Nuestra nueva crónica del Festival de Rotterdam se detiene en historias que tienen relación con las raíces y con las tradiciones culturales que muchas veces son pisoteadas por la invasión de otras formas de sociedad. Desde el Chaco paraguayo hasta las zonas rurales de China, desde un pequeño pueblo francés hasta las montañas gallegas, el colonialismo puede presentarse de muchas maneras, tanto violentas como pacíficas, pero casi siempre apropiándose de la memoria de un pueblo. El festival se celebra oficialmente hasta el domingo 6 de febrero, pero la edición online seguirá disponible para la prensa internacional hasta el siguiente fin de semana, por lo que seguiremos ofreciendo crónicas durante la próxima semana. Al contrario que en el formato tradicional de los festivales presenciales, el Festival de Rotterdam dio a conocer ayer los premios concedidos en las secciones competitivas, que también coinciden con algunas de las películas que comentamos en esta crónica.
TIGER COMPETITION
En la principal sección oficial del festival, el Tiger Award a la Mejor Película ha recaído en la producción paraguaya EAMI (Paz Encina, 2022). La directora consiguió un gran éxito internacional con su película La hamaca paraguaya (2005) que, de hecho, fue realizada gracias a un premio de desarrollo del Festival de Rotterdam. Pero ha necesitado dieciséis años para dirigir un nuevo largometraje de ficción, en parte debido a la pobre industria cinematográfica de su país, en el que solo desde hace un año existe un Instituto de Cine. A lo largo de estos años ha dirigido varios cortometrajes y el largometraje documental Ejercicios de memoria (2016), pero su presencia en Rotterdam supone en cierta manera un regreso. Lo hace con EAMI (Paz Encina, 2022), una palabra de la lengua de los Ayoreo Totobiegosode, una de las comunidades indígenas menos contactadas del Chaco paraguayo. Eami tiene un doble significado: "mundo" y "bosque", que podría decirse que es uno solo, porque para los indígenas el bosque es su mundo. Su pasado se conecta con el presente a través del desplazamiento provocado por la cruel invasión de los "coñone" ("insensible" en lengua ayoreo), que se refiere a los blancos durante la dictadura de Alfredo Stroessner. Pero, aunque los Ayoreos Totobiegosode consiguieron en 2018 que el gobierno paraguayo les concediera 18.000 hectáreas, siguen estando amenazados por la deforestación, que arrasa con 25.000 hectáreas al mes, más del territorio que se les ha asignado como "protegido".
Dice Paz Encina (1971, Paraguay) que ella quería contar una historia de amor entre dos hermanos Ayoreo, pero que poco a poco se fue adaptando a las necesidades de la comunidad, y terminó enfocándose en una visión del amor más amplia, la que retrata la relación de los indígenas con la naturaleza, con su mundo. La película también se construye en torno a la mezcla de mitología y realidad, siguiendo un sentido del tiempo y el espacio que trata de acercarse a la visión particular de los Totobiegosode, que no miden el paso del tiempo como lo hacemos nosotros, ni siquiera tienen la necesidad de establecer la edad de sus miembros. Esta representación de la mirada indígena hacia el mundo se presenta a través de imágenes construidas entre sombras y luces, basadas en la palabra como el elemento principal de la relación entre los personajes. Y se sostiene sobre la historia mítica del Asojá, el pájaro-dios-mujer que lleva la memoria del pasado, el presente y el futuro, y que se transmuta en Eami, una niña de cinco años que debe afrontar el exilio forzado de sus propias tierras. Efectivamente, la película retoma el tema de los exiliados como lo fue el propio padre de Paz Encina, un opositor al dictador Alfredo Stroessner, y como describe en su documental Ejercicios de memoria, dedicado a Agustín Goiburú, miembro del Partido Colorado, que fue secuestrado y asesinado por el régimen.
EAMI es una película por tanto que continúa una trayectoria temática coherente en la filmografía de Paz Encina, pero sobre todo es una elaborada reconstrucción del tiempo y el espacio acorde con la visión indígena, que no teme detenerse en los detalles, y que utiliza el sonido del bosque como una ambientación natural para acercarnos al particular, quizás incomprensible para nosotros, sentido de la existencia que proviene de una tribu que mantiene los elementos principales de su cultura. Es una película hermosa y, si se quiere, una experiencia inmersiva que nos traslada a otro mundo que sin embargo es el mismo en el que habitamos, pero desde una perspectiva diferente. En Paraguay el idioma oficial es el guaraní, una lengua indígena, y es el que se utiliza para decir las palabras más importantes. La mirada de Paz Encina no es, por tanto, puramente etnográfica, externa y distante, sino que recoge una experiencia vital que forma parte de la idiosincrasia del pueblo paraguayo.
El cortometraje Excess will save us (Morgane Dziurla-Petit, 2019) sirvió a la directora francesa afincada en Suecia para regresar al pueblo de Villereau, donde nació y donde dejó a su familia en 2017 buscando otros horizontes. Este regreso a sus raíces, en cierta manera paralelo a la huida que su madre había protagonizado en su infancia, que dejó tras de sí una carta de reproches con frases como "siento que tu padre no me pudo amar como me hubiera gustado que me amaran", se convirtió en una historia híbrida entre el documental y la ficción que narraba una anécdota en torno a la alarma provocada por unos disparos que movilizó a toda la zona pensando que se trataba de un ataque yihadista. Pero, como afirma irónicamente Marie-Christine, la joven prima de la directora: "Esto es Villereau. No tenemos cine. No tenemos restaurante. No tenemos peluquería. Y sin embargo piensan que pueden ser objeto de un atentado". El cortometraje participó en festivales como Clermont-Ferrand, y la directora decidió extenderlo en forma de largometraje, repitiendo título y consiguiendo la selección en Rotterdam y en la Competición Nórdica del Festival de Gotemburgo. Excess will save us (Morgane Dziurla-Petit, 2022), que ha logrado el Premio Especial del Jurado en esta sección, es una ampliación literal de aquel corto que sorprendió hace tres años, porque de hecho una parte de la historia contada anteriormente se incluye en este largometraje, que abre la perspectiva a otros temas, utilizando la misma técnica de creación de escenas de ficción que están basadas en historias reales.
La mirada de Morgane Dziurla-Petit (1996, Francia) hacia los habitantes de Villereau utiliza el humor para hablar, en realidad, de la profunda actitud conservadora del pueblo, explicitada en una xenofobia que les hace sospechar del extranjero. Comenta la directora que tenía mucho material rodado y que su primera idea fue la de hacer una miniserie, pero que finalmente se decidió por el formato largometraje para mostrar más aspectos de las relaciones con su propia familia y entre los habitantes de Villereau. Pero algunas de estas extensiones se sienten repetitivas, como el aspecto de la xenofobia, que estaba bien expresado en el corto pero aquí se reitera y se explicita aún más con la aparición de Ahmed, un novio de origen árabe con el que sale Marie-Christine, que sirve como alter-ego de la directora. La reacción de la familia hacia este joven es ciertamente cruel, pero en realidad describe un aspecto que ya estaba claro desde el principio. Más interesante es la parte en la que se muestra la participación del cortometraje en Clermont-Ferrand y cómo esa cierta popularidad afecta al pueblo y a su padre, Bernard Petit, que se convierte en la estrella de la zona. Aunque interesante en su propuesta de construir una mezcla de géneros ("Esto no es un documental, esto no es una ficción", dice la propia Morgane en la película), resulta una extensión innecesaria que no encuentra argumentos para justificarse.
BRIGHT FUTURE
Otra de las películas españolas que forman parte de la programación del Festival de Rotterdam es la multipremiada Eles transportan a morte (Samuel M. Delgado, Helena Girón, 2021), que ha ganado los premios a Mejor Dirección, Mejor Banda Sonora y Mejor Diseño de Sonido en el Festival de Toulouse y el Premio a la Mejor Contribución Técnica en la Mostra de Venecia, participando también en la Sección Zabaltegi del Festival de San Sebastián. El primer largometraje de los directores conocidos por sus cortometrajes documentales Sin Dios ni Santa María (2015), Montañas ardientes que vomitan fuego (2016) y Plus Ultra (2017) reflexiona sobre el colonialismo, pero apegándose también a las tradiciones gallegas, e imagina a tres hombres condenados a muerte (Xoán Reices, Valentín Estévez y David Pantaleón) que huyen de su destino enrolándose en la aventura incierta de Cristóbal Colón, y saltando de las carabelas cuando cruzan las Islas Canarias, una especie de Nuevo Mundo diferente al que conoce la Historia. Mientras tanto, en el Viejo Mundo, una mujer (Nuria Lestegás) busca ayuda para curar a su hermana moribunda, y acaba encontrando a una curandera (Josefa Míguez Cal, que es la abuela de Nuria Lestegás en la vida real). Los dos viajes, el de los hombres sin mujeres y el de las mujeres sin hombres, conectan la tradición gallega de las meigas con la narración histórica de la colonización, pero son dos viajes que tratan de huir, igualmente, de la muerte.
Helena Girón (1988, Santiago de Compostela) y Samuel M. Delgado (1987, Tenerife) construyen su película utilizando pocos diálogos, apoyándose en la imagen y en un sonido envolvente de las montañas que nos involucra como espectadores en la doble historia que se nos cuenta. Es también una película que establece una conexión con la naturaleza como un entorno que envuelve a los personajes, pero que también puede ser hostil, a través del espléndido diseño de sonido de Carlos E. García. Eles transportan a morte pone en cuestión los resortes clásicos del cine de aventuras a través de la mezcla de materiales de archivo e imágenes rodadas en Tenerife, estableciendo un contraste con las películas que manejan la épica del Descubrimiento como Alba de América (Juan de Orduña, 1951), utilizando algunas de sus escenas, no solo como recurso para mostrar la representación de las carabelas que persiguen a los huidos, sino también como contraposición a la "historia oficial" de los héroes frente a la visión que trasladan de los personajes a los que los historiadores no han dedicado espacio en sus crónicas. Por otro lado, de alguna forma convierten en heroínas a las mujeres que tratan de sobrevivir en las montañas gallegas, y que tampoco forman parte de la crónica oficial de la Historia, excepto como brujas perseguidas. Pero la conexión entre ambos viajes resulta algo forzada, y funciona mejor el cuestionamiento de la heroicidad en la representación del viaje de los descubridores.
ART DIRECTIONS
Otra historia que tiene que ver con la dificultad de mantener las tradiciones es la que nos cuenta el documental Singing in the wilderness (Dongnan Chen, 2021), que compitió en el Festival de Tesalónica y que forma parte en Rotterdam de la sección Art Directions, dedicada a la fusión entre el cine y otras artes como la música. La película se centra en un Coro Cristiano del grupo étnico Miao, una minoría que prácticamente ha perdido todo recuerdo de su pasado después de que perdieran la guerra con los Han, la mayoría china y que a partir de la llegada de los colonizadores cristianos en los años treinta adoptaron su religión y su cultura. Los más ancianos de Little Well, al Suroeste de China, utilizaban el canto para ahuyentar a los espíritus que pueblan los bosques, pero la introducción del cristianismo convirtió estos cantos en Himnos religiosos y poco a poco su función como defensa contra los fantasmas, junto a las tradiciones más ancestrales de los Miao, fueron desapareciendo. Incluso el propio nombre "Miao" es un término oficial chino que ha sustituido a su antiguo nombre, que ya nadie recuerda. Cuando un oficial de Propaganda del Partido Comunista descubrió el coro de la pequeña aldea de Little Well, decidió darles a conocer como una representación de los cantos ancestrales de China, aunque poco o nada quedó en ellos de la tradición oral. Y los Miao sufrieron una "segunda colonización", convertidos en una formación coral étnica cuyo repertorio fue de nuevo sustituido por canciones occidentales. Su participación en una versión china del programa La Voz en televisión interpretando "Mamma mia" de Abba hizo que alcanzaran una gran popularidad, y han llegado a actuar junto a la London Symphony Orchestra en el Lincoln Center de Nueva York.
La historia de esta colonización musical es contada por la directora a través de dos protagonistas: Ping, una joven que no quiere ser agricultora toda su vida, y Sheng, un pastor que está enfocado en la religión y la música. Ambos forman parte del coro, y sus familias arreglan un matrimonio de conveniencia, aunque ninguno de ellos está enamorado del otro. De hecho, a lo largo de la película las incursiones en su vida privada muestran a una pareja que no tiene apenas comunicación, profundamente decepcionada con su vida, y definitivamente sometida a un matrimonio que, al tratarse de una unión cristiana, no tiene la oportunidad de separarse, lo que lleva incluso a Sheng a un intento de suicidio. Lo que une a ambos es su participación en el Little Well Chorus, cuya popularidad contribuye a "mejorar" el aspecto de la aldea, que el responsable de Propaganda quiere reconvertir en una especie de pueblo turístico, aunque en los aspectos económicos hay sospechas de corrupción, de enriquecimiento de las autoridades en detrimento de los miembros del coro, y aunque la reconstrucción del pueblo suponga la pérdida de sus tierras de labranza en favor de la construcción de casas. Dongnan Chen retrata una historia de colonización cultural protagonizada por los propios chinos sobre miembros de su comunidad, una representación de la visión contemporánea del progreso que vende una prosperidad que pisotea las tradiciones. En Little Well los espíritus comienzan a aparecer de nuevo, porque ya las canciones no sirven para ahuyentarlos.
La hamaca paraguaya se puede ver en Filmin.
Alba de América se puede ver en FlixOlé.
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