29 noviembre, 2021

Tallinn Black Nights Film Festival 2021 - Parte 6: Marcados por el destino

Aunque el Festival de Tallin terminó ayer, tenemos aún dos crónicas sobre las películas que forman parte de su programación. En esta penúltima cita con el festival hablamos del destino representado en algunos de los títulos más singulares de la selección, y comentamos algunas películas latinoamericanas que forman parte de ella, así como la presentación fuera de concurso del último musical de Carlos Saura.

COMPETICIÓN OFICIAL

El director de No. 10 (Alex van Warmerdam, 2021) advierte en las entrevistas que es mejor enfrentarse a su película sin tener mucho conocimiento de lo que sucede en ella. La sorpresa de un cambio de rumbo brusco en realidad convierte a ésta en dos películas en una, que comienza como una comedia satírica en torno al mundo del teatro, y la compleja separación entre la realidad de los actores y la ficción de sus personajes, y va tendiendo hacia una especie de thriller. Podemos decir que se trata de un proyecto que tiene algunos elementos que lo conectan con Borgman (Alex van Warmerdam, 2013), el título más reconocido del director holandés, que consiguió el Premio a la Mejor Película en el Festival de Sitges. Como decíamos, en este caso comienza como una comedia en torno a los ensayos de una obra de teatro en los que hay una clara tensión entre dos de los actores: Marius (Pierre Bokna), que justifica su dificultad para recordar el texto con la falta de descanso, y Günter (Tom Dewispelaere), que tiene una relación secreta con su compañera de escena Isabel (Anniek Pheifer), con el inconveniente de que ella es la esposa del director de la obra, Karl (Hans Kesting). Este comienzo, que utiliza un tono de humor irónico para mostrar los entresijos de la ficción sobre el escenario imbricada con la vida real de los actores, conecta con una segunda parte que se va introduciendo a través de pequeños detalles pero que poco a poco va apoderándose de la película convirtiéndola en algo completamente diferente. 


Ni siquiera hay un personaje principal demasiado claro en la primera parte, en la que también juega un papel importante la hija de Günter, que lo está filmando en secreto para realizar un video para su próximo cumpleaños. Tampoco sabemos mucho de él, excepto que es huérfano y que fue encontrado cuando tenía cuatro años en un bosque de Alemania. Es necesario un cierto desconocimiento del desarrollo de la historia para dejarse sorprender por ella, lo cual no quiere decir que el tercer acto sea completamente satisfactorio. Hay una clara voluntad del veterano director de 69 años por mantener ciertos cuestionamientos en el espectador y, como ocurre en otras de sus películas, deja sin explicación detalles que podrían ser importantes. Pero esto no juega a favor de No. 10, cuyo título también tiene una doble lectura: se utilizó como título provisional por tratarse de la décima película del director, pero finalmente se mantuvo porque también tiene relación con el protagonista. La historia reflexiona sobre nuestra relación con el pasado, sobre un destino que parece marcado, y lanza una mirada mordaz poco sutil hacia la manipulación de la religión católica, pero quiere ser tan libre en su representación narrativa que deja al espectador indefenso. 

El destino puede jugar malas pasadas, especialmente en determinadas personas que, a pesar de tener una disposición positiva, parecen marcadas por una fatalidad inevitable. En la película Make the devil laugh (Ryuichi Mino, 2021) el título hace referencia a un kotowaza, uno de los muchos proverbios japoneses que dice: "Si hablas de los planes del próximo año, el diablo se reirá". Esta inútil intención de controlar nuestro destino cuando la vida puede dar un giro inesperado marca la historia del protagonista, Kazuma (Shuhei Handa), un joven cuyos planes de futuro se vienen abajo cuando comete un crimen para tratar de proteger a su madre y su hermana de la violencia doméstica que sufren. Varios años más tarde, él sigue pagando su condena trabajando en un depósito de chatarra mientras aún no ha conseguido el perdón de su madre, encerrada en su casa porque sufre el acoso y los insultos de sus vecinos por tener un hijo asesino. Ella, que fue una víctima principal en la violencia de su marido, no ha dejado de ser una víctima, ahora colateral, por los actos de su hijo. 


Kazuma vive su propio proceso de expiación trabajando en un depósito en el que solo trabajan los parias de la sociedad, principalmente inmigrantes que son acogidos en Japón con menosprecio, justificando la violencia y los abusos que sufren por parte de los encargados. Es la representación de un país que está lejos de la visión idealista, moderna y tecnológicamente avanzada, que representa en el exterior. Hay una parte de la sociedad, escondida entre edificios brillantes, que es tratada también como chatarra, cuyo destino parece intrínsecamente unido a la explotación laboral. Es un entorno del que resulta casi imposible salir, un círculo vicioso en el que los planes de futuro no son posibles. Escrita por Kazuhiko Mino y dirigida por su hermano, Ryuichi Mino, Make the devil laugh es una representación pesimista de un personaje marcado por sus actos, que en cierta forma representa a un samurai moderno, un defensor de aquellos que están oprimidos, pero cuyas acciones tiene graves consecuencias morales para él mismo (cuando defiende a un compañero de trabajo, él acaba siendo suspendido durante varios días).

Comentaba el director Ryuichi Mino que la historia de Kazuma se escribió desde el final, una secuencia contundente y emocionante, para luego ir construyendo la trayectoria del personaje. De alguna forma, el mismo guión también parte del destino del protagonista, que está relacionado precisamente con el honor de un samurai, para amoldar su experiencia vital, envuelta en una visión nada optimista de una sociedad que ampara la violencia y el abuso. La película a veces fuerza el drama, evitando dar algún respiro al personaje principal, que hubiera sido necesario en algunos momentos. Pero la vida es como un círculo del que resulta difícil salir, una prisión moral que no permite la redención, mientras el diablo ríe a carcajadas.  

OFICIAL FUERA DE CONCURSO

Dentro de la programación del Tallinn Black Nights Film Festival se presenta fuera de competición la película española El rey de todo el mundo (Carlos Saura, 2021), último proyecto cinematográfico-musical del director aragonés que participó a concurso en la SEMINCI de Valladolid. Carlos Saura y el director de fotografía Vittorio Storaro inventaron hace casi treinta años una nueva forma de cine musical con el estreno de Sevillanas (Carlos Saura, 1992), que introducía una puesta en escena minimalista y apoyada en las luces y los colores para abrazar una muestra heterogénea de este género musical. Una obra maestra que continuó con Flamenco (Carlos Saura, 1995) y posteriormente con otros acercamientos a otros referentes del folclore cultural de Portugal en Fados (Carlos Saura, 2007), Argentina en Zonda, folclore argentino (Carlos Saura, 2015) o su tierra de origen, Aragón, en Jota de Saura (Carlos Saura, 2016), en las que repite una puesta en escena similar, aunque sin contar en éstas con la colaboración de Vittorio Storaro, que ahora vuelve a encargarse de la fotografía de su nuevo proyecto. 


Centrada en los diferentes estilos de la música mexicana, El rey del todo el mundo toma su título de la letra de la popular ranchera "Fallaste corazón" que escribió e interpretó Cuco Sánchez en 1959 y fue incluido en la película El revólver sangriento (Miguel M. Delgado, 1964), y que años más tarde Chavela Vargas convirtió en uno de los himnos de su carrera. Aunque la película recupera el tándem imprescindible que forman Storaro-Saura, es una de las incursiones más decepcionantes en este recorrido musical que se inició hace tiempo, sobre todo porque es la menos musical de todas. Podríamos decir que Carlos Saura absorbe la cultura popular mexicana construyendo una historia que mezcla el amor adolescente con la intriga criminal, una especie de culebrón que se construye sobre dos tramas diferentes: la metanarrativa del director de teatro Manuel (Manuel García-Rulfo) que prepara junto a la coreógrafa Sara (Ana de la Reguera) un musical, y que conecta con el director de cine de Tango (Carlos Saura, 1998) y con la compañía de flamenco en Carmen (Carlos Saura, 1983), un recurso habitual en estas construcciones musicales. Y por otro lado una historia de rivalidad y amor entre los bailarines adolescentes que son seleccionados, que funciona peor porque los protagonistas son más bailarines que actores, y que ni siquiera en su concepto de repetición de las fórmulas del melodrama mexicano consigue tener una entidad propia. 

Durante la primera media hora de película, hay solamente un número musical relevante, en torno a una versión interpretada por la cantante Fela Domínguez de la popular canción "La llorona", un tema tradicional de autor desconocido, surgido en la región de Oaxaca, que también popularizó Chavela Vargas. Y esto no sería un inconveniente si no fuera porque la historia de la selección de actores y los ensayos no es especialmente relevante, por más que introduzca elementos interesantes como una coreógrafa que a su vez interpretará a un personaje que está en silla de ruedas. En una cena entre Manuel y Sara, aquél comenta que "a veces en un musical lo que se cuenta solo sirve de relleno, de pretexto. En definitiva lo que manda es el baile, las canciones... Pero en nuestro caso tenemos que ser más drásticos". Ésta parece ser también la premisa de Carlos Saura, una forma diferente de introducir las canciones a lo largo de un arco narrativo sin que éstas adquieran un protagonismo tan hegemónico como en sus otros musicales. Quizás un intento de salirse de la fórmula para abordar un estilo diferente. Hay, por supuesto, coreografías deslumbrantes y un trabajo de fotografía en el que Vittorio Storaro utiliza de nuevo los colores para establecer los distintos espacios, entre el rojo y el azul intensos para el escenario, los colores más cálidos para los momentos de intimidad entre Manuel y Sara o una tonalidad más realista en las escenas que tienen lugar fuera de la sala de ensayo. Pero se echa en falta más música y menos drama.  

CURRENT WAVES 

La producción sueco-danesa Tusind timer (A thousand hours) (Carl Molberg, 2021) también se puede considerar como un musical (y hemos tenido unos cuantos en la programación del festival), pero más a la manera sutil e intimista del drama irlandés Once (John Carney, 2007). Se trata de una historia de amor que no termina de concretarse entre Thomas (Niels Anders Manley) y Anna (Josefine Tvermoes), él compositor y guitarrista y ella teclista que forman parte de una banda musical que se ve afectada por la muerte del baterista. El duelo por el amigo fallecido de alguna manera les acerca más de lo que estaban, pero también provoca la separación de la banda, porque todos sienten que sería extraño reunirse en un escenario con la ausencia del joven músico. Por tanto, cada uno de ellos comienza proyectos por separado que llevarán a Thomas a Inglaterra, de gira con un amigo, y a Anna a Berlín. Unos años más tarde, ambos se reencuentran en la capital alemana, pero Anna tiene una relación sentimental, y esto  provoca una reflexión sobre qué hubiera ocurrido si hubieran seguido juntos. 


Hay en la película una cierta melancolía que se expresa precisamente a través de la incapacidad de los protagonistas a la hora de expresar sus sentimientos. Es un retrato certero de una cierta forma de ser eminentemente escandinava (la película es una coproducción entre Suecia y Dinamarca, pero también cuenta con actores y técnicos de Noruega), menos expresiva que la de los países del Mediterráneo, y que explica las acciones de los dos protagonistas. Hay, también, y lo apunta el propio director, un ritmo y una estructura temporal que remiten a Lost in Translation (Sofia Coppola, 2003), que representa una cierta alienación de los personajes, una sensación de no pertenecer a ningún lugar. Esto se expresa de forma conmovedora cuando Anna regresa a Copenhague después de un tiempo en Berlín, y cuando entra en su piso solitario, casi extraño después de su ausencia, sufre un ataque de pánico, una angustia provocada por un sentimiento de soledad. 

Las canciones de la película están compuestas por jóvenes músicos suecos y daneses, y todo el concepto musical está construido no solo como apoyo a la historia, sino como complemento fundamental. Pero tanto en el terreno musical como en el narrativo, la película se queda en un término medio que no consigue provocarnos como espectadores. Asistimos a esta historia de desamor con cierta distancia, sin que haya escenas que remuevan nuestros sentimientos, quizás por ese laconismo que sobrevuela toda la película. Funciona mejor en determinados momentos de intimidad, como en la canción de reencuentro de los protagonistas, o en ese final ambiguo que refleja una cierta generación que siente un profundo desarraigo. 

OFICIAL ÓPERA PRIMA

La sección dedicada a las primeras películas suele incluir pequeños hallazgos que, en su sencillez, aportan grandes dosis de emoción y verdad. Es el caso de la película colombiana El árbol rojo (Joan Gómez Endera, 2021), que se estrenó en la sección Cine en Construcción del pasado Festival de San Sebastián. La historia nace de la tradición de la gaita colombiana, un instrumento característico de la costa que supone el nexo de unión entre los personajes principales. Eliécer (Carlos Vergara) es un hombre de unos cincuenta años que vive humildemente en la costa y que un día recibe la noticia de que su padre ha muerto. Él fue quien le enseñó a tocar la gaita, pero durante mucho tiempo no han tenido contacto. A su muerte, ha dejado huérfana a una hija, Esperanza (Shaday Velasquez), un niña de la que Eliécer no tenía noticias (su padre había tenido varios hijos de diferentes mujeres) y que ahora, como medio hermana suya, se convierte en su responsabilidad. Con ella inicia un viaje hacia Bogotá para encontrar a su madre, que se convertirá en un recorrido por la belleza y los peligros de Colombia.


En este viaje les acompaña el joven Toño (Jhoyner Salgado), que aprovecha el camino para salir del pequeño pueblo costero en el que no hay futuro y tratar de encontrar una nueva vida en la capital colombiana. De esta forma, el director presenta tres etapas diferentes de la vida representadas en los tres personajes: la infancia, la juventud y la madurez, que son también tres formas distintas de enfrentarse a la vida. Eliécer solo busca la tranquilidad, Toño tiene ambición de mejorar y Esperanza es, como su propio nombre indica, un anhelo de una vida que comienza. El género de carretera escogido permite también ofrecer una visión de Colombia que es radicalmente distinta entre la costa y la capital. Conforme los tres viajeros se acercan a Bogotá el ambiente es cada vez más hostil, los peligros son cada vez más patentes. Hay muestras de solidaridad, pero también se encuentra el peligro de las guerrillas y los paramilitares, igualmente abusivos en su comportamiento. La acción, de hecho, transcurre en 1999, en el momento de mayor auge de los enfrentamientos entre las FARC y los narcoparamilitares. 

La película ofrece una visión poliédrica de un país que es complejo, acrecentado por una profunda crisis económica, pero también es una representación folclórica de las costumbres y la cultura del pueblo, a través de la música, las canciones tradicionales y la interpretación de la gaita colombiana. Rodada con bajo presupuesto, pero apoyada en su desarrollo por algunos de los foros más destacados a nivel internacional, El árbol rojo es una muestra de cine pequeño que sin embargo transmite grandes emociones, especialmente en un tercer acto en el que la relación entre el hermano mayor y su medio hermana se hace más estrecha, en la que, por la diferencia de edad, él se convierte en una figura casi paternal para ella. 

REBELS WITH A CAUSE

Otra muestra de cine latinoamericano con resultados notables es la producción venezolana Yo y las bestias (Nico Manzano, 2021), una de las revelaciones dentro de esta sección que pretende mostrar nuevas formas narrativas en el cine. La historia, como otras que hemos comentado en esta crónica, tiene como protagonista a Andrés Bravo (Jesús Nunes), un joven músico que decide abandonar la banda en la que toca porque siente que se han vendido a la propaganda de Nicolás Maduro después de haber aceptado la invitación para tocar en el Festival Caracas Suena. A partir de entonces intenta grabar un disco en solitario que de alguna manera le reconforte con la independencia de la música. Las bestias del título son dos compañeras imaginarias que forman parte de sus composiciones y de su forma de interpretar, pero también se pueden encontrar lecturas relacionadas con otras bestias que representan la opresión de la política o una sociedad que parece alejada de la propia vida del protagonista. 


Andrés es un joven que tiene ambiciones pero también hay una actitud distante, solitaria, que se representa en el propio título, en la predominancia del "yo" frente a lo demás. Pero también es un ejemplo de un contexto social que aísla a las personas, en vez de agruparlas en forma de comunidad. El director escoge cierta forma de realismo mágico para hablar de la actual sociedad venezolana, que está presente por ejemplo en el encuentro con los policías corruptos, pero también para construir un musical minimalista, con canciones compuestas por el propio Nico Manzano, que también es músico, junto a Nika Elia y Christian Mijares. La película funciona y se construye como una metáfora de la inseguridad frente al futuro de la Venezuela actual, en ese intento por caminar en solitario, teñido de cierta melancolía, como la que tiene el protagonista. Hay algunos momentos de esperanza al final, pero los fantasmas están siempre presentes. Yo y las bestias, que ha participado también en Mar de Plata, fue adquirida para su distribución internacional por la distribuidora española Bendita Films, con sede en Tenerife. 

Otra de las sorpresas del Tallinn Black Nights Film Festival es Zeria (Harry Cleven, 2021), una película de animación belga que construye una historia futurista con singular capacidad para crear cierta inquietud a través de un relato contado en primera persona y situado en el año 2056. El protagonista es Gaspard (Merlin Delens), un anciano que está a punto de cumplir 100 años pero también tiene la sensación de estar a punto de morir. Es el último hombre que queda vivo en la Tierra, tras la gran migración de los seres humanos a Marte, y allí es donde vive su nieto Zeria, que nació en aquel planeta. Gaspard graba una videocarta en la que cuenta su vida con la intención de que Zeria le conozca antes de morir. Se trata de un relato introspectivo que tiene una tonalidad melancólica y que cuenta el apocalipsis desde un punto de vista personal, la degradación de un planeta destrozado por el hombre mientras el ser humano sufre su propia degradación.


La película utiliza una maqueta de una ciudad que ya está cubierta de musgo, un reflejo de la supervivencia natural una vez que el hombre ha desaparecido, mientras la voz en off de Gaspard cuenta una vida que no ha sido fácil, envuelta en esta atmósfera de fatalidad, el desenlace inevitable de un planeta que ha sido absorbido completamente. La técnica que se utiliza en esta película contribuye también a este tono de extrañeza y desolación. Aunque se han utilizado marionetas, no se ha rodado como una producción de animación stop-motion, sino como una película tradicional. Los movimientos de las marionetas se rodaron en tiempo real, con los marionetistas actuando sobre un escenario dividido en diferentes capas para dar el realismo y la profundidad necesarios. La mezcla en muchos momentos de actores que llevan máscaras, y que componen unas formas corporales inquietantes, subraya también esta singular puesta en escena, que tiene una cierta influencia expresionista.  

Esta representación de las máscaras es también el reflejo de una mentira, en la que a Zeria se la ha ocultado la existencia de su abuelo en la Tierra, como si el planeta fuera algo que debería olvidarse, como si borrar el pasado fuera la mejor opción para afrontar el futuro. Zeria es una de las películas más inquietantes e hipnóticas de la programación del festival, un trabajo notable del actor Harry Cleven en su faceta como director, del que hay que destacar especialmente el trabajo del director de fotografía Aleksi van Henneker, que ha sabido sacar partido de los desafíos de una producción tan particular como ésta. 



Borgman y Once se pueden ver en Filmin.
Tango, Zonda, folclore argentino y Carmen se pueden ver en FlixOlé.
Lost in Translation se puede ver en Movistar+, Netflix y Prime Video.



27 noviembre, 2021

Tallinn Black Nights Film Festival 2021 - Parte 5: Morir

Nuestra mirada hacia la programación del Tallinn Black Nights Film Festival se detiene en esta crónica en algunas películas cuyas historias tratan de una forma directa el tema de la muerte, o ésta cumple un papel fundamental en ellas. En algunos casos se trata de representaciones de períodos de guerra o de desastres naturales, mientras que en otras se proponen experiencias personales que definen a los personajes a través de esta visión de un final inevitable.

COMPETICIÓN OFICIAL

La muerte es, de hecho, el tema central de Killing of the eunuch KHAN (Abed Abest, 2021), segundo largometraje del director iraní que consiguió repercusión internacional con su anterior película, Simulation (Abed Abest, 2017), seleccionada en Berlín y Toronto. Ahora construye un relato más ambicioso que sitúa la acción en la década de los ochenta, en el momento más álgido de la guerra Irán-Irak, y representa la violencia a través de una puesta en escena de pesadilla. En un Teherán vacío, un padre deja a sus dos hijas solas en casa para participar en una ceremonia fúnebre. Ese mismo día, la ciudad es atacada por un bombardeo y una de las bombas cae en el jardín de su casa, provocando heridas a una de sus hijas y la muerte de la otra. "El asesino en serie tiene tantas intenciones de masacrar que la sangre se derrama por las acequias de la ciudad. Para alcanzar su objetivo, diseña un plan en el que las víctimas matan a las víctimas". Esta frase que aparece al comienzo de la película define la idea de un país harto de guerras continuas en las que son los ciudadanos los que se matan entre sí, enredados en una madeja compleja y cruel que gestiona la guerra desde la distancia. 


Abed Abest, que se formó como estudiante en Arquitectura, crea un diseño visual que utiliza la simbología como elemento principal, la sangre derramándose por las calles de una ciudad en la que los muertos se mezclan con los vivos. Es una concepción visual impactante que tiene ideas interesantes, en las que el color rojo predominante se mezcla con el negro. Pero no se trata solo del rojo de la sangre sino también del rojo de los objetivos marcados por los atacantes, en un espacio solitario, una ciudad vista en plano cenital que parece irreal, casi teatral. Hay una lograda creación de un ambiente de pesadilla, pero a veces los resortes cinematográficos utilizados se muestran vacíos, como en los largos planos secuencia que acompañan a algunos personajes, que están envueltos en más técnica que contenido. Killing of the eunuch KHAN es una obra abstracta, personal y fascinante desde el punto de vista visual, pero le falta una mayor concreción en la medición de los tiempos y una menor recreación en su propia estética para conseguir un impacto más emocional. 

OFICIAL FUERA DE CONCURSO

Para el protagonista del thriller de persecución ruso Captain Volkonogov escaped (Natasha Merkulova, Aleksey Chupov, 2021), su vida se ha convertido en una especie de purgatorio cuando huye del cuartel del NKVD, el Servicio de Seguridad Nacional, en el que él mismo ha sido brazo ejecutor de torturas a ciudadanos rusos. Estamos en el Leningrado de 1938, y la maquinaria opresora de Stalin se enfrenta a cambios sociales que provocan una mayor persecución por parte del Estado. Ni siquiera los propios ejecutores están a salvo, porque la re-evaluación a la que son sometidos significa, en realidad, una muerte segura, la constatación de que es necesario eliminar cualquier rastro de los actos de violencia que se cometen en el Ministerio. Fyodor Volkonogov (Yuriy Borisov) decide, sin embargo, que su destino inevitable debe servir para algo, y huye con una lista de personas ejecutadas por traición para comunicar a sus familiares la verdad. En una especie de epifanía sobrenatural, el protagonista toma conciencia de que su única posibilidad de no acabar en el infierno es iniciar un camino de redención para encontrar el perdón de al menos uno de los familiares de sus víctimas.


Mientras es perseguido por su superior, el Mayor Golovnya (Timofey Tribuntsev) a la manera de El fugitivo (Andrew Davis, 1993), el protagonista intenta salvar su alma en esta especie de purgatorio en el que se convierten sus posibles últimos días de vida. Y así los directores consiguen tejer un thriller que está teñido de algunos momentos de humor negro, como en una escena en la que Volkonogov escapa de una manera un tanto disparatada, y junto a otras escenas terroríficas, como cuando un experimentado ejecutor enseña a los soldados a matar con un solo disparo para ahorrar munición. De camino, se construye un relato coherente de las atrocidades del régimen estalinista al mismo tiempo que se realiza una inteligente parodia de las películas patrióticas. "¿Sabes por qué los detenidos insisten tanto en su inocencia?. Porque en realidad son inocentes. Pero serán culpables más adelante", dice un oficial para justificar las torturas y ejecuciones.  

Captain Volkunogov escaped es un thriller que está construido con tensión y violencia, pero también con secuencias profundamente delicadas, como en la conversación con una niña cuyo padre fue torturado durante la Guerra Civil española por los fascistas y cuando regresó a Rusia fue de nuevo torturado por los comunistas, o en la hermosa escena final. Este Leningrado gris y neblinoso es un entorno casi de pesadilla refuerza el camino sobrenatural de Volkunogov, interpretado por una de las estrellas en alza del cine ruso, Yuriy Borisov, ganador del premio de interpretación en la SEMINCI de Valladolid y nominado a los Premios del Cine Europeo por Compartment nº 6 (Juho Kuosmanen, 2021). 

OFICIAL ÓPERA PRIMA

El animador japonés Kōji Yamamura es uno de los cineastas más reconocidos a nivel internacional, nominado al Oscar por su cortometraje Mt. Head (Kōji Yamamura, 2003) y premiado en numerosas ocasiones en prestigiosos festivales de animación como Annecy, por sus obras The old crocodile (Kōji Yamamura, 2005) o A country doctor (Kōji Yamamura, 2007), por lo que su primera incursión en el largometraje con Dozens of Norths (Kōji Yamamura, 2021) supone un acontecimiento importante. Utilizando su habitual técnica de animación 2D que mezcla las influencias occidentales con su propia personalidad japonesa, la película se propone como un viaje sensorial, hipnótico en su creación de imágenes que no necesitan palabras, solo hay algunos textos que se insertan a lo largo de este recorrido por esos Nortes que no son físicos estrictamente, sino símbolos de la existencia "desnortada" del ser humano. 


La película está inspirada en ilustraciones que Kōji Yamamura realizó para la revista literaria "Bungaku-kai" entre abril de 2012 y noviembre de 2014, que estaban muy influidas por el estado de ánimo que provocó en el dibujante el terremoto que se produjo en la región de Tōhoku, provocando la muerte de 22.000 personas. El concepto de “norte” desde el punto de vista geográfico se refiere precisamente al desastre de esta zona situada al Noreste de Japón. La película desprende por tanto una melancolía y un cierto pesimismo que reflejan la tristeza de la existencia humana: "Quiero comprender el sufrimiento humano a través de mi acto de creación", dice Yamamura. Este viaje que nos propone el director está plagado de cabezas en construcción, de rostros demacrados y de acciones mecánicas, y se sostiene sobre la belleza de lo decrépito pero al mismo tiempo resulta absolutamente deslumbrante. 

Aunque no hay diálogos, Dozens of Norths se acompaña de un espléndido diseño de sonido envolvente realizado por Kōji Kasamatsu, otro veterano técnico que ha trabajado en Studios Ghibli para películas como Arrietty y el mundo de los diminutos (Hiromasa Yonebayashi, 2010), La colina de las amapolas (Gorô Miyazaki, 2011) o El viento se levanta (Hayao Miyazaki, 2013). Y también contribuye a construir ese mundo onírico la música extraída del álbum "Drums in the night/The resistible rise of Arturo Ui" (1983), creada por el compositor holandés Willem Breuker inspirándose en dos obras de Bertold Brecht (Arturo Ui es un personaje inspirado en Adolf Hitler). El largometraje de Kōji Yamamura es irresistible en su concepción artística, rico en su construcción de simbolismos que reflejan la existencia humana desde lo más profundo, un sueño convertido en imágenes sugerentes que componen una visión pesimista a través de la representación de vidas que se han detenido en el tiempo, en la que las líneas de la realidad se extienden hasta el inframundo. "Aunque muchos Nortes se encuentran dispersos aquí y allá, mis emociones permanecen estancadas". 

La película lituana Feature film about life (Dovilė Šarutytė, 2021) aborda directamente el proceso de preparación de un funeral cuando la protagonista se enfrenta a la muerte de su padre y toma las riendas de todos los preparativos relacionados con el entierro. La historia es sencilla, y se construye con algunos momentos de humor que reflejan esas situaciones surrealistas en las que cualquiera se ha encontrado en relación con un funeral. Pero dentro de su aparente sencillez hay que destacar la brillantez con la que Dovilė Šarutytė construye este drama. La protagonista, Dovilė (sorprendente actuación debutante de la actriz no profesional Agnė Misiūnaitė) comparte nombre con la guionista y directora, lo que establece ya un contundente nexo de unión personal que se consolida cuando sabemos que la historia está basada en su propia experiencia, y que las imágenes  familiares en VHS que van introduciéndose a lo largo de la trama son grabaciones reales que su padre le hizo a ella. Por tanto, es la directora la que se representa a sí misma a través de su infancia, la que muestra su propia realidad imbricada en un entorno de ficción. 


El uso de estas imágenes no solo funciona como simples recuerdos, sino que contrasta con las imágenes del presente, y de alguna manera convierte al propio padre ausente en alguien que está vivo, igual que el título establece esta relación con la vida para definir a una película sobre la muerte. Especialmente notable es el magnífico montaje de la escena del velatorio, en la que se mezclan primeros planos de las grabaciones en VHS con primeros planos de los familiares, estableciendo una conexión directa entre el antes y el ahora, marcada por miradas que se cruzan entre pasado y presente, sin diálogos y solo subrayada por la significativa elección de la canción "Song of a sinner", himno del grupo de rock psicodélico Top Drawer que abría su único álbum publicado, Solid Oak (1972, Wish Bon) y que logró un relanzamiento cuando se incluyó en la recopilación de música psicodélica Forge your own chains (2009, Now Again Records).

Pero hay otros momentos sobresalientes en esta reflexión sobre la forma de afrontar la muerte y lo que nos queda a los vivos como recuerdo, la sombra del pasado reflejada en imágenes casi oníricas. El momento en el que Dovilė recibe la noticia de la muerte de su padre, que tampoco necesita verbalizarse, sino todo lo contrario, el sonido ambiente desaparece y regresa cuando la cámara se aleja lentamente del personaje, dejándola empequeñecida frente a una representación del entorno urbano, que parece un gigantesco lienzo de vida frente a la noticia de la muerte. Y todo lo que rodea a su abuela, representado en esa escena final sobrecogedora, que muestra la feroz y en cierto modo cruel introducción de la comodidad en el proceso de despedida de nuestros seres queridos, frente a una tradición que se ha quedado obsoleta, pero que sigue arraigada en las viejas generaciones. Feature film about life es una película que se revela vitalista a pesar del tema del que habla, y que se beneficia de una directora brillante que sabe transmitir a través de la imagen emociones profundas.  

REBELS WITH A CAUSE

Jochen Keppler (Christoph Kaiser) fue un escritor cuya obra ha marcado parte de la literatura alemana hasta nuestros días. Casado con Johanna (Beate Krist), una mujer judía, vivía con ella y su hijastra Renate (Sarah Palarczyk) en el momento de mayor apogeo del Tercer Reich, cuando comenzaban las deportaciones de judíos a campos de concentración. A pesar de que contaba con la admiración de Adolf Eichmann (Dirk Waanders), éste se negó a aprobar el permiso para que su esposa e hijastra pudieran salir de Alemania, condenándolas a una muy probable deportación. En Schattenstunde (The shadow hour) (Benjamin Martins, 2021) se nos cuentan los últimos momentos en la vida de Jochen Keppler quien, enfrentado a la posibilidad de que su familia acabe en un campo de concentración, tomó la decisión de quitarse la vida junto a ellas. No hay datos oficiales, pero se estima que miles de alemanes casados encontraron en el suicidio la única salida frente un final mucho más incierto. La película ofrece el relato de una de esas familias adoptando una puesta en escena casi teatral, una especie de obra de cámara que usa el tratamiento de la imagen para mostrar la opresión de los protagonistas. 

© Gérard Fass

Esta representación de la cada vez mayor asfixia que provoca en la vida del escritor la situación de Alemania se muestra utilizando un formato más estrecho que el de 4:3, a la manera en que Mommy (Xavier Dolan, 2014) comprimía la imagen para mostrar el sentimiento de opresión de su joven protagonista. Esta sensación claustrofóbica se afianza todavía más en la casa donde la familia decide quitarse la vida, un escenario en el que las paredes y el techo se mueven para oprimir cada vez más a los personajes. Es interesante este tratamiento de la imagen, que también utiliza animaciones de fotografías y cuadros, o representaciones en forma de marionetas de los oficiales de las SS, e incluso apariciones fantasmales, demonios amenazadores que reflejan la angustia interior que experimenta el protagonista, un alemán que no entiende cómo sus propios compatriotas pueden condenar a su familia a un posible viaje sin retorno. 

La película peca de cierta teatralidad que no estamos seguros de que sea elegida, pero contiene un mensaje de reivindicación en torno al ser humano y la necesidad de solidarizarse con los demás que tiene una lectura actual. Aunque a veces la banda sonora subraya demasiado el dramatismo de las imágenes, el director toma la decisión inteligente de mostrar los últimos minutos en la vida de esta familia sin añadir elementos artificiales. Y ese silencio únicamente roto por el crujido de algunos elementos del escenario resulta tan sobrecogedor como la propia necesidad del protagonista por mantener su dignidad antes que dejársela arrebatar por los opresores. 

La muerte no es el final, sino el principio de la historia que narra Snowing darkness (Albert de Achim, 2021), cuyo título original se acerca mucho más al propio estilo de la película: Uneori ninge cu zăpadă, alteori cu întuneric (A veces nieva con nieve, otras con oscuridad), que refleja la transformación experimentada por el director de cine Teo (Bogdam Dumitrache) cuando su hija muere, lo que le envuelve en una profunda depresión que le lleva incluso a pensar en el suicidio. Esa nieve que a su hija le gustaba contemplar a través de la ventana se transforma desde el blanco hasta esa negrura que ahora envuelve al protagonista, y que trata de exorcizar durante los ensayos de un nuevo proyecto cinematográfico. Casi como en un experimento de metacine, la historia que cuenta la película tiene paralelismos con la del propio Albert de Achim, uno de los directores rumanos que ha destacado a nivel internacional con películas como The last day (2016), y que ha vivido personalmente una historia similar a la de su protagonista. 


Este ejercicio de exorcismo de sus propios demonios interiores se representan en una película que trata de desvincularse de la narración tradicional, haciendo que los tiempos se mezclen, entre la vida familiar del protagonista cuando su hija estaba enferma, cuyo matrimonio solo parece adherido a través de su cuidado, los ensayos para la nueva película y el momento en el que Teo toma la decisión de acabar con su vida. Excepto el actor protagonista, el resto de los actores interpretan diferentes personajes que interactúan en distintos momentos con el principal, construyendo una especie de puzzle de recuerdos, experiencias y sensaciones que, más que construir, deconstruye la vida de Teo, que a veces se desdobla físicamente en esa representación del espejo, reflejo y realidad unidos. Cuenta Albert de Achim que en un principio le presentó este proyecto a su compatriota Cristi Puiu, quizás el director rumano más reconocido a nivel internacional, sabiendo que era una película que contenía todos los elementos que éste más detesta en el cine, especialmente la narración fragmentada y los saltos en el tiempo. 

Al final Snowing darkness es una película llena de cierto sentido del humor absurdo a través de una propuesta en la que se reconoce la valentía de su director, pero que no logra completamente componer un conjunto que transmita la zozobra de la depresión, obligando al espectador a reconstruir lo que se nos presenta demasiado disperso. 



Arrietty y el mundo de los diminutos, La colina de las amapolas y El viento se levanta se pueden ver en Netflix.
Mommy se puede ver en Filmin y Prime Video. 


25 noviembre, 2021

Tallinn Black Nights Film Festival 2021 - Parte 4: Epidemias

En esta última semana del Tallinn Black Nights Film Festival seguimos repasando las películas que forman parte de su programación, que tiene un enfoque muy abierto a la presentación de películas de habla hispana. Ya comentamos en nuestra anterior crónica la presencia española en las secciones competitivas, y en esta ocasión también hablamos de algunas películas latinoamericanas que sin duda tendrán espacio en las muestras cinematográficas del próximo año, y que tienen en Tallin su presentación mundial. La pandemia está presente en algunos títulos de la programación, miradas hacia entornos diversos que nos permiten apreciar las diferentes formas en las que países tan dispares como Estados Unidos o Kazajistán se han enfrentado a una crisis sanitaria mundial, y las diferencias notables que existen entre ellos. 

COMPETICIÓN OFICIAL

El director kazajo Adilkhan Yerzhanov es uno de los más prolíficos del panorama internacional. Recientemente hemos hablado de Ulbolsyn (Adilkhan Yerzhanov, 2020) en su paso por la última edición del Asian Film Festival de Barcelona, pero también este año ha estrenado Yellow cat (Adilkhan Yerzhanov, 2020) y ahora presenta en el festival Herd immunity (Adilkhan Yerzhanov, 2021), su particular visión sobre el coronavirus y su incidencia en el pequeño pueblo de Karatas, en Kazajistán, que es el escenario habitual de las películas del director. Es una aldea prácticamente sin ley en la que la las fuerzas del orden están tan corrompidas que tiene poca incidencia en los menudeos de drogas. Esta "inmunidad de grupo" a la que hace referencia el título tiene el doble sentido referido a la tan utilizada expresión en torno al coronavirus, pero también a este sentido de comunidad que existe en la aldea, en la que todos cubren a todos, en la que todos son cómplices de la falta de orden, pero que se mantiene en un equilibrio vital necesario. 


Los supuestos encargados de mantener este equilibrio con los policías Selkeu (Daniyar Alshinov, al que hemos visto en A dark-dark man (Adilkhan Yerzhanov, 2019)) y Zhamzhysh (Nurbek Mukusehv, que participó en Ulbolsyn (Adilkhan Yerzhanov, 2020)), pero se trata de dos agentes del orden totalmente corruptos que utilizan su autoridad para beneficiarse personalmente, manteniendo una relación de dudosa legalidad con un mafioso aspirante a director que está interpretado precisamente por el director de cine kazajo Bolat Kalymbetov, que también presenta en el festival su última película, el drama Mukagali (2021). Cuando el bloqueo por la pandemia llega incluso a esta pequeña aldea, Selkeu recibe la visita de su ex-esposa Turiya (Assel Sadvakassova), que viene acompañada de su nuevo marido, un funcionario llamado Gurbeken (Yerzhan Zhamankulov, uno de los actores de Yellow cat ((Adilkhan Yerzhanov, 2020)), que tiene un estricto sentido de la autoridad que contrasta con las corruptelas y los sobornos que reciben los policías de la aldea. 

Gurbeken está además encargado de verificar que todo el mundo cumple con el confinamiento, pero en realidad la mayor parte del pueblo se encuentra en el bar de la zona. De alguna forma el director recupera el tono burlesco de Yellow cat para construir situaciones absurdas y personajes pillastres que representan esta inconsciencia de la legalidad, marcada por un sentido de comunidad que sin embargo no evita los individualismos cuando es necesario traicionar a alguien cuando hay que salvarse uno mismo. La película tiene un tono absurdo y liviano que tiene como referentes a esos personajes absurdos del universo de los hermanos Coen, pero parece más un divertimento, una historia sencilla y humilde que tiene menos logros que otras películas de Adilkhan Yerzhanov. 

La coproducción entre los países bálticos Lituania, Estonia y Letonia Songs for a fox (Kristijonas Vildžiūnas, 2021) es la quinta película de su director, cuyo proyecto You am I (Kristijonas Vildžiūnas, 2006) estuvo seleccionado en Un certain regard del Festival de Cannes y ganó el premio a la Mejor Película en el Festival de Tallin ese mismo año. Músico antes que director de cine, Vildžiūnas había cantado en el grupo de rock Šiaurės kryptis, que consiguió una notable popularidad en su país, pero que se separó después de publicar su primer album, y ahora introduce en su última película estos elementos musicales representados en la figura del protagonista, Dainius (Mantas Zemleckas) un joven músico que se retira a una pequeña cúpula situada en el campo tras la muerte de su novia, pero también en las canciones que suenan en la película, y que suponen el retorno del director a su faceta como cantante. 


Songs for a fox es un proyecto personal que está relacionado con las propias experiencias de éste con el denominado "sueño lúcido", que se caracteriza porque el soñante es plenamente consciente de que está soñando, y cuya representación más conocida es la de la película Origen (Christopher Nolan, 2010). Es en este mundo soñado el único en el que el protagonista puede volver a ver a su novia fallecida, y por tanto se entrega con deseo profundo a conocer cada vez más aspectos de estos sueños lúcidos que pueden ser espontáneos o provocados. Y este espacio soñado también incorpora elementos surrealistas que conectan con la representación de la naturaleza y de la influencia de la era postsoviética. Hay por tanto muchos elementos introducidos en esta película, que pasa también por una lectura personal del mito de Orfeo y Eurídice, los enamorados separados por la muerte, en el que los sueños sustituyen al inframundo como espacio de reencuentro de los amantes. 

El director construye una mezcla de espacios que reflexionan también en varios niveles, entre la representación de una sociedad temerosa, el rechazo al foráneo cuya presencia intimida, y la conexión con los elementos de una naturaleza que rodea a Lituania a través de sus 3.000 lagos y ríos, y que funciona como elemento de conexión con el mundo de los sueños. Pero hay muchos elementos que escapan a la interpretación de los espectadores, una acumulación de referencias formales y vitales que a veces se hace excesiva, un desequilibrio notable entre la intención y la conclusión.   

DOC@PÖFF

En una época "extraordinaria", como apunta su sinopsis, el documental An American prayer (Nusrat Durrani, 2021) es un reflejo de admiración frente a los Estados Unidos desde una mirada crítica. El sueño americano se convierte en el principal objetivo de reflexión de todos sus protagonistas, artistas en su mayor parte que pertenecen a las comunidades minoritarias y que se han enfrentado a lo largo de su vida a los obstáculos provocados por su origen o su color de piel. Ese sueño americano que solo existe para unos pocos y que se ha construido sobre la supremacía, el que persiguió el mismo Nusrat Durrani cuando dejó su trabajo en la India, su país de origen, para viajar a Nueva York con el propósito de trabajar en MTV. Y aunque él sí ha conseguido su propia parcela de "american dream", porque de hecho ha ocupado puestos ejecutivos en MTV Network y ha sido uno de los fundadores de MTV World, la mirada hacia las dificultades de conseguir esta utopía para muchos es la que conduce a esta propuesta fílmica que en realidad se construye más como un ensayo personal.


Parafraseando al historiador y poeta afroamericano Vincent Harding (1931-2014), la película propone algunas respuestas a la cuestión que planteaba éste en su ensayo de 2007 titulado "Is America possible?". La idea de un país que ha ido eliminando las posibilidades de alcanzar ese salto social y económico entre clases sociales está presente a lo largo de las reflexiones que se plantean en el documental. Y resulta aún más significativo para un director que proviene de un país como la India en el que la sociedad está dividida en castas, en el que cada individuo pertenece y pertenecerá siempre a la clase social en la que ha nacido. Por tanto, el sueño americano sería una utopía inalcanzable en la India. Los pensamientos en torno a esta consideración de los cambios que se han producido en la sociedad norteamericana destacan especialmente en medio de una pandemia que de alguna forma ha hecho más palpable esta diferencia entre niveles sociales. No deja de ser significativo, por ejemplo, que en Estados Unidos haya más muertos por coronavirus (776.000) que en la India (467.000). 

An American prayer propone esta reflexión a través de las palabras de varios protagonistas que representan a esa sociedad invisible: el periodista y activista de origen chicano Simon Moya-Smith, que se ha convertido en una voz fundamental en la reivindicación de la idiosincrasia indígena; el deportista paralímpico Garrison Redd, que quedó en silla de ruedas después de recibir una bala de un desconocido que estaba celebrando una ceremonia de iniciación en una pandilla; el ex-soldado Cian Westmoreland, que abandonó el ejército después de conocer que su apoyo en las comunicaciones provocó la muerte de casi cuatrocientas víctimas civiles en un ataque, y trabaja como activista en la frontera entre Estados Unidos y México; o Trammy Ahn, directora de proyectos de una empresa de biotecnología que también se convirtió en activista cuando comprobó las injusticias en torno a las comunidades no blancas que se han intensificado en esta época pandémica. Hay también una referencia a la islamofobia que se instaló en los Estados Unidos poco después de los atentados del 11-S, que vivió en primera persona la poetisa Adeeba Shahid Talukder, como un recordatorio de que son los acontecimientos extraordinarios los que provocan la salida a la superficie de las mayores injusticias sociales. 

Hay interesantes reflexiones a lo largo del documental-ensayo An American prayer, que desde la crítica y la preocupación en realidad celebra la condición de un país eminentemente democrático. Quizás hay demasiada tendencia a construir elementos creativos que a veces estorban en vez de apoyar los discursos que se transmiten a través de los entrevistados y de sus experiencias personales. Y cuyas conclusiones se sostienen en la mirada poética de autores como Langston Hughes (1902-1967), que afirmaba en su poema "Let America be America again": 

Deja que América sea América de nuevo.
Deja que el sueño sea el sueño que solía ser.
Que sea el pionero en la llanura.
Buscando un hogar donde ser libre.

(América nunca fue América para mí).  

COMPETICIÓN ÓPERA PRIMA

En Le coeur noir des forêts (El corazón negro de los bosques) (Serge Mirzabekiantz, 2021) el director bruselense construye una historia de maduración que está rodeada sin embargo de cierta atmósfera inquietante. El bosque se convierte en el espacio de seguridad de dos adolescentes, Camille (Elsa Houben) y Nikolaï (Quito Rayon Richter) que escapan de un centro de acogida para jóvenes pendientes de una adopción. Pero conforme van dejando atrás progresivamente la infancia es cada vez más difícil encontrar unos padres que los acojan en sus casas. En este sentido, el camino hacia la edad adulta plantea obstáculos en vez de facilidades. Nikolaï es un joven callado que apenas se relaciona, pero con la llegada de Camille encuentra una especie de alma gemela con la que comparte algunos de sus secretos. Él siempre dice que fue abandonado en un bosque, pero en realidad sus padres han muerto. Ella está embarazada de otro joven y necesita compartir su obligada maternidad, mientras su rebeldía le pone habitualmente a las puertas de las autoridades. 


La huida de ambos es una reivindicación de su propia libertad, aunque no sepan realmente cómo gestionarla. La película, que tiene una estructura dividida en tres partes, enfocándose en un personaje distinto cada vez, crea una atmósfera casi ilusoria, pero al mismo tiempo inquietante, que aporta tensión e interés a una historia que en sí misma ha sido abordada en muchas otras ocasiones. Pero resulta inteligente cómo el director utiliza el bosque como una representación de ese mundo turbador que es la edad adulta, y otorga a esta aventura vital que inicia la pareja protagonista una atmósfera de cuento, gracias entre otros elementos a la excelente fotografía de Virginie Surdej, que ha trabajado en títulos como Adam (Maryam Touzani, 2019), a la que el director le pidió no tanto extraer la luz de las sombras, sino más bien extraer las sombras de la luz. Este tratamiento visual marca el contraste entre las secuencias realistas que se desarrollan en el centro de acogida y las más oníricas que tienen lugar dentro del bosque. Y es uno de los grandes aciertos de una película que nos atrapa desde la primera escena. 

También hay un excelente tratamiento de la tensión en la producción chilena Inmersión (Nicolás Postiglione, 2021) que consiguió los premios a la Mejor Ópera Prima, Mejor Director y Mejor Fotografía en el Festival de Cine de Guadalajara. Aunque en este caso la película circula por los terrenos del thriller para reflejar una realidad social no menos inquietante, en torno a los miedos y el racismo. Escrita junto a los también directores Moisés Sepúlveda, responsable de Las analfabetas (2013) y Agustín Toscano, realizador de El motoarrebatador (2018), la historia se acerca a una familia formada por Ricardo (Alfredo Castro) y sus dos hijas, Teresita (Consuelo Carreño) y Claudia (Mariela Mignot) que acuden a una vieja casa de su propiedad en mitad de un lago en Guadalajara, con la intención de prepararla para su venta. Es una casa grande pero que dejó de ser hace tiempo el lugar de veraneo, y que en cierta medida se convierte en el reflejo de cierta decadencia de la propia familia. 


Cuando en medio del lago avistan a unos hombres que parecen haber tenido un problema con su embarcación, la reticencia del padre a prestarles ayuda, provocada por su miedo a estos desconocidos, se enfrenta a la intención de sus hijas de acudir en su rescate. Esa profunda desconfianza hacia el otro, marcada además por su aspecto físico, teñida de racismo y clasismo, y alimentada por las propias tensiones dentro de la familia, se convierte en el motor de un thriller contundente, en el que tiene mucho que decir la siempre espléndida representación del hombre sencillo que Alfredo Castro dibuja a través de una mirada fascinante. Este rescate, que tiene reminiscencias de El cuchillo en el agua (Roman Polanski, 1962), en el desarrollo de las relaciones entre los personajes en un espacio pequeño en el que no hay escapatoria, va acrecentando un suspense continuo, hasta un tercer acto que puede llegar a ser previsible pero que mantiene la inquietud.  

Inmersión transmite una realidad social utilizando los resortes del thriller, se centra en una historia particular que sin embargo tiene una dimensión universal, que habla de las sociedades acomodaticias que se sienten amenazadas, del aislamiento como único método para rechazar la violencia. Y sobre todo de un profundo clasismo que se representa en la apariencia física, primer y casi único elemento de definición de las personas. Conrado (Alex Quevedo) y Walter (Michael Silva) son juzgados y condenados por Ricardo desde el primer vistazo, pero resulta interesante reflexionar sobre si nosotros como espectadores también los juzgamos desde el momento en que aparecen en pantalla. La fotografía, especialmente en una última parte oscura y dramática, y la excelente partitura musical de Paulo Gallo juegan también un papel fundamental para redondear uno de los mejores thrillers de este año.  

Blind love (Damien Hauser, 2021) es una de esas películas sorprendentes que capturan la atención de los programadores de los festivales, muchas veces más dedicados a "atrapar" los títulos de los directores consagrados o aquellas producciones destacadas en determinados países que a encontrar realmente películas diferentes, sencillas y no arropadas por grandes agentes de ventas o distribuidoras internacionales. De hecho, es una producción desconocida que llegó al festival a través del habitual formulario de inscripción que promueven los festivales de cine pero que muchas veces es puro formalismo (las programaciones se construyen en base a otros criterios y contactos). Pero el joven director Damien Hauser, nacido en Suiza pero de origen keniano, ha conseguido destacar tras su paso por el Festival de Durban con esta historia de amor que se desarrolla en un pequeño poblado de Kenia y que tiene como protagonistas a un joven ciego y una chica sordomuda. 


La película fue rodada por Damien Hauser en plena pandemia del coronavirus, y refleja también esa cierta incredulidad de los jóvenes kenianos frente a la epidemia, más interesados en beber alcohol que en cumplir las restricciones sanitarias. El coronavirus es, al fin y al cabo, en África solo uno más de los virus que pueden conducir a la muerte, frente a la inoperancia de la comunidad internacional. En este contexto, se produce el encuentro entre los dos jóvenes protagonistas. Brian (Mr. Legacy) se quedó ciego durante la intoxicación que tuvo lugar en Muranga, un hecho real en el que murieron 62 personas debido al consumo de alcohol adulterado con metanol, y se enamora de Abel (Jacky Amoh), una joven sordomuda. A pesar de las evidentes dificultades de comunicación, ambos deciden irse a vivir juntos. Pero la película es un interesante reflejo de la juventud keniata, en buena parte dedicada a una vida monótona, sin trabajo, en la que el alcohol, las drogas y el sexo se convierten en su principal forma de vida. 

Damien Hauser se ha encargado de escribir, dirigir, realizar la fotografía y el montaje de esta película que casi podría ser su film de graduación de la Escuela de Cine. Y sorprende la buena factura técnica de muchas de las escenas, interpretadas por actores no profesionales pero que tenían alguna experiencia haciendo teatro o, como en el caso de Mr. Legacy, en el mundo de la música y los videoclips. Los sueños se convierten en una forma de comunicación de la pareja protagonista, secuencias en blanco y negro en las que Brian puede ver y Abel puede oír y hablar, un recurso que logra que los personajes se liberen de sus discapacidades. Lo más interesante de la película, que tiene en algún momento ciertos toques de comedia negra para desembocar en un tercer acto que sorprende por su contundencia dramática, es que dentro de su sencillez y su escasez de recursos, construye un retrato honesto de la juventud en un país menos desarrollado de lo que se pretende mostrar en las grandes ciudades turísticas como Nairobi. 



Yellow cat se puede ver en Mubi. 
Origen se puede ver en HBO Max y Netflix.
Adam se puede ver en Movistar+.


24 noviembre, 2021

Las series españolas del año - 5ª parte

Nos acercamos de nuevo a las series españolas que se han estrenado en las últimas semanas, marcadas por ciertas polémicas en torno a la censura en Movistar+ que dejó caer Bob Pop cuando recogió el Premio Ondas por Maricón perdido (TNT, 2021) y que más tarde se ha intensificado a través de las voces de otros guionistas y cómicos, lo que ha provocado un revuelo tan importante que la propia plataforma ha lanzado un comunicado negando la posibilidad de cerrar el canal #0, dedicado a programas de entretenimiento  tras el final anunciado de Late Motiv (Movistar+, 2016-2021) y la polémica reciente en torno a un sketch de La resistencia (Movistar+, 2018-). Con las aguas movidas en una multiplataforma que no consigue mantener a sus suscriptores, Movistar+ parece que tiende a consolidarse como un contenedor de otras plataformas globales, con la reciente integración de los contenidos de Prime Video a partir de esta misma semana. En cuanto a producción propia, Movistar+ ha conocido el fracaso con La Fortuna (Movistar+, 2021) y el éxito con la serie documental Lola (Movistar+, 2021), mientras otras plataformas españolas como Filmin, que ha conseguido sobrevivir a la proliferación de contenidos de las multinacionales gracias a una filosofía alternativa, comienza a dar pasos también en la producción propia con el estreno muy anunciado de su primera apuesta, Doctor Portuondo (Filmin, 2021), que sin embargo no ha despertado grandes pasiones. 

Entre las numerosas propuestas relacionadas con la treintena desde un punto de vista femenino en los últimos meses han surgido algunas series españolas representativas como Cardo (ATRESplayer, 2021-) y Todo lo otro (HBO Max, 2021-) pero sigue siendo Vida perfecta (Movistar+, 2020-2021) la que mejor construye este acercamiento a través de guiones bien armados escritos por Leticia Dolera y Manuel Burque, ambos actores en la propia serie. En esa segunda temporada con la que se da conclusión definitiva a los personajes, se abordan de nuevo los temores de una generación que se enfrenta al compromiso de un futuro que aún se encuentra en construcción. Y lo hace desde los tres enfoques que le dan sus protagonistas: la maternidad a través de Maria (Leticia Dolera), el comienzo de una relación que requiere una responsabilidad fuerte en el caso de Esther (Aixa Villagrán) y la dificultad de contrarrestar las crisis en relaciones consolidadas como la de Cris (Celia Freijeiro). El principal tema de la serie, en torno a la utopía de una vida que nunca puede ser perfecta, rodea a estos tres personajes femeninos y a los masculinos: Gari (Enric Auquer), Xosé (Manuel Burque) y Pablo (Front García), que viven sus propias crisis existenciales, pero que en este caso sirven para alimentar el entorno vital del universo femenino central. 


Porque en realidad la serie no habla solo de mujeres, aunque esté centrada en ellas, sino que tiene una perspectiva más amplia, cuyas problemáticas pueden ser identificables por todos. Vida perfecta habla sobre todo del miedo de una generación, que además tiene que ver con el miedo a no estar a la altura: no ser una buena madre, no ser una buena esposa o no cumplir las expectativas del compromiso... Esos miedos son los que construyen una historia que podría haber sido un drama generacional, pero que está construido sobre el humor. Cuando María finge un orgasmo en una relación sexual y su pareja se da cuenta, ella le pregunta: "¿Me estás auditando los orgasmos?", convirtiendo el engaño y la indefensión que provoca la necesidad de fingir en la relación con una pareja, en un toque de humor. Hay también un retrato de los temores de los hombres en los secundarios masculinos, pero éstos funcionan en un segundo plano. Incluso más que en la primera temporada; de hecho, se echa en falta mayor presencia de ese espléndido personaje que es Gari (Enric Auquer), y que ahora se enfrenta a su condición de ser padre asumiendo que la perspectiva de su discapacidad dentro de las normas de la sociedad es compleja.

Vida perfecta continúa siendo un retrato fidedigno de la llegada a una madurez que cada vez está más encorsetada por las reglas de una sociedad que pretende que todos seamos iguales. Lo que mejor refleja la personalidad de Gari es que en realidad el resto de los personajes de la serie también son imperfectos, lo que no se muestra físicamente pero está profundamente enraizado en los sentimientos. Y aunque funcionan peor los episodios que reúnen a las tres protagonistas en un mismo espacio, como en Cuando te pierdes en el bosque (T2E5), y se abordan temas como las relaciones abiertas para intentar salvar una pareja, que resultan algo estereotipados, la serie representa bien ese desencanto de la generación millennial que también está presente, con menor fortuna, en las otras propuestas españolas que se han estrenado este año. 

Una de las series más esperadas del año es La Fortuna (Movistar+, 2021), primera incursión del director Alejandro Amenábar en este formato y también primera colaboración entre la plataforma española y la norteamericana AMC. Teniendo en cuenta además que se enfoca en un tema de cierta actualidad que se basa en el conflicto judicial que duró varios años entre el gobierno español y la compañía estadounidense Odyssey cuando ésta rescató restos de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, hundida en 1804 en la costa del Algarve portugués. La disputa por la posesión de las piezas encontradas, 500.000 monedas de oro y plata, comenzó en 2007, impulsada por el entonces Ministro de Cultura César Antonio Molina en el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, y finalmente se resolvió dos años después cuando la justicia norteamericana dio la razón a España, pero se fue alargando a través de continuos recursos en los tribunales por parte de Odyssey hasta que en 2012 el fallo a favor de España fue definitivo. En el mes de febrero de ese mismo año se produjo la devolución de esas monedas, que hoy se encuentran en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática de Cartagena, pero aún quedaba pendiente una causa abierta en el Juzgado de la Línea de la Concepción que inculpaba a Odyssey como causante de delitos de daños de un yacimiento arqueológico y contrabando. Si bien el resultado fue positivo en el juicio en Estados Unidos, la causa en nuestro país fue archivada definitivamente en julio de este mismo año. 


Alejandro Amenábar ha tomado como referencia el cómic El tesoro del cisne negro (2018, Ed. Astiberri), escrito por el diplomático Guillermo Corral, que fue el que participó activamente en la historia real, e ilustrado por el dibujante Paco Roca, que es una recreación ficticia con cierto aire a las aventuras de Tintín creadas por Hergé. La propia adaptación audiovisual mantiene estas similitudes con el personaje francés, especialmente en el retrato del protagonista Álex Ventura (Álvaro Mel), y alterna la investigación sobre la identidad de la fragata encontrada con la trayectoria judicial que enfrenta al gobierno español con la empresa norteamericana. Esta es la parte más interesante de la historia, con la presencia de intérpretes como Stanley Tucci, Clarke Peters y T'Nia Miller que aportan credibilidad a sus personajes. Pero Alejandro Amenábar hierra en el tono de la historia, construye un guión junto a Alejandro Hernández que se enfoca en subtramas ridículas como la relación sentimental entre el protagonista y la funcionaria Lucía Vallarta (Ana Polvorosa), y una representación algo esperpéntica de los personajes españoles, como el Ministro Enrique Moliner (Karra Elejalde) que trata de aportar cierto humor sin conseguirlo. 

Para ser una serie dirigida por Alejandro Amenábar, hay un desequilibrio en el ritmo que provoca que algunos episodios sean especialmente desganados, y que algunos personajes sean insoportables, pero por otro lado contiene algunos elementos interesantes como la recreación del hundimiento de la fragata en el Episodio 2 o el retrato que hace Stanley Tucci de Frank Wild, principal responsable del saqueo que sin embargo no es un antagonista estereotipado, sino que establece un punto de vista aventurero con un planteamiento personal y discutible de lo que supone el rescate de tesoros en alta mar. La Fortuna termina siendo una serie de aventuras en la que hay pocas aventuras, un relato desequilibrado con personajes mal desarrollados que incluso parece acabar en el episodio cuarto pero se extiende sin sentido dos capítulos más. Como decíamos, se trata de la primera colaboración entre Movistar+ y AMC, co-producida por Mod Producciones, creada en 2007 por Fernando Bovaira, que ha llevado a cabo casi todas las películas de Alejandro Amenábar. 

Una de las sorpresas del mes de octubre es la serie El tiempo que te doy (Netflix, 2021-) formada por episodios cortos que describen la ruptura de una relación sentimental. Creada por la propia actriz protagonista, Nadia de Santiago, junto al tándem que forman Inés Pintor y Pablo Santidrián, directores de cortometrajes como Postales (2016), A quien dices amar (2019) o Lo de aquella noche (2020), resulta especialmente atractivo el planteamiento formal. La serie está compuesta por diez episodios de unos 13 minutos cada uno en los que la protagonista Lina (Nadia de Santiago) trata de enfocarse cada vez más en su presente en solitario, frente a su reciente pasado junto a Nico (Álvaro Cervantes). De forma que su historia se va oscureciendo lentamente, desde la alegría del comienzo de la relación en 1 minuto de presente y 10 minutos de recuerdo (T1E1) hasta cierta melancolía en el episodio final 10 minutos de presente y 1 minuto de recuerdo (T1E10). 



El formato puede suponer determinadas restricciones para la narración de la historia, pero en general está resuelto con eficacia. La serie reproduce, a través de esta concepción temporal, el proceso de transformación de la vida en pareja de una forma poco convencional, lo cual es especialmente disfrutable, porque se plantean como breves cortometrajes que mantienen la trama horizontal pero que también funcionan de forma independiente, una especie de descripción de esos pequeños pasos que la pareja va dando hasta la separación. En cierta manera se puede considerar como una historia que refleja los síntomas de una enfermedad (la infelicidad) y el tratamiento posterior para sanar las heridas sentimentales, aunque la enfermedad no desaparezca del todo, excepto en ese momento casi de fantasía que tiene lugar en Marruecos. 

Formalmente original y bien narrada, la serie se sostiene también en la construcción que hacen los actores a través de sus personajes, aunque el punto de vista principal es el de ella. Nadia de Santiago y Álvaro Cervantes consiguen que Lina y Nico sean al mismo tiempo queridos y odiados, es decir, ofrecen una visión humanizada que les refleja con sus defectos y sus virtudes. A lo largo de la historia vamos descubriendo qué ha ido funcionando mal en la pareja, pero de una forma que presenta a los amantes como inculpables de la ruptura, o como culpables a medias, dejando que el espectador encuentre su propia respuesta. Por eso el final de la serie plantea un twist que no resulta convincente, que parece más un intento de originalidad que un recurso narrativo certero. El tiempo que te doy está producida por Corte y Confección de Películas, productora iniciada por Oriol Maymó, Bernat Vilaplana y Marc Gómez del Moral que también ha puesto en marcha otras series como La línea invisible (Movistar+, 2020) y Vida perfecta (Movistar+, 2019-2021). 

Anunciada como la primera serie que produce Filmin, Doctor Portuondo (2021) se ha revelado, según fuentes de la propia plataforma, como la serie con mayor número de visionados en los tres primeros días de toda su historia. Lo cual, teniendo en cuenta la escasez de datos de audiencias que suelen ofrecer las plataformas, lo ponemos en cuarentena igual que la reciente noticia de que Lola (2021) es la serie documental más vista en la historia de Movistar+. En todo caso, hay que alabar la capacidad de Filmin como plataforma independiente para sobrevivir en medio de un panorama audiovisual que ha cambiado sustancialmente desde que inició su andadura, con una competencia feroz a raíz de la llegada de las grandes multinacionales. Y diversificar su oferta a través de la producción propia también es una vía inteligente para sumarse, dentro de su menor capacidad económica, a las incursiones del resto en el terreno de la producción. 


La serie adapta el libro Doctor Portuondo: mis días de psicoanálisis con un sabio (2017, Ed. Blackie Books), escrito por Carlo Padial sobre su propia experiencia como paciente de un psicoanalista cubano en Barcelona. El mismo autor es el encargado de escribir el guión y dirigir la serie, y quizás esta sea la decisión menos acertada, porque impide que la traslación audiovisual se distancie del texto y adopte su propio lenguaje. La serie se sostiene en las sesiones entre Carlo (Nacho Sánchez) y el Doctor Portuondo (Jorge Perugorría), aunque con menos acierto que otras series basadas en diálogos entre personajes como el más evidente referente, En terapia (HBO Max, 2008-2021). Y aunque elabora otras subtramas y cameos de caras conocidas como Berto Romero, Arturo Valls, Elisabet Casanovas o Carlos de Diego (co-autor también del guión), éstas acaban dando vueltas sobre el eje principal construido entre Carlo y Portuondo sin aportar demasiados elementos de interés. 

La historia juega con el humor negro y el absurdo de las situaciones protagonizadas por el alter ego de Carlo Padial, y solo introduce algún atisbo de esa metaficción que caracteriza a sus películas como director: Algo muy gordo (Carlo Padial, 2017), sobre el rodaje de una superproducción protagonizada por Berto Romero, o Vosotros sois mi película (Carlo Padial, 2019), sobre el troleo del youtuber Wismichu durante la presentación de su supuesta primera película en el Festival de Sitges de 2018. De alguna manera, Doctor Portuondo habla más sobre la necesidad del enfermo por atraer la atención del médico, incluso con sentimientos de celos hacia un esquizofrénico en Cuando la bestia ruge, la razón tiembla (T1E4). A lo largo de los seis episodios de 25 minutos, se construye una relación cercana en la que Portuondo acaba tumbado en el diván hablando de su sueño inalcanzable de abrir una clínica privada en Cuba, en el episodio La vida es esto: tú y yo, aquí y ahora (T1E6). Pero el camino de esta historia es irregular y en ocasiones soso, incapaz de ser tan fascinante como el personaje en el que se refleja. 

Hay dos tendencias preocupantes en algunas de las recientes series documentales true crime que se han realizado en España: por un lado, considerar como documental lo que básicamente es una entrevista dividida en episodios; y por otro lado, que sean los propios periodistas que participaron en la persecución informativa de casos mediáticos los que actúen como productores. En Dolores Vázquez: La verdad sobre el caso Wanninkhof (HBO Max, 2021) Toñi Moreno, una de las reporteras que estuvo todos los días en las puertas de los juzgados alimentando el morbo; y en  ¿Dónde está Marta? (Netflix, 2021), Nacho Abad, uno de los participantes más activos en el circo mediático alrededor del asesinato de Marta del Castillo. Lo peor es que el planteamiento de ambas series documentales, y de sus periodistas productores, pasa por ofrecer una reflexión que es evidentemente hipócrita sobre la actuación de los medios de comunicación. Es como si Nieves Herrero fuera la productora de un documental que criticara el tratamiento informativo del Crimen de Alcásser. Porque además no se establece un debate entre aquellos medios que aprovecharon el morbo para alimentar audiencias y lectores, y aquellos que no cayeron en esa trampa. En la cínica frase "todos fuimos responsables" que dice Toñi Moreno en Dolores Vázquez: La verdad sobre el caso Wanninkhof, se asume la falsa realidad de que todos los medios hicieron lo mismo. 


El principal reclamo de esta última serie es la participación de Dolores Vázquez, la sentenciada inocente que hasta ahora no había concedido una entrevista, y que por tanto ensombrece aún más los escasos méritos del largometraje documental El caso Wanninkhof-Carabantes (Tània Baló, 2021), que estrenó Netflix este mismo año, y que ni siquiera sirve como complemento a la serie de HBO Max, porque el episodio Rocío (T1E1) ya nos pone en antecedentes. Dolores Vázquez: La verdad sobre el caso Wanninkhof por tanto asume su condición de entrevista elaborando el relato alrededor de la protagonista de una injusticia que no ha sido ni siquiera reparada. Y este foco principal en cierta manera provoca que otras reflexiones en torno al sistema judicial en España (los tan denostados juicios con jurado) y el propio tratamiento de los medios de comunicación, queden desdibujados y poco desarrollados. Lo que convierte a un documental true crime en algo más que el simple relato de unos hechos más o menos cargados de morbo es precisamente su capacidad para trascender del crimen concreto para reflexionar sobre la sociedad en general. En el reciente El destripador de Yorkshire (Netflix, 2020), la representación de un estamento policial profundamente machista se revelaba como la principal causa de la incapacidad para detener al asesino en serie Peter Sutcliffe, que cometió sus crímenes entre 1975 y 1980, porque se enfocó la investigación en el entorno de la prostitución, al considerar que solo podían ser putas las mujeres que andaban solas por la calle a altas horas de la noche. 

Dolores Vázquez es interesante para conocer el punto de vista de una persona que hasta el momento no había hablado, pero su alcance más allá de eso es más bien escaso. Ni siquiera abunda en la pésima actuación de la policía, que es la principal razón por la que muchos casos de asesinato no se resuelven, aunque a su favor tiene la capacidad de haber aglutinado las principales voces que participaron en este largo proceso, desde abogados, miembros del jurado, delegados del gobierno e incluso Alicia Hornos, madre de Rocío Wanninkhof y Encarna Guzmán, madre de Sonia Carabantes. Pero este esfuerzo de producción da como resultado una serie desequilibrada en su habilidad para ir más allá de un relato pormenorizado de los hechos. 

La idea de recuperar la serie Historias para no dormir (TVE, 1966-1982) parece haber surgido del propio Narciso Ibáñez Serrador y de su hijo, Alejandro Ibáñez, responsable de la productora Prointel que fundó su padre en 1970, y que tras un período de silencio regresó en 2016 bajo la dirección de éste y del productor Gonzalo de Castro. Aunque se planteó como una propuesta que regresaba como formato con nuevos guiones, la muerte de Chicho Ibáñez Serrador en 2019 provocó que el proyecto se convirtiera en un homenaje, rescatando algunos de los episodios clásicos para adaptarlos a la actualidad bajo la dirección de destacados directores del panorama cinematográfico español. Y la intención parece ser convertirla en una franquicia que presente nuevos episodios cada temporada, un formato de antología del género fantástico que conoce un resurgir con series como Creepshow (Shudder, 2019-) o Monsterland (Hulu, 2020-). 


Rodrigo Cortés, Paco Plaza, Paula Ortiz y Rodrigo Sorogoyen son los encargados de adaptar y dirigir estas historias que reinterpretan tres episodios de la primera temporada y uno de la tercera temporada. Es inteligente la idea de trasladar las historias a la actualidad, no solo desde el punto de vista formal sino también en la reinterpretación de las mismas, aunque la que mejor funciona es la que más utiliza las referencias al original, Freddy, de Paco Plaza mientras que las que más se alejan como El doble, de Rodrigo Sorogoyen o El asfalto, de Paul Ortiz pierden interés en su desarrollo y eficacia en su ironía. Sin embargo, se trata de una propuesta interesante que recupera uno de los clásicos de la televisión en España, y que puede funcionar bien si se continúa, incluso adaptando episodios existentes o inéditos. Alberto Ibáñez afirma que existen guiones originales de su padre para la tercera temporada que no se realizaron (de hecho, solo se rodaron cuatro de los trece episodios previstos), e incluso se baraja la idea de adaptar otros episodios conocidos y clásicos como El cumpleaños (T1E1) o El televisor (1974), un especial que se estrenó entre la segunda y la tercera temporada que Narciso Ibáñez Serrador considera su mejor película. 

La nueva versión de Historias para no dormir, de la que hacemos una comparativa de sus episodios actuales y los originales en un post anterior, está producida por Prointel, Isla Audiovisual y Vis (división de ViacomCBS), con la participación de RTVE, que ostenta el 50% de los derechos de la serie original, y de Amazon Prime Video, que es la plataforma que ha estrenado la serie en streaming, antes de que TVE la estrene en lineal. Sin datos de audiencia concretos, se ha informado que la serie está teniendo una buena acogida, lo que puede consolidar su continuidad pero también su distribución internacional, que se produce en dos vías diferentes: por un lado, la venta a plataformas y televisiones de países latinoamericanos y Portugal, y por otro, la inclusión en la plataforma Paramount+ de la que es dueña ViacomCBS. 

La serie documental Lola (Movistar+, 2021) tiene la virtud de asumir la incapacidad para aglutinar en cuatro episodios el significado y la trayectoria de una artista singular, llena de contradicciones, que fue representación de la España franquista que trataba de abrirse al mundo pero al mismo tiempo ejemplo de mujer liberal que ejercía su poder (poderío) manejando sus relaciones sentimentales. "Lola en algunos aspectos sí está sobrevalorada, y en otros aspectos lo que está es poco entendida", comenta Andrés Peláez, director del Museo Nacional del Teatro en Almagro, que es el que ofrece una mirada más crítica pero igualmente admirativa sobre el personaje central. Y, por tanto, amplía la perspectiva de los interlocutores más allá de los que son estrictamente necesarios, como sus hijas Lolita y Rosario, y las artistas que la conocieron, como Encarnita Polo, además de los expertos y catedráticos, para acercarse a otras voces que quizás no tengan mucho que decir sobre la artista como Rosalía, Pablo Carbonell o incluso Ara Malikian, pero que aportan una mirada más abierta, una visión contemporánea de la forma en que Lola Flores ha influido en la música que se ha hecho en España. 


Otra de las virtudes de esta docuserie producida por 100 Balas, que forma parte del grupo Mediapro, es su agilidad, la capacidad del director para construir una biografía de forma cronológica, pero salpicándola de muchas leyendas urbanas y algunas mentiras que contó y asumió la propia Lola Flores. Israel del Santo, creador y realizador, es el responsable también de la espléndida serie documental El Palmar de Troya (Movistar+, 2020) y ha sido guionista de El corazón del Imperio (Movistar+, 2021), aproximación histórica del escritor Santiago Posteguillo a través de la mirada de personajes femeninos, que se estrena el 25 de noviembre.  De esta forma, el recorrido no solo es ameno sino que también está repleto de anécdotas y rumores que el personaje alimentó a lo largo de su vida. Y todo ello sin perder el fondo histórico de una España que vivía un momento de transformación, una dictadura que trataba de reflejarse en la modernidad, una televisión que se llenaba de color tras la muerte de Franco y un cine que utilizaba el folclore como seña de identidad del sentimiento español. Lola Flores fue también el reflejo de la caída en desgracia de las folclóricas, habitualmente apegadas al régimen, protegidas e impulsadas por la España franquista, que se desvanecía al llegar la democracia. 

"Ni canta, ni baila, pero no se la pierdan", se supone que publicó el New York Times en una reseña de uno de los espectáculos de Lola Flores en la ciudad norteamericana. Esa reseña nunca existió, pero quedó como marca de la casa, como leitmotiv de una personalidad arrolladora, y como una de las leyendas que rodearon la carrera de la artista. En el último episodio, El brillo en los ojos (T1E4), la serie aborda algunos temas más dramáticos, como la adicción a las drogas y la muerte de su hijo Antonio o el cáncer que sufrió Lola Flores, pero alternándolos con anécdotas que mantienen el tono desenfadado de la serie. Y en esa misma línea, Lola no es ni un documental que profundice demasiado en el personaje, ni un programa de entrevistas a artistas más o menos relevantes del panorama musical, ni una mirada en forma de ficción a la vida de un icono de nuestra cultura. Pero es una de las series más adictivas que se han estrenado este año. 

En esta fiebre por las series documentales retrospectivas en torno a personajes destacados de los ochenta, se encuentra también Ruiz-Mateos: El primer fenómeno viral (RTVE Play, 2021), otra de las producciones originales de la plataforma de la televisión pública que a lo largo de cuatro episodios de 55 minutos que analiza la figura del empresario al que el gobierno socialista expropió su holding empresarial en los años ochenta, aunque se apunta en la serie que en parte él mismo provocó esta intervención gubernamental porque sabía que su entramado financiero estaba a punto de quebrar. La serie está escrita por Álex Solá, director de contenidos de Lavinia Producciones, y dirigida por Roger Gual, que también dirigió los episodios españoles de Maradona: Sueño bendito (Prime Video, 2021). La propuesta tiene ciertos paralelismos con El pionero (HBO Max, 2019) a la hora de adentrarse en uno de esos personajes carismáticos y bufonescos que poblaban las televisiones de principios de la democracia en España, y ofrece una visión adecuadamente equidistante entre los defensores y los detractores del personaje, pero salpicando la narración de declaraciones de algunos de los inversores que perdieron su dinero en el fraude de Nueva Rumasa.  


Quizás falta algo más de humor en la descripción de las andanzas de Ruiz-Mateos, pero es interesante cómo se perfila a un personaje que utilizó sabiamente los medios de comunicación para que su caso no cayera en el olvido. Todo ello en una España recién democratizada en la que el PSOE gobernaba tratando de ofrecer una imagen de modernidad y de control, para lo que le hacían falta golpes de efecto como el de la expropiación del mayor conglomerado de empresas que existía en España. Y esta intervención, improvisada por el Ministro de Economía Miguel Boyer, mostraba esa necesidad de visibilidad de autoridad, que también se produjo a través de la inspección de otros personajes públicos como la propia Lola Flores. Hay una tendencia en el documental a otorgar la última palabra a los portavoces del PSOE que intervienen en la serie, como Eduardo Sotillos y Carlos Solchaga, que sustituyó a Miguel Boyer en el Ministerio de Economía, lo que desequilibra la objetividad del documental en torno a una intervención y, sobre todo, una reprivatización que marcaba ya los primeros pasos hacia las corruptelas y los amiguismos que después se han reproducido en la política española. 

Ruiz-Mateos: El primer fenómeno viral es una serie documental ágil, en la que es más interesante la reconstrucción de los hechos que esa conexión algo forzada con la actualidad que se plantea a través de los comentarios de youtubers y expertos en redes sociales sobre la viralidad que hubieran tenido las bufonadas del empresario en nuestra época. Y plantea, con menos contundencia e inteligencia que Lola, pero con algunos aciertos, la descripción de unas décadas en las que España se disfrazaba de modernidad y democracia mientras en sus entrañas se construían las bases de un país profundamente corrupto.