La programación del Festival Internacional de Cine Documental de Amsterdam continúa online hasta el domingo 6 de diciembre. Si en nuestra anterior crónica mostramos la representación de la realidad a través de miradas colectivas, en esta ocasión nos detenemos en los retratos unipersonales que se dedican a personajes concretos, y que también sirven para establecer el contexto en el que se desarrollan, y de alguna forma una comprensión colectiva de nuestra sociedad.
Oficial Mediometrajes
La directora checa Helena Třeštíkóva tiene una amplia carrera como documentalista y una forma de trabajar metódica que le permite estar produciendo varios documentales al mismo tiempo. Aunque su trabajo más conocido sea Milos vs. Forman (2019), que dedicó al realizador checo, ella es una de las más veteranas y reconocidas directoras de documentales en Europa, habiendo sido la personalidad invitada en la edición de 2018 del IDFA. Este año presenta el estreno mundial de Anny (2020), uno de esos retratos que caracterizan su obra, y que ya ha ofrecido en otros títulos como Marcela (2007), René (2008), Katka (2010) o Mallory (2015). Es lo que ella misma denomina como "time-lapse documentaries", películas que siguen a un personaje desconocido durante varios años para establecer un perfil de vidas ordinarias pero al mismo tiempo fascinantes. La protagonista de su último documental es una mujer que la directora conoció en 1996, cuando rodaba otro documental dedicado a la ONG Risk-Free Pleasure. A sus 46 años, Anny había comenzado a ejercer la prostitución un año antes, y se convirtió en protagonista de un rodaje que se llevó a cabo de forma intermitente hasta 2013, año en el que falleció.
El documental Anny recorre las calles de Praga en la noche, acompaña a su protagonista en el interior de bares que parecen de otra época. Al cabo de los años, Anny alternaba la prostitución con un trabajo como limpiadora en unos baños públicos. Este retrato está realizado a base de fragmentos de su vida, pasando del pasado al presente y volviendo al pasado (notamos en el cambio de formato cómo algunas de las imágenes son fragmentos del documental de 1996), componiendo una visión que funciona como un puzzle, y que está principalmente marcada por el personaje, una mujer madura que habla libremente del sexo, de la vida, de sus hijos a los que no ve... Y también hay alguna mirada nostálgica del personaje hacia la etapa comunista de la República Checa, de la que habla con cierta nostalgia porque, afirma, "entonces todos teníamos trabajo". Aunque reconociendo que alguna vez la habían metido en la cárcel por no trabajar, según las leyes establecidas en la Chequia comunista.
Un proceso parecido ocurrió con la protagonista de Ultimina (Jacopo Quadri, 2020), a quien el director conoció durante el rodaje de su anterior documental, Lorello e Brunello (2017), y que enseguida se convirtió en sujeto principal de su siguiente proyecto. Jacopo Quadri es un excelente editor que trabaja en Italia con algunos de los principales directores, como Gianfranco Rosi, del que ha montado casi todos sus largometrajes. Entre su últimos trabajos en el género de ficción están Il Sindaco del Rione Sanità (Mario Martone, 2019), que vimos en la última edición del Atlàntida Film Fest, y La vida por delante (Edoardo Ponti, 2020), que acaba de estrenar Netflix. Es fácil entender por qué este personaje resultaba tan fascinante para el director, porque es una mujer de ochenta años que vive sola en el pequeño pueblo de Sovana, en la Toscana italiana, y que tiene una energía desbordante. Pero sobre todo tiene ganas de hablar, de contar cosas sobre su vida. "Éramos siete hermanos. Me llamaron Ultimina porque mis padres ya tenían bastantes hijos. Yo iba a ser la última". Pero no fue la última, porque su madre tuvo otra hija más a los 42 años, una edad ya tardía en su época.
Rodado durante dos meses en 2018, Jacopo Quadri regresó a la película en la primavera de este año, durante el confinamiento por el coronavirus en Italia. La distancia en el tiempo le permitió enfrentarse a las imágenes casi como si fuera material antiguo, como escenas encontradas en un archivo cinematográfico. Esto le da una solidez a la forma en que se nos presenta el personaje; ella habla de otra época y parece que habla también desde otra época. El encuadre es siempre abierto, aunque Ultimina es el principal foco de atención. Porque el contexto físico es importante. Vemos su casa, el campo, el cementerio que visita todos los días, despidiéndose luego de los muertos... Y los paisajes de la Toscana callados, que parecen moverse a un ritmo diferente, a una velocidad que contrasta con la urgencia de las grandes ciudades. También importa el contexto temporal: Ultimina habla del papel de la mujer en su época, de cómo su hermano decidía con quién tenía que bailar ella; de su marido alcohólico; de su suegro maltratador. Es un documental que emociona no porque haya escenas pretendidamente emotivas, sino porque la protagonista seduce al espectador como sedujo al director.
En La maison bleue (Hamedine Kane, 2020), el director de origen senegalés-mauritano, afincado en Bruselas, presenta el perfil de otro artista africano, pero que vive en el asentamiento para inmigrantes de Calais, en Francia. Allí desarrolló un espacio artístico denominado The blue house, en el que realizaba algunas de sus creaciones, hasta que fue demolido por las autoridades. Alpha es un joven que trata de encontrar su lugar en la sociedad europea, que trabajó como pescador en Estambul y como recepcionista en un hotel de Grecia, y que tiene como objetivo llegar a Inglaterra: "Allí aceptan el 30% de las peticiones de refugiados. Aquí en Francia, solo el 10%". De alguna manera, La maison bleue se puede considerar como la antítesis de White cube (Renzo Martens, 2020), que comentamos en nuestra segunda crónica del IDFA, porque aquí no hace falta el hombre blanco para descubrir artistas africanos, son ellos los que desarrollan su propia creatividad. Es un documental vitalista por la personalidad de su protagonista, pero al mismo tiempo tiene algo de pesimista, de injusticia frente a las oportunidades. Y esta mirada de un artista desde la cámara de otro artista que sí ha conseguido consolidarse, refuerza esta sensación.
También esta fatalidad de la vida y de las oportunidades se presenta en el mediometraje A boy (Vitaly Akimov, 2020), una producción rusa en la que el director retrata a su propia familia a través de los ojos de su sobrino, un niño de diez años. El joven Stepan cuenta anécdotas sobre su corta vida como si se tratara un cuento, pero en el que las disputas familiares, el abandono de su madre o el alcoholismo de su padrastro son realidades duras. En una escena del documental, vemos a su padrastro durmiendo en el suelo tras una noche de borrachera, mientras las condiciones de la casa parecen insalubres. Viven en una zona degradada de la localidad rusa de Arséniev, una ciudad eminentemente industrial que se encuentra en decadencia. Rodado en un blanco y negro que da la sensación de mostrar otra época, en cierto modo parece una decisión del director para crear una cierta sensación de irrealidad, como las palabras del joven protagonista, que se suponen rodeadas también de ciertas invenciones. A boy es un documental contundente, que encuentra en un contexto de degradación y pobreza una mirada aún inocente, un semblante alegre que contrasta con la rendición frente a la vida de los personajes adultos.
Oficial First Appearance
En el largometraje A way home (Karima Saïdï, 2020) la directora de origen marroquí pero criada en Bélgica se acerca a la intimidad de su relación con su madre, enferma de Alzheimer. Aunque no se explica bien en la película, esta relación parece que era distante hasta el momento en que se detectó la enfermedad de su madre, que se encontraba en un asilo de ancianos en Bélgica. Así que la directora decide desde ese momento visitarla todos los días y retratar a través de la película la vida compleja de esa mujer que tuvo un matrimonio difícil con un hombre que la maltrataba, que decidió separarse y emigrar a Bélgica para iniciar una nueva vida como madre soltera con cuatro hijos, y esforzarse en obtener la nacionalidad belga para impedir que sus hijos pudieran ser deportados. El documental está construido en torno a un diálogo con su madre que es a veces confuso, dada la enfermedad, y que al final se acaba convirtiendo en una especie de monólogo de la realizadora, que habla dirigiéndose a su madre. Karima Saïdï toma la decisión de no mostrar imágenes en movimiento de ella (solo vemos a la madre en fotografías), que la directora explica en el Q&A que se debe a una sensación de intimidad, de no querer mostrar la fragilidad del personaje. Pero esta decisión y la necesidad de construir el monólogo acaba yendo en contra del documental, unido a una explicación algo vaga de cuál ha sido exactamente la relación con su madre. El resultado es frustrante, porque no explica muchas cosas importantes y establece demasiados límites como para resultar cercano y conmovedor.
También en esta sección se presenta Nan (Peng Zuqiang, 2020), que es otro retrato familiar, en este caso del tío del director, un hombre que desde que nació sufre malformaciones físicas que le han hecho dependiente durante toda su vida. El realizador chino rodó durante los dos últimos años que su tío vivió con sus padres en un pequeño apartamento. Se establece una relación impactante cuando vemos a estos dos ancianos que, en vez de ser cuidados por su hijo, son ellos los que, a pesar de su avanzada edad, deben seguir cuidando de él. El documental muestra estas tres vidas al mismo ritmo que se desarrollan, en un piso pequeño, en medio de la monotonía de un día a día que no depara sorpresas, mientras se preparan la comida o miran el televisor durante horas. El tiempo parece detenido en esa casa, mientras el director observa a través de una cámara que también es estática. Solo hay una ocasión en la que él mismo aparece en escena, comiendo junto a sus abuelos y su tío. En medio de esta mirada pausada a un ritmo de vida lento, la película nos hace reflexionar sobre las familias que tienen personas a su cargo, las vidas condenadas a establecer lazos de dependencia y el amor que se desprende de estos lazos.
Oficial Cortometrajes
A través del retrato de una de las víctimas del atentado con bomba que tuvo lugar en la estación de metro de Maallbeek en Bruselas, en el año 2016, el cortometraje Maalbeek (Ismaël Joffroy Chandoutis, 2020) construye una reflexión sobre cómo un acto violento de estas características puede generar una avalancha de imágenes en las redes sociales y los medios de comunicación. Sabina se encontraba en el vagón en el que explotó el artefacto y permaneció durante tres meses en coma, pero cuando despertó el trauma había provocado que su mente borrara cualquier recuerdo de ese momento. Y entonces inicia una búsqueda entre los cientos de videos que circulan por la red para tratar de encontrarse, para corroborar físicamente que efectivamente estuvo allí. Porque esta amnesia la hace sentir como si nunca hubiera estado en esa estación de metro. El cortometraje fue seleccionado por la Quincena de Realizadores del cancelado Festival de Cannes, y evita en todo momento mostrar a la protagonista en pantalla. Utiliza efectos generados por ordenador, más o menos simples, para mostrar esa sensación de olvido, pero precisamente este recurso provoca un distanciamiento del espectador, una especie de mirada algo pretenciosa que impide la conexión con la historia.
En One day (Jiang Jin, 2020) se nos muestra el perfil de un hombre al que solo vemos de espaldas durante todo el tiempo, caminando por una zona montañosa mientras acarrea diferentes objetos de necesidad: unos botes con agua o con hielo, unas ramas... Es la misma perspectiva en diferentes secuencias que muestran el cambio de las estaciones y la cada vez mayor dificultad para recorrer el camino conforme se acerca el invierno. Un cortometraje que tiene algo de minimalista, de continuo y repetitivo proceso que no descubrirá algo de información hasta el final. La reflexión en torno a cómo ocupamos nuestro tiempo es sutil, y deja al espectador la construcción de su propio punto de vista. Pero el resultado es poco satisfactorio.
Luminous
Finalmente, en el cortometraje ecuatoriano La sombra refugiada (Francisco Álvarez Ríos, 2020) el protagonista es Ángel, un joven que vive en la ciudad de Santiago de Píllaro, donde cada mes de enero se celebra la tradicional Diablada, un desfile que se remonta a la época colonial en el que los indígenas se disfrazaban de diablos en protesta por la imposición de la fe católica. El personaje principal tiene una personalidad marcada, con cierta timidez, pero cuando se coloca la máscara se convierte en ese diablo al que representa, pícaro, travieso y malvado, pero también amante del baile. El cortometraje presenta esa doble personalidad, esta transformación que se produce entre quienes participan en el desfile con las máscaras elaboradas con adornos de gran creatividad. Pero al mismo tiempo conecta con las costumbres ancestrales, las que enfrentaban el carácter indígena con la imposición de una forma de vida diferente.