27 septiembre, 2006

Festivales muertos, genios muertos, músicos bocazas

El mundo de la música de cine anda revuelto. Por un lado, la muerte de Sir Malcolm Arnold, compositor de extraordinaria dimensión que sin embargo acabó siendo conocido popularmente por una melodía que ni siquiera escribió. Por otro, las declaraciones de James Horner menospreciando la música rechazada de Gabriel Yared en "Troya" y arremetiendo contra Terrence Malick. Por último, la confirmación definitiva del desinterés que ha provocado en Sevilla la desaparición de la cita más importante de la música de cine en Europa.

La programación que para la temporada ha hecho pública el Teatro de la Maestranza de Sevilla confirma definitivamente lo que ya se sabía. El Encuentro Internacional de Música de Cine, que se convirtió (lo sigue siendo aún porque no ha surgido ningún evento de su trascendencia) en la cita con la música de cine más importante de Europa, ha sucumbido ante la indiferencia de los gestores culturales y los medios de comunicación. Nadie parece echar de menos esos conciertos que trajeron a Sevilla a todos los grandes músicos de cine clásicos (verbigracia John Williams, que sigue siendo la asignatura pendiente en España, aunque hay alguna reciente iniciativa que continúa intentándolo). Por aquí pasaron Jerry Goldsmith, John Barry, Elmer Bernstein, Georges Delerue, Ennio Morricone... además de nuevas incorporaciones al universo fílmico como Howard Shore, Patrcik Doyle, Roque Baños o Gabriel Yared.

Curiosamente, aquel estreno de la Sinfonía de El señor de los anillos se convirtió en la definitiva debacle del encuentro, en cuyo seno ya se vislumbraba la verdadera razón de su deceso: El desinterés de sus promotores, principalmente la Diputación Provincial de Sevilla, reforzada por el cada vez mayor distanciamiento de su mentor, Carlos Colón, de los preceptos socialistas (contra los que viene soltando diatribas desde su púlpito en el populista Diario de Sevilla). En definitiva, lo de siempre.

Lo peor, en todo caso, es la absoluta indiferencia del mundo cultural sevillano que, como en otras ocasiones, deja pasar la oportunidad de seguir siendo referente de la música. Sí, Sevilla es promocionada desde su Ayuntamiento como la Ciudad de la Música, pero defenestra una cita que al menos en los últimos años contó con el repaldo del público.

Otra cosa es que la organización del último concierto fuera un desastre (no por los organizadores, sino por el pasotismo de los patronos), y la espantada del Coro de la Maestranza a última hora (actitud poco profesional) provocó que al final fuera un coro, digamos, rociero quien se encargara de emular los aires elfos de la banda sonora.

Lástima que la vida cultural siga pendiente de los caprichos de la vida política.

Mientras tanto, se nos fue Malcolm Arnold, a los 84 años, antes de estrenar su última obra en Londres, inspirada en Los tres mosqueteros. Este músico de exquisito prestigio, aunque tan poco programado por las orquestas españolas, acabó llegando a la popularidad gracias a la famosa Marcha del Coronel Bogey, tonada de Kenneth Alford que, como Malcolm Arnold confesaba en una de sus últimas entrevistas para Miguel Ángel Ordóñez y Pablo Nieto en la revista virtual Scoremagacine, escogió sin ninguna razón especial, y acabó convirtiéndose en sello representativo de su música aunque no tuviera nada que ver con él. Suponemos que muchos académicos de Hollywood votaron la banda sonora de El puente sobre el río Kwai para ganar el Oscar mientras silbaban la melodía, creyendo que era obra de Arnold. Paradojas que sólo el cine puede producir.

Y James Horner ha levantado la caja de los truenos con sus declaraciones para Daniel Schweiger en la radio online filmusicworld con respecto a su trabajo en Troya y poco menos que su condición de salvador del desastre. Pero lo más curioso es su absoluto desprecio por la música que había creado Gabriel Yared ("música de película de Hércules de los 50") y su relato poco respetuoso de los hechos que llevaron a Wolfgang Petersen a despedir al compositor libanés. Las declaraciones sueltan chispas, llegando a afirmar que la banda sonora de El paciente inglés es prácticamente Bach (vamos, que no tenía nada de original). Claro que si lo afirma un compositor cuyas "referencias" clásicas son más que evidentes, por no decir constantes, produce risa. James Horner afirma que tuvo sólo 10 días para componer la música de Troya, justo el mismo tiempo en el que Malcolm Arnold usó para componer la banda sonora de El puente sobre el río Kwai.

También habla de su trabajo en El nuevo mundo y cómo se despreció su música, haciendo un desaguisado tal en el montaje que, como afirma, "la película era incomprensible, no se entendía. Todo el mundo lo decía. Todo el mundo. Pero el director tenía el poder del montaje final. Y mi música ya no tenía sentido". Y sigue diciendo: "Fue una de las experiencias más decepcionantes que he tenido. A Terrence Malick le gustaba mi música, pero no tenía ni idea de qué hacer con ella, no tenía ni idea de cómo utilizarla".

Bueno, al menos de falta de sinceridad no se puede acusar a James Horner. Pero, ya lo sabemos, no es un tipo que tenga muchos amigos entre la profesión debido a su (parece que justificada) fama de prepotente.

16 septiembre, 2006

Maniqueísmo en el cine

Películas que reflejan realidades históricas desde el maniqueísmo, lo que lastra en parte sus resultados, llegan a las carteleras españolas. Manipulación de la realidad que también ofrecen los medios de comunicación en posicionamientos políticos vergonzantes. La Academia de Cine elige la terna de películas que optan a representar a España en los Oscar. ¿Se atreven a apostar?


Dos películas de estreno reciente en España tratan de reflejar dos realidades históricas a través del retrato, más o menos certero, de unos personajes por los que toman partido, adoptando actitu
des maniqueas: El viento que agita la cebada, de Ken Loach y Salvador (Puig Antich), de Manuel Huerga. Ambas presentadas con éxito en el Festival de Cannes, la primera ganadora de la Palma de Oro en la Sección Oficial y la segunda presente en la prestigiosa Un Certain Regard.

De Ken Loach ya conocemos su tendencia a inmiscuirse en el retrato de sus personajes dejando claramente palpable su posición ante los hechos que cuenta (El viento que agita la cebada tiene más de un punto en común con su tergiversada manipulación de la Guerra Civil española en Tierra y libertad). En este caso, mostrando los primeros pasos de la rebelión irlandesa contra la ocupación inglesa, que más tarde daría lugar, no lo olvidemos, a uno de los grupos terroristas mas sanguinarios de la reciente historia de Euiropa, Ken Loach y su guionista habitual Paul Laverty (marido de la actriz y directora española Icíar Bollaín), ofrecen una visión algo borrosa de la rebelión del pueblo irlandés, principalmente a través del dibujo de los soldados ingleses como perros ladradores (son constantes sus gritos y actitudes violentas) frente a la posición humanizada de las acciones terroristas (llegado el punto, en contra de sus propios vecinos) de los irlandeses.

Por su parte, Manuel Huerga ennoblece la causa protagonizada por el joven Salvador Puig Antich (dramáticamente convertido en símbolo de la rebeldía frente al régimen al convertirse en el último condenado a garrote vil de una dictadura agonizante), mostrando a la brigada policial que le detiene como brutales representantes de la represión, deshumanizados hasta extremos exagerados. Aunque, eso sí, trata de compensar con el retrato de un guardia de prisión (excelente Leonardo Sbaraglia) que se va humanizando a lo largo de la película, pero que resulta quizás el menos creíble de los personajes de esta historia.

Es legítimo, desde luego, que los autores de obras creativas tomen posiciones y dejen que se plasmen con transparencia en sus creaciones. Personalmente, sin embargo, creo que esta decisión lastra las pretensiones de películas como éstas que requerirían, a mi parecer, un necesario distanciamiento para dar mayor credibilidad a unos hechos que, recordemos, son históricos. Moldear héroes casi nunca ha servido para entender los acontecimientos históricos, y el paso del tiempo permite llamar a las cosas por su nombre y tener la posibilidad de transmitir la verdadera intensidad de personajes poliédricos que ni son ángeles ni son demonios.

Claro que si la manipulación puede resultar aceptable en la ficción del cine, sí que debería ser objeto de rechazo absoluto en la realidad, especialmente en los medios de comunicación, que estos días demuestran su descarado posicionamiento en los dimes y diretes frente a las teorías conspirativas de los atentados del 11 de Marzo. Resulta repugnante asistir al papel de correveidiles que adoptan la mayor parte de los medios, bien lamiendo la mano del gobierno actual, bien tratando de justificar las inauditas hipótesis de la oposición. En este sentido, sí sería necesaria una rebelión real en contra de la manipulación informativa.

La Academia de Cine ya ha elegido a las tres películas españolas entre las que tendrán que votar sus miembros para elegir a la representante para los Oscar de Hollywood: Salvador (Puig Antich), Alatriste y, por supuesto, Volver forman la terna de títulos que podrían optar a tal reconocimiento. Lo que demuestra al margen de los valores propios de las películas, la poderosa posición que las productoras Mediapro y Estudios Picasso han alcanzado en nuestro cine, uniéndose a la siempre aventajada de El Deseo. Las apuestas están abiertas.

07 septiembre, 2006

Alatriste, malos propósitos

El cine español se atreve a poner en marcha una gran producción que encima pretende convertirse en un éxito sin precedentes. El millón de espectadores que ha conseguido en su primer fin de semana, lejanas aún las recaudaciones (4,5 millones de euros) de los 24 millones de euros que ha costado, al menos parece haber logrado parte de sus objetivos.


Ahí está, precisamente, una de las incógnitas de Alatriste, producción que difícilmente resultará rentable aunque logre una taquilla sobresaliente en el único país en el que realmente parece tener posibilidad de interesar: España. Porque no estamos, como pudiera ocurrir con otras grandes producciones de países no muy dados a ellas como Polonia o Hungría, ante una historia fácilmente exportable (qué duda cabe que el éxito de sus precedentes literarios ha contribuido notablemente a la presencia de lectores-espectadores en los cines). En todo caso, al menos se demuestra que con la promoción adecuada, una producción española puede llenar las salas sin necesidad de pasar por festivales o ganar el Oscar, aunque esté producida (paradojas del actual sistema de producción) por dos multinacionales norteamericanas: 20th Century Fox y Universal.

En todo caso, lo mínimo que se le podría pedir a una película pretendidamente pomposa (el trasfondo de la época de Quevedo y el Conde Duque de Olivares) que se sostenga sobre una escritura de guión que sepa moldear historias de diversa procedencia (las varias novelas escritas por Arturo Pérez Reverte) para encontrar el equilibrio adecuado entre una historia de la España más oscura y cierta dosis de espectacularidad. Arduo trabajo que realmente no consigue su propósito, por mucho que se esfuerce Díaz-Yanes en tratar de introducir la máxima información posible. Mucha, desde luego, y muchas veces nada diáfana.

Pero Alatriste no pasaría de ser otro intento fallido de adaptación al cine desde la literatura, sin caer en el despropósito si no hubiera tal cúmulo de errores, de fallos de cásting, de cutres intentos vanos de hacer espectacular lo que solo se queda en pobre, de incapacidad para concretar el ritmo adecuado que no nos introduzca en el sopor... Y ahí surgen preguntas con difícil respuesta: ¿A quién se le ocurrió y por qué dar el papel de Bocanegra a la actruz Blanca Portillo? ¿Por qué algunas de nuestras supuestas estrellas, entiéndase Eduardo Noriega, Unax Ugalde... son tan pésimos actores si no están dirigidos con talento? ¿A qué se debe el empeño de tratar de otorgar espectacularidad a escenas de acción que no tienen acción? (en este sentido, habría que repasar una película tan certera como "A cock and bull story", de Michael Winterbottom, que precisamente incluye una discusión en un rodaje en el que se plantea si merece la pena o no rodar una batalla. Indispensable).

Tras numerosos descartes (Ennio Morricone, Howard Shore...) el importante trabajo musical de la película recayó en el compositor comodín de nuestro país. Como con José Nieto hace años, ahora parece que no hay otro músico en España que no sea Roque Baños para este tipo de proyectos. Escuchado al margen de la película, la música es acertada, hermosa, romántica, utiliza elementos sacados de su trabajo para Salomé, de Carlos Saura, que adapta con soltura a los pasajes de acción. En la película, la música molesta pero, sobre todo, está mal utilizada (ya ha denunciado Roque Baños públicamente que no se le permitió estar presente en las mezclas finales). Craso error, porque Díaz Yanes debe ser tan inútil (no creo que José Salcedo, excelente montador, tenga tan mal oido) como para desaprovechar una excelente partitura. El ejemplo más claro está en la escena del galeón, despropósito absoluto en el que la música aparece y desaparece sin ningún sentido. Y da la impresión de que Roque Baños, cuando la compuso, pensaba que las escenas de acción iban a ser más espectaculares de lo que son (si compones como para una batalla de El señor de los anillos y al final salen cuatro gatos dándose espadazos, la cosa se sale de tiesto).

Lástima la penosa impresión que nos ha dado esta película, porque si el cine histórico español está marcado por títulos como éste, mejor nos seguimos dedicando a las películas de Torrente. Solo destacar, porque hay que reconocerlo, el magnífico trabajo de fotografía de Paco Femenía al que, como a Roque Baños, se ha desbordado de talento para acabar desbordando un producto tibio).