Nuestra segunda crónica se acerca a algunas películas que tienen una textura documental aunque se trate de ficciones, pero también a propuestas interesantes que hibridan los géneros para establecerse en un término medio inclasificable, como es el caso de una de las representantes españolas en la programación, la última película de Jonás Trueba. Es una característica de la selección de Rotterdam acercarse a expresiones cinematográficas que muchas veces se encuentran en terrenos inclasificables, y algunos de los títulos de los que hablamos son una buena representación de esta tendencia.
TIGER COMPETITION
Juichiro Yamasuki (1978, Japón) alterna su trabajo como cineasta, con películas como The sound of light (2011), que participó en el Festival de Rotterdam de 2012, y Atarashiki tami (2015) con su condición de granjero en la localidad de Maniwa, una pequeña ciudad al Oeste de Japón, en la que también se desarrolla la historia de su última película, Yamabuki (2022). El título proviene del nombre de la rosa yamabuki (kerria japonica), una flor amarilla cuyo nombre en japonés significa "suspiro de la montaña", y que suele crecer en los márgenes de los arroyos pero habitualmente en lugares de sombra, a veces en recovecos entre las rocas. Esta supervivencia en terrenos montañosos es también la metáfora de la propia adaptación de los emigrantes en lugares en los que no sienten pertenencia, como Chang-su (Kang Yoon-Soo), un ex-jinete olímpico surcoreano que se retiró de la competición, dejando a su familia en Corea, y que ahora trabaja en una cuenca minera y vive con una mujer y su hija cerca de Maniwa. Pero cuando parece que ha conseguido reconstruir su vida, sin embargo, un hecho fortuito vuelve a lastrar el deseo de Chang-su de alcanzar cierta estabilidad vital. Pero aunque la película se centra principalmente en este personaje, también se enfoca en la historia paralela de Yamabuki (Kilala Inori), una adolescente que participa en protestas silenciosas reivindicando los derechos de los inmigrantes, y cuya madre fallecida fue también una activista, mientras su padre lucha por mantener la estabilidad mental entre su trabajo como policía y la ausencia de su esposa. Las vidas de estos dos personajes están conectadas, pero sin que ninguno de ellos lo sepa, y la película adopta por tanto una mirada en torno al Japón contemporáneo de la periferia, a la transformación que ha provocado la llegada de mano de obra extranjera y a la compleja convivencia entre personas que en realidad tienen pocas cosas en común, pero cuya supervivencia depende de su cooperación.
El director rodó la película con una cámara de 16 mm., lo que aporta una imagen granulada en formato 4:3, una textura de cine que le da cierta tonalidad clásica, como si se tratara de una película de hace varias décadas. Pero también aporta un entorno visual que captura a los personajes en un espacio temporal neutro, como si nos contara una historia que se desarrolla entre la fábula y la realidad, sensación que se transmite también a través de la música del compositor francés Olivier Deparis. La flor yamabuki está rodeada de una leyenda que cuenta que unas monedas de oro que cayeron por la ladera de una montaña se convirtieron en flores amarillas, y por eso esta planta es capaz de sobrevivir en lugares rocosos. Chang-su y Yamabuki son también personajes que intentan encontrar su espacio en entornos inhóspitos, él sintiéndose "maldecido por haber abandonado a su familia", y ella realizando protestas a las que casi nadie presta demasiada atención. Es por tanto una película sobre seres inadaptados, pero no solo porque provengan de otros países, sino también porque, aun siendo de Maniwa, han perdido el sentimiento de pertenencia.
El director Lei Lei (1985, China) pertenece a una generación posterior a la Revolución Cultural de China que se inició en los años sesenta, pero que está profundamente influida por ella, a través de la experiencia vivida por sus familias. Dos años después de debutar en la sección Bright Future del Festival de Rotterdam con su cortometraje A bright summer diary (Lei Lei, 2020), regresa a la principal sección competitiva con Silver bird and rainbow fish (Lei Lei, 2022), que tiene en común con aquel la mirada al pasado y a los recuerdos familiares, un tema que también había abordado en Breathless animals (Lei Lei, 2019). En los anteriores, establecía una conexión con su madre a través de fotografías que mezclaban las instantáneas de su familia con imágenes de propaganda política del Partido Comunista, y componía un collage de la memoria que continúa en su última película. Ahora el protagonista principal es su padre, Lei Jiaqi, con el que comparte la autoría, ya que el guión se sostiene sobre conversaciones que mantuvo con él sobre una vida llena de altibajos. Lei Jiaqi fue enviado a un orfanato después de la muerte de su madre porque las autoridades prohibieron a su padre, Lei Ting, quedarse con sus hijos al no estar casado. Cuando Lei Jiaqi vuelve al entorno familiar, con una nueva madre, también sufre la separación después de que Lei Ting sea enviado a un centro de reeducación, acusado de traición en medio de la opresiva Revolución Cultural.
Lei Lei entrevistó a su abuelo Lei Ting en el año 2012, y cuando éste murió decidió realizar una entrevista parecida a su padre, Lei Jiaqi, de forma que la película establece un collage no solo de imágenes sino también de audios. Cuenta el director que los miembros de su generación no están demasiado interesados en la historia, y eso en cierto modo le permite mantener un distanciamiento con la representación de ésta. En el terreno visual, Lei Lei utiliza rostros de plastilina para cubrir las caras reales, haciendo uso de la imaginación y la fantasía para, de algún modo, reinterpretar la realidad: "He estado utilizando fotografías antiguas en mis anteriores películas, pero esta vez no quería que transmitieran demasiada información. Cubrí sus rostros para que al espectador le resultara más fácil entrar en el mundo de Lei Lei y verlo a través de mis ojos". Silver bird and rainbow fish establece, por tanto, dos niveles diferentes de representación de la memoria: por un lado los relatos en audio que cuentan su padre y su abuelo, que a pesar de ser duros y crueles están narrados con cierta ligereza, incluso con sentido del humor. Y por otro lado la interpretación que hace el director a través de las imágenes, mezclando de nuevo la propaganda política con las fotografías familiares a través de diversas técnicas artísticas como el collage surrealista y la animación por-Art. Profesor de Arte en el California Institute of the Arts, Lei Lei construye un fascinante viaje a través de su memoria para hacerla también nuestra, un documental que no es documental, una ficción que no es ficción.
HARBOUR
Presentada en la pasada edición del Festival de San Sebastián, donde obtuvo el premio FIPRESCI y la Concha de Plata a la Mejor Interpretación coral de reparto, y nominada al Goya a Mejor Documental, Quién lo impide (Jonás Trueba, 2021) reivindica su condición de híbrido entre lo testimonial y lo ficticio, como una secuela directa de La reconquista (Jonás Trueba, 2016) en la que dos de los jóvenes que forman parte de esta nueva aproximación a la adolescencia debutaron como actores. La película se presenta desde el principio como un proyecto largo de cinco años, aunque principalmente rodado entre 2016 y 2018, desde el reencuentro de los protagonistas a través de una videollamada en plena pandemia de la Covid-19, y revela con ironía la principal preocupación que podrían tener ellos mismos como espectadores: una duración de tres horas y media dividida en tres partes. El proyecto aglutina una serie de cortometrajes y mediometrajes que Jonás Trueba (1981, Madrid) ha ido estrenando a lo largo de estos años: Principiantes (2018), Tú también lo has vivido (2018), Sólo somos (2018) y Si vamos 28, volvemos 28 (2018). La productora Los Ilusos Films presenta la historia como "una llamada a transformar la percepción que tenemos sobre la adolescencia y la juventud", y ciertamente la canción de Rafael Berrio de la que toma su título reivindica a la juventud como el único motor de los sueños: "Si tienes 15 años y pretendes escapar, con eso basta y sobra para hacerlo".
Pero la película consigue solo en algunos momentos ser tan reveladora como pretende, y algunas elecciones del director impiden que tenga la clarividencia que pregona. El prólogo presenta a los protagonistas ya con mayoría de edad, a los que veremos al final ejerciendo por primera vez su derecho a votar, dando paso a una primera parte en la que Jonás Trueba propone a este grupo de adolescentes que construyan sus propios personajes, pero mostrándose desde ellos mismos. Conflictos ficticios que formarán parte de una mirada más documental, enfocada en la educación y las manifestaciones en contra de la LOMCE, la Ley de Educación promovida por el Partido Popular. La segunda parte, el núcleo principal de la película, funciona mejor desde la construcción de dos historias ficticias protagonizadas por Candela Recio y Pablo Hoyos y es, no solo por sus protagonistas, la que más se conecta con La reconquista (Jonás Trueba, 2016). Resulta significativo que los adolescentes se revelen durante buena parte de la película en contra de las ideas preconcebidas sobre una juventud solo preocupada por el romanticismo desaforado y las pasiones vitales, porque justamente lo que mejor funciona es el fragmento que tiene que ver con las relaciones sentimentales, representadas en dos viajes, uno al pueblo extremeño de Candela y otro a Andalucía, como viaje de fin de curso en el que Pablo encuentra finalmente su alma gemela. Son dos historias bien contadas, utilizando la voz de off de los protagonistas y del propio Jonás Trueba, capturando la irrealidad del amor adolescente. La última parte regresa al género documental y a la rebeldía juvenil, a través de un concierto final en el que se versiona la canción "Quién lo impide" que Rafael Berrio, fallecido en 2020 antes de que se terminara la película, incluyó en su album Una canción de mala muerte (1997, Hotsak Ediziogunea).
Y es en esta parte en la que se debilita la propuesta del director, demasiado enfocada en un tipo de juventud concreta para ser representativa de una colectividad. Mientras tienen una discusión sobre política, hablan de la necesidad de cambiar el mundo, pero elaboran discursos demasiado tópicos, quejosos con una sociedad que no les comprende ni les da la oportunidad de expresarse, decepcionados con un país que les ha traicionado, no se sabe muy bien por qué. Su rebeldía la muestran a través de la música, pero es una rebeldía acomodaticia que proviene de la estabilidad familiar y económica, y en cierto modo contradictoria con el propio mensaje que expresaba Rafael Berrio en su canción. Durante el epílogo, vemos a unos jóvenes que no se han transformado demasiado, que continúan su proceso de formación quejándose de lo mismo que se quejaban cuando tenían 15 años, aburguesados en un discurso que tiene muchas palabras pero pocos hechos. Jonás Trueba comenta que la película "nació con la vocación de registrar el pulso de la vida adolescente, pero en un momento dado me di cuenta de que era mucho más que eso, y que en realidad lo que estábamos haciendo era una película sobre nosotros, sobre todos nosotros". Pero en realidad, más bien parece que Jonás Trueba ha seleccionado a un grupo de jóvenes con los que él se siente identificado (que adoptan el punk, por ejemplo, como vehículo de rebeldía, por ejemplo), lo cual no implica necesariamente que representen a una colectividad. Quién lo impide funciona mejor en las distancias cortas, cuando se enfoca en personajes particulares, pero yerra cuando pretende ser una muestra más global de la juventud actual.
La Mostra de Venecia acogió el estreno de la coproducción ítalo-española Aquí me río yo (Mario Martone, 2021) y le otorgó la Copa Volpi de Interpretación al actor Toni Servillo, que da vida al dramaturgo napolitano Eduardo Scarpetta, quien triunfó en los escenarios teatrales con sus comedias basadas en textos conocidos, pero cuya resonancia ha ido decreciendo y se ha oscurecido en favor de su condición de padre del reconocido autor Eduardo De Filippo. La película se basa en la batalla legal que inició el también dramaturgo Gabriele D'Anunzio contra Scarpetta después de que estrenara una parodia de su obra La figlia di Iorio (1904), a la que tituló Il figlio di Iorio (1905), para la que no obtuvo el consentimiento del autor original, en el que se considera como el primer juicio por derechos de autor celebrado en Italia.
La familia Scarpetta es una de las más arraigadas en el campo de la dramaturgia y la interpretación en Italia, hasta la actualidad, y de hecho el joven actor Eduardo Scarpetta, tataranieto del personaje protagonista y al que hemos visto en la serie La amiga estupenda (HBO Max, 2018), interpreta a uno de sus hijos, Vincenzo. Pero el principal soporte de esta película, ejecutada con solvencia, es el actor Toni Servillo, que al margen de su parecido físico, elabora un trabajo de interpretación sobresaliente, marcado por el exceso que caracterizó al personaje (se dice que cuando Eduardo Scarpetta participó en el juicio, lo hizo con el mismo histrionismo con el que aparecía en los escenarios). En cierta manera, se puede decir que el magnífico trabajo de Toni Servillo acapara buena parte de la película, impidiendo que destaquen algunos de los aciertos formales y narrativos del director Mario Martone (1959, Italia), sometidos ante el poder avasallador del personaje. Pero Aquí me río yo consigue abarcar no solo una reflexión sobre el mundo del arte, sino que ofrece un retrato nada superficial en torno a la decadencia de la fama y el paso del tiempo. El juicio al que se enfrenta Eduardo Scarpetta no amenaza solo el daño moral y económico del autor, sino sobre todo su reputación como artista. Y esa visión del cómico destronado es mucho más acertada que la propia representación de su excesiva vida personal y profesional. Uno de los aciertos de Mario Martone es la selección, para acompañar a esta historia, de algunas canciones del repertorio de Sergio Bruni, del que en 2021 se cumplió el centenario de su nacimiento, en lo que en los títulos de crédito se califica como "un viaje sentimental".
LIMELIGHT
También se incluyó en la Sección Oficial de la Mostra de Venecia la producción italiana Freaks out (Gabriele Mainetti, 2021), que Rotterdam programa en esta sección dedicada a películas que han tenido una destacada trayectoria en festivales de cine. El segundo largometraje del director, que ya reinterpretó el género de superhéroes en su debut Le llamaban Jeeg Robot (Gabriele Mainetti, 2015), también participó en el Festival de Sitges, y ahora utiliza el mundo del circo y el nazismo para construir una fábula protagonizada por cuatro prodigios de la naturaleza que tienen ciertas habilidades, pero que solo encuentran sentido a sus vidas en el entorno circense, lejos de una sociedad que no los acepta excepto como objeto de entretenimiento. El circo que dirige el judío Israel (Giorgio Tirabassi) tiene como principales atractivos a estos cuatro personajes: el hombre lobo Fulvio (Claudio Santamaría), dotado de gran fuerza; el joven Cencio (Pietro Castellitto), que sabe manipular los insectos; el enano Mario (Giancarlo Martini), que es capaz de convertir su cuerpo en un imán; y la adolescente Matilde (Aurora Giovinazzo), que controla la electricidad. Pero su espectáculo se ve sacudido por un ataque de los nazis, y huyen a Roma donde pretenden encontrar un refugio en el Zirkus Berlin que lidera el oficial alemán Franz (Franz Rogowski), un hombre con doce dedos que lo utiliza en realidad como una tapadera para realizar crueles experimentos científicos.
Básicamente el director italiano construye una historia de superhéroes en un entorno diferente, adaptando la estructura de las películas de Marvel a la idiosincrasia de la Europa amenazada por el nazismo. Pero hay un acercamiento formal no solo a las evidentes referencias a La parada de los monstruos (Tod Browning, 1932) en la representación de estos personajes que solo consiguen ser respetados en el ambiente circense, pero que no son aceptados en la sociedad, sino también a la estética de Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009), especialmente esa visión paródica del personaje de Franz que tiene algunos puntos en común con aquel Hans Landa al que daba vida Christoph Waltz. Hay un intento por parte del director Gabriele Mainetti (1976, Italia) de darle cierta profundidad a unos personajes que se muestran con sus complejidades y sus contradicciones, pero la película funciona mejor en el terreno del puro entretenimiento, y aunque se desarrolla sobre una historia predecible y lineal, contiene buenas dosis de inventiva, y equilibra adecuadamente la mirada irónica y el acercamiento a un cine de acción grandilocuente, visualmente espectacular y con una planificación clara e inteligente en el clímax final. Gabriele Mainetti, que también firma junto a Michele Braga la banda sonora ganadora del Premio a la Mejor Música en Venecia, se permite anacronismos en esta revisión de la invasión nazi, como introducir una versión de "Creep" de Radiohead en una versión al piano interpretada por Franz. Aunque resulta significativo que se elija como enemigos a los nazis de Hitler en vez de a los camisas negras de Mussolini, quizás buscando una repercusión más internacional de la historia.
Quién lo impide se estrena el 8 de febrero en Movistar+.
La reconquista se puede ver en Netflix.
La amiga estupenda se puede ver en HBO Max.
Le llamaban Jeeg Robot se puede ver en fuboTV.
La parada de los monstruos se puede ver en Filmin.
Malditos bastardos se puede ver en Netflix y Prime Video.