14 agosto, 2020

Sheffield Doc/Fest: La tierra, relatos sobre el terreno

Las historias que repasamos en este post sobre la programación de Sheffield Doc/Fest tienen que ver con la tierra, como productora de beneficios de subsistencia, pero también como espacio de vida. Lo que también tienen en común estos documentales es que hablan de la amenaza que acecha a estos pedazos de tierra, algunas que ya se han manifestado. La tierra, el cultivo, el lugar donde se habita, está rodeada de peligros en forma de venenos, de especulación, de imprudencias... todo ello generado por la mano del hombre. Es el ser humano enfrentado a un planeta que está destruyendo. Decía el explorador y documentalista francés Jacques Cousteau: "La humanidad ha hecho más daño a la Tierra en el siglo XX que en toda su historia".   

El documental Camagroga (Alfonso Amador, 2020) propone una mirada a La Huerta de Valencia a través de tres generaciones de una familia que se dedica a cultivar chufa para la elaboración de horchata. El director divide la narración en cuatro partes que se corresponden con las estaciones del año, de forma que asistimos al proceso de cultivo de modo minucioso, quizás demasiado. Y utiliza el formato 4:3 con bordes redondeados que le da a la película un aire de archivo audiovisual de la memoria. Es un documental pausado, casi como las propias vidas de los agricultores que retrata, con los que en ocasiones entabla conversaciones que hablan sobre la escasa rentabilidad del negocio en un mundo industrializado, sobre la forma de trabajar en el pasado, sobre la incorporación de la emigración al cultivo... 

El interés aumenta cuando Inma, una de las agricultoras, explica en una escuela cuál es su trabajo. Se revelan así los peligros que rodean a la Huerta, la especulación en torno a los terrenos, la expropiación de hasta 80.000 m2 de terreno planteada por el Ministerio de Fomento para la ampliación de una autopista. La muerte, en definitiva, del cultivo tradicional de chufa en Valencia. El documental es un homenaje a la tierra, con una ausencia de la figura humana en buena parte de su metraje, o con una presencia secundaria en todo caso, pero sembrando a lo largo del metraje momentos de reflexión que nos enfrentan a esta amenaza de un futuro incierto a un pasado agonizante. La mirada del director es básicamente contemplativa, con apenas intervenciones, sin información adicional. Lo que quiere expresar lo hace a través de las imágenes (a veces a través de las palabras de los agricultores), y requiere del espectador una atención especial a los pequeños detalles. 

La tierra como elemento de provisión de alimento también es la protagonista de Tu crois que la terre est chose morte (Florence Lazar, 2019), producción francesa que nos acerca a las islas Martinica y a su terrible realidad, la contaminación de una cuarta parte de la zona debido a un plaguicida que se usó durante décadas sin control y que presenta alto riesgo cancerígeno. La clordecona comenzó a producirse en Estados Unidos en los años sesenta, pero se usó sobre todo en las zonas tropicales, y en las islas Martinica concretamente para proteger la producción de bananas, su principal recurso económico. Pero las consecuencias fueron desastrosas. Se calcula que el 92% de la población de Martinica y el 95% de los habitantes de las islas Guadalupe están contaminados. Pero el gobierno francés, a pesar de la campaña "Objetivo: 0 clordecona", se niega a hablar de crisis sanitaria, porque eso requeriría inversiones económicas. 

La tierra ha sido envenenada (se calcula que entre 1972 y 1993 fueron utilizadas hasta 300 toneladas del pesticida cancerígeno en las islas Guadalupe y Martinica). El documental nos acerca a la supervivencia de algunos agricultores cuyos cultivos aún no están afectados, y a aquellos que resisten. Pero también refleja lo que se denomina "dominación ecológica". Porque esta situación de indefensión proviene también de la idea de colonización, de la actitud de desprecio hacia las tierras colonizadas, de la negación de una crisis. La directora, Florence Lazar, es una veterana fotógrafa y videoartista que ha creado un documental conciso, que mira sobre todo a los ojos de sus protagonistas, a la actitud defensiva de unas vidas que han sido envenenadas por la prepotencia.

Es prácticamente imposible vaciar una bañera llena de agua con una cuchara. Es uno de los mensajes más claros que nos muestra The story of plastic (Deia Schlosberg, 2019), una producción estrenada el pasado mes de abril en Discovery Channel. Se trata de un recorrido que en algunos momentos puede ser discutible en torno a cómo nos enfrentamos a la necesidad casi impuesta de la utilización del plástico, y cómo conseguir eliminar los peligros medioambientales que evidentemente provoca. Esta producción plantea algunas vías de salida que se están desarrollando por parte de algunas organizaciones sin ánimo de lucro en países que están especialmente afectados por los residuos plásticos. 

La historia del plástico está íntimamente ligada a la del petróleo. Básicamente, los residuos sobrantes fueron utilizados por las compañías petrolíferas para crear este material de gran resistencia e introducirlo en los hogares. El documental muestra estos procesos de fabricación, utiliza animaciones, entrevista a expertos, y construye en general una elaborada, aunque algo tediosa, argumentación para exponer el peligro de la producción de plástico. Y aunque el recorrido a veces resulta demasiado farragoso, la propuesta documental es más interesante cuanto más precisa se hace en la proposición de preguntas: ¿cómo es posible que las compañías de combustible fósil sigan financiando nuevos hidrocarburos para la producción de plástico?  ¿De qué sirve reciclar botellas de plástico en bolsas de plástico que no son reciclables? ¿Es posible una reducción de residuos que no provoque daños medioambientales?

La localidad rusa de Karabash fue calificada en 1989 por las Naciones Unidas como la ciudad más contaminada del planeta. Desde los años setenta, depende casi exclusivamente de una planta de fundición de cobre que es al mismo tiempo la causante de sus niveles de contaminación, y de una especie de congelación en el tiempo de una zona que tiene aspecto de planeta desértico. El mediometraje Karabash (Ilya Komarov, 2020) muestra a lo largo de su escasa media hora de duración imágenes con un cierto aire poético. La mirada del director se detiene en el letrero de entrada a la ciudad, que tiene escrito un S.O.S. encima, se adentra en el paisaje marciano de la zona de exclusión, un lugar junto al que se juega un partido de fútbol, y se detiene en diversos trabajadores de la planta de fundición, casi el único lugar que da trabajo a sus habitantes, que al mismo tiempo sufren las consecuencias sanitarias de la contaminación. 

El documental no se centra realmente en el desastre ecológico, que está ahí y es patente, sino que habla de un espacio que parece congelado en el tiempo: "La ciudad simplemente se ha detenido". No hay progreso en el horizonte, aunque tampoco es algo que necesiten sus habitantes. El mediometraje habla de algo que va más allá de la ciudad en sí misma que es, en realidad, un reflejo de un país que no parece dispuesto a cambiar las cosas. Los jóvenes obreros de la fundición, como Volodya, no han conocido otra Rusia que la gobernada por Putin. Y no necesitan nada más: "El progreso es cuando luchas contra ti mismo y has logrado el éxito definitivo; eso es progreso. Y no considero necesario ni siquiera empezar a luchar conmigo mismo. Es como si Rusia declarara la guerra a Rusia. Absurdo". Las imágenes aéreas de Karabash muestran una superficie que parece extraída de Marte. "Para mí cualquier cambio es una mierda. Cuando cambias algo empiezas a pensar: '¡Joder!', y empiezas a recordar otros tiempos".  

La idea del documental nació de un proyecto multimedia que pretendía mostrar una serie de ciudades cuya subsistencia depende de fábricas contaminantes. Pero al final se decidió convertir a la ciudad de Karabash en la protagonista de un mediometraje independiente. Algo parecido ocurre con Vulnerabile bellezza (Manuele Mandolesi, 2019), uno de los tres documentales dedicados al terremoto que asoló Italia en 2016. La Asociación Respiro Produzione está formada por profesionales del cine que decidieron mostrar las consecuencias de este terremoto (cuando aún buena parte de las zonas afectadas no han sido reconstruidas). De esta forma, también se realizó el documental Questa e' casa nostra (Manuele Mandolesi, 2019) y la webserie Chiedi a la polvere (2019) que está formada por episodios de 3 minutos. Pero el primero es el que ha tenido una mayor resonancia nacional e internacional, consiguiendo el pasado mes de julio el Globo de Oro de Italia al Mejor Documental. 

En agosto de 2016, la tierra tembló en el centro de Italia, dejando pueblos enteros destruidos y miles de familias sin hogar. Los protagonistas de Vulnerabile bellezza son un matrimonio y sus hijos que tratan de reconstruir sus vidas tras perder casi todo. El objetivo a corto plazo es el de conseguir una nueva casa en esas mismas montañas donde perdieron la suya. Es un apego a la tierra que surge de la necesidad (en este caso, ellos viven de una granja) y que finalmente les lleva a conseguir ese hogar que muchos otros afectados por el terremoto no han logrado todavía, como se comenta al final del documental. 

El director adopta una posición casi invisible, ofrece la información necesaria a través de los diálogos de los protagonistas y nos introduce en esa vida campesina en medio de un paisaje hermoso pero también vulnerable. La historia está narrada con la misma estructura que Camagroga (Alfonso Amador, 2020), utilizando las estaciones del año para mostrar los pasos que va dando esta familia hasta alcanzar su objetivo. Y a lo largo de la película escuchamos, en estas divisiones temporales, la historia de un soldado, una especie de cuento infantil que al final se nos desvela como revelador. Es un documental que nos ofrece una visión cercana, optimista y positiva. No hay tragedias personales porque la tragedia real ya ocurrió, es la que sobrevuela en toda la historia. 

Otra tragedia, esta vez provocada por la especulación inmobiliaria, es la que se produce en las familias que habitaban el barrio de Aleixo en Oporto. Durante siete años, el director del documental A nossa terra, O nosso altar (André Guiomar, 2020) ha acompañado a algunas de estas familias en su enfrentamiento contra la orden de derribar las torres que formaban el barrio, con el objetivo de acabar con la peligrosidad y la venta de drogas, pero con una intención más cercana a la reurbanización de la zona, privilegiada en sus vistas. "Los pobres no tienen derecho a mirar al río", escribe una de las protagonistas en una pared. 

Estos siete años de crónica de la vida de estas familias comienzan en 2013, y divide claramente el documental en dos partes. La primera muestra con acierto un sentimiento de comunidad, de vida en común en la que los vecinos se ayudan entre sí y realizan parrilladas en los pasillos. No hay realmente una información previa sobre quiénes son y cuál es su medio de subsistencia, pero sabemos que esas torres de pisos fueron ocupadas y que la venta de drogas es habitual. Una de las familias se reúne alrededor de la televisión para ver la demolición de la torre 4, como si se tratara de una película. Pero es una realidad que ocurre muy cerca, y que con toda seguridad les acabará tocando a ellos. 


En la segunda parte, que se desarrolla en 2019, el cambio es radical. La luminosidad del principio da paso a una sensación de tragedia, de abandono, subrayada además por el fallecimiento un año antes de uno de los jóvenes protagonistas de la primera parte. No tenemos mucha información sobre su muerte tampoco, pero es fácil imaginar el fantasma de las drogas nuevamente. "Esto estaba lleno de niños antes. Ahora está vacío", se lamenta la madre. Pocas familias quedan ya en la torre que permanece en pie. Al final, hay una fiesta, pero es una fiesta triste, de despedida, de impotencia. La última torre fue demolida en junio de 2019. 





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