Nuestra nueva crónica en torno a la programación de las secciones paralelas del Festival de Berlín se acerca al encuentro de profesionales que se desarrolla en el European Film Market (EFM), uno de los espacios de mayor actividad del festival, donde los intercambios de proyectos y producciones entre vendedores y compradores conforman parte de la programación que llegará a los cines en los próximos meses, y hablaremos de algunas películas que se han presentado en este mercado audiovisual. El EFM ha puesto en el punto de mira, por séptima vez desde 2017, a una región cinematográfica con su programa Country in Focus (País Foco), que este año está dedicado a España tras las ediciones centradas en México, Canadá, Noruega, Chile, los Países Bálticos e Italia. Esto supone un reconocimiento del papel destacado del audiovisual español en el mundo. Además de la programación del festival, España ha organizado una presencia notable en diversas actividades: trece jóvenes cineastas participan en Berlinale Talents, se ha celebrado un panel de productores y hay una amplia presencia en Berlinale Series Market: el panel Spanish Thrillers propone un diálogo sobre el auge del thriller español en el mundo, con los ejemplos de Asuntos Internos (RTVE Play, 2024) y Matices (SkyShowtime, 2025). Mientras que The Spanish Connection presenta pitches de cuatro proyectos en desarrollo: la comedia distópica de animación Pink Noise: La serie (Lamola Studio), el thriller La rueda (Mr. Miyagi) y dos coproducciones con países nórdicos: Aigües de foscor (Federation Spain) con Islandia, y True North (The Aurora Project) con Finlandia.
Desde la perspectiva de esta película, el mundo se ve en blanco y negro y la protagonista Anika (Anika Bootz) tiene la habilidad de comunicarse con las mascotas muertas o que están a punto de morir, transmitiendo mensajes que a veces resultan crípticos, pero que son recibidos por sus dueños como un aliento de tranquilidad. En la Argentina actual gobernada por un presidente que dice hablar con su perro muerto Conan, este planteamiento podría tener una lectura irónica, aunque la historia comenzó a desarrollarse mucho antes de que Javier Milei llegara a la presidencia. La coproducción con España El mensaje (Iván Fund, 2025) se presenta como un cuento contemporáneo que también es una historia de crecimiento, lo que el director califica como "la representación realista de un mundo de fantasía". Por eso esta road movie en blanco y negro recorre la región argentina de Entre Ríos reflejando la vida cotidiana, pero sin pretender ofrecer una mirada social. La capacidad que tiene Anika para conectar con los animales, no solo mascotas como muestra una escena con un capibara, es utilizada por sus tutores Myriam (Mara Bestelli) y Roger (Marcelo Subiotto) para recorrer las aldeas y ofrecer su consulta a cambio de dinero o de productos de la tierra, en una especie de explotación infantil encubierta sin embargo bajo una cercanía familiar. Mientras Myriam se encarga de contactar con los clientes y transmitir los mensajes, Roger es el responsable de cobrar los servicios. El carácter itinerante y la fotografía en blanco y negro puede traer a la memoria películas como La Strada (Federico Fellini, 1954) o Luna de papel (Peter Bogdanovich, 1973), pero no como referentes directos sino como títulos que comparten cierta atmósfera con ésta. Iván Fund (1984, Argentina), director de Vendrán lluvias suaves (2018) y Los labios (Iván Fund, Santiago Loza, 2010), imprime un ritmo tranquilo a una historia que puede encontrar algunos problemas para ser más compleja por la ausencia de conflictos, pero que se construye en una especie de atmósfera de realismo mágico que se hace cada vez más presente. Y aunque puede ser demasiado contemplativa, hay momentos de una cualidad poética y casi filosófica muy notables, como la mencionada escena con el carpincho.
El mensaje también es una historia de crecimiento, pero no solo para Anika, que utiliza su don con alegría, aunque tiene al principio una actitud de timidez hacia las personas, sino también para el núcleo familiar en el que falta la madre Eloísa, a la que visitan en un centro psiquiátrico, interpretada por Betania Cappato, madre de la joven actriz y directora de La mujer hormiga (Betania Cappato, Adrián Suárez, 2023), de la que fue guionista Iván Fund. También es una película muy silenciosa, introduciendo escasos diálogos entre los tres ocupantes de la caravana que recorre las carreteras de tierra, y reflejando las dificultades de comunicación entre Myriam y Roger, y entre ellos y Anika. Este silencio se rompe en ocasiones por una banda sonora de corte melancólico a cargo del músico de jazz Mauro Mourelos, que utiliza instrumentos solistas para reforzar la idea de soledad, principalmente fliscorno y trompeta. Pero se revela especialmente importante el uso repetido de la canción "Always on my mind" (1972), cuyo título funciona como referencia irónica a la cualidad de la protagonista, en la versión que The Pet Shop Boys interpretaron como homenaje a Elvis Presley en un programa de televisión. En la película se utiliza como una canción de liberación de Anika, quizás el único CD que tienen en la caravana, a la que vuelve en varias ocasiones. Es también un tema de expansión sonora de una historia que quiere hablar sobre la infancia en unas circunstancias muy especiales, y que el director dedica precisamente a sus padres "por proteger mi infancia". El mensaje es una película discreta que no trata de introducir elementos narrativos de confrontación, pero consigue involucrarnos como espectador en una fantasía realista que resulta conmovedora.
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Ato noturno/Night stageFilipe Matzembacher, Marcio ReolonBrasil 2025 | Panorama | ★★★★☆ |
En la obra de teatro que está ensayando Matias (Gabriel Faryas), él y su compañero de reparto Fabio (Henrique Barreira) se suben a una cornisa muy estrecha en la escena final, en la que uno de los dos debe mantener el equilibrio mientras el otro cae al vacío. Quien consigue permanecer en la cornisa tiene la oportunidad de recitar el monólogo final de la obra, el momento de mayor visibilidad dentro de la representación. Esta metanarrativa en la que los personajes y los actores se confunden, se establece como un espejo de la realidad y las ambiciones de Matias y Fabio en el mundo de la interpretación. Lo que plantea Ato noturno (Filipe Matzembacher, Marcio Reolon, 2025) es esta idea de la representación en todos los ámbitos de la vida de sus personajes, explorando los límites entre la vida privada y la pública, y la forma en que se conectan y se invaden mutuamente. Pero la historia se centra principalmente en la relación entre el aspirante a actor Matias y el aspirante a alcalde Rafael (Cirillo Luna), quienes tienen un encuentro sexual tras conocerse a través de una aplicación de citas, y comienzan un romance que está principalmente impulsado por el deseo. Mientras Matias es todavía una persona desconocida, Rafael debe mantener las apariencias como figura política, aunque el deseo les conduce por un camino opuesto de exhibicionismo en espacios cada vez más arriesgados: primero abriendo las cortinas de las ventanas de una casa, más tarde practicando sexo en una zona de cruising. Ato noturno se construye con las formas del thriller erótico que hace referencia a películas como Doble cuerpo (Brian DePalma, 1984), creando una atmósfera de misterio en la primera cita con sonoridades de cine negro en la música de Thiago Pethit, que mantiene siempre un tono de suspense. El ascenso gradual de Matias y Rafael como personajes públicos les introduce en otro tipo de representación que se encuentra en un nivel diferente, marcado por unas normas sociales que establece formas de comportamiento adecuadas incluso si se es abiertamente gay. Los directores Filipe Matzembacher (1988, Brasil) y Marcio Reolon (1984, Brasil), que ganaron el Teddy Award en el Festival de Berlín por Tinta bruta (2018) han establecido habitualmente este planteamiento atmosférico en su cine, que se sostiene de manera más destacada en esta película en el uso del color y la cercanía de la cámara.
Aunque Matias vive su sexualidad de una manera libre, la oportunidad de protagonizar una serie de televisión acaba estableciendo límites, de manera que el éxito le niega la posibilidad de ser él mismo en su personalidad más completa. La rivalidad entre Matias y Fabio, a pesar de ser amigos y vivir juntos, se hace cada vez más profunda, hasta el punto que la pantalla se divide para mostrar a los dos personajes: uno celebrando el éxito y otro masticando el fracaso, de espaldas, siendo apartado de la imagen finalmente. Pero el desarrollo de la última parte de esta rivalidad, y la entrada en escena de una manera más prominente de Camilo (Ivo Müller), colaborador de la campaña electoral de Rafael, se siente menos orgánica que el resto de la película, desembocando en un tercer acto en el que los elementos de thriller menos sólidos se apoderan de las ideas relevantes sobre el acto de fingir. Ato noturno está más equilibrada cuando reflexiona sobre el exhibicionismo y el poder de la representación, que en los personajes principales acaba traspasando los límites del escenario para contagiar a sus vidas privadas. Pero esta búsqueda del sexo practicado en lugares públicos, con el riesgo que supone para la carrera de Rafael, requiere también la presencia de una tercera mirada, la del espectador, lo que coloca esta pretensión de ser vistos en un nivel paralelo al de la actuación en el teatro o el cine. La cámara se convierte así en un voyeur pero también en participante de los encuentros entre los dos protagonistas, implicándose en los movimientos de unos cuerpos que parecen coreografiados. Y el contraste entre la exhibición amparada en la noche y el disimulo que se produce durante el día es una forma de romper los márgenes entre la realidad y el artificio. Pero también establece con claridad las dinámicas de poder que impone un capitalismo que restringe y confina mediante normas y fronteras morales, frente a la libertad que provoca en los personajes la exploración del deseo en los ambientes nocturnos.
Remarcando el carácter de representación de la realidad que supone el cine, y sobre todo el cine que pretende tener una relevancia social, la nueva película de Mehmet Akif Büyükatalay (1987, Alemania), que ganó el premio a la Mejor Ópera Prima en el Festival de Berlín por Oray (2019), y este año presenta como productor Sirens call (Miri Ian Gossing, Lina Sieckmann, 2025), plantea de nuevo una tesitura a sus personajes relacionada esta vez con la forma en que los medios representan a las minorías. Pero lo hace con una estructura de thriller estilo whodunit en torno a la desaparición de las cintas grabadas de una película que aborda el ataque incendiario de Solingen en 1993, un reflejo de la violencia contra los extranjeros que impactó a la sociedad alemana, cuando cuatro jóvenes neonazis prendieron fuego a la casa de una familia turca. Dentro de la metanarrativa que propone la historia, el director de origen turco Yigit (Serkan Kaya) está rodando una película en la que pretende reproducir el incendio de Solingen con la participación de un grupo personas procedentes del centro de refugiados, entre ellos Said (Mehdi Meskar) y Mustafa (Aziz Çapkurt). Pero cuando están rodando la escena, uno de los participantes, Majid (Nazmi Kirik) se da cuenta de que para reproducir el incendio se ha quemado también un Corán, un acto que le parece un sacrilegio, lo que provoca una protesta indignada. La segunda asistente de dirección, Elif (Devrim Lingnau) es la encargada de guardar las cintas grabadas en un apartamento, pero pierde las llaves y las cintas desaparecen, levantando las sospechas de Yigit y la productora Ellith (Nicolette Krebitz) de que pueden haber sido robadas por los refugiados que actuaron en la película. Hysteria (Mehmet Akif Büyükatalay, 2025) se convierte así en un thriller al estilo de las novelas de Agatha Christie en el que no está claro quién y por qué ha hecho desaparecer la grabación, mientras todos los personajes parecen tener algo que ocultar. Pero la película ofrece una reflexión sobre la responsabilidad de la representación en tercera persona, sobre las identidades en conflicto y el desafío de ofrecer una imagen de la emigración sin caer en dinámicas de clases sociales y estructuras de poder que victimizan a los representados.
La quema del Corán para hacer más realista el rodaje de una película es el detonante del conflicto principal, lo que provoca que haya un enfoque más tangencial sobre esta circunstancia que resulta algo decepcionante. Majid se refiere al director Yigit como un alemán que solo utiliza su nombre turco como un reclamo comercial, sin entender realmente cuáles son los significados de los símbolos musulmanes. En el lado contrario se encuentra Elif, la joven asistente de dirección que trata de impresionar a la productora Ellith a través de su trabajo, pero manteniendo en un plano secundario su propia identidad, como hija de un padre turco (la propia actriz Devrim Lingnau tiene algunos elementos en común con su personaje, habiendo elegido el apellido de su madre alemana para su carrera artística). El rodaje sin embargo acerca a Elif a los emigrantes, especialmente al joven Said, que es uno de los sospechosos, pero tratando de mantener en secreto su propia responsabilidad al perder las llaves del apartamento y darle la dirección a una persona que la ha llamado por teléfono diciendo que las ha encontrado. La histeria del título se produce cuando la mirada hacia el "otro" se ve envuelta en cuestionamientos morales, y la película coloca en dos niveles diferentes a los alemanes de origen turco que viven desde hace tiempo o han nacido en Alemania, y a aquellos que acaban de llegar como refugiados. Esta diferenciación de clases impide una identificación real, marcando por el contrario una posición de superioridad. Mehmet Akif Büyükatalay introduce diferentes perspectivas que abordan temas relevantes al mismo tiempo que elabora un thriller que se convierte en un juego de mentiras y que se desarrolla al final en un espacio en el que se reúnen todos los personajes para revelar al culpable. Para Mustafa, el tipo de películas que abordan el tema de los refugiados solo se hacen "para lavar la conciencia de los europeos", pero también da la sensación de que Hysteria no termina de profundizar demasiado en los temas relevantes que plantea, y el desarrollo conduce a un desenlace que resuelve la historia de una manera atropellada.
Algunos principios son forzados, lo que ocurre precisamente en la última película de Jeanette Nordahl (1985, Dinamarca), que regresa al Festival de Berlín tras haber presentado Wildland (2020) y posteriormente ha trabajado en series de televisión como Cuando el polvo se asienta (Filmin, 2020), Memorias de una escritora (Filmin, 2022) y la segunda temporada de The responder (Movistar Plus+, 2022-). La película comienza precisamente en el final de una relación, cuando Ane (Trine Dyrholm), una bióloga marina que está a punto de publicar un importante artículo de investigación, y Thomas (David Dencik), que trabaja como profesor en una escuela especial, tienen una nueva discusión sobre cómo van a vender la casa después de su divorcio. Es un matrimonio roto (él ha iniciado hace tiempo una relación con Stine (Johanne Louise Schmidt), una compañera de trabajo, con la que acaba de alquilar un apartamento), pero todavía no han tenido el valor de decírselo a sus dos hijas, aunque posiblemente ellas saben más de lo que dicen. Sin embargo, un derrame cerebral sufrido por Ane en su casa la deja paralizada de un lado de su cuerpo y con algunas secuelas psicológicas, lo que pospone la salida de Thomas de su casa. Ambos acuerdan permanecer juntos hasta que ella esté completamente recuperada. La hija pequeña Marie (Luna Fuglsang Svelmøe) siente más que su hermana los cambios de humor de su madre: "Mamá se comporta de una forma extraña", dice. Mientras que en Clara (Bjørk Storm) es menos superficial el efecto de esta nueva situación, pero es evidente que afecta a la concentración en sus entrenamientos de gimnasia. El guión de Jeanette Nordahl y Rasmus Birch, que este año también ha co-escrito el drama Acts of love (Jeppe Rønde, 2025), seleccionado en Rotterdam, se detiene en los pequeños detalles para describir a los personajes principales, pero también para perfilar el carácter de las hijas y de la amante, para quien la ansiada convivencia con Thomas tendrá que esperar. La enfermedad acaba contagiando, de una manera o de otra, al entorno de Ane, que siente impotencia e indignación por transformarse en una persona dependiente. Pero Beginnings (Jeanette Nordahl, 2025) establece una reconexión emocional entre Ane y Thomas, que plantea la incertidumbre sobre si la enfermedad tendrá un efecto de reconciliación entre ambos.
Contar en el reparto con dos de los mejores actores escandinavos del momento es una garantía: a la gran dama de la interpretación danesa Trine Dyrholm, generalmente muy valiente en la exposición de las vulnerabilidades físicas y emocionales de sus personajes, la hemos visto recientemente en la miniserie Revancha (Max, 2024) y pronto en la excelente La chica de la aguja (Magnus von Horn, 2024), mientras que al sueco David Dencik le hemos visto en Prisoners (Filmin, 2024) y la excelente Pressure point (SVT, 2024), y ha presentado también en el Festival de Berlín la miniserie Other people's money (DR/ZDF, 2025). Ambos coinciden veinte años después de protagonizar la tragicomedia En soap (Enjabonado) (Pernille Fischer Christensen, 2006), y aportan una profundidad a sus personajes que solo necesita algún gesto y alguna mirada para ser expresivos. Sobre todo porque Beginnings es una película que tiene más relevancia en lo que subyace que en lo que muestra, una tensión latente que se multiplica a través de la frustración de Ane, y que a veces estalla en arrebatos de ira con víctimas colaterales. Esa contención que los actores principales mantienen en sus personajes tiene tal capacidad de atraer la atención que en algunos momentos solo es necesaria su presencia en una habitación o una cocina, espacios cerrados en los que la cámara de la directora los confina. Y evita con habilidad los subrayados dramáticos, incluso en una banda sonora muy sobria del compositor norteamericano afincado en Suecia Nathan Larson, que se sostiene en el violonchelo de su colaboradora habitual Gerda Holmquist. Esta incursión en una relación que se remueve a través de un acontecimiento inesperado para transformarse, está inspirada en los padres de la directora y cómo la enfermedad ha sido un elemento presente de manera constante. Pero Beginnings también nos hace reflexionar sobre la naturaleza del compromiso y la estabilidad de una conexión amorosa que a veces se sostiene en sentimientos como la culpa o el remordimiento. De manera que, aunque pretende ser optimista, acaba dejando un sabor agridulce.
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Don't call me mamaNina KnagNoruega 2025 | European Film Market | ★★★☆☆ |
Dentro del European Film Market se desarrolla un encuentro paralelo al Festival de Berlín que presenta las últimas producciones destinadas a los mercados internacionales, y en el que están muy presentes los títulos nórdicos que llegarán a las pantallas a lo largo de este año. Don't call me mama (Nina Knag, 2025) aborda también la representación de los refugiados en el cine y las formas de paternalismo que se reproducen alrededor de quienes huyen de los conflictos que se producen en sus países de origen. La película supone el debut en el largometraje de la cineasta noruega Nina Knag, que previamente ha dirigido varios cortometrajes y ha trabajado como directora de casting en películas como El asesino de las postales (Danis Tanovic, 2020) y series como Rykter (Rumors) (NRK, 2022-). Contando con la participación de la actriz Pia Tjelta, ganadora de la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián por Blind spot (Tuva Novotny, 2018) y a la que hemos podido ver en series como El tiempo de la felicidad (Filmin, 2018-2024) y Made in Oslo (Viaplay, 2022), la historia se centra en la relación entre una profesora de secundaria y el joven de origen sirio Amir (Tarek Zayat), un solicitante de asilo en Noruega. Eva (Pia Tjelta) está casada con Jostein (Kristoffer Joner), alcalde de la ciudad de Odda, pero el matrimonio vive una etapa de crisis debido a una infidelidad pasada de éste con una compañera de partido. Cuando Eva comienza a trabajar como voluntaria dando clases de noruego en el centro de refugiados, Amir se convierte en una liberación emocional para ella, primero admirando su especial talento para la escritura, incluso en un idioma que está aprendiendo, pero poco a poco a través de un deseo mucho más físico. Ambos comienzan una relación pasional que al mismo tiempo se desarrolla sobre la fragilidad del interés personal: para Amir, ella supone un vínculo privilegiado que le permite acceder con más facilidad a la posibilidad de lograr el permiso de residencia; mientras que para Eva, el joven de dieciocho años despierta sus deseos sexuales, pero estableciendo en realidad una relación de poder que ella confunde con enamoramiento. Solo la mirada externa de su amiga y compañera de trabajo Ingeborg (Kathrine Thorborg Johansen) le advierte de las consecuencias fatales que puede tener una relación como ésta. También hay cierto misterio alrededor de Amir que tiene que ver con su procedencia real, lo que aporta una tonalidad casi de thriller erótico a este drama que en un nivel más general reflexiona sobre la condescendencia y la superioridad moral teñida de solidaridad con la que Occidente trata a los refugiados.
Don't call me mama adopta principalmente el punto de vista de Eva, un personaje complejo que en algunos momentos parece utilizar a Amir solo para satisfacer sus deseos sexuales y contrarrestar su vacío emocional, pero al situarse en esta perspectiva, nunca está claro si ella también está siendo utilizada. La protagonista se coloca en una posición cada vez más complicada, sobrepasando los límites de su propia posición social, pero la historia plantea preguntas sobre la posibilidad de sacrificar los ideales y las buenas intenciones cuando las consecuencias pueden llegar a afectar al propio estatus social. En este sentido, el guión de Nina Knag propone una relación que se aleja de los planteamientos románticos para incorporar elementos mucho más perturbadores, y en cierto modo ofrece una propuesta que sitúa a su protagonista en una situación incómoda. No beneficia a la película cierto tono televisivo, a través de un planteamiento visual en el que predominan los planos cercanos a los personajes, pero con un desarrollo narrativo que resulta demasiado convencional. Es más interesante lo que sobrevuela la acción, que lo que vemos en la pantalla, de manera que la película se sitúa en un nivel más interesante en el plano teórico de lo que se intuye que quiere contar, que en la práctica de lo que realmente cuenta. El personaje de Ingeborg sirve como una representación de la mirada exterior, que de alguna manera puede ver la naturaleza de la relación con la percepción más real, pero su presencia funciona sobre todo como dispositivo respecto al desarrollo de la protagonista, sin que tenga una esencia propia como personaje, algo parecido a lo que ocurre con Jostein, que acaba siendo más conveniente para la trama que relevante para la historia. La película funciona mejor en las escenas en las que se intuye el trasfondo a través de las miradas, de aquello que no se expresa con palabras pero que resulta evidente, como el encuentro con Lisa (Nina Ellen Ødegård) en el ferry que recorre los fiordos, o la reunión con Irene (Ragnhild Gudbrandsen), la directora del centro de refugiados. Don't call me mama supone el reflejo de una relación amorosa que traspasa los límites éticos, y aunque pierde la oportunidad de profundizar más en los temas que trata, explora una interesante perspectiva sobre el cinismo que envuelve a los actos de generosidad aparentemente desinteresados.
La chica de la aguja se estrena en salas de cine el 21 de marzo.
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Películas mencionadas:
La Strada y Wildland se pueden ver en Filmin.
El asesino de las postales se puede ver en 3Cat y Filmin.
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