Con esta Carta el presidente Thomas Jefferson estableció la independencia política de las 13 colonias británicas el 4 de julio de 1776. La frase está basada en los conceptos marcados por el filósofo John Locke, que declaró: “Nadie debería perjudicar la vida, la salud, la libertad y el derecho a la propiedad del prójimo”. El presidente Thomas Jefferson sustituyó “propiedad”, un término que hacía referencia al perfil feudal ya superado en el siglo XVIII, por la “búsqueda de la felicidad”. Y ésta se convirtió en la base fundamental del denominado “sueño americano”, el derecho de todo ciudadano a lograr su felicidad con las mismas oportunidades.
Este derecho se convierte en la base del empeño del boxeador Rocky Balboa por volver al ring en la película de Sylvester Stallone que recupera al personaje que le hizo famoso y otorgó tres Oscar para el film Rocky (1976). Ahora, este regreso, que ha convencido más a la crítica que al público en Estados Unidos, supone también una mirada nostálgica a una película que marcó una de las épocas más fructíferas del cine norteamericano. Rocky Balboa (estreno en España el 12 de enero) funciona sobre todo como una dignísima coda a una serie que en sus últimas entregas llegó al ridículo más absoluto, y acierta en ese tono melancólico que convierte al personaje en una sombra de sí mismo, incapaz de soltar el lastre del pasado. Lo cual resulta aún más significativo si establecemos el paralelismo con el propio Sylvester Stallone, empeñado en recuperar a sus personajes fetiche como Rocky o Rambo. Pero esta última entrega, aunque sigue los cauces habituales en la serie (retirada – regreso – entrenamiento – pelea) tiene ese aire de recuerdo (ahí están Bill Conti en la música, Irwin Winkler en la producción, el fantástico Burt Young como uno de los pocos actores supervivientes de la película original) que la convierten en una propuesta quizás no necesaria pero al menos sí bastante menos embarazosa de lo que se pudiera esperar.
Banda Sonora: Vuelve Bill Conti a apoyar musicalmente la trayectoria del boxeador, manteniendo el tono melancólico y rescatando algunos de los temas principales que marcaron la serie. En este sentido, funciona bien como banda sonora el recopilatorio Rocky Balboa: Best of Rocky, que vuelve a reunir las canciones más populares de la serie, pero con una destacada presencia de las composiciones creadas por Bill Conti, al fin y al cabo utilizadas en la propia película con la efectividad habitual.
La otra película que asume el término de la Declaración de Independencia es, claro está, The pursuit of Happyness (En busca de la felicidad) (estreno en España el 2 de febrero) vehículo de lucimiento para Will Smith, productor y protagonista, responsable de la acertada elección del italiano Gabriele Muccino (del que hemos visto sus muy interesantes El último beso y Ricordate di me) y de la inclusión de su propio hijo, Jaden Smith, de cinco años, como coprotagonista de la película. Destinado a estar presente de alguna forma en la próxima edición de los Oscar (ha conseguido nominaciones al Globo de Oro como Mejor Actor Dramático y Mejor Canción), el proyecto desarrolla una historia de superación basada en hechos reales sobre un hombre que persigue su sueño a pesar de las mil dificultades que se le cruzan por el camino. Desde luego, la presencia de Will Smith en los Oscar parece clara como uno de los representantes de la comunidad negra, que se verá reforzada con otro título “black power”, Dreamgirls. La película es previsible pero entretenida, ajustada en su dramatismo, juega bien la baza del sentimentalismo gracias a la presencia del jovencito Jaden Smith, y aunque resulta poco creíble la bondad de los ejecutivos que apoyan al protagonista, acaba por convencer con ese formato de cuento en la línea de los clásicos títulos protagonizados por James Stewart o Clark Gable que subrayaban el orgullo yanqui frente a la penuria económica.
En la moda impuesta este año de reivindicar las aptitudes interpretativas de actores comerciales (también se ha hecho con Brad Pitt y su trabajo en Babel), quienes reivindican ahora las capacidadad drmática de Will Smith, parecen olvidar que en su primera incursión en el cine (la interesante Seis grados de separación) ya demostró un talento perdido entre tanto cine de acción prescindible (aunque resulta curioso que hasta en una película como ésta, Will Smith no pare de correr de un lado para otro).
Banda Sonora: La elección del italiano Gabriele Muccino como director propicia la presencia de su compatriota Andrea Guerra en la composición musical. Sin embargo, curiosamente ha sido el músico Paolo Buonvino (uno de los compositores italianos que más nos gustan) el habitual colaborador de Muccino en bandas sonoras tan perfectas como L'ultimo bacio (2001) o Ricordate di me (2003). Quizás por cuestiones de agenda o porque Andrea Guerra, tras su nominación al Globo de Oro el año pasado por la canción principal de Hotel Rwanda, tiene más presencia en Hollywood. En todo caso, Guerra también es experto en melódicos y bellísimos trabajos como Cuore sacro (2005). Y aquí desgrana un buen ramillete de melodías que funcionan a la perfección, especialmente el tema que acompaña a padre e hijo, de tonalidad morriconiana.
NOTA: En el título se incluye un error ortográfico: “happiness” se escribe con “i” latina, no con “y” griega, en referencia a una pintada que hay en la pared de la guardería donde aprende el hijo del protagonista. El símbolo pretende mostrar que da igual cómo se escriba una palabra, porque lo importante es el significado que se le dé. No importa la apariencia exterior, sino su contenido.