La autopsia de Jane Doe se pueden ver en Filmin y Amazon Prime. 
Historias de miedo para contar en la oscuridad El niño 44 se pueden ver en Amazon Prime.
Narcos se puede ver en Netflix.
Vikingos se puede ver en Netflix, Amazon Prime y Movistar+.



09 febrero, 2021

Gotemburgo 2021 - Parte 5: Distancias sociales

Ayer concluyó el Festival Internacional de Cine de Gotemburgo, al que hemos dedicado varias crónicas durante esta última semana. A lo largo de estos días hemos podido visionar buena parte de su programación a través de la edición online, para la que el festival contaba con cierta ventaja, ya que desde hace algunos años dispone de su propia plataforma, Draken Films, que permite ver una selección de películas durante todo el año por una cuota mensual. Gracias a esta iniciativa ya en marcha, han podido adaptarse a la nueva situación con mayor efectividad, aunque también hay que decir que, al contrario que en el Festival de Rotterdam, el acceso de la prensa internacional a la programación a través de la plataforma francesa Festival Scope ha sido bastante escaso, con una selección ridícula de visionados. No se entiende que un festival acredite a la prensa para luego poner a su disposición solo el 10% de la programación. Como ya hemos comentado en otras ocasiones, si un festival se hace online, debe ser completamente online. 

También ayer se dieron a conocer los premios del Festival de Gotemburgo, con la película Tigers (Ronnie Sandahl, 2020) como ganadora del Dragon Award en la Competición Nórdica, que ha logrado también el Premio a Mejor Interpretación para su protagonista Erik Enge. Los principales galardones se han quedado en Suecia, porque el Premio FIPRESCI ha sido también para una película sueca, Pleasure (Ninja Thyberg, 2021), mientras que el Premio Sven Nykvist a la Mejor Fotografía lo ha conseguido Linda Wassberg por su trabajo en la producción finlandesa Tove (Zaida Bergroth, 2020), que inauguró el festival. El Premio del Público se ha quedado en Dinamarca, para el film Otra ronda (Thomas Vinterberg, 2020), y el Dragon Award al Mejor Documental Nórdico ha sido para el favorito, Flee (Jonas Poher Rasmussen, 2021), que viene también de recoger premio en el Festival de Sundance. 

En las categorías de películas internacionales, el Premio Ingmar Bergman al Mejor Debut lo ha conseguido la producción china Mama (Li Dongmei, 2020), mientras que el Dragon Award a la Mejor Película se lo ha llevado Quo Vadis, Aida? (Jasmila Žbanić, 2020), que también logró esta semana el Premio del Público en el Festival de Rotterdam. 

A continuación, comentamos algunas de las últimas películas de la programación del Festival de Gotemburgo que hemos podido visionar estos días y que conforman nuestra última crónica de esta muestra cinematográfica. 

Competición Documental Nórdico

Decíamos que el documental favorito para conseguir el premio en esta sección era Flee (Jonas Poher Rasmussen, 2021), que también logró la semana pasada el Premio al mejor Documental Internacional en el Festival de Sundance. Con la colaboración como productores ejecutivos de los actores Nikolaj Coster-Waldau y Riz Ahmed, podemos decir que va a ser uno de los documentales más relevantes de este año. La historia se centra en un amigo del director, un refugiado afgano que ya tiene una vida completamente integrada en Dinamarca, pero que hasta el momento no había contado su odisea y la de su familia. De hecho, ha preferido ocultar su rostro y su nombre real, lo que llevó al director a tomar la decisión de utilizar animación tradicional y rotoscopia. Es, por tanto, una técnica que puede asemejarse a Vals con Bashir (Ari Folman, 2008) y otras producciones documentales animadas, pero que tiene una justificación muy clara. El trabajo de animación es más simple que, por ejemplo, el de Un día más con vida (Raúl de la Fuente, Damian Nenow, 2018), pero se compensa con un relato interesante y emocionante. 

El único narrador de la película es Amin (nombre ficticio para preservar la identidad del protagonista), y esto le confiere a su relato una condición de descripción emocional que lo hace más cercano. Pero, al mismo tiempo, este relato zozobra en su representación de la verdad porque como dice el director, se trata de un "narrador poco confiable". Es decir, Amin siempre ha rodeado su vida de un misterio y de algunas mentiras para crearse una especie de burbuja de realidad que le ha permitido integrarse con mayor facilidad en una sociedad occidental. Por ejemplo, para ocultar una homosexualidad que en Dinamarca sí es asumida (ahora, a sus 36 años, tiene marido y está a punto de comprar una casa). Pero su relato, incluso el que cuenta en la propia película, a veces incurre en contradicciones (el director le recuerda que le había dicho que su familia estaba muerta cuando comienza a contar cosas que supuestamente le habían pasado a su familia en Rusia). 

Su historia empieza en Afganistán, y en una huida en los años ochenta que le llevó primero a una Rusia empobrecida y después a Suecia y a Dinamarca. A través de flashbacks que surgen de una especie de sesión de terapia que tiene con el director, que aparece como interlocutor del protagonista, escuchamos una historia que sobrecoge por las experiencias del que fuera un niño tratando de encontrar junto a su familia un lugar donde vivir, lejos de la persecución en Afganistán y de la xenofobia en Rusia. El hecho de que la historia pueda incurrir en contradicciones no es tan importante, porque al final el relato de Amin adquiere su relevancia no desde el aspecto personal de hechos concretos, sino como representación de esa verdad emocional de los refugiados: los temores, la incertidumbre... Flee es un documental que habla desde la emoción sin necesitar de una mirada estereotipada. Asistimos a la experiencia personal de un hombre que no quiere mostrar su cara, pero que comparte su alma. 

On the Bowery (Lionel Rogosin, 1956) es uno de los ejemplos más singulares de docu-ficción que se han realizado jamás. Rodado en el barrio de Nueva York que da título a la película, el director creó una trama principal para rodar escenas reales en el interior de algunos de los bares de esa zona poblada principalmente por adictos al alcohol. En un sentido parecido, casi como si estuviéramos en una versión moderna de aquella película, el documental sueco Into the fog (Maciej Kalymon, 2021) se acerca a una serie de personajes que viven en Malmö, y que frecuentan lo que los suecos denominan sunkhak, bares que ofrecen cerveza barata y que permiten beber hasta altas horas de la noche. Como en la película de Lionel Rogosin, los protagonistas son alcohólicos que encuentran en la bebida la única salida a una existencia jodida, que prefieren mantenerse en esa especie de neblina que ofrece el alcohol para disfrutar de una vida anestesiada. Hay una construcción de algunos de los relatos, una introducción de momentos que están ficcionados, pero básicamente contribuyen a crear una atmósfera casi irreal en las imágenes de este documental. Rodado durante varios años, Into the fog es una película no demasiado optimista, pero profundamente humanista. 

Voyage

Entre las producciones seleccionadas para esta sección se encuentran títulos que ya hemos visto en otros festivales como el documental Notturno (Gianfranco Rosi, 2020), que pasó por la Mostra de Venecia, o la comedia francesa que inauguró el Festival de Gijón, Al abordaje (Guillaume Brac, 2020), tras ganar el Premio FIPRESCI en el Festival de Berlín. 

En el terreno de la comedia se mueve con soltura otra de esas películas pequeñas que sin embargo consiguen grandes resultados. Dating Amber (David Freyne, 2020) es una producción irlandesa que gira en torno a un chico y una chica que deciden hacerse pasar por novios para ocultar su homosexualidad. Una película que habla con gran sentido del humor de la aceptación sexual, y que construye en torno al día a día en un instituto durante el año 1995, una especie de universo representativo de la sociedad. El hecho de que la acción transcurra en el entorno de un pueblo junto al que está situada una base militar, prototipo de la masculinidad, resyulta más asfixiante para el protagonista. Aunque la construcción del personaje de él es más estereotipada, el de ella resulta más ágil, más complejo y libre. Y, sobre todo, la película cuenta con un plantel de personajes secundarios espléndidos, que contribuyen a dar forma a los protagonistas. 

La película griega Digger (Georgis Grigorakis, 2020) se presentó en el Festival de Berlín 2020 y plantea una historia de reencuentro poco amistoso entre un padre bohemio y su hijo, lleno de reproches por haber sido abandonado, pero que también vuelve al hogar de su padre para reclamarle el 50% de los terrenos que su madre le ha dejado en herencia. El momento no es precisamente propicio, porque el padre está en constante lucha contra una compañía minera que está esquilmando el bosque, talando los árboles para expandir sus extracciones, y ofreciendo a los dueños la compra de sus terrenos. Este enfrentamiento entre David y Goliat se convierte en uno de los temas principales de la película, que tiene una cierta forma de western contemporáneo, y que tiene en la construcción de personajes uno de sus principales logros. 

La película está muy bien escrita y transmite con acierto la vida en un pequeño pueblo que se ve acosado por ese progreso devastador. Desde el punto de vista técnico el director consigue una puesta en escena espléndida, y un retrato certero de ese bosque ancestral en el que los claroscuros de la fotografía de Giorgos Karvelas, muy difícil ya que buena parte de la película se desarrolla durante la noche o en espacios cerrados como el bar, logran crear una atmósfera ruda y tensa.

En la reciente película Los Estados Unidos contra Billie Holliday (Lee Daniels, 2021), se cuenta cómo la cantante fue objetivo de una campaña de espionaje por parte del FBI. Casi coincidiendo con esta historia, el documental MLK/FBI (Sam Pollard, 2020) se centra también en el espionaje que sufrió Martin Luther King durante buena parte de su trayectoria política, y en una especie de obsesión de J. Edgar Hoover con el líder de los derechos humanos. Lo curioso del caso es que el FBI consiguió el permiso para realizar grabaciones de Luther King (concedidas, por cierto, por Robert Kennedy) que, al no encontrar conexiones reales con el Partido Comunista, acabaron centrándose en las actividades sexuales del activista, al parecer bastante promiscuo. Estas relaciones extramatrimoniales fueron las que se intentaron utilizar para mermar su influencia política, especialmente después de que se le concediera el Premio Nobel de la Paz. 

Lo que plantea el documental, que utiliza entrevistas a algunos colaboradores de Martin Luther King como Clarence Jones pero sobre todo historiadores y ex-miembros del FBI, es la vigilancia constante de un departamento público cuya función principal es la de dar seguridad a los ciudadanos, pero que finalmente se convierte en un instrumento político cuyo objetivo está por encima de los medios utilizados para alcanzarlo. Aunque algunos de los documentos que prueban este espionaje ya se han desclasificado, las grabaciones de audio que se le practicó a Martin Luther King no se desclasificarán hasta el año 2027, pero algunos participantes del documental dudan de que finalmente vean la luz pública.  

Sin duda, la lucha antifascista en una época en la que los movimientos xenófobos y racistas están creciendo en Europa, es un tema importante. La directora de And tomorrow the entire world (Julia von Heinz, 2020), que participó en la Sección Oficial de la Mostra de Venecia, formó parte de estos movimientos antifascistas, y describe una historia que se desarrolla en el interior de uno de estos grupos, pero al mismo tiempo plantea preguntas sobre cuál es la mejor forma de contrarrestar las explosiones fascistas. La directora incluye al principio y al final de la película referencias a la Constitución alemana, que establece que "la República Federal es un estado democrático y social", y que toda acción en contra de esto debe encontrarse con una fuerte resistencia por parte de los ciudadanos, para preservar la libertad y la democracia. 

La protagonista de la película va modificando su forma de ver esta resistencia desde una perspectiva más pasiva e ingenua hasta una acción cada vez más violenta, una especie de respuesta radical contra aquellos que amenazan la democracia. La justificación es clara: "Si el pueblo alemán hubiera actuado en los años 30, no se habría desarrollado el nazismo". And tomorrow the entire world plantea, por tanto, una reflexión interesante, pero no le beneficia el hecho de que el retrato de los grupos antifascistas sea el de unos jóvenes inmaduros. Esta resistencia a los radicales se convierte en una especie de respuesta movida por el impulso más que por la reflexión, lo que hace flaquear su propuesta. La película no plantea preguntas nuevas, pero tampoco conclusiones claras. 

Focus: Social Distance

Esta sección está enfocada a esa distancia social de la que tanto se ha hablado en los últimos meses, pero en el caso de la producción chilena La Verónica (Leonardo Medel, 2020) esta distancia social no está provocada tanto por una epidemia como por una sociedad rendida al culto a la imagen y a las redes sociales. La protagonista, Verónica Lara, es una pija casada con un futbolista que está obsesionada con conseguir dos millones de seguidores en Instagram para poder lograr un contrato de publicidad con una marca de cosméticos. Y para ello es capaz de hacer, literalmente, lo que sea. Pero la propuesta del director pasa por una apuesta narrativa arriesgada: la película está compuesta por 53 planos medios estáticos de la protagonista, una excelente Mariana di Girólamo, a la que vimos en Ema (Pablo Larraín, 2019). 

Esta composición técnica tiene que ver con ese mundo de selfis a los que estamos acostumbrados a través de las redes sociales. Y, ciertamente, la apuesta consigue su propósito, ya que la película no se balancea desde el punto narrativo gracias a la pericia de un guión que nos va dando información de forma dosificada y que algunas veces es una comedia (todo lo relacionado con las redes sociales), a veces es un drama (las conversaciones de la protagonista con su suegra, a la que nunca vemos) y en ocasiones es un thriller (el interrogatorio sobre la muerte de la primera hija de la protagonista). Bajo la capa superficial de la sonrisa falsa, comenzamos a descubrir a un personaje herido emocionalmente y, por qué no decirlo, desequilibrado mentalmente. Es lo que se esconde detrás del encuadre de un selfi.  

Clausura

El Festival de Gotemburgo se ha clausurado con el thriller sueco Knocking (Frida Kempff, 2021), debut en la ficción de la directora de documentales que se basa en un relato corto del escritor Johan Theorin. La protagonista es una mujer que acaba de salir de una crisis nerviosa en un centro de atención psiquiátrica y que regresa a su casa, aparentemente recuperada. Pero desde la primera noche su hogar se convierte en un lugar amenazador en el que se escuchan golpes extraños e incluso jadeos de una mujer que parece estar siendo violentada. Se trata de un thriller psicológico que juega con la duda de si lo que sucede es realidad o está en la cabeza de la protagonista (buen trabajo de la actriz Cecilia Milocco). 

La directora intenta encontrar recursos visuales que nos introduzcan en los miedos del personaje principal, que a veces se enfrenta a sus vecinos en una especie de referencia hitchcockiana, pero lo cierto es que no encontramos ideas demasiado brillantes en la ejecución de esta representación psicológica. Y al final tenemos la impresión de haber iniciado un viaje que nos ha llevado de vuelta al principio, lo cual acaba siendo frustrante. 


MLK/FBI y Notturno han sido preseleccionados para los Oscar 2021 en la categoría de Mejor Largometraje Documental. 
Quo Vadis, Aida? y Otra ronda han sido preseleccionados para los Oscar 2021 en la categoría de Mejor Película Internacional. 



08 febrero, 2021

Rotterdam 2021 - Parte 5: Ser diferentes

Ha llegado a su final la última edición del Festival de Rotterdam, que en su cincuenta aniversario se ha enfrentado a dos retos importantes: una nueva directora artística y una necesidad de adaptarse a las circunstancias que ha provocado la pandemia del coronavirus. Vanja Kaludkerjic, que era hasta el momento Jefa de Adquisiciones de la plataforma MUBI, pero ha trabajado anteriormente en festivales como Sarajevo, CPH:DOX o Cinema du Reel, se convirtió en marzo de 2020 en la nueva responsable del festival. Por otro lado, la necesidad de adaptarse a unas muy férreas medidas de contención del coronavirus por parte de Holanda, ha hecho que se haya decidido, como comentamos en nuestra anterior crónica, dividir el festival en dos etapas, la que acabamos de ver, y una más presencial en el mes de junio, que servirá de celebración del 50 aniversario y la programación de secciones no competitivas. 

El Jurado también ha señalado los ganadores en las dos principales secciones competitivas. El Premio Tiger ha sido para la película india Pebbles (Vinothraj P.S., 2021), primera película tamil en ganar un prestigioso premio internacional, mientras que la producción francesa I Comete (Pascal Tagnati, 2021) y la kosovar Looking for Venera (Norika Sefa, 2021), han conseguido los Premios Especiales del Jurado. El Premio VPRO a la Mejor Película de la Sección Big Screen Competition ha sido para la argentina El perro que no calla (Ana Kantz, 2021) y la producción bosnia Quo Vadis, Aida? (Jasmila Žbanić, 2020) ha conseguido el Premio del Público. Esta película también ha logrado este fin de semana el Premio Dragón a la Mejor Película Internacional en el Festival de Gotemburgo, cuya última crónica ofreceremos mañana.  

Tiger Competition

Presentada asimismo en el Festival de Gotemburgo, Liborio (Nino Martínez Sosa, 2021) es la primera película como director del dominicano Nino Martínez, cuya carrera en el cine comenzó cuando se trasladó a Madrid, donde se inició como montador, siendo colaborador habitual del director Jaime Rosales en películas como La soledad (2007) o Tiro en la cabeza (2008), y también en otras producciones como Yo, también (Antonio Naharro, Álvaro Pastor, 2009) o El silencio del viento (Álvaro Aponte Centeno, 2017). La película está basada en la figura de un campesino al que se dio por desaparecido durante una tormenta y que regresó a la aldea en la que vivía como una especie de profeta. Muchos de los campesinos creyeron que había vuelto de la muerte, y en una época como 1916, con el contexto de la intervención de Estados Unidos en República Dominicana, provocó que esta personalidad mesiánica fuera el germen del liborismo, una creencia popular que persiste hoy en día, pero que en su época se transformó básicamente en un movimiento de resistencia campesina contra los invasores norteamericanos. 


Lo que más le interesa al director es el retrato de esta figura de jornalero-curandero en la que se erigió Liborio Mateo. Desde el principio, en la representación de su desaparición literal, se nos cuenta la historia tal como quedó en la memoria de sus seguidores. Hay por tanto en la película un velo de espiritualidad que se fusiona de forma inteligente con la descripción de una realidad en la que los pueblos campesinos comenzaban a sentirse oprimidos por la intervención militar. Y este carácter de Mesías que es capaz incluso de devolver la vida a los muertos, se muestra a través de una fotografía de claroscuros con una gran profundidad no solo visual sino también mística. Pero lo más interesante de la propuesta es cómo el director decide aproximarse a través de la mirada de una serie de personajes que acompañaron a Liborio. Hay momentos en los que se nos cuenta la historia desde el punto de vista de su hijo, que le vio desaparecer, otros en los que el punto de vista se acerca a su amante, a uno de sus seguidores o a un niño al que adopta tras la muerte de su madre durante el embarazo. El protagonista de esta historia se convierte en una especie de personaje secundario, pero que sobrevuela la textura, la narrativa y el sentido espiritual de la película. Curiosamente, aun siendo él mismo montador, Nino Martínez Sosa ha contado con el prestigioso Ángel Hernández Zoido como co-editor. Liborio es una película muy hermosa en su superficie y muy profunda en su contenido. 

Otro de los títulos interesantes de esta sección es Black Medusa (Ismaël, Youssef Chebbi, 2021), una producción tunecina que se ha puesto en marcha en muy poco tiempo, dos semanas de escritura de guión, dos meses de preproducción y solo 12 días de rodaje con un equipo mínimo. Una urgencia en terminar esta película que también se traslada de alguna manera a las imágenes, a los encuadres y a la agilidad del montaje. La historia tiene un claro paralelismo con la reciente Promising young woman (Emerald Fennell, 2020), porque sitúa a una mujer que se deja seducir cada noche por hombres, pero que en realidad tiene en mente una venganza contra ellos. En este caso, la protagonista es sordomuda, lo que le proporciona también una proyección de debilidad, y al mismo tiempo representa la visión que muchos hombres tienen de las mujeres. 


Aparte de la capacidad para componer una película con interesantes recursos visuales en tan poco tiempo, uno de los mayores atractivos de Black Medusa son sus referentes cinematográficos. La propuesta se alimenta principalmente del cine de femme fatales del Hollywood de los años ochenta, y encontramos una cierta reminiscencia de títulos como Vestida para matar (Brian DePalma, 1980) o Ms. 45 (Abel Ferrara, 1981), pero con una mayor aproximación desde el punto de vista visual al segundo que al primero. La estructura se divide en diferentes noches, que marcan la transformación de la protagonista, una especie de heroína que mantiene una doble personalidad. Durante el día es una mujer con cierto aire tímido, mientras que por la noche se convierte en una cruel asesina que poco a poco irá perdiendo el control (está rodada con un gran sentido del suspense la noche en la que su aliento de venganza se descontrola). Y también es durante el día cuando de alguna forma encuentra cierto aliento en esa asfixia que la invade, desde el momento en el que conoce a una compañera de trabajo, que sirve a los directores para introducir un elemento interesante en torno a la homosexualidad en una ciudad como Túnez. Black Medusa tiene por tanto diversas lecturas esobre la mujer en la sociedad tunecina que están muy bien captadas por dos directores masculinos. 

Estos retratos de mujeres también están presentes en las siguientes películas que comentamos. Looking for Venera (Norika Sefa, 2021) habla también de esta posición femenina en un universo prácticamente manejado por hombres. En este caso, la directora kosovar muestra en su debut una historia que tiene que ver con su propia experiencia como adolescente en una familia que vive hacinada en una pequeña ciudad de Kosovo, donde la necesidad de compattir espacio todos juntos impide disponer de ese lugar de privacidad que anhela la protagonista. Esta joven, que encuentra cierto aire de libertad cuando se relaciona con una amiga más deshinibida, sufre cada día una cierta actitud de menosprecio por parte de los hombres. Es una familia y un entorno en el que por tener sexo masculino está casi todo permitido (a los niños, por ejemplo, cometer actos de crueldad con los animales), mientras que por ser mujer se presupone una cierta decencia y obediencia frente al resto. 


La película no plantea grandes dramas ni ocurren hechos especialmente impactantes, lo cual es también una de sus principales virtudes. Porque es más profunda la huella de esa humillación latente, que se ha hecho natural, que se asume como algo que es así porque la sociedad es de esa forma. Pero la protagonista tiene un anhelo de proyección personal que va más allá de ese entorno asfixiante. Es interesante la decisión de la directora de utilizar un encuadre "imperfecto", en el que las figuras se cortan, a veces la acción tiene lugar de fuera de campo y solo vemos la reacción de algún personaje. Y la joven adolescente protagonista está muchas veces encuadrada hacia un lado de la pantalla, como queriendo "salir" también de la imagen física, en una inteligente metáfora visual de su necesidad de huida. 

Casi podríamos visionar en un programa doble esta película con Bebia, à mon seul désir (Juja Dobrachkous, 2021), una producción georgiana que también está protagonizada por una adolescente que, ella sí, ha conseguido salir de su asfixiante entorno familiar, y comenzar una vida como modelo en la capital Tiflis. Pero en este caso no se habla de un sentimiento asfixiante provocado por una atmósfera patriarcal, sino matriarcal. Aquí las que avivan esa vida sofocante son la madre y la abuela. Y precisamente el fallecimiento de esta última provoca la necesidad de que la joven regrese a su hogar para cumplir con un rito ancestral que está conectado con el mito griego de Ariadna, quien, enamorada de Teseo, desenrolló un ovillo de hilo para que pudiera escapar del laberinto del Minotauro. En este caso, la tradición indica que la más joven de la familia debe desenrollar un ovillo desde el lugar donde un familiar ha muerto hasta su hogar, para que el alma pueda encontrar el camino de regreso. 


Rodada con una fotografía en blanco y negro llena de matices, en este caso el trayecto no servirá tanto para liberar a un amante, sino para encontrar ella misma el camino hacia la aceptación de su propia fragilidad en un entorno de mujeres fuertes pero también intransigentes. Ella misma también lo es, pero en su huida del hogar encuentra una forma diferente de mostrar su fortaleza. La directora introduce una narración zigzagueante, con la introducción de flashbacks que nos muestran la niñez de la protagonista y nos explican en determinados momentos las razones de su necesidad de salir de su entorno. Si bien es cierto que a veces estas secuencias en flashback funcionan como elementos de interrupción de la historia principal, consiguen dibujar con mayor complejidad la personalidad de la protagonista.  

Menos interesante es Mayday (Karen Cinorre, 2021), una película que comienza como si se tratara de una versión de "Alicia en el país de las maravillas" (Lewis Carroll, 1865), pero en esta ocasión la protagonista en vez de caer por la madriguera de un conejo se introduce en el interior de un horno que la lleva a una especie de realidad paralela habitada por mujeres soldado que están en continua guerra contra los hombres. Si la propuesta es así de "sutil", solo hay que imaginarse lo que viene a continuación. La directora y guionista construye una especie de relato  misándrico bastante simplista e infantil, con escenas ridículas como un número de baile que provoca vergüenza ajena. Algo tendrá sin embargo cuando ha sido seleccionada en los festivales de Sundance y Rotterdam, pero nosotros no lo hemos encontrado.

Big Screen Competition

Sin duda, una de las mejores películas de esta edición del Festival de Rotterdam ha sido El perro que no calla (Ana Kantz, 2021), sexta película de la directora argentina que nos presenta una historia, también rodada en blanco y negro, construida en torno a diversas etapas en la vida de un joven. Protagonizada por el hermano de la directora, Daniel Kantz, que ofrece una interpretación sutil de este personaje que intenta encajar de la mejor forma en la sociedad, el comienzo de la película (el fragmento dedicado a la perra del título) está dotado de un humor absurdo pero muy punzante sobre cómo nuestro entorno a veces impone reglas que son contradictorias. Y de alguna forma la historia gira en torno a la dificultad de aceptación dentro de esa sociedad compartimentada de un tipo de hombre que tiene la sensibilidad suficiente como para no querer abandonar a un animal que sin embargo le enfrenta continuamente a la "normalidad del civismo". 


Pero El perro que no calla encuentra un equilibrio en ese tono de comedia que al mismo tiempo es agridulce mostrando diversos pasajes a lo largo de la vida de este joven, que le llevan a tener diferentes trabajos y a tratar de encontrar un espacio de comodidad. Curiosamente, la película se convierte sin pretenderlo en una metáfora de la situación actual que vivimos en una sociedad adaptada a una situación de anormalidad. Y, de hecho, la primera impresión cuando se ven algunos fragmentos que están realizados con animación, es que al rodaje le afectó la llegada del coronavirus y tuvieron que completarlo de esta forma. Pero la película se rodó en 2019, por lo que se trata de una simple decisión creativa. 

En lo que sí establece una conexión directa con nuestra realidad actual es cuando ocurre un hecho sorprendente que también obliga a cambiar la forma de vivir. Casi como una premonición afortunada, podríamos decir que lo que ha cambiado es nuestra percepción de este hecho fortuito, que seguramente si hubiéramos visto antes de la pandemia lo habríamos sentido como más extraño e incongruente que como lo percibimos ahora. El perro que no calla trasciende, por tanto, su propia condición cinematográfica para hacernos reflexionar sobre de qué forma han cambiado nuestras vidas. Podríamos decir que es incluso más certera que muchas otras películas y documentales que se han realizado en los últimos teniendo el coronavirus como tema central. Es, casi, una película terapéutica. 

Desde Hong-Kong se presentó Drifting (Jun Li, 2021), que adapta la historia real de un grupo de personas sin hogar que fueron violentamente expulsadas de las calles de la capital, y decidieron demandar al Ayuntamiento. Habitantes de una zona bajo los pasos elevados de Sham Shui Po, la película se acerca a las circunstancias políticas en torno a esta demanda, pero sobre todo ofrece un retrato de la vida en la calle de estas personas que por diferentes circunstancias se ven obligadas a convertir el asfalto en su hogar. El rodaje tuvo lugar en el mes de noviembre de 2019, justo en el momento de mayor apogeo de las protestas sociales en Hong-Kong y, aunque éstas no se muestran explícitamente, esa necesidad de rebelarse contra una sociedad impuesta sobrevuela durante toda la película. El problema es que la cinta se hace demasiado discursiva, hay mucho diálogo que trata de explicar (casi como si los espectadores necesitáramos ser guiados), lo que disminuye la eficacia de su propuesta. 

El reconocido director del documental Buscando la perfección (Julien Faraut, 2018), en torno a la figura del tenista John  McEnroe, ha presentado en Rotterdam su nueva película, Les sorcieres de l'Orient (Julien Faraut, 2021), que esta vez se acerca al equipo femenino de voleibol japonés que consiguió la Medalla de Oro en los Juegos Olímpicos de 1964. Aunque en teoría es un tema que no es tan atractivo como el de su anterior película, lo cierto es que se trata de una historia curiosa protagonizada por un grupo de mujeres que alternaban su trabajo en una fábrica con los entrenamientos deportivos, encabezados con mano férrea por su entrenador Hirofumi Daimatsu. Hasta llegar a su máximo logro, el equipo consiguió 258 victorias a nivel internacional, y resulta sorprendente ver a cinco de estas jugadoras, ya ancianas, mantener todavía el contacto y una cierta actividad deportiva. 


El director aprovecha bien el diverso material de archivo con el que cuenta, desde imágenes de los entrenamientos hasta los partidos más importantes, entre ellos la tensa final de los Juegos Olímpicos contra el equipo ruso. La victoria de este equipo femenino en un año en el que la sede era Japón se convirtió en un ejemplo de orgullo nacional. Pero también introduce algunos elementos de animación en el relato, aprovechando que se realizaron incluso series de televisión manga con el equipo. Esto aporta una agilidad visual al documental que es muy atractiva, y que hace discurrir la historia con interés. Sin embargo, no profundiza demasiado en aspectos que no son los puramente deportivos, y quizás en esto frena su dimensión como relato. 

The year before war (Dāvis Sīmanis, 2021) es la última película de este historiador letón que propone una especie de viaje kafkiano en el año 1913, el año antes de que estalle la I Guerra Mundial, protagonizado por un botones al que constantemente confunden con un tal Peter (que en cierta manera se revela como una especie de doppelgänger, un doble fantasmagórico) que provocará una huida a través de una Europa caótica durante un año, empezando en Riga y pasando por París, Praga o Viena, hasta acabar un año después en el lugar en el que comenzó. Y en este recorrido, que es una especie de proceso de madurez de un adulto, encontrará personajes relevantes como Lenin o Freud, que están descritos de una manera caricaturesca.


Hay, de hecho, una representación algo carnavalesca de esta Europa en crisis que conducirá irremediablemente a la guerra, como si esta circunstancia fuera algo inevitable, motivada por los egos y los nacionalismos. El viaje se va haciendo cada vez más surrealista, mostrado a través de un espléndido trabajo de fotografía en blanco y negro, casi expresionista, por parte del director de fotografía Andrejs Rudzāts. Pero este trayecto es también psicológico, representado en imágenes metafóricas como esas dunas nevadas en Siberia. Y aunque el trayecto desde el punto de vista formal puede dejarnos exhaustos, la representación de este proceso de madurez en mitad de una sociedad que no parece serlo acaba resultando singularmente lúcida. 



07 febrero, 2021

Rotterdam 2021 - Parte 4: Paisajes

Estamos en la última jornada del Festival de Rotterdam y la penúltima crónica de las que hemos realizado por su programación disponible para la prensa (hay algunas películas que se nos han vetado). El Festival de Rotterdam se ha convertido este año en una propuesta online que también ha tenido algunas pinceladas en las calles de la capital, y que se extenderá hacia una serie de eventos entre el 2 y el 6 de junio para celebrar el 50 aniversario del Festival. Esta extensión, que pretende ser presencial, acogerá las secciones no competitivas Bright Future y Harbour, y también pretende reunir a ganadores de los premios principales a lo largo de su historia, como celebración de su cincuentenario. Todo ello dentro de las posibilidades que el desarrollo de la pandemia y las medidas que adopte el gobierno holandés, que es uno de los más contundentes en Europa, les permita.  

Esta permanencia de los festivales como eventos que pueden ser presenciales, pero también tener una importante  difusión online, comienza a tomar fuerza como una posible fórmula que pudiera mantenerse en el tiempo. A continuación, seguimos comentando algunas de las películas que han pasado estos últimos días por la programación del festival. 

Tiger Competition

El actor francés Pascal Tagnati ha debutado como director con la película I comete - A corsican summer (2021), que nos traslada a un pequeño pueblo de Córcega durante el  verano. Uno de esos pueblos costeros en los que se mezclan los habitantes locales y los turistas. Pero la película está dedicada principalmente a los primeros, creando un mosaico de voces a las que va acompañando en conversaciones, encuentros y a veces también algunas disputas, en fiestas locales o en escapadas a la playa. No hay un argumento principal, sino una acumulación de momentos en los que se describe a través de sus personajes y sus diálogos una personalidad latente de una zona que en los últimos años ha tenido cierta trascendencia en Francia por sus sentimientos nacionalistas, pero cuya lectura política está ausente de esta película. 


Solo en el encuentro entre una abuela y un joven africano que fue adoptado por su familia, encontramos un nivel diferente de exposición de la realidad, más intelectual, más relacionado con la historia colonial y con los antepasados corso-africanos. Precisamente este personaje adoptado, funciona de alguna manera como un vehículo de unión entre las diferentes escenas, le vemos en muchos momentos, muchas veces no implicado directamente pero sí como observador. Una especie de representación de ese pasado que ha marcado la idiosincrasia de Córcega. La película se desarrolla con ligereza, con buen ritmo y con imágenes perfectamente encuadradas en una espléndida fotografía de Javier Ruiz Gómez. 

También funciona como retrato de una forma de vida la producción india Pebbles (P.S. Vinothraj, 2021), que se desarrolla en una zona del desierto situada en la franja de Tamil Nadu. La historia acompaña a un padre borracho y maltratador que recoge a su hijo pequeño de la escuela para llevarlo a la aldea donde se encuentra su esposa para recuperarla después de una noche de maltratos. Esta descripción del personaje principal pone en evidencia una forma de ser machista que solo encuentra en la actitud de las mujeres una forma de apaciguarse, en una especie de círculo vicioso que se repite de vez en cuando. 

Lo que mejor retrata la película, que es un cuento pequeño, es la influencia del paisaje árido, del sol constante, en la personalidad de los habitantes del desierto. Hay algunas descripciones radicales de la vida de supervivencia, como la caza de ratas o la larga espera hasta que se pueda terminar de sacar agua de un pozo que permita una especie de baño. En este caso, los personajes son explicados por el entorno, que los moldea en una forma tan árida como el propio paisaje. El director maneja bien la cámara en planos secuencia que acompañan a padre e hijo por el desierto, pero también en secuencias con más personajes como la que tiene lugar en la primera aldea. Pero a pesar de sus 76 minutos, la duración se hace larga para el alcance de su propuesta. 

Agate mousse (Selim Mourad, 2021) es la tercera entrega de una trilogía del director libanés que tiene sus precedentes en dos cortometrajes: Linceul (2017) y Cortex (2018), en los que el realizador incorpora situaciones ocurridas en su país para transformarlas en lecturas con cierto aire poético sobre su propia persona y sus circunstancias. En su discurso influye el hecho de que esta tercera entrega haya sido rodada durante 2020, un año complejo para Líbano que comenzó con las protestas masivas que se iniciaron en octubre de 2019 debido a un impuesto a los mensajes instantáneos de móvil y que acabaron con la dimisión del primer ministro Saad Hariri. Durante 2020 la moneda local del país cayó hasta tal límite que tuvo que declararse en bancarrota. Y, para rematar, el 4 de agosto se produjo la terrible explosión en el puerto de Beirut provocada por el almacenamiento irresponsable de nitrato de amonio (un fuerte explosivo químico) durante seis años. Y, por supuesto, la pandemia del coronavirus. 

De alguna forma, esta propuesta, que tiene más de poética que de narrativa, asume todos estos desastres para ser representados, no en su propia condición, pero sí de forma simbólica. Selim Mourad, protagonista de su propia historia, se presenta como un personaje en la consulta de un médico que le descubre un bulto en sus testículos. Pronto, el director muere para volver a la vida, se mira a sí mismo en sus antepasados y representa a su país en su propio cuerpo, habitualmente desnudo, pero también en sus relaciones esporádicas con otros hombres, o en aquellos que han decidido huir de la ciudad para reconectar con la naturaleza. Este poema audiovisual es un lúcido retrato de una sociedad que se encuentra perdida y asfixiada. Es la búsqueda de las preguntas para obtener las respuestas.    

Big Screen Competition

También en un terreno poético se desarrolla Archipel (Félix Dufour-Laperrière, 2021), una de las propuestas más hipnóticas que hemos visto en esta sección del Festival de Rotterdam. Podríamos definirlo como una especie de documental animado, pero que tiene un discurso más abstracto que realmente narrativo. La película presenta un diálogo de dos voces en off, una masculina y otra femenina (ella se convertirá en única narradora en otros momentos), que hablan sobre el Saint Lawrence River y las islas que se van formando a su paso. Es un territorio soñado, pero que al mismo tiempo conforman el pasado y el presente de Quebec. 

Como en su primer largometraje, Ville Neuve (Félix Dufour-Laperrière, 2018), la animación está dibujada y pintada a mano por un pequeño equipo de animadores en Montreal, durante un periodo de producción de aproximadamente dos años. Y este trabajo de escala pequeña ha producido sin embargo una imaginativa recreación visual y textual que explora la historia (a veces violenta) de la colonización y la industrialización. Se establece un diálogo entre imagen y texto en la que no está claro cuál de ellas estimula a la otra, en una hermosa simbiosis que nos atrapa desde el principio. Es una reflexión en torno al espacio geográfico, a la política y la historia (a veces utilizando imágenes de archivo), que quizás no obtenga respuestas pero sí plantea interesantes dicotomías. 

Una de las películas adquiridas recientemente en el Mercado de Rotterdam ha sido Sexual drive (Kôta Yoshida, 2021), que ha comprado la compañía afincada en Amsterdam Fortissimo Films para su distribución internacional. Se trata de un tríptico que plantea una relación erótica entre la comida y la atracción sexual. Pero a pesar de su título y de su sinopsis, no es una película que busque la proyección explícita del sexo, sino que establece tres pequeñas historias de humor en las que las relaciones personales conectan con tres comidas características de Japón.

En la primera historia, "Nattõ", hay un encuentro entre un hombre casado y el amante de su mujer que desemboca en una especie de representación de un cunnilingus con una caja de nattõ, soja fermentada con un olor bastante desagradable pero que los japoneses toman como un frugal desayuno. Después veremos, en una simulación de anuncio publicitario, a la esposa comiendo nattõ de una forma ciertamente erótica. El segundo episodio, "Mapo tofu", tiene que ver con una cierta representación del sadomasoquismo, a través de la preparación de este plato originario de China pero que se ha hecho popular en Japón. Y el tercer fragmento "Ramen con grasa extra", muestra una sucesión de degustaciones de ramen con sorbos ruidosos que evocan en la protagonista de la historia una especie de manera lasciva de comer. 

En las tres partes de esta película hay un elemento común, el personaje de Kuri, amante en la primera parte, que estará presente de manera secundaria en las dos siguientes. Su nombre tiene un doble sentido erótico, porque en japonés clítoris se dice "kuri-torisu". Este juego constante entre el impulso sexual y tres platos que además tienen una fuerte resonancia en los sentidos, por su olor, su sabor o el sonido que se hace al comerlo, es lo más interesante de una propuesta que, sin embargo, en el plano narrativo tiene deficiencias que no terminan de construir una película con una cohesión interna que conecte los tres fragmentos.

También hay un juego cinematográfico en la producción turca The Cemil Show (Bariş Sarhan, 2021), que se plantea en la superficie como una comedia ligera sobre un hombre que se obsesiona con el protagonista de varias películas Yeşilçam, producciones turcas de los años 70 con un cierto aire a las blaxploitation norteamericanas. Pero que en realidad construye un estudio psicológico sobre la locura conforme el tono de comedia se va haciendo cada vez más débil. El protagonista, Cemil, sueña con convertirse en un actor famoso como Turgay Göral, pero también en conseguir una personalidad tan hipnótica como la que tiene en sus películas. La realidad de la vida más o menos anodina de Cemil Show se mezcla con las escenas que ve en viejas cassettes, mientras la propuesta visual del director también mezcla sonidos e imágenes de ambos. 

Si bien en la primera parte la propuesta no termina de funcionar, con personajes y situaciones histriónicas y un sentido del humor algo infantil, a partir del momento en el que protagonista asume que se encuentra más cómodo en la figura de villano que de héroe, que es el momento en el que su desequilibrio mental comienza a hacerse más patente, es cuando la película adquiere una dimensión nueva. Sí, puede parecer una especie de Joker (Todd Phillips, 2019) turco, pero el paralelismo entre estos dos personajes que encuentran en la encarnación de la maldad una representación de su propia psique es simplemente anecdótica. La mirada del director turco se detiene más en la delgada línea entre lo que se quiere aspirar a ser y lo que se puede llegar a ser, y en este sentido logra una propuesta atractiva. Esta película tiene como precedente un cortometraje, The Cemil Show (Bariş Sarhan, 2015), que el director realizó con el mismo actor como protagonista, durante el proceso de desarrollo de esta historia, y que sirvió de ensayo del retrato del personaje y la puesta en escena. 

Limelight

Hace unos años no había festival de cine que se preciara (incluidos los grandes festivales) que no incluyera una película de vampiros en su programación. Aunque esa moda ha pasado, Rotterdam apuesta por recuperar el género a través de una producción que es holandesa, lo cual explica en parte su inclusión en esta sección. Dead & beautiful (David Verbeek, 2021) quiere ser una versión moderna, desacomplejada, del mundo vampírico a través de un grupo de pijos que, tras una extraña ceremonia liderada por una especie de chamán, se ven al día siguiente convertidos en vampiros. La forma en que cada uno asume su condición es, en buena parte, el centro de la película, porque no hay demasiada acción, sino más bien un juego de suspense y una atmósfera tenebrosa. La película utiliza las referencias cinematográficas como elemento de desconexión con el mito del vampiro (ellos asumen por el cine que la luz del sol resulta perjudicial, pero comprobarán que no es así), y también hay una interesante reflexión sobre la representación cinematográfica (uno de los jóvenes comienza a grabarse en video, en una especie de "diario vampírico" mientras otra de las componentes del grupo utiliza las redes sociales). También hay una curiosa reutilización de elementos que ahora son cotidianos como las mascarillas para terminar de componer esta representación vampírica moderna.

Pero la película se toma demasiado en serio a sí misma, y la falta de desarrollo de esta transformación (que, todo hay que decirlo, se termina explicando) hace que resulte aburrida, porque la construcción de los personajes no es lo suficiente robusta como para que su evolución pueda ser algo más que una versión mediocre de Underworld (Len Wiseman, 2003). Al final, lo que plantea el director es una reflexión en torno al poder, que está representada a través de una serie de flashbacks en los que se nos cuenta que una de las familias consiguió su riqueza a base de esquilmar las tierras de sus pobladores indígenas. En realidad, cuando los protagonistas asumen que son depredadores no es porque acepten una realidad que no pueden cambiar, sino porque sus antepasados ya eran depredadores... económicos. En todo caso, la película no consigue redondear esa supuesta relectura del género que parece pretender, pero será un título del que se hablará este año, teniendo en cuenta que ya la plataforma norteamericana Shudder ha comprado los derechos de distribución internacional.  


06 febrero, 2021

Gotemburgo 2021 - Parte 4: Mujeres que hablan sobre mujeres

En nuestra crónica de ayer comentábamos algunas de las ideas comentadas durante varios encuentros profesionales que se han celebrado en Rotterdam, en relación con la forma en que la pandemia ha modificado los hábitos de consumo, y la necesidad de una transformación en la producción, distribución y exhibición cinematográficas. Este es quizás el tema de estudio más importante que se viene realizando en los festivales de principios de este año. En el Mercado de Cine de Göteborg se ha hablado también de ello, y ha sido el objeto principal del Informe Nostradamus de 2021, un estudio en torno a la industria audiovisual que se presenta desde hace ocho años, y que ofrece un análisis a través de entrevistas a expertos. El título del Informe Nostradamus 2021 es "Transformando juntos la narración de historias", y ofrece una visión a cinco años vista de en qué forma va a cambiar la industria. 

Entre las conclusiones, se establece la necesidad de una creciente innovación que permita, por ejemplo, la implementación de una producción virtual que se normalice dentro de la industria, lo que permitirá que se produzca de una forma más homogénea, que se enfoquen los proyectos a una exhibición multiplataforma y que se abaraten los precios para la realización de proyectos audiovisuales. Sobre la exhibición, se prevé que haya una importante transformación, pero no una desaparición. Seguirán existiendo salas de cine para producciones de gran presupuesto y especialmente destinadas a un rango de edad menor de 25 años, mientras que posiblemente el cine más independiente y más artístico encontrará poco espacio en la exhibición tradicional, siendo las plataformas digitales especializadas las que acojan estos estrenos. Finalmente, los festivales de cine, las actividades multidisciplinares y algunas pantallas especializadas serán las que apoyen este tipo de producciones, que sin embargo tendrán su principal ventana de exhibición en las plataformas digitales, cuyo crecimiento está lejos de detenerse en los próximos años. 

Competición Internacional

Una de esas películas que quizás no encuentren acomodo en una sala de exhibición tradicional podría ser Beginning (Dea Kulumbegashvili, 2020), que sin embargo es una de las producciones de las que más se ha hablado el año pasado, tras su Premio FIPRESCI en el Festival de Toronto y sus cuatro premios (Concha de Oro, Concha de Plata a la Mejor Directora, Concha de Plata a la Mejor Actriz y Premio Especial del Jurado) en el Festival de San Sebastián. Ya estrenada en España en el mes de diciembre, la película se presenta a competición en Göteborg y también en la Sección Limelight del Festival de Rotterdam. Beginning es una de esas películas que recibe comentarios muy drásticos, tanto para bien como para mal. Producida por Carlos Reygadas, su estilo visual a base de largos planos secuencia, recuerda al cine del director mexicano, aunque menos elaborados en su ejecución. 

Esta historia de humillación de la protagonista de alguna forma conecta con el mito de Medusa, que fue violada y más tarde convertida en un monstruo, con capacidad para convertir a aquél que la mirara en piedra. Pero esta interpretación del mito transformado en monstruo proviene de la narrativa masculina, mientras que en la mitología griega original se la consideraba una musa. Esta tergiversación del punto de vista, siempre desde la visión patriarcal, es la que predomina también en la propuesta de la directora georgiana. El marido de la protagonista ve también un signo de culpabilidad en la violación que sufre: "¿Cómo le has permitido que te violara?". Y esa posición secundaria, de objeto en vez de sujeto, es la que va construyendo un personaje complejo a pesar de su aparente inexpresividad (espléndido trabajo de la actriz Ia Sukhitashvili). La directora maneja con precisión los fuera de campo, esos espacios al margen de lo que vemos en la pantalla (el formato 1:33 también contribuye a una sensación claustrofóbica) en los que se esconde la amenaza. Quizás el hecho de situar la acción en una comunidad religiosa de los Testigos de Jehová le quita cierta eficacia al discurso, como si fuera necesario que la opresión se alimente de un entorno de pensamiento radical. Pero se trata sin duda de un magnífico ejemplo de cine reflexivo e incómodo. 

Desde una experiencia personal, la directora de Slalom (Charlène Favier, 2020) construye un drama en torno a una adolescente practicante de esquí que aspira a llegar a los Juegos Olímpicos de Invierno, y que es seleccionada en un prestigioso club deportivo. Viendo sus posibilidades como deportista, su entrenador se implica de forma cada vez más personal en el entrenamiento de la joven, lo que provocará que la línea divisoria entre maestro y pupila sea cada vez más difusa. Como ya vimos en Tigers (Ronnie Sandahl, 2020), una de las primeras películas de las que hablamos en nuestras crónicas del Festival de Gotemburgo, el deporte es un contexto, pero también un pretexto para hablar de temas más amplios. Existe la presión de la competición, la necesidad de ser el mejor entre los mejores, lo que supone también renunciar a una vida normal. 

La película tiene el sello de la selección oficial del Festival de Cannes, y se adentra pronto en un tema mucho más complejo. La relación que se establece entre el entrenador y la aspirante cruza el límite de lo profesional. Él ha sido una estrella del deporte que debido a una lesión tuvo que retirarse, y de alguna forma proyecta en la adolescente sus propios anhelos. Ella está carente de un afecto maternal porque su madre siempre está ausente, siempre tiene que hacer algo más importante que apoyarla en su carrera deportiva. La sombra del abuso se hace patente, y la aceptación de una relación amorosa, en un contexto en el que el abusador no fuerza, pero ejerce su autoridad, se presenta como objeto de reflexión. Es un abuso soterrado, "amable", pero igualmente criminal, desequilibrado. La directora maneja bien los tiempos y los protagonistas, la debutante Noée Abita y el más reconocido Jérémie Renier, construyen bien sus personajes, pero la película no puede evitar la sensación de lo ya visto, de la construcción de un andamiaje que no termina de sostener con eficacia el soporte dramático.  

Competición Ingmar Bergman

Una de las mejores películas que hemos visto en el Festival de Gotemburgo es una pequeña joya que proviene de Escocia. Limbo (Ben Sharrock, 2020) es el debut de su director y tiene como protagonistas a cuatro refugiados que han sido trasladados a unas remotas islas escocesas, un lugar casi deshabitado, con cuatro casas mal contadas que acoge a los emigrantes con amabilidad, pero también con cierta condescendencia. El personaje principal es un músico sirio que mantiene contacto con sus padres, que se quedaron en Turquía, y con su hermano, que decidió permanecer en Siria para luchar. Una herida en la mano le impide tocar el laúd, con el que se convirtió en un reconocido intérprete en su país antes de la guerra, pero parece más bien que se trata de una excusa que convierte al instrumento, que lleva siempre consigo en una maleta, en su conexión con Siria, pero también en su incapacidad para volver a tener una vida normal. "Un ataúd del alma", como lo describe su compañero iraquí homosexual, que ha huido de su país porque fuera de él "puedo ser quien soy". 

Lo que hace de esta película especial es su sentido del humor agridulce, su economía de recursos en la planificación que utiliza un formato 1:33 pero que construye encuadres muy bien elaborados. El contexto de esta pequeña localidad convertida en refugio de refugiados también es utilizado por el director para escenas de una comicidad seca, pero muy efectivas. El estilo de Ben Sharrock nos recuerda en ciertos momentos a las mejores películas de Aki Kaurismäki. La primera escena, chocante pero muy divertida, muestra a dos profesores como si estuvieran bailando en una discoteca, que en realidad pretende ser una lección sobre cómo se debe tratar a una mujer respetando los límites de la educación. Esta comicidad del momento esconde, sin embargo, un subtexto muy crítico, por el hecho de tener que "educar" a los refugiados, una predisposición a pensar que por provenir de países árabes son abusadores. Las lecciones que imparten estos profesores son algunos de los momentos más divertidos de la película. 

Pero esta comedia agridulce se va haciendo menos dulce y más agria conforme se desarrolla. La eterna espera de los protagonistas en esas remotas islas mientras se decide su situación legal se convierte en una especie de prisión al aire libre. Una de las secuencias icónicas de esta magnífica historia es la llegada del cartero a las cuatro casas que rodean la que habitan los inmigrantes. Este lugar amable pero recóndito se convierte en un anhelo de una vida nueva, mientras la lejanía  de su familia va medrando poco a poco la moral del protagonista. La cabina de teléfono en medio de la nada representa también la inanidad de una vida que no tiene un futuro claro. Limbo es una película espléndida, pequeña en su forma pero grandiosa en su contenido. 

Competición Nórdica

Quizás uno de los títulos más controvertidos de este año va a ser Pleasure (Ninja Thyberg, 2021), producción sueca que ha impactado en su reciente proyección en el Festival de Sundance. Ha impactado a la crítica norteamericana, no demasiado habituada a ver genitales masculinos en una pantalla. Basada en su cortometraje Pleasure (Ninja Thyberg, 2013) que se centraba en una sesión de rodaje de una película pornográfica, la directora amplía la historia de una de las protagonistas, y la acompaña en su aventura hacia Los Angeles para tratar de convertirse en una estrella porno. Hay una escena en la película en la que una de las pocas amigas que consigue tener, le pregunta: "¿No quieres ver nada de Los Angeles aparte de un set de rodaje?", y ella le responde que no. Su objetivo está muy claro, y hará lo que tenga que hacer para conseguirlo. 

Pleasure, que también tiene el sello de la selección oficial del Festival de Cannes 2020, es una incursión en la industria de la pornografía que se diferencia de sus predecesoras en la deconstrucción del poder masculino. Es evidente que uno de los temas que pretende mostrar la directora y guionista es esa especie de misoginia que prevalece en una industria principalmente manejada por hombres (los directores, los agentes, los actores mejor pagados...). Y aunque esto parece un lugar común, es un lugar común que es cierto. Por eso algunos de los personajes que aparecen en la película están interpretados por ellos mismos, como el agente Mark Spiegler, uno de los más influyentes de la industria. 


Hay mucho sexo en Pleasure, escenas de rodaje en las que la protagonista es maltratada, violada y abusada "con su consentimiento". Ninja Thyberg se esmera en mostrar con realismo los infinitos protocolos de aceptación, seguridad y limpieza que se marcan en una escena porno antes de rodar. Pero de alguna forma estos protocolos tienen una cierta superficialidad, transmiten una sensación de burocracia que hay que quitarse de encima lo antes posible. En una escena de trío de dominación, cuando la protagonista (valiente trabajo de la debutante Sofia Kappel), se siente agobiada por los abusos que sufre, decide detener el rodaje mientras los actores y el director tratan de consolarla. Pero este consuelo se hace también agobiante, condescendiente, es casi más abusivo que la propia escena sexual. 

Este es uno de los logros de la película. Ninja Thyberg consigue que las escenas de sexo sean de todo menos eróticas. Y toma la decisión, que es también valiente dentro de un cine comercial patriarcal, de no mostrar desnudos femeninos, excepto en siluetas, y sin embargo exhibir desnudos masculinos en todas las escenas sexuales. De esta forma, la directora se libera (y nos libera) de los lugares comunes de las películas que hablan de la industria del porno, y al mismo tiempo que muestra la superioridad del hombre en esta industria, lo reduce al objeto sexual al que las mujeres son sometidas. Pero esta película, cuyas escenas a veces pueden ser difíciles de contemplar, no tiene una conclusión optimista. La protagonista solo podrá conseguir su objetivo cuando adopte una actitud masculina, una posición de poder sin contemplaciones. 

Competición de Documentales Nórdicos

La necesidad de una lucha continua contra el posicionamiento de la mujer en la sociedad está presente también en el documental Be my voice (Nahid Persson, 2021). Pero en una sociedad como la iraní, reivindicarse como mujer puede llevarte a la cárcel. La directora de esta producción documental, de origen iraní, reside en Suecia, y centra su película en Masih Alinejad, una activista feminista también iraní que vive en Nueva York. La protagonista viene protagonizando desde hace años, desde que podía vivir en su país, una campaña en contra de la obligación impuesta de llevar el hiyab, utilizando las redes sociales para transmitir sus opiniones. Es una persona extrovertida, quizás un poco histriónica, pero sobre todo hiperactiva, una especie de adicta a las redes sociales (siempre móvil en mano) pero en esta ocasión con un mensaje importante que difundir. Su personalidad quizás resulta excesiva y no favorece al documental, pero su activismo es necesario e importante. 

La reivindicación de la libertad de la mujer en una sociedad como la iraní es peligrosa. Vemos muchas escenas de mujeres iraníes que deciden quitarse el hiyab como acto de rebelión y son atacadas por los hombres, verbal y físicamente. En el documental se ponen de manifiesto algunas contradicciones de la política occidental, como cuando la Ministra de Comercio de Suecia viajó a Irán y provocó una polémica profunda en Suecia porque se cubrió la cabeza con un pañuelo como "señal de respeto" hacia la delegación iraní. Pero tampoco evita las propias contradicciones de la protagonista, a quien muchos acusan de ejercer el activismo desde la comodidad de una vida segura en Nueva York. El hermano de Masih Alinejad fue encarcelado por el gobierno iraní, y ella misma está amenazada, pero siente que es necesario difundir el mensaje, lo que provoca también una profunda presión psicológica. Tras una intervención en televisión, dice entre sollozos: "Después de lo que acabo de decir, van a matar a mi hermano". Sin ofrecer grandes hallazgos el documental es formalmente tradicional, pero internamente revolucionario.