08 febrero, 2022

Rotterdam 2022 - Parte 7: Cine a orillas del Mosa

Como en cualquier festival internacional, el apoyo a la producción local supone una importante proyección de cara al mercado internacional, y en esta crónica vamos a comentar algunas de las películas neerlandesas que más nos han interesado de las seleccionadas en el festival de este año, que tienen su propia sección llamada RTM en la que se han presentado producciones realizadas en el entorno de Rotterdam, pero también otros títulos han sido incluidos en secciones oficiales. 

TIGER COMPETITION

La única producción holandesa a competición es Met mes (Sam de Jong, 2022), que se estrenará en los Países Bajos en el mes de abril, y que supone el regreso del joven director a su país, después de coquetear con el cine independiente norteamericano en su anterior película, Goldie (Sam de Jong, 2019), en la que se acercaba al cine de John Cassavetes con una estética colorista que contrastaba con las calles del barrio del Bronx. Ahora, en su vuelta a Rotterdam, Sam de Jong (1986, Países Bajos) ofrece una estética mucho más radical, repleta de colores saturados y una cierta teatralidad exagerada en la interpretación de los actores. La historia se centra en una presentadora de televisión, Eveline (Hadewych Minis) que decide abandonar su trabajo en un famoso concurso y dedicarse a rodar documentales de realidad social. Pero en un parque en el que se encuentra con el adolescente Yousef (Shahine El-Hamus) su cámara es robada, y ella piensa que la conversación con el joven ha sido solo una distracción para que su cómplice Redouan (Oussama Ahammoud) cometa el hurto. 


Por una razón principal que descubriremos más tarde, Eveline dice en su denuncia a la policía que el autor del robo fue Yousef, quien la amenazó con un cuchillo. Y desde entonces la vida del joven se convierte en una pesadilla, acusado no solo de robo sino también de amenazas, lo que podría llevarle directamente a la cárcel. En clave de comedia, el director Sam de Jong aborda la estigmatización del adolescente, marcada aún más por su origen árabe (Shahine El-Hamus es un popular joven actor de origen egipcio, miembro de una familia de cineastas) y en cierta manera se posiciona más del lado de Yousef que del de Eveline, a la que retrata con un punto de vista más radical, pretendidamente kitsch en su entorno familiar. La propuesta visual de la película abunda en la representación del colorido saturado y los sonidos que recuerdan precisamente a los concursos televisivos, con planos colocados en posiciones extrañas, como en el interrogatorio de la policía a Eveline. Como decíamos, también es radical el trabajo actoral, marcado por movimientos exagerados y cierta infantilización, como en las expresiones de amor entre Yousef y su medio novio Laurens (Nils Verkooijen). Pero este planteamiento estético en cierta manera reduce la eficacia del contenido de la historia, que se construye también sobre una narrativa metacinematográfica en torno a la autoridad que una cámara otorga al cineasta para ofrecer una mirada que es siempre personal, aunque lo que se pretenda retratar sea la realidad. 

Es interesante la propuesta visual, aunque quizás demasiado radical para encontrar el perfil de espectador adecuado (resulta significativo que, a pesar de ser la única película holandesa a competición, no ha estado entre las principales puntuadas para el Premio del Público). Sobre todo porque lo visual acaba perjudicando al mensaje y al propio desarrollo de los personajes. 

MEDIOMETRAJES

Precisamente el poder que proporciona una cámara y la mirada que se refleja desde ella es el tema principal del documental Kumbuka (Petna Ndaliko Katondolo, 2022), que también está en la sección Forum Expanded de la Berlinale, en la que se incluyen propuestas que reflexionan sobre el medio cinematográfico. El origen está en la película Stop filming us (Joris Postema, 2020), una producción holandesa rodada en Goma (República Democrática del Congo) que proponía un diálogo con artistas de la ciudad sobre cómo recibían ellos la imagen que los documentales occidentales ofrecen del país en concreto y de África en general. Pero, después de la repercusión internacional que obtuvo esta producción, algunos de los participantes en Stop filming us se quejaron de que el documental ofrecía también la imagen distorsionada sobre la que intentaba reflexionar. Así que el director Joris Postema decidió darles las grabaciones en bruto para que ellos montaran la película desde su propia perspectiva. 


De esta forma, Kumbuka se plantea como una visión multidimensional que tiene como protagonistas a los participantes de una película que reflexionan sobre esa misma película, y que tienen la oportunidad de ofrecer su visión propia. "No me siento reconocida en las imágenes que veo", comenta una joven cineasta, planteando precisamente que el punto de vista eurocéntrico sobre África no beneficia a la realidad. Ella misma comenta que, después del estreno de Stop filming us, había quienes la llamaban por teléfono y le expresaban su preocupación sobre lo difícil que debía ser mujer y directora de cine en el Congo. "Pero eso no era lo que yo quería decir", se lamenta. Aparece entonces la reflexión sobre la autoridad que proporciona disponer de una cámara, especialmente cuando se trata de reflejar una supuesta realidad. Las elecciones del director sobre contar una u otra historia, el montaje  y la disección de las entrevistas, la propia estructura narrativa... Y también se reflexiona sobre la explotación de la imagen, que es también una forma de colonización. 

El director Petna Ndaliko Katondolo (1974, Congo) introduce imágenes de archivo de la época colonizadora, ofreciendo una perspectiva de cómo se impone una narrativa en el espectador. Pero la visión eurocéntrica actual es igual de perjudicial, distorsiona igualmente la realidad, cuenta la historia nuevamente desde la perspectiva del colonizador. Para contrarrestar este punto de vista, surge Ejo-Lobi, un pensamiento que proyecta una forma de filosofía indígena: "Ejo-Lobi! Si hoy es el pasado del futuro, podemos influir en el futuro. Y si hoy es el futuro del pasado, entonces ya vivimos en el futuro". Se impone la necesidad de independizarse nuevamente, de pensar en un pasado que conecte con las raíces, de participar en un renacimiento de los orígenes precoloniales y adaptar la sabiduría de los ancestros para crear un nuevo tipo de conocimiento. 

RTM

Una de las producciones incluidas en esta sección es la serie documental Mondig Zuid (EODocs, 2022) que se está emitiendo actualmente en la plataforma de documentales ZappDoc y que tiene como protagonistas a adolescentes inmigrantes que viven en la zona Sur de Rotterdam. El título, algo así como "Sur empoderado" señala ya la descripción de unos jóvenes que sienten sobre sus hombros la responsabilidad de tomar las riendas de su familia, como Darlin, un chico nacido en la isla de Curazao (uno de los pocos vestigios del colonialismo holandés en el Caribe) y criado en República Dominicana, que vivió en España durante un tiempo hasta trasladarse finalmente a Rotterdam. Al tener a su madre enferma busca la forma de encontrar un trabajo para mantenerla, a pesar de sus catorce años. Las otras dos principales protagonistas de la serie son Selena y Tamia, pero lo cierto es que Darlin consigue acaparar la atención por su simpatía y esa cierta inocencia que expresa su adolescencia. El director de documentales René van Zundert (1981, Países Bajos) propone un coming-of-age de jóvenes que abordan la madurez a través de su condición de inmigrantes en un país en el que la integración se pretende conseguir a base de multas. Desde hace años, Holanda establece exámenes para los inmigrantes que a los tres años deben responder una serie de preguntas sobre el país y el idioma neerlandés, y que si no se aprueba supone multas de hasta 1200€, pero muchas organizaciones critican un sistema que prefiere exigir en vez de realizar políticas que inviertan realmente en mejorar la integración. 


La serie está compuesta por cuatro episodios de 15 minutos, y aunque no parece profundizar demasiado en los personajes, tiene buen ritmo y propone una reflexión en torno a la aceptación en una sociedad diferente. Tamia por ejemplo quiere dedicarse a los monólogos, y se prepara una presentación en la que expresa su deseo de ser percibida como una ciudadana más: "Me llaman innecesaria, diferente".  Es, dentro de su aparente ligereza, una visión más profunda de unos jóvenes que buscan su espacio, cuya única aspiración es ser tratados como el resto. "Quiero terminar la escuela y no tener antecedentes criminales", expresa Darlin, indicando también una cierta aceptación de la forma en que Holanda (como muchos otros países) mira a los habitantes inmigrantes de una ciudad como Rotterdam en la que la población nacida en el extranjero alcanza altos porcentajes, pero en la que siguen existiendo notables desigualdades.  

Casi podríamos decir que Shabu (Shamira Raphäela, 2021) es hermana de Mondig Zuid en su retrato de la adolescencia en los barrios eminentemente inmigrantes de Rotterdam (de hecho, ambas están producidas por la misma productora, Tangerine Tree), en este caso más centrada en el llamado Peperklip (Pimentero, por su forma circular), un edificio construido en los años ochenta que se convirtió en el complejo de viviendas sociales más grande de los Países Bajos y que acoge principalmente a población inmigrante y desfavorecida. Incluso hay cierta similitud física entre Darlin y Shabu, que además coinciden en la edad de catorce años, aunque la complexión física de este último hace que parezca mayor. El documental, seleccionado para la sección Generation Kplus de la Berlinale que comienza mañana, observa al joven protagonista después de tener un accidente con el coche de su abuela que cogió a escondidas. Durante un verano, Shabu debe recaudar los 1.200 € que cuesta la reparación del coche, pero sus pensamientos están más puestos en la música. La directora de origen caribeño Shamira Raphäela (1982, Aruba), que es programadora en las secciones de cortometrajes del Festival de Rotterdam, aprovecha la simpatía de Shabu para construir una película llena de ritmo y de positividad, incluso en un entorno a veces difícil.


Pero el documental está más interesado en ofrecer una historia de crecimiento que muestre una visión optimista, simpatizando con algunas de las travesuras del joven. Los orígenes de Shabu provienen de la República caribeña de Surinam que, a pesar de ser independiente, ha mantenido el neerlandés como idioma oficial. La directora se apoya en la música, especialmente en las simpáticas composiciones de Michael Varekamp, para dotar de ritmo al documental, pero a veces abusa de ella, presente en casi todas las escenas. Poco a poco, el protagonista asume la necesidad de tener que trabajar para conseguir el dinero que necesita, pero nunca renuncia a su aspiración de convertirse en rapero, por lo que finalmente decide dar un concierto en su barrio cobrando una pequeña entrada. Con su escasa hora y cuarto de duración, la película traslada una conexión fácil con el joven, aunque también parece no encontrar el camino adecuado para desarrollar la historia, y da la impresión de que está más construida sobre anécdotas más o menos divertidas que sobre una intención de profundizar en el personaje (aunque vemos a su familia, realmente no se aporta demasiada información sobre ella). En cierto modo, parece que hay un interés, como en Mondig Zuid, de ofrecer una visión optimista de la inmigración, eliminando el drama y centrándose en el crecimiento (solo una escena en la que el protagonista y sus amigos encuentran un gran charco de sangre en uno de los ascensores del edificio nos devuelve a la realidad). Pero hubiera sido interesante una visión más compleja del personaje y su entorno.  

BRIGHT FUTURE

El director Alberto De Michele (1981, Italia) ganó el Premio al Mejor Cortometraje en Rotterdam con I lupi (2011), que mostraba con la voz en off de su padre la preparación de un robo a cargo de un grupo de ladrones de entre 40 y 70 años del Norte de Italia que se hacían llamar "Los lobos". Ahora presenta una especie de remake en formato largometraje de aquella historia, ampliando la presencia de los protagonistas y construyendo un thriller muy particular con The last ride of the wolves (Alberto De Michele, 2022), coproducida con los Países Bajos, que se estrena allí esta misma semana. El planteamiento es similar al del cortometraje, y se centra también en la preparación de un robo a un furgón que transporta 12 millones de euros. La curiosidad es que el director afirma que esta idea de cometer el robo es real, y el protagonista de la película, Pasquale De Michele, un ex-ladrón que perdió su dinero en el juego, es el propio padre del realizador, acompañado por otros miembros de la banda criminal que parece que también son personajes reales. La mirada hacia el mundo del crimen organizado se desmitifica a través de estos personajes y de la puesta en escena porque, de una forma parecida al documental/ficción The plains (David Easteal, 2022), casi toda la acción se desarrolla en el interior del vehículo que conduce el mismo Alberto De Michele (que tiene un parecido razonable con Scott Ryan, el protagonista de la serie Mr. Inbetween (FX, 2018-2021)), con su padre como copiloto hablando sobre la preparación del plan, mucho menos glamurosa de lo que suele presentarse en el cine. 


El director plantea su película como un híbrido en el que utiliza una historia supuestamente real para convertirla en ficción, y esta línea difusa entre lo documental y lo ficticio es un camino que a veces puede resultar resbaladizo, situándose en un término medio no del todo equilibrado. Aunque el personaje de Pasquale es una visión atractiva de la representación de un mafioso más melancólico de lo habitual, y su capacidad discursiva no se puede poner en duda, la ausencia de un guión estrictamente dicho quizás no es la mejor decisión, porque los diálogos improvisados a veces resultan artificiales y exagerados. La película, no obstante, consigue mantener un buen ritmo hasta el final, cubriendo sin muchos altibajos sus escasos 80 minutos de duración, y establece una mirada hacia los personajes que los humaniza sin por ello justificarlos, pero que también está impregnada de una cierta tristeza, de una representación de las trayectorias de unos ladrones que sueñan con dar el último gran golpe de unas vidas en cierto modo fracasadas. Alberto De Michele ofrece un guiño al final sobre la relación paterno-filial y abandona el estilo documental para abordar una forma estilística más tradicional, delimitando con astucia lo que está basado en la realidad de lo que es pura ficción. 

La sola existencia de una película como Freda (Gessica Généus, 2021) es casi un milagro, y en cierto modo se ha convertido en la representación más inteligente y clara de la caótica situación que vive desde hace muchas décadas un país como Haití, en buena parte provocada por la complicidad de la comunidad internacional, que está encabezada por Estados Unidos, con los gobiernos dictatoriales de los últimos años. La historia transcurre en 2018, durante una serie de protestas en contra del primer ministro Jovenal Moise, y el hecho de que éste fuera asesinado en el golpe de estado que se produjo en 2021 proporciona a la película una dosis de actualidad más contundente si cabe. La situación en Haití sigue siendo un caos, con recientes manifestaciones que piden la renuncia del actual primer ministro, Ariel Henry, que ha manifestado su intención de continuar en el cargo a pesar de que el mandato oficial de su antecesor terminaba esta misma semana. 


Gessica Généus (1985, Haití), actriz afincada en Francia que ahora debuta como directora, propone una mirada muy lúcida hacia la difícil situación de la juventud en su país de origen, y el impulso de Francis Ford Coppola como productor ejecutivo junto a la Mención Especial conseguida en el Festival de Cannes sin duda propiciará una distribución internacional a la película, que fue seleccionada como la representante de Haití a los Oscar, pero que no pasó la preselección. La directora establece en los diferentes miembros de la familia protagonista una representación de diferentes posicionamientos de los ciudadanos haitianos frente a la difícil situación de su país. Freda (Nehemie Bastien) es una joven estudiante que quiere seguir educándose y está comprometida con la reivindicación del papel de las mujeres en una nueva forma de hacer política. Ella parece tener dudas sobre si seguir en su país o finalmente escapar de una sociedad que se desmorona, especialmente cuando su novio Yeshua (Jen Jen), un artista que se trasladó a Santo Domingo después de que una bala perdida de unos manifestantes le alcanzara en el estómago mientras dormía, le propone irse a vivir con él. Su hermana Esther (Djanaina Frabcois) representa ese tipo de comportamiento que para Freda degrada a la mujer, usando  su belleza para seducir a hombres poderosos como única salida de la pobreza, e incluso aplicándose productos para que su piel no sea tan oscura. Finalmente, la madre Jeanette (Fabiola Remy) se ha refugiado en la religión y el conformismo, y su hermano Moses (Cantave Jerven) trapichea y vagabundea sin una conciencia real de su situación. 

Este retrato familiar compone una visión amplia del país, que se subraya con los debates entre estudiantes en la clase de antropología a la que asiste Freda que, sin llegar a tener un punto de vista estrictamente didáctico, ofrece una mirada política sobre los constantes vaivenes de Haití y la corrupción que llevó a determinados sectores de la sociedad a enriquecerse gracias a las ayudas internacionales que se recibieron tras el terremoto de 2010, ayudas que nunca llegaron a la población real. En este sentido, resulta demasiado insistente la introducción de imágenes reales de las manifestaciones ocurridas en 2018, que podrían ser perfectamente las que tienen lugar estos días, pero que en realidad son innecesarias porque ya la historia de ficción propone una visión lo suficientemente amplia y clara de la situación del país. Pero Freda funciona también como un drama complejo en el que los personajes están muy bien construidos, que aporta emoción y comprensión hacia las decisiones que toman, incluso en el caso de Esther, que pretende tener el control sobre su propia vida. Es también sobre todo una mirada muy femenina que tiene en las mujeres protagonistas el mejor reflejo del empoderamiento y la sororidad como única forma de resistir en medio del machismo y la corrupción, representada en ese plano final que provoca absoluta emoción. 


Shabu y Kumbuka se estrenan en la Berlinale el 12 de febrero. 

Mondig Zuid se puede ver en V.O. en la plataforma 2Doc

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