El filósofo y psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus dedicó buena parte de su carrera profesional a estudiar la memoria. Su obra "Über das Gedächtnis" (Sobre la memoria, 1885), está considerada como uno de los estudios pioneros en torno a la capacidad de la mente humana para recordar, y también sobre proceso del olvido. El psicólogo estableció, por ejemplo, lo que se llama el efecto de primacía y el efecto de recencia, que se refieren al hecho de que recordamos mejor el principio y el final de las cosas, olvidando más fácilmente el contenido intermedio. Y también demostraba que olvidamos muy rápidamente, pasadas nueve horas ya hemos olvidado el 60% de la información que hemos aprendido. La memoria es un tema recurrente en el cine, y en la programación del Atlàntida Film Festival 2020 está representada a través de la Sección Memoria Histórica, pero también encontramos ejemplos en otros espacios de la selección.
Memoria Histórica
Memoria Histórica
Quizás la película que mejor representa este recurso de la memoria es Heimat is a space in time (Thomas Heise, 1963), un largo recorrido documental de casi cuatro horas a través de la propia historia familiar del director. Igual que hacía recientemente el veterano realizador ruso Andrey Khrzhanovskiy en su última película, The nose of conspiracy of Mavericks (2020), mezcla de documental y animación en el que repasaba la historia reciente de su país, Thomas Heise también mira hacia la historia en mayúsculas de Alemania, en este caso, pero contándola desde la perspectiva de las pequeñas historias que conforman los fragmentos de vida de sus ascendientes, desde el siglo XIX hasta la actualidad, expresados a través de cartas que se escribieron a lo largo de los años.
Para narrarnos estas historias, Thomas Heise toma el camino menos acomodaticio: la lectura de las cartas, con un tono casi monótono, mientras acompañan imágenes cuya trascendencia tiene que ir interpretando el espectador en relación con el texto que escuchamos en off. Es, por tanto, un visionado que requiere una participación activa. Recuerda, en la representación de paisajes desnudos, casi sin presencia humana, en panorámicas lentas que van descubriendo pequeños detalles que conectan la imagen con las palabras, a otro documental que hemos visto recientemente en Sheffield Doc Fest, Mon amour (David Teboul, 2020), y que es también un ensayo de contenido personal. El director, por otro lado, se confiesa admirador de Accatone (Pier Paolo Pasolini, 1961) y tiene también, en su recurso del blanco y negro, una mirada melancólica que lo conecta con el pasado.
Pero las historias que nos cuenta Thomas Heise son crónicas duras de la guerra, del nazismo, de los campos de trabajo, de la opresión comunista, de un país dividido... Son historias de su familia cuya posición intelectual privilegiada no les libró de la persecución (su abuelo fue el crítico literario Wilhem Reise y su padre el filósofo Wolfgang Heise). Esta posición humanista es planteada por el director casi desde el principio, después de una introducción que nos habla del bosque en el que Caperucita Roja caminaba hacia la casa de su abuela. Un bosque amenazado por un lobo que, a lo largo de los 100 años de historia que no describe el documental, podemos ver representado en varias formas: el nazismo, el comunismo opresor...
En la lectura de las cartas, Thomas Heise establece diferentes líneas argumentales que están contadas de forma cronológica, y que empiezan con el momento en el que su abuela Edith decide abandonar su ciudad natal, Viena, para establecerse en Berlín, donde conoce a su abuelo. El recurso epistolar para hacer referencia a la memoria no es nuevo en la filmografía de Thomas Heise, que ya lo utilizó en su documental Vaterland (2002), en el que las cartas describían la vida en el campo de trabajo al que algunos de sus familiares fueron enviados por haber violado las leyes de mestizaje. Estos fragmentos aparecen también en Heimat is a space in time, mientras el director regresa a los restos de ese campo de trabajo, ruinas ahora que esconden historias del pasado.
En un momento del documental, mientras escuchamos la crónica de vivencias que se describen en las cartas, vemos una lista con nombres de judíos vieneses que fueron enviados a guetos. Es una imagen repetitiva, que esconde en la burocracia el destino de miles de familias. Más tarde, el padre del director, Wolfgang Heise, sufrirá también el acoso de la burocracia opresora de la RDA, cuando se niega a colaborar con la Stasi. Una posición crítica que mantuvo el director en su cine, siendo prohibidas algunas de sus películas como Volkspolizei 1985 (Thomas Heise, 1985) por la RDA. Hay una presencia constante de trenes que llegan y trenes que se van a lo largo del documental Heimat is a space in time, como si las vías se convirtieran en caminos por los que se desarrollan las vidas. Casi al final, la cámara busca rostros en una estación de tren, después de casi cuatro horas sin apenas presencia humana, y entonces es la cámara la que se sube al tren, para iniciar un viaje que quizás le lleve a otros espacios de la memoria.
Al principio de la película Stories from the chestnut woods (Gregor Bozic, 2019) el narrador nos advierte: "Escuché la historia cuando estaba en Bélgica. Creo que prefiero llamarlo "leyenda" en vez de "historia", porque puede que no creáis lo que voy a contaros". Esta mezcla entre fantasía y realidad está muy presente en este cuento que habla de una zona particular en la frontera entre Italia y Eslovenia (la antigua Yugoslavia), de gran belleza pero al mismo tiempo abandonada y empobrecida. Esa estética de la pobreza es la que vemos en la pareja de ancianos que viven envueltos en sus recuerdos, en esa memoria que se va difuminando lentamente con la llegada de la vejez. El "carpintero tacaño" encuentra en una joven que se dedica a recoger castañas la posibilidad de transmitir sus conocimientos. Pero ella es la última vendedora de castañas, porque ya no queda nadie en la región que tenga dinero para comprarlas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los habitantes de la Slavia Italiana se vieron obligados a emigrar, dejando tras de sí un paraje de gran belleza, pero de escaso provecho. El cuento de los castaños es, sobre todo, una película de los sentidos, que casi se puede tocar en esa recreación mágica de los sonidos y la textura de los paisajes boscosos. Si al principio de la película no sabíamos si lo que nos iban a contar era una historia real o una leyenda, lo cierto es que el director tiende más a la segunda conforme se va desarrollando el argumento, cada vez con una dosis mayor de cierta ensoñación poética: "Cuando concebimos la película", cuenta Gregor Bozic, "queríamos rendir homenaje al lugar y su tradición de cuento de hadas más que hacer una reconstrucción o dar críticas políticas. Queríamos hablar de lo que queda, y lo que queda es imaginación más que otra cosa". (FEST 2020)
Domestik
La representación de la memoria está planteada en No creas que voy a gritar (Frank Beauvois, 2019), que participó en la Sección Forum del Festival de Berlín y en los festivales de Karlovy Vary y Gijón, a través de las imágenes de películas. El director, encerrado en un pequeño pueblo de Alsacia tras una ruptura sentimental y coincidiendo con el estado de alerta decretado por el gobierno francés tras los atentados terroristas en la Sala Bataclan y otros lugares de París, consume de forma obsesiva películas en DVD y de descarga ilegal como una especie de remedio contra la soledad y la depresión. De esta posición de espectador, de "esas películas de otros que no son ventanas, sino espejos" de sí mismo, surge la necesidad de convertirse en creador activo "robando" fragmentos de esas películas para reconstruir su experiencia personal.
Es un ejercicio parecido al que vemos en Mon amour (David Teboul, 2019), otro documental-ensayo en el que el director narra el fracaso de su historia de amor, en ese caso utilizando grabaciones reales. Pero en No creas que voy a gritar el uso de estas imágenes "robadas" se nos antoja demasiado obvio, demasiado supeditado a las palabras del director. Hay, por supuesto, momentos en los que los fragmentos utilizados expresan una opinión más allá de las palabras (después de mencionar las tres iglesias que hay en un pueblo pequeño, vemos una imagen de una persona vomitando; mientras describe a los habitantes de ese pequeño pueblo alsaciano, se nos muestra la imagen rural que es al mismo tiempo sarcástica de unas vacas...). Pero este ejercicio de uso de las imágenes "de otros" como expresión de la memoria (que se refleja en Jean-Luc Godard o Chantal Akerman) se nos antoja más artificial que personal.
Al principio de la película Stories from the chestnut woods (Gregor Bozic, 2019) el narrador nos advierte: "Escuché la historia cuando estaba en Bélgica. Creo que prefiero llamarlo "leyenda" en vez de "historia", porque puede que no creáis lo que voy a contaros". Esta mezcla entre fantasía y realidad está muy presente en este cuento que habla de una zona particular en la frontera entre Italia y Eslovenia (la antigua Yugoslavia), de gran belleza pero al mismo tiempo abandonada y empobrecida. Esa estética de la pobreza es la que vemos en la pareja de ancianos que viven envueltos en sus recuerdos, en esa memoria que se va difuminando lentamente con la llegada de la vejez. El "carpintero tacaño" encuentra en una joven que se dedica a recoger castañas la posibilidad de transmitir sus conocimientos. Pero ella es la última vendedora de castañas, porque ya no queda nadie en la región que tenga dinero para comprarlas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los habitantes de la Slavia Italiana se vieron obligados a emigrar, dejando tras de sí un paraje de gran belleza, pero de escaso provecho. El cuento de los castaños es, sobre todo, una película de los sentidos, que casi se puede tocar en esa recreación mágica de los sonidos y la textura de los paisajes boscosos. Si al principio de la película no sabíamos si lo que nos iban a contar era una historia real o una leyenda, lo cierto es que el director tiende más a la segunda conforme se va desarrollando el argumento, cada vez con una dosis mayor de cierta ensoñación poética: "Cuando concebimos la película", cuenta Gregor Bozic, "queríamos rendir homenaje al lugar y su tradición de cuento de hadas más que hacer una reconstrucción o dar críticas políticas. Queríamos hablar de lo que queda, y lo que queda es imaginación más que otra cosa". (FEST 2020)
Domestik
La representación de la memoria está planteada en No creas que voy a gritar (Frank Beauvois, 2019), que participó en la Sección Forum del Festival de Berlín y en los festivales de Karlovy Vary y Gijón, a través de las imágenes de películas. El director, encerrado en un pequeño pueblo de Alsacia tras una ruptura sentimental y coincidiendo con el estado de alerta decretado por el gobierno francés tras los atentados terroristas en la Sala Bataclan y otros lugares de París, consume de forma obsesiva películas en DVD y de descarga ilegal como una especie de remedio contra la soledad y la depresión. De esta posición de espectador, de "esas películas de otros que no son ventanas, sino espejos" de sí mismo, surge la necesidad de convertirse en creador activo "robando" fragmentos de esas películas para reconstruir su experiencia personal.
Es un ejercicio parecido al que vemos en Mon amour (David Teboul, 2019), otro documental-ensayo en el que el director narra el fracaso de su historia de amor, en ese caso utilizando grabaciones reales. Pero en No creas que voy a gritar el uso de estas imágenes "robadas" se nos antoja demasiado obvio, demasiado supeditado a las palabras del director. Hay, por supuesto, momentos en los que los fragmentos utilizados expresan una opinión más allá de las palabras (después de mencionar las tres iglesias que hay en un pueblo pequeño, vemos una imagen de una persona vomitando; mientras describe a los habitantes de ese pequeño pueblo alsaciano, se nos muestra la imagen rural que es al mismo tiempo sarcástica de unas vacas...). Pero este ejercicio de uso de las imágenes "de otros" como expresión de la memoria (que se refleja en Jean-Luc Godard o Chantal Akerman) se nos antoja más artificial que personal.
Atlàntida Film Fest se puede ver en Filmin hasta el 27 de agosto.
No creas que voy a gritar se puede ver en MUBI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario