06 febrero, 2022

Rotterdam 2022 - Parte 6: Arañando la superficie

Aunque el Festival de Rotterdam se clausura esta noche oficialmente, con el Premio del Público para la película Freaks out (Gabriele Mainetti, 2021), y la presentación de la película La posada del Dragón (King Hu, 1967), una de las más representativas del género wuxia de los años sesenta, que forma parte de la selección de títulos que se incluyen en el programa 25 Encounters, nuestra crónicas continúan durante el resto de la semana para destacar propuestas cinematográficas de una programación que no ha descubierto grandes películas, en una edición no especialmente destacable comparada con otros años. En nuestro repaso de hoy seguimos hablando de las películas seleccionadas en las secciones competitivas, y destacamos también los últimos títulos de directores consagrados como terence Davies y Bruno Dumont.  

TIGER COMPETITION


El Festival de Rotterdam es muy aficionado al lenguaje cinematográfico híbrido en el que la frontera entre lo real y lo ficticio es sutil y la estructura narrativa adopta un riesgo casi experimental. En este sentido, The plains (David Easteal, 2022) es una película que encaja perfectamente en la dinámica selectiva del festival. Se trata de una ficción que está reconstruida a partir de conversaciones entre los dos principales protagonistas, Andrew Rakowski, un abogado australiano que rebasa la cincuentena, y el propio director David Easteal (1986, Australia), que se nos muestra a través del trayecto que recorre el abogado en su Hyundai desde su oficina hasta la ciudad todos los días sobre las 5 de la tarde. Son aproximadamente once viajes que tienen lugar a lo largo de un año y que se muestran con la cámara adoptando en todo momento el encuadre desde el asiento trasero, excepto en algunos momentos en los que vemos grabaciones caseras realizadas por el abogado en los terrenos que posee en Adelaida, a cuatro horas de Melbourne. El espectador se encuentra por tanto en la perspectiva de una especie de tercer pasajero invisible que acompaña el trayecto diario desde el trabajo hasta el hogar, durante el cual las preocupaciones laborales no desaparecen del todo, pero asoman también las otras preocupaciones de la vida personal. El coche se convierte así en un microcosmos que sirve como enlace entre los dos aspectos principales de la vida. 


The plains se podría calificar como una road-movie desde el punto de vista del interior del vehículo que habitualmente juega un papel liberador para los protagonistas. David Easteal, en su múltiple faceta de director, productor, guionista y montador, reconstruye las conversaciones que tuvo con Andrew Rakowski cuando ambos trabajaban en un centro comunitario en la periferia de Melbourne, componiendo una mezcla entre ficción y documental, en la que aparecen elementos guionizados como algunas emisiones de radio que se escuchan de fondo mientras Andrew Rakowski conduce, a través de las cuales se abordan temas relacionados con la política o la actitud pasiva de Australia frente al cambio climático, a pesar de estar sufriendo sus efectos. El carácter híbrido de la película se representa por tanto entre esta "ficción" que se desarrolla en el interior del coche y la realidad documental del tráfico y el paso del tiempo que vemos a través del parabrisas. Utilizando estas conversaciones, estructuradas en viajes en solitario o acompañado, conocemos a las personas que rodean al protagonista, a las que casi nunca vemos, excepto cuando David Easteal mira fotos y videos del abogado en un iPad, a través de las cuales se vislumbran sus rostros. El viaje en el coche es una rutina que tiene también sus propios ritos, como las dos llamadas que Andrew Rakowski realiza todos los días a su madre, que sufre demencia y se encuentra en una residencia (aunque piensa que está en un hotel en medio de un viaje por Europa), y su esposa Cheri, la única mujer con la que ha compartido su vida.

El director consigue realmente ir construyendo la personalidad del protagonista, aunque es dudoso que su vida sea tan fascinante para los espectadores como lo es para el autor de la película. A lo largo de estos viajes repetitivos se van desgranando detalles de la trayectoria vital de este abogado, hijo de emigrantes polacos cuyo padre estuvo en un campo de concentración. Hay algunas anécdotas interesantes, como cuando cuenta su visita a Berlín en los años ochenta, en medio de la ciudad dividida, o su breve estancia en Los Angeles en los noventa. Pero en realidad su vida no es especialmente aventurera, como la de la mayor parte de los seres humanos, es casi tan plana como los llanos que Andrew Rakowski graba con un dron en sus posesiones en Adelaida. Y tampoco es un personaje especialmente simpático, incluso se diría que hay algo de misoginia en su actitud frente a las mujeres: habla de su hermana, que falleció de forma repentina y sufrió durante mucho tiempo ataques de ansiedad, como un desastre para la familia: se refiere a la madre de su esposa, que falleció también hace unos años, como una persona controladora; incluso culpa a su esposa de que su vida en Norteamérica no funcionara; también tiene un conflicto laboral con una compañera de trabajo. El paso del tiempo es precisamente uno de los temas centrales de esta película que, a pesar de su larga duración y de su aparente uniformidad, consigue atraparnos en esos trayectos rutinarios. Rakowski habla de la vida con una actitud pesimista: "Al final del día, ¿qué nos queda?", comenta, especialmente después de la muerte de su madre, expresada por el director con uno de esos trayectos en coche, pero en el que no hay diálogos, no se escucha la radio, no se producen llamadas telefónicas... el silencio como respetuoso tributo a la anciana de 95 años cuyo reloj vital se detuvo. 

HARBOUR

Una nueva película de Terence Davies (1945, Gran Bretaña) siempre es un acontecimiento y aunque los Premios BAFTA le han ninguneado de nuevo en sus recientes nominaciones, Benediction (Andrew Davies, 2021) es uno de esos títulos imprescindibles dentro de su filmografía, ganador del Premio al Mejor Guión en el pasado Festival de San Sebastián. El realizador británico casi siempre ha abordado aspectos biográficos en sus películas, no solo en las recreaciones de su infancia como las más conocidas Voces distantes (Terence Davies, 1988) o El largo día acaba (Terence Davies, 1992), sino también cuando ha retratado personajes literarios como Emily Dickinson en Historia de una pasión (Terence Davies, 2016), y ahora el escritor Siegfried Sassoon (Jack Lowden), que quizás sea la representación más personal que ha hecho el director de 76 años a lo largo de su filmografía. La película recrea una vida marcada por los horrores de la participación del joven escritor en la I Guerra Mundial, y su rebeldía frente a los mandos militares por la masacre que se estaba cometiendo. Cuando tres oficiales le juzgan por sus actividades rebeldes, preguntándole si tiene simpatías por los alemanes, él se limita a contestar: "No soy pro-alemán. Soy pro-humanidad". Su actitud le lleva a ser recluido en 1917 en el Hospital de Guerra Craiglockhart, un centro psiquiátrico para soldados donde conoció al poeta Wilfred Owen, su primer acercamiento sentimental. La guerra marcaría su obra posterior, como en en su desgarrador poema Suicidio en las trincheras (1918):

Vosotros, masas ceñudas de ojos incendiados
que vitoreáis cuando desfilan los soldados,
id a casa y rezad para no saber jamás
el infierno al que la juventud y la risa van.


La historia de Siegfried Sassoon se desarrolla a través de una serie de cuadros cinematográficos, escenas que tienen algo de teatralidad, en las que se descompone una existencia marcada por la pesadumbre y la tristeza. Aunque el poeta inglés fue abiertamente homosexual, manteniendo relaciones con otros hombres conocidos de la época como el compositor Ivor Novello (Jeremy Irvine) o el aristócrata Stephen Tennant (Anton Lesser), la decepción de estos desencuentros amorosos que acabaron en reproches y abandonos le llevó a casarse con Hester Gatty (Kate Philips) en un matrimonio sosegado pero básicamente infeliz. A través de algunas elipsis en las que el rostro del protagonista se transforma en la imagen de la vejez, el ya anciano Siegfried Sassoon (Peter Capaldi) abraza el catolicismo, en una especie de escapatoria moral de su decepcionada vida. En cierta manera, Benediction conecta con las primeras películas del director, las que se se engloban en la denominada The Terence Davies Trilogy (1983), formada por los cortometrajes autobiográficos Children (1976), Madonna and child (1980) y Death and transfiguration (1983), en los que hablaba de la culpa por el sentimiento homosexual en un entorno católico. La característica planificación cuidada del director, la construcción de diálogos que a veces pueden resultar algo pretenciosos pero que delimitan la evolución de los personajes, desembocan en una escena de gran maestría que ofrece una visión de la profunda tristeza del personaje, un plano fijo de Jack Lowden sumido en un llanto de impotencia. 

BIG SCREEN COMPETITION

El joven director Christos Massalas (1986, Grecia), que consiguió una nominación a los premios del Cine Europeo con su cortometraje Copa-Loca (2017), presenta en Rotterdam su debut en el formato largo con Broadway (Christos Massalas, 2022), una historia sobre un grupo de carteristas y el refugio que han encontrado en un antiguo cine abandonado. La protagonista Nelly (Elsa Lekakou) es descubierta por Markos (Stathis Apostolou) como una adecuada distracción para las víctimas de sus robos, a través de sus coreografías musicales, y la acoge en el interior de Broadway, una sala de cine de aspecto fantasmal en la que vive el grupo de carteristas que lidera Markos, y en el que también se refugia Jonas (Foivos Papadopoulos), un joven con la cara magullada que huye de una banda de mafiosos y que eventualmente podrá salir travestido como Bárbara, que se convertirá en acompañante musical de Nelly. La película comienza con una escena en prisión, y establece así la referencia evidente a Pickpocket (Robert Bresson, 1959), que es solo una de las miradas que ofrece la película hacia el cine y el teatro musical, una especie de ambientación secundaria que establece el tono de este primer trabajo de Christos Massalos, que además ha conseguido la participación de Gabriel Yared en la música, que compone uno de sus trabajos más interesantes de los últimos años, con reminiscencias hitchcockianas. 


Poco a poco, Broadway se va construyendo, de hecho, como una historia de suspense, una relación triangular en la que sin embargo parece poco claro quién juega el papel de femme fatale. Pero la película, dentro de su juego entre el género de suspense y el drama, es también una lúcida reflexión sobre la propia Grecia, con los protagonistas viviendo en medio de las ruinas de un viejo edificio y la habitación principal convertida en una sala de butacas. La supervivencia de los personajes se produce encima de un escenario, en una especie de presentación ficticia de la realidad, que también se puede vislumbrar en la presentación travestida de Jonas. "Ahí fuera se está librando una guerra. Pero no puedes verla ni oírla", le dice Jonas a Nelly. Ese enmudecimiento también está representado en los personajes de Rudolph (Rafael Papad) y Mohammad (Salim Talbi), una pareja homosexual que es la más estable de todas las que encontramos en la película, pero en favor de una idealización algo lúdica y falsificada. Hay notables desequilibrios en este debut de Christos Massalas, pero la elaboración del artificio cinematográfico está logrado gracias a un dominio de la planificación al que, sin embargo, le falta una mayor solvencia narrativa. 

BRIGHT FUTURE

La hermosa ciudad de Ålesund es una de las más visitadas por los turistas que se acercan a Noruega, especialmente por su arquitectura de estilo Art-Noveau y por su estratégica situación en mitad de los fiordos. En esta localidad se sitúa la acción de la producción A human position (Anders Emblem, 2022), una pequeña película de narrativa minimalista que inauguró el Festival Internacional de Cine de Trømso y que está protagonizada por Asta (Amalie Sofie Ibsen Jensen, quien también interpretó el papel principal en el debut del director, Hurry slowly (Anders Emblem, 2018)). Ella es una joven periodista que trabaja en el periódico local Sunnmørposten y comienza a interesarse por la historia de un solicitante de asilo que, después de diez años viviendo en Noruega, se enfrenta a una orden de expulsión por parte de las autoridades. Recientemente se produjo un caso parecido que estuvo presente en los medios de comunicación: el joven Mustafa Hasan llegó a Noruega con su familia procedente de Jordania en 2008, pero su madre solicitó la acogida diciendo que eran palestinos (ella había nacido en Palestina pero se casó en Jordania en un matrimonio forzoso). Las autoridades negaron el asilo a su madre y la expulsaron del país, dejando a Mustafa y su hermano en Noruega, pendientes de una resolución. Mientras al hermano se le concedió un permiso de residencia por razones humanitarias, Mustafa ha venido enfrentándose en los últimos meses a una batalla legal para que no le expulsen, teniendo en cuenta que está en Noruega desde los cinco años (ahora tiene 19) y ha estudiado y se ha criado en las escuelas del país. Tras meses de incertidumbre innecesaria, las autoridades de inmigración le han concedido finalmente el permiso de residencia a un joven que habla el idioma noruego mejor que muchos noruegos. 


Hay cierto paralelismo entre esta historia real, que ocupó las páginas de los periódicos este año, con la que funciona como motor narrativo de la película. Pero sobre todo tienen en común el cuestionamiento de una sociedad que se considera a sí misma como solidaria pero en la que hay grietas administrativas más que notables. En cierto modo, Noruega se representa bien en la propia casa donde vive Asta con su pareja Live (Maria Agwumaro), cuyo interior está perfectamente diseñado, como si se tratara de un edificio de nueva construcción, pero cuya fachada está ajada por las grietas y el moho. A través de su planificación minimalista, con planos que se repiten, mostrando una cierta monotonía vital, ausencia de música y silencios eternos, A human position es una bomba de relojería que pone en entredicho el estado del bienestar del que hacen gala Noruega y los países nórdicos. En una escena, Asta le pregunta a Live qué piensa ella que es lo mejor de Noruega, a lo que Live responde: "¿Las montañas?", una respuesta que contiene ese toque de superficialidad que en cierta manera muestra a una sociedad que prefiere no profundizar en sus defectos. Pero el director Anders Emblem (1985, Noruega) lo hace, manejando con talento la doble representación de lo que se ve y lo que se intuye. Incluso en la propia relación entre Asta y Live se transmite amor, pero también cierto grado de tensión. Asta parece haber estado ausente del trabajo durante algún tiempo, y su negativa a establecer una conexión física con Live, indica algún tipo de trastorno depresivo, una de las lacras de la juventud noruega que refleja de nuevo la fragilidad de ese supuesto bienestar. Es el mayor logro de esta película que camina sutilmente cuestionando y lanzando preguntas punzantes sobre cuáles son los resortes en los que se sostiene la aparente confortabilidad de nuestra sociedad, como en ese artículo que estimula el espíritu periodístico de la protagonista, y que se titula "Confrontando nuestra responsabilidad social". 

LIMELIGHT

El hecho de que Léa Seydoux sea desde hace años uno de los principales rostros de una marca tan francesa como Louis Vuitton juega a favor de la película France (Bruno Dumont, 2021) que precisamente cuestiona el culto a la imagen y la sociedad de las apariencias a través de una periodista llamada France de Meurs (Léa Seydoux) que abraza el éxito gracias a su trabajo como presentadora de uno de los programas de información más populares de la televisión. Ella se maquilla igual para una rueda de prensa del presidente Macron que para una zona de guerra, juguetea con las miradas hacia el presidente y hace mohínes en medio de las bombas. Es la representación de esa Francia orgullosa que se mira al ombligo mientras apoya a los insurrectos en una zona de conflicto, hasta que un accidente lo cambia todo. Seleccionada para el Festival de Cannes y el Festival de Gijón, nominada a los premios César a la Mejor Actriz, la última película de Bruno Dumont (1958, Francia), que ha explorado representaciones femeninas icónicas de su país en películas como Camille Claudel 1915 (2013), Jeanette. La infancia de Juana de Arco (2017) y Jeanne (2019), es la que utiliza una narrativa más convencional de toda su filmografía, podríamos decir, pero al servicio de una mirada satírica hacia la representación de la realidad y hacia un país que se refleja en su propia imagen. Esta dicotomía entre lo verdadero y lo falso se expresa desde la escena inicial, en la que el personaje ficticio de France  se mezcla con el personaje real de Emmanuel Macron y plantea ya las bases reflexivas de la película. La forma en la que la periodista elabora sus reportajes es, de hecho, una especie de elaboración ficticia, dando instrucciones a sus entrevistados para elaborar los resortes del espectáculo.


Ese mundo idílico en el que vive France, representado a través de su siempre sonriente rostro, sufre un giro cuando se enfrenta a la desgracia real, no la reconstruida para el ojo de la cámara, en el momento en el que atropella a un hombre en motocicleta, Batiste (Jawad Zemmar) y especialmente cuando se entera a través de los padres de éste que su convalecencia en el hospital supone la privación del único sustento económico de la familia. A partir de ese momento, a France se le transforma la mirada, se le saltan las lágrimas en el momento más inoportuno, se desvanece su paraíso vital y se desmorona su trayectoria profesional empujada por una sensibilidad a flor de piel. También toma conciencia del vacío de su propia vida familiar. Su hijo Jojo (Gaëtan Amiel) solo se interesa por los teléfonos móviles mientras su marido Fred (Benjamin Biolay) se ahoga en su propia rabia como personaje secundario de la vida de France, sin conseguir el éxito como novelista que le coloque a la altura de su esposa. France decide retirarse de la vida pública en un sanatorio en los Alpes que parece una recreación del sanatorio de La montaña mágica (1924, Ed. Edhasa), la obra filosófico-religiosa de Thomas Mann. France encuentra en el desconocido Charles Castro (Emanuel Arioli), que parece no conocer su popularidad, un hombro sobre el que apaciguar su espíritu. 

Hay cierta crueldad en la desestabilización que Bruno Dumont hace de la vida de France de Meurs, que es sobre todo la visión crítica hacia los medios de comunicación y las noticias reconstruidas sobre la base de la realidad pero convertidas en narrativas ficticias. El director consigue con acierto esa mezcla entre la representación grotesca del desmoronamiento de France y cierta condescendencia con el personaje. Como en la secuencia de un accidente que es al mismo tiempo ridícula y trágica. A ello también contribuye la banda sonora del cantante francés Christophe, que falleció en 2020 a causa de complicaciones en su enfisema pulmonar provocadas por el Covid-19. Su partitura, injustamente ausente de las nominaciones de los Premios César, aporta una mirada romántica a un personaje trágico. 


Los Premios César del cine francés se entregan el 25 de febrero en París. 

Voces distantesHistoria de una pasión, PickpocketCamille Claudel. 1915 se pueden ver en Filmin.



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