19 marzo, 2021

Oscar 2021: Curiosidades y anécdotas de las nominaciones

A poco más de un mes para la celebración de la entrega de los Oscar 2021, la Academia de Hollywood ha decidido los finalistas que optarán al premio en una ceremonia que no se sabe aún si será virtual, presencial o híbrida, teniendo en cuenta que se está produciendo una ligera apertura del confinamiento en algunos estados norteamericanos, aunque las recomendaciones médicas sean contrarias a ello. Lo que está claro es que será una entrega de premios inusual, con la incorporación ya confirmada por los productores Jesse Collins, Stacey Sher y Steven Soderbergh de la estación de trenes Union Station de Los Angeles, que se unirá al Dolby Theater como sede principal. 

A pesar de la decepcionante audiencia que ha conseguido Mank (David Fincher, 2020), que parecía hacer peligrar su presencia en los Oscar, finalmente lidera con sus 10 categorías la lista de películas nominadas, mientras que Nomadland (Chloé Zhao, 2020), Minari (Lee Isaac Chung, 2020), El juicio de los 7 de Chicago (Aaron Sorkin, 2020), Sound of metal (Darius Marder, 2019), Judas and the black Messiah (Shaka King, 2021) y El padre (Florian Zeller, 2020) han logrado seis nominaciones cada una, dándose la circunstancia de que todas son finalistas en la categoría de Mejor Película. 

En unas nominaciones que parecen reivindicar más que nunca la diversidad, encontramos algunas anécdotas y curiosidades que repasamos a continuación. 

Netflix sí. La plataforma Netflix ha logrado nada menos que 35 nominaciones al Oscar en una edición en la que se aceptaban películas no estrenadas en salas de cine, debido al cierre provocado por el confinamiento. Se trata de la segunda productora en la historia del cine más veces nominada en una misma edición de los Oscar, porque en 1941 United Artists logró 45 nominaciones. Miramax consiguió 40 nominaciones en 2003, pero nueve de ellas fueron para la película Las horas (Stephen Daldry, 2002) que estaba distribuida por Paramount en Estados Unidos, así que estas nominaciones se cuentan para la distribuidora. 

Netflix no. Netflix no consiguió igualar el récord que tenía precisamente Paramount, que colocó tres producciones en la categoría de Mejor Película en 1982. Éstas fueron Atlantic City (Louis Malle, 1980), En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981) y Rojos (Warren Beatty, 1981), aunque el Oscar fue finalmente para Carros de fuego (Hugh Hudson, 1981), distribuida por 20th Century Fox. Porque solo dos películas de Netflix, Mank y El juicio de los 7 de Chicago, han sido finalistas, mientras que La madre del blues (George C. Wolfe, 2020), a pesar de sus cinco nominaciones, no se encuentra en esta categoría. Algunos analistas sugieren que es difícil que un estudio pueda apoyar adecuadamente a más de dos producciones, pero también es cierto que la necesidad de tener al menos un 5% de los votos para poder ser nominada en la categoría principal ha podido reducir las opciones. De hecho, este año solo 8 películas han logrado este porcentaje. 

Sin protagonista. A pesar de una cantidad notable de producciones de temática afroamericana que tenían opciones para el Oscar (La madre del blues, Una noche en Miami, Da 5 bloods) solamente Judas and the black Messiah ha conseguido situarse en la categoría de Mejor Película. Mientras que sus dos actores principales, Daniel Kaluuya (el favorito) y Lakeith Stanfield han sido nominados como actores de reparto, lo cual en realidad deja a la película sin protagonista. La decisión de los académicos es extraña, porque Warner Bros. había presentado a Lakeith Stanfield como aspirante en la  categoría de Mejor Actor Principal. Es una de las escasas ocasiones en las que las votaciones de los académicos actores ignoran las sugerencias de las productoras. En 2009, Kate Winslet ganó el Oscar como Actriz Principal por El lector (Stephen Daldry, 2008), pero había sido sugerida para la categoría de Mejor secundaria. 

Nominación póstuma. Si ocurre lo mismo que en los Globos de Oro, Chadwick Boseman podría ser el tercer actor en ganar el Oscar tras su muerte. El primero fue Peter Finch por Network (Sydney Lumet, 1976) como Actor Principal y años más tarde Heath Ledger por El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008) como Actor de reparto. Los otros actores con nominaciones póstumas han sido James Dean por Al Este del Edén (Elia Kazan, 1955), que fue también nominado al año siguiente por Gigante (George Stevens, 1956); Ralph Richardson, secundario por Greystoke: La leyenda de Tarzán, rey de los monos (Hugh Hudson, 1984); y Massimo Troisi por El cartero (y Pablo Neruda) (Michael Radford, Massimo Troisi, 1994).

Diversidad. Esta edición se puede considerar como una de las de mayor diversidad étnica, aunque nadie echa en falta, por ejemplo, que ningún latino esté en las categorías principales. Steven Yeun se ha convertido en el primer actor asiático nominado al Oscar, mientras que la veterana Youn Yuh-jung es la primera actriz coreana nominada, ambos por Minari (Lee Isaac Chung, 2020); mientras que Riz Ahmed es el primer actor musulmán nominado al Oscar, por Sound of metal (Darius Marder, 2019). Por su parte, la realizadora de Nomadland (2020), Chloé Zhao es la primera mujer asiática nominada como directora. 

Mejor hablamos de mujeres. Pero la mayor satisfacción la ofrecen la presencia de mujeres en las principales categorías. Es el primer año que dos directoras compiten en la misma edición: Chloé Zhao por Nomadland y Emerald Fennell por Una joven prometedora. Y ambas ocupan ya la lista de mujeres directoras finalistas, solo siete hasta la fecha: Lina Wertmüller por Pascualino Siete Bellezas (1975), Jane Campion por El piano (1994), Sofia Coppola por Lost in Translation (2003), Kathryn Bigelow por En tierra hostil (2008) y Greta Gerwig por Ladybird (2017). De ellas, solamente Kathryn Bigelow ha conseguido el Oscar como Mejor Directora. 

Haciendo historia. Chloé Zhao también ha hecho historia al estar nominada en cuatro categorías: Dirección, Guión Original, Montaje y Película, siendo la primera mujer en conseguirlo. Mientras que Emerald Fennell iguala a Sofia Coppola y Fran Walsh al estar nominada en tres categorías: Dirección, Guión Original y Película. Sofia Coppola fue nominada en Dirección, Guión Original y Película por Lost in Translation (2003), mientras que Fran Walsh recibió nominaciones en Película, Guión Adaptado y Canción por El Señor de los anillos: El retorno del rey (Peter Jackson, 2003). 

Los más nominados (sin Oscar).
Las categorías musicales nos han traído a los profesionales que más veces han sido nominados, pero sin llevarse ningún premio de la Academia de Hollywood. El caso más sonoro es el de la letrista Diane Warren, nominada a la Mejor Canción por La vida por delante (Edoardo Ponti, 2020) junto a Laura Pausini. Esta es su décimo segunda nominación al Oscar, pero nunca lo ha conseguido. Anteriormente ha sido finalista por Maniquí (Michael Gottlieb, 1987), Íntimo y personal (Jon Avnet, 1996), Con Air (Simon West, 1997), Armageddon (Michael Bay, 1998), Música del corazón (Wes Craven, 1999), Pearl Harbor (Michael Bay, 2001), Beyond the lights (Gina Prince-Bythewood, 2014), The hunting ground (Kirby Dick, 2015), Marshall (Reginald Hudlin, 2017), RBG (Julie Cohen, Betsy West, 2018) y Más allá de la esperanza (Roxann Dawson, 2019). De hecho, ha sido nominada consecutivamente desde la edición de 2018.

Por su parte, el compositor James Newton Howard consigue su novena nominación al Oscar por Noticias del gran mundo (Paul Greengrass, 2020) y, si no se produce una sorpresa en la categoría de Mejor Música original, podría ser otra edición en la que se vaya con las manos vacías. James Newton Howard ha sido nominado anteriormente por las bandas sonoras de El príncipe de las mareas (Barbra Streisand, 1991), El fugitivo (Andrew Davies, 1993), La boda de mi mejor amigo (P.J. Hogan, 1997), El bosque (M. Night Shyamalan, 2004), Michael Clayton (Tony Gildroy, 2007) y Resistencia (Edward Zwick, 2008), y en la categoría de Mejor Canción por Junior (Ivan Reitman, 1994) y Un día inolvidable (Michael Hoffman, 1996). 

La actriz Glenn Close es otra eterna aspirante sin premio, sumando con su nominación como Actriz secundaria por Hillbilly, una elegía rural (Ron Howard, 2020), ocho candidaturas. También fue finalista como Actriz Secundaria por El mundo según Garp (George Roy Hill, 1982), Reencuentro (Lawrence Kasdan, 1983) y El mejor (Barry Levinson, 1984), y como Actriz Principal por Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987), Las amistades peligrosas (Stephen Frears, 1988), Albert Nobbs (Rodrigo García, 2011) y La buena esposa (Björn Runge, 2017). 

Ren Klyce consigue en esta edición dos nominaciones al Oscar por el sonido de Mank (David Fincher, 2020) y Soul (Pete Docter, Kemp Powers, 2020), que suman nueve nominaciones sin haber logrado, hasta la fecha, el Oscar. Habitual colaborador de David Fincher, anteriormente fue finalista en otras siete ocasiones, por El club de la lucha (David Fincher, 1999), El curioso caso de Benjamin Button (David Fincher, 2008), Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres (David Fincher, 2011) y Star Wars: Los últimos Jedi (Rian Johnson, 2017). En estas dos últimas películas, tuvo doble nominación en Mezclas de Sonido y Sonido. 

Por su parte, tampoco ha logrado ningún Oscar todavía el diseñador de producción Nathan Crowley, que este año es finalista por sexta ocasión por Tenet (Christopher Nolan, 2020). Anteriormente fue nominado por El truco final (Christopher Nolan, 2006), El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008), Interstellar (Christopher Nolan, 2014), Dunkirk (Christopher Nolan, 2017) y First man (El primer hombre) (Damien Chazelle, 2018). 

Los más nominados (con Oscar). Viola Davis se convierte en la actriz negra con más nominaciones al Oscar, gracias a su candidatura como Mejor Actriz por La madre del blues (George C. Wolfe, 2020). Anteriormente consiguió el Premio de la Academia como Secundaria por Fences (Denzel Washington, 2016), y fue nominada como secundaria por La duda (John Patrick Shanley, 2008) y como actriz principal por Criadas y señoras (Lee Daniels, 2011). Pero la actriz que más veces ha sido finalista es Frances McDormand, que este año suma dos nominaciones (como actriz y productora) por Nomadland (Chloé Zhao, 2020) a sus otras cinco: como secundaria en Arde, Mississippi (Alan Parker, 1988), Casi famosos (Cameron Crowe, 2000) y En tierra de hombres (Niki Caro, 2005), y como Actriz principal en Fargo (Joel Coen, Ethan Coen, 1996) y Tres anuncios en las afueras (Martin McDonagh, 2017), por las que ganó en ambas ocasiones.

Anthony Hopkins consigue su sexta nominación con El padre (Florian Zeller, 2020), aunque solo tiene un Oscar como Actor Principal por El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991). En esta categoría también ha sido nominado por Lo que queda del día (James Ivory, 1993) y Nixon (Oliver Stone, 1995), mientras que como Actor Secundario fue nominado por Amistad (Steven Spielberg, 1997) y el año pasado por Los dos Papas (Fernando Meirelles, 2019). 

Hace veinte años que se incorporó a la lista de candidaturas al Oscar la categoría de Mejor Película de Animación. Y Pete Docter se convierte gracias a Soul (2020) en el director que más veces ha sido finalista al Oscar, en nueve ocasiones de las cuales ha ganado dos. Ganó el premio como productor por Up (Pete Docter, Bob Peterson, 2009) y por Del revés (Pete Docter, Ronnie Del Carmen, 2015), y también ha sido nominado como productor por Monstruos, S.A. (Pete Docter, David Silverman, Lee Unkrich, 2001) y como guionista por Toy story (John  Lasseter, 1995), WALL·E (Andrew Stanton, 2008), Up (Pete Docter, Bob Peterson, 2009) y Del revés (Pete Docter, Ronnie Del Carmen, 2015), así como por el cortometraje El coche nuevo de Mike (Pete Docter, Roger Gould, 2002). 

El guionista y productor Eric Roth, consigue su primera nominación como productor en la categoría de Mejor Película por Mank (David Fincher, 2020), pero ya ganó el Oscar por el Guión Adaptado de Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), y ha sido nominado por los guiones de El dilema (Michael Mann, 1999), Munich (Steven Spielberg, 2005), El curioso caso de Benjamin Button (David Fincher, 2008) y Ha nacido una estrella (Bradley Cooper, 2018). Aaron Sorkin, que no ha conseguido una nominación como director, pero sí por el Guión Original de El juicio de los 7 de Chicago (Aaron Sorkin, 2020), ganó el Oscar por La red social (David Fincher, 2010) y fue finalista por Moneyball (Bennett Miller, 2011) y Molly's game (Aaron Sorkin, 2017), otra película por la que fue nominado como guionista pero no como director. 

En la categoría de Sonido se suelen encontrar los nombres más habituales de los Oscar. Por ejemplo, Michael Minkler suma 13 nominaciones con Greyhound (Aaron Schneider, 2020), de las que ha ganado tres Oscar por Black Hawk derribado (Ridley Scott, 2001), Chicago (Rob Marshall, 2002) y Dreamgirls (Bill Condon, 2007). Mientras que David Parker, nominado este año por Mank (David Fincher, 2020) y Soul (Pete Docter, Kemp Powers, 2020) tiene ya once nominaciones, de las que ha ganado dos Oscar por El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996) y El ultimátum de Bourne (Paul Greengrass, 2007). 

Una categoría menos. Precisamente la categoría de Mejor Sonido es la que ha sufrido el cambio más importante según los nuevos reglamentos de la Academia de Hollywood. Es una de las más veteranas, ya que se entrega desde el año 1930, pero a lo largo de las décadas posteriores se ha ido desglosando en otras como Efectos de Sonido (1963-1967), Edición de Efectos de Sonido (1981-1999) y Edición de Sonido (2000-2020). Pero de nuevo se ha decidido que, a partir de esta edición habrá solo una categoría denominada Sonido, que incluye tanto los efectos como la edición y las mezclas.

Los más veteranos. Anthony Hopkins se convierte a sus 83 años, en el actor de mayor edad que ha sido nominado a un Oscar, récord que ostentaba anteriormente Richard Farnsworth, que fue nominado con 79 años por Una historia verdadera (David Lynch, 2000). Pero es la diseñadora de vestuario Ann Roth, finalista con 89 años por La madre del blues (George C. Wolfe, 2020), la persona de mayor edad que ha sido nominada al oscar en toda su historia. En realidad, es la misma edad que tenían Agnès Varda, nominada por el documental Visages villages (Agnès Varda, JR, 2017) y James Ivory, nominado por el guión adaptado de Call me by your name (Luca Guadagnino, 2017), ambos en la edición de 2018. 

Dobles nominaciones. Ya hemos comentado las cuatro nominaciones que ha logrado Chloé Zhao como productora, directora, montadora y guionista por Nomadland (Chloé Zhao, 2020), y las tres nominaciones de Emerald Fennell como productora, directora y guionista de Una joven prometedora (Emerald Fennell, 2020). Pero también hay que destacar algunas dobles nominaciones como las de Sacha Baron Cohen como Actor Secundario por El juicio de los 7 de Chicago (Aaron Sorkin, 2020) y guionista por Borat, película film secuela (Jason Woliner, 2020). O la de Leslie Odom, Jr., que es finalista en las categorías de Mejor Actor Secundario y Mejor Canción por Una noche en Miami (Regina King, 2020). 

La producción danesa Otra ronda (Thomas Vinterberg, 2020) ha logrado una doble nominación como Mejor Película Internacional y Mejor Dirección, y aunque el Oscar en la primera categoría es para el país, aunque habitualmente suele permanecer en la productora, es el director quien lo recibe. El año pasado Parásito (Bong Joon Ho, 2019) logró tanto el Oscar a Mejor Película Internacional como el de Mejor Director, además de Guión y Película. Y el año anterior Pawel Pawlikowski fue nominado como Director y su película Cold war (2018) como Película de Habla no Inglesa. El documental Collective (Alexander Nanau, 2020), una espléndida crónica de la corrupción en el sistema sanitario Rumanía ha sido nominado también como Mejor Film Extranjero.

Mirando a los Oscar desde fuera. La presencia extranjera en los Oscar de este año se concreta en países como Túnez, que consigue su primera nominación con The man who sold his skin (Kaouther Ben Hania, 2020). Y al margen de Dinamarca, Hong Kong, Rumanía y Bosnia y Herzegovina, otros países que están presentes en los Oscar de este año son: en la categoría de Cortometraje de Animación, Francia con el muy premiado Genius Loci (Adrien Merigeau, 2020) e Islandia con el divertido Yes-people (Gísli Darri Halldórsson, 2020); en la categoría de cortometraje de ficción, Palestina con The present (Farah Nabulsi, 2020) e Israel con el cortometraje rodado en un solo plano secuencia White eye (Tomer Shushan, 2019); en la categoría de cortometraje documental, Noruega con Do not split (Anders Hammer, 2020), rodado en Hong Kong; y Chile está presente con el divertido pero al mismo tiempo conmovedor retrato de la vejez que hace el documental El agente topo (Maite Alberdi, 2020), coproducción con España y único representante latino en los Oscar. 


La 93 ceremonia de los Premios Oscar se celebra el domingo 25 de abril, está producida por Jesse Collins, Stacey Sher y Steven Soderbergh y será retransmitida como es habitual por ABC.


Nomadland se estrena en salas el 26 de marzo. 
Otra ronda se estrena en salas el 9 de abril.
Una joven prometedora se estrena en salas el 16 de abril.

Mank, El juicio de los 7 de Chicago, La madre del blues, Da 5 bloods, La vida por delante, Noticias del gran mundo y Hillbilly, una elegía rural se pueden ver en Netflix. 
Sound of metal, Una noche en Miami y Borat, película film secuela se pueden ver en Amazon. 
Collective se puede ver en HBO España. 






13 marzo, 2021

Zinegoak 2021 - Parte 3: Huyendo de las etiquetas

Nuestra última crónica dedicada al Festival Zinegoak 2021 se detiene en las películas que forman parte de su programación, pero también nos centramos en las Jornadas Profesionales, una faceta de los festivales de cine que es habitual como plataforma de encuentro entre profesionales con proyectos debajo del brazo buscando financiación, y distribuidoras, plataformas o televisiones que buscan títulos para sus catálogos. En esta edición Zinegoak ha agrupado las diferentes iniciativas que tenía enfocadas al Mercado de proyectos en una sola propuesta. De esta forma, nace a partir de 2021 ZG/PRO, que ha acogido diferentes actividades: el Encuentro Internacional de Festivales LGTBI+ de Europa del Sur ha reunido a los responsables de festivales como Chéris-Chéris (Francia), Queer Lisboa (Portugal), Mix Milano (Italia) y Thessaloniki International LGBTIQ Film Festival (Grecia) para organizar estrategias comunes; Work in Progress ha presentado cuatro proyectos de ficción, documental y serie que buscan financiación; y finalmente las 2ª Jornadas Profesionales ZG. 

También se ha presentado la webserie documental Ni Naiz Naizena (Yo soy quien soy) (2021) que ofrece en diez episodios de diez minutos de duración las historias de diez personas trans, cuyo estreno está previsto para este año. Nuestro último repaso a las secciones competitivas de Zinegoak 2021 se enfoca precisamente en historias de diversidad, el tema principal del festival de este año, en las que las fronteras no están definidas del todo, que plantean miradas reivindicativas pero al mismo tiempo tratan de encontrar un lenguaje que huye de categorías y etiquetas. 

En un lánguido día de verano, tres personajes tienen un encuentro que de alguna forma supondrá un cambio en sus vidas en la película Comets (Tamar Shavgulidze, 2019). Nana es una mujer viuda que vive en una pequeña casa con jardín, donde pasa esas tardes de calor junto a su hija, Irina, a la que ha dado el mismo nombre que un amor de adolescencia. Quizás es una forma de recordar a su amante con el paso de los años, de no olvidar esa relación romántica que comenzó justamente en ese mismo jardín. Y precisamente Irina, la amante, aparece como una visita inesperada que convertirá esa tarde melancólica en una especie de luminosidad del pasado. La película tiene también un ritmo pausado, y se detiene especialmente en las conversaciones, con un diálogo largo tomado de forma frontal entre madre e hija, en un plano secuencia que de alguna manera introduce al espectador en la charla que mantienen ambas.

Más tarde, cuando se establece el contacto entre Irina y Nana en el jardín, la directora opta por una construcción más convencional, de plano-contraplano, que conecta directamente con las imágenes del pasado, cuando vemos a las dos jóvenes iniciando ese tímido acercamiento romántico. De forma que los flashback en realidad se sienten como parte de la propia conversación, el pasado como contenido del presente. Ambas, ya con vidas diferentes y contrapuestas (Nana se casó y ha vivido siempre entre ese pequeño pueblo y Tiflis, mientras que Irina ha tenido una vida más nómada, entre Alemania y Polonia), actualizan de alguna forma sus recuerdos e aunque sus percepciones a veces se muestran diferentes sobre determinados detalles.

Conforme se desarrolla la película, la directora toma una decisión acertada y otra equivocada. Por un lado, deja una cierta posibilidad de recuperación de la relación, pero también introduce desde el principio un elemento (un taxi que espera a Irina para llevarla al aeropuerto) que mantiene un cierto suspense en torno a su decisión final. Por otro lado, conecta el último flashback de las jóvenes con una película de ciencia-ficción que están viendo, y que introduce en la última parte una secuencia de metaficción en la que vemos un fragmento de esta historia de fantasía que, en apariencia, no tiene nada que ver con la trama que nos ha estado narrando. De alguna manera, esta introducción de un elemento externo le da a la película una sensación de extrañeza que resulta atractiva, pero al mismo tiempo se nos frustra la necesidad de volver a los personajes protagonistas, de despedirnos de ellas. La directora tampoco ha dado una explicación muy clara sobre la introducción de este elemento de ciencia-ficción y se nos antoja más como un capricho que como una necesidad.

Ganador del Teddy Award al Mejor Documental en el Festival de Berlín 2020, Si c'était de l'amour (Patric Chiha, 2020) toma como base la pieza de danza "Crowd" (2017), de la coreógrafa franco-austríaca Gisèle Vienne, que representa una rave de los años noventa en la que un grupo de jóvenes de diferentes procedencias interactúan creando "historias" propias. En la pieza de danza, la coreógrafa juega con la idea del tiempo, haciendo que los protagonistas bailen y se muevan en cámara lenta, mientras suena música techno. Esta representación ofrece una visión muy plástica, casi fantasmal, de la fiesta que comparten. 

El director austríaco propone su propia interpretación de la obra, que se representa como una visión personal que utiliza los ensayos para ir creando también un espacio irreal en el que los géneros cinematográficos, entre el documental y la ficción, se confunden. También hay una indefinición de los géneros sexuales en una obra que transpira deseo y sensualidad, en la que hay jóvenes que se ven atraídos por otros jóvenes, donde los conceptos de heterosexualidad y homosexualidad no existen. En la obra original existía una especie de subtexto, de historias previas de cada uno de los personajes, que los actores conocen pero que no están mostrados de forma explícita.   

Pero Patric Chiha introduce algunas conversaciones entre los bailarines, en los descansos de los ensayos, en las que se describen estas historias. Proponiendo también algunas reflexiones interesantes sobre si el actor transmite en el escenario su propia experiencia, o es la experiencia sobre el escenario la que alimenta su forma de ver la vida. Con una plasticidad exquisita, esta obra de docu-ficción que rehúye de las etiquetas se construye en torno al proceso de creación en conexión con el crecimiento personal. Es una película que se abre al deseo, a la sensualidad y a las emociones. 

También compitió por el Teddy Award de la Berlinale 2020 la producción alemana Kokon (Leonie Krippendorff, 2020), que supone el segundo largometraje de su directora, y que asimismo fue estrenado en España en la pasada edición del Festival LesGaiCineMad. Se trata de una historia de madurez que está protagonizada por una joven de 14 años que, al mismo tiempo que comienza a experimentar los cambios en su cuerpo con la llegada de la menstruación, también empieza a darse cuenta de que su atracción por las chicas va más allá de una simple relación de amistad. Es el descubrimiento del amor y la sexualidad en una etapa difícil, en la que todo resulta demasiado extraordinario para lo que realmente es, en la que el deseo a veces se enfrenta a la mente.

La película funciona en el plano de la relación entre el grupo de amigas, y la especial conexión entre Nora y su hermana. También en el retrato de la juventud durante el verano de 2018 en la ciudad de Berlín. Pero hay una simbología en la historia que resulta poco imaginativa, por no decir extremadamente convencional. 

A estas alturas, utilizar una oruga que se acaba convirtiendo en mariposa como símbolo de la transformación de la protagonista de niña a mujer, resulta incluso ridículo por su obviedad. Al mismo tiempo, la directora introduce dos formatos de pantalla diferentes: 4:3 en la primera parte, cuando Nora tiene dudas sobre su sexualidad, y finalmente, cuando ya de alguna forma se ha liberado de su propia represión, la pantalla se amplía hasta los 16:9. Es un recurso tan utilizado en este tipo de historias que también acaba resultando demasiado anodino. Aunque la película desprende una honestidad que evita que naufrague estrepitosamente, la directora y guionista camina por terrenos convencionales que hacen poco destacable su propuesta. 

La realidad que plantea el largometraje Valentina (Cássio Pereira dos Santos, 2020) es terrible. En Brasil, existe un abandono escolar de personas trans del 82%, y su expectativa de vida es de 35 años. De hecho, esta producción no solo se programa a competición, sino también dentro del ciclo Brasil Transversal, que incluye otros dos títulos que reflejan la difícil situación del colectivo transexual: Bixa travesty (Claudia Priscilla, Kiko Goifman, 2018) e Indianara (Aude Chevalier-Beaumel, Marcelo Barbosa, 2019). La historia se centra en una joven que se ha trasladado con su madre desde Sao Paulo hasta un pequeño pueblo, en parte debido a un trabajo que ha conseguido ésta, pero en buena medida por la necesidad de empezar de cero después de que Valentina haya tenido problemas con su anterior escuela, en la que no se le ha inscrito por su nombre social, sino por el nombre masculino con el que nació. 

En el nuevo instituto, tratan de conseguir una matrícula para Valentina con su nombre social, amparándose en una ley brasileña que lo establece así. Pero para ello necesitan la firma del padre, que se quedó en Sao Paulo, lo que refuerza la representación de esa masculinización de la sociedad brasileña que impide que evolucione hacia una aceptación de la diversidad. El debut como director de Cássio Pereira dos Santos tiene como protagonista a Thiessa Woinbackk, que en la realidad es una activista y youtuber trans que también debuta como actriz. Ambos realizan un trabajo notable, el primero creando un drama que sin embargo tiene una mirada de reivindicación que no se siente forzada, y ella componiendo un personaje complejo, lleno de personalidad, que suponemos también forma parte de su propia realidad. 

La película se desarrolla con buen ritmo planteando cuestiones importantes sobre la transexualidad en Brasil. Especialmente cuando Valentina prefiere ocultar su condición trans, a pesar de que esta circunstancia modula su vida y siempre está presente en cada paso que da. En este sentido, la historia consigue un personaje nada estereotipado, pero sin embargo sí cae en el estereotipo de los personajes masculinos, que se plantean como demasiado superficiales. Más interesante en este sentido es el retrato del padre, que a pesar de estar separado acude en auxilio de su hija. Resulta llamativo que, a pesar de tener una familia que la apoya en todo momento, que la entiende, la protege y la cuida (seguramente en la realidad no hay muchos padres como los que vemos en esta película), Valentina debe seguir luchando por conseguir que se la acepte como mujer. Hay una cierta tendencia al melodrama en la película, y una resolución del conflicto que se plantea de forma algo forzada, pero también hay una visión optimista, reivindicadora de la libertad por encima del abuso. 

Desde Brasil también se presenta en la programación de Zinegoak el documental Mães do Derick (Denise Kelm, 2020), que tiene como protagonista a un niño que vive en una comuna de mujeres lesbianas que ejercen como madres. De esta forma, el joven Derick crece con cuatro mujeres en medio de un terreno ocupado ilegalmente en la costa de Paraná, una zona especialmente conservadora de Brasil. La directora tiene una evidente complicidad con las protagonistas, y a través de la anécdota del niño educado en esta comuna ofrece una mirada inteligente al empoderamiento de la mujer. Ellas viven, construyen sus casas y mantienen su libertad sin la necesidad de ningún hombre. Y Derick se convierte en el único referente masculino de la familia.

Aunque la directora a veces no consigue equilibrar el retrato feminista y una especie de pretensión musical a través de los temas de rap que interpreta una de las protagonistas, rodados con formato de videoclip, Mães do Derick tiene algunas aportaciones interesantes, sobre todo en secuencias curiosas, como cuando una de las jóvenes madres riega unas plantas con sangre menstrual. En momentos como este el documental adquiere una dimensión casi esotérica, en la tradición femenina de la brujería, y es en este retrato que casi roza la irrealidad donde la película encuentra un camino diferente. Hay tiempo para hablar del feminismo, del anti-capitalismo o del sentimiento queer en una sociedad brasileña que se ha hecho más conservadora. Y aunque se trata de un documental que zozobra a veces, el conjunto ofrece algunas ideas y hallazgos visuales realmente atractivos.  

La fabrique du consentement: regards lesbo-queer (Mathilde Capone, 2019) es otro documental, éste de corte experimental, que reflexiona sobre la idea de consentimiento, pero desde la perspectiva de la comunidad lesbo-queer. El proyecto tiene un planteamiento singular, ya que la directora primero realizó trece entrevistas en Francia y Quebec dentro de la comunidad gay y lésbica, y las transcribió para elaborar un guión, convertido después en texto que interpretan una serie de actores y actrices como si fueran los entrevistados. "Hay personas que se sienten extremadamente cómodas frente a la cámara y otras que no. Hablamos de temas íntimos, sexualidad, relación con el cuerpo, opresión y violencia sexual. Cuando llega el momento de la filmación, cambia profundamente la relación, el discurso pronunciado y el discurso recogido. Quería crear un contexto íntimo donde estuviera sola con una grabadora para encontrar caminos de vida del orden de los sensibles".

De esta forma, el documental se apoya en el anonimato para construir una serie de conversaciones que acaban siendo íntimas. Esta "representación" de ese anonimato se muestra a través de escenas que incluyen a un personaje que solo se ve de espaldas, como si pretendiera esconder su identidad. Pero la base principal del documental está en esa serie de entrevistas realizadas previamente y "actuadas" frente a la cámara. Se plantean así cuestiones que amplían la perspectiva en torno al consentimiento, que no se expresa solo a través de una idea binaria (el o el no), sino que tiene una lectura mucho más amplia, que tiene que ver con las agresiones sexuales, pero también con los límites autoimpuestos y con una especie de pacto necesario entre los amantes. 



10 marzo, 2021

Zinegoak 2021 - Parte 2: Amar en tiempos difíciles

Nuestro segundo repaso a la programación del 18º Festival Internacional de Cine y Artes Escénicas Gaylesbitrans de Bilbao se enfoca hoy en algunas películas que hablan de las relaciones homosexuales en entornos adversos, en países que prohíben las libertades y sociedades que cercenan los derechos humanos, lugares que niegan o, directamente, persiguen a la comunidad LGBTI+. Pero también nos acercamos a películas que nos hablan del deseo y de la ausencia. 

Presentada en los principales festivales de cine documental del año pasado como Sheffield Doc/Fest, CPH-DOX o DocLisboa, Mon amour (David Teboul, 2020) es un proceso de duelo convertido en cine. El director habla de la muerte de su novio, Frédéric Luzy, que produjo algunos documentales como Callas assoluta (Philippe Kohly, 2007), y cuya vida nos la presenta en conexión con la película Hiroshima, mon amour (Alain Resnais, 1959). Como el personaje de la novela de Marguerite Duras, Frédéric Luzy nació en Nerve, y desde esta búsqueda de la inocencia el director narra en primera persona su relación amorosa, llena de altibajos, hasta el fallecimiento por sobredosis del que él tiene un sentimiento de culpabilidad. El documental, de casi tres horas de duración, es una carta de amor y de dolor que comienza como un ensayo que describe los momentos de separación, el sentimiento de la ausencia previa a la muerte: "La última vez que hicimos el amor... disgusto... mis manos acariciando sus huesos a través de la piel".

David Teboul es claro hablando de su relación, nada idílica. La narración en off se superpone a largas y lentas panorámicas que acompañan sus palabras. Para encontrar, quizás, algunas respuestas, decide viajar a Siberia, "el fin del mundo", donde el documental toma un camino diferente, aunque sin dejar de lado las reflexiones que describen momentos de su relación. En cierto modo, sigue la estela de Lettre de Sibérie (Chris Marker, 1958), deteniéndose en entrevistas con los habitantes de un pueblo remoto, casi abandonado, en el que los pocos residentes añoran la época de la Unión Soviética.

David Teboul conoce el lugar, porque ha rodado algunas películas en Rusia, como Bania (2005) documental en el que retrataba los baños rusos como una suerte de homerotismo de la vejez. En las entrevistas, el director pregunta sobre el amor, sobre las relaciones de sus protagonistas, una idea obsesiva que le ha llevado a explorar los relatos de otros para tratar de encontrar algún sentido a su propio fracaso amoroso. Son historias trágicas, que a veces hablan de maltratos, de incomprensión, de pérdidas prematuras... Pero también hay lugar para la esperanza, como esa hermosa historia de amor de dos ancianos que se acompañan tomando una taza de té cuando uno de los dos no puede dormir por la noche. Es un amor incondicional, profundo, que transmite ternura: "A veces le toco la mejilla y le digo: ¡abuelito! estás todo erizado. Ve a afeitarte". Es ese amor casi imposible, casi inimitable. Y quizás también es la respuesta más dolorosa que el amante con sentimiento de culpa pudo encontrar: "Un día, estábamos paseando por la playa de Normandía. Me dijiste, 'Nunca nos dejaremos el uno al otro'. Yo repetí, 'Nunca nos dejaremos el uno al otro'. Tiempo después me confesaste que estabas mintiendo".

El género documental también se presenta dentro de esta sección en Tiempos de deseo (Raquel Marques, 2020), que se estrenó dentro de la programación de L'Alternativa 2020. La directora portuguesa afincada en Barcelona se acerca a ese momento crucial en la vida de una mujer que llega con el embarazo y el deseo de ser madre. La protagonista es precisamente una amiga de la directora que quiere llegar a la maternidad desde su condición de lesbiana y soltera, afrontando el embarazo con la ayuda de sus amigas cercanas. Raquel Marques pone su mirada en este proceso que es también de transformación en la vida de una mujer, que pasa a ser soporte para su hijo/a, que no solo implica un cambio físico sino también psicológico. 

La mirada de la directora, sin embargo, es la de una mujer que ha decidido no pasar por ese proceso, y en cierta manera la película se plantea más como una especie de ensayo que como un documental. Pero esta posición del no-deseo hacia la maternidad implica también un punto de vista respecto a lo que se muestra, incidiendo quizás demasiado en los aspectos negativos del embarazo, en las molestias y la transformación física: "El otro día lloré por el cambio de escena, por no reconocerme a mí misma". La nueva vida se convierte así en una especie de invasora de la intimidad, de un espacio personal y único que dejará de ser único y personal. Hay también una reflexión sobre el concepto de familia y de maternidad, pero no ayuda demasiado esa tonalidad lánguida que sobrevuela toda la película, esa especie de reflejo de cierta trascendencia que quieren tener las palabras. 

Como en Mon amour (David Teboul, 2020), Siberia es también el paisaje desolador mostrado en la película Siberia and him (Viatcheslav Kopturevskiy, 2019), que propone una historia de amor de tintes trágicos desde el mismo comienzo, cuando Sasha, interpretado por el propio director, recibe una llamada de su amante Dima diciéndole que deben dejar de verse. Ante esta decisión, Sasha intenta suicidarse. La relación entre estos dos hombres es el objeto de la película, una relación prohibida pero también controvertida porque Dima es el marido de la hermana de Sasha. Cuando ambos son enviados a un largo trayecto a través de los paisajes angostos de Siberia para visitar a la abuela, que vive en un pequeño poblado aislado, el drama de la ruptura está presente, pero también el deseo irrefrenable de sentirse libres en medio de una naturaleza que es angosta, pero al mismo tiempo liberadora. 

Las sociedades opresivas como la rusa, aquí no reflejada como tal, pero sí mostrada a través de un amor prohibido que debe ser escondido, provocan también una visión trágica del amor. Y en Siberia and him esta condición está plenamente expuesta. La relación que mantienen los protagonistas no parece tener una salida clara, y en cierto modo el viaje a pie que deben realizar funciona como un paréntesis en sus vidas, más que como una oportunidad de afianzarla. Como director, Viatcheslav Kopturevskiy contrasta los planos abiertos del paisaje de Siberia con el enfoque más cerrado, los primeros planos que son casi epidérmicos, que se acercan a la piel, las manos y las miradas, a veces provocando que la imagen se vea borrosa, lo que de alguna manera refleja la propia relación difusa de los protagonistas. 

Apoyada en una hermosa partitura del compositor japonés Yasuhiko Fukuoka, la película camina sobre una delicada línea de melodrama que resulta demasiado exagerada, y propone una visión de la homosexualidad atrapada en un círculo vicioso del que es imposible escapar, abocada a un desenlace nada esperanzador. En este sentido, hay una sensación victimista en la historia que nos recuerda a una representación de la homosexualidad que ya está algo superada, pero que se entiende viniendo de una sociedad represora. Pero el director carga demasiado las tintas en esta visión y los minutos finales se sienten algo forzados. 

La sociedad china, curiosamente, es mucho más abierta respecto a la homosexualidad que la rusa. En 1997 se despenalizaron las relaciones gays, pero existe una aceptación que tiene más que ver con la invisibilidad, no existen leyes contra la discriminación y no hay una manifestación externa de los movimientos LGBTI+. De hecho, se calcula que el 80% de los hombres homosexuales chinos se casan con mujeres por presiones familiares, y según un estudio de las Naciones Unidas, apenas el 5% de las personas LGBTI viven su sexualidad de forma abierta. Todo ello se refleja, como trasfondo, en la película Suk suk (Ray Yeung, 2019), que tiene como protagonistas precisamente a dos hombres ya maduros que a lo largo de su vida han mantenido una visibilidad heterosexual aunque sus sentimientos sean realmente homosexuales. 

Pak trabaja como taxista y vive un matrimonio respetuoso pero aburrido, mientras prepara los detalles de la boda de su hija. En un parque donde se practica el cruising conoce a Hoi, un hombre viudo que vive con la familia de su hijo, pero que tiene una sexualidad más liberada, visitando algunas de las saunas gay de la ciudad de Hong-Kong. La relación que se establece entre ambos supone un efecto liberador para Pak, que comprueba cómo se puede vivir la homosexualidad de una forma más o menos exteriorizada, pero siempre envuelta en una discreción obligada por la sociedad. 

La propuesta del joven director Ray Yeung es interesante porque se enfoca en un amor de madurez, lo que le permite reflejar también la envoltura heterosexual que rodea a la vida familiar de los dos protagonistas, y que es una evidencia de esa aceptación a través de la negación que se practica en China. La actitud del hijo de Hoi, por ejemplo, cuando se da cuenta de que su padre está viendo una información relacionada con la homosexualidad revela esa realidad: el silencio, la mirada hacia otro lado... Y en el caso de Pak parece claro que nunca se planteará el divorcio, aún más afianzado por el hecho de que se encuentra realizando los preparativos para la boda de su hija. La relación se convierte por tanto en clandestina, en subrepticia. Los momentos de intimidad entre los dos protagonistas son hermosos, se sostienen en las miradas y en las caricias, pero también en momentos de cotidianidad que parecen representaciones de un sueño, de una vida probable pero inviable.  

El documental mexicano Cosas que no hacemos (Bruno Santamaría, 2020), estrenado internacionalmente en Hot Docs 2020, ganó una Mención Especial en Viña del Mar, y nos acerca a un manglar situado entre los estados de Nayarit y Sinaloa, una de las zonas donde la violencia del narcotráfico está más presente, pero lo hace centrándose en la mirada de los niños, en una zona donde la presencia de los adultos, principalmente pescadores, es escasa durante el día. Dentro de esta visión infantil, la película acompaña al mayor de ellos, Arturo, en un proceso de madurez que se encuentra entre su todavía sentimiento de niño y su cada vez mayor necesidad de manifestarse como adulto. Pero este proceso de crecimiento es también un proceso de transformación, porque para Arturo no se trata solo de hacerse mayor, sino también de querer ser mujer. Un secreto que guarda para sí hasta que, durante el rodaje de tres años del documental, acaba transformando el punto de vista de la película. El director comenta que "hubo una empatía gigante entre Arturo y yo, que tenía que ver con un rechazo a las masculinidades adultas del pueblo. Yo le conté que tenía novio, pero que mis papás no lo sabían. Y él me contó que también guardaba un secreto frente a sus papás, y es que se viste de mujer."

De esta forma, Cosas que no hacemos se convierte en un coming-of-age protagonizado por un joven enfrentado a su identidad sexual. Y se trata de uno de los documentales más hermosos en torno a la transformación de un adolescente que hemos podido ver el año pasado en muestras como el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva. El contraste entre la alegría y el juego de los niños y la necesidad de reflexión y de tranquilidad que tiene Arturo, entre la luz del día y la oscuridad de una noche que se convierte en refugio, pero también esconde peligros, consigue un equilibrio formal extraordinario. Una mañana, los niños descubren un gran charco de sangre donde parece haber habido un asesinato, y de alguna manera la inocencia se ve interrumpida por la realidad violenta de México, el paraíso se transforma en infierno, mientras Arturo recibe con resignación algún grito lejano de "puto" (maricón) cuando camina por el pueblo. 

Bruno Santamaría es una de las voces más interesantes del cine mexicano, que este año además vuelve a tener una importante proyección internacional con la probable nominación al Oscar de Ya no estoy aquí (Fernando Frias, 2019). Y forma parte de un grupo de cineastas que trabajan en colaboración en diferentes proyectos; por ejemplo, él fue director de fotografía del documental Lo mejor que puedes hacer con tu vida (Zita Eriffa, 2018), de la responsable de sonido de Cosas que no hacemos. Un trabajo en equipo que ha dado lugar a varias producciones recientes muy interesantes. 

Lo que consigue Bruno Santamaría en su último documental es una conexión personal con los protagonistas, gracias la que construye espléndidos momentos de intimidad, como aquel en el que Arturo decide compartir con sus padres su deseo de vestirse de mujer. Una secuencia rodada con una dosis de suspense, pero al mismo tiempo con una emoción que nos atrapa. Y que se extiende también a otras escenas como la de la "transformación" de Arturo que está rodada como una fantasía o un sueño. 

Mientras en una pequeña población de México la principal aspiración de un adolescente es la de poder vestirse de mujer, como reflejo de su deseo de feminidad, en otros países como Suecia, donde las cuestiones de género están más reconocidas, hay también jóvenes que no se sienten identificados con lo masculino ni con lo femenino. Always Amber (Hannah Reinikainen Bergenman, Lia Hietala, 2020), presentada en la Sección Panorama de Berlín 2020, tiene como protagonista precisamente a una persona no binaria que está más cerca en realidad del género fluido, que se identifica con un género u otro dependiendo de las diferentes etapas de su vida en las que se encuentra. Pero Amber, cuando asiste a las entrevistas con la terapeuta que debe establecer su idoneidad para poder practicarse una operación de mastectomía, no se define como "él" o "ella", sino como "ellos". 

Como ocurría con el anterior documental, éste comenzó queriendo contar una historia, pero acabó transformándose en otra cosa. En un principio se centraba en la amistad entre Amber y Sebastian, dos adolescentes no binarios. Pero a los seis meses de rodaje, su relación se rompió debido a un problema sentimental, y las directoras decidieron centrarse en Amber y su búsqueda de la identidad propia (no sabemos por qué evitaron grabar a Amber y Sebastian por separado). Porque precisamente la parte menos interesante para nosotros es aquella en la que las directoras dan una cámara a Amber para que se grabe, porque son las que muestran una adolescencia más estereotipada, pendiente más de la superficie que del fondo. 

Pero cuando el documental se centra en su búsqueda interior resulta mucho más impactante. Porque plantea una reflexión interesante sobre cómo el reflejo en el que se miran las personas no binarias es lo que provoca a veces su necesidad de someterse a una operación radical. No se trata de una decisión tomada a la ligera, sino de una necesidad por no sentirse integrados en una sociedad. Y resulta interesante cómo Amber comienza a tener dudas cuando se siente aceptado tal como es. "No me suelen gustar las decisiones que tomo cuando estoy mal. ¿Cuánto debería cambiar yo solo porque la sociedad no cambia lo suficientemente rápido? Algunas personas piensan como mi madre, que lamentaré la decisión en el futuro, y que no tengo que cambiarme porque no tengo nada de malo, lo sé". Aunque el documental se mueve entre la apatía que provocan las superficialidades adolescentes y la profundidad psicológica que supone un cambio radical, consigue hacernos reflexionar sobre la necesidad de evitar las etiquetas que acaban por constreñir la identidad de las personas.

Como proyección especial fuera de la competición se ha presentado una de las mejores películas que vimos en el pasado Festival de Gotemburgo. Limbo (Ben Sharrock, 2020) es el debut de su director y tiene como protagonistas a cuatro refugiados que han sido trasladados a unas remotas islas escocesas, un lugar casi deshabitado, con cuatro casas mal contadas que acoge a los emigrantes con amabilidad, pero también con cierta condescendencia. El personaje principal es un músico sirio que mantiene contacto con sus padres, que se quedaron en Turquía, y con su hermano, que decidió permanecer en Siria para luchar. Una herida en la mano le impide tocar el laúd, con el que se convirtió en un reconocido intérprete en su país antes de la guerra, pero parece más bien que se trata de una excusa que convierte al instrumento, que lleva siempre consigo en una maleta, en su conexión con Siria, pero también en su incapacidad para volver a tener una vida normal. "Un ataúd del alma", como lo describe su compañero iraquí homosexual, que ha huido de su país porque fuera de él "puedo ser quien soy".


Lo que hace de esta película especial es su sentido del humor agridulce, su economía de recursos en la planificación que utiliza un formato 1:33 pero que construye encuadres muy bien elaborados. El contexto de esta pequeña localidad convertida en refugio de refugiados también es utilizado por el director para escenas de una comicidad seca, pero muy efectiva. El estilo de Ben Sharrock nos recuerda en ciertos momentos a las mejores películas de Aki Kaurismäki. La primera escena, chocante pero muy divertida, muestra a dos profesores como si estuvieran bailando en una discoteca, que en realidad pretende ser una lección sobre cómo se debe tratar a una mujer respetando los límites de la educación. Esta comicidad del momento esconde, sin embargo, un subtexto muy crítico en torno a la "reeducación" de los refugiados, una predisposición a pensar que por provenir de países árabes son abusadores. Las lecciones que imparten estos profesores son algunos de los momentos más hilarantes de la película.

Pero esta comedia agridulce se va haciendo menos dulce y más agria conforme se desarrolla. La eterna espera de los protagonistas en esas remotas islas mientras se decide su situación legal se convierte en una especie de prisión al aire libre. Este lugar amable pero recóndito se convierte en un anhelo de una vida nueva, mientras la lejanía de su familia va medrando poco a poco la moral del protagonista. La cabina de teléfono en medio de la nada representa también la inanidad de una vida que no tiene un futuro claro. Limbo es una película espléndida, pequeña en su forma pero grandiosa en su contenido.


Zinegoak se puede ver en salas de Bilbao y Filmin hasta el 14 de marzo. 

Suk suk y Always Amber se pueden ver en Filmin hasta el 11 de marzo.
Mon amour se puede ver en Filmin hasta el 12 de marzo.


08 marzo, 2021

Zinegoak 2021 - Parte 1: Reivindicando la diversidad

El 18º Festival Internacional de Cine y Artes Escénicas Gaylesbitrans de Bilbao, más conocido como Zinegoak, es uno de los referentes del espacio de festivales LGTBI+ en el País Vasco, pero también en el resto de España. Este año se enfrenta por primera vez a la necesidad de alternar una edición presencial, que incluso amplía salas, con una versión digital a través de la plataforma Filmin. Del 1 al 14 de marzo el festival propone una programación que este año está dedicada a la diversidad sexual, a la construcción de la identidad de género que protagoniza una generación con más referencias y menos límites. Es además la última edición que dirige Pau G. Guillén, un alicantino afincado en Bilbao que ha estado al frente del festival durante los últimos diez años, al margen de realizar algunos trabajos como director de producción en películas como Ander (Roberto Castón, 2009), A escondidas (Mikel Rueda, 2014) o Los tontos y los estúpidos (Roberto Castón, 2014). 

En esta edición de Zinegoak se entrega el Premio Honorífico al director francés Sébastien Lifshitz, del que se proyecta una pequeña muestra de su filmografía. Se trata de uno de los realizadores que mejor ha explorado el tema de la diversidad sexual en sus películas, desde sus primeros títulos de ficción como Wild side (2004), que estaba protagonizado por un triángulo amoroso formado por una mujer transgénero y dos amantes masculinos, o Plein sud (2009), una road movie con destino España que llevaban a cabo cuatro jóvenes cuyas relaciones eran complejas y marcadas, en el caso del personaje principal, por un pasado que en realidad es una herida  sin cicatrizar. Esta mirada al pasado como un espacio traumático es una constante del cine de Sébastien Lifshitz, incluso en sus reconocidos documentales, género que ha ido visitando cada vez más asiduamente en los últimos años, como Los invisibles (2012) sobre el recuerdo de la dificultad de vivir una homsoexualidad libre hace décadas, a través de entrevistas a personas de edad avanzada, o sus producciones siguientes, que parecen episodios separados de aquel espléndido documental: Bambi (2013), una hipnótica entrevista a Marie-Pierre Pruvot, a través de su experiencia como travesti en Le Carrousel de Paris en los años cincuenta y sesenta, y Les vies de Thérèse (2016), una aproximación a la veterana activista Thérèse Clerc. La mirada del director se ha enfocado en sus dos últimas producciones en la adolescencia y la niñez con sus dos películas Adolescentes (2019), nominada este año a seis premios César, y Petite fille (2020). 

La estructura del festival Zinegoak está formada por tres secciones competitivas, además de una sección dedicada a producciones con un enfoque más juvenil, y este año también con un pequeña ciclo de películas llamado Brasil Transversal que quiere llamar la atención sobre la realidad trans en ese país, en el que se comete el mayor número de asesinatos a personas transexuales en el mundo. Tres producciones recientes brasileñas que tratan el tema de la transexualidad forman parte de esta retrospectiva dentro de la programación de Zinegoak: Bixa travesty (Claudia Priscilla, Kiko Goifman, 2018), Indianara (Aude Chevalier-Beaumel, Marcelo Barbosa, 2019) y Valentina (Cássio Pereira dos Santos, 2020). 

Seis títulos forman parte de la Sección KRAK, entre los que hay que destacar Enfant terrible (Oskar Roehler, 2020), que lleva el sello de la selección del cancelado Festival de Cannes de 2020. Es un biopic del director alemán Rainer Werner Fassbinder, que coincidió con el 75 aniversario de su nacimiento. Curiosamente, se trata de un director que no está suficientemente apreciado en Alemania, y posiblemente parte de su cine ha envejecido mal, pero se trata de una de las figuras más relevantes del cine de la posguerra, atrevido, visceral y provocativo. El director Oskar Roehler adopta una puesta en escena teatral, con decorados que no intenta disimular, pero esta opción visual conecta bien con el universo de Rainer Werner Fassbinder, creando una especie de ensoñación que tiene algo de artificial, como su propio cine. La película sin embargo se detiene más en la persona que en sus creaciones, y nos muestra a un personaje (espléndidamente interpretado por Oliver Masucci, al que hemos visto en series como Dark (Netflix, 2017) y Tribus de Europa (Netflix, 2021))) que es iracundo, maleducado y déspota. Pero este foco principal en su personalidad hace que la película acabe siendo repetitiva, y que realmente no se muestre la relevancia de su obra como artista (solo hay algunas apariciones de personajes como Andy Warhol y Freddie Mercury que de alguna forma intentan mostrar su proyección internacional), ni aspectos relevantes como su relación con el universo femenino.


Presentada en la pasada Mostra de Venecia y en el Festival de Sitges, Saint-Narcisse (Bruce LaBruce, 2020) es la última película del director canadiense que ya ha sido objeto de una retrospectiva en Zinegoak. En un festival dedicado a la diversidad, sin duda se trata de una película que refleja ésta de forma evidente, sobre todo en esa escena en la que suena el tema "Family affair" de Sly Stone, que es una muestra provocativa y exuberante del poliamor. De alguna manera Bruce LaBruce consigue con esta relectura del mito de Narciso, un joven tan hermoso como engreído que sufrió el castigo de Némesis por su soberbia, enamorándose de su propio reflejo y sucumbiendo al desamor, una de sus películas más elaboradas, más precisas en la construcción de los personajes. La historia se sitúa en el año 1972 y tiene ecos del cine de terror francés de la época, pero comienza con la firma característica del director, una escena erótica en una lavandería que recuerda al famoso spot de Levis 501 de 1984. 

Las referencias son constantes en la película, y también ese sentido del humor que con los años se ha hecho más soterrado, pero que es una de las principales virtudes del director. El protagonista encuentra unas cartas enviadas por su madre, a la que no conocía, y decide ir a buscarla. Pero en su viaje descubre también un monasterio donde habita un joven que es exactamente igual que él. Bruce LaBruce no deja escapar la ocasión para utilizar toda la iconografía homoerótica religiosa, desde jóvenes novicios que se bañan desnudos en un lago, hasta el abuso sexual por parte del hermano mayor, obsesionado por la figura de San Sebastián, mártir cristiano convertido en icono gay gracias a Oscar Wilde, entre otros autores. El protagonista es un joven que se hace selfies con una Polaroid, que se solaza en la visión de su propia imagen, que no tiene pudor en desnudarse delante de una desconocida, y que acaba obsesionado por ese joven que parece un reflejo suyo. 


Hay un desarrollo irregular en la historia, con algunos momentos, especialmente los que muestran la relación entre el protagonista y la pareja de su madre, que tienen diálogos poco consistentes, pero la película resulta más atractiva en todo lo que tiene que ver con el monasterio y esa mezcla de erotismo con cierto aire terrorífico. Al director no le interesa tanto la solidez de la trama como el impacto de las imágenes. Y es en esas escenas en las que Bruce LaBruce despliega ese estilo travieso, maquillado de cierto humor, que caracteriza a buena parte de sus películas. Y también es apropiado y provocativo un final que utiliza una versión muy sui generis de la alegre familia cristiana para volar en pedazos todo su contenido simbólico y convertirla en un puñetazo visual que tiene una carga muy divertida.   

En la sección FIK encontramos una mayor presencia de películas que abordan historias protagonizadas por mujeres. El Estatus de Protección Temporal (TPS) es una permanencia temporal que se otorga en los Estados Unidos a ciudadanos de países afectados por conflictos armados o por desastres naturales. La lista de países cambia según la administración que gobierne en la Casa Blanca, pero habitualmente está formada por una decena de países, entre los cuales se encuentran algunos de Latinoamérica como El Salvador, Honduras o Nicaragua. El presidente Donald Trump trató de reducir el número de las zonas beneficiadas por este estatus, y esta incertidumbre que vivieron muchos ciudadanos a los que se les denomina dreamers (los buscadores del sueño americano) es el eje principal de la película La leyenda negra (Patricia Vidal Delgado, 2020), a través de la historia de una estudiante salvadoreña que se encuentra pendiente de una beca para asistir a la Universidad de Los Angeles (UCLA). 

La directora portuguesa presentó esta película en Sundance 2020 y luego ha pasado por diversas muestras cinematográficas. Rodada en blanco y negro, cuenta una historia sencilla sobre la amistad de dos chicas que en algún momento se mezcla con un enamoramiento, pero sobre todo se centra en el personaje principal, una joven combativa que tiene que hacer frente a numerosas barreras que no están del todo superadas: su identidad como lesbiana, su origen salvadoreño y la negación de esa reescritura de la conquista de América que se ha llevado a cabo durante muchos años, y que también afecta a su condición de refugiada a la espera de alcanzar el "sueño americano". Pero también es una joven que encaja mal en un entorno superficial y apático, donde no se cuestiona nada, donde no hay rebeldía y se asume la vida con condescendencia. La fotografía en blanco y negro es sinónimo de este sentimiento, de esta negación de ver la vida como el efecto y su contrario, sino absorbiendola con sus matices. 


La película trata estos temas sin caer en los diálogos explicativos, pero también es cierto que esta búsqueda de la narración no explícita tiene un resultado irregular, porque nos evita encontrar nexos de unión con la protagonista, y acaba siendo un relato demasiado impreciso. A la directora se le va la mano en la sutileza de las escenas, y en muchos casos esperaríamos de los personajes (la mayor parte jóvenes no profesionales) una exposición más clara de sus sentimientos. Esto se muestra también en un final que es es devastador, pero que no se refleja como tal. 

La película chilena La nave del olvido (Nicol Ruiz Benavides, 2020) consiguió el Premio a la Mejor Directora en el pasado Festival de Cine Iberoamericano de Huelva. Su historia habla de la liberación del amor en la madurez, de aquellas mujeres ya mayores que tuvieron que dejar a un lado sus sentimientos para ocupar el lugar que supuestamente les correspondía, el de esposas y madres, en una sociedad obtusa. Claudina, que se ha quedado viuda recientemente, conoce a Elsa, casada pero cuyo marido está ausente casi todo el tiempo. Elsa se convertirá en la plataforma del descubrimiento de una nueva sexualidad para Claudina, no una sexualidad desconocida para ella, sino aletargada por la posición que ha tenido que ocupar durante toda su vida. Pero también en la actualidad, en el entorno de un pequeño pueblo chileno que es capaz de asumir con normalidad la aparición de extrañas luces de objetos no identificados en el cielo, pero se envuelve en cuchicheos y murmullos en torno a la relación entre Claudina y Elsa.


Ellas se convierten en las auténticas extraterrestres, en el objeto de miradas extrañadas que les obligan a demostrar su amor únicamente en una discoteca de ambiente homosexual subterránea. En La nave del olvido, una película pequeña rodada en tan solo 16 días, la directora despliega una historia de sentimientos que está muy bien interpretada por Rosa Ramírez y Romana Satt, aunque en el terreno de la dirección se dispersa a veces en una intención autoral que lastra algunos de los logros de la historia. Hay elementos que consiguen una conexión con el espectador, pero al mismo tiempo termina cayendo en un final que resulta decepcionante, como una cierta incapacidad para concluir la historia. 

La sección DOK muestra una selección de seis documentales que abundan en la construcción de una sociedad que necesita aceptar la diversidad de género. No es el caso de Hungría, donde la permanencia en el poder de un partido de extrema derecha ha provocado una asfixia cada vez más radical hacia la comunidad homosexual. En este entorno se mueven las protagonistas de Her mothers (Asia Dér, Sara Haragonics, 2020), una pareja lesbiana que toma la decisión de adoptar a una niña. En su país no está permitido el matrimonio homosexual y la adopción homoparental se equipara con la pedofilia, pero sí está permitida que una madre soltera adopte, por lo que cada una de ellas decide solicitar la adopción por separado. Este viaje complicado está narrado por las dos directoras de una forma íntima, posibilitada por el hecho de ser un proyecto inicial de ellas dos únicamente, una con la cámara y otra con el sonido. Aunque más tarde consiguieron ayudas del Sundance Institute, fue adquirida por HBO Europe y se presentó en festivales destacados como Hot Docs. 

La cercanía de las directoras con las dos protagonistas consigue momentos de sorprendente intimidad. Y mientras la primera parte está dedicada a mostrar el difícil y lento proceso de adopción, salpicada por declaraciones homófobas de políticos húngaros, la segunda parte es más interesante porque deja a un lado el plano político y activista y se enfoca más en el cambio que supone para la pareja la llegada de su hija, una niña de dos años de origen gitano. Esta maternidad supone un desafío para la pareja, e incluso plantea en algún momento dudas sobre cómo la niña afronta el hecho de tener dos madres, sobre todo cuando es evidente que muestra una cierta inclinación hacia una de ellas. En este sentido, resulta un documental que afronta con valentía reflexiones que habitualmente quedan en segundo plano.


El hecho de que una pareja homosexual sienta la necesidad de trasladarse a otro país debido a la represión, quizás no tan física como en Chechenia o Rusia, por ejemplo, pero sí de una forma intelectual y educativa, es algo que sorprende que se permita en Europa. Hay un momento en el que una de las protagonistas comparte una pesadilla en la que ha imaginado cómo un grupo de neonazis ataca su casa. Es el terror de las sociedades opresivas, las que niegan las libertades y los derechos de las personas. 

La producción argentina Canela (Cecilia del Valle, 2020) es otro ejemplo de esos documentales que logran una conexión inmediata entre la directora y la protagonista, y por extensión consiguen también transmitir una empatía con el espectador. Canela es una mujer trans que tomó la decisión de mostrarse como mujer a una edad madura, sometiéndose a tratamientos con hormonas. Madre de tres hijos, dueña de una empresa de construcción, su realidad se transformó completamente, con la pérdida de clientes y una inestabilidad vital que se vio acrecentada por la crisis económica. Pero Canela ha sabido mantener a flote su empresa y da clases de arquitectura en la Universidad. El documental la muestra, a sus 62 años, en una encrucijada nueva en torno a la decisión de operarse para la reasignación de sexo. 


Quizás este planteamiento es el menos atractivo del documental, pero es sobre el que gira buena parte de la historia. El enfoque hacia la genitalidad de las personas transexuales resulta algo arcaico, como una mirada superficial desde el punto de vista una directora cis. Y el hecho de que la película se centre tanto en el tema, en las dudas de Canela sobre el efecto que esta operación tendrá sobre ella a una edad madura, lastra parte del interés del documental. Porque el personaje es lo suficientemente atractivo, inteligente y expresivo como para no necesitar incidir en la genitalidad. Por ejemplo, solo conocemos datos de su pasado cuando habla con la psicóloga, e intuimos que ha sido un proceso complicado llegar a asumir su identidad a una edad avanzada, al contrario de lo que se nos suele mostrar en otros documentales, protagonizados generalmente por personas jóvenes. Nos interesa conocer a Canela como profesional, como madre, como abuela. Nos interesa saber más sobre ese amor del pasado que ahora vuelve a cruzarse en su camino. Pero la directora parece más interesada en su genitalidad.  



Zinegoak se puede ver en salas de Bilbao y Filmin hasta el 14 de marzo.