07 febrero, 2025

Rotterdam 2025 - Parte 3: Familias

El Festival de Róterdam llega a su último fin de semana con la entrega de premios que, como suele ser habitual, no es tan extensa como en otros festivales que parecen querer premiar todos los aspectos posibles de las películas seleccionadas. Por el contrario, esta muestra cinematográfica mantiene una lista de reconocimientos limitada para premiar las películas en su conjunto en las dos secciones competitivas. En nuestra penúltima crónica nos acercamos a historias que ponen su foco en los entornos familiares y las dinámicas de las relaciones. Este año, los premios del Festival de Róterdam han sido los siguientes: 

TIGER COMPETITION: 

Mejor Película: Fiume o morte!,  Igor Bezinović (Croacia, Italia, Eslovenia)
Premio Especial del Jurado: L’arbre de l’authenticité, Sammy Baloji (República Democrática del Congo, Francia, Bélgica)
Premio Especial del Jurado: In my parents' house, Tim Ellrich (Alemania)

BIG SCREEN COMPETITION: 

Mejor Película: Raptures, Jon Blåhed (Suecia, Finlandia)

Premio FIPRESCI: Fiume o morte!,  Igor Bezinović (Croacia, Italia, Eslovenia)
Premio NETPAC: Bad Girl, Varsha Bharath (India)
Premio del Jurado Joven: The Visual Feminist Manifesto, Farida Baqi (Siria, Líbano, Alemania, Suecia, Países Bajos)

Im haus meiner eltern (In my parents' house)

Tim Ellrich

Alemania 2025 | Tiger Competition | 

Rotterdam '25: Premio Especial del Jurado


Las dinámicas familiares son complicadas de trasladar a la ficción, sobre todo si mantienen una fuerte conexión con la realidad. En la primera película de ficción de Tim Ellrich (1989, Alemania) después de dirigir documentales como My Vietnam (2020), ha elegido contar una historia muy cercana a su propia experiencia cuando uno de los miembros de su familia padecía esquizofrenia. Y ha querido acercarse tanto a la historia real que ha decidido rodar en la casa de sus abuelos, la misma en la que vivió su tío, frecuentemente aislado por los síntomas de su enfermedad. El director explica que la misma configuración de las habitaciones, que él recuerda desde que la visitaba cuando era niño, dicen mucho sobre la dinámica familiar, sobre quién ocupaba qué espacio dentro de esa estructura de relaciones. Al margen de esta necesidad de estar cerca de la realidad, la casa también transmite una cierta sensación de claustrofobia, que se ve reforzada por la utilización de una fotografía en blanco y negro a cargo de Konstantin Pape (una decisión que fue tomada en una etapa tardía de la producción), lo que también intensifica todavía más el efecto de aislamiento. In my parents' house (Tim Ellrich, 2025) es una película que aborda cuestiones complejas sobre la familia y se hace preguntas sobre las razones para adoptar determinados posicionamientos, como el compromiso, pero también la obligación, que requiere el cuidado de los miembros de la familia que necesitan una atención especial. La esquizofrenia de Sven (el actor no profesional Jens Brock) supone una adaptación permanente de sus padres, que conviven con la enfermedad como víctimas colaterales. Y la forma de aproximarse a ella, desde una madre (Ursula Werner) que mantiene una actitud protectora hasta un padre (Manfred Zapatka) que se muestra cansado de los cambios de humor de su hijo, retrata con especial acierto ese tipo de dinámicas que se producen en el foco familiar cuando se enfrenta a una enfermedad mental. También está la ausencia de unos hermanos (Kirsten Block y Peter Schneider) a los que solo escuchamos a través del teléfono poniendo excusas para mantenerse al margen del problema. Es interesante que Tim Ellrich decida retratar la esquizofrenia de su tío evitando los síntomas psicóticos y centrándose en los síntomas negativos, una de las tres etapas de la enfermedad. Estos síntomas negativos provocan la falta de motivación y el desinterés, la voz apagada o directamente la renuncia al habla y la falta de interacción. 

De manera que Sven se convierte en una figura aislada, que está presente pero también parece ausente, una presencia que entra en escena de manera silenciosa, ocupando a veces solo un espacio lateral del plano, y la propia corpulencia que aporta Jens Brock implica una sensación de imprevisibilidad que transmite al espectador la tensión que se produce en la familia. Cuando la madre sufre una caída y debe ser hospitalizada, la protagonista de la película, Holle (Jenny Schily) afronta esa obligación familiar que mencionábamos antes de regresar a la casa y enfrentarse de una manera más directa a la convivencia con su hermano Sven. Que la protagonista de la película sea una sanadora espiritual es una circunstancia que también surge de la realidad, relacionada con la madre del director, pero que aporta una dimensión muy destacada a la historia. Esta técnica de sanación no invasiva que utiliza el cuerpo energético para provocar efectos en el cuerpo físico está reflejada a través de la relación entre Holle y una paciente con cáncer, que sabe que no va a ser curada de su enfermedad, pero encuentra en las sesiones una tranquilidad espiritual que calma su forma de enfrentarse a un destino inevitable. Pero al mismo tiempo la actividad de Holle enfatiza la sensación de impotencia, de no saber sobrellevar el entorno familiar, aunque llega un momento en el que ella misma trata de sanarse espiritualmente. La dedicación que comienza a practicar con su familia, y una decisión que toma posteriormente, la enfrenta a su pareja Dieter (Johannes Zeiler). In my parents' house encuentra sus mejores reflejos de la complicada relación familiar en las conversaciones que se producen en los momentos más cotidianos, o en las reuniones familiares en las que trata de evitarse la mención a la propia enfermedad de Sven. La actriz Jenny Schiller consigue reflejar de una manera sobresaliente, casi sin diálogos, esa carga que decide asumir su personaje, y establece en ocasiones una conexión con Sven en la que éste parece percibirla realmente. Se establece un cierto paralelismo entre las diferentes formas de dependencia en los entornos familiares, la que tiene Sven por su enfermedad, pero también la dependencia emocional que se percibe en Holle. Y la película adopta un ritmo que está marcado por el uso muy expresivo de los fundidos a negro, que cada vez se han visto desprendidos de su significado narrativo en el cine actual, pero que funcionan perfectamente no solo como reflejo de las elipsis, sino como efectos de respiración en el cargado ambiente de tensión que transmite la casa familiar. Lo más interesante de la película es su capacidad para plantear preguntas que conectan directamente con las relaciones personales con las que podemos sentirnos identificados. 

Wind, talk to me

Stefan Đorđević

Serbia, Eslovenia, Croacia 2025 | Tiger Competition | 


A través del sentimiento de pérdida que experimentó la familia del director Stefan Đorđević (1987, Serbia) cuando su madre murió tras librar una batalla contra el cáncer, esta película construye un emocionante reflejo del duelo que se sitúa en un término indefinido entre la ficción y el documental, en una especie de autorretrato familiar que termina siendo muy cercano a pesar de enfrentarse a una estructura complicada. Cuenta el director que su madre se sintió desilusionada con el sistema sanitario y los tratamientos convencionales la primera vez que luchó contra el cáncer a mediados de los 2000, así que decidió acercarse a métodos alternativos que cambiaron su enfoque hacia el auto-cuidado, el bienestar y la conexión con la naturaleza. Cuando el cáncer regresó en 2017, compró un pequeño camping junto a un lago cerca de su pueblo natal, donde pasó la última etapa de una enfermedad ya avanzada. Las fotografías que Stefan Đorđević hizo de su madre pasaron a convertirse en grabaciones de video que han acabado formando parte de este proyecto, en el que se construye una historia de ficción que retrata parte de la realidad, mezclada con las conversaciones entre madre e hijo en las que está presente una mirada filosófica en torno a la naturaleza, la sanación espiritual y el viento como ese elemento que respira vida. Stefan Đorđević comenzó en el cine como un joven actor amateur que protagonizó la premiada película Tilva Roš (Nikola Ležaić, 2010), para después trabajar como director de fotografía y cámara en varios proyectos, y realizar cortometrajes que también están relacionados con su familia, como The last image of father (Stefan Đorđević, 2019), que ganó el premio al Mejor Cortometraje en el Festival de Huesca, donde abordaba la relación entre un niño y su padre, enfermo terminal, durante un viaje por Serbia. Pero en Wind, talk to me (Stefan Đorđević, 2025) se aprecia no solo la representación de la ausencia y el recuerdo, en emocionantes escenas como una conversación entre el protagonista Stefan y su abuela, sino cierta perspectiva optimista sobre la conexión con la naturaleza como un efecto que sana no solo físicamente sino también espiritualmente. La película comienza con una escena algo abstracta en la que la mano de Stefan se acerca a un árbol y lo abraza, un vínculo que se repite más adelante, de una manera humorística, con otros miembros de la familia. Porque, a pesar del tema principal, no estamos ante un drama que se enfoca en la tristeza, aunque el director ha afirmado en alguna entrevista que "la tristeza nos ayuda a amar más las cosas", sino que utiliza la reconstrucción de ese camping en medio del bosque para reunir a la familia alrededor de un espacio ocupado en vida por la madre ausente, que sirve como despedida.  

La virtud de Wind, talk to me es que no se trata solo de un documental intimista que propone una visión atmosférica de la naturaleza, sino que ofrece un planteamiento singular y arriesgado que quiere situarse en un espacio intermedio con la ficción. De manera que están presentes los miembros reales de la familia del director, pero construyendo personajes que siguen el texto de un guión y que están rodados bajo los parámetros de la narrativa de ficción, como las escenas entre Stefan y su hermano Boško, aunque con otros miembros de la familia, como la abuela, se han rodado en un plano único con diálogos reales. Esta textura semi-documental aporta un enfoque que es al mismo tiempo intimista pero a partir de una estructura original que establece una conexión entre la familia y las imágenes grabadas de la madre. El otro aspecto interesantes es que el montaje de Tomislav Stojanović y Dragan von Petrović difuminan la separación entre pasado y presente, de manera que, aunque sabemos que las imágenes de la madre son anteriores, no hay una diferencia clara entre las grabaciones del pasado y las actuales, lo que consigue que, en cierto modo, la madre siga siendo parte de esa atemporalidad en la que se sitúa la película. También forma parte de la realidad y la ficción la perra Lija, que el director adoptó después de la muerte de su madre como una necesidad de compartir el duelo a través de la conexión estrecha con el animal. Y aunque no hay una simbología conscientemente planteada, Lija acaba siendo la representación de esa sanación a través de la naturaleza (le curan una herida con miel), pero también la forma en que Stefan consigue reconciliarse con su pasado a través del amor incondicional que le ofrece su perra. Wind, talk to me tiene éxito en ese planteamiento de estructura a veces difusa que rompe con la linealidad y encuentra un camino para ser un retrato familiar íntimo pero al mismo tiempo conectar con la fuerza de una madre ausente que también está profundamente presente. 

Acts of love

Jeppe Rønde

Dinamarca 2025 | Harbour | 


Otra película que explora experiencias personales y que se presenta al principio con una indicación, "Basada en recuerdos reales", que de alguna manera ironiza sobre la apropiación de la objetividad que plantean las historias que dicen estar basadas en hechos reales. El planteamiento que elabora el director Jeppe Rønde (1973, Dinamarca) trata de reflejar la percepción de que la memoria es siempre subjetiva, y lo reproduce en una escena en la que un recuerdo tiene diferentes interpretaciones. Pero, sobre todo, esta historia aborda el tema de la permanencia del trauma y los límites establecidos en una sociedad amplia o en una comunidad pequeña, que finalmente acaba siendo una especie de sociedad paralela que utiliza los mismos elementos de restricción, aunque no lo parezca. Hannah (Cecilie Lassen) dejó atrás a su familia hace años para formar parte de la comunidad cristiana New Age, que está liderada por Kristen (Ann Eleonora Jørgensen), quien ofrece a sus participantes un proceso de sanación de las experiencias traumáticas del pasado realizando "sesiones de reflejos", en las que se reproducen por parte de los miembros de la comunidad las situaciones que provocaron un trauma concreto. Filmadas en un solo plano secuencia con movimientos de cámara que parecen levitar alrededor de los personajes, estas escenas muestran una técnica de sanación terapéutica que está basada en las llamadas "constelaciones familiares" descritas por el teólogo y espiritualista alemán Bert Hellinger, una pseudoterapia que defiende que los miembros de una familia se influyen recíprocamente en su salud y en su conducta, y utiliza el juego de roles en los que unos encarnan el papel de los otros. La representación de estas sesiones de reflejos aportan los momentos más etéreos y significativos de una película que explora los conceptos de trauma y vergüenza desde la particularidad del personaje central, para definir también una especie de personalidad danesa más general motivada por los sentimientos de vergüenza frente a los procesos de colonización de territorios como Groenlandia, y la conversión forzosa de los Inuit en la cultura e identidad danesas. Esta mirada que amplifica el alcance de la película más allá de su historia concreta, se desvía hacia planteamientos relacionados con el misticismo de la propia cultura Inuit, que define al sol como la representación de la diosa Malina y a la luna como su hermano Anningan, que a veces se concentra tanto en su hermana que incluso se olvida de comer y queda como una luna menguante. 

Precisamente la llegada de Jakob (Jonas Holst Schmidt), el hermano de Hannah, es el que provoca la disrupción con la aparente estabilidad de esta comunidad religiosa. Presentándose primero como un miembro que quiere formar parte de ese entorno, en realidad su intención es convencer a Hannah de que abandone esa vida y regrese a su casa. Y su forma de expresar incredulidad por la convivencia establecida por Kristen, que incluye encuentros sexuales entre sus miembros, supone un elemento de distorsión y de ruptura, mientras la presencia de Jakob perturba la propia vida de Hannah, que se enfrenta de nuevo a las razones por las que decidió huir de su casa. Acts of love (Jeppe Rønde, 2025) plantea un acercamiento interesante hacia los límites del amor y las barreras necesarias para establecer pautas de convivencia, que pueden ser discutibles en el caso de algunas comunidades de carácter religioso. El director danés ya había explorado la convivencia entre religiones en documentales como Jerusalem, my love (2003), de manera que ofrece la representación de esta congregación con una mirada muy analítica, sin establecer juicios de valor, pero marcando las diferencias entre las distintas percepciones del amor y las dinámicas familiares. Tras competir en Tiger Competition con su primera película de ficción, Bridgend (2015), Jeppe Rønde regresa a Róterdam con una historia sugestiva pero que también es desafiante en el planteamiento de preguntas complejas sobre las relaciones personales. En cierto modo, Acts of love no es exactamente una película sobre la religión o la fe, sino que utiliza éstas como una forma de plantearse hasta dónde llega la libertad personal de la protagonista o si su presencia en la comunidad es producto de una forma de adoctrinamiento. Hannah, interpretada con una cualidad física por Cecilie Lassen, que tiene formación en danza, huye de los condicionamientos de la sociedad exterior para introducirse en un espacio que propone otro tipo de limitaciones. Y el trabajo de Jonas Holst Schmidt, del que vimos el año pasado su debut como actor en la película Copenhague no existe (Martin Skovbjerg, 2023), consigue crear un personaje ambiguo y apasionado. Hay una textura que tiene similitudes con Rompiendo las olas (Lars Von Trier, 1996), en la representación de una comunidad cerrada y la necesidad de los personajes de traspasar sus límites, lo que perjudica a esta propuesta que se siente menos relevante y algo menos profunda que aquélla. 

© Jurre Rompa

I shall see

Mercedes Stalenhoef

Países Bajos 2025 | Limelight | ★★★


A partir de una historia basada en un acontecimiento que ocurrió realmente a una persona cercana a la directora, el debut de la documentalista Mercedes Stalenhoef (1966, Países Bajos) en el largometraje de ficción tiene como protagonista a Lot (Aiko Mila Beemsterboer), una joven de 17 años a la que un accidente con fuegos artificiales le provoca la pérdida total de visión en un ojo y parcial en el otro. Como en otros lugares, en Países Bajos hay un intenso debate sobre la necesidad de prohibir el uso de fuegos artificiales en celebraciones como fin de año, pero la película no plantea esta cuestión directamente, aunque situar el accidente alrededor de esta práctica deja clara su postura. Ante la noticia de que, desde el punto de vista médico, es imposible devolverle la vista, Lot se enfrenta a un cambio radical en su vida, entregándose a la negación y a la rebeldía frente a una situación incontrolable y la pérdida definitiva de sus sueños personales. Pero esta pérdida de la visión se plantea en la película como una representación de las imposiciones con las que nuestra sociedad marca nuestras vidas: las aspiraciones de futuro, la idea de ver y ser vistos y reconocidos. Y la forma en que una adolescente puede enfrentarse a una transformación radical de estos conceptos: "Cuando perdí la vista yo también quería ignorarlo. Era bueno en eso, gracias al alcohol y las drogas. En retrospectiva, solo fue una pérdida de tiempo", le dice Ed (Edward Stelder), a quien precisamente se le está acabando el tiempo. El primer acto de la película aborda ese proceso de adaptación a la ceguera en el que hay todavía una esperanza de volver a ver, que se difumina a partir del momento en el que ingresa en un Centro de Rehabilitación que ya no sirve para curar, sino para saber adaptarse a una situación irreversible. De ahí que para Lot sea un lugar en el que no quiere estar, tratando de aferrarse todavía a la vida tal como era antes del accidente, especialmente a través de su novio Casper (Roman Derwig). La búsqueda de la irrealidad se produce en los sueños, un entorno en el que todavía puede imaginarse viendo. La directora afirma que un amigo que sufrió un accidente de moto y quedó ciego le comentaba que en los primeros meses solo quería dormir, porque era el único sitio en el que podía recuperar la vista. Pero esta progresiva transformación también se produce a partir de la mayor consciencia de los otros sentidos, y el relato de los sueños en los que se sumergía su amigo fue uno de los puntos de referencia de una película que sobre todo es un viaje sensorial. 

Porque I shall see (Mercedes Stalenhoef, 2025) tiene un planteamiento en su perspectiva que sitúa al espectador siempre en el punto de vista de la protagonista. A veces reproduciendo el mundo tal como lo ve ella, solo formado por luces borrosas y difusas, una idea sacada de la imagen parecida a la de un limpiaparabrisas colocado delante de la lente, y generalmente sin mostrar los rostros de los personajes secundarios, que siempre están enfocados en planos que cortan su apariencia física. En el centro, Lot conoce a Mischa (Minne Kole), otro joven en el que encuentra un punto de apoyo incluso mayor que con Casper, que parece ahora pertenecer a otro mundo, en el que Lot se siente cada vez menos reconocida. El personaje de Mischa es el que representa de manera más cercana a ese amigo en el que la directora se inspiró para hacer la película. El trabajo de Mercedes Stalenhoef en el género documental le permite aportar una autenticidad a la historia que cuenta, pero lo hace desde la utilización de las emociones y planteando una experiencia sensorial, bien subrayada por la fotografía de Mark van Aller, que coloca permanentemente la cámara enfocando el rostro de Lot y reconstruye los efectos de la ceguera a través de sus ojos, también marcado por un diseño de sonido caleidoscópico de Michel Schöpping, que refleja el aumento gradual de la consciencia auditiva de la protagonista. I shall see se puede ver también como una especie de coming-of-age en el que la joven vive un proceso de madurez (cumplirá 18 años a lo largo de la historia), pero en este caso marcado por la pérdida de uno de sus sentidos y la necesidad de adaptarse a una forma diferente de vivir. El mensaje es optimista, abordando la capacidad del ser humano para enfrentarse a situaciones complejas, y destacando el sentimiento de comunidad en un lugar como el centro de rehabilitación en el que pedir ayuda no solo es importante, sino necesario, y en el que adquiere una especial relevancia la presencia de Pluto, un perro guía que acompaña a la presentación de la película. I shall see es una historia bien contada que evita caer en los convencionalismos adoptando un punto de vista que sitúa al espectador al nivel de la protagonista, creando una especie de inmersión que subraya la transformación del personaje. 

Get away

Steffen Haars

Finlandia, Reino Unido 2024 | Limelight | 

Sitges '24: Sección Oficial


Aunque pueda parecer sorprendente, el Festival de Róterdam también tiene su dosis de cine gore, y sus sesiones de medianoche ofrecen una muestra de algunas películas relevantes de la última temporada de cine de terror, como la hongkonesa Possession Street (Jack Lai, 2024), la taiwanesa Dead Talents Society (John Hsu, 2024), ganadora de dos premios en el Festival de Sitges, o la británica Get away (Steffen Haars, 2024), que también compitió en el festival catalán de cine fantástico. Esta última propone precisamente una aproximación a una familia que viaja a una pequeña isla sueca donde se celebra cada año un misterioso festival local llamado Karantan al que, sin embargo, no están invitados los turistas, como les describe claramente el dueño de una cafetería: "Los turistas durante Karantan son como la carne de cerdo en un bar mitzhva". Pero el matrimonio formado por Richard (Nick Frost) y Susan (Aisling Bea), y sus hijos Sam (Sebastian Croft) y Jessie (Maisie Ayres) no parecen sentirse intimidados cuando alquilan un B&B para asistir precisamente a esa festividad en Svalta (aunque en realidad la película se rodó en Finlandia). Ni qué decir tiene que la historia recuerda inmediatamente a otras muestras de folk horror como El hombre de mimbre (Robin Hardy, 1973) y, sobre todo, Midsommar (Ari Aster, 2019), pero esto es precisamente lo que pretende, especialmente en una primera parte en la que la familia Smith recibe constantemente miradas amenazadoras e inquietantes por parte de los habitantes de la isla, con la excepción de Matts Larsson (Eero Milonoff), que es quien les ha alquilado la antigua casa donde vivió (y murió decapitada) su madre, para que permanezcan en la isla los tres días que dura la celebración de Karantan. El guión escrito por el comediante Nick Frost, que también protagonizó la anterior película del director, la más endeble Krazy house (Steffen Haars, Flip Van der Kuil, 2024), asimismo seleccionada en una sección paralela del Festival de Róterdam, no tiene ningún pudor en introducir todos lo clichés del subgénero de "familia inocente en unas vacaciones de pesadilla en un lugar remoto", al estilo de Lowlifes (Tesh Guttikonda, Mitch Oliver, 2024). Pero consigue con esto introducir elementos de humor que están relacionados con el pasado de los habitantes de la isla, que conmemoran una tragedia del siglo XIX en la que muchos isleños murieron tras ser forzados por los soldados ingleses a permanecer en cuarentena durante una epidemia de gripe. 

También hay un misterio en el empeño de una familia que recibe señales de alarma constantemente para continuar sus vacaciones en un lugar tan hostil, lo que mantiene cierto suspense. Inevitablemente, comenzarán a aparecer animales con cabezas cortadas para tratar de ahuyentarles, y los misteriosos personajes que habitan la isla, especialmente la carismática líder Klara (Anitta Suikkari), son cada vez más inquietantes. Al tratarse de una película escrita y protagonizada por Nick Frost, que también ha participado en parodias como Zombies party (Edgar Wright, 2004), resulta inevitable prever que, más pronto que tarde, la historia desembocará en un baño de sangre. Y efectivamente lo hace, pero con un giro de guión interesante que le aporta cierta originalidad. Los amantes del cine gore encontrarán en el tercer acto los ingredientes necesarios para disfrutar de una buena dosis de casquería sangrienta, pero la película no encuentra el tono adecuado para mezclar comedia y terror con la suficiente eficacia, precisamente por un guión que se apoya demasiado en el supuesto efecto sorpresa. Incluso aunque la familia Smith ofrezca una representación de ciertas dinámicas familiares algo tóxicas, como las constantes bromas que recibe Richard, sobre todo por parte de sus hijos, al final Get away está menos interesada en explorar estos temas para enfocarse en ser un divertimento algo básico pero lo suficientemente entretenido, que tiene la virtud de manejar bien la estructura narrativa para que no resulte demasiado repetitiva. Estrenada en Reino Unido a través de la plataforma Sky y en Estados Unidos en la plataforma Shudder, Get away ofrece dosis adecuadas de gore, pero ciertos desequilibrios en su formato de parodia del folk horror. 

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Películas mencionadas:

Bridgend, Copenhague no existe, Rompiendo las olas y El hombre de mimbre se pueden ver en Filmin.
Queen Lear se puede ver en Dafilms.com, GuideDoc y Truestory.
Midsommar se puede ver en FlixOlé y Prime Video. 
Zombies party se puede ver en Filmin, Netflix y Tivify. 

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