28 febrero, 2022

19º Festival Internacional de Cine de Salento

Fundado en 2004 por Luigi Campanile, el Festival Internacional de Cine de Salento se celebra cada mes de septiembre en la localidad de Tricase, situada justo en la punta del "tacón" de esa especie de bota que forma la fisonomía de Italia. Toda esa zona es la sub-península de Salento que pertenece a la región de Apulia, también llamada La Puglia, una zona poco explorada por el turismo que está bañada por dos mares, el Jónico y el Adriático. En este entorno de paisajes naturales y arquitectura barroca se presentan producciones independientes como forma de promoción del cine pero también de la zona. El Festival Internacional de Cine de Salento ha desarrollado en los últimos dos años una gira llevando las producciones italianas del festival a ciudades como Zúrich, Londres, Hong-Kong, Nueva York, Santiago de Chile, Oslo, Moscú y San Petersburgo. En la programación del festival itinerante se incluyen cuatro películas italianas que han logrado diversos galardones en la edición de 2021. 

El premio a la Mejor Película fue para Re Minore (Giuseppe Ferlito, 2020), una producción de la Associazione Culturale Immagina, que ya había logrado el Premio del Jurado Popular en el Festival de Cine de Salerno 2020. Rodada en 2019 en la región de Sicilia, entre las localidades de Sciacca, Caltabellotta y Burgio, la acción se desarrolla en este último municipio de algo menos de 3.000 habitantes, donde Mimì (Francesco Catalanotto) es un niño que se aficiona a los sonidos que surgen cuando golpea todo tipo de objetos por la calle. Así comienza una vocación que le lleva a estudiar como ingeniero de sonido en Londres, donde conoce a su novia Mirella (Letizia Toni). Varios años después, el joven Mimì (Gabriele Ferrantelli) regresa con su pareja a Burgio, donde se reencuentra con su padre Jaco (Santo D'Aleo), el Maestro Corona (Vincenzo Catanzaro) y una comunidad pequeña enfrentada a problemáticas universales como la inmigración. A su llegada al pueblo, Mimì es recibido por un terremoto, uno de los muchos que se producen en Sicilia provocados por la actividad volcánica del Etna. Pero también es una metáfora de la sacudida que la llegada del joven y su novia Mirella provocarán en el pueblo, especialmente en su relación con el Maestro Corona, profesor de música que se ve desplazado en las fiestas religiosas por las aportaciones sonoras de su ex-alumno, bien recibidas por el nuevo párroco del pueblo, el Padre Santino (Nicola Puleo), cuya visión más actualizada de la religión le enfrenta a veces con sus propios feligreses. 


En una de sus clases, el Maestro Corona comenta que la 9ª Sinfonía de Beethoven (1824) está compuesta en Re Menor, "una tonalidad musical muy utilizada tanto en el pasado como en el presente, sobre todo por su significado trágico". De hecho, tiene un sonido más oscuro que la mayor, y en el siglo XIX estaba considerada como la tonalidad más apropiada para la tristeza, algo que Piero Piccioni representó de forma espléndida, por ejemplo, en temas como "Overture in Re Minor" para la película Escándalo en el convento (Domenico Paolella, 1973), una representante tardía del subgénero "nunsploitation". Giuseppe Ferlito (1975, Italia) utiliza este paralelismo para construir una película "en re menor", que poco a poco se va haciendo más dramática, especialmente cuando Corona comienza a sentirse desplazado por Mimì, no solo en las creaciones musicales para los acontecimientos religiosos, sino en la propia escuela. Es también el contraste entre lo tradicional y lo novedoso en una región que mantiene todavía un aspecto barroco debido a sus construcciones y una cierta mentalidad clásica. Como tema secundario hay referencias a la forma en que los vecinos afrontan la llegada de inmigrantes, especialmente cuando no reciben ningún tipo de ayuda del gobierno italiano. También hay un cierto tratamiento poético en la representación de esta inmigración, cuando Mimì recorre parte del paisaje cercano a Burgio grabando todo tipo de sonidos y cuando se acerca a la costa no capta los sonidos pacíficos del mar, sino gritos de desesperación de los náufragos. 

Re Minore coquetea con varios géneros como el drama, la realidad social y la investigación policial para construir un mosaico que representa los contrastes en la región de Sicilia, que no solo se enfrenta a desastres naturales como los habituales terremotos, sino también a desastres provocados por los humanos, como la inmigración. Es un planteamiento ambicioso que no siempre consigue narrarse con habilidad, que abarca demasiados temas para concretarse o profundizar en alguno de ellos. Para una película que da tanta importancia a la música, la propia utilización de la banda sonora resulta fallida, demasiado sobrecargada. Giuseppe Ferlito es el director de la Escuela de Cine de la Associazione Culturale Immagina, y parece claro que buena parte de la película está realizada por técnicos y actores no profesionales, pero a pesar de sus defectos hay una honestidad y una complejidad en el retrato de la comunidad que parece reflejar con acierto la idiosincrasia de Sicilia, la zozobra de abordar nuevos tiempos desde una mirada tradicional, el naufragio de los recursos sociales para abrir los brazos a quienes huyen de la pobreza. 

La partita (Francesco Carnesecchi, 2019) es un drama que utiliza los noventa minutos que dura un partido de fútbol, lo mismo que la película, para construir varias historias relacionadas con el Sporting Roma, un equipo de barrio con mala fortuna en la portería. La película es una ampliación del cortometraje La partita (Francesco Carnesecchi, 2016) que estaba protagonizado por los mismos actores, pero tuvo que retrasar su estreno previsto para 2020 debido a la pandemia y acabó distribuyendose en la plataforma Netflix a nivel internacional, estrenándose en España con el título de Un partido decisivo. Pero mientras el corto se centraba en el terreno de juego durante la final del campeonato juvenil que juega el Sporting Roma, el largometraje extiende el abanico de personajes que, también en los alrededores del campo de fútbol, ejercen influencia en el propio partido. El enfrentamiento deportivo se convierte en un microcosmos en el que hay mucho más en juego que ganar una final, especialmente para el presidente del Sporting, Italo (Alberto Di Stasio), que ha apostado todo lo que le quedaba en el partido, relacionándose con la mafia local, para el entrenador Claudio Bulla (Francesco Pannofino), que conseguiría ganar un campeonato por primera vez, y para el principal jugador del equipo, Antonio (Gabriel Fiore), que siente la presión de los aficionados y de su propio entrenador. Para cada uno de ellos ganar es una cuestión de vida y muerte, en algún caso literalmente.   


Siendo ésta la base del cortometraje, el director Francesco Carnesecchi (1985, Italia) construye otras subtramas que implican a más personajes, creando una visión amplia no ya del propio equipo, sino del barrio en el que se encuentra, con implicaciones que hablan de la mafia, de los partidos amañados y de las polémicas apuestas en los ámbitos más locales del deporte italiano. Hay interesantes recursos visuales en la película, especialmente en las secuencias del partido, que se juega en un terreno de arena y polvo que en un día caluroso del mes de mayo se convierte en el peor enemigo de los equipos. En la trastienda está la intención del hijo del presidente, Leo (Daniele Mariani) de invertir un dinero que no tienen en introducir la hierba artificial en el campo, a lo que su padre se niega: "El fútbol ha nacido en la tierra", que es la resistencia a la desaparición. La película comienza como una comedia, para ir desviándose progresivamente hacia el drama con consecuencias violentas, y aunque no consigue del todo combinar las diferentes historias, más interesantes cuanto más cerca están del terreno de juego, acaba construyendo una visión del fútbol, de Roma y de Italia, como espacios de vida en los que se mantienen las tradiciones en colisión con una fuerza superior, que hace añicos el pasado para construir un presente no necesariamente mejor. 

También sufrió las consecuencias de la pandemia la película Est - Dittatura last minute (Antonio Pisu, 2020), que no pudo estrenarse en salas hasta 2021. Basada en la historia real de tres amigos italianos que decidieron viajar a Rumanía, envuelta en la dictadura que mantuvo a Nicolae Ceaușescu como presidente entre 1967 y 1989, la historia tiene como protagonistas a Rice (Lodo Guenzi), Pago (Matteo Gatta) y Bibi (Jacopo Constantini), tres jóvenes que quieren aprovechar un viaje de vacaciones por el Este de Europa para encontrar aventuras en un momento histórico decisivo en el continente, más allá de su ciudad natal de Cesena. Aunque su primer destino es Hungría, la caída del muro de Berlín y la desintegración de los estados socialistas les lleva a buscar el único país en el que todavía está en pie una dictadura, aunque por poco tiempo. Su intención es grabar con una cámara de super 8 su propio viaje, lo que en la realidad desembocó en el libro Addio Ceausescu. Tre giovani romagnoli alla scoperta e all'avventura oltre la Cortina di Ferro (2019), escrito por Andrea Riceputi y Maurizio Paganelli. 


A su llegada a Budapest, el desconocido Emil (Liviu Cheloiu), que ha escuchado su intención de viajar a Rumanía, les pide que lleven una maleta a su familia, que se encuentra en Bucarest, ya que él huyó del país y no puede regresar. Esta valija se convertirá en el objeto de tensiones entre los amigos, alguno de ellos temeroso de ser descubierto por la policía secreta, pero también convierte su viaje a Rumanía en una aventura inesperada. El director Antonio Pisu (1984, Italia) introduce imágenes reales de las grabaciones en Super 8 que hizo el trío de amigos, junto a material de archivo que refleja la vida de pobreza en la que se mantenía la población rumana. Hay una buena química entre los tres actores protagonistas, lo que contribuye a una mayor fluidez en la historia y se equilibra con inteligencia un cierto tono de comedia juvenil con la crudeza de la vida en las repúblicas socialistas de finales de los ochenta. Este contraste también puede provocar discusión respecto a la perspectiva de la historia, en cuanto parece que hay una mirada trivializada del drama, un cierto aire de superioridad inconsciente en estos jóvenes que viajaron desde la estabilidad de sus vidas seguras hasta el interior del drama humano. 

La música de Davide Caprelli, ganadora del Premio a la Mejor Banda Sonora en el Festival de Salento, recorre con habilidad los momentos de camaradería, amistad y tensión que viven los protagonistas, con la aportación imprescindible de la vocalista Ciara Sorace. Hay contundencia en el uso de las percusiones y las guitarras eléctricas, pero sobre todo una hermosa melodía principal con el piano como instrumento solista que aporta cierto aire melancólico, aunque en la banda sonora tiene especial importancia la canción "Felicitá", de Al Bano & Romina Power, y sobre todo la triste y melancólica "L'ombra della luce" de Francesco Battiato, que incluyó en su álbum Come un cammello in una grondaia (1991, EMI) . 

Hablar de Renato Casaro es hablar del cine más comercial de los años setenta y ochenta, porque fue el ilustrador que creó algunas de las imágenes más icónicas de esas décadas, primero en su Italia natal y posteriormente en Hollywood. El documental L'ultimo uomo che dipinse il cinema (Walter Bencini, 2020), que pasó por la sección Sitges Documenta del Festival de Sitges 2020, es un recorrido algo convencional por uno de los últimos creadores de esos carteles que eran auténticas obras de arte y que muchos aficionados con cierta edad recordamos haber buscado en las antiguas tiendas de souvenirs cinematográficos. La película cuenta con la participación de algunos de los directores y productores para los que trabajó y actores que ilustró, como Dario Argento, Aurelio De Laurentiis, Carlo Verdone y Terence Hill, además de con el propio Renato Casaro en su casa de Marbella. Su trabajo como pintor de carteles comenzó temprano desde que se desplazó a Roma y se introdujo en un mundo cinematográfico en pleno apogeo, con Italia como escenario del rodaje de numerosas películas de Hollywood, pero también con una intensa producción propia, hasta que creó su propio estudio en Cinecittà con 21 años. Como muchos artesanos de la época, trabajó intensamente creando las versiones para Italia de los carteles de producciones internacionales, lo que le permitió desarrollar su estilo personal, inspirándose en las obras de Angelo Cesselon y Averado Ciriello pero, sobre todo, del norteamericano Norman Rockwell. 


El productor Dino De Laurentiis le dio la oportunidad de pintar el cartel de la superproducción La Biblia... en su principio (John Huston, 1966), y a partir de entonces comenzó una colaboración continuada que le llevaría a Hollywood. Antes conoció a Sergio Leone en el set de rodaje de Mi nombre es ninguno (Tonino Valerii, 1973), que él co-dirigía. Ya había creado el cartel de Le seguían llamando Trinidad (Enzo Barboni, 1970) y sería el responsable de las ilustraciones de buena parte de las películas protagonizadas por la pareja formada por Terence Hill y Bud Spencer. Acompañó a Dino De Laurentiis cuando se trasladó a Hollywood y comenzó su etapa más internacional en los ochenta. Desde Flash Gordon (Mike Hodges, 1980) hasta Conan, el bárbaro (John Milius, 1982), desde Dune (David Lynch, 1984) hasta El guerrero rojo (Richard Fleischer, 1985), la creación artística de Renato Casaro ha producido imágenes imborrables que son memorables como Acorralado (Ted Kotcheff, 1982), La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984), Cotton Club (Francis Ford Coppola, 1984), El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986), El corazón del ángel (Alan Parker, 1987) o Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990). Una de las características de sus creaciones es la de mostrar a personajes masculinos empuñando armas y se encuentran similitudes en la posición de los protagonistas de carteles como Un psicópata en la familia (Jeff Bleckner, 1984) y Rambo: Acorralado Parte II (George P. Cosmatos, 1984). También comenzó a colaborar con Bernardo Bertolucci, para el que creó los carteles de El último Emperador (Bernardo Bertolucci, 1987) y El cielo protector (Bernardo Bertolucci, 1990). 

Renato Casaro tuvo la clarividencia de guardar buena parte de sus bocetos, lo que permite al documental adentrarse en algunas de las ideas originales descartadas. En Italia, por ejemplo, no se utilizó el cartel que había dibujado para Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984), sino que se sustituyó por uno que incluía una composición fotográfica. Se destacan algunas de sus creaciones en ilustraciones para el cine, como la que realizó para la película Terror en la Ópera (Dario Argento, 1987), que muestra la silueta de un rostro destacando los ojos aterrorizados. Su trabajo comenzó a disminuir a finales de los años noventa, y se ha dedicado a diferentes exposiciones y a su obra artística autónoma, entre la que se encuentran algunos cuadros espléndidos dedicados a Andalucía en la colección Orientalism & Andalucia, que se pueden ver en su página web. Recientemente ha regresado al cine cuando el director Quentin Tarantino le contrató para crear el cartel de su película Érase una vez... en Hollywood (Quentin Tarantino, 2019). Renato Casaro se queja de que el marketing actual está diseñado por ordenador y ha perdido personalidad. Y ciertamente este documental refleja buena parte del componente artístico que tiene toda su obra. 


La partita se puede ver en Netflix. 

Escándalo en el convento, Flash GordonEl nombre de la rosaEl último Emperador se pueden ver en Filmin. 
Mi nombre es ninguno y Le seguían llamando Trinidad se pueden ver en FlixOlé. 
Conan, el bárbaro se puede ver en Disney+. 
Dune se puede ver en Filmin, Movistar+, Rakuten y Starzplay.
AcorraladoRambo: Acorralado - Parte II se puede ver en Netflix. 
La historia interminable se puede ver en Filmin, HBO Max y Netflix. 
Bailando con lobos se puede ver en Movistar+. 
El cielo protector se puede ver en Filmin y Prime Video. 
Érase una vez en América y Érase una vez... en Hollywood se pueden ver en Prime Video. 


25 febrero, 2022

Las series españolas de 2022: Parte 1

Nuestro primer repaso a las series españolas del año se detiene en los principales estrenos de enero y febrero, que en general han sido bastante irregulares tanto en resultado crítico como de audiencias. 2022 no comienza demasiado bien para la ficción nacional, que se estrella con algunas de las apuestas más importantes y que parece demasiado, especialmente de RTVE y, en menor medida, de Telecinco. Destacan el buen rendimiento de Mentiras (Atresmedia, 2020-) en su emisión lineal después de haber pasado dos años de su estreno en la plataforma, y la primera producción de ficción española de Starzplay.   

Los siguientes comentarios se basan exclusivamente en el visionado de las temporadas completas y pueden contener información relevante sobre sus argumentos.

No ha podido tener mejor timing el estreno de la segunda temporada de Nasdrovia (Movistar+, 2020-2022), una serie que se desarrolla en el entorno de la mafia rusa, que se convierte en el principal cliente del restaurante Nasdrovia del que son dueños Edurne (Leonor Watling), Julián (Hugo Silva) y el cocinero Franky (Luis Bermejo). El nombre del local hace referencia a la palabra Naz daróvie, que significa "salud", pero que en realidad es una expresión más de Polonia que de Rusia, donde se utiliza la expresión Za zdaróvie, que significa "por la salud". Basada en la novela El hombre que odiaba a Paulo Coelho (2016, Ed. La Esfera de los libros), de Sergio Sarria, la serie introduce numerosos cambios, como el hecho de convertir en protagonista principal al personaje de Edurne, que es la que rompe la cuarta pared para dirigir sus reflexiones directamente a los espectadores. La historia aborda la crisis de los cuarenta a través de dos abogados que parecen tener sus vidas perfectamente diseñadas, con una estabilidad económica y un trabajo continuo, pero que sienten que hay algo que les falta, ese sentido de aventurarse, esa sensación de que en realidad se sostienen sobre plataformas de seguridad que les impiden vivir la vida plenamente. Lo que les llevará a la inversión en el restaurante y a quedar atrapados en los entresijos de la mafia rusa. Producida por Globomedia (The Mediapro Studio) y escrita por Luismi Pérez, el propio autor Sergio Sarria y Miguel Esteban, ambos han sido guionistas del programa El intermedio (La Sexta, 2006-) y éste último co-creador de El vecino (Netflix, 2019-2021), la serie contiene dosis de thriller mafioso y un humor cínico que aborda cuestiones relacionadas con nuestra sociedad. 

La segunda temporada abunda en este sentido del humor, pero se hace más seria, girando hacia el género thriller y dando aún más protagonismo a Edurne, quedando Julián en una posición secundaria y Franky en un cameo prácticamente. La situación de la protagonista se hace mucho más peligrosa en el entorno de un cambio de liderazgo que encabeza Boris (Anton Yakovlev), que ahora es un personaje menos ambivalente que en la primera temporada, en la que incluso a veces establecía cierta empatía con el espectador. Más estereotipado en esta segunda parte, es el principal objetivo de una serie de conspiraciones que pretenden acabar con su vida. De nuevo bajo la dirección de Marc Vigil, hay continuos altibajos en la temporada, que se balancea entre géneros con desequilibrio, pero que curiosamente funciona mejor cuanto más complejos son los episodios, como en Vinieron del Este (T2E4), que incluye un cameo del actor Jaime Blanch (recordemos que Marc Vigil ha sido el director habitual de la serie El Ministerio del tiempo (RTVE, 2015-)). Las referencias a la pandemia y el estado de alarma en los últimos episodios de la temporada propone una visión cínica en torno al confinamiento, con vecinos en los balcones regañando a quienes caminan por la calle, aunque estén huyendo de una amenaza. Pero hay una cierta aceleración en el final del episodio Showtime (T2E6) que quiere resolverlo todo demasiado rápidamente. Aunque Movistar+ la ha anunciado como la última temporada, el desenlace de la serie no es concluyente, y la música con la que se cierra deja la puerta abierta a una nueva historia de los protagonistas en otro contexto. 

En línea con la producción de series documentales dedicadas a figuras destacadas de la reciente historia musical de España, que tienen cierto aire de nostalgia retro, Raphaelismo (Movistar+, 2022) continúa el camino de Lola (Movistar+, 2021), pero también de otras series en el terreno de la ficción como Bosé (Paramount+, 2022), centrada en la figura de Miguel Bosé, que intentará revalidar el éxito de las telenovelas Selena. La serie (Netflix, 2020-2021) y Luis Miguel. La serie (Netflix, 2018-2021). El documental sobre Raphael está producido por Dadá Films & Entertainment, productora fundada en 2017 por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, que son también los directores, y que tienen tras sí una nominación al Goya a Mejor Documental por Anatomía de un dandy (Charlie Arnaiz, Alberto Ortega, 2020) y también produjeron la película El mundo fuera (Charlie Arnaiz, Óscar García Blesa, Alberto Ortega, 2020), que recogía videos de aficionados a la música de Alejandro Sanz enviados durante el confinamiento. Raphaelismo juega sobre seguro porque cuenta con la colaboración del propio Raphael y de toda su familia, además de entrevistar a muchos de sus colaboradores y algunos de sus seguidores. En cierta manera, este proyecto colaborativo crea una red de seguridad sobre lo que se cuenta, un control sobre la narrativa escrita por Luis Sánchez-Polack y Casandra Valdés que en otros casos como el de Francisco Umbral en Anatomía de un dandy permitía una mayor libertad para afrontar con profundidad la personalidad controvertida del protagonista. Pero a su favor hay que decir que Raphael no evita mencionar algunos de los momentos más duros de su carrera, que vista en retrospectiva podría considerarse un camino sembrado de éxitos. La retirada debido a la presión cuando se encontraba en su momento de mayor auge internacional, la depresión, la enfermedad... forman parte del relato de un cantante que abrió las puertas del extranjero a la música hecha en España. 

Tampoco se evitan temas como la orientación sexual del artista, puesta en duda a veces a pesar de llevar casado cincuenta años con Natalia Figueroa, pero a la que su amaneramiento en el escenario y las letras de algunas canciones escritas por Manuel Alejandro como "Digan lo que digan", de la película Digan lo que digan (Mario Camus, 1967) o "Qué sabe nadie" (1981) alimentaban con cierta ambigüedad. Como se contaba en Lola (Movistar, 2021), la apertura del país después de la muerte de Franco supuso también para Raphael la etiqueta de cantante franquista, y ahí es donde quizás el documental sufre las consecuencias de un excesivo control de la narrativa. Mientras que a Lola Flores se la define sin problemas como una artista de mentalidad conservadora aunque absolutamente libre como mujer, y se dedica un fragmento extenso a la imagen de las folclóricas como referentes del régimen dictatorial, en el caso de Raphael se evitan los posicionamientos políticos, se pasa rápidamente y se habla del artista apolítico (si se puede ser apolítico en medio de una dictadura). Falta aún una película que aborde la utilización de los artistas que hizo el régimen de Franco para mostrar una supuesta apertura al exterior, y cómo especialmente los músicos se dejaron querer por la dictadura en favor del crecimiento de sus carreras profesionales. 

En otros aspectos Raphaelismo es más interesante en cuanto reflejo de un cantante que ha traspasado nuestras fronteras, desde su histórica actuación en el madison Square Garden de Nueva York en 1969 hasta el reciente y exitoso concierto en el Carnegie Hall en 2019, y que ha sabido adaptarse y renacer en varias ocasiones. Hay también, como las hay en Lola, algunas entrevistas que aportan poco como la de David Bisbal, otras de auténticas "raphaelistas" como Alaska (que parece ser presencia habitual en estos documentales) o Carlos Areces, y de algunos nombres que han formado parte del último renacimiento del cantante, como el director de cine Álex de la Iglesia o el joven músico Lucas Vidal. Pero Raphaelismo tiene sobre todo un personaje secundario sin el que esta serie documental no tendría la misma envoltura: el compositor jerezano Manuel Alejandro, imagen viva de la música española a sus recién cumplidos noventa años, con una memoria extraordinaria para recordar anécdotas, responsable de los éxitos de varias generaciones de cantantes españoles, y figura inseparable de la carrera artística de Raphael. 

Podría parecer extraño hablar de una serie como Mentiras (Atresmedia, 2020-) después de dos años de su estreno en la plataforma digital ATRESplayer Premium, pero su reciente emisión en la televisión lineal de Antena 3 con unas audiencias espectaculares la convierten en un fenómeno extraordinario en la evolución televisiva reciente. Porque lo habitual es que series que no funcionan en las emisiones lineales tengan una segunda vida en las plataformas digitales, pero no que ocurra lo contrario. Los seis episodios de esta serie protagonizada por Ángela Cremonte y Javier Rey han logrado traspasar la barrera del millón y medio de espectadores, alcanzando su  máximo en el último episodio, con casi dos millones, cifras que están muy por encima de otros estrenos recientes como Sequía (RTVE, 2022-) que solo superó el millón en su primer capítulo, y casi a la altura del drama criminal Entrevías (Tele5, 2022-), la gran apuesta de ficción nacional de Telecinco en un año particularmente negativo en cuanto a audiencias para los canales de Mediaset. Hay que tener en cuenta la diferencia de espectadores entre las plataformas digitales de los canales tradicionales y sus emisiones lineales. ATRESplayer Premium cerraba la primera mitad de 2021 con 437.000 suscriptores, por lo que el éxito de la serie en lineal ha triplicado su posible visionado en la plataforma (no existen cifras oficiales).   

Mentiras tiene como creador a Curro Novallas, responsable de series como Traición (RTVE, 2017-2018) y Alta mar (Netflix, 2019-2020) y productor ejecutivo de Los protegidos. El regreso (Atresmedia, 2021), que ejerce también como co-director junto a Norberto López Amado. Se trata de una adaptación bastante fiel de la serie británica Liar (ITV, 2017-2020) que escribieron Harry Williams y Jack Williams en un momento de auge del movimiento Metoo, que logró una mayor difusión del uso del hashtag #metoo en redes sociales a raíz de las acusaciones de abusos al productor de Hollywood Harvey Weinstein en 2017. En este contexto, los hermanos Williams crearon una historia que plantea una reflexión sobre los puntos de vista en un caso de abuso sexual en el que solo se cuenta con la palabra de la víctima. Protagonizada por Joanne Froggatt e Ioan Gruffudd, la serie tuvo dos temporadas, la segunda de las cuales se estrenó en 2020, el mismo año que llegó a ATRESplayer Premium la adaptación española. Esta sigue con bastante fidelidad la primera temporada original, lo que supone quizás uno de sus mayores problemas, ya que abunda en los problemas que surgían en la historia original, cuyo planteamiento inicial da paso a partir del final del episodio No sirve de nada (T1E3) a una convencional trama criminal en que en buena medida dinamita los aspectos reflexivos de la propuesta en torno a los abusos. Los cambios en la versión española contribuyen a hacer aún más absurda la historia, dándole un protagonismo innecesario a Amal (Sofía Oria), la novia de Sergio (Victor Duplá), el hijo de Xavier (Javier Rey), o sustituyendo un tranquilizante que consigue Laura (Joanne Froggatt) en la versión original, por una pistola que pretende usar Laura (Ángela Cremonte) en la versión española. Mentiras no solo cae en los mismos errores que Liar (los dos episodios finales son particularmente absurdos en ambas series) sino que en cierta medida profundiza aún más en ellos. Hasta la fecha, no hay confirmación de que la serie tenga un segunda temporada, aunque la versión británica sí contaba con una nueva historia protagonizada también por Joanne Froggatt. 

La última propuesta de Pau Freixas, responsable de series de éxito como Polseres vermelles (Filmin, 2011-2013), que ha tenido adaptaciones en Francia, Italia o Estados Unidos, y Benvinguts a la familia (TV3, 2018-2019) se presentaba en enero como una de las series españolas más esperadas. Todos mienten (Movistar+, 2022) toma su título de una frase de Sherlock Holmes y precisamente se sostiene sobre un argumento contado en forma de puzzle que se desata a partir de la publicación en las redes sociales de un encuentro sexual entre Macarena (Irene Arcos) y su alumno adolescente Iván (Lucas Nabor). La acción transcurre en Belmonte, una urbanización costera del Mediterráneo que recuerda al escenario y la dinámica de Big little lies (HBO, 2017-2019), donde hay una convivencia familiar entre los vecinos que sin embargo se sostiene en mentiras y secretos ocultos. El video sexual desmorona la aparente estabilidad de los habitantes y amigos, descubriendo en cada episodio algunos de estos secretos mientras se intenta averiguar quién es el autor de un crimen. 

La serie está dirigida por el propio Pau Freixas con ritmo y un entramado de líneas narrativas que funciona en los primeros episodios, pero que conforme se desarrolla la serie va revelándose como insustancial, descentrándose de la trama principal en ocasiones para ir componiendo otros enfoques que aportan poco o nada. Que una serie de seis episodios parezca demasiado larga es sintomático de su incapacidad para mantener el nivel que consigue en los dos o tres primeros episodios, perdiéndose al final en ramificaciones innecesarias. Incluso el envidiable reparto formado por actores y actrices notables está desequilibrado, entre solventes interpretaciones como la de Irene Arcos, Juan Diego Botto y Ernesto Alterio, cuyo personaje defiende con maestría a pesar de que va perdiendo entidad paulatinamente, algunas otras de gran profesionalidad como Leonardo Sbaraglia y Jorge Bosch, y otras realmente flojas como Natalia Verbeke o Miren Ibarguren. Eva Santolaria, pareja de Pau Freixas, recibe en la serie créditos como guionista, aunque en realidad ejerce como editora de guiones, y el director le regala el único personaje que tiene un monólogo de ocho minutos en el Episodio 5, aunque lamentablemente no consigue transmitir ninguna emoción. 

También era muy esperada la serie Feria. La luz más oscura (Netflix, 2022-), creada por Agustín Martínez, autor de La caza. Monteperdido (RTVE, 2019-2021) y Carlos Montero, responsable de los éxitos de Élite (Netflix, 2018-2019) y El desorden que dejas (Netflix, 2020). Se trata de un thriller sobrenatural que conecta las sectas con la Guerra Civil, creando un submundo que plantea la confrontación entre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte, lo real y lo irrreal, a raíz de la desaparición de los padres de las dos protagonistas, Sofía (Carla Campra) y Eva (Ana Tomeno) y el descubrimiento de un grupo de cadáveres en una antigua mina abandonada. El escenario de una cueva que funciona como una entrada a otro mundo recuerda demasiado a la excelente serie alemana Dark (Netflix, 2017-2020) pero la construcción de esta doble realidad es mucho más endeble, más rebuscada y menos inquietante. La acción se desarrolla en Feria, un pueblo imaginario de Andalucía que en realidad es la hermosa población gaditana de Zahara de la Sierra, que forma parte de la Ruta de los pueblos blancos de Cádiz, y que realmente es un escenario que aúna belleza y misterio. 

Pero la búsqueda de la inquietud, incluso del terror en la serie se pierde en un guión absurdo y en un incompetente trabajo de dirección a cargo de Jorge Dorado y Carles Torrens que no sabe extraer la intriga de esta historia sobre la fe ciega, y mucho menos parece interesado en dar solvencia a los actores, especialmente en el caso de las dos jóvenes protagonistas que, no siendo estrictamente debutantes, parecen realmente perdidas en sus personajes. Tampoco ayuda un estructura que ciertamente perjudica a la serie, especialmente cuando en El Templo (T1E4), que se desarrolla casi por completo en 1975, cerca de la muerte de Franco, se desvela buena parte del misterio que se ha ido construyendo en los tres episodios anteriores, y el resto de la serie juega más en el terreno de lo sobrenatural, pero sin que el suspense funcione adecuadamente. La propuesta de Feria. La luz más oscura es tan atractiva al principio como fallida al final, zancadilleada constantemente por decisiones de guión absurdas e innecesarias. La serie está producida por Filmax, veterana empresa catalana de producción y distribución que también es responsable de Todos mienten, y que se ha recuperado en los últimos años de las consecuencias de la crisis económica. En 2010 entró incluso en concurso de acreedores, teniendo que deshacerse de parte de sus compañías. 

Tra estrenarse en ATRESplayer Premium en noviembre de 2021, la segunda temporada de Toy boy (Atresmedia/Netflix, 2019-) se ha incorporado en febrero a la plataforma Netflix, aunque con escasa promoción, y eso que se trata de una de las series españolas que mejor funcionan (esta misma semana se encontraba todavía en el Top 10 en 43 países). Producida por Plano a Plano, fundada por César Benítez en 2014, él mismo ejerce como creador junto a Juan Carlos Cueto y Rocío Martínez Llano. Entre los tres son responsables de algunos de los éxitos más relevantes de la ficción en España, desde El internado (Antena 3, 2007-2010) hasta Águila roja (RTVE, 2009-2016) pasando por El príncipe (Telecinco, 2014-2016) y Valeria (Netflix, 2020-) y han sabido construir una propuesta de thriller erótico que ofrece lo que se espera, especialmente enfocada en la cosificación masculina en respuesta a la habitual cosificación femenina que se encuentra en las producciones de corte erótico. Sería deseable, en todo caso, una mejor construcción de la narrativa y unos personajes menos estereotipados. 


Aunque Netflix apostó por esta segunda temporada compartiendo presupuesto con Atresmedia, sorprende la escasa publicidad que ha realizado, quizás por el hecho de ser segunda pantalla de difusión después de ATRESplayer Premium, e incluso no está confirmada la puesta en marcha de una tercera temporada que los creadores, a tenor del final de ésta, parecen tener clara. Si Toy boy no se ha caracterizado por un nivel interpretativo especialmente alto, aunque en su reparto tenga nombres tan solventes como Cristina Castaño, Pedro Casablanc y María Pujalte, esta segunda temporada consigue rebajar aún más el nivel con la incorporación de Álex González y Maxi Iglesias, pero en realidad no es lo que más importa en una serie creada para consumo rápido, desarrollada siguiendo el esquema de los thriller eróticos de los años ochenta y noventa, y que en esta segunda parte, aun manteniendo la estructura de bailes eróticos (algo repetitivos) y escenas de sexo light (aún más repetitivas), ha tenido que adaptarse a un formato más cercano a Netflix que a ATRESplayer, reduciendo su propuesta de trece a ocho episodios de una hora, lo que realmente beneficia al desarrollo de la historia. El director de la primera temporada, Iñaki Mercero, es sustituido en esta por Javier Quintas, director de producciones de Álex Pina como La casa de papel (Netflix, 2017-2021) o Sky rojo (Netflix, 2021), que se ha encargado de todos los episodios excepto de dos de ellos, dirigidos por Laura M. Campos, directora habitual de Plano a Plano. 

La gran apuesta de RTVE para principios de año ha sido Sequía (RTVE-RTP, 2022), thriller hispano-portugués creado por Joaquín Llamas, que comenzó sus emisiones lineales con un aceptable 9% de share (1.277.000 espectadores) y siendo la emisión más vista en diferido del mes de enero a través de RTVE Play, consiguiendo llegar a 415.000 visionados. Pero conforme se ha desarrollado ha sufrido duramente la competencia de Entrevías (Telecinco, 2022-), perdiendo más de medio millón de espectadores, lo que finalmente ha provocado que RTVE precipitara el final de la serie emitiendo dos episodios por día y reprogramando sus dos últimos episodios hasta el late night del jueves (aunque no se han emitido debido a la programación especial por la guerra en Ucrania), aunque sí se han "preestrenado" a través de RTVE Play. La trayectoria de la serie en  Portugal, donde se ha emitido en la televisión pública RTP casi simultáneamente con España con el título de Crimes submersos (Crímenes sumergidos), ha sido parecida. El primer episodio tuvo un aceptable 7,3% de share (347.700 espectadores) que ha ido bajando gradualmente hasta el mínimo del 4,1% (161.400 espectadores). En este sentido, la tendencia es significativa y se pueden extraer las mismas conclusiones: es una serie que ha despertado interés pero que no ha conseguido retener a la audiencia. 


Sequía traza un thriller en torno a dos cuerpos encontrados en el pequeño pueblo sumergido de Campomediano, en la frontera hispano-portuguesa que emerge debido a la falta de agua de un pantano, involucrando a la familia Barbosa, que controla la energía hidroeléctrica que se extrae del embalse. La investigación policial es llevada a cabo por la inspectora española Daniela Yanes (Elena Rivera) y el policía portugués Hélder (Marco D'Almeida), que se enfrentan a una cadena de mentiras y secretos en las que se mezclan los intereses políticos con las relaciones familiares. El reparto se completa con actores y actrices españoles como Rodolfo Sancho, Miguel Ángel Muñoz y Miryam Gallego, y portugueses como Guilherme Filipe, Margarida Marinho y Rita Loureiro. La primera producción creada por Joaquín Llamas, que hasta el momento había ejercido solo como director de series como Tierra de lobos (Telecinco, 2010-2014) o Caronte (Telecinco, 2020-), quiere tener un cierto aire del nordic noir en cuanto al equilibrio entre el mantenimiento de un misterio y el interés en profundizar en cómo afecta el crimen a los diferentes personajes, lo cual es una propuesta interesante en tanto que huye de la trama típica del whodunit (quién lo hizo), pero que no consigue del todo su propósito, y su interés por los personajes acaba por ralentizar el ritmo de la historia. La trama se desarrolla en la actualidad, pero conecta con hechos del pasado, aunque al final no está claro si se centra más en la trama principal que en las subtramas protagonizadas por los diferentes personajes. Hay cierta confusión en el desarrollo de la historia con secundarios que entran y salen de escena sin aparente lógica, como el periodista Óscar Santos (Miguel Ángel Muñoz), y tampoco ayuda un trabajo de dirección que se alternan el propio Joaquín Llamas y Oriel Ferrer, que no sabe sacar partido del ritmo y las escenas de acción. Quizás el hecho de que parte de la serie esté hablada en portugués puede ser una de las razones por las que ha ido perdiendo un perfil de espectadores que no está acostumbrado a los subtítulos. 

La plataforma Starzplay se ha aliado con Pantaya, un servicio de transmisión en español para Estados Unidos, para realizar coproducciones desde el mercado hispano que tengan una proyección internacional. Ambas plataformas pertenecen, de hecho, a la productora norteamericana Lionsgate y el acuerdo ha dado lugar a producciones como la chilena Señorita 89 (Starzplay, 2022), de Lucía Puenzo, que se estrena esta misma semana. En España, a su vez, se han unido a The Mediapro Studio para estrenar la primera producción realizada en nuestro país, Express (Starzplay, 2022-), creada por Iván Escobar, responsable de El barco (Antena 3, 2011-2013), Vis a vis (Fox, 2015-2019) y su nefasta continuación Vis a vis: El oasis (Fox, 2020). Se da la circunstancia de que Iván Escobar comenzó su carrera como guionista trabajando para Daniel Écija y Álex Pina en sus series Los Serrano (Telecinco, 2003-2008) y Los hombres de Paco (Antena 3, 2005-2010), que el año pasado se intentó recuperar sin demasiado éxito, formando así una especie de triunvirato de creadores que han marcado el desarrollo de la ficción española en las últimas décadas, desde los canales tradicionales lineales hasta la llegada de las plataformas digitales. 


De hecho, Express tiene varios puntos en común con Vis a vis, no solo porque compartan a la actriz malagueña Maggie Civantos como protagonista, sino porque se construye en torno a un personaje femenino central marcado por un trauma y por ciertos tics de ritmo y concepción visual que ya resultan conocidos. Bárbara Vázquez (Maggie Civantos) es una psicóloga criminalista que trabaja junto a su exmarido, el inspector de policía Santa Varela (Esteban Meloni), realizando perfiles de secuestradores que sirvan para resolver casos de secuestros exprés, una forma de rapto extendida sobre todo en países latinoamericanos como México, y que ella misma sufrió hace unos años. El trauma ha desestabilizado su relación con sus dos hijas, hasta que recibe la oportunidad de trabajar para una compañía de seguros que pondrá todos los medios a su alcance y un equipo de colaboradores heterogéneo para resolver este tipo de delitos. La propuesta se desarrolla como un thriller policíaco que consigue en los primeros episodios un ritmo frenético, con un estilo cercano al cómic que recuerda a Vis a vis: El oasis o Sky rojo (Netflix, 2021), pero que se va centrando paulatinamente en los aspectos familiares de la protagonista, especialmente a partir de El papel higiénico (T1E5), en el que estalla un conflicto provocado por su hija Gus (Alba Plana). 

Express se desequilibra en su intención de ser un procedimental con cierto tono irónico que utiliza el sentido del humor para describir las relaciones entre los personajes, especialmente en el caso de Santiago (Vicente Romero), pero al mismo tiempo tratando de huir de los arquetipos de este tipo de producciones, lo que no consigue del todo, especialmente en la creación de ese grupo que investiga los secuestros que, en realidad, está lleno de personajes arquetípicos, aunque algunos de ellos destaquen especialmente como Maribel (Ana Marzoa), una mujer ciega que ha desarrollado el oído de forma especial. De hecho, en esta mezcla de elementos entre la inestabilidad personal y familiar de la protagonista y la investigación procedimental de cada episodio, es en la que surgen los principales problemas, tratando de utilizar elementos típicos de las producciones internacionales (el propio título es un anglicismo) y al mismo tiempo tener una personalidad característica de nuestro país. Hay un batiburrillo de referencias, ritmos y tramas que acaba siendo desordenado, entre lo que pretende ser y lo que consigue finalmente, y en el que se pierden las reflexiones sobre nuestro estilo de vida abocado a la rapidez y a la actividad acelerada aunque, por si no lo hubiéramos captado, Santiago ofrece un monólogo sobre el miedo rompiendo la cuarta pared en Piojos (T1E8), que sirve como firma temática de la serie. Flaco favor a la inteligencia de los espectadores.  


Señorita 89 se estrena en Starzplay el 27 de febrero.

Nasdrovia, Raphaelismo y Todos mienten se pueden ver en Movistar+.
Mentiras se puede ver en Atresplayer Premium y Netflix. 
Feria. La luz más oscura y Toy boy se pueden ver en Netflix.
Sequía se puede ver en RTVE Play.
Express se puede ver en Starzplay. 

Anatomía de un dandy se puede ver en Filmin. 
El mundo fuera y Caronte se pueden ver en Prime Video. 
Digan lo que digan se puede ver en FlixOlé.
Liar se puede ver en HBO Max. 
Tierra de lobos se puede ver en Mitele.
El barco se puede ver en Atresplayer Pemium y Netflix. 
Vis a vis se puede ver en Netflix y Prime Video. 
Los Serrano se puede ver en Mitele y Prime Video. 
Los hombres de Paco se puede ver en Atresplayer Premium y HBO Max. 



19 febrero, 2022

Rotterdam 2022 - Parte 12: La oscuridad del ser humano

Terminamos nuestro recorrido por la programación del Festival de Rotterdam con esta crónica en la que destacamos algunos títulos relevantes de secciones paralelas en las que el propio cine y la música, pero también la vida real, se convierten en protagonistas. A lo largo de estas 12+1 crónicas hemos tratado de ofrecer una variada representación del cine que Rotterdam ha programado para una edición online que posiblemente tendrá continuidad en una versión presencial en los próximos meses. 

HARBOUR

En una de las escenas de la película The execution (Lado Kvataniya, 2021), Mención Especial a Ópera Prima en Sitges 2021, unas cintas VHS sirven para grabar la confesión de un sospechoso. Son grabaciones comerciales rusas de películas como Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960) y Memories of murder (Bong Joon Ho, 2003), lo que sirve al director para trasladar algunos de sus referentes cinematográficos. De hecho, este thriller oscuro tiene una tonalidad tenebrosa y una estructura poliédrica que la colocan muy en paralelo con otros títulos coreanos como Encontré al diablo (Kim Jee-woon, 2010) y ese tipo de incursiones en la naturaleza del mal que se construyen a partir de relatos que no solo conducen por un camino, sino que circulan entre vericuetos narrativos en los que cada vez se expresa con menor claridad dónde está el límite entre el bien y el mal. Una serie de asesinatos ocurridos entre 1978 y 1991 son el punto de conexión de varios descensos al infierno que no solo tienen como referencia a un psicópata asesino sino que envuelve a los propios policías que investigan durante años estos asesinatos. A través de una estructura no lineal que está claramente fechada en momentos puntuales a lo largo de esos trece años, desde el descubrimiento de la primera víctima hasta la huida de la última, el director reconduce el punto de vista en varias ocasiones, hasta que acabamos comprendiendo que el enfoque sobre el desarrollo del mal no está centrado en el asesino sino en los dos policías que lo investigan, el recién ascendido Issa Valentinovich (Niko Tavadze) e Ivan Sevastyanov (Evgeniy Tkachuk), lo que nos lleva a preguntarnos quienes son verdaderamente los monstruos en esta historia. 


Lado Kvataniya (1987, Rusia) y su co-guionista Olga Gorodetskaya (1983, Rusia), que fue directora de la película de terror Tvar (2019) se inspiraron en la historia real de Andrei Chikatilo, considerado el peor asesino en la historia de Rusia, quien mató al menos a 52 mujeres entre 1978 y 1990, pero esta trayectoria criminal es solo el punto de partida para elaborar un discurso mucho más complejo en el que el trasfondo del desmoronamiento de una Rusia cuya apertura durante la glásnost y la perestroika fueron también el comienzo de su final como estructura de poder, sirve para la construcción de personajes frustrados y obsesivos, que no solo están representados en los investigadores sino también en algunos de los familiares de las víctimas, y que le conecta con ese cine de personajes desengañados de las películas de Aleksey Balabanov como Brother (1997) o Gruz 200 (2007). De forma que The execution es varios thrillers en uno, una especie de laberinto del que ninguno de sus protagonistas podrá salir sin afrontar su propia caída a los infiernos. La fotografía oscura y claustrofóbica de Denis Firstov, provoca el desasosiego necesario, envolviendo a los personajes en una luz tenebrosa y opresiva. La narración está dividida en seis partes y un prólogo, siguiendo una estructura parecida a la de la novela, Crimen y castigo (1866, Ed. Penguin Clásicos), de Fiódor M. Dostoievski, y elaborando una reflexiva y muy certera representación de la ambigüedad del mal. 

A lo largo de tres décadas el director Jon Alpert (1948, New York) ha estado grabando las vidas de Freddie Rodríguez, Rob Steffey y Deliris Vasquez, quienes abrazaron en su juventud el mundo de la criminalidad y paulatinamente se fueron convirtiendo en rehenes de sus propias adicciones. Este seguimiento ha desembocado en una trilogía que se inició con One year in a life of crime (Jon Alpert, 1989), que concluía con los tres protagonistas en la cárcel, continuando con Life of crime 2 (Jon Alpert, 1998), estrenada diez años después, y que se cierra ahora con Life of crime: 1984-2020 (Jon Alpert, 2021), resumen y conclusión de estas tres historias. A lo largo de estas décadas las vidas de Freddie, Rob y Deliris han tenido altibajos entre las adicciones, la prisión, que lamentablemente ha servido en varias ocasiones para salvarles la vida, y los intentos de desintoxicación. La cercanía que consigue Jon Alpert permite al espectador establecer una conexión completa con los protagonistas, casi tanta como la que el propio director ha ido forjando a lo largo de los años. Pero el documental, desde estas historias particulares, proporciona también una visión global del fracaso de la lucha contra las drogas en los años ochenta en Estados Unidos, y la construcción de un círculo vicioso que se ha ido generando hasta atrapar a los adictos en una red sin escapatoria. Y también del fracaso de un sistema que no proporciona instrumentos adecuados para ayudar en la rehabilitación, limitándose a hacer un seguimiento a través de agentes de la condicional que ejercen la vigilancia, pero no un soporte social. 


También asistimos a lo largo de la película, que en realidad se centra más en el período 1984-2004 para después ir acercándose a los personajes en momentos puntuales, a la evolución del propio Jon Alpert como documentalista. El director nominado al Oscar por China's unnatural disaster: The tears of Sichuan Province (Jon Alpert, Matthew O'Neill, 2009) y Redemption (Jon Alpert, Matthew O'Neill, 2013), se muestra en los primeros años curioso y hasta seducido por el entorno de los personajes. Él mismo ha comentado en alguna entrevista que se acercó por primera vez a ellos después de haber sufrido varios robos, en un intento de entender cómo era ese mundo delictivo. La juventud de Freddie y Rob les proporciona una sensación de impunidad cuando deciden que sus vidas son más lucrativas robando que teniendo un trabajo diario, y el director utiliza cámaras ocultas para acompañarlos en sus actividades delictivas, incluso manteniéndose al margen cuando es testigo de abusos domésticos. Pero a lo largo del documental, hay también una transformación de Jon Alpert, mucho más cercana a los protagonistas, interviniendo en varias ocasiones para tratar de convencerles de que las adicciones les pueden llevar a un callejón sin salida.

No hay concesiones en Life of crime: 1984-2020, y provoca incomodidad en la explicitud de las imágenes de chutes, de drogadictos buscando una vena en el cuello porque ya no las encuentran en sus brazos, de violencia y de cadáveres en avanzado estado de descomposición. Es un puñetazo de realidad que no pretende endulzar sino ser reflejo de unas vidas condenadas, a pesar de algunos rayos de esperanza. Y en esta montaña rusa en la que vemos a Freddie, Rob y Delaris en sus momentos más bajos y sus (breves) períodos de limpieza asistimos a una prisión que no tiene barrotes físicos pero que sigue siendo igual de inexpugnable. A Deliris le resulta difícil desintoxicarse en un barrio lleno de camellos que susurran su nombre en forma de tentación, a pesar de que ella tiene a sus hijos pequeños, a los que en los momentos más adictivos deja solos en casa para ir a prostituirse. Es un documental rodado entre dos pandemias: la del SIDA que se inició en los años ochenta e, inevitablemente, afectó a alguno de los tres protagonistas, y la del Covid-19, que se manifiesta en las últimas escenas rodadas con mascarilla. Ambas han dañado con mayor virulencia a esos barrios abandonados, empobrecidos y eternamente heridos. Hubiera sido interesante que HBO, la casa habitual de Jon Alpert, accediera a la propuesta del director de hacer una serie de seis episodios, porque se siente la necesidad de saber más de estos personajes, especialmente en una última parte que avanza demasiado rápido. La plataforma quiso, sin embargo, un producto más cinematográfico, quizás pensando que tendría posibilidades de cara a los Oscar. Pero Life of crime: 1984-2020 es uno de los retratos más sobrecogedores del círculo vicioso de las drogas que se han realizado en los últimos años. 

BIG SCREEN COMPETITION

El Festival de Rotterdam no se caracteriza precisamente por incluir demasiadas comedias en su programación, con mayor tendencia a los dramas y las temáticas sociales. Por eso resulta interesante encontrar una película como Daryn's Gym (Brett Michael Innes, 2022), producción sudafricana que utiliza el género del mockumentary para construir una historia más o menos convencional sobre el enfrentamiento de un pequeño gimnasio contra una franquicia que está a punto de aperturarse justo enfrente. El formato de la película inmediatamente recuerda a series como The office (BBC, 2001-2003) o Veep (HBO, 2012-2019), pero sin la efectividad ni el ingenio de aquellas, demasiado enfocado en un sentido del humor facilón y simple. Hay cierto encanto en el personaje de Daryn Miller jr. (Clifford Joshua Young) que ha heredado un gimnasio que intenta mantener con más pundonor que solvencia económica, especialmente cuando sus futuros competidores utilizan prácticas poco éticas para desprenderse de él. Lo mejor de la película es el protagonista, cuyo optimismo a prueba de bombas está muy bien retratado, pero ese tipo de humor infantil a lo Pablo Motos que destila la historia resulta cargante. 


Brett Michael Innes (1983, Sudáfrica) es un autor y director que ha manejado con soltura diferentes géneros cinematográficos, especialmente el drama en películas como Sink (Brett Michael Innes, 2015) o Fiela se kind (Brett Michael Innes, 2019), que compitió en el Festival de Tallin, y su intención de hacer una comedia en plena pandemia del coronavirus es loable pero poco acertada en su conjunto. De alguna manera la película proporciona una especie de respiro en medio de la situación dramática que ha vivido Sudáfrica durante los numerosos confinamientos, y especialmente tras la aparición de la variante omicron en aquel país, que puso en jaque a la comunidad internacional cuando ya se hablaba de una cierta recuperación de la pandemia. En este sentido, Daryn's Gym es una propuesta refrescante pero fallida que se ha convertido además en una de las primeras producciones originales de eVOD, estrenándose el pasado mes de diciembre en esta nueva plataforma que opera en Sudáfrica desde el verano de 2021, y que ofrece tanto contenido gratuito como Video on Demand. 
 
CINEMA REGAINED

El 53 Festival Visions du Réel, que se celebrará entre el 7 y el 17 de abril, entregará el Premio Honorífico al director Marco Bellocchio (1939, Italia), presentando el estreno de su último documental, Marx può aspettare (Marco Bellocchio, 2021), que recibió una Palma de Oro de Honor el año pasado, como forma de subsanar la ausencia de este galardón en la filmografía de un director que compitió en varias ediciones del Festival de Cannes. Se podría decir que a sus, muy activos, 81 años, hay un movimiento de recuperación del director italiano y de su obra, del que también forma parte el documental Viaggio nel crepuscolo (Augusto Contento, 2021), un ensayo cinematográfico de dos horas y media que se sostiene en el cine de Bellocchio para abordar la historia reciente de Italia, de una forma que resulta fascinante y al mismo tiempo reflexiona profundamente sobre la relación entre el arte y la política. La idea de repensar el cine del realizador para reconstruir la historia del país surge del crítico de cine Adriano Aprà, que también es uno de los participantes en este documental estrenado en la pasada Mostra de Venecia. 


Pero el interés de Augusto Contento (1973, Italia) no se enfoca tanto en hacer un recorrido por la filmografía de Marco Bellocchio, sino en escoger cuatro películas que considera representativas de esa contestación desde la plataforma artística hacia la estructura de poder que imperaba en Italia y que se fue desmoronando a lo largo de los años sesenta y setenta (para, por cierto, retomar fuerza en la actualidad). Las manos en los bolsillos (Marco Bellocchio, 1965) habla de la rebeldía de las nuevas generaciones frente al estamento familiar; En el nombre del padre (Marco Bellocchio, 1971) representa en el interior de un colegio la decadencia de una sociedad, la rebelión frente a las instituciones y la religión; Salto al vacío (Marco Bellocchio, 1980) muestra a un magistrado (Michel Piccoli) que encarna al patriarcado frente a la representación de lo locura poética que se manifiesta en su hermana Marta (Anouk Aimée); y Buenos días, noche (Marco Bellocchio, 2003) aborda el secuestro y asesinato del político Aldo Moro en 1978, pero desde el punto de vista de una de sus secuestradoras (Maya Sansa), estableciendo una de las obsesiones más íntimas del director en torno a la relación paterno filial. Utilizando estos referentes se elabora una propuesta metacinematográfica en la que se impela a la búsqueda de la verdad en el arte, mezclando entrevistas, imágenes de archivo, fragmentos de las películas y animaciones para construir una representación del arte frente a la política. 

La película establece una narración paralela que representa al artista que imagina en confrontación con la historia y la política, especialmente en una época en la que los estamentos de poder italianos utilizaban la producción de un cine comercial que bebía de cierta atmósfera hollywoodiense para inculcar un mensaje que trataba de esconder la realidad del país. De esta forma, mientras el hombre-artista utilizaba la imaginación, el poder político negaba el derecho a imaginar. El cine se utilizaba como instrumento de distracción, y es entonces cuando directores como Marco Bellocchio adquieren una dimensión que está más allá del arte para mostrar la verdad de una sociedad en declive a través de su cine. Posiblemente, pocos directores podrían someter sus narrativas cinematográficas a un ejercicio tan polifacético como el que plantea Viaggio nel crepuscolo. Esta reflexión sobre la relación entre arte y realidad a veces encuentra dificultades para acoplar con eficacia todos sus recursos, pero consigue una propuesta reflexiva y compleja que es al mismo tiempo política y poética. 

ART DIRECTIONS

La música disco italiana surgida en los años ochenta se convirtió en un éxito internacional sin precedentes, en paralelo a la introducción de los sintetizadores y la reconversión de un estilo que tomaba elementos de los Estados Unidos, y que curiosamente acabó influyendo en el nacimiento de la música House, una especie de regreso a los orígenes pero ya con contribuciones que provenían de Italia. El documental Italo Disco: The sparkling sound of the 80s (Alessandro Melazzini, 2021) aborda precisamente esta reconversión que sin embargo marcó las décadas de los ochenta y los noventa. A lo largo de entrevistas e imágenes de archivo que provienen sobre todo de la rica profusión de actuaciones musicales que proporcionaba la RAI en aquella época, asistimos a la evolución de un estilo cuyo nombre surgió de un megamix publicado por el productor alemán Bernhard Mikulski, que en cierta manera se autodestruyó a base de imitaciones y una abundancia de canciones que acabó atragantándose. Pero también es el reflejo de unas décadas en las que se desarrollaron las discotecas como lugares de encuentro para los jóvenes, especialmente de aquellos proyectos mastodónticos y algo horteras que ofrecían una respuesta europea al nacimiento de locales míticos en los Estados Unidos como Studio 54. 


Así surgieron grupos y vocalistas que se apoyaban en los sintetizadores y melodías pegadizas, muchos de ellos italianos que cantaban en español porque España era un mercado especialmente atractivo: Righeira, Ryan Paris, Gazebo, Casco, Sabrina... eran a la música bailable lo que los spaghetti western eran a las películas del Oeste. También hay un segmento interesante que se dedica al escándalo de Milli Vanilli cuando se descubrió que hacían playback y que ellos no cantaban sus canciones, una práctica que sin embargo no era inusual en los años ochenta. El fenómeno de Sabrina Salerno, especialmente en España, también es analizado por la propia protagonista, aunque no se menciona el momento más sorprendente de su carrera cuando en su actuación en la Nochevieja de 1987 en TVE se salió un pecho de su escote. Un accidente que tanto el manager de la artista como el productor de la gala Hugo Stuven y la directora de TVE Pilar Miró decidieron mantener, provocando una de las imágenes más icónicas de la historia de la televisión pública. Ninguno de ellos, por cierto, consultó a la propia afectada, Sabrina Salerno. Precisamente uno de los problemas del documental es la ausencia de temas relacionados con la música disco que fueron relevantes. Por ejemplo, no tiene demasiado sentido hablar de la repercusión de la música disco que se realizaba en Italia y no mencionar la influencia de músicos como Giorgio Moroder, que contribuyó a la transformación de la música de cine. Sin embargo, Italo Disco: The sparkling sound of the 80s es, por momentos, un interesante acercamiento a un estilo musical que marcó una época y que se presenta en el documental como precursor de la música electrónica posterior liderada por grupos como The Chemical Brothers o Daft Punk.  


Life of crime: 1984-2020 se puede ver en HBO Max. 

Memories of murder se puede ver en Movistar+. 
Brother y Cargo 200 se pueden ver en Filmin y MUBI.
Las manos en los bolsillos se puede ver en Filmin.


17 febrero, 2022

Rotterdam 2022 - Parte 11: Mujeres buscando su espacio

El Oso de Oro en la Berlinale 2022 a la directora española Carla Simón por su película Alcarràs (2022) es una satisfacción para el cine español y para la consolidación de las mujeres directoras, tratándose de la primera española que consigue el principal galardón en un festival que este año ha entregado los premios de interpretación sin distinción de géneros. Sin embargo, el cine sigue ofreciendo un reflejo de la representación de la mujer con evidentes desequilibrios en el mundo del arte y en la sociedad en general, y las películas de las que hablamos en nuestra penúltima crónica del Festival de Rotterdam lo constatan. Sus protagonistas son mujeres que tratan de encontrar un espacio igualitario del que se habla mucho pero que no termina de ser realista, ni siquiera en el mundo artístico al que se supone una mirada más abierta. 

BRIGHT FUTURE

Martine Syms (1988, EE.UU.) es una de las artistas más representativas de la reivindicación de la cultura negra, expuesta desde lo que ella denomina "afrofuturismo mundano", y que describió en su primer trabajo como directora, The Mundane Afrofuturism Manifesto (Martine Syms, 2015), el primer episodio de la séptima temporada de Artbound (KCET, 2012-) una serie ganadora de premios Emmy que protagonizan artistas con sede en Los Angeles, y que ya alcanza su temporada doce. KCET es un canal educativo que pertenece a PBS, y que dispone de su propia plataforma digital donde se puede acceder a su contenido de forma gratuita. A través de esta corriente afrofuturista, que surgió en los años noventa, y que ya hemos mencionado respecto a otras películas del festival como Neptune frost (Anisia Uzeyman, Saul Williams, 2021) y Kumbuka (Petna Ndaliko Katondolo, 2022), se cuestionan los estereotipos introduciendo elementos de ciencia-ficción para crear una nueva identidad, interpretando el pasado para criticar el presente e idear un nuevo futuro. Ahora ha estrenado en el Festival de Rotterdam The African desperate (Martine Syms, 2022), su debut en la ficción que representa en buena parte su propia experiencia como creadora artística, ya presente en algunas de sus instalaciones artísticas como Fact & Trouble (2016). La protagonista de la película es Palace (Diamond Stingily), una estudiante que acaba de obtener el Master de Bellas Artes. En la última entrevista delante de sus profesores antes de su graduación, hay cierto tono de paternalismo porque ella acaba de llegar de la Bienal de Arte de Venecia, para la que ha sido seleccionada, y en cierta manera los propios profesores cuestionan que su selección haya sido una cuestión exclusivamente artística, pensando que también han influido temas raciales. Esta incredulidad siempre ha sido planteada por la propia Martine Syms: "La gente actúa como si el arte fuera algo blanco -o no para la gente de color-, cuando en realidad tanta cultura y arte provienen de la gente de color", decía en una entrevista (The Guardian, 2016). 


The African desperate se apoya en las películas juveniles de los años ochenta y noventa como El club de los cinco (John Hughes, 1985), en las que de hecho había poco espacio para los personajes racializados, para reconstruir estas historias y poblarlas de otro tipo de estereotipos que en la actualidad forman parte del mundo artístico. Cuando Palace tiene dudas sobre si asistir a la fiesta de graduación, en la que ella misma se había comprometido a ejercer de DJ, expresa esa sensación de aislamiento que su propio éxito le ha provocado, porque se cuestiona en buena medida el valor propiamente artístico. Por supuesto, la fiesta de graduación se convierte en uno de los escenarios principales de la película, en la que finalmente la protagonista inicia un viaje psicodélico después de consumir marihuana, ketamina y cocaína. Para esta irrealidad provocada por las drogas, Martine Syms despliega literalmente la estética del afrofuturismo, proponiendo una incursión en el absurdo de las representaciones dentro del arte, una modificación de los parámetros que habitualmente marcan los códigos establecidos: "No creo que el arte sea la forma más efectiva de protesta. No creo que cambie la política, creo que cambia el discurso, y el discurso puede cambiar las ideas, y para mi de eso se trata: de tener una espacio para la conversación" (The Guardian, 2016). The African desperate es una parodia del propio mundo en el que se desarrolla el trabajo de la directora, que no pretende tener una narrativa convencional, pero que encuentra algunos desequilibrios en la construcción de personajes. En algunos momentos recuerda a la serie Podría destruirte (HBO Max, 2020), pero con menos poder de seducción que el que consigue Michaela Cole. Sin embargo,  en su condición de película independiente propone un planteamiento lúcido que cuestiona la representación cotidiana del arte

Tras incluir en la programación de la SEMINCI 2021 su pseudo-documental Concierto para la batalla de El Tala (Mariano Llinás, 2021), el guionista y director argentino regresa en pocos meses con el estreno mundial en el Festival de Rotterdam de Corsini interpreta a Blomberg y Maciel (Manuel Llinás, 2022), que tiene en común con aquella su estructura musical y su condición de documental ficcionado que conecta la historia argentina con la música que la representa. Se trata de un proyecto que pertenece a una serie de siete películas titulado genéricamente "La saga de los mártires unitarios". Es por tanto, de nuevo, una propuesta de larga duración pero que está presentada en forma de films independientes. De Mariano Llinás (1975, Argentina) se recuerda en Rotterdam especialmente su película La flor (Mariano Llinás, 2019), con sus treces horas y media de duración, pero también es el realizador de la notable Historias extraordinarias (Mariano Llinás, 2008), que solo duraba cuatro horas, y colaborador en el guión de la muy interesante Azor (Andreas Fontana, 2021). En su última película, se establece una intervención del propio director y del cámara Agustín Mendilaharzu como protagonistas de una lectura de las canciones que formaban parte del álbum Corsini interpreta a Blomberg y Maciel (1929, reeditado en 2015, RGS Music), una grabación del cantante Ignacio Corsini con letras de Héctor Pedro Blomberg y música de Enrique Maciel, que hablaban de historias románticas que se desarrollaban en la época de Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires entre 1833 y 1852, al que algunos describen como un dictador y otros como un simple defensor de la unión confederada de Argentina. 


La cámara acompaña a los dos protagonistas en su objetivo de re-grabar las canciones con la voz del cantante Pablo Dacal, que luego se han publicado en el album Cancionero Federal (2021, Discos Crack), pero es más interesante el análisis que realizan de las letras referidas a la denominada "época de Rosas", marcado en muchas ocasiones por comentarios humorísticos, y la búsqueda posterior de algunos de los lugares representativos de esos años que son nombrados en las canciones, y que lleva a Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu por las calles de un Buenos Aires en mitad de la pandemia del coronavirus, representado por las mascarillas y la distancia social. Esta relectura del pasado trasladada al presente es una de las virtudes de una película que establece una estructura fragmentada en la que funciona bien la dinámica entre los dos protagonistas, con la incorporación en algunos momentos del propio Pablo Dacal en las locuciones. Hay una intención, común en el cine del director, de escudriñar en las historias para tratar de profundizar en aspectos secundarios que sin embargo contribuyen a alimentar el tema principal. Y se establece también una visión de la mujer, pero desde el punto de vista de la interpretación masculina de la época, especialmente centrada en la segunda parte de la película en el personaje de Camila O'Gorman, que protagonizó una historia trágica cuando se enamoró del sacerdote de su congregación, llevada al cine en la popular película Camila (María Luisa Bemberg, 1984). El documental/ficción/investigación no consigue sin embargo mantener el ritmo de la primera parte, y acaba siendo reiterativo, estableciendo disquisiciones histórico-políticas que a veces pueden ser demasiado localistas, pero siempre hay un momento musical en el que las milongas se apoderan de la película y entonces resulta un auténtico placer musical. 

LIMELIGHT

Ninguna película noruega ha tenido la repercusión internacional que ha logrado La peor persona del mundo (Joachim Trier, 2021), desde que consiguió el Premio a la Mejor Actriz en Cannes 2021, iniciando un largo recorrido por festivales que incluye el premio FIPRESCI en la  SEMINCI, y siendo nominada para dos premios BAFTA y dos Oscar, entre ellas la histórica nominación a Mejor Guión Original, nunca antes conseguida por una película noruega. Joachim Trier y Eskil Vogt se consolidan así como los cineastas más sobresalientes de una industria cinematográfica pequeña pero que consigue cada año títulos que destacan fuera de sus fronteras. Y sin embargo se trata de una película que a veces pierde el foco en su retrato de la brecha generacional y en su aspecto de historia romántica desde el punto de vista de Julie (Renate Reinsve), una joven indecisa que se enfrenta cada día a la imagen que los demás puedan tener de ella. Dividida en doce capítulos, como uno de sus referentes, Vivir su vida (Jean-Luc Godard, 1962), a los que añade aquí un prólogo y un epílogo, hay elementos de conexión entre la veinteañera Nina (Anna Karina), que abandona a su marido para ser actriz, y la treintañera Julie en esa huida de los convencionalismos. Su historia está contada de forma cronológica, con una voz en off, habitual recurso de Joachim Trier, pero fragmentada a través de elipsis que se centran en los aspectos primordiales de sus continuos cambios emocionales. Ella se define no solo por lo que piensa sobre sí misma sino por lo que piensan los demás, una característica muy común en la sociedad noruega, y que por tanto encaja mejor con esa escapatoria que necesita en algunos momentos. De alguna forma, el director parece describir a su generación, representada por Aksel (Anders Danielsen Lie) frente a la generación posterior de Julie, que sin embargo parece sentirse ausente en presencia de los amigos de aquel, y toma una decisión drástica cuando conoce a Eivind (Herbert Nordrum) porque se siente más presente ante sus ojos.


Pero hay algunas estrategias de guión que manipulan al espectador para que la empatía con Julie sea más profunda. Cuando Julie y Aksel pasan un fin de semana en una cabaña con los amigos de este último en el Capítulo 1: Los otros, se hace una descripción de esa generación que ya tiene una vida familiar estable, trabajos definidos e hijos insoportables, como aburridos e hipócritas, y se recurre a planos generales desde fuera de la casa como una visión externa de esa realidad. Sin embargo, cuando Julie participa en una fiesta con los amigos de Eivind, divertidos y cool, acaban todos fumando hongos alucinógenos. El hecho de que la música original de Ola Fløttum aparezca por primera vez en el primer encuentro de Julie y Eivind en el Capítulo 2: Infidelidad, establece una justificación romántica que desemboca en  la escena en la que ella "se imagina" corriendo por las calles de Oslo en las que se ha congelado el tiempo (puesto que la película se rodó en 35 mm. no se utilizaron efectos CGI). La romantización de la infidelidad sirve de argumento para el personaje y establece las bases de la historia romántica en la que se define la película, reflejada en otros referentes como Annie Hall (Woody Allen, 1977) habitualmente citada por Joachim Trier en su cine. 

Hay una interesante reflexión sobre el cambio generacional cuando Aksel, dibujante de cómics que ha creado un personaje popular, el gato Gaupe, se enfrenta a acusaciones de sexismo en un programa de televisión en el que se debate sobre los primeros ejemplares de las historias del gato en los que hay una sexualización de los personajes femeninos. El propio Aksel se queja de que en la versión cinematográfica han "higienizado" al gato Gaupe, "un gato silvestre en un mundo de gatos domesticados", una definición que encaja perfectamente con la propia Julie. También hay una higienización de la representación de Oslo en la película, definida a través de escenarios limpios, sin contrastes sociales (y sin los scooters que tantos quebraderos de cabeza han dado al Ayuntamiento), tan turísticos que hasta la compañía de marketing VisitOSLO, dedicada a la promoción de la ciudad en colaboración con el municipio, ha elaborado un recorrido por los lugares en los que se rodó la película, al igual que hizo con las novelas de Jo Nesbø o con la serie SKAM (NRK, 2015-2017). 

Como en Reprise (Joachim Trier, 2006) y Oslo, 31 de agosto (Joachim Trier, 2011) se aborda en la última parte de La peor persona del mundo la idea del tiempo perdido y la imaginación de lo que podría haber sido si se hubieran tomado otras decisiones, pero resulta discutible el enfoque melodramático que adopta la película, otra forma de manipulación para identificar al espectador con los personajes, en este caso con Aksel: "Crecí en una época en la que la cultura fue pasando a través de objetos que podíamos atrapar y sostener con las manos".  Una mirada melancólica para la que se utiliza un recurso demasiado simple para establecer la necesidad de mirar al pasado como único apoyo emocional. 

CINEMA REGAINED

Un dato sorprendente se pone de manifiesto en el documental Ida Lupino: Gentlemen & Miss Lupino (Clara Kuperberg, Julia Kuperberg, 2021) cuando se afirma que, antes de 1927, en los estudios de cine era habitual la presencia de mujeres, tanto en labores artísticas y técnicas, pero desde el momento en que el cine se convirtió en industria, los hombres fueron monopolizando el trabajo y acaparando el negocio. Es decir, la ausencia de visiones femeninas en Hollywood no fue una cuestión de una sociedad machista, sino un desplazamiento consciente en el que el papel de las mujeres fue borrado gradualmente de un modelo de negocio que generaba beneficios, especialmente con la aparición de los sindicatos de profesionales, que sirvieron de cortafuegos para evitar la presencia femenina. La propia Directors Guild of America, el sindicato de directores de cine, fundado en 1936, admitió solo a tres mujeres directoras en varias décadas: Dorothy Arzner (1897-1979, EE.EE.) en los años treinta, Ida Lupino (1918, Inglaterra-1995, EE.UU.) en los años cincuenta y Elaine May (1932, EE.UU.) en los setenta. El título del documental hace referencia precisamente a la forma que Ida Lupino era presentada en el círculo de directores de cine en una época en la que ella era la única mujer que dirigía películas.  


Clara Kuperberg (1975, Francia) y su hermana Julia Kuperberg (1981, Francia) crearon la productora Wichita Films para producir documentales que habitualmente se enfocan en los entresijos del cine, bien sea a través de retratos de destacadas figuras de Hollywood o en incursiones más profundas en la desconocida trayectoria de mujeres cineastas como en Et la femme creá Hollywood (Clara Kuperberg, Julia Kuperberg, 2017), siguiendo la especialización de su padre, el documentalista Robert Kuperberg (1943, Argelia-2012, Francia). A través de una estructura sencilla que combina las entrevistas con fragmentos de las películas protagonizadas y dirigidas por Ida Lupino, se hace especial hincapié en los temas abordados por la realizadora, como la violación en Ultraje (Ida Lupino, 1950) o la infidelidad en El bígamo (Ida Lupino, 1953), pero que muestran siempre a personajes aislados, que se sienten desplazados por la sociedad, una representación de la propia feminidad en una sociedad machista. Así ocurre en su primera película como directora, Not wanted (Ida Lupino, 1949), en la que la protagonista sufre la enfermedad de la polio, a la que ella misma se enfrentó en su niñez, o en El autoestopista (Ida Lupino, 1953), en la que su enfoque no se centra tanto en los dos hombres secuestrados como en el propio secuestrador. 

Hay momentos muy esclarecedores en un documental que, estructurado y presentado con una envoltura formal más bien convencional, encuentra mayor interés en el contenido. La trayectoria de Ida Lupino como directora parecía fructífera y estable hasta que ella y su marido, Collier Young, que habían fundado la productora independiente Filmmakers, decidieron toman el control total y hacerse cargo de la distribución también, lo que les llevó al fracaso. Ida Lupino se refugió entonces en la televisión y acabó siendo una prolífica directora de episodios para series notables como La dimensión desconocida (CBS, 1959-1964) o Alfred Hitchcock presenta... (CBS, 1955-1962). 

ART DIRECTIONS

Descubrir que detrás de algunos de los éxitos de cantantes como Johnny Cash, Garth Brooks o Willie Nelson se encontraban autoras que ocultaron su homosexualidad para poder hacerse un hueco en el entorno de la música country puede no ser sorprendente, pero sí es chocante que las mismas dificultades que encontró la cantante Dianne Davidson cuando salió del armario en los años setenta las haya sufrido Chely Wright cuando visibilizó su homosexualidad en 2010. Ella es una de las protagonistas del documental Invisible: Gay women in Southern music (T.J. Parsell, 2021), un recorrido por las dificultades que muchas mujeres letristas o cantantes encontraron en el mundo de la música country para expresar su identidad sin temor a ser desterradas de un entorno que se describe como cerrado y machista. El problema no está solo en que la homosexulidad sea un tema tabú en ese ambiente musical en particular, sino la profunda misoginia que caracteriza a los principales responsables de convertir una canción en un éxito. Se habla en la película de cómo hay una cultura del abuso en las estaciones de radio de Nashville que promocionan la música country: "Se espera que como mujer tengas siempre una sonrisa y seas "amable" con los directores de las cadenas de radio", dice una de las entrevistadas. Cuando Chely Wright confirma que en varias ocasiones ha sido testigo de cómo alguno de estos responsables se masturbaron delante de ella, quedan pocas dudas de que hay una profunda malformación mental en un entorno artístico tan cerrado como el de la música country.


Pero en Invisible también hay algunas intervenciones emocionantes, como la de Linda Ronstadt, cuyas capacidades vocales están mermadas por el Parkinson, y una de las que apoyaron a Dianne Davidson en su carrera artística, llena de fulgurantes éxitos que se detuvieron instantáneamente cuando incluyó la canción "Song about Georgia", dedicada a una antigua novia, en un album que fue publicado pero que ninguna estación de radio (las que realmente tienen influencia en la música country) quiso emitir. Por entonces, en la mayor parte de los Estados de Norteamérica la actividad homosexual estaba prohibida, y finalmente el album 1974 (2020, Dianne Davidson) solo pudo reeditarse hace dos años, cuando la cantante había recuperado su carrera artística. En 1992 la cantante k.d. Lang también salió del armario en la revista The Advocate, y aunque no tuvo las consecuencias que veinte años antes había tenido para Dianne Davidson, en cierta manera también fue baneada por el entorno de Nashville. Ella es una de las ausentes del documental, que se refiere a su trayectoria pero que no ha conseguido entrevistarla. Invisible es una película necesaria porque revela las carencias de un ambiente cerrado en el que pocas veces se menciona la homosexualidad y la cultura del #metoo no parece haber hecho mella. Pero nombres como los de Bonnie Baker, Cidny Bullens, Kyle Fleming, Chely Wright o Emmylou Harris reflejan una diversidad sexual que se trata de invisibilizar, y que ni siquiera se puede definir de una forma concreta, sino mucho más amplia, menos restringida, como hace una de las entrevistadas cuando afirma: "Yo me declaro bisexual y homoemocional".


Azor se estrena en cines el 18 de febrero.
La peor persona del mundo se estrena en cines el 11 de marzo.
Alcarràs se estrena en cines el 29 de abril. 

The Mundane Afrofuturism Manifesto se puede ver en KCET
El club de los cinco y Annie Hall se pueden ver en Filmin y Movistar+. 
Camila, Vivir su vida, El bígamo y El autoestopista se pueden ver en Filmin. 
Reprise se puede ver en Netflix.