08 agosto, 2020

Sheffield Doc/Fest: La representación de la ausencia

Continuamos nuestro recorrido por la programación del Sheffield International Documentary, que seguiremos comentando durante el mes de agosto. El festival inglés de documentales ha tenido un formato online durante el mes de junio, del que todavía están disponibles algunas de sus retrospectivas y ciclos, y en el mes de octubre tiene prevista una edición presencial en la que se presentará parte de esta programación y algunos títulos que son estreno en Gran Bretaña. Nuestra mirada se detiene en este caso en algunos documentales que hablan de ausencias, a veces directamente de fantasmas, pero no entendidos como una entidad sobrenatural, sino como sombras del pasado o ausencias que necesitan ser representadas.  

En Santikhiri Sonata (Thunska Pansittivorakul, 2019), ganador del Premio al Mejor Documental Internacional en DocLisboa 2019, el director tailandés nos ofrece una nueva muestra de un cine que es al mismo tiempo político y crítico con su país, pero introduce también elementos de sexualidad explícita que de alguna forma funcionan como provocación. El director, abiertamente homosexual, utiliza en sus películas esta mezcla de homerotismo y denuncia que parecen tener el objetivo de desafiar al código de censura de su país. Su documental This area is under quarantine (2008) fue censurado en Tailandia, no por su contenido sexual, sino por su narrativa política. En este sentido, hay que entender el cine de Thunska Pansittivorakul como una forma de tratar temas cercanos a sí mismo, pero sin poder evitar las referencias a las contradicciones de su país. En The terrorists (2011) planteaba en 17 fragmentos historias de sexo y de violencia; la fantasía de ciencia-ficción Supernatural (2014) proponía un futuro en el que las personas no podían tocarse. 

Santikhiri Sonata es otro ejemplo de estas contradicciones, o más bien de esa aparente pacificación que oculta sin embargo actos de violencia brutal. Está rodado en la provincia de Chiang Rai, cuyas aldeas cambiaron sus nombres: Mae Long pasó a llamarse Santikhiri ("colina de la paz") y Hin Taek se convirtió en Thoet Tai ("honor a Tailandia), para ocultar un pasado de violencia y drogas. En 1971 la CIA declaró este área como una de las principales productoras de heroína del Sudeste de Asia, y en las años 80 el General Prem eliminó todo rastro de tráfico de drogas, trata de personas y corrupción. Pero el director presenta ejemplos que muestran que la región vive todavía entre el pacifismo pretendido y la violencia del Estado. En 2017, un joven activista de derechos humanos fue asesinado en un control de seguridad y aunque la versión oficial dice que llevaba una granada de mano, testigos presenciales afirman que estaba desarmado. Ese mismo año, un soldado murió durante un ejercicio de entrenamiento, y sus órganos fueron extirpados para evitar que la autopsia pudiera determinar las causas de su muerte. 

Estos "fantasmas" que sobrevuelan la zona como elementos incómodos que recuerdan a un pasado de represión en un presente de paz dudosa, están presentes a lo largo del documental. Pero por supuesto no faltan esas escenas de homoerotismo características del director, primero representadas en breves momentos de lucha entre jóvenes, juegos de peleas que plantea el director a algunos de los chicos entrevistados y que tienen un componente de juego erótico, de contacto físico sensual. Pero también plantea el sexo como la única salida de los jóvenes apátridas que no pueden conseguir documentos y se encuentran atrapados en la región. En general, el último documental de Thunska Pansittivorakul propone una realidad política compleja, aunque se detiene a veces en imágenes de cierta sensualidad que dilatan demasiado su narrativa. 


Sheffield Doc/Fest tiene una sección que se titula Ghosts and apparitions (fantasmas y apariciones). En esta sección se incluyen dos documentales españoles, que son una reflexión y al mismo tiempo se proponen como una reconstrucción del género, planteando escenarios de ficción que después se muestran como documental: por un lado La educación sentimental (Jorge Juárez, 2019), un ejercicio de cine poliédrico que no termina de conseguir sus objetivos y que ya comentamos en su paso por el D'A Film Festival 2020. Por otro lado, El trabajo, o a quién le pertenece el mundo (Elisa Cepedal, 2019), que recibió el Premio Especial del Jurado en el Festival de Gijón 2019. Rodada en 16 mm. la película muestra la lucha sindical en la cuenca minera asturiana que, tras sus cierre en 2018, aparece como un lugar fantasmal, que esconde fragmentos del pasado. La directora, que reside en Londres, utiliza una voz en off en inglés para contarnos las diferentes fases del movimiento obrero desde principios del siglo XX, como un ejercicio de distanciamiento. Es el "extranjero" el que cuenta la historia, la mirada foránea que en cierto modo ella misma también tiene desde su estancia en Inglaterra, pero en su caso influida por los recuerdos personales. 

Esta descripción del movimiento obrero es a veces minuciosa y en otras más acelerada (sobre todo la que se dedica a los continuos fracasos desde los años noventa por tratar de mantener abierta la cuenca minera). Mientras vemos esos paisajes duros, abandonados, esos pueblos que parecen desiertos, contemplamos lo que es en realidad un fracaso general de la clase obrera, que utiliza instrumentos propios de las sociedades del siglo XIX y XX, ineficaces en nuestros tiempos; o la desidia y el cansancio de trabajadores que han decidido renunciar a los sindicatos mayoritarios, SOMA y CC.OO., salpicados por la corrupción política y por su posición de servilismo. La directora construye escenarios posibles, como una reunión entre los trabajadores independizados, que acaba en un murmullo incesante de palabras sin acciones concretas. Hay algunas imprecisiones en el trabajo de Elisa Cepedal, como la introducción de un largo fragmento de la película Kuhle Wampe or Who owns the world? (Slatan Dudow, 1932), único guión escrito por el dramaturgo Bertold Brecht, que resulta un añadido poco efectivo. 

Otro espacio abandonado, que tiene aspecto casi fantasmagórico, es la Feria Internacional de Trípoli, un recinto diseñado por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer a mediados de los sesenta, que fue interrumpido por la Guerra de los 15 años, y que hoy en día se mantiene como un reducto callado, estático entre sus paredes de hormigón que componen 15 edificios en 100 hectáreas. El cortometraje Concrete forms of resistance (Nick Jordan, 2020) reflexiona sobre el abandono y la memoria, sobre el pasado y el presente, utilizando fragmentos de declaraciones del arquitecto y de otros protagonistas como el arquitecto y activista Wassim Naghi. El sonido, proveniente en muchos casos de los propios edificios abandonados, juega un papel fundamental, con su martilleo seco, su estruendo de materiales oxidados. Y reflexiona también sobre el uso de los edificios, concebidos como lugar de encuentro cultural y económico, pero reconvertidos tras el estallido de la guerra en 1975 en base estratégica del ejército sirio.  

Las mujeres-espíritu están presentes en la aldea indígena de los Maxakali, que viven en diferentes emplazamientos en la región brasileña de Minas Gerais. Cada año, estas representaciones de la vejez y la espiritualidad se preparan para abandonar el pueblo, rodeadas de una celebración festiva que dura una semana. Yãmīyhex: Mulheres espírito (Sueli Maxakali, Isael Maxakali, 2019) se acerca a esta representación que protagonizan los habitantes de la aldea, y que es también una forma de preservar los cantos espirituales de sus ancestros, que poco a poco se van olvidando. 



Se trata de un acercamiento honesto, respetuoso (hay algunas representaciones que no se muestran delante de la cámara porque "el hombre blanco no debe conocerlas"). La particularidad de este viaje por la tradición indígena superviviente es que está dirigida por dos de los habitantes de ese pueblo, dos miembros de la tribu Maxakali que deciden así preservar los ritos en el objetivo de su cámara, pero al mismo tiempo expandirlos a lo largo del mundo. La fiesta que acompaña a esta partida de las mujeres-espíritu está formada por juegos de invasión y lucha entre seres que provienen del lago y las mujeres que defienden su aldea. Es, por tanto, una celebración de la importancia de la presencia femenina: ellas son las que cosen los vestidos que regalan a las Yãmīyhex, ellas son las que expulsan a los hombres arrojándoles agua, ellas son las que defienden la aldea...

En Ghost and Apparitions, la selección de películas reflexiona también sobre las formas de hacer visible lo invisible. The tunnel (Hsu Hui-ju, 2020) propone una representación de la ausencia a través de un guión escrito por el protagonista del documental, un joven taiwanés que ayuda a los equipos de rodaje a buscar localizaciones para películas y al mismo tiempo actúa como figurante en algunas producciones. Su guión, que aún no ha encontrado productora, es de alguna manera trasladado a la pantalla en este cortometraje de la directora Hsu Hui-ju, que es al mismo tiempo un ejercicio documental. El guión escrito por el protagonista habla de su familia, de su madre tan dedicada al trabajo que vivió una vida incompleta y falleció a temprana edad, y de su padre, que se muestra como una figura ausente, ludópata, putero y maltratador. Esta dicotomía entre la ficción basada en la realidad y la realidad basada en la ficción, es la que construye un interesante ejercicio que habla del ser humano, usando como escenario un túnel abandonado que fue utilizado por el ejército, y que aparece aquí como representación de una vida impredecible, llena de rincones ocultos. 

Esta representación de la ausencia se hace más necesaria cuando se habla de la ausencia física de las personas que nos rodean. La muerte se convierte así en ese viaje inevitable que deja tras de sí otras pequeñas muertes, emocionales y psicológicas. En el cortometraje Dying under your eyes (Oreet Ashery, 2020), la directora decide realizar grabaciones de su padre ya anciano y con demencia senil. Estas grabaciones ofrecen una crónica del envejecimiento, del camino lento hacia la muerte de su padre, producida en 2018. Sus dos hermanas realizan representaciones de ciertos rituales, como para frenar el paso del tiempo. Hay cierta poesía en esta visión de la desaparición progresiva, aunque acaba siendo algo difusa. 

Por su parte, Mon amour (David Teboul, 2020), que se pudo ver en el Festival de Documentales CPH:DOX 2020, es un proceso de duelo convertido en cine. El director habla de la muerte de su novio, Frédéric Luzy, que produjo algunos documentales como Callas assoluta (Philippe Kohly, 2007), y cuya vida nos la presenta en conexión con la película Hiroshima, mon amour (Alain Resnais, 1959). Como el personaje principal de la novela de Marguerite Duras, Frédéric Luzy nació en Nerve, y desde esta búsqueda de la inocencia el director narra en primera persona su relación amorosa, llena de altibajos, hasta el fallecimiento por sobredosis de la que él tiene un sentimiento de culpabilidad. El documental, de casi tres horas de duración, es una carta de amor y de dolor que comienza como una película de ensayo que describe los momentos de separación, el sentimiento de la ausencia previa a la muerte: "La última vez que hicimos el amor... disgusto... mis manos acariciando sus huesos a través de la piel". 


David Teboul es claro hablando de su relación, nada idílica, al fin y al cabo normal, como cualquier otra. La narración en off se superpone a largas y lentas panorámicas que acompañan sus palabras. Para encontrar, quizás, algunas respuestas, decide viajar "al fin del mundo", a Siberia, donde el documental toma un camino diferente, aunque sin dejar de lado las reflexiones que describen momentos de su relación. En cierto modo, sigue la estela de Lettre de Sibérie (Chris Marker, 1958), deteniéndose en entrevistas con los habitantes de un pueblo remoto, casi abandonado, en el que los pocos residentes añoran la época de la Unión Soviética. 

David Teboul conoce el lugar, porque ha rodado algunas películas en Rusia, como Bania (2005) documental en el que retrataba los baños rusos como una suerte de homerotismo de la vejez. En las entrevistas, el director pregunta sobre el amor, sobre las relaciones de sus protagonistas, una idea obsesiva que le ha llevado a explorar los relatos de otros para tratar de encontrar algún sentido a su propio fracaso amoroso. Son historias trágicas, que a veces hablan de maltratos, de incomprensión, de pérdidas prematuras... Pero también hay lugar para la esperanza, como esa hermosa historia de amor de dos ancianos que se acompañan tomando una taza de té cuando uno de los dos no puede dormir por la noche. Es un amor incondicional, profundo, que transmite ternura: "A veces le toco la mejilla y le digo: ¡Abuelito! estás todo erizado. Ve a afeitarte". Es ese amor casi imposible, casi inimitable. Es quizás la respuesta más dolorosa que el amante con sentimiento de culpa pudo encontrar: "Un día, estábamos paseando por la playa de Normandía. Me dijiste, "Nunca nos dejaremos el uno al otro". Yo repetí, "Nunca nos dejaremos el uno al otro". Tiempo después me confesaste que estabas mintiendo".     



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