10 febrero, 2022

Rotterdam 2022 - Parte 8: Visiones del futuro

Mientras continúan los visionados de las películas que forman parte de la programación del Festival de Rotterdam, con el comienzo de la Berlinale como otro de los principales festivales de los primeros meses del año, nos acercamos a las últimas crónicas de una selección heterogénea que, aunque no ha conseguido encontrar títulos especialmente contundentes, sí ha desgranado como de costumbre una muestra de los lenguajes cinematográficos más diversos. Después de algún problema técnico que ha tenido en mantenimiento durante un día entero a la plataforma Festival Scope en la que se visionan las películas del festival (no sabemos si ha sido un ataque de los hackers rusos o simplemente una bajada de tensión, porque no se ha facilitado ningún tipo de explicación al respecto), nos acercamos hoy a algunas propuestas visualmente deslumbrantes y a los últimos trabajos de dos directoras veteranas que han marcado su huella en el mundo del cine de las últimas décadas. 

TIGER COMPETITION

Una de las propuestas más singulares de la programación del Festival de Rotterdam es la película canadiense Le rêve et la radio (Renaud Després-Larose, Ana Tapia Rousiouk, 2022), también seleccionada para la Semana de la Crítica que se celebra estos días en paralelo al Festival de Berlín. Con un presupuesto de 10.000 dólares canadienses y un rodaje de tres años, esta representación híbrida sobre el arte y la revolución ofrece una especie de deconstrucción del cine tal como lo entendemos, a través de una mezcla de formatos y visiones casi ensoñadoras que forman parte de una historia contada desde la reflexión, más que desde la narración propiamente dicha. Básicamente, la historia está protagonizada por Constance Rousiouk (Ana Tapia Rousiouk), una joven que desde una emisora de radio independiente transmite pensamientos políticos. Ella vive con Eugène Larose (Renaud Després-Larose) un aspirante a escritor, y ambos reciben habitualmente a Béatrice Ackerman (Geneviève Ackerman), una joven sin hogar. La pérdida de un móvil que no es tan casual como parece, pone en contacto a Constance con Raoul Debord (Étienne Pilon), un hombre misterioso que aporta cierto suspense a la historia, y cuyas intenciones parecen relacionadas con la utilización de la plataforma radiofónica en la que trabaja Constance, para secuestrar las ondas de radio de la ciudad junto a la organización revolucionaria clandestina a la que pertenece. 


Pero Le rêve et la radio no es una película construida sobre un desarrollo convencional, sino que se envuelve en su condición de cine-ensayo que conecta claramente con la Nouvelle Vague y que devuelve a las imágenes su poder como transmisor político, su condición de instrumento de pensamiento que se representa en un despliegue sorprendente y fascinante de voces, textos y música de algunos de los nombres más preclaros de la cultura contemporánea, desde Félix Guattari hasta Henri Lefebvre, desde John Ford hasta Jean-Luc Godard, desde Guy Debord hasta Robert Kramer... Ana Tapia Rousiouk, quebequesa de origen ecuatoriano, y Renaud Després-Larose elaboran una propuesta compleja, demasiado intelectual si se quiere para los cánones cinematográficos actuales, para la que no consiguieron financiación y que quizás no tenga una trayectoria cinematográfica fácil, pero que tiene algo de hipnótico, y que utiliza un collage de fragmentos sonoros, visuales y literarios para elaborar un lenguaje propio que de alguna forma plantea una reconstrucción del arte cinematográfico. La película se convierte en una especie de representación soñadora de lo que puede hacer el arte por la revolución, en un mundo tecnológico en el que hay poco margen para la reflexión. En este sentido, es también una película moderna en cuanto a la superposición fragmentaria de las imágenes, pero sin embargo en ocasiones renuncia a esta cadena de representaciones para tomarse una pausa, con fundidos a negro en los que solo escuchamos una voz o secuencias presentadas como si se tratara de una película muda. Hay en Le rêve et la radio una condición asumida de militancia artística que se apoya en las voces más iconoclastas que plantean una (r)evolución de las ideas. Y ese es el gran acierto de una película que consigue ir más allá de su propia condición de obra cinematográfica.

HARBOUR

No menos reflexiva es Paixões recorrentes (Ana Carolina Teixeira Soares, 2022), la última película de una cineasta que ha sido uno de los nombres más destacados del cine brasileño de los años setenta, aunque también uno de los más desconocidos. Películas como Mar de rosas (1978), Das tripas coração (1982) y Sonho de valsa (1987) forman una trilogía sobre la hipocresía de las relaciones sociales. Y su última película, realizada ocho años después de A primeira missa (2014), aborda la cultura de las ideologías en un país como Brasil. La acción transcurre durante el 1 de septiembre de 1939, el mismo día en el que estalla la II Guerra Mundial, alrededor de una ciudad en ruinas donde se reúne un grupo de personas que discuten sobre la política y la sociedad, entre los que se encuentran la decadente actriz francesa Madame Arras (Thérèse Crémieux), el fascista argentino Chango (Luciano Cáceres), un empresario capitalista (Luiz Octávio Moraes) y el comunista Souza (Danilo Grangheia) quienes, mientras el resto del mundo de divide en dos, discuten sobre las bases de sus pensamientos ideológicos. "Desde 1937 Brasil vomita sucesivas ideologías y los que no tienen dónde agarrarse se agarran a ellas", comenta Ana Carolina. En este grupo heterogéneo que comparte espacio en una especie de ciudad fantasma, surgen los defensores de las dictaduras, de Franco, de Hitler y de Mussolini, y se formulan frases generales que muchos podrían suscribir: "Quien llega al poder es un canalla". Precisamente estos discursos sobre la sociedad y la política vacíos formulados por pensadores que no han vivido personalmente aquello sobre lo que hablan, es lo que acerca esta película al reflejo de los populismos actuales sin argumentos, los que solo pretenden mostrar un anhelo pero sin sostenerse en verdaderos razonamientos. Los populismos extremistas que han llevado a Bolsonaro a la presidencia de Brasil, por ejemplo, aunque no haya una referencia directa en la película. 


Ana Carolina (1949, Brasil) ofrece una representación que en cierta manera asume su condición teatral, aunque modifique los escenarios en ocasiones, que simboliza las reuniones que se celebraban en la Boca do Lixo, São Paulo, en las que "los intelectuales del cine sin un centavo se encontraban en el Bar Soberano para beber y discutir sobre política y cine". Los personajes lanzan soflamas como "Justicia para todos", que no solo están en ocasiones en contra de sus propias ideologías, sino que han perdido todo contenido, porque son frases que claman por una realidad que sabemos que es utópica. Ana Carolina parece decir que los discursos populistas esconden palabras huecas, que el pensamiento intelectual a veces puede llegar a hacer más daño si se formula a la deriva. Pero, aunque es una película en la que los personajes hablan mucho, el recurso formal se sostiene en una cámara que se mueve constantemente, que encuentra el ritmo interno de las escenas, casi como las olas del mar junto a las costas del Paraná en las que se desarrolla la historia. Es una película por tanto que extrae de las palabras vacías una profunda reflexión sobre la sociedad brasileña, de una forma que conecta directamente con el cine de la directora. 

El escritor y compositor Saul Stacey Williams (1972, New York) viene desarrollando desde los años noventa una trayectoria musical en la que mezcla poesía y hip-hop, protagonizando la película Slam (Marc Levin, 1998), que logró el Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance, participando en el musical de Broadway Holler if ya hear me (2014), basado en canciones de Tupac Shakur y recientemente también como protagonista del film Akilla's escape (Charles Officer, 2020). Ahora debuta como director con Neptune frost (Anisia Uzeyman, Saul Williams, 2021), para el que ha contado con la producción ejecutiva del recién nominado al Oscar Lin-Manuel Miranda, y que se desarrolla como una especie de musical afrofuturista que comienza en una mina de coltán, uno de los componentes esenciales para la fabricación de móviles de Ruanda. En cierta manera, esta propuesta, que fue en principio ideada como una novela gráfica, después se quiso producir como un musical y finalmente ha tomado forma cinematográfica, sigue la estructura del característico estilo de Saul Williams en sus álbumes, una mezcla de conceptos e ideas que conforman un conjunto heterogéneo y ambicioso. Quizás este planteamiento no juega en favor de una narración tradicional, pero encuentra su particular camino de expresión una vez que el espectador asume las líneas distorsionadas de su escritura. 


Seleccionada para la Quincena de Realizadores de Cannes 2021, también se ha podido ver en la sección Retueyos de Gijón 2021 y en la sección Spotlight de Sundance 2022, lo que demuestra su proyección internacional. La historia de Neptune frost se centra en Neptune, un hacker intersexual interpretado por Cheryl Isheja y Elvis Ngabo que a veces tiene aspecto masculino y otras veces adopta forma femenina, y que representa un planteamiento en torno a la identidad de género que se manifiesta a través del propio Saul Williams, que se define a sí mismo como queer. Neptune conecta con el espíritu cósmico de Matalusa (Bertrand Ninteretse), un minero de coltán que quiere provocar una revolución a través de un blackout tecnológico. Hay por tanto una pretensión anticapitalista en una historia que se desarrolla de forma desestructurada, con un lenguaje visual que resulta impactante por su imaginativo uso de las imágenes. Hay otras ideas, quizás muchas más de las que como espectadores somos capaces de captar, pero quien quiera ver este musical como una narración tradicional acabará decepcionado. Tiene, de hecho, una concepción visual que recuerda a aquella otra fantasía futurista africana que era Ar condicionado (Fadrique, 2020). 

Al margen de la propia música que estalla en sonoridades electrónicas y poéticas a través de las canciones de Saul Williams para algunos de sus últimos álbumes, especialmente el celebrado MartyrLoserKing (2016, FADER Label). Y hay que destacar especialmente el vestuario a cargo del artista ruandés Cedric Mizero que diseña espléndidos reflejos de una sociedad tecnologizada pero al mismo tiempo empobrecida, como los uniformes de los milicianos que están creados con chips y placas base, o las sencillas pero amenazadoras máscaras de los soldados represores. Hay muchos elementos absorbentes en esta película que quizás no consigue elaborar del todo sus discursos ideológicos, demasiado simples en algunas ocasiones. La propia visión que se nos ofrece del mundo de internet parece anacrónica, más cercana a los planteamientos de las películas de ciencia-ficción de los años noventa que a la actualidad. Pero las minas de coltán siguen existiendo, el 80% se encuentra en la República Democrática del Congo, aunque con notable influencia de Uganda y Ruanda, y la corrupción y la explotación sigue siendo el principal impulsor de la producción masiva de tecnología en el mundo occidental. Eso, desde luego, no es anacrónico.

BIG SCREEN COMPETITION

Tras el gran éxito internacional que obtuvo Las vidas de Marona (Anca Damian, 2019), la realizadora rumana presenta una nueva película que adapta libremente la novela de Daniel Defoe Robinson Crusoe (1719, Ed. Penguin Clásicos), en The island (Anca Damian, 2022) otra espléndida e imaginativa propuesta de animación surrealista, que tiene otros dos referentes principales: La obra teatral Ínsula (1979) del escritor rumano Gellu Naum, en la que también se basó la ópera The island (2011, Saphrane), del violinista rumano Alexander Balanescu y la cantante Ada Milea, que sirve como banda sonora de la película. Se podría decir que Anca Damian (1962, Rumanía) realiza una traslación a imágenes animadas del concierto aportando esa visión particular que en su anterior película quizás fuera más asequible para el público, y aquí regresa a esa perspectiva conceptual que reconstruye la historia en una narrativa no lineal. La película se realizó durante el confinamiento y en mitad del anuncio del Ministerio de Cultura rumano de que prácticamente cesaba en la financiación de películas durante la pandemia, lo que llevó a 160 cineastas a escribir una carta de protesta. En este caso, la novela original es modificada para introducir elementos que la conectan con la actualidad. Robinson Crusoe no es un marinero que ha naufragado en una isla, sino que es un hombre que ha elegido por propia voluntad aislarse de un mundo en el que no se siente integrado, mientras que Friday es representado como un superviviente de un barco de emigrantes que atravesaba el Mediterráneo para llegar a Italia. 


El estilo narrativo de la directora, que introduce una imaginativa mezcla de elementos visuales, llena la pantalla de colores y líneas distorsionadas, estableciendo un paralelismo entre el viaje que emprenden Robinson y Friday, uno de descubrimientos y de revelaciones, el otro de encierros y deserciones. Uno es épico y se adentra en las profundidades, el otro se enfrenta a campos de internamiento y el contrabando. En ambos está presente la figura de la madre, aquí representada en forma de iconografía religiosa. Mary es la madre de Robinson, pero también es la madre de Friday. The island es una película compleja, quizás excesivamente bizarra en su concepción visual, en la introducción de diálogos y espléndidas canciones que se mezclan y se superponen, construida como una comedia musical que estalla en su percepción imaginativa de la actualidad. Quizás todos necesitemos una isla para descubrir la verdadera naturaleza del ser humano. 


Las vidas de Marona se puede ver en Filmin. 
Air condicionado se puede ver en MUBI. 


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