30 agosto, 2020

Sheffield Doc/Fest: El director es el protagonista

Muchas veces, en el género documental, el director adopta una posición eminentemente subjetiva, porque es él mismo es el que se convierte en protagonista de su película, bien porque cuenta una historia personal, bien porque participa de un modo activo en el desarrollo de lo que nos está contando. En la programación del Sheffield Documentary Film Festival hemos encontrado varios ejemplos de ello, en producciones como Mon amour (David Teboul, 2019), La educación sentimental (Jorge Juárez, 2019) o Le kiosque (Alexandra Pianelli, 2020). Son documentales que borran todo el elemento de esa objetividad que se le supone al género, para ser en realidad una propuesta personal, en muchos casos incluso íntima. 

En el caso de la película alemana Schlingensief - A voice that shook the silence (Bettina Böhler, 2020), que se presentó en el pasado Festival de Berlín, el protagonista es el director de cine Christoph Schlingensief, cuando se cumplen diez años de su temprana muerte. Este artista que comenzó haciendo películas y terminó adaptando óperas y realizando performances políticas, siempre ha sido una de las voces más particulares de la cultura alemana. Sus películas son absurdas, caóticas y críticas, pero sobre todo provocativas, y muy inspiradas por el cine de Pasolini y de Fassbinder. Su segunda película, Menu total (1986) tiene elementos que parecen sacados de Saló o los 120 días de Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1975), y de hecho crea un microcosmos en el que predomina la mirada irónica hacia el nazismo, en una Alemania por entonces todavía dividida. Él mismo comenta en las entrevistas que se desgranan a lo largo del documental, que Wim Wenders se salió de la sala del Festival de Berlín en la que se proyectaba Menu total, mientras que el actor Udo Kier le felicitó porque se había reído mucho, y posteriormente se convirtió en uno de sus intérpretes habituales. 


La personalidad de Christoph Schlingensief fue desbordante, creativa y caótica al mismo tiempo. A lo largo de su corta trayectoria realizó cine, teatro, música, televisión... El hecho de que la directora que le rinde tributo, Bettina Böhler, sea montadora (fue colaboradora en varios proyectos del director) contribuye a que el documental tenga un ritmo frenético, que adopta en cierta manera esa inquietud vital del protagonista. Es un trabajo espléndido que aglutina entrevistas, material de archivo y fragmentos de película de una manera apasionante, y que nos invita (a los que no conocíamos parte de su trabajo) a explorar el cine subversivo e inconformista de un director que rodó en un solo día 100 jahre Adolf Hitler (1989) donde mostraba a los líderes nazis como una pandilla de lunáticos, o se burlaba de la reunificación en Terror 2000 (1992), convirtiéndola en una slash movie. 

El documental The filmmaker's house (Marc Isaacs, 2020) comienza con una reflexión en torno a qué tipo de documentales requieren las plataformas de televisión. El director se rueda a sí mismo mientras mantiene una videollamada con su productora que le comenta que los agentes de distribución no están muy interesados en el documental sobre personas de la calle que les ha propuesto, y que sería bueno que recuperara un proyecto sobre asesinos en serie que había abandonado. Esta cultura del "true crime" se convierte en el catalizador de la película que vamos a ver a continuación. Pero el director acaba realizando una película personal, con él como protagonista, y con las personas que le rodean como actores secundarios. El documental se desarrolla casi exclusivamente en su casa, donde unos trabajadores reparan la valla del jardín, la asistenta se encuentra de luto por la muerte de su madre, la vecina musulmana prepara comida para su vecino porque ella se encuentra en el mes del Ramadán, y un vagabundo de la calle, protagonista del documental que el director no pudo vender, aparece en la casa para cobijarse. 


The filmmaker's house se convierte de esta manera en una representación de la realidad que al mismo tiempo está representada. Hay una puesta en escena evidente, quizás en cierto modo guionizada, que nos introduce en una realidad reconstruida. Este es uno de los elementos más interesantes de la propuesta de Marc Isaacs, cómo él se convierte en protagonista (apenas le vemos, solo le escuchamos mientras graba), en el nexo de unión entre personajes de diversa procedencia que propone una mirada a la sociedad moderna, a la inmigración, a la coexistencia de culturas, a la aceptación del desplazado... La propuesta es una mezcla de ficción y documental que, en cierta manera, nos coloca a los espectadores en una situación nada cómoda, tratando de encontrar los matices realistas de una historia que parece no serlo. 

La historia de Remnants of the revolution (Cha Escala, 2019) también proviene de una posición personal de la directora. En este caso no a través de su propia historia, sino contando la de su suegro y su esposo. Mientras que el hijo permanece en Filipinas, el padre se encuentra en Alemania, donde pidió asilo hace más de veinte años y actualmente vive en una residencia. Ante la imposibilidad de viajar por problemas con la documentación, la directora se convierte en representante del hijo, y comienza grabar un documental entrevistando al anciano, que fue miembro del Partido Comunista opositor a Ferdinand Marcos. Ella misma interviene con su voz en off para contarnos la historia de Pepe Luneta, este hombre que ocupó una posición importante en el comunismo filipino. Pero, conforme se desarrolla la grabación, y comienza el trabajo de documentación para contextualizar la entrevista, empiezan a aflorar también testimonios que ofrecen una visión menos idílica que la que cuenta el anciano. 


El documental se introduce así en un proceso de investigación del pasado, acentuado por el hecho de que el propio entrevistado comenta que tiene algunas cosas de las que arrepentirse. Y, mientras la visión que él mismo ofrece en Alemania tiene algo de heroicidad, los relatos que la directora encuentra de regreso a Filipinas ofrecen un perfil diferente. La propuesta tiene un especial interés en cuanto que nos emplaza para pensar en cómo se nos cuenta la Historia, y hasta qué punto es fácil manipularla. 

De ese sentimiento de culpabilidad, y de un posible arrepentimiento, también nos habla Me and the cult leader. A modern report of the banality of evil (Atsushi Sakahara, 2020), que fue una de las víctimas del ataque con gas sarín en una estación de metro de Tokio en 1995, llevada a cabo por la secta Aum Shinrikyo, que provocó la muerte de 8 personas y numerosos heridos. El director del documental, de hecho, vive desde entonces con las consecuencias del ataque: fatiga, parálisis y estrés postraumático, además de haberse divorciado de su esposa, que perteneció a esta secta. Para realizar su película, contacta con Hiroshi Araki, un miembro importante de la secta, que continúa existiendo, ahora bajo el nombre de Aleph, e inicia un viaje a su lugar de nacimiento tratando de encontrar respuestas sobre el ataque y sobre la propia naturaleza de la secta. 


En realidad, el viaje se convierte casi en una especie de operación de rescate, porque introduce elementos de duda en el miembro de la secta, cuyo principal acto de compromiso consiste en abandonar todo rastro de la vida anterior, incluida la familia. De esta forma, no solo se habla del ataque (en 2018 el líder y otros miembros que participaron en él fueron ejecutados), sino que se introducen temas en torno a la capacidad de abducción de este tipo de grupos religiosos, de la adicción a la alienación. En el desarrollo, quizás las conversaciones entre los dos protagonistas a veces resultan algo anodinas, pero sobre todo en la última parte, en la que adquiere mayor predominancia el tema del ataque, del perdón y del arrepentimiento, el documental consigue alcanzar niveles notables. Hay un cierto arrepentimiento en el miembro de la secta, una cierta confusión sobre las razones del ataque (o quizás una cierta ocultación de la verdad), pero también una incapacidad para pedir perdón. 

El año pasado se estrenaba la película francesa En guerre (Stéphane Brizé, 2018) que se centraba en la lucha sindical en contra del cierre de una fábrica de autopartes. On va tout péter (Lech Kowalski, 2019) casi se puede considerar como la versión documental, porque tiene muchos puntos en común. En este caso, la fábrica de autopartes GM&S está a punto de quebrar dejando a sus 277 trabajadores en la calle, y ni sus clientes Renault y PSA (Peugeot) ni el gobierno parecen tener capacidad para negociar una nueva adquisición que salve los puestos de trabajo. El director acompaña así a los trabajadores en su lucha por mantener sus trabajos, algunos de más de 30 años de fidelidad a la compañía, o al menos, ante un nuevo panorama que supondría recortes en la plantilla, lograr unas justas indemnizaciones por despido. Presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes 2019, la película se pregunta hasta qué punto este tipo de luchas sindicales se pueden considerar como una revolución, o si hay espacio para las revoluciones en estos tiempos. 


Lech Kowalski es un director centrado habitualmente en el mundo de la música, con documentales como Born to lose: The last Rock & Roll Movie (1999), un retrato del guitarrista Johnny Thunder, o The boot factory (2002), sobre el mundo del punk. En este último documental también hay un cierto ritmo musical, con sonoridades de blues que de alguna manera reflejan una cierta melancolía en torno a una lucha que parece perdida de antemano. No falta una cierta mirada externa, una lectura desde fuera sobre la falta de organización de los trabajadores, una improvisación constante que tampoco contribuye a lograr sus objetivos. El protagonismo del director, en este caso, se muestra a través de su implicación absoluta en la reivindicaciones sindicales. Lech Kowalski introduce su cámara en los momentos de mayor tensión, casi se convierte en uno de los trabajadores, es incluso apartado por la policía mientras vemos cómo se zarandea la cámara, aquí ya convertida plenamente en parte integral de las protestas. 

Hemos visto algunos documentales en los que el director habla de su propia historia familiar, tratando de encontrar respuestas a través de la exploración compartida de su pasado. En Memory is our homeland (Jonathan Durand, 2019) el título lo deja bastante claro: "La memoria es nuestra patria". El director, criado en Canadá, explora un pasado familiar que está conectado directamente con el intento de borrar una parte de la Historia reciente, o al menos de tergiversarla. Y se centra en el proceso de reubicación de ciudadanos del Este de Polonia cuando en 1939 la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin firmaron un acuerdo por el que ambos invadían y se dividían Polonia. Los habitantes de una parte de esta zona fueron deportados a Siberia, y a partir de la ruptura entre Alemania y la URSS, se les trasladó a Irán y después a Tanzania. El director comienza un proceso de recuperación de su pasado que le lleva casi diez años, viajando a las zonas en las que vivió su familia, desde la actual Bielorrusia hasta el desierto africano, y en ese proceso descubre cómo los vencedores de la II Guerra Mundial, especialmente el sector soviético, realizaron durante los años posteriores una reinterpretación de la Historia, tratando de borrar las huellas de su cooperación con los nazis. 


La familia del director, que después de la guerra no quiso volver a una Polonia controlada de nuevo por el régimen comunista, acabó separándose entre Montreal, Sheffield y otras ciudades del mundo. La memoria de su abuela a veces le juega malas pasadas en torno a los años, pero es esta memoria la que recupera una parte de la Historia que ha intentado ser aniquilada. En este sentido, el documental no solo es una exploración personal de un pasado familiar absolutamente fascinante, sino que ahonda en la manipulación de los hechos históricos, en la necesidad de seguir indagando para no perdernos en interpretaciones impuestas. Tras la muerte de su abuela, el director encuentra una ingente cantidad de fotografías y documentos que ella no había mencionado en sus entrevistas. Y se pregunta si ella no se acordó de este material que le hubiera sido de gran ayuda, o si no quiso enseñárselo. Porque las personas también intentan borrar los recuerdos más atormentados.


Menu total, 100 jahre Adolf Hitler y Terror 2000 se pueden ver en Mubi. 
Saló, o los 120 días de Sodoma se puede ver en Filmin.
En guerra se puede ver en Movistar. 


28 agosto, 2020

Sheffield Doc/Fest: Hablando español

Una de nuestras últimas crónicas del Sheffield Doc Fest queremos dedicarla a los documentales que forman parte de la programación de este año y que provienen de países hispanohablantes. Aunque ya hemos hablado de algunos de ellos, incluyéndolos en diferentes crónicas temáticas, nos ocupamos ahora de películas que aún no hemos comentado. La presencia de producciones latinoamericanas y españolas es destacada en la programación de Sheffield, aunque algunas de ellas ya las hemos visionado en nuestro recorrido por otros festivales. Es el caso de Niña mamá (Andrea Testa, 2019) y Playback. Ensayo de una despedida (Agustina Comedi, 2019), que estuvieron en la 28ª Mostra de Films de Dones. Entre las producciones españolas, La educación sentimental (Jorge Juárez, 2019) estuvo presente en el D'A Film Festival. Y ya hemos comentado en anteriores crónicas de Sheffield Doc Fest otras propuestas provenientes de España, como Camagroga (Alfonso Amador, 2020) y El trabajo o a quién le pertenece el mundo (Elisa Cepedal, 2019), y de Latinoamérica como Lupita, que retiemble la tierra (Mónica Wise Robles, 2020) y Volverte a ver (Carolina Corral, 2020). A continuación nos centramos en algunas películas que también están presentes en la programación. 

Entre ellas encontramos la producción española El secreto del Doctor Grinberg (Ida Cuéllar, 2020), que también forma parte de la programación del Festival de Cine Español de Málaga. Abrazando el subgénero del "true crime", la historia se centra en la figura de Jacobo Grinberg, un neurofísico mexicano que estudió la telepatía pero también se adentró en el mundo del chamanismo y la curandería, y cuyas investigaciones le reportaron una cierta resonancia en el mundo científico, aunque sus teorías no eran del todo aceptadas. En 1994, Jacobo Grinberg desapareció sin dejar rastro, y en las diversas teorías en torno a su desaparición se centra la mayor parte del documental. Primer largometraje de su director, El secreto del Doctor Grinberg pierde la oportunidad de adentrarse en temas de interés como los estudios sobre la neurofísica, y se decanta por la historia criminal, lo cual es una opción más comercial, pero no por ello más interesante. El problema es que estas investigaciones, que parecen acomodarse a una de las teorías más insólitas, tampoco llegan a una conclusión definitiva. 


El documental está rodado con buen pulso, quizás con algunas propuestas visuales en torno a algunos entrevistados que no terminan de encajar bien, y con un montaje dinámico que ayuda a entender bien la historia, a pesar de su complejidad, especialmente en todo lo que se refiere a las teorías sobre su desaparición. Le sobran algunos efectismos que parecen más propios de un reportaje de Cuarto Milenio (Cuatro, 2005-), tratando de subrayar los elementos de investigación periodística, aunque realmente no hace falta. Al final, el director consigue lo que pretendía, que es difundir en cierta manera las investigaciones realizadas por este científico, pero se deja atraer por el elemento criminal y nos sustrae de la posibilidad de entender mejor el trabajo de este investigador, y analizar con mayor profundidad las delicadas barreras entre la ciencia y las creencias metafísicas, y hasta qué punto prácticas como el chamanismo pueden ser explicadas de una forma científica. 

Gambia es un país con una fisonomía muy particular. Literalmente incrustado en Senegal, solo tiene una salida hacia el Atlántico, que alimenta un largo río que divide buena parte de su territorio. Con escasos dos millones de habitantes, Gambia es uno de los países africanos con mayor índice de emigrantes que tratan de llegar a Europa. Una de las razones está perfectamente explicada en el cortometraje español Stolen fish (Gosia Juszczak, 2020), que ha tenido su estreno mundial en Sheffield. A través de tres protagonistas, el documental ofrece información muy clara sobre el poder depredador de solo tres industrias chinas que llegaron a la zona del río Gambia, territorio de subsistencia para los pescadores locales, prometiendo mejorar las infraestructuras, pero en realidad arrasando con la población marina, monopolizando la pesca y exportándola a Europa como alimento de ganado. Esta realidad brutal, injusta, hipócrita viniendo de una Unión Europa que trata de controlar la inmigración africana, pero al mismo tiempo contribuye a la esquilmación de los recursos naturales de países como Gambia, es el tema central de este documental de media hora de duración. 



La directora se centra en tres personajes, que explican con absoluta claridad la problemática que viven: Abu Saine, cuyo hermano consiguió llegar a España y sobrevive en Madrid sin papeles; Paul John  Kamony, que intentó llegar a Italia pero fue arrestado en Libia; y Mariama Jatta, una mujer que reivindica el papel femenino en la pesca y su posterior distribución, y que lamenta amargamente el daño que producen las empresas chinas en su país, con la complicidad del gobierno. Stolen fish es un espléndido documental que cuenta con precisión una problemática no exclusiva de Gambia, pero sí con un impacto mayor, deja al descubierto la hipocresía de la Unión Europea y ofrece una mirada que es melancólica, pero al mismo tiempo con un cierto tono poético, cuando los protagonistas hablan en off mientras vemos los hermosos paisajes de la costa gambiana, bellamente capturados por el impecable trabajo del director de fotografía Filip Drożdż. Sin duda, debería ser uno de los documentales españoles destacados de este año.  

El viaje espacial (Carlos Araya Díaz, 2019) es una propuesta singular e interesante. El director nos muestra únicamente imágenes fijas de paradas de autobús a lo largo de diversos rincones de Chile. La cámara no se mueve en ningún momento, pero el sonido sí capta las conversaciones de las personas que esperan el autobús. Y es a través de estas conversaciones como se describe una sociedad chilena compleja, diversa, que todavía trata de encontrar el equilibrio entre las tradiciones y la era moderna. Es el retrato sonoro de un país que se está transformando en cada momento. Estos pasajeros, que son eso, personas que pasan, que van hacia otro lado, hacen una pausa en sus agitadas vidas mientras esperan el autobús, y tienen tiempo para establecer contacto y conversaciones sobre distintos temas que, al final, conforman las preocupaciones de cualquier sociedad moderna, pero con una mirada un tanto diferente.


Se habla de inmigración, del turismo colonizador, de política, de economía, de una percepción todavía conservadora de la homosexualidad... Las paradas de autobús que Carlos Araya nos muestra se convierten en micromundos que parecen representar (y ciertamente lo hacen) a todo un país. Y la mirada distante de la cámara supone, sin embargo, un acercamiento a estos personajes, a estos pasajeros de la vida que protagonizan un movimiento invisible frente a nuestra mirada. 

En Responsabilidad empresarial (Jonathan Perel, 2020) encontramos una estructura parecida, aunque más claramente política. El director argentino presenta también imágenes fijas tomadas con su cámara desde un coche que muestran planos estáticos de fábricas, en funcionamiento o abandonadas, mientras lee en off fragmentos del libro "Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad. Represión a trabajadores durante el terrorismo de Estado" (2015), publicado en dos tomos por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Argentina. En este libro, se recoge una investigación sobre la responsabilidad que tuvo un sector empresarial tanto nacional como extranjero en las violaciones de Derechos Humanos durante la dictadura argentina. Y la voz del director traslada, con fría objetividad monótona, las palabras escritas en parte de esta publicación. 


Lo que presenta el documental, a través de sus imágenes estáticas, es la complicidad de muchas empresas con la represión durante el régimen dictatorial, pero no solo eso, sino la participación activa de sus responsables en la ejecución de esta represión. Empresas argentinas como Astilleros Río Santiago, Alpargatas, Loma Negra, el periódico La Nueva Provincia, y multinacionales como Mercedes-Benz, Fiat y Ford  son algunas de las que se denuncian en este documental. Y la presentación en imagen fija de muchas de sus fábricas en funcionamiento hoy en día, va más allá de la simple presentación del pasado, para demostrar la impunidad que han tenido sus responsables después de la dictadura. Es un documental áspero en su forma pero contundente en su mensaje. 

Todo lo que se olvida en un instante (Richard Shpuntoff, 2020) muestra la dicotomía entre los orígenes y el desarrollo vital del director, que también narra en primera persona su propia historia. Es una historia que transcurre entre Nueva York y Buenos Aires, como su vida, nacido y criado en el barrio de Queens, pero mudándose en 2002 a Argentina, donde trabaja como traductor y realizador de documentales. Este concretamente traslada sus contradicciones vitales a la pantalla, a través de imágenes grabadas por él mismo y material de archivo que construye hablando en inglés y español, y planteando una especie de juego de significados con subtítulos que en muchas ocasiones no se corresponden con lo que estamos viendo. Las imágenes por tanto desarrollan un discurso, mientras que los subtítulos desarrollan otro, eliminando la esclavitud de la palabra frente a la imagen. 


Es un juego interesante y en ocasiones divertido, pero esconde una profunda reflexión sobre la relación entre el espectador y el director de cine, entre el mensaje y la recepción de ese mensaje. Pero, entre imágenes que muestran a su padre recordando los lugares de Nueva York en los que vivió, en un barrio judío que luego se convirtió en Chinatown, el director también propone una interesante mirada a los inmigrantes, a su propia emigración a un país diferente, y a la complejidad de dos sociedades, la argentina y la norteamericana, que son completamente distintas. Es un documental más complejo y más profundo de lo que parece.

Por último, nos acercamos a la producción Antonio & Piti (Vincent Carelli, Wewito Piyãko, 2019), que comparte una interesante característica con otro documental que forma parte de la programación de Sheffield Doc Fest y que ya hemos comentado, Yãmīyex: Mulheres espírito (Sueli Maxakali, Isael Maxakali, 2019). Se trata de películas que tratan temas relacionados con poblaciones indígenas, ambas en la Amazonia brasileña, pero que están rodados por directores que también forman parte de estas comunidades. Es, por tanto, una historia local contada por ellos mismos, lo que le da un sentido mucho más profundo, una visión menos foránea de sus problemáticas. En el caso de Antonio & Piti se centra en la relación que comenzaron los protagonistas hace treinta años, ella una mujer blanca y él un habitante de la tribu Ashaninka. Aunque su relación no fue bien acogida en la tribu, ambos encabezaron una revuelta contra una empresa de caucho que tenía esclavizados a los indígenas. 


La historia de esta pareja, ya ancianos, es una excusa para hablar de la situación de los Ashaninka, una etnia amazónica que proviene de Perú, y que está sometida a acciones terroristas provocadas por las empresas madereras que tratan de expulsarlos de sus tierras. Es, de nuevo, la visión del acoso contra una comunidad pacífica, que se dedicaba a la caza y el ganado, pero que ha sido obligada con el paso del tiempo a tener como principal medio de subsistencia el caucho. Se trata de una película honesta y sencilla, que tiene la particularidad de contar las preocupaciones e incluso las disputas internas desde dentro. Uno de los hijos de la pareja consiguió ser alcalde, pero ahora se encuentra en un proceso de "impeachment", según se indica al final del documental. 




27 agosto, 2020

DokuFest 2020: Transformación

Nuestra tercera y última crónica dedicada al Festival Internacional de Documentales y Cortometrajes de Kosovo presenta algunos de las películas destacadas dentro de su programación. Hasta el 25 de agosto unos 90 filmes de 51 países se han podido visionar en  el festival kosovar, que por primera vez se ha celebrado exclusivamente en formato online. El tema principal de esta edición es "TRANMISSION" (EMISIÓN), inspirado por la canción "Transmission" (1979) de la banda Joy Division, como una muestra de que vivimos en una sociedad que se está transformando rápidamente. Los documentales de los que hablamos ahora también muestran la relación entre los seres humanos y cómo esa relación conduce a una transformación. 

Stray (Elizabeth Lo, 2019) ganó el Premio al Mejor Documental Internacional en el Festival Hot Docs 2020. Es una película centrada en la vida de varios perros callejeros en Estambul, concretamente acompañando a tres de ellos: Zeytin, Nazar y Kartal. Al comienzo del documental, se nos informa de que, tras años de persecución de los perros callejeros, las protestas de diversos colectivos consiguió que se prohibieran estas persecuciones, por lo que Turquía es el único país en el mundo en el que está prohibido matar perros de la calle. Estos animales conviven, por tanto, entre las personas que en muchos casos les alimentan o les acompañan. Es una película que tiene un claro referente en Kedi (Gatos de Estambul) (Ceyda Torun, 2016), que en este caso tenía como protagonistas a los gatos callejeros. Y en cierto modo tiene algunos puntos en común. Pero el objetivo de Stray se desvela conforme se va desarrollando el documental como un estudio sobre los humanos, más que específicamente sobre estos perros.


A través de ellos escuchamos conversaciones de fondo, perfectamente captadas por un excelente diseño de sonido, o encontramos a un grupo de jóvenes refugiados sirios que viven también en la calle y que son compañeros ocasionales de los perros. Estamos por tanto ante una película que habla de las relaciones humanas a través de los recorridos de Zeytin, Nazar y Kartal por las calles de Estambul. No es un documental tan poético y dulce como Kedi, pero en cierta manera también está algo suavizado, porque su descripción de la vida callejera es más sutil que, por ejemplo, la que veíamos en Space dogs (Elsa Kremser, Levin Peter, 2019), que también seguía a unos perros callejeros en Moscú, pero cuya supervivencia era mucho más dura y salvaje. 

El pasado Festival de Berlín vio la primera proyección de Irradiés (Rithy Panh, 2020), la última creación documental de este cineasta camboyano que ha retratado los horrores provocados por los jemeres rojos, que masacraron a toda su familia. Estamos ante una nueva incursión en las terribles consecuencias de la guerra, ahora en una visión más general y con una propuesta visual más ambiciosa. La película se presenta en tres pantallas que conforman una gran panorámica en tres partes (como en el tercer acto de Napoleón (Abel Gance, 1927)). Tres pantallas que muestran a veces la misma imagen y en otras nos presentan un tríptico de imágenes diferentes. Las voces de los actores André Wilms y Rebecca Marder acompañan a las imágenes con reflexiones poéticas que hablan de las consecuencias de las guerras, de cómo los supervivientes son también víctimas que tienen que convivir con las consecuencias físicas y psíquicas. Hay una clara referencia formal a Hiroshima, mon amour (Alain Resnais, 1959) y al cortometraje Noche y niebla (Alain Resnais, 1956), en el que el cineasta francés se centraba en los campos de concentración nazis. 


En Irradiés hay referencias a Dresde, a Hiroshima, a las grandes guerras que provocaron grandes desastres humanos. Es una reflexión interesante, pero en este caso parece que el director deja escapar las imágenes sin una estructura realmente clara. Obviamente es una película que habría que ver en una sala con tres pantallas, porque su efecto es mucho menos absorbente en una sola pantalla dividida en tres partes, se percibe como una experiencia incompleta, porque está planteado más como una instalación audiovisual que como una película en sí. Las imágenes de archivo que vemos, aunque muchas de ellas las hemos visto en otras ocasiones, están dotadas aquí de un efecto más devastador, al mostrarse juntas. Pero esta sensación de que se construye una especie de collage del horror es lo que finalmente resulta poco efectivo y ciertamente repetitivo. Hay, no obstante, algunos momentos en los que vemos creaciones hechas para la película, como esa danza butõ que lleva a cabo el artista Bion, y que es la representación de la posguerra, de la cultura japonesa tras el desastre nuclear. Es en esos momentos en los que apreciamos realmente el sentido de esta propuesta. 

The viewing booth (Ra'anan Alexandrowicz, 2019) es más un experimento que realmente un documental. Una propuesta interesante para la reflexión y, sobre todo, para la discusión, que forma parte también de la programación de Sheffield Documentary Film Festival. La historia nace de un experimento que el director israelí hizo en una Universidad de Estados Unidos. Él mismo seleccionó cuarenta videos del conflicto palestino-israelí, la mitad distribuidas por B'Tselem, una asociación de Derechos Humanos, y la otra mitad con un claro sesgo pro-israelí. El director invitó a estudiantes a que visionaran individualmente estas imágenes y describieran sus reacciones. Al final, la protagonista es Maia Levy, una joven norteamericana judía que tenía una postura pro-israelí, pero que decidió ver videos de B'Tselem. Con este punto de partida, lo que se establece a continuación es una interesante mirada a cómo el espectador ve determinadas imágenes con prejuicios ya establecidos en su mente, y a un interesante diálogo director-espectador que invitan a la reflexión. 


Maia adopta en todo momento una actitud incrédula ante estos videos. Hay uno, particularmente, que muestra a unos soldados israelíes entrando en la casa de una familia palestina por la noche, y despertando a los niños, aparentemente con una simple intención de asustar y ejercer presión. Maia se hace preguntas sobre por qué el padre graba estas imágenes, por qué los niños no lloran, por qué uno de ellos olvida su nombre... adopta una posición defensiva frente a las imágenes. Como cuando ve a unos jóvenes lanzando piedras y asume que son árabes, pero cuando le informan que son israelíes, entonces es cuando comienza a preguntarse qué les habrán hecho para que reaccionen de esa manera. El director, que ha realizado documentales como The law in this parts (Ra'anan Alexandrowicz, 2011), denunciando las incursiones israelíes en los territorios palestinos, tiene una posición diferente, y parece que su objetivo es cambiar la posición de Maia, sobre todo cuando la invita seis meses después a que vea sus propias reacciones. Lo cual es interesante, pero quizás menos efectivo por el hecho de que las dudas de la espectadora comienzan cuando se establece un diálogo con él, pero no a través de las imágenes en sí. En todo caso, es una propuesta llamativa, que invita a pensar sobre nuestra cultura de la imagen y cómo captamos esas imágenes, sobre las fake news y la construcción de lenguajes audiovisuales propagandísticos. 

También el tema de la propaganda está presente en Epicentro (Hubert Sauper, 2020), ganador del Premio World Cinema en Sundance 2020. El último documental del director del espléndido La pesadilla de Darwin (Hubert Sauper, 2004) nos traslada a las calles de La Habana, y tiene como protagonistas a dos niños a través de los cuales vemos la situación de Cuba en la actualidad. El director austríaco acompaña a estos jóvenes, a los que llama sus "pequeños profetas", mientras les pregunta sobre la historia de su país, sobre la revolución... y ellos dan respuestas obviamente influidas por un cierto adoctrinamiento. Al mismo tiempo, otros personajes afloran ante la cámara del director, mostrando una realidad difícil, pero al mismo tiempo alegre, un estado de ánimo positivo a pesar de las complejidades de una vida marcada por la pobreza. 


Hubert Sauper habla al principio del documental de Utopía, un lugar soñado pero al mismo tiempo inexistente. Es una representación sutil de un país como Cuba, una especie de territorio que parece primitivo, pero al mismo tiempo está lleno de alegría. El documental también habla de la colonización, la histórica que llevaron a cabo los españoles en Cuba, pero también la presente, a través del turismo y de los medios de comunicación. El cine se propone como un instrumento de colonización, una especie de herramienta que conecta con los espectadores, pero que al mismo tiempo también los adoctrina. Las películas de Chaplin fascinan a los niños mientras las ven, y su nieta, la actriz española Oona Chaplin, aparece ante la cámara como una representación de ese cine antiguo, de ese entretenimiento que también tenía un planteamiento político, como El gran dictador (Charles Chaplin, 1940). Epicentro es un documental que, dentro de su simplicidad, habla de muchos temas de interés, y conforma un retrato certero de las contradicciones y la belleza de Cuba. 

Desde Chile se presenta El agente topo (Maite Alberdi, 2020), un espléndido trabajo en torno a la vejez que formará parte de la programación del Festival de San Sebastián, dentro de la Sección Perlas, y que también pasó por Sundance 2020. A través de una agencia de detectives que busca a una persona mayor para que se infiltre en una residencia de ancianos con el objetivo de descubrir si se producen malos tratos, el documental comienza como una comedia de espías digna del inspector Clouseau, dada la torpeza de estos ancianos con las últimas tecnologías de grabación o con el uso del móvil. La primera parte del documental, hasta la elección final del topo, es divertida en su sencillez, pero parece que vamos a asistir a una de estas propuestas humorísticas que muestran la realidad desde un punto de humorístico, pero superficial. 


Pero, a partir del momento en que el topo se introduce en la residencia y entabla contacto con las residentes, la mayor parte de ellas mujeres, se va conformando un retrato emocionante en torno a la vejez, a la soledad, a los hijos ingratos... La directora ya exploró la vejez en sus documentales La Once (Maite Alberdi, 2014) y el cortometraje Yo no soy de aquí (Maite Alberdi, 2016), por lo que tiene una mirada especialmente precisa a la hora de captar los momentos más interesantes. El topo, en medio de sus investigaciones, acaba siendo un señor encantador, que se convierte en el confidente especial de las ancianas. Y encontramos personajes magníficos, que al mismo tiempo transmiten soledad y abandono. Es un documental espléndido en su descripción del paso del tiempo que no tiene compasión: "Esta vida es cruel, después de todo", dice la anciana poetisa que al final nos acabará conmoviendo. 

En Krakow Film Festival pudimos ver el documental Altered states of consciousness (Piotr Stasik, 2020) que trataba de una forma sutil y personal el mundo especial de una grupo de niños autistas. The reason I jump (Jerry Rothwell, 2020), ganador del Premio del Público en Sundance 2020 y seleccionado en Hot Docs 2020, es otra propuesta que trata de hacernos entender la realidad del autismo a través de la adaptación del libro del mismo título que escribió el japonés Naoki Higashida, joven autista que consiguió narrar la conciencia de ser autista en primera persona. "La razón por la que salto" (2007) está considerado como uno de los libros más clarificadores en torno al autismo, y el director utiliza la voz en off para introducir fragmentos a lo largo del documental, mientras presenta a los protagonistas, varios niños autistas en la India, Sierra Leona, Gran Bretaña o Estados Unidos. El libro conduce al director a llevarnos a un viaje emocionante a través de los pensamientos de estos jóvenes, y a entender el autismo en su complejidad. 


The reason I jump es uno de los documentales más inspiradores que se han producido este año. Pocas películas han conseguido capturar de una forma tan sutil y tan precisa la profundidad emocional de estos jóvenes y su mundo, que es el nuestro, aunque parezcan diferentes. En cierto modo es una película de construcción poética, que utiliza en muchas ocasiones los sentidos para introducirnos en la forma de actuar de estos jóvenes. Y, como en Altered states of consciousness, pero de una forma más efectiva, el mensaje principal es que el autismo no proviene de un defecto en la mente, sino de una forma diferente de comunicación y de relación con las personas y los objetos. Tampoco se trata de una dulcificación de la experiencia con niños autistas (uno de los protagonistas es internado en un centro especializado porque tiene constante ataques de frustración violenta, en Sierra Leona vemos cómo se clasifica como actos de brujería a los niños autistas...). Pero es una hermosa representación de un mundo que forma parte de nuestra sociedad. 




25 agosto, 2020

DokuFest 2020: América explotada

Nuestra segunda crónica del Festival Internacional de Documentales y Cortometrajes de Kosovo, DokuFest, se centra en la Sección View From the World, una panorámica de algunos de los documentales premiados en festivales de cine durante este año. En esta sección encontramos algunas películas que han formado parte de la programación de Atlàntida Film Fest, como Last and First Men (Jóhann Jóhannsson, 2017-2019), ese poema futurista-cinematográfico narrado por Tilda Swinton, o el monumental archivo visual sobre la muerte de Stalin que es State Funeral (Sergei Loznitsa, 2019). 

Parte de los documentales que se incluyen en esta sección están dedicados a Estados Unidos desde puntos de vista diferentes. Es una posibilidad por tanto de acercarse a las contradicciones de un país alcanzado por la división y el racismo en los últimos años. La mirada se centra sobre todo en la etapa de Donald Trump como presidente, y aunque podría parecer una acometida demócrata de cara a las próximas elecciones, hay una coherencia clara en los discursos que se presentan, aunque a veces estén introducidos de forma solapada.

No es el caso de The fight (Eli B. Despres, Josh Kriegman, Elyse Steinberg, 2020), que gira en torno a las batallas legales iniciadas por los abogados de American Civil Liberties Union contra determinadas políticas impuestas por la administración Trump. En concreto, el documental toma como base cuatro casos relacionados con el derecho al aborto, el veto a los militares transgénero, la separación de niños inmigrantes de sus padres y la propuesta de agregar una pregunta sobre ciudadanía en las tarjetas censales. The fight obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Sundance, y está dirigido por los responsables de ese magnífico e irónico documental Weiner (Josh Kriegman, Elyse Steinberg, 2016), que también nos introducía en los escándalos de la política norteamericana. Se trata, además, de la primera vez que la ACLU permite que unas cámaras de cine muestren sus oficinas centrales en Nueva York y acompañen a cuatro de sus abogados en sus demandas contra el Estado. 


Ciertamente resulta aterradora una sociedad como la que la Administración Trump ha ido construyendo en los últimos años, y esta película lo demuestra. Aunque no tiene la energía de su anterior documental, los directores manejan una estructura que resulta muy tradicional, lo que en algunos momentos resta eficacia al mensaje. Con música de Gustavo Santaolalla, que le da una textura sonora íntima, es cuando se centra más en las personas, bien sea en las dudas y los temores de los abogados, o bien en las preocupaciones de sus clientes, cuando la película adquiere una fuerza emocional especial. La última media hora, concretamente, cuando ya los directores se deshacen de las disquisiciones políticas, es cuando la propuesta se eleva y logra un mayor interés. 

Otro de los acercamientos a la figura de Donald Trump, pero como "actor secundario" es el documental de HBO Bully. Coward. Victim. The story of Roy Cohn (Ivy Meeropol, 2019), que se estrenó el pasado mes de junio en la plataforma. Este personaje es uno de los más oscuros de la reciente historia política de los Estados Unidos, desde su trabajo como mano derecha de Joseph McCarthy en la persecución del comunismo, hasta sus relaciones con la mafia y con personajes como Trump. El año pasado se estrenó otro documental sobre su trayectoria, Where's my Roy Cohn? (Matt Tyrnauer, 2019), que resultaba más minucioso en la descripción de la vida de este abogado con pocos escrúpulos. Pero ambos utilizan la figura de Roy Cohn para, una vez más, arremeter contra Donald Trump (cuya relación parece que se limita a una actuación como abogado y varias fotos de archivo que aparecen en ambos documentales), lo cual es una estrategia poco sutil que coloca en segundo término el verdadero sentido de la historia. 


Roy Cohn, que por entonces era ayudante del fiscal, fue considerado como el principal responsable de la condena al matrimonio formado por Ethel y Julius Rosenberg a ser ejecutados en la silla eléctrica por espionaje. Ambos pertenecían al Partido Comunista, pero fue decisiva en su condena la declaración del hermano de Ethel, que años más tarde confesaría que mintió. Y aunque en los años noventa se demostró que efectivamente Julius Rosenberg actuó como espía (no así su esposa), la sentencia parece especialmente injusta. La sombra de los Rosenberg acompañó a Roy Cohn toda su vida. Angels in America (Mike Nichols, 2003) es una obra teatral escrita por Tony Kushner que tiene como personaje principal a Roy Cohn, a quien el fantasma de Ethel Rosenberg acompaña hasta su muerte. Y la directora de este documental, Ivy Meeropol, es nieta de la familia Rosenberg. Esa es la razón por la que Bully. Coward. Victim. The story of Roy Cohn dedica especial atención a este caso., pero también es la razón por la que no consigue ofrecer un retrato objetivo del personaje, aunque hay que reconocerle que no oculta, como sí hace Where's my Roy Cohn?, la verdadera implicación de Julius Rosenberg en el espionaje.  

Mientras que de Joseph McCarthy siempre se sospechó que era gay, la homosexualidad de Roy Cohn era un secreto a voces. Nada relevante si no fuera porque, durante el "mccarthismo", apoyó la persecución de la comunidad gay, y sus discursos durante toda su vida fueron claramente homófobos. Es otro de los aspectos más relevantes del personaje, una especie de hipócrita convencido que jamás reconoció lo que ya se sabía. En un revés irónico de la vida, Roy Cohn falleció víctima del SIDA (a pesar de que la familia Reagan puso a su disposición un medicamento que no estaba al alcance de miles de personas), proclamando que tenía cáncer de hígado. 

The American sector (Courtney Stephens, Pacho Velez, 2020) tiene un planteamiento curioso. Es una especie de road-movie en la que los directores nos muestran las piezas del muro de Berlín que se pueden encontrar a lo largo de los Estados Unidos. Trozos de historia que forman parte del paisaje urbano norteamericano, aunque en un contexto que es difuso en ocasiones. Al principio, el documental parece una propuesta curiosa pero que profundiza poco. Sin embargo, conforme se va desarrollando, y especialmente a partir del segundo acto, los temas principales van tomando forma, y es entonces cuando nos damos cuenta de que no es una película que habla sobre la caída del muro de Berlín, sino sobre la sociedad americana. Surgen así preguntas en torno al racismo, a la opresión, a la esclavitud... Y estas piezas de un muro que separaba una ciudad son ahora símbolo de la libertad. 


Algunos momentos son particularmente interesantes por sus propias contradicciones. Los directores preguntan a dos estudiantes de una Universidad en la que está expuesto un trozo del muro de Berlín por qué creen que ha sido colocado ahí. La respuesta no es fácil, pero hacen referencia al hecho histórico de que el edificio que alberga a la Universidad fue construido por esclavos negros. Y que, mientras se dedica un espacio importante a este muro, sólo hay una pequeña referencia al pasado esclavista de este espacio. Parece, por tanto, la mirada al exterior para evitar mirarse al espejo. El documental también habla de inmigración, a través de personas que los directores encuentran junto a estos muros. Y no es casual que las últimas palabras que escuchamos al final de la película estén pronunciadas en español, lo que termina conectando el muro derribado con el muro prometido en la frontera mexicana.

También hay una conexión entre Alemania y Estados Unidos en Walchensee forever (Janna Ji Wonders, 2020), que estuvo presente en el Festival de Berlín. La directora realiza un recorrido por su historia familiar centrado en las mujeres: ella, su madre, su tía y su abuela. Tres de ellas están presentes a lo largo del documental, mientras que la tía Frauke, que murió cuando su coche chocó contra un árbol (probablemente un suicidio), es una especie de fantasma que siempre ha estado presente en la familia, a pesar de que la directora ni siquiera la conoció. Pero su ausencia siempre ha marcado las vidas de su madre y su abuela, siempre presente aunque no fuera de forma externa, sino manteniendo una cierta atmósfera de tragedia. La historia de la familia comienza contada como un cuento: un guapo joven que se enamoró de una joven campesina. Pero pronto la madre entrevistada sostiene que la realidad no fue tan idílica. El abuelo fue convocado a la guerra, y cuando regresó "trajo la guerra consigo a casa". 


La historia familiar es, sin duda, fascinante, pero lo que hace más interesante este documental es el esfuerzo de estas mujeres por encontrar un espacio vital propio, alejadas (o no) de la influencia masculina. Porque, dentro de estas contradicciones, la madre de la directora incluso acabó formando parte, en la época hippie de la emancipación juvenil en San Francisco, de una comuna que ella asumió como un "harén", un grupo de mujeres bajo la protección de un hombre. "¿Pero por qué lo llamabas 'harén'?", pregunta la hija sorprendida. Walchensee forever es un espléndido retrato de una familia compleja, llena de incoherencias en algunas ocasiones. Una familia de mujeres cuyas vidas no fueron fáciles, pero que mantuvieron una fuerza extraordinaria. La abuela, 105 años, murió durante el rodaje. La ausencia se hace presente de nuevo a la orilla del lago Walchensee. 



24 agosto, 2020

Atlàntida Film Fest: Sesión final

La 10ª edición del Atlàntida Film Fest llega a su fin el próximo 27 de agosto. A lo largo de este mes, entre las proyecciones presenciales de la primera semana y los visionados online en la plataforma Filmin, el festival ha dado cabida a un buen ramillete de películas que conforman un panorama interesante de la producción cinematográfica que se ha hecho en Europa entre 2019 y 2020. En un año en el que la crisis del coronavirus ha llevado a muchos festivales a reconvertirse, en cierta manera Atlàntida Film Fest ha demostrado que su apuesta por el formato online era acertada. Sheffield Doc Fest ha demostrado, por ejemplo, que se puede reconvertir esta crisis en un efecto positivo, y ha apostado por ampliar su programación a lo largo de casi todo el verano, hasta desembocar en una edición presencial en octubre, pero previamente reforzando su propuesta online. Se trata por tanto de una posición que lanza una mirada positiva frente a ese distanciamiento social que ha venido provocando una pandemia que parece difícil de combatir. 

En nuestra última crónica ofrecemos una selección de títulos interesantes de la programación del Atlàntida Film festival, incluidas la película de clausura y un film que se cayó de la programación.

Domestik

Entre estas propuestas que os presentamos, destacan historias de amor muy particulares. Vif-Argent (Burning ghost) (Stéphane Batut, 2019) es una de ellas, una historia de amor que va más allá de la vida y la muerte, y que llega precisamente esta semana a las salas cinematográficas en Francia, después de haber pasado por la sección ACID del Festival de Cannes y haber ganado el prestigioso Premio Jean Vigo a la Mejor Película. Es una propuesta interesante mostrada desde el punto de vista que un joven fallecido cuya misión es conducir a determinadas personas a su camino hacia la muerte. Esto le permite estar presente aún para los vivos, lo que provocará el reencuentro con una antigua historia de amor que ahora parece más imposible que nunca. 


Es una película que ofrece una mirada poética a esta relación entre vivos y muertos, ya presentada en otros títulos populares, pero ésta no es su parte más interesante, porque al final el desarrollo de la historia de amor cae en los tópicos del género. Lo más llamativo es esa propuesta que hace el guión de un camino hacia la muerte a través del último recuerdo positivo en la vida de una persona. Ese regreso a la infancia, al lugar más recordado, al momento más importante en la vida de cada uno, que los conduce plácidamente hacia otra vida. Es una visión positiva y sosegada de un viaje emocional que conecta directamente con un sentimiento poético.  

Generación

Entre tanta propuesta dramática dentro de la programación del Atlàntida Film Fest, es alentador encontrar una película que provoca un sentimiento esperanzador, como Perfect 10 (Eva Riley, 2019). La historia de una chica de 14 años que encuentra en la gimnasia una vía de escape al aburrimiento, hasta que conoce a un hermano del que no tenía noticias, es una mirada sensible al mundo de la adolescencia, pero apartada de los habituales tics dramáticos de las coming-of-age. A través de un guión sencillo, y sobre todo de unos personajes perfectamente dibujados, la directora muestra en su debut una capacidad notable para hacer que los protagonistas, con sus defectos y sus virtudes, nos conmuevan. 


Ese primer encuentro entre los dos hermanos es demoledor, traza con precisión una cierta indiferencia que oculta en realidad una inseguridad propia de la adolescencia. En cierto modo, la película tiene un aspecto cercano a los dramas de Ken Loach, un cine de realidad que habla de jóvenes sin futuro. Por eso, esa renuncia de la protagonista a los entrenamientos de gimnasia, la única forma de alcanzar una vida diferente, atraída por la aparente libertad vital de su hermano, es un punto de inflexión interesante. Porque poco a poco descubrimos quién está realmente atrapado.

El director francés Sébastien Lifshitz siempre ha estado interesado por las relaciones personales, muchas veces tratando temas como la identidad sexual en ficciones como Primer verano (2000) o Wild side (2004) o en su más reciente documental, Petite fille (2020). En su anterior película, Adolescentes (2019), que se incluye en la programación del festival, no se centra en estos aspectos, sino en la vida de dos chicas, de distinto estrato social, pero amigas desde la infancia. Aunque se trata de un documental, que el director ha rodado de forma episódica a lo largo de cinco años en la vida de las protagonistas, desde los 14 hasta los 18 años, la invisibilidad de la cámara y la complicidad de quienes aparecen en escena, construyen una narración que parece de ficción, pero nada artificial como en otros casos. No hay puesta en escena, sino una inmediatez que incluso en ocasiones se pierde algunos momentos trascendentales de la vida de estas jóvenes, que conocemos porque son mencionados. Pero no importa, porque al final no se trata de elaborar una minuciosa descripción, sino de construir un camino hacia la madurez tomado directamente de la realidad. 


Hay un trabajo excepcional de edición, que a veces introduce algunos temas con un cierto grado de suspense. Y hay algunos personajes, como las madres (de gran fragilidad una, absorbente la otra) que podrían estar en una película de ficción. El director muestra la evolución de dos jóvenes en un momento crucial, en el que las niñas se convierten en adultas, en el que tienen que tomar decisiones que a veces no son fáciles. Es un documental extraordinario, que apunta además a acontecimientos también cruciales en la reciente historia de Francia: los ataques terroristas de Charlie Hebdo y la sala Bataclan, el crecimiento en número de votos de la fascista Marine Le Pen y la elección final del socialista Emmanuel Macron... Hechos que conforman una generalidad que afecta a la particularidad de las protagonistas. Adolescentes es otro ejemplo de cómo el género documental puede romper sus propias barreras. 

Muros y Fronteras

L'angle mort (Blind spot) (Patrick-Mario Bernard, Pierre Trividic, 2019) ofrece una visión nada romántica del poder de la invisibilidad. En realidad, la propuesta de los directores, que ya habían realizado una incursión previa en las relaciones personales obsesivas en su anterior película, L'autre (Patrick-Mario Bernard, Pierre Trividic, 2008), no es tanto una historia de corte fantástico, sino que utiliza ese poder extraño de hacerse invisible para hablar de nuevo sobre las relaciones humanas. El protagonista, que no encuentra especial interés en estar dotado de este poder (solo le sirve para espiar a otras personas), es en realidad un hombre que tiene miedo al compromiso, que prefiere mantener un trabajo sin responsabilidades a dar un paso más allá. 


En un momento de la película, se comenta que tener un poder especial requiere una responsabilidad. Y es ésta la que no asume el protagonista. Es por tanto una historia sobre la negación de la madurez. Al final, los elementos fantásticos acaban construyendo realmente un drama más realista de lo que pudiera parecer en un principio. Igual que en The invisible man (Leigh Whannell, 2020) se utilizaba la invisibilidad para hablar del maltrato, pero sin abandonar un enfoque cercano al cine fantástico, en L'angle mort se nos presenta una mirada más realista que también esconde su auténtico enfoque humano en los resortes del género de ciencia-ficción. 

Por su parte, en la producción alemana I was, I am, I will be (Ilker Çatak, 2019) también se plantea una visión poco romántica de las relaciones personales, aunque se envuelva en una especie de historia de amor. El director alemán de origen turco divide la historia en tres actos definidos por las tres formas verbales del título, para contarnos la relación entre un joven refugiado kurdo y una mujer madura que acepta un matrimonio de conveniencia para que él pueda establecerse en Alemania. La película tuvo cinco nominaciones a los German Film Awards de 2020, aunque la gran vencedora fue System crasher (Nora Fingscheidt, 2019), que también se puede ver en el festival. En la primera parte se presenta a los dos personajes en sus respectivos países, mostrando sus debilidades y un futuro que parece borroso. El segundo acto se centra en su relación personal, y esa especie de pacto matrimonial que finalmente cruzará los límites de sus propios sentimientos. 


Pero es el tercer acto el que mejor define a la película, porque resulta menos previsible de lo que pudiera parecer. Al final, no se trata tanto de una historia de amor, sino de la relación entre dos personajes que se necesitan, bien sea por interés o por soledad. Pero la falta de compromiso (nuevamente) provoca que esta relación se quede estancada en una mera transacción. Es, por tanto, una especie de anti-historia de amor, una visión pesimista, pero también muy realista de las relaciones humanas cuando provienen de la desesperación.  

Película de Clausura

Para clausurar Atlàntida Film Fest se presenta el debut en la dirección de los productores Ángeles Hernández y David Matamoros, responsables del reciente éxito en Netflix de la película de ciencia-ficción El hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019). David Matamoros es uno de los fundadores de Zentropa International Spain, una división de la productora de Lars Von Trier que inició una expansión a partir de 2009. Ambos han dirigido Isaac (Ángeles Hernández, david Matamoros, 2020) que también se proyecta esta semana en el Festival de Cine Español de Málaga. Se trata de una historia que protagoniza un hombre que se encuentra con un amigo de la adolescencia, y que quiere recuperar un pasado mucho más amable que su vida de lujo económico pero de vacío emocional. 


Es una historia de soledad y de mirada hacia un tiempo irrecuperable, pero que termina dejándonos más bien fríos. El problema principal es un guión anodino, que no consigue dibujar personajes interesantes, más allá de la personalidad más o menos tópica (la riqueza no da la felicidad, el talento no se puede desarrollar sin dinero, los hijos se desean como "bien social"...). Y los actores no pueden hacer gran cosa para salvar sus papeles, demasiado encorsetados por textos artificiales. No ayuda tampoco un sonido deficiente, al menos en el visionado de Filmin, que resulta ya un mal endémico en el reciente cine español. 

La película perdida

Aunque estaba anunciada en la programación, finalmente la película Tesla (Michael Almereyda, 2020) no se ha presentado en el Atlàntida Film Fest, aunque se estrenó hace unos días en Estados Unidos directamente en VOD. Se trata de una biografía del conocido inventor Nikola Tesla y su relación con Thomas Edison, George Westinghouse y otros inventores de su época, creadores de artefactos fundamentales en la industria del siglo XX. El director propone una biografía cinematográfica atípica, incorporando anacronismos (el protagonista se nos presenta a través de una búsqueda en Google, Edison lleva un móvil en su bolsillo...) que en cierto modo introducen a la época algunos de los inventos que se desarrollaron años después a partir de las investigaciones de Tesla, como internet o las conexiones inalámbricas. Es una apuesta arriesgada, que a veces nos confunde como espectadores, pero que consigue un sentido de irrealidad que encaja a la perfección en ese mundo de sueños materializados. 


Esta ilusión representada también se muestra a través de escenas que tienen lugar en un plató, con imágenes proyectadas sobre una tela de fondo, que en ocasiones simboliza la psicología del personaje. Hay que alabar en el director esta propuesta osada, aunque los resultados sean confusos y desequilibrados en ocasiones. Ethan Hawke compone a un personaje cariacontecido, frustrado (Tesla lo estuvo especialmente en su última etapa), mientras que Kyle MacLachlan interpreta a un Thomas Edison insolente, con cierto aire de superioridad. Igual que la reciente La guerra de las corrientes (Alfonso Gómez-Rejón, 2019) se centraba en la confrontación entre Edison y Westinghouse, de una forma más tradicional pero menos eficiente, en Tesla el tema principal es la soledad del inventor, aunque el retrato del personaje a veces está demasiado envuelto en un abatimiento crónico. Es la historia de un creador frustrado, y en ese sentido es una película que no celebra al protagonista, sino que lo deshace. Lo cual es, también para el espectador, frustrante. 



Atlàntida Film Fest se puede ver en Filmin hasta el 27 de agosto. 

The invisible man se puede ver en Filmin y Movistar+.
El hoyo se puede ver en Netflix. 
La guerra de la corrientes se puede ver en Filmin.