07 mayo, 2020

D'A Film Festival: Talents, conflictos emocionales




La Sección competitiva del D'A Film Festival está dedicada a los directores noveles, con hasta dos largometrajes en su trayectoria cinematográfica. Una selección de 13 películas que tienen en común la búsqueda de un lenguaje propio a través de historias que hablan de conflictos físicos, pero también emocionales. 

Las formas son importantes en películas como Abou Leila (Amin Sidi-Boumédine, 2019), que pasó por la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes. Las primeras imágenes de la película nos remiten a ese cine poderoso de Jacques Audiard, y es evidente que, en el manejo del suspense y el tempo, el joven realizador argelino tiene un pulso magistral. El viaje que llevan a cabo los dos protagonistas en busca del terrorista a través del desierto se convierte, sin embargo, en un retrato psicológico que tiene imágenes potentes, y que muestra las cicatrices mentales que produce la violencia. Este recorrido narrativo no lineal es, quizás, demasiado largo, pero demuestra las virtudes de un cineasta que encuentra en la imagen su principal aliada. Estamos en Argelia, en 1994, los años de la denominada "década negra" en los que el terrorismo islamista comenzaba a extenderse en el país. Esta representación de la violencia y sus efectos psicológicos en un país aquí es representada por ese personaje principal acosado por pesadillas sangrientas. 



También se construye como road-movie la película ucraniana Evge (Homeward) (Nariman Aliev, 2019), que pasó por Un Certain Regard de Cannes. De nuevo la guerra, aquí entre Ucrania y Rusia, es el catalizador de este viaje (interior y físico) que llevan a cabo los protagonistas, un padre y su hijo que transportan el cadáver del hijo mayor, muerto en combate, con la intención de enterrarlo en Crimea, su lugar de origen. Otra representación de la generalidad de un conflicto armado a través de la particularidad de personajes que buscan un sentido a sus vidas. Este viaje supondrá también una mayor conexión entre el hijo menor y su padre, pero precisamente en esta relación es en la que la historia tiene sus principales altibajos, ocasionados por una cierta falta de información que nos impide empatizar con los personajes.

En Oleg (Juris Kursietis, 2019) la Europa solidaria aparece como una imagen deconstruida de sus propias aspiraciones. El protagonista, un letón que busca trabajo en Bruselas (el centro neurálgico del europeismo), acaba siendo captado por una banda de delincuentes. La esclavitud como forma de trabajo en una sociedad convertida en jungla urbana. La representación del protagonista como alegoría religiosa quizás es innecesaria para una historia que funciona, en todo caso, sin requerir elementos metafóricos. Hay especialmente algunas escenas inteligentes, como esa fiesta en la que se cuela el personaje principal, única vez en la que los demás le miran como una persona, no como un inadaptado. Es una especie de clasismo que se extiende con mayor virulencia que el coronavirus.  

El documental como punto de partida para construir ficciones realistas 

La relación paterno-filial también es parte de la narrativa de All for my mother (Małgorzata Imielska, 2019), que supone el debut en la ficción de una realizadora polaca curtida y premiada por sus trabajos en el género documental. Esta trayectoria juega a su favor en la descripción del orfanato en el que vive la protagonista, una adolescente que muestra su rebeldía constante a través de su empeño en conocer a su madre, quien supuestamente la abandonó cuando era pequeña. Esta necesidad de comprender la desconexión entre madre e hija es el principal motor de una existencia fatalista, dramática, quizás un poco excesiva en la acumulación de tragedias y violencia, pero desgarradora por momentos. La mirada de la directora destaca en la minuciosa reconstrucción de la vida prisionera de la joven, aunque es demasiado obvia en algunas ocasiones (la joven entrena para competir como corredora, representación evidente de su necesidad de huida constante).

El documental es también el origen de la directora italiana de Nocturnal (Nathalie Biancheri, 2019), que consigue convertir una historia sencilla en un excelente ejemplo de tensión y crecimiento personal. Esta historia, que se sostiene en el buen trabajo de los actores Sadie Frost y, sobre todo, Cosmo Jarvis, muestra una relación complicada y cargada de cierto aire de suspense, entre los dos protagonistas. Es el personaje masculino el que tiene una mayor profundidad emocional, una especie de fuego interior que se transmite a través de sus gestos, de su mirada, de su forma de moverse. La estructura del guión es tan sencilla como efectiva, claro ejemplo de que no hace falta tratar de romper barreras narrativas para conseguir un producto interesante. La formación en el documental de la directora contribuye a que consiga captar en primeros planos profundos y bellos todo el complejo mundo interior de los personajes. 


Hay también una vocación documental en La Mami (Laura Herrero Garvín, 2019), que de hecho fue seleccionada en la anterior edición del prestigio IDFA (Festival de Documentales de Amsterdam). Efectivamente, estamos ante un documental, pero en el que los elementos de ficción, por su construcción narrativa, están muy presentes. Es un híbrido perfecto y necesario, porque esta incorporación de la narración de ficción ayuda a conectar mejor con los personajes. Especialmente con las dos protagonistas, La Mami, una mujer que se dedica a mantener los servicios-vestuarios de un club de alterne, mientras juega el papel de "madre" para las "ficheras" que trabajan allí; y una madre que comienza a trabajar como "acompañante" para poder afrontar los gastos económicos que necesita su hijo, enfermo de cáncer. Comentaba Laura Herrero Garvín en los Diálogos del Festival que el trabajo más arduo fue el de ganarse la confianza de estas mujeres para que se mostraran ante la cámara tal como son. Y finalmente, Priscilla/Carmen o La Mami, se revelan principalmente como madres dispuestas a hacer cualquier cosa para proteger a sus hijos. La figura masculina queda aquí reducida a mero instrumento: "Aquí los hombres sirven para dos cosas: para nada y para dar dinero". 

Familia = Incomunicación

Un blanco, blanco día (Hylnur Pálmason, 2019) es también una historia sobre el amor familiar, aquí un ex-policía recién retirado tras la muerte de su esposa, y la nieta a la que cuida en mitad de los paisajes hermosos pero gélidos de Islandia. Excelente trabajo de contención del actor Ingvar Sigurđsson, la historia se va construyendo lentamente hasta que estalla en el tramo final. En realidad, el protagonista experimenta dos tipos de relación afectiva: la que siente por su esposa, que se va desmoronando conforme descubre algunos secretos, y la que transmite a su nieta, que en cierta manera es la que frena la caída hacia la locura que provoca la anterior. Estamos ante un thriller crepuscular, ahogado entre la neblina del amanecer montañoso, que supone uno de los descubrimientos más interesantes de este festival. 


La familia como ecosistema emocional está presente en Algunas bestias (Jorge Riquelme Serrano, 2019), producción chilena que ganó en la Sección Nuevos Directores del Festival de San Sebastián. Aquí, como veíamos en Los sonámbulos (Paula Hernández, 2019), la reunión familiar se convierte en catalizador del drama, con la desesperación económica como principal punto de partida. En cierto modo, se puede entender la película como una trasposición del clasismo del que hablábamos antes, que enfrenta a los dos matrimonios, el veterano ya establecido económicamente, y el de los descendientes, aún zozobrando entre el fracaso y el éxito. El director consigue establecer bien esta diferenciación, pero hay una cierta tendencia al exceso que lastra los resultados. También esa pretensión autoral que le lleva a construir algún largo plano secuencia (el del estallido de la violencia) que acaba rozando el ridículo. 

La incomunicación es el eje fundamental de otro de los descubrimientos del festival, Monsters. (Marius Olteanu, 2019), que viene de trabajar con el reconocido director rumano Christi Puiu. En su debut como director de largometrajes, los silencios son casi más expresivos que los diálogos, casi inexistentes entre la pareja protagonista, un hombre y una mujer que, tras diez años de relación, ya no tienen mucho que decirse. Es en el entorno externo donde encuentran una forma de manifestar sus preocupaciones, o al menos establecer una relación más o menos normalizada. El director utiliza el cambio de formato para aprisionar o liberar emocionalmente a sus personajes, y lo hace con inteligencia y efectividad. Pero es en esos momentos en los que la pareja ni siquiera establece contacto visual en los que vemos la desintegración de la relación. O no: "He decidido que voy a estar contigo pase lo que pase". 

Cuando la intención no es lo que cuenta

Otro mentor conocido es el italiano Matteo Garrone, que produce Nevia (Nunzia De Stefano, 2019). La directora, habitual colaboradora del premiado cineasta, nos presenta una historia semiautobiográfica que tiene como protagonista a una adolescente que vive en barracones de la periferia de Nápoles, y acaba encontrando una única escapatoria en el trabajo que desarrolla en un circo recién llegado a la ciudad. Lo interesante de la propuesta es que no se centra en el dramatismo, sino que encuentra en el humor el elemento adecuado para conectar emocionalmente con el espectador. Al final, hay en la película más elementos influenciados por el cine de Federico Fellini que por el de Matteo Garrone, pero también encontramos algunos paralelismos con la representación de la periferia de Roma que hacía el director en Dogman (Matteo Garrone, 2017).  Nevia es una película pequeña y efectiva, aunque no especialmente trascendente. 


Con peores resultados encontramos Disco (Jorunn Myklebust Syversen, 2019), una producción noruega que aborda la temática religiosa a través de la historia de una joven que tiene en el baile la única vía de escape al opresivo entorno familiar, caracterizado por una absorbente religiosidad que oprime y aliena. Pero la directora parece más empeñada en la descripción de la "representación" catequista que en el desarrollo de los personajes, y la historia zozobra en una repetición monotemática.

Tampoco consigue sus objetivos, sean cuales sean, la película Adam (Rhys Ernst, 2019), debut como director de largometrajes del productor de la serie Transparent (Amazon, 2014-2019). Tras su paso por el Festival de Sundance del año pasado, la película suscitó cierta polémica por la representación que hace de la comunidad trans, provocando incluso campañas de boicot a su exhibición, en su mayor parte propiciada por quienes no la habían visto todavía. Porque ciertamente es difícil entender que un director trans como Rhys Ernst pueda intencionadamente dilapidar la imagen de la comunidad transexual. En todo caso, no es esta una de las películas que más contribuirá a transmitir sus dificultades y preocupaciones. Porque en realidad, Adam funciona mejor en el terreno de la ironía y el sentido del humor que cuando intenta abordar el tema con seriedad.



D'A Film Festival se puede ver en Filmin hasta el 10 de mayo. 




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