El Festival de Raindance continúa sus proyecciones durante esta semana en Londres con una amplia programación de cine independiente, que concluirá el próximo 27 de junio. El festival dedica un premio honorífico cada edición, el Icon Award, a una figura destacable del mundo del cine que ha tenido relevancia en el cine independiente, y que este año ha recaído en los actores Jason Isaacs y Celie Emri, pero también se ha decidido conceder un premio honorífico póstumo a una de las grandes damas inglesas de la interpretación, Joan Plowright, que falleció el pasado mes de enero a los noventa y cinco años. Se ha realizado este homenaje con la proyección de la película Mrs. Palfrey at the Claremont (Dan Ireland, 2005) que precisamente cumple el vigésimo aniversario de su estreno. Producida con tan solo 10.000 libras, esta historia sobre una anciana abandonada en un hotel de retiro que entabla amistad con un joven escritor, Ludovic Meyer (Rupert Friend), fue calificada como deliciosa por la crítica aunque no ha llegado a tener trascendencia en la filmografía recordada de la actriz, pero según declararon sus hijos, es una de las interpretaciones que más gusta a la familia. Seguimos repasando algunos de los títulos destacables de la programación de Raindance Festival, entre ellos la única representación española en la competición.
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A cell phone movieWill SterlingEstados Unidos 2025 | Competición Discovery | ★★★☆☆Fantaspoa '25: Estreno mundial |
Hay algunas lógicas que sin embargo parecen no plantearse de forma seria: si la mayor parte del consumo audiovisual se lleva a cabo en las pantallas de los móviles, puede que no tenga sentido gastar millones de dólares en producciones para salas IMAX, sino dedicar más recursos a grabar películas con móviles. Hace unos años hubo una tendencia de este tipo de producciones, de la que surgieron propuestas como Tangerine (Sean Baker, 2015), que el director grabó con tres iPhone 6, o Perturbada (Steven Soderbergh, 2018), filmada con el iPhone 7. Pero en realidad no ha ido mucho más allá de un experimento anecdótico, aunque se llegaron a escribir artículos sobre la transformación del mundo del cine que supondría la democratización de los equipos de filmación reducidos a un móvil, un equipo de sonido y algunas lentes. El actor Will Sterling ha decidido sin embargo recuperar este concepto de cine independiente, en el sentido más amplio de la palabra, para rodar su propio largometraje después de muchos años en Hollywood consiguiendo solamente unos cuantos pequeños papeles, como camarero en un episodio de la última temporada de Black-ish (Disney+, 2014-2022), sheriff en Pam & Tommy (Disney+, 2022) o reportero fuera del juzgado en American Crime Story: El caso Lewinsky (2021). Lo interesante de la película A cell phone movie (Will Sterling, 2025) es que está planteada con una metanarrativa en la que él interpreta a una versión ficticia de sí mismo como un actor que después de 18 años en Hollywood no termina de encontrar el papel que le saque de los trabajos amateur, sigue estudiando interpretación, duerme en su coche en un aparcamiento y tiene tan poco dinero que la cuota del sindicato de actores (SAG-AFTRA) le parece demasiado cara, lo que en realidad se convierte en un círculo vicioso porque al no estar sindicado pierde algunas oportunidades de trabajo. De manera que Will (Will Sterling) decide escribir un guión sobre un actor desempleado que decide grabar su propia película, y comienza a reunir a un grupo de conocidos para formar un equipo reducido, entre ellos su compañera de las clases de interpretación Tessa (Tessa Glanville). Este planteamiento que se mueve en el terreno de la comedia de referencias cinematográficas, ofrece una reflexión irónica sobre el mundo de Hollywood desde el punto de vista de quienes aspiran a formar parte de él, aquellos que miran el Hollywood Sign como un objetivo casi inalcanzable, pero sin perder la esperanza.
Para Will, del que vemos que procede de una familia acomodada, las oportunidades son cada vez más difíciles, pero después de intentarlo durante tanto tiempo y tener 36 años, en realidad no puede permitirse la rendición porque ya no hay una alternativa: "Nunca ha habido un plan B", le dice a su profesora de interpretación JJ (JJ Obee). Por el camino hay referencias al mundo del cine con cierta mordacidad, como cuando asiste a un coloquio con el director de grandes producciones Bill (Flip Kobler), que ha decidido para su última película regresar al cine independiente con un reparto de actores desconocidos, en lo que parece más una estrategia de marketing que puede recordar a similares decisiones de directores reales como Steven Soderbergh o los hermanos Anthony Russo y Joe Russo. Mientras en la preparación de su película surgen cuestiones que no se había planteado, como el enfoque hacia la diversidad en el reparto. A cell phone movie maneja los resortes de la metanarrativa incorporándola de una forma cada vez más elaborada, como cuando comenta con su profesora una escena que hemos visto anteriormente en la que su hermana Katie (Katie McCuen) y sus dos parejas anteriores tratan de convencerle de que no tiene sentido seguir intentando dedicarse al cine, preocupados por saber que lleva un año durmiendo en su coche: "Son un montón de escenas interminables que no llevan a ningún lado. No ocurre nada emocionante", le dice JJ. "Sí, todos dudan de él aunque aparentemente no captan el gran talento que tiene. La mayor parte de la película son escenas explicando a los espectadores la propia película". De manera que conforme se desarrolla la historia de A cell phone movie, se va difuminando la diferencia entre la grabación de la película ficticia y la propia historia personal de Will. Como podremos ver durante los créditos finales, se han recreado algunas de las anécdotas reales durante el rodaje, como las particulares intervenciones de un sonidista muy peculiar, interpretado por el veterano actor Larry Hankin, que llegó a tener una nominación al Oscar como director del cortometraje Solly's diner (1980) y al que recordamos de intervenciones en series como Breaking bad (Netflix, 2008-2013). Will Sterling acaba construyendo una comedia conmovedora sobre la persistencia en alcanzar los sueños en un mundo tan impenetrable como Hollywood.
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Flamingo CampChris CoatsEstados Unidos 2025 | Competición Documentales | ★★★★☆Big Sky Festival '25: Sección Documental |
En la película Nomadland (Chloé Zhao, 2020) nos mostraron la vida de los nómadas que viven en caravanas a lo largo de los Estado Unidos, creando en algunos casos comunidades que permanecen durante cierto tiempo en un mismo terreno. Una de ellas forma lo que se conoce como Slab City, un espacio en el desierto de California habitado principalmente por lo que se conoce como snowbirds, personas que emigran desde las zonas más frías de Estados Unidos durante el invierno hasta lugares más cálidos, pero regresan en verano porque se alcanzan temperaturas muy elevadas en la época estival. La población que está compuesta por unos miles de personas se reduce a más de la mitad cuando llega el verano y la convivencia se hace difícil, aunque muchos permanecen porque no tienen ningún otro sitio donde ir. Esta antigua base militar estadounidense abandonada se convirtió desde los años ochenta en un hogar temporal que está autogestionado y se mantiene al margen de las ciudades cercanas, pero se encuentra próxima a la zona conocida como Valle de Coachella en la que se celebra todos los años el popular festival de música. Las caravanas y algunas construcciones más o menos sólidas conforman los hogares de muchos de sus habitantes, y se suelen formar comunidades independientes como Flamingo Camp, un conjunto de caravanas que la viajera canadiense Nova quiso convertir en un lugar de refugio para jóvenes queer, la mayor parte de ellos desplazados de sus hogares, huyendo de los pueblos que mantienen todavía actitudes homofóbicas y transfóbicas. Generalmente suelen mantenerse al margen sin recibir visitas amenazadoras, pero el documental retrata algún momento en el que vehículos con banderas supremacistas se desplazan por los alrededores en una actitud desafiante. Flamingo Camp (Chris Coats, 2025) es un retrato de la convivencia entre estos jóvenes que, aunque no tienen una vida fácil, sin apenas recursos y sobreviviendo principalmente de lo que recogen en contenedores de pueblos cercanos, mantienen una cierta cohesión que en la primera parte de la película, al menos se retrata como vitalista y alegre. Una de las actividades que suelen realizar todos los años es un desfile de drag queens al que asisten numerosos vecinos de otras caravanas, como una especie de bienvenida a los meses que van a convivir juntos hasta que llegue el verano y muchos de ellos se marchen. Pero esta idea de un espacio amable en el que los jóvenes que han sufrido discriminación sexual y negación de sus identidades se puedan sentir seguros, pronto da muestras de resquebrajarse, especialmente cuando se acerca el verano y las temperaturas comienzan a provocar problemas de convivencia entre los que se han quedado.
El director Chris Coats se ha introducido en esta comunidad desde noviembre de 2020 y ha estado grabando durante varios años, pero lejos de retratarla como una especie de utopía falsa, aunque la idea original del campamento pudiera ser esa, no evita las fricciones de convivencia que se producen entre sus habitantes. La historia da un giro inquietante cuando en 2021 apareció asesinado brutalmente un joven transgénero no binario de 21 años conocido como Poe, que más tarde adoptó el sobrenombre de Legion. Su cuerpo se encontró con numerosas puñaladas en el Canal de Coachella, un canal de riego que atraviesa Slab City. Previamente le habíamos visto en la película contando que proviene de Tennessee, "un lugar no muy divertido". Aunque no tuvo rechazo por parte de su grupo de amigos cuando les confesó a los 14 años que era transexual, llevaba algunos años viviendo en la calle sin poder permitirse pagar un apartamento y convirtió Flamingo Camp en su hogar. A partir de entonces, la película corre el riesgo de convertirse en una especie de true crime en el que la investigación sobre el asesinato de Poe/Legion toma protagonismo. Pero en realidad lo hace para mostrar la falta de interés de las autoridades policiales, en especial del sheriff del condado de Imperial, quienes ni siquiera tomaron huellas dactilares en el lugar del crimen. Según se indica en la película el caso permanece sin resolver y no se declaró ningún sospechoso principal, aunque la policía sí mantuvo como sospechoso a otro de los habitantes del campamento, un joven llamado Knives, sobre el que finalmente no hubo orden de arresto. Flamingo Camp sin embargo es más efectivo cuando refleja esta comunidad de una manera poética, mostrando las problemáticas que comparten muchos de ellos pero también los desafíos particulares de personas queer que todavía se enfrentan a discriminaciones sociales. Es particularmente conmovedor el momento en el que la madre de Poe, Margy, que también vive en la pobreza, visita el campamento para ver dónde vivía su hijo, al que todavía se refiere como "mi hija". La transformación del documental desde el planteamiento inicial hasta la devastadora muerte de Poe Black es también el reflejo de las utopías marchitadas por la dura realidad.
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Children in the fireEvgeny AfineevskyUcrania, Estados Unidos 2025 | Competición Documentales | ★★★☆☆Montecarlo '25: Premio Especial Amade, Premio Especial del Jurado |
El director Evgeny Afineevsky (1972, Rusia) consiguió una nominación al Oscar por su documental Winter on fire (2015), que fue una de las primeras producciones documentales de Netflix que alcanzó los premios de la Academia de Hollywood. Desde aquella impactante película que abordaba las protestas del Euromaidán contra el presidente prorruso Viktor Yanukovich, se ha convertido en un cronista de las zonas marcadas por la guerra con documentales como Pray for Ukraine (2015) y Cries from Syria (2017), cuyos llamativos títulos parecen declaraciones de intenciones para colocar al espectador en una posición de empatía con las historias. Hay una cierta tendencia en el director a prevalecer el impacto emocional sobre la exposición de los hechos, y el protagonismo de niños en sus documentales refleja claramente esta intencionalidad que puede ser comprensible, pero a veces resulta demasiado manipuladora, como ocurría en el caso de Winter on fire. En cierta manera, su última película se podría considerar como una continuación de aquella, porque Children in the fire (Evgeny Afineevsky, 2025) aborda directamente la invasión de Rusia en Ucrania a través de las miradas de un grupo de niños ucranianos de los que casi todos pertenecen a esos 20.000 menores de edad que se calcula que han sido deportados a la fuerza por Rusia, sometiéndoles a una reeducación para sentirse más rusos que ucranianos. Es un tema interesante, pero el empeño del director en ser más emotivo que expositivo provoca que nunca termine de desarrollarse. Como en su documental nominado al Oscar, Evgeny Afineevsky hace uso de las secuencias animadas para mostrar lo que no puede mostrar con imágenes, especialmente a través de los testimonios de los jóvenes que participan en la película, y que narran sus experiencias, en muchos casos terroríficas. Roman fue víctima de un bombardeo que le provocó quemaduras en un 40% de su cuerpo y un 35% con heridas graves. La secuencia animada refleja el impacto del ataque con crudeza, alternándose con imágenes reales de su estancia en el hospital. Pero también muestra la esperanza de la resiliencia cuando Roman comienza a practicar baile de salón y se convierte en un bailarín reconocido. La joven Sasha vio cómo su casa fue destruida por el impacto de una bomba y perdió una pierna, pero con esfuerzo siguió desarrollando sus entrenamientos en la gimnasia artística, mientras que Yana perdió las dos piernas en otro bombardeo, pero consiguió llegar a participar en una carrera de 5 km. en Boston. Son historias de resistencia en medio de la guerra, como aquella que hemos visto descrita en el reciente documental Front row: Ballet en tiempos de guerra (Miriam Guttmann, 2024).
A principios de este mes Ucrania entregó a las autoridades rusas una lista de 339 nombres de niños de los que hay una información detallada sobre sus datos y sus direcciones, exigiendo que sean devueltos a sus familias. Una cifra que muchos consideran insuficiente ya que se ha verificado la existencia de al menos 19.500 niños robados y deportados a la fuerza por Rusia. En el documental, Serhii de 17 años cuenta cómo fue detenido por las autoridades rusas cuando trataba de cruzar la frontera haciéndose pasar por el miembro de una familia. Pero después de un periodo en prisión, fue inexplicablemente puesto en libertad y pudo regresar a Ucrania. Pero Children in the fire nunca termina de desarrollar este tema, a pesar de contar con la presencia de la primera dama ucraniana Olena Zelenska. Incluso puede dar ciertas falsas esperanzas de un final tranquilizador para algunos de los jóvenes que aparecen en la película y que han regresado a Ucrania, porque la realidad es que solo 1.350 han sido devueltos, y cada devolución necesita la intervención de un Estado mediador como Qatar, Sudáfrica y el Vaticano. Una de las secuencias más impactantes de la película es el relato de Vladyslav, un joven de 18 años que estuvo preso en una comisaría rusa pero le obligaban a trabajar limpiando la sangre de las torturas que ejercían sobre otros prisioneros. A través de la animación realizada por el estudio ucraniano Karandash Animation Studio, se describe cómo uno de sus compañeros de celda se suicidó autoinfligiéndose heridas en el cuerpo, recreándose quizás demasiado en la violencia. Tras permanecer 48 días en una prisión fue trasladado a un hotel, de donde tampoco pudo salir hasta 42 días después, tras los cuales Vladyslav fue liberado. Children in the fire es un documental que quiere ser inspirador, pero se queda a medio camino en el desarrollo de un tema relevante, para recrearse demasiado en el choque emocional de las experiencias que han traumatizado a una generación de ucranianos.
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JamesMax TrainCanadá 2024 | Competición Director Debutante | ★★★☆☆Festival de Oldemburgo '24: Mejor Película |
Aunque podría parecer un homenaje al clásico Ladrón de bicicletas (Vittorio DeSica, 1948), el director de esta película la define como "una carta de amor a los mensajeros, las calles sucias, las cervecerías del este de Vancouver, los parques de patinaje llenos de grafitis, los objetos de segunda mano y la diversidad cultural". Sin embargo, están claras las referencias a aquella historia que transcurría en un suburbio de Roma con un padre y su hijo buscando la bicicleta robada que era su único medio de subsistencia. La propia historia de fondo del cuadro de bicicleta que encuentra James (Dylan Beatch) lo describe como un diseño inédito de tres hermanos italianos que desafiaron los reglamentos del Tour de Francia en 1948, que prohibía la participación de equipos independientes. La realidad es que esa trascendente competición después de la 2ª Guerra Mundial acabó con la victoria de un italiano, Gino Bartali, que a sus 34 años superaba la edad más floreciente de los ciclistas. Rodada en blanco y negro, los suburbios de Roma se convierten en las calles del East Van, una zona de Vancouver habitada por inmigrantes que han dejado una estela de restaurantes de comida internacional, cervecerías artesanales y arte callejero. El protagonista de James (Max Train, 2024) es un nihilista (uno de los personajes se lo dice) que suele emborracharse y acabar en peleas absurdas en las que nadie le ha pedido que participe. Hasta que cuando parece que ha tocado fondo (literalmente se hunde entre la basura), encuentra un cuadro de bicicleta que fue diseñado por los hermanos Ricci, y que para los coleccionistas de objetos singulares como Valentin DeWolfe (James Cowley) tiene un valor incalculable. Pero para James, que no conoce la historia, se convierte en una forma de adoptar un propósito en la vida, literalmente salvado de la oscuridad gracias a una bicicleta que le permite trabajar y a la que dedica cuidados especiales. Hasta que se la roban y comienza una búsqueda desesperada por las calles del barrio, aunque parece evidente quién ha podido ser el responsable del robo, después de que James rechazara una oferta de Valentin DeWolfe. La película se mueve siempre en el terreno del humor cáustico y de los monólogos absurdos, que no siempre funcionan, pero mantiene un tono de cine negro muy logrado y se apoya en canciones que se sitúan entre el folk y el blues, algunas compuestas por Max Train, con letras que hacen referencia a las imágenes. Hay momentos en los que James recuerda a Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969), en la ambientación de ese barrio poblado de restaurantes y bares, o en la forma en que el protagonista se cubre con la chaqueta mientras monta en bicicleta, que remite a la gabardina de Ratso (Dustin Hoffmann).
También hay algunas decisiones poco acertadas, como contar la historia en un flashback desde un interrogatorio por parte de la policía que no lleva a ninguna parte, pareciendo más un recurso de guión para darle una estructura circular a la historia que una justificación narrativa. En la búsqueda de esa bicicleta que se ha convertido en el único sostén de James para no volver a caer en la bebida y las peleas callejeras, encuentra algunos personajes singulares, como Ayako (Yumi Nagashima), una mujer que está relacionada con el propietario de un restaurante japonés (Manu Aggarwal) que ha prometido que le cortará un dedo a James si vuelve a poner un pie en su local. Pero incluso en el caso de los personajes más antagónicos, como el propio Valentin DeWolfe, el guión co-escrito por el actor Dylan Beatch, encuentra una manera de redimirlos y de darles un trasfondo que provoca simpatía. Michelle DeWolfe (Paulina Muñoz) establece una interesante relación de equilibrio entre James y su hermano Valentin, y en algún momento la historia se detiene también ella y sus propias aspiraciones frustradas por la decisión de trasladarse a Montreal. Dentro de su tonalidad de comedia neo-noir, uno de los aspectos más interesantes de la película es la forma en la que construye a sus personajes evitando los estereotipos para darles cierta profundidad. Pero James también quiere ser autocomplaciente con su carácter de cine independiente que mira hacia referentes cinematográficos sin ningún problema. Y termina siendo una historia sobre la redención y las segundas oportunidades, a través de objetos de segunda mano que también vuelven a tener un propósito.
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Pequeños calvariosJavier PoloEspaña, México 2025 | Competición Director Debutante | ★★☆☆☆Festival de Málaga '25: Sección Oficial Fuera de Concurso |
Si el Festival de Raindance ha tenido otros años una mirada puesta en la producción cinematográfica española con invitadas como la directora Carla Simón, en esta edición solo encontramos una representación a través de esta comedia extravagante que se presentó fuera de concurso en el Festival de Málaga. Planteada como una antología de historias absurdas en torno a situaciones exageradas, Pequeños calvarios (Javier Polo, 2025) nunca encuentra el equilibrio adecuado para que todas tengan una cierta cohesión, aunque están unidas por un segmento común protagonizado por un relojero llamado Carlo (Pablo Molinero), quien a través de los engranajes de un reloj conduce a situaciones límite a las historias que cuentan los oyentes que llaman a un programa de radio. El propio Carlo se convertirá en el protagonista de la quinta y última historia cuando comprueba que el locutor del programa ha decidido jubilarse y la emisión es sustituida por otro espacio. El director Javier Polo (1987, Valencia) ha realizado incursiones en la comedia documental con películas como Europe in 8 bits (2013) y El misterio del Pink Flamingo (2020), pero ésta es su primera película de ficción. Como suele ocurrir en estos casos, las historias son irregulares pero ninguna llega a ser demasiado divertida y tampoco consiguen la consistencia que pueden tener otras películas en las que está claramente inspirada, como la excelente Relatos salvajes (Damián Szifron, 2014). La primera historia está protagonizada por Paola (Andrea Duro) y su novio Pisco (Rubén Bernal), quienes se encuentran en un momento de crisis en su relación, sobre todo porque él parece dedicar más atenciones a su perro Fantasma que a su novia. Cuando éste desaparece, ambos inician una búsqueda gracias a la cual Paola se convierte en una estrella de las redes sociales, por lo que no está especialmente interesada en que el perro sea encontrado. A pesar de jugar con el humor negro que está presente en toda la película, el relato se sostiene en una broma demasiado simple como para tener trascendencia. La segunda historia levanta el nivel e introduce rostros conocidos como Arturo Valls y Lorena López, que forman una de las parejas que se reúnen para cenar a petición de Vicent (Vito Sanz), quien tiene algo importante que decirles. Mientras los otros bromean sobre el menú, Vicent les comunica que le han detectado un cáncer y le quedan pocos meses de vida, pero ninguno de sus amigos le presta demasiada atención porque es un hipocondríaco crónico. Funcionan bien las interacciones entre los personajes, y Vito Sanz tiene esa capacidad cómica que incluso hace entrañable a Vicent, pero la historia va decantándose por cierto humor absurdo y exagerado que no termina de funcionar del todo.
Las historias hablan de la soledad, impuesta o por decisión propia, como en los protagonistas de los dos segmentos posteriores: Sofia (Marta Belenguer) es una instructora de yoga que llama a la radio para decir que lleva una vida sana y equilibrada, así que el relojero Carlo toca levemente una manecilla del reloj para desequilibrar un poco su vida. Y aparece Concha (Mamen García), una nueva vecina que hace extraños ruidos en su apartamento y tiene un loro que grita constantemente: "¡Vivan las pesetas!". Esa burbuja en la que vive Sofía estalla con la irrupción de estos elementos externos que incluso afectan a las sesiones de yoga que imparte en su casa, en una especie de juego de suspense que puede recordar al género de terror de vecinos inquietantes. Por último, Manuel (Enrique Arce) no tiene interés en socializar incluso aunque visita todos los años un cámping familiar donde suele tener la oportunidad de mantenerse al margen de las actividades de sus vecinos. "Me da pereza la gente", dice cuando llama a la radio. Pero este verano todos parecen empeñados en invitarle a sus celebraciones y sus juegos, y su falta de interés en las muestras de hospitalidad que recibe, acaba tomándose como un insulto personal. Aunque en Pequeños calvarios no encontramos una diferencia sustancial en el tratamiento visual de cada una de las historias, hay un contraste en el uso de los colores, más apagados en la relojería de Caro, y más brillantes y almodovarianos en las anécdotas de Paula/Pisco y de Sofía, introduciendo una tonalidad pastel en la representación del cámping durante el verano en el relato de Manuel, que le da un aspecto de historia de los setenta. Hay un cuidado en la puesta en escena y el diseño de producción, pero el intento de reflejar la excentricidad de muchas situaciones cotidianas llevadas al extremo, desde unas vacaciones convertidas en pesadilla hasta la banalidad de las reuniones entre amigos, nunca encuentra el camino adecuado para ser todo lo divertido que pretende ser.
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Películas mencionadas:
Tangerine, Europe in 8 bits y El misterio del Pink Flamingo se pueden ver en Filmin.
Perturbada se puede ver en Plex.
Solly's diner se puede ver en YouTube.
Nomadland se puede ver en Disney+.
Winter on fire se puede ver en Netflix.
Cries from Syria se puede ver en Docsville.
Front row: Ballet en tiempos de guerra se puede ver en Movistar Plus+.
Ladrón de bicicletas se puede ver en FlixOlé y Movistar Plus+.
Cowboy de medianoche se puede ver en Prime Video.
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