27 marzo, 2020

La humanidad deshumanizada: ¿Inteligencia? Artificial

La crisis del coronavirus supone, no solo una grave pandemia que los investigadores no han sabido predecir y para la que los gobiernos no han sabido estar preparados, sino también un rápido adelanto de las características que nuestra sociedad planteaba como futuro pero que ahora se han convertido en presente. El teletrabajo, el aislamiento social, la soledad de individuos encerrados en sus propias casas, se planteaban como un futuro distópico que autores de ciencia-ficción como Isaac Asimov, Philip K. Dick, J.G. Ballard o E.M. Forster ya habían predicho en sus relatos.

Nuestra sociedad está experimentando estos días una suerte de ensayo de lo que nos llegará en el futuro. Pero documentales como Google and the world brain (Ben Lewis, 2013), The great hack (Karim Amer, Jehane Noujaim, 2019)  o iHuman (Tonje Hessen Schei, 2019) ya nos hablan de esta realidad, mucho más presente de lo que pudiera parecer. Y de las estrategias de compañías millonarias y gobiernos férreos para recopilar el mayor número de datos sobre la población con el objeto de tener un control mayor sobre sus ciudadanos. China utilizó sus recursos de metadatos para controlar la epidemia del coronavirus, otorgando a los ciudadanos diferentes colores a través de una APP diseñada por el gigante tecnológico Alibaba, según la posibilidad de contraer el virus: verde para los ciudadanos sanos que podían moverse con libertad; amarillo para quien había estado cerca de zonas infectadas, obligados a permanecer 7 días en cuarentena; y rojo para quienes hubieran tenido un contacto más cercano con personas enfermas o zonas altamente afectadas por la epidemia, que debían hacer una cuarentena forzosa de 14 días. Otra APP monitorizaba, en muchos casos de forma obligatoria, a los ciudadanos para saber qué grado de afección podrían tener en virtud de sus movimientos. 

China ha conseguido, al parecer, controlar la extensión del coronavirus en su territorio, y sus ciudadanos, ya acostumbrados a un control férreo por parte de las autoridades, han tomado con buena disposición esta recopilación de datos que en países democráticos sería considerado una violación de los derechos humanos. El problema se plantea cuando la permanencia de estos big data no es una información que se autodestruye, sino que permanece indefinidamente en manos de quienes lo han recopilado. O lo que es lo mismo, en China se ha controlado la enfermedad a costa de perder, aún más si cabe, el derecho a la privacidad. En 2017, el analista David Carroll solicitó a Cambridge Analytica un DSAR (Data Subject Access Request) que, ante la respuesta vaga de la compañía, desembocó en una batalla legal que finalmente no tuvo respuesta, tras la declaración de bancarrota de la compañía ante el escándalo de la utilización de millones de datos personales en favor de la campaña presidencial de 2016.

En el documental Google and the world of brain (Ben Lewis, 2013) se plantea cómo la empresa Google decidió hace unos años escanear el mayor número posible de publicaciones (libros, revistas, periódicos...) para construir una supuesta gran biblioteca virtual en la que se podrían encontrar todas las obras escritas a lo largo de la historia en el mundo. Para ello, contó con la colaboración de algunas de las bibliotecas más prestigiosas de Estados Unidos y Europa, aunque en el viejo continente comenzó a encontrarse con dudas sobre las verdaderas intenciones del gigante tecnológico y con serios conflictos con los derechos de autor. Porque, finalmente, Google no estaba diseñando una "biblioteca" virtual, sino una "librería" virtual, otorgándose a sí misma el derecho a cobrar por la consulta o lectura de las publicaciones que había estado escaneando, y que muchas de ellas, una vez desaparecidas físicamente, estarían en exclusiva en poder de Google. 



Se trata de una tergiversación maquiavélica y mercantilista de lo que H.G. Wells desgranaba en su artículo World brain, que publicó en la Encyclopédie Française en 1937, apostando por una gran enciclopedia mundial permanente como una "síntesis mundial de bibliografía y documentación con los archivos indexados del mundo". 

Pero esto no es nuevo. Recordemos que los coches de la compañía Mountain View que trabajaban para Google en la captación de fotografías de las ciudades para la tecnología de Street View, tenían una segunda función: recopilar datos de redes wifi privadas que estaban situadas en las zonas por las que pasaban los coches. Google afirmó que esta recopilación de datos fraudulenta fue un error, pero tuvo que pagar 5,3 millones de dólares como indemnización en Estados Unidos, y algunas otras multas en diferentes países de Europa. Sin embargo, aunque desde Google se afirmaba que estos datos nunca serían utilizados, lo cierto es que, como suele suceder, poca fiabilidad tienen las intenciones públicas de una compañía como ésta.

Megadatos y geolocalización: Armas de manipulación masiva 

Ese futuro controlado por la Inteligencia Artificial, en el que el ser humano cada vez juega un papel menos importante, también está planteado en el documental iHuman (Tonje Hessen Schei, 2019). La directora noruega ya se había acercado al peligro de las tecnologías en su anterior película, Drone (Tonje Hessen Schei, 2014), que analizaba la guerra de drones mantenida por la CIA en los países árabes. En iHuman, por su parte, se habla también de la recopilación de datos, los megadatos, del comercio de éstos, de la proliferación de robots capaces de desarrollar actividades humanas, y de este proceso de tecnificación de una sociedad que se deshumaniza por momentos.



Lo interesante de este documental es la presencia de entrevistados de alto calibre, como el alemán Jürgen Schmidhuber, uno de los padres de la Inteligencia Artificial, o Ilya Sutskever, experto en IA que abandonó Google para fundar la empresa OpenAI, que el año pasado desarrolló un par de redes neuronales entrenadas para resolver un cubo de Rubik. Por su parte, en octubre, la Universidad Northwestern en Illinois, presentó una impresora 3D capaz de reproducir un objeto del tamaño de un ser humano sin perder calidad ni resolución. Si combinamos estos dos hallazgos, por ejemplo, ya tenemos a un humanoide que podría resolver complejas pruebas mentales. 

Algunos de estos científicos muestran también, en iHuman (Tonje Hessen Schei, 2019), los peligros que este desarrollo de la tecnología puede implicar en cuanto al control de seres humanos. El psicólogo Michal Kosinski, que desarrolla estudios en los que demuestra que los ordenadores pueden deducir por los rasgos fisiológicos de una persona cuales son sus creencias religiosas, sus ideas políticas o su condición sexual, se convirtió sin pretenderlo en el precursor de la manipulación que llevó a cabo la empresa Cambridge Analytica durante las elecciones de 2016 en Estados Unidos. 


Como se explica con claridad en el documental The great hack (Karim Amer, Jehane Noujaim, 2019), la empresa radicada en Londres utilizaba datos personales de millones de usuarios de Facebook para enfocar campañas publicitarias que trataban de derivar las decisiones de estos usuarios, especialmente de aquellos que se mostraban más indecisos. Así, la empresa se anunciaba de cara a sus clientes como capaz de "cambiar el comportamiento" de miles de personas. Y su participación parecer haber sido decisiva durante el año 2016 en la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales y en la decisión de los británicos a favor del brexit en el referéndum de junio de ese mismo año. 



Como se demostraría en las investigaciones iniciadas tras la denuncia de algunos ex-trabajadores de Cambridge Analytica, la empresa de Mark Zuckenberg no solo no impidió esta recopilación de datos fraudulenta, sino que participó como cómplice. Durante una investigación con cámara oculta por parte de un periodista de Channel 4, el CEO de Cambridge Analytica, Alexander Nix, afirmaba que su empresa había participado en unas 200 elecciones políticas de países como Nigeria, Kenia, República Checa, Argentina o México. El directivo fue suspendido inmediatamente por la compañía, y poco después Cambridge Analytica se declaró en bancarrota, posiblemente para entorpecer las investigaciones judiciales y para destruir pruebas. Julian Wheatland, antiguo Director Ejecutivo, afirma en el documental que "esto no se trata de una empresa. Esta tecnología no tiene freno y seguirá funcionando.(...) Siempre habrá una Cambridge Anaylitica."

Por ejemplo, la empresa tecnológica Phunware, con sede en Austin, Texas, utiliza la geolocalización de los teléfonos móviles y el uso de las redes WiFi, así como datos de usuario que pueden mostrar sus preferencias de género, edad y estilo de vida, como herramientas potenciales para identificar e influir en los votantes. Esta empresa trabaja actualmente para la campaña de Donald Trump 2020, y recientemente contrató como consultora a Brittany Kaiser, ex-directiva de Cambridge Analytica que colaboró con las investigaciones contra la empresa ofreciendo datos sobre su agenda de trabajo. En The brink (Alison Klayman, 2019), titulada en España Steve Bannon, el gran manipulador, este consejero de extrema derecha que participó en la campaña de Donald Trump afirma haber utilizado datos de geolocalización para seleccionar posibles votantes: "Si su teléfono ha estado en una iglesia católica, estos datos se pudieron obtener. Pudimos saber quiénes iban a las iglesias y con qué frecuencia".  

The Washington Post publicaba esta semana un artículo en el que se describe cómo una empresa tecnológica, Unacast, ha diseñado un "Cuadro de indicadores de distancia social" que califica, condado a condado, cuál es el grado de cumplimiento de las órdenes de distanciamiento social que se están dando desde las autoridades sanitarias norteamericanas. Los datos de ubicación provienen de juegos, compras y aplicaciones de servicios públicos que millones de estadounidenses han instalado en sus teléfonos, que permiten un rastreo de ubicación extremadamente preciso. 

También las empresas tecnológicas Ghost Data y LogoGrab, cuyos ejecutivos son italianos, utilizaron miles de historias y publicaciones de usuarios en Instagram para detectar a aquellos ciudadanos que no estaban cumpliendo las órdenes de cuarentena que impuso el gobierno. El estudio recopiló información de 552.000 perfiles entre el 11 y el 18 de marzo, y se comprobó que los niveles más altos de incumplimiento de la cuarentena se daban en Lombardía (una de las zonas más afectadas por el coronavirus), Campania, Sicilia y Lacio. 

Por su parte, en Noruega la empresa Simula Research Laboratory desarrolla actualmente una APP que el Instituto de Salud Pública quiere que la mayor parte de los noruegos puedan descargarse. Utilizando un sistema de GPS, esta aplicación guarda los datos de geolocalización en una nube durante 30 días, y permite que el Instituto de Salud Pública sepa si un ciudadano ha estado en contacto con alguna persona infectada por el coronavirus. Si dos teléfonos que cuentan con la aplicación instalada han estado a menos de dos metros de distancia durante más de 15 minutos, y una de estas personas está confirmada como portadora del virus, las autoridades sanitarias envían un mensaje a la otra persona para que tome las medidas de cuarentena necesarias. Simula asegura que los datos de geolocalización solo serán utilizados durante 30 días (el plazo necesario para establecer la comunicación con un usuario que ha tenido algún contacto con el virus) y que no se recopilará ningún otro tipo de información privada. 

Pero algunas dudas ya han sido puestas sobre la mesa en torno a una aplicación que está siendo desarrollada en numerosos países para tratar de controlar la expansión del virus. Por un lado, se cuestiona por qué esta aplicación no se ha desarrollado con código fuente abierto, como ocurre en países como Singapur. Si se trata de una aplicación para uso generalizado, el uso de código abierto permitiría la detección de vulnerabilidades más precisa y tendría una transparencia de información mayor. Por otro lado, se plantea que una APP de estas características no necesita guardar los datos en un receptor centralizado, sino que los datos del usuario pueden guardarse de forma local y solo ser comunicados a las autoridades sanitarias cuando se detectara una posible infección. Esto es lo que se ha hecho en países como Singapur e Israel. La falta de transparencia en el desarrollo de estas aplicaciones y la falta de seguridad en su gestión centralizada son algunas de las características que ponen en duda la fiabilidad de estos recursos digitales. Más cuando existen formas de hacerlo que no supongan opacidad y vulnerabilidad. 

Escritores que predijeron el futuro


El documental de Tonje Hessen Schei se abre con una pavorosa reflexión de Stephen Hawking: "El éxito en la creación de Inteligencia Artificial sería el mayor evento en la historia de la humanidad. Desafortunadamente, también podría ser el último".  Esta frase, que el científico incluyó en un artículo bastante pesimista publicado en el periódico The Independent en 2014, augura un destino peligroso para nuestro mundo. Un destino que ha sido mostrado en literatura de ciencia-ficción en numerosas ocasiones. En 1920, el escritor Karel Čapek escribió la obra teatral R.U.R. (Robots Universales Rossum), en la que el dueño de una fábrica de criaturas mecánicas utilizadas como mano de obra, decide darles también alma, con la consiguiente rebelión de los androides. En esta obra teatral se utilizó por primera vez el término "robot" asignado a estas criaturas, que proviene de la palabra checa "robota", que significa "trabajos forzados", "esclavitud", en referencia a los trabajadores "alquilados" que vivieron en el imperio austrohúngaro en el siglo XIX. 


En 1909, el escritor E.M. Forster publicó The machine stops, un relato en el que se plantea un futuro en el que las máquinas son las encargadas de realizar todos los trabajos, mientras que los seres humanos viven bajo tierra, aislados en habitaciones individuales, con sus necesidades cubiertas por estas máquinas. Solo pueden comunicarse entre ellos a través de un sistema de videoconferencia (anticipando la posterior llegada de internet). Por su parte, en 1939 Eando Binder (seudónimo utilizado por los hermanos Earl Andrew y Otto Binder) publicó el relato corto I, robot, en torno a la confesión de un robot de servicio que mata a su creador. Este relato influyó notablemente en Issac Asimov para historias como Robbie (1940), el primer cuento sobre androides que escribió el autor norteamericano, y que formó parte de su libro de cuentos futuristas I, robot (1950). 





El gran hackeo se puede ver en Netflix.

Google y el cerebro mundial se puede ver en Filmin. 



22 marzo, 2020

Y llegó el virus: las películas y series que no debemos ver

Dicen algunos psicólogos consultados estos días en los medios de comunicación que no es recomendable visionar películas que tengan como tema principal la propagación de un virus como el que estas semanas está azotando nuestras vidas. Pero lo cierto es que, por un lado la obligación a la cuarentena en el hogar y por otro la necesidad de encontrar respuestas a algo que ni los políticos ni los científicos explican con la suficiente claridad (hay una sensación generalizada de que no se cuenta toda la verdad), nos obliga a mirar a aquellos títulos que, de forma más o menos acertada, han descrito situaciones que hasta este momento parecían ciencia-ficción pero que se han convertido en una sorprendente y terrible realidad. 

Películas como Estallido (Wolfgang Petersen, 1995) es ya la segunda cinta más vista de Warner Bros. en Estados Unidos, después de Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Columbus, 2011). El film, protagonizado por Dustin Hoffman, Rene Russo, Morgan Freeman, Kevin Spacey y Donald Sutherland, trata de la propagación de un virus parecido al ébola, pero mucho más mortal, que llega desde África hasta los Estados Unidos a través del tráfico ilegal de primates. 

Básicamente se trata de un thriller comercial que en manos de Wofgang Petersen al menos tiene cierta prestancia en su trabajo de realización. Desde el punto de vista de guión, sin embargo, resulta plana y está estructurada como si se tratara de una película de catástrofes. No en vano, los guionistas Laurence Dworet y Robert Roy Pool tampoco tuvieron carreras brillantes, y solo el segundo escribió posteriormente la historia de Armageddon (Michael Bay, 1998), lo que indica también el tipo de producciones en las que se especializó. Por supuesto, la trama se circunscribe al peligro de que este virus llegue a la población norteamericana y, como ocurre en otros trabajos del director de origen alemán más yanqui del mundo (véase su siguiente título, Air Force One (Wolfgang Petersen, 1997)), el tufillo patriótico está más que presente. 

Aquí los protagonistas no son científicos, sino principalmente militares que se enfrentan al virus como si se tratara de un enemigo físico (la historia se enfoca en cómo encontrar y cazar al mono portador del virus). Pero al menos encontramos algunos apuntes que son interesantes: en un escena, el director del Centro de Control de Epidemias responde a Rene Russo: "¿Sabe cuánto dinero cuesta enviar una alerta a 400.000 colegas de sanidad?". O lo que es lo mismo, trasladado a la situación actual: ¿Cuánto dinero cuesta realizar tests a los ciudadanos con mayores probabilidades de infección del coronavirus en vez de ponerlos en cuarentena? Corea del Sur ha conseguido controlar el contagio gracias a miles de pruebas, pero en países como España muchas de estas no se han realizado por "una cuestión de logística" (El País, 18-3-2020). 


Banda sonora: La música compuesta por James Newton Howard no está entre sus mejores trabajos, e incluso el tema principal tiene sonoridades similares a El fugitivo (Andrew Davies, 1993), una de sus mejores bandas sonoras. James Newton Howard plantea este trabajo musical más en la línea del terror que de una historia de acción, y esa es quizás una de sus mayores virtudes. Temas como "Jimbo gets sick" tienen un sonido que luego se desarrollará en algunos de sus posteriores trabajos para M. Night Shyamalan, y hay que destacar especialmente el emocionante "They're coming", suite contundente con la que se cierra la banda sonora. 

Precisamente el guión de Estallido está más que inspirado en el libro Zona caliente (Salamandra, 2014), escrito por Richard Preston en 1994 y cuya última edición en España corresponde a 2014. Tras un proyecto fallido de llevar al cine la adaptación del libro, en una película que iba a dirigir Ridley Scott y protagonizar Jodie Foster y Robert Redford, la producción de Estallido se puso en marcha, con modificaciones y renombrando el virus Ébola como Motaba para evitar demandas por derechos de autor. Pero la película se distancia pronto en su trama y hay diferencias notables con respecto al ensayo de Richard Preston. Entre ellos, evita la terrible descripción minuciosa de las consecuencias del virus en el ser humano. 

Esta gráfica descripción del ébola no es en absoluto obviada en la versión para televisión que se estrenó el año pasado. The hot zone (National Geographic, 2019) es, en sus primeros episodios, tan gráfica como la novela y parece a ratos una serie de terror. A lo largo de sus seis capítulos, la miniserie de National Geographic, producida precisamente por Ridley Scott, describe la evolución del virus ébola y cómo se enfrentó a una posible propagación del virus en Estados Unidos la científica Nancy Jaax, cuando se detectó un posible peligro de contagio debido a monos utilizados en experimentos. 



La serie es didáctica en la descripción de la forma en que el virus afecta a los seres humanos (recordemos que el ébola es una de las enfermedades más mortales), pero sobre todo consigue transmitir, con buen ritmo y un trabajo de guión notable, la paranoia y el estado de terror que se vivió en 1989, cuando se descubrió esta infección por primera vez en suelo norteamericano. En todo caso, no sería hasta años más tarde, en 2014, cuando se produjo la primera muerte de un estadounidense a causa del ébola. La serie, sin embargo, no llega al grado de descripción gráfica que tiene el libro, una de las publicaciones más escalofriantes sobre un virus mortal.  

Banda sonora: Sean Callery, compositor especializado en televisión, es el encargado de poner música. Aunque tiene trabajos destacados para otras producciones televisivas como Homeland (Showtime, 2011-) o Jessica Jones (Netflix, 2015-2019), éste no es uno de los más inspirados. Utiliza sintetizadores que dan una cierta frialdad a la historia, pero se limita a subrayar las escenas con distorsiones electrónicas que no terminan de acompañar con eficacia el ambiente terrorífico que describe la historia.

Quizás la película que mejor ha anticipado el desastre médico que estamos viviendo en la actualidad es Contagio (Steven Soderbergh, 2011), ya que no se enfoca en un virus autóctono, sino que desarrolla su historia a través de un virus de la gripe que muta con facilidad y cuya dispersión comienza en Hong Kong a través de la infección de un murciélago, precisamente uno de los probables orígenes del covid-19. 

El guionista Scott Z. Burns se convierte así en una especie de visionario que supo anticipar en 2011 la debacle médica que se produciría casi diez años más tarde. Scott Z. Burns es también autor de los guiones de interesantes películas como Efectos secundarios (Steven Soderbergh, 2013), que también trataba temas médicos, o el reciente thriller político The report (Scott Z. Burns, 2019), su debut como director. Contagio es posiblemente la película en la que encontremos más similitudes con lo que está ocurriendo actualmente, y sus protocolos de actuación nos suenan a ya conocidos. Estamos también ante una película de género thriller, pero mucho más realista (quizás demasiado aleccionadora y discursiva en algunos momentos), que trata temas sobre los que es interesante reflexionar en estos momentos: el control de la información (ese magnífico personaje al que interpreta Jude Law), la manipulación de los organismos médicos, la efectividad de determinados protocolos de actuación... Es cierto que la cinta puede resultar excesiva en el desarrollo de la pandemia (y si se quiere, algo alarmista) pero, ¿quién nos iba a decir hace una semanas que fuerzas militares iban a controlar el estado de cuarentena de un país como España?.



Banda sonora: El trabajo de Cliff Martinez, habitual colaborador de Steven Soderbergh, es espléndido. Construye una banda sonora electrónica que suena distante, tan fría como la disección que en ocasiones se hace en la película, pero por eso resulta también tan efectiva. Sin una base melódica clara (hay atisbos pero son cortados rápidamente por las sonoridades que muestran la desolación y el caos), especialmente potente y contundente es el tema de la propagación, en cortes como "Affected cities" o "Contagion". Estamos ante una de las mejores bandas sonoras de su compositor. 

No por casualidad. Netflix lanzó en el mes de enero la serie documental Pandemic. How to prevent an outbreak (Netflix, 2020-), una producción realizada por dos profesionales de la medicina que ya tienen experiencia en audiovisuales: Sheri Fink y Ryan McGarry. La serie reflexiona sobre la capacidad que tiene nuestra sociedad para hacer frente a la propagación rápida de un virus de la gripe, mucho más peligroso a nivel de infecciones que otros virus como el ébola. Y aunque la respuesta ya la podemos dar ante la crisis que estamos viviendo, es interesante visionar hasta qué punto se han venido desarrollando protocolos de actuación y de prevención que al final no han frenado una realidad que ya venía anunciándose desde hace años. 



Eso es quizás lo más terrorífico de esta serie: vemos la cantidad de estudios, pruebas de prevención, protocolos de actuación que se han venido haciendo en los últimos años ante la más que probable propagación mundial de un virus mutado de la gripe. Pero el resultado ha sido tan poco eficiente a la hora de detener la propagación de un virus, y los protocolos de actuación entre los distintos países han estado tan poco coordinados, que el peor escenario posible que plantea la serie se ha quedado corto. Desde el punto de vista documental, hay una cierta similitud en su estructura con la película Contagio (Steven Soderbergh, 2011), y en algunos momentos resulta discutible el enfoque en determinados personajes que aportan poco a la historia, dándonos la sensación de estar más ante un reality show (la descripción algo innecesaria de aspectos familiares, personales y hasta religiosos de algunos personajes) que ante un documental de corte divulgativo. Esa, en todo caso, es la diferencia entre realizar una serie para Netflix y hacerlo para otro canal como National Geographic, por ejemplo. 

Lo que pretende la serie, según sus responsables, es mostrar a ese grupo de científicos y médicos que luchan por evitar o paliar la propagación de un virus mutado de la gripe, la mayor amenaza a la que se enfrenta el ser humano en la actualidad. Pero falta más información científica y da la sensación de que la opacidad que rodea a las investigaciones para encontrar una vacuna universal contra todo tipo de mutaciones de la gripe (si eso es posible) impide que realmente tengamos una información verdaderamente documental de los avances en este campo. Esta opacidad tiene más razones económicas y empresariales que científicas, así que será difícil que alguna vez tengamos auténtica información sobre ello.   

En el terreno anecdóctico, Netflix ha estrenado en su catálogo, aprovechando la coyuntura, la película coreana Virus (Kim Sung-su, 2013), que utiliza la excusa de la propagación de una cepa modificada de la gripe aviar, extremadamente mortífera, para construir una cinta de catástrofes exagerada y absolutamente inverosímil que al menos funciona en sus escenas de masas y en la recreación de la histeria colectiva, pero que al margen de ello poco aporta desde el punto de vista científico. 

Comienza como una comedia romántica bastante simplona, para abordar seguidamente la huida del paciente cero de un contenedor lleno de inmigrantes ilegales, con la consecuente propagación del virus por la ciudad de Bundang, cerca de la capital coreana. A partir de ahí, estamos ante una especie de Guerra mundial Z (Marc Foster, 2013), pero sin zombies. Y todo lo que ocurre posteriormente (confinamiento, cuarentena forzosa, intervención militar, control del gobierno, asesinatos en masa...) es válido para el espectáculo, pero en ningún caso para dar verosimilitud a la historia. 



Banda sonora: La música de Kim Tae-seoung es efectiva, pero poco llamativa. Funciona bien en las escenas de histeria, aunque no tiene ninguna aportación destacable. E incluso se permite hacer una referencia un poco chusca a la banda sonora de John Murphy para la película 28 días después (Danny Boyle, 2002).

Más interesante es Virus (Aashiq Abu, 2019), una producción de la India que está basada en el brote real que tuvo lugar en 2018 del virus Nipah, una cepa que provoca fiebre, dolor de cabeza y desorientación. El brote de 2018 se produjo en el estado de Kerala, en la India, y provocó 10 muertos, entre ellos una enfermera que atendió a los pacientes. Esta producción de dos horas y media sigue al descubrimiento de la enfermedad y hace un seguimiento exhaustivo de la propagación de la misma.

Aunque son menos interesantes los momentos supuestamente emotivos, en la segunda parte la trama se convierte en un logrado thriller en el que se plantea la investigación sobre cómo se conectan los pacientes infectados, provenientes de distintas áreas de la región, para tratar de encontrar el origen del brote. Este planteamiento, realizado en formato casi policíaco es lo más atractivo de la película, bien interpretada por algunas de las estrellas del actual cine indio, como Tovino Thomas o Asif Ali. En algunos momentos, la descripción del tratamiento de la enfermedad recuerda a otros títulos que ya hemos mencionado, pero la película consigue tener una entidad propia que la convierten en una de las producciones actuales más interesantes en torno a la propagación de un brote vírico. La película está disponible en la plataforma Amazon, pero solo con subtítulos en inglés.  



Banda sonora: Sushim Shyam es una de las estrellas emergentes en la composición de bandas sonoras del llamado Malayalam cinema, la producción cinematográfica india más importante del país. Su trabajo para esta película es ciertamente destacado, porque acompaña casi sin pausa las dos horas y media de metraje, utilizando un planteamiento de música electrónica (aquí sigue los pasos de Cliff Martínez) para recrear esta historia de investigación médica. Es espléndido el tema inicial, "Heal", que subraya el trabajo en el hospital, o composiciones más de género thriller como "Roots", que aporta dosis de tensión en las secuencias de indagación del origen de la epidemia.  







Pandemic. How to prevent an outbreak y Virus (2013) se pueden ver en Netflix.
Virus (2019) se puede ver en Amazon.