Desde el pasado 30 de enero se celebra el Festival Internacional de Cine de Róterdam (IFFR), que se extiende hasta el próximo 9 de febrero y al que dedicaremos varias crónicas durante esta semana. La particularidad de este festival es que se trata de uno de los más innovadores y diversos en la selección de las películas, que trata de "desafiar las visiones que las personas tienen del mundo y de los demás a través del cine y las artes audiovisuales". Su programación es menos comercial que la del Festival de Berlín que se celebra a continuación, y ofrece perspectivas más singulares. El IFFR, que cumple este año su 54 edición, nació en 1972 de la mano de su fundador Hubert Bals (1937-1988, Países Bajos), que ahora da nombre al Fondo Hubert Bals, uno de los más importantes como apoyo a las producciones cinematográficas de los países en desarrollo. El director del festival acuñó la famosa frase: "El cine americano está muriendo" y defendía que los verdaderos maestros de la creación audiovisual estaban en los países en desarrollo, por lo que dedicó sus esfuerzos a programar películas de Asia, África y América Latina.
Si ha comenzado el Festival de Róterdam, también acaba de terminar este fin de semana el Festival de Gotemburgo, que ha premiado a la producción islandesa When the light breaks (Rúnar Rúnarsson, 2024) con el Dragon Award a la Mejor Película Nórdica, el máximo galardón del certamen. La actriz noruega Andrea Brœin Hovig ha conseguido el Premio de Interpretación por Love (Dag Johan Haugerud, 2024), segunda parte de la trilogía sobre el amor que comenzó con Sex (Dag Johan Haugerud, 2024), que estrena la plataforma Filmin el 21 de febrero. Mención Honorífica para My eternal summer (Sylvia Le Fanu, 2024) y Premio FIPRESCI a la también danesa La chica de la aguja (Magnus von Horn, 2024), una excelente y cruda historia que está nominada al Oscar. El Premio del Público ha sido para Before dark (Eirik Svensson, 2024) y el premio a la Mejor Película Internacional para Memorias de un caracol (Adam Elliott, 2024), también nominada al Oscar. En el transcurso del Festival de Gotemburgo se ha celebrado el Drama TV Vision, con la invitada especial Henriette Steenstrup, creadora y protagonista de la serie Perni (Filmin, 2021-), que tiene pendiente de estreno en España su cuarta temporada y el estreno en los países nórdicos de la quinta y posiblemente última. La actriz, sin embargo, ha fundado una productora con la que ha anunciado dos proyectos de series también escritas por ella: Nepobaby (TV2, 2025), sobre una joven que hereda una gran fortuna, y Triage (TV2, 2026), una comedia sobre el servicio de urgencias de un hospital. Asimismo, se ha entregado el Nordic Series Script Award 2025, que ha recaído en Pelle Rådström, guionista de la excelente miniserie sueca Pressure point (SVT, 2024), que ganó el premio a Mejor Serie en la pasada edición de Serielizados Fest. Mientras que el Creative Courage Award, para guiones que desafían los límites creativos, ha sido para la estupenda miniserie noruega Amor sin wifi (Movistar Plus+, 2024).
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Wondrous is the silence of my MasterIvan SalatićMontenegro, Italia, Francia, Croacia, Serbia 2025 | Tiger Competition | ★★★☆☆ |
A través de un relato de ficción que se sostiene en algunos personajes reales de la historia de Montenegro, el director Ivan Salatić (1982, Croacia), que ya compitió en la sección Bright Future de Rotterdam con su debut, You have the night (2018), ofrece una mirada hacia los conceptos de identidad y hogar en una película que está bellamente filmada, con una estética que parece recrear antiguas obras de arte. Pero Wondrous is the silence of my Master (Ivan Salatić, 2025) tiene problemas para que la narrativa y la reflexión que plantea estén a la altura de la belleza de sus imágenes y la utilización de los colores que crean un efecto hipnótico. Quizás la falta de contexto histórico puede perjudicar a la forma en que la historia se transmite, aunque en realidad tiene un argumento sencillo. Ambientada en Montenegro en el siglo XIX, la historia tiene como protagonista principal a Đuko (Luka Petrone), un devoto sirviente de su Maestro Morlak, que está interpretado por el poeta croata Marko Pogačar en su debut como actor. El personaje está inspirado en Pedro II de Montenegro, poeta, filósofo y soberano, que destacó tanto por su obra lírica como por su habilidad política, y es una de las figuras históricas más importantes de Serbia y Montenegro. Pedro II sufrió de tuberculosis, lo que le llevó a la muerte, y como él Morlak tiene problemas para respirar, aunque su enfermedad es objeto de admiración para su sirviente: "Qué hermoso es el sufrimiento de nuestro maestro", llega a decir Đuko. Sin embargo, toma la decisión de desplazarse a la costa italiana, cuyo clima le beneficia, acompañado de su familia y un grupo de fieles seguidores. Aunque su salud mejora, Đuko siente nostalgia de su tierra, pero comienza a darse cuenta de la escasa intención de su Maestro por regresar a Montenegro. En Italia, Morlak se dedica a leer poesía en fiestas de la aristocracia, que son recreadas con un uso deslumbrante de la composición de planos, que parece inspirada en El Gatopardo (Luchino Visconti, 1963), aunque se citan otras referencias del director para su película, como Pier Paolo Pasolini o Roberto Rossellini.
La amistad que entabla Morlak con el ilustrado Ljubo (Igor Božanić) provoca los celos de Đuko, que encuentra cada vez más lejana la posibilidad de volver a su tierra. El personaje representa los temas principales de una película que se recrea más en lo visual que en lo narrativo, con escasos diálogos que tienen una cadencia poética, pronunciadas principalmente por Morlak como reflexiones sobre el exilio y los vínculos emocionales con los orígenes. De esta forma, la historia plantea cuestiones que son relevantes desde el punto de vista contemporáneo, pero se ve perjudicada por su propia austeridad. Aunque consigue crear una atmósfera de quietud que, una vez que el espectador se introduce en su particular cadencia, resulta bastante cautivadora. Lo que también se refuerza con el uso de la música, principalmente procedente del proyecto audiovisual Mai Mai Mai, creado por Toni Catrone, que explora las sonoridades del folclore mediterráneo y del sur de Italia, con la colaboración de músicos contemporáneos de raíces étnicas. La mayor parte de la banda sonora de la película está extraída del álbum Rimorso (2022, Maple Death Records), con colaboraciones de Vera Di Lecce y Cosimo Damiano. Wondrous is the silence of my Master establece una interesante dinámica que aborda la lealtad y la obsesión del sirviente Đuko por su Maestro, y está precedida por un prólogo denominados "en vez de un prólogo", en el que un pescador de la costa del Adriático encuentra los relatos escritos por Đuko en el papel con el que envuelve el pescado, lo que establece una estructura cerrada y define una atmósfera de biografía que tiene raíces históricas. Es atractiva su incursión en los temas de identidad que establecen una conexión con la realidad actual, la de los desplazamientos forzados y el sentido de pertenencia a partir de una identidad colectiva que resulta vulnerable, pero es más relevante desde el punto de vista estético que desde una reflexión profunda sobre estos conceptos.
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Vitrival - The most beautiful village in the worldNoëlle Bastin, Baptiste BogaertBélgica 2025 | Tiger Competition | ★★★★☆ |
Los dos protagonistas principales de esta historia son policías que patrullan diariamente las calles de Vitrival, una pequeña localidad de Valonia, que es el típico lugar en el que habitualmente no ocurre nada especial, mientras escuchan Radio Chevauchoir. Pero durante los meses en los que transcurre la película, se producen dos hechos misteriosos: por un lado, aparecen periódicamente grafitis con la imagen de un pene en diversos lugares del pueblo, entre ellos la puerta de la iglesia o la parada del autobús. Nadie sabe quién es el responsable, pero cuando se efectúa la limpieza de las paredes, al día siguiente el grafiti vuelve a aparecer en otro lugar. Algunos vecinos mayores organizan incluso una patrulla nocturna para atrapar al culpable, aunque llegan demasiado lejos cuando comienzan a hurgar en las basuras de los vecinos para recoger información. Al mismo tiempo, se están produciendo algunos suicidios, tan extraños en un lugar tranquilo como Vitrival que desconcierta a la pareja de policías, los primos Pierre (Pierre Bastin) y Benjamin (Benjamin Lambillotte), algo desbordados por los acontecimientos. El alcalde de pueblo, que también es el médico, les encarga repartir entre los vecinos octavillas que tratan sobre la prevención de suicidios. Vitrival - The most beautiful village in the world (Noëlle Bastin, Baptiste Bogaert, 2025) asume desde el principio un tono semi documental, con la utilización de actores no profesionales que, en su mayor parte, son familiares de la co-directora, originaria de Vitrival. La cotidianeidad de un pequeño pueblo tranquilo, que parece sacada de un documental de Claire Simon, contrasta con las situaciones menos cotidianas que recuerdan al cine de Bruno Dumont, de manera que esta oposición establece un tono de humor que permanece a lo largo de una película que no busca la comedia directamente, pero está permanentemente impregnada de ella. Hay personajes peculiares como el hermano inválido de Pierre, sentado en la puerta de su casa todos los días, que ha decidido llevar a cabo un estudio de observación anotando en una libreta los nombres de las personas que pasan cada día, en diferentes colores, según el grado de depresión que le transmitan, de manera que está convencido de que puede prevenir el próximo suicidio. Pero el humor también se refleja en la propia seriedad con la que los personajes encaran las situaciones: los directores cuentan que la anécdota del grafiti de contenido sexual ocurrió realmente en el pueblo, provocando la irritación de los vecinos.
La película utiliza diferentes eventos que se desarrollan a lo largo del año en Vitrival para estructurar la narrativa, de manera que el primer acto está marcado por el llamado Grand Feu, una tradición que permanece en algunas localidades como símbolo del final del invierno; el segundo acto tiene como eje principal la Marche Royale Saint-Pierre, que se celebra en junio, mientras que el tercer acto se desarrolla alrededor de la festividad de Todos los Santos. Esta conexión directa con las festividades locales subraya la mirada cotidiana de una historia, que también está marcada por la elección de largos planos secuencia para las conversaciones entre los personajes. Los directores evitan la edición de plano-contraplano para situar la cámara en una posición estática delante de la cual se desarrollan las escenas, lo que facilita la interacción de unos actores amateurs, pero también transmite cierto sentido de autenticidad. Vitrival es una película amable que transcurre en un entorno agradable, pero en el que también hay una sensación de estancamiento y de melancolía. Pierre está estudiando inglés para ir a visitar a su novia que estudia en Kansas, pero tanto él como Benjamin están construyendo sus casas, lo que establece un arraigo en ese lugar tranquilo pero inamovible, en el que los cambios no son bien asumidos, como cuando a la prima de Pierre se le impide participar como tamborista en la Marcha de Saint-Pierre "porque las mujeres no pueden hacerlo". Vitrival es por tanto un lugar cargado de humanidad, en el que las vecinas invitan a tomar café a los policías, pero también es un pueblo tradicional en el que pesa una sensación de pérdida y de inercia. Y este aspecto es el que hace que la película tenga una perspectiva más amplia que el de un simple retrato de una comunidad local.
El cine del director Sandro Aguilar (1972, Portugal) se mueve en terrenos situados en espacios intermedios entre la realidad y el sueño, como esa zona de un hospital en la que parece que no existe la separación entre la vida y la muerte, en su debut en el largometraje A zona (2008), o ese ambiente confuso que se crea en su cortometraje Mercúrio (2010), que ganó en el Festival de Gijón y fue seleccionado en Róterdam. Su última película abraza directamente un estado de ambigüedad que captura la vida, pero no desde una perspectiva realista, sino tratando de hurgar en sus interioridades, yendo más allá de la expresión literal de una historia. El propio director se muestra reacio a seguir la narrativa clásica de principio, nudo y desenlace, porque es una representación falsa de la vida real: "Soy epidérmicamente reacio a las certezas porque cuando el misterio de las cosas del mundo se extingue o el movimiento de las personas ya no es insondable, algo muere", comenta en las notas de prensa de la película. De manera que Primeira pessoa do plural (Sandro Aguilar, 2025) es una historia que podría contarse de una manera sencilla: la crisis de una pareja justo antes de iniciar el viaje a una isla tropical para celebrar el vigésimo aniversario de su relación. Pero está narrada como una invitación al espectador a jugar en los planos ambiguos entre lo que es real y lo que es alucinatorio. Los diálogos tienen un efecto de juego al referirse a cosas que no sabemos si son verdad, aportando un tono de ambigüedad a los personajes. Cuando se refieren a fantasmas no estamos seguros de si los mencionan porque los han visto o porque creen que los han visto, de manera que queda un poso de irrealidad que el director no pretende resolver, sino que prefiere dejar en ese espacio escurridizo y confuso. Mateus (Albano Jerónimo) e Irene (Isabel Abreu) son una pareja burguesa que vive en un apartamento con su hijo adolescente (Eduardo Aguilar), y una aparente estabilidad que les lleva a preparar la celebración de su aniversario en una isla tropical. Pero los efectos de las vacunas para el viaje les introducen en un estado de inquietud marcado por fiebres y alucinaciones que provocan en ellos una reevaluación de su relación, una asimilación de la fragilidad sobre la que está construida.
La película comienza con una escena muy extraña pero significativa, con la cara de Mateus cubierta por un pasamontañas blanco que le cubre completamente, que le muestra como un hombre sin rostro, mientras Irene se encuentra acostada con un antifaz rojo. Es una escena misteriosa y surrealista, que nos introduce en el mundo de esta pareja sin que sepamos todavía quienes son, con un tono de sensualidad y al mismo tiempo inquietud, estableciendo un juego de roles que se mantiene a lo largo de la historia. La relación entre ambos, especialmente en los dos primeros actos de la película, tiene esta cadencia de juego que está relacionado con las estructuras de poder. Mientras que el tercer acto, que transcurre en esa especie de paraíso tropical (en realidad rodado en un resort italiano), que es un paraíso artificial, tiene un tono de ensueño, una especie de estado de ánimo en el que ya no se producen estos juegos de poder, sino que los personajes están más acomodados en su relación y se dejan llevar por ella, como si se dejaran llevar por la marea. La utilización de esta especie de máscaras es uno de los elementos importantes, porque los personajes están cambiando constantemente, cubriendo sus rostros o llevando gafas de sol que ocultan sus ojos, de manera que la transformación que se produce proviene del subconsciente, pero también se expresa en el exterior. En su carácter surrealista, la última parte de la película se produce en una tonalidad de ensueño, e incluso la puesta en escena que evoca los años cincuenta pero no establece un espacio temporal concreto, aporta esa cualidad onírica. Primeira pessoa do plural no es una película que trate de explicarse, sino que invita a participar de su juego. Curiosamente, a pesar de esta especie de libertad creativa y de desarrollo de personajes que se expresan mediante un lenguaje simbólico, pero también a través de movimientos de manos y gestos que parecen situarse en un plano diferente, cuenta Sandro Aguilar que es una película que pretende evocar el cine clásico. Frente a sus otros proyectos realizados con equipos de filmación pequeños, esta historia cuenta con movimientos de cámara más estilizados, que pretenden capturar esa esencia clásica en la forma en que la imagen se mueve alrededor de los personajes. Es una propuesta compleja y extraña, pero al mismo tiempo tiene un carácter lúdico que invita a dejarse llevar por un viaje evocador, quizás algo distanciado de unos personajes que representan las imperfecciones de las relaciones personales.
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© Max SmedsOrendaPirjo HonkasaloFinlandia, Estonia, Suecia 2025 | Big Screen Competition | ★★★☆☆Festival de Gotemburgo '25: Nordic Competition |
La isla de Jurmo es un pequeño archipiélago de Finlandia con terrenos escarpados y playas de arena negra que tiene un papel importante en la última película de la directora Pirjo Honkasalo (1947, Finlandia), que compitió en el Festival de Cannes con Tulipää (1981), pero no había dirigido un largometraje de ficción desde Concrete night (2013). Los acantilados, las tormentas, el faro, la única iglesia del pequeño pueblo de casas separadas o la fauna de la zona se convierten en un trasfondo que ayuda a definir la relación entre las dos mujeres de una historia centrada casi exclusivamente en ellas: una mezzosoprano llamada Nora (Alma Pöysti), cuyo marido se ha suicidado, y que viaja hasta la isla para cumplir su último deseo: ser enterrado allí en una ceremonia oficiada por la sacerdotisa Natalia (Pirkko Saisio), que fue su mentora en la juventud. "Para él fue la persona que le enseñó a observar. A mirar los detalles, la funcionalidad de las alas de los pájaros. La belleza de la desaparición, de la metamorfosis". Pero la sacerdotisa ha sido apartada del servicio religioso. Ambas tienen conversaciones a lo largo de la película que adquieren una tonalidad parecida a la relación entre madre e hija en Sonata de otoño (Ingmar Bergman, 1978). El guión de Pirkko Saisio (1949, Finlandia), que debuta como actriz interpretando a la sacerdotisa, y que es desde hace años la pareja sentimental y artística de la directora Pirjo Honkasalo, reflexiona sobre las imágenes del pasado que vuelven a la memoria, pero también aborda cuestiones filosóficas relacionadas con la religión. La sacerdotisa pronunció un sermón que cuestionaba el género tradicionalmente masculino de las figuras divinas: "Un dios omnipotente no puede tener género. O si lo tiene, debe tenerlos todos, incluidas todas las variantes de géneros no-binarios", razón por la que el obispo (Hannu-Pekka Björkman) ha decidido apartarla del oficio eclesiástico. Cuenta la guionista que tuvo gran influencia en su vida la lectura del libro de Martti Hämäläinen titulado Eros, violencia y religión (1996), que reflexionaba sobre la relación entre el erotismo, la violencia y las religiones.
Aunque hay un trasfondo psicológico en Nora que tiene su origen en un sentimiento de culpa, resulta más interesante la descripción de Natalia, cuyas ideas poco ortodoxas la sitúan en un terreno complicado en el que no encaja en el discurso tradicional de la iglesia, pero tampoco se puede situar en un posicionamiento ateísta. Ella, que renunció a una carrera musical como contralto, rechaza el carácter de una iglesia que se ha entregado a la burocracia: "Quería convertirme en el instrumento de Dios para que otros pudieran experimentar el milagro del contacto con Jesucristo. Quería entregarme a la iglesia de los pobres. Pero esta no es la iglesia de los pobres y los que sufren. Ni de los hombres que aman a otros hombres, o las mujeres que aman a otras mujeres. Es la iglesia de los sacerdotes y los burócratas". La presencia de un niño (Luca Leino) que está siempre en contacto con la naturaleza, pero que no se relaciona con las protagonistas directamente, evoca el descubrimiento de los cambios que se producen, de las metamorfosis que desembocan en un nuevo comienzo. Con referencias literarias que están sacadas de textos de Baudelaire o Dostoievski, Orenda (Pirjo Honkasalo, 2025) funciona casi como un ensayo que plantea reflexiones sobre la religión enfrentada a la transformación de la sociedad. La película termina con el duetto "Son nata a lagrimar" de la ópera Julio César en Egipto (1724) de Georg Friedrich Händel, interpretada por la contralto y directora de orquesta francesa Nathalie Stutzman, que fue la inspiración del registro vocal y de la rebeldía frente a las normas tradicionales del personaje de Natalia.
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© Lorien Motion PicturesBokshiBhargav SaikiaIndia 2025 | Harbour | ★★★☆☆ |
El género de terror en la cinematografía india ha dado algunos títulos destacados que han consolidado la tradición de los fantasmas y las entidades sobrenaturales, a veces mezclando géneros como el suspense y el humor, como en la película del Fantasia Festival Dead dead full dead (Pratul Gaikwad, 2023), un whodunit en el que la asesinada está muy presente. Incluso se produjo un curioso fenómeno el año pasado cuando Tumbbad (Rahi Anil Barve, Anand Gandhi, Adesh Prasad, 2018), que había sido seleccionada en el Festival de Venecia y obtuvo el premio a la Mejor Fotografía en el Festival de Sitges en 2018, se convirtió en un éxito de taquilla en las salas cinematográficas indias cuando se reestrenó en 2024. Es menos habitual que una película independiente consiga encontrar un espacio en el panorama cinematográfico indio, pero el director Bhargav Saikia (1989, India) ha dedicado cinco años a poner en marcha su debut en el largometraje, una historia que conecta con la tradición del culto a la naturaleza y el misticismo de la región de Sikkim, que forma parte de los Himalayas. Es admirador del director español JA Bayona, al que conoció en el Festival de Sitges cuando su cortometraje Awakenings (Bhargav Saikia, 2018) fue seleccionado y considera El orfanato (2007) como su película de terror favorita. Pero Bokshi (Bhargav Saikia, 2025) se mueve más en el terreno del folk horror, porque de hecho pasa la mayor parte de su largo metraje de casi tres horas en los bosques de esa región del Norte de la India. La historia comienza con las pesadillas de Anahita (Prasanna Bisht), una joven que las atribuye al trastorno de estrés postraumático por la muerte de su madre, de la que ella se considera responsable. Con un padre ausente, vive en casa de su abuela, una mujer estricta que consideraba a su madre como una especie de bruja, y cuando descubre la relación cercana de Anahita con la criada, decide enviarla a un internado. Hay algunos elementos que abordan la relación de las creencias con la clase social que introducen algunas aportaciones interesantes, incluso cuando en el internado Anahita comienza a sufrir el acoso de algunos alumnos. La profesora de historia Shalini (Mansi Multani) se interesa por el estado mental de la protagonista y ejerce una actitud protectora, invitándola a formar parte del Crow Club, en el que se estudian algunos fenómenos sobrenaturales. Cuando se organiza un viaje hacia el bosque para visitar un ancestral laberinto de rocas, Anahita decide acompañarles, lo que la introduce en un encuentro con el misticismo de la región que parece estar conectado con sus pesadillas.
La primera parte de la película dura aproximadamente una hora, pero el resto de la historia se desarrolla en el interior de los bosques de Sikkam, un espacio natural donde se desarrolló el rodaje. En este sentido, Bokshi toma muchos elementos del subgénero del folk horror, con entidades que se aparecen en los sueños de los excursionistas y amenazas que se vuelven cada vez más reales cuanto más se adentran en el interior del bosque. Bokshi significa Bruja en el idioma nepalí, y la representación de estas deidades femeninas establece una relación con la madre naturaleza y la venganza por la intervención del ser humano. En general, los personajes femeninos adquieren la fuerza y el liderazgo a lo largo de la película, mostrando a los personajes masculinos como asustadizos y torpes. El escenario natural elimina también las barreras sociales que se establecían en la casa y el orfanato, lo cual es una interesante mirada hacia la influencia del colonialismo en una sociedad que construye diferencias de clase, frente a un mayor equilibrio en el entorno natural. El director Bhargav Saikia consigue crear una atmósfera de desasosiego en este viaje en el que cada vez parecen acechar más peligros, y ciertamente utiliza todos los elementos tradicionales, desde los hongos alucinógenos hasta las señales inquietantes, las pesadillas o las posesiones demoníacas. Son quizás demasiados recursos que alargan el viaje de la protagonista en exceso, y da la sensación de que un montaje más conciso podría mejorar el resultado, porque incluso hay momentos de recreación en el bosque con canciones de Advait Nemlekar que parecen innecesarios. La película está hablada en inglés e hindi, pero se ha elaborado también un lenguaje nuevo para las brujas, el boksirit, que fue creado por el lingüista holandés Jan van Steenbergen, lo que refleja la influencia que tiene J.R.R. Tolkien en el cineasta. Bokshi no tiene miedo de ser excesiva, es más, abraza el exceso de la desorientación en el tercer acto, envuelto en una fotografía en la que predomina el color rojo, provocado por una luna sangrienta, que recuerda precisamente a la película Tumbbad que mencionamos antes. Y a pesar del formato 4:3 llega a ser bastante exhuberante en la representación de los bosques cercanos al Himalaya. Aunque la interpretación de los actores es bastante irregular, las dos protagonistas principales, Prasanna Bisht y Mansi Multani, manejan bien sus personajes, y la narración de la reconocida actriz Shernaz Patel aporta un toque de misterio que contribuye a mantener la atmósfera inquietante en una película que se beneficiaría, no obstante, de una menor duración.
Recién estrenada en España, la última película del director Adam Elliot (1972, Australia) establece una peculiar diferencia narrativa con otra de las películas con las que comparte este año una nominación al Oscar: Si Flow, un mundo que salvar (Gints Zilbalodis, 2024) está contada sin palabras, Memorias de un caracol (Adam Elliot, 2024) es radicalmente distinta, porque la narración de una voz en off ocupa gran parte de su metraje. Lo que demuestra, en realidad, que las narrativas diferentes pueden dar lugar a historias igualmente excelentes. El director australiano ganó el Oscar con su excelente cortometraje Harvie Krumpet (2003), lo que le dio la oportunidad de poner en marcha años más tarde su primer largometraje, el multipremiado en festivales internacionales Mary and Max (2009). Pero, como muchas veces suele suceder, especialmente en la lenta producción de cine de animación, el siguiente proyecto de película ha tardado 15 años en terminarse, en parte porque ha habido un largo proceso de escritura de guión que ha abarcado tres años, además de la pandemia del coronavirus y una intención de ser más detallistas en la puesta en escena. Uno de los aspectos que destacan en Memorias de un caracol es precisamente ese nivel de detalle al que llega en algunas escenas, especialmente cuando la protagonista Grace Pudel (Sarah Snook) sobrepasa su obsesiva tendencia a coleccionar objetos relacionados con los caracoles, que definen su carácter introspectivo. Cuando fallece la única persona que ella considera casi como una madre adoptiva, la anciana Pinky (Jacki Weaver), Grace se refugia en su caracol Sylvia para contarle toda su historia, que desde luego no es un relato para niños, sino una mirada muy adulta que aborda temas muy complejos: el abuso, el bullying, la homofobia, la orfandad, la crueldad de los servicios sociales, el fanatismo religioso, las terapias de conversión y la muerte. Y, sin embargo, Memorias de un caracol no es una película exageradamente triste ni melodramática, sino que mantiene constantemente un optimismo a través de su sentido del humor, muy negro en ocasiones, como la muerte tragicómica de Pinky al principio de la película, o la muerte del padre de la protagonista, Percy Pudel (Dominique Pinon) que sufre de apnea obstructiva de sueño. Hay en la puesta en escena del universo en el que se mueve Grace una posible influencia de los particulares universos visuales de Marc Caro y Jean-Pierre Jeunet en Delicatessen (1991) y La ciudad de los niños perdidos (1995), y la presencia del actor francés Dominique Pinon en el reparto de voces parece confirmarlo.
Grace cuenta la historia de ella y su hermano gemelo Gilbert (Kodi Smit-McPhee), quien la suele defender del acoso escolar que sufre, mientras su padre Percy había conocido a su madre en París y se había trasladado a Australia. Ella murió durante el parto y él quedó parapléjico a causa de un conductor borracho: "Poco a poco, mi padre se convirtió en alcohólico, igual que el conductor que le había atropellado". Tras su muerte, Grace y Gilbert son separados por los servicios sociales y llevados a diferentes familias a uno y otro lado de Australia. Ella termina con una pareja sin hijos que no le presta demasiada atención, mientras él acaba en una familia de agricultores fanáticos religiosos con cierta tendencia a las terapias de conversión en una época, los años setenta, en la que era una práctica asumida. Gilbert sufre las consecuencias, mientras se comunica con su hermana a través de cartas en las que describe el carácter abusivo de sus nuevos padres. Desde niña, Grace tiene una fascinación por los caracoles, cuyo caparazón representa su propio carácter retraído, su manera de esconderse en un mundo personal: su cuarto es el lugar más confortable para ella, rodeada de figuras de caracoles y objetos que acapara de manera cada vez más compulsiva. La historia no es una biografía de Adam Elliot, pero hay aspectos relacionados con ella: su padre era acróbata de circo y acaparó todo tipo de objetos en varios cobertizos, él mismo se declaró gay a los 24 años y dedicó su Oscar al que entonces era su pareja. Curiosamente, Adam Elliot sufre un temblor hereditario en las manos que le impide ocuparse directamente de la animación en stop-motion, aunque está acreditado como animador adicional. Pero Memorias de un caracol desprende una capacidad especial para encontrar la mirada positiva en los aspectos más negativos de la vida, es una historia dramática que sin embargo está contada con optimismo, reivindicando lo imperfecto: como esa técnica japonesa de reparación que practica Ken (Tony Armstrong), el novio de Grace, llamada kintsugi, que consiste en reparar objetos pero destacando las fracturas, dejando las cicatrices de la rotura como una metáfora de las imperfecciones y fragilidades. La actriz Sarah Snook, conocida como una de las hermanas Roy en Succession (Max, 2018.2023) aporta una voz dulce y acogedora a la protagonista Grace, pero destaca sobre todo Jacki Weaver como Pinky y algunos cameos de Eric Bana y Nick Cave, en una película hermosa y melancólica, que presenta un cuento amable de solidaridad y resiliencia. La película forma parte de la sección Limelight, que recoge una selección de títulos destacados ya estrenados en otros países.
Sex se estrena en Filmin el 21 de febrero.
La chica de la aguja se estrena en cines el 21 de marzo.
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Películas mencionadas:
El Gatopardo se puede ver en Pluto tv.
Sonata de otoño se puede ver en Acontra+ y Filmin.
El orfanato se puede ver en Max, Netflix y SkyShowtime.
La ciudad de los niños perdidos se puede ver en FlixOlé y Movistar Plus+.
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