Ya en la recta final del D'A Film Festival, nos acercamos a la Sección Un Impulso Colectivo, selección de obras audiovisuales que manejan el lenguaje cinematográfico de formas ambivalentes, en algunos casos casi contradictorias. Pero que al final suponen una reflexión sobre la imagen, sobre la supuesta realidad del documental o la ficción de la narración inventada. Se trata de una selección de obras cuyos resultados son irregulares en muchos casos, aunque al menos tienen la cualidad de querer contar historias de una forma diferente.
El cortometraje como recurso vital
La Sección Un Impulso Creativo está dividida en largometrajes y cortometrajes, siendo ésta la única selección de 18 obras cortas entre las que destacamos algunas por su capacidad para sacar el mayor partido a contar una historia en un espacio breve de tiempo.
Hay retratos veraniegos como Cuando acabe el verano (Marina Espinach, 2019) y Leyenda dorada (Chema García Barra, Ion de Sosa, 2019), que utilizan el contexto para hablar de otros temas, como el crecimiento personal en la primera, irregular en sus formas, o la elaboración de un cuadro costumbrista quizás superficial, pero lleno de sonidos e imágenes con las que muchos nos sentimos identificados, de un típico día de piscina familiar.
Hay también una coincidencia en el interés por mostrar realidades terribles en sociedades supuestamente avanzadas, como el acoso sexista, en cortometrajes cuyas historias podrían ser narraciones diarias de mujeres acosadas. En 16 de decembro (Álvaro Gago, 2019) el hostigamiento de una joven que es atacada por un grupo de energúmenos en plena calle, está mostrado con una cierta distancia, pero no por ello resulta menos repulsivo. En Gang (Álex Sardá, 2020), este impulso primario se produce en una fiesta, donde las barreras de lo que está y lo que no está permitido son difusas. Pero al mismo tiempo reflexiona sobre una juventud algo desorientada. En Greata (Nàusea) (Gerard Gil, Jana Jubert, 2019), se utiliza una anécdota para hablar de la insolidaridad.
En todo caso, uno de los mejores retratos femeninos que hemos visto entre esta selección es el que hace Carne (Camila Kater, 2019), un juego de imágenes animadas que reinterpretan las palabras de una serie de mujeres de distintas generaciones que hablan de la sexualidad y de sus sentimientos. Es un cortometraje hermoso visualmente y profundo como documento de la realidad femenina.
Encontramos también interesantes ejercicios formales con imágenes poderosas como Los páramos (Jaime Puertas, 2019) y Restos de cosas (Salvador Sunyer, Xavier Bobés, 2019). El primero tiene un aire de surrealismo que acaba haciéndolo más que singular, el segundo quizás es más formal que narrativamente acertado.
Una de las historias más interesantes de esta sección, bien contada, con esa cadencia necesaria que hace que la duración sea la estrictamente necesaria, es Ni oblit ni perdó (Jordi Boquet Claramunt, 2019), que toma como referencia el asesinato del joven Guillem Agulló por un grupo de extrema derecha en 1993. El director sabe acercarse al drama de la violencia fascista con una mirada sutil, con una historia poderosa en su forma y su fondo.
Transgrediendo las normas
La selección de largometrajes de Un Impulso Creativo podría definirse como un homenaje a la libertad de transgredir los géneros y las formas audiovisuales. En este sentido, es una selección que aporta frescura, aunque en no muchos casos consiga que esta transgresión se convierta en algo más profundo. La reina de los lagartos (Burnin' Percebes, 2019) es quizás una de las locuras más exquisitas del festival. Obra de los cineastas Fernando Martínez y Juan González, se trata de un relato entre la ciencia-ficción y el humor absurdo que tiene como protagonista a Javier Botet, uno de los actores españoles más internacionales gracias a su participación en numerosas películas de terror en Hollywood. Que Javier Botet se haya prestado a interpretar a un "lagarto" en una película de bajo presupuesto, rodada en toma única, resulta singular y hay que aplaudirlo. La reina de los lagartos es un divertimento surrealista sobre una invasión extraterrestre que remite inexorablemente a la serie V (NBC, 1984-1985) y que tiene en sus extrañas imágenes, su humor absurdo y su desfachatez las virtudes más interesantes.
En las antípodas formales encontramos As mortes (Cristóbal Arteaga, 2019), una especie de thriller rural que cuenta con un tratamiento formal exquisito, rodado en un hermoso, pero al mismo tiempo lúgubre blanco y negro que muestra las consecuencias de un crimen. Al director le importa menos explicarnos por qué se produce el asesinato (la primera escena de la película), sino qué efecto produce en una pequeña comunidad rural. En este sentido, es acertada la propuesta aunque quizás algo irregular en su desarrollo.
Otra sugerencia que de alguna manera trata de transgredir el lenguaje cinematográfico es Violeta no coge el ascensor (Mamen Díaz, 2019), que bebe directamente de aquel movimiento nacido en Estados Unidos bajo el nombre de "Mumblecore". Una forma de hacer películas independientes que se sostienen sobre una trama sencilla en torno a la cual se van construyendo las historias a través de diálogos en muchos casos improvisados, sin guión previo, rodadas en su mayor parte en espacios interiores y producidas con la participación de actores no profesionales. Nombres como los de Joe Swanberg, Aaron Katz, Mark y Jay Duplass o Greta Gerwig están unidos a este movimiento, aunque algunos de ellos posteriormente se han aventurado en el mundo de la televisión y el cine más "convencionales". Concretamente, Violeta no coge el ascensor está directamente inspirada en la película Hannah takes the stairs (Joe Swanberg, 2007), que cuenta una historia parecida sobre una joven que duda sobre sus relaciones de pareja. Se busca una naturalidad en los actores que aquí no termina de ser del todo natural, la directora juega a "romper la cuarta pared", a inmiscuirse en las escenas, con una evidente vocación de transgresión. Pero el resultado es cansino y casi diríamos que anacrónico.
Los directores se convierten en protagonistas
Hay muchos casos de búsqueda personal del director en esta selección de películas. Los directores se convierten también en protagonistas de sus propias historias, o las construyen en torno a sus propios recuerdos o grabaciones de la infancia. En este sentido, es interesante como reflexión de una generación de realizadores que ya cuentan con elementos audiovisuales de su propia trayectoria vital, y que no tienen pudor en mostrar ante la cámara su propia experiencia o sus propios sentimientos. Es también un ejercicio de narrativa, porque en algunos casos esta supuesta realidad es, principalmente, una construcción ficticia.
La educación sentimental (Jorge Juárez, 2019) ya nos habla de la crisis económica y sus consecuencias en la vida de pareja. Se trata de un ejercicio de autoficción que se construye sobre imágenes de archivo, pero también sobre una supuesta historia personal que provoca el distanciamiento y la separación, física, pero también emocional. La película no consigue todos sus objetivos, en parte debido a una estructura que pretende ser poliédrica pero acaba resultando aleatoria: el homenaje al cine, la historia sentimental, la política.., se dan la mano en una especie de collage audiovisual que muere por su propia indefinición.
Más interesantes son las propuestas de dos directoras en las muy interesantes Video blues (Emma Tusell, 2019) y My mexican bretzel (Núria Giménez, 2019).
Emma Tusell viene del campo del montaje, en películas como Magical girl (Carlos Vermut, 2014) y Tiempo después (José Luis Cuerda, 2018), y por tanto conoce de buena mano los vericuetos de una sala de montaje, herramienta fundamental para elaborar su propio exorcismo vital a través de las grabaciones familiares. Desde una visión distante con el paso de los años, elaborando sus propios pensamientos en voz en off, la directora recupera imágenes de su infancia grabadas principalmente por su padre, para tratar de encontrar un significado a su sentimiento de soledad. El padre ausente (es quien graba habitualmente, por lo que casi nunca se le ve), se convierte en protagonista de estos recuerdos. Comenta la directora que ha ido recogiendo fragmentos de una mano, una pierna que se cuelan en la imagen mientras su padre graba, para tratar de hacer un collage de fragmentos de éste. Esos viajes a la India que mantenía a sus padres lejos de sus hijos durante largas temporadas de tiempo, son también consecuencia de ese sentimiento de vulnerabilidad. Video blues es un interesante trabajo de reflexión sobre cómo la imagen puede ofrecer una visión de aparente felicidad, pero esconde una segunda lectura mucho más compleja si nos detenemos en un gesto, una mirada...
En My mexican bretzel, la directora consigue que nos estemos preguntando constantemente si lo que estamos viendo es una ficción o es un documental. Y ese es su mayor acierto, porque la reflexión sobre la realidad y la imagen narrada es uno de los temas principales de esta película. Al final uno se pregunta si un documental nos transmite con sinceridad la historia que nos cuenta, y cuál es exactamente la diferencia entre una película que se autodefine como documental y aquella que se supone que nos cuenta una historia inventada. Así, tomando como punto de partida unos rollos de película antigua, Núria Giménez va elaborando una narración que nunca sabremos, en el transcurrir de la historia, si es real o no. Por supuesto, es fácil encontrar la respuesta a esta pregunta en otras críticas o análisis de la película, pero recomendamos acercarse a su visionado con la menor información posible. Esta línea difusa entre la realidad y la ficción hace que estemos ante un producto inclasificable, quizás una de las más interesantes propuestas cinematográficas de este año. El trabajo de montaje es soberbio, pero también el uso del sonido, utilizado aquí como una herramienta para que el espectador se inmiscuya en la historia.
D'A Film Festival se puede ver en Filmin hasta el 10 de mayo
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