Nuestro segundo repaso a la programación del 18º Festival Internacional de Cine y Artes Escénicas Gaylesbitrans de Bilbao se enfoca hoy en algunas películas que hablan de las relaciones homosexuales en entornos adversos, en países que prohíben las libertades y sociedades que cercenan los derechos humanos, lugares que niegan o, directamente, persiguen a la comunidad LGBTI+. Pero también nos acercamos a películas que nos hablan del deseo y de la ausencia.
La mirada de la directora, sin embargo, es la de una mujer que ha decidido no pasar por ese proceso, y en cierta manera la película se plantea más como una especie de ensayo que como un documental. Pero esta posición del no-deseo hacia la maternidad implica también un punto de vista respecto a lo que se muestra, incidiendo quizás demasiado en los aspectos negativos del embarazo, en las molestias y la transformación física: "El otro día lloré por el cambio de escena, por no reconocerme a mí misma". La nueva vida se convierte así en una especie de invasora de la intimidad, de un espacio personal y único que dejará de ser único y personal. Hay también una reflexión sobre el concepto de familia y de maternidad, pero no ayuda demasiado esa tonalidad lánguida que sobrevuela toda la película, esa especie de reflejo de cierta trascendencia que quieren tener las palabras.
Las sociedades opresivas como la rusa, aquí no reflejada como tal, pero sí mostrada a través de un amor prohibido que debe ser escondido, provocan también una visión trágica del amor. Y en Siberia and him esta condición está plenamente expuesta. La relación que mantienen los protagonistas no parece tener una salida clara, y en cierto modo el viaje a pie que deben realizar funciona como un paréntesis en sus vidas, más que como una oportunidad de afianzarla. Como director, Viatcheslav Kopturevskiy contrasta los planos abiertos del paisaje de Siberia con el enfoque más cerrado, los primeros planos que son casi epidérmicos, que se acercan a la piel, las manos y las miradas, a veces provocando que la imagen se vea borrosa, lo que de alguna manera refleja la propia relación difusa de los protagonistas.
Apoyada en una hermosa partitura del compositor japonés Yasuhiko Fukuoka, la película camina sobre una delicada línea de melodrama que resulta demasiado exagerada, y propone una visión de la homosexualidad atrapada en un círculo vicioso del que es imposible escapar, abocada a un desenlace nada esperanzador. En este sentido, hay una sensación victimista en la historia que nos recuerda a una representación de la homosexualidad que ya está algo superada, pero que se entiende viniendo de una sociedad represora. Pero el director carga demasiado las tintas en esta visión y los minutos finales se sienten algo forzados.
La sociedad china, curiosamente, es mucho más abierta respecto a la homosexualidad que la rusa. En 1997 se despenalizaron las relaciones gays, pero existe una aceptación que tiene más que ver con la invisibilidad, no existen leyes contra la discriminación y no hay una manifestación externa de los movimientos LGBTI+. De hecho, se calcula que el 80% de los hombres homosexuales chinos se casan con mujeres por presiones familiares, y según un estudio de las Naciones Unidas, apenas el 5% de las personas LGBTI viven su sexualidad de forma abierta. Todo ello se refleja, como trasfondo, en la película Suk suk (Ray Yeung, 2019), que tiene como protagonistas precisamente a dos hombres ya maduros que a lo largo de su vida han mantenido una visibilidad heterosexual aunque sus sentimientos sean realmente homosexuales.
Pak trabaja como taxista y vive un matrimonio respetuoso pero aburrido, mientras prepara los detalles de la boda de su hija. En un parque donde se practica el cruising conoce a Hoi, un hombre viudo que vive con la familia de su hijo, pero que tiene una sexualidad más liberada, visitando algunas de las saunas gay de la ciudad de Hong-Kong. La relación que se establece entre ambos supone un efecto liberador para Pak, que comprueba cómo se puede vivir la homosexualidad de una forma más o menos exteriorizada, pero siempre envuelta en una discreción obligada por la sociedad.
La propuesta del joven director Ray Yeung es interesante porque se enfoca en un amor de madurez, lo que le permite reflejar también la envoltura heterosexual que rodea a la vida familiar de los dos protagonistas, y que es una evidencia de esa aceptación a través de la negación que se practica en China. La actitud del hijo de Hoi, por ejemplo, cuando se da cuenta de que su padre está viendo una información relacionada con la homosexualidad revela esa realidad: el silencio, la mirada hacia otro lado... Y en el caso de Pak parece claro que nunca se planteará el divorcio, aún más afianzado por el hecho de que se encuentra realizando los preparativos para la boda de su hija. La relación se convierte por tanto en clandestina, en subrepticia. Los momentos de intimidad entre los dos protagonistas son hermosos, se sostienen en las miradas y en las caricias, pero también en momentos de cotidianidad que parecen representaciones de un sueño, de una vida probable pero inviable.
De esta forma, Cosas que no hacemos se convierte en un coming-of-age protagonizado por un joven enfrentado a su identidad sexual. Y se trata de uno de los documentales más hermosos en torno a la transformación de un adolescente que hemos podido ver el año pasado en muestras como el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva. El contraste entre la alegría y el juego de los niños y la necesidad de reflexión y de tranquilidad que tiene Arturo, entre la luz del día y la oscuridad de una noche que se convierte en refugio, pero también esconde peligros, consigue un equilibrio formal extraordinario. Una mañana, los niños descubren un gran charco de sangre donde parece haber habido un asesinato, y de alguna manera la inocencia se ve interrumpida por la realidad violenta de México, el paraíso se transforma en infierno, mientras Arturo recibe con resignación algún grito lejano de "puto" (maricón) cuando camina por el pueblo.
Bruno Santamaría es una de las voces más interesantes del cine mexicano, que este año además vuelve a tener una importante proyección internacional con la probable nominación al Oscar de Ya no estoy aquí (Fernando Frias, 2019). Y forma parte de un grupo de cineastas que trabajan en colaboración en diferentes proyectos; por ejemplo, él fue director de fotografía del documental Lo mejor que puedes hacer con tu vida (Zita Eriffa, 2018), de la responsable de sonido de Cosas que no hacemos. Un trabajo en equipo que ha dado lugar a varias producciones recientes muy interesantes.
Lo que consigue Bruno Santamaría en su último documental es una conexión personal con los protagonistas, gracias la que construye espléndidos momentos de intimidad, como aquel en el que Arturo decide compartir con sus padres su deseo de vestirse de mujer. Una secuencia rodada con una dosis de suspense, pero al mismo tiempo con una emoción que nos atrapa. Y que se extiende también a otras escenas como la de la "transformación" de Arturo que está rodada como una fantasía o un sueño.
Mientras en una pequeña población de México la principal aspiración de un adolescente es la de poder vestirse de mujer, como reflejo de su deseo de feminidad, en otros países como Suecia, donde las cuestiones de género están más reconocidas, hay también jóvenes que no se sienten identificados con lo masculino ni con lo femenino. Always Amber (Hannah Reinikainen Bergenman, Lia Hietala, 2020), presentada en la Sección Panorama de Berlín 2020, tiene como protagonista precisamente a una persona no binaria que está más cerca en realidad del género fluido, que se identifica con un género u otro dependiendo de las diferentes etapas de su vida en las que se encuentra. Pero Amber, cuando asiste a las entrevistas con la terapeuta que debe establecer su idoneidad para poder practicarse una operación de mastectomía, no se define como "él" o "ella", sino como "ellos".
Como ocurría con el anterior documental, éste comenzó queriendo contar una historia, pero acabó transformándose en otra cosa. En un principio se centraba en la amistad entre Amber y Sebastian, dos adolescentes no binarios. Pero a los seis meses de rodaje, su relación se rompió debido a un problema sentimental, y las directoras decidieron centrarse en Amber y su búsqueda de la identidad propia (no sabemos por qué evitaron grabar a Amber y Sebastian por separado). Porque precisamente la parte menos interesante para nosotros es aquella en la que las directoras dan una cámara a Amber para que se grabe, porque son las que muestran una adolescencia más estereotipada, pendiente más de la superficie que del fondo.
Pero cuando el documental se centra en su búsqueda interior resulta mucho más impactante. Porque plantea una reflexión interesante sobre cómo el reflejo en el que se miran las personas no binarias es lo que provoca a veces su necesidad de someterse a una operación radical. No se trata de una decisión tomada a la ligera, sino de una necesidad por no sentirse integrados en una sociedad. Y resulta interesante cómo Amber comienza a tener dudas cuando se siente aceptado tal como es. "No me suelen gustar las decisiones que tomo cuando estoy mal. ¿Cuánto debería cambiar yo solo porque la sociedad no cambia lo suficientemente rápido? Algunas personas piensan como mi madre, que lamentaré la decisión en el futuro, y que no tengo que cambiarme porque no tengo nada de malo, lo sé". Aunque el documental se mueve entre la apatía que provocan las superficialidades adolescentes y la profundidad psicológica que supone un cambio radical, consigue hacernos reflexionar sobre la necesidad de evitar las etiquetas que acaban por constreñir la identidad de las personas.
Zinegoak se puede ver en salas de Bilbao y Filmin hasta el 14 de marzo.
Mon amour se puede ver en Filmin hasta el 12 de marzo.
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