Hace dos semanas comenzábamos nuestras crónica del Festival Internacional de Cine Documental de Amsterdam, una de las citas más importantes en torno al género documental. A lo largo de estas crónicas hemos ido comentando algunas de las películas de las que seguramente se hablará en los próximos meses, entre una selección inabarcable de más de 200 títulos. Precisamente una de nuestras primeras crónicas estaba dedicada a las producciones de habla hispana que han formado parte de la programación del IDFA, aunque también hemos incluido algunas de estas producciones en otros capítulos de nuestro repaso. Pero, para cerrar esta amplia cobertura del Festival de Amsterdam queremos volver a mirar a algunas de las propuestas más interesantes que se han presentado desde países de habla hispana.
Oficial Mediometrajes
Producida entre Colombia y Costa Rica, la película Objetos rebeldes (Carolina Arias Ortiz, 2020) traza un camino entre lo personal y lo antropológico. De hecho, la directora del documental es antropóloga, pero inicia su recorrido a través de su regreso personal a Costa Rica, debido a la gravedad de un cáncer que sufría su padre. Esta necesidad de enfrentarse a la muerte conecta con una reflexión en torno a la memoria que está representada a través del trabajo de la arqueóloga costarricense Ifigenia Quintanilla, centrado en el estudio de las denominadas esferas, un conjunto de petroesferas precolombinas que están consideradas como una de las principales manifestaciones de la cultura antigua de Costa Rica. La referencia a estas piedras habla de la prevalencia del pasado, de la resistencia al olvido.
Rodado en un espléndido blanco y negro, aunque utilizando el color para mostrar las imágenes de archivo (en un interesante intercambio de la representación habitual del pasado y el presente), la película sin embargo, no consigue conectar adecuadamente esta vertiente personal y la referencia a la memoria. Porque la propuesta personal se representa principalmente a través de la voz en off de la directora, y transmite una sensación de conexión forzada con el resto de los elementos de la película. Resultan más interesantes las incursiones en la faceta arqueológica, más logradas las reflexiones sobre el pasado y cómo las esferas de piedra forman un conjunto de huellas arqueológicas que definen la personalidad de un país y su complicada relación con la memoria.
Luminous
También hace referencia al pasado, para intentar entender el presente, el documental 499 (Rodrigo Reyes, 2020), que fue seleccionado previamente en Hot Docs y el Festival de Tribeca. Se trata de una crónica del viaje de Hernán Cortés a México en el año 1521, siguiendo la ruta entre Veracruz y Ciudad de México. La celebración en 2021 del 500 aniversario de la conquista de la ciudad azteca de Tenochtitlan es lo que inspira, precisamente, el título de la película. Pero para este recorrido el director introduce un elemento llamativo: la presencia de un soldado que acompañó a Hernán Cortés, que es una especie de guía para el espectador por este recorrido, una introducción arriesgada de esta anacronía en forma de conquistador, que sin embargo, funciona muy bien gracias a un inteligente trabajo de planificación. Porque lo que vemos en el documental no es el relato del pasado, sino la presentación de historias reales relacionadas con la violencia que se han producido en el presente.
En cierta manera, la película 499 plantea que esta violencia que vive México en la actualidad proviene de la violencia que practicaron los conquistadores españoles. Así, el soldado cuenta anécdotas históricas que enlazan el pasado con el presente: se dice que a Hernán Cortés le regalaron un grupo de mujeres indígenas como esclavas sexuales, y asistimos a un estremecedor relato de feminicidio contado por la madre de la víctima. Lo que consigue Rodrigo Reyes es integrar perfectamente este personaje anacrónico, esta especie de fantasma que deambula por la que fue civilización azteca, para introducir elementos de reflexión sobre la violencia que se genera en México en la actualidad. Hay un solo momento en el que esta imbricación no termina de funcionar y parece más una broma, en la escena en la que un sicario enseña su arsenal de pistolas al conquistador. Pero en general esta apuesta arriesgada del director Rodrigo Reyes no solamente funciona extremadamente bien, sino que construye una narración original que plantea muchas preguntas.
También el pasado, pero más reciente, se revela en Mujer de soldado (Patricia Wiesse, 2020), un documental peruano en torno a las agresiones sexuales que sufrieron mujeres indígenas en la región de Huancavelica en el año 1984, a manos de soldados que luchaban contra Sendero Luminoso. Estas violaciones no provocaron posteriormente la solidaridad de los habitantes de la zona, sino todo lo contrario, un rechazo por el que, además, tenían que soportar calificaciones como "mujer de soldado", "pellejo de militar" o "puta de moroco". De 5.000 casos de violencia sexual que se encuentran en el registro de víctimas, solo nueve decidieron recientemente denunciar estas agresiones ante la justicia peruana. Pero el documental no se detiene en este proceso, aunque escuchamos algunos fragmentos del juicio en off, sino que convierte en absolutas protagonistas a cuatro de estas mujeres y sus conversaciones en las que hablan sobre lo que les sucedió. Son estas reuniones entre amigas las que proponen una mirada íntima, una forma de escuchar sus historias como nadie las había querido escuchar. Y funciona a veces, pero hay una cierta sensación de artificialidad, de representación en el sentido de composición de un encuentro solo para ser mirado por la cámara. Y en este sentido falta naturalidad en el enfoque. Se entiende la necesidad de la directora de ofrecer esta historia alejándose las tradicionales entrevistas, pero su propuesta no termina de encontrar el enfoque adecuado.
La relevancia de las comunidades indígenas ha estado muy presente en la programación del IDFA, desde la inauguración con Apenas el sol (Arami Ullon, 2020), que comentamos en nuestra primera parte dedicada a las Voces hispanas. El protagonista de Entre fuego y agua (Viviana Gómez Echeverry, 2020) es un joven que, llegada la mayoría de edad, quiere conocer a su madre biológica. Porque, poco después de nacer, fue adoptado por una pareja Quillasinga de la comunidad indígena del Lago Cocha, al sureste de Colombia. Y aunque esta comunidad le ha acogido como uno más, a pesar de ser el único miembro negro, la necesidad de encontrar a su madre es intensa, y para ello recibe tanto el apoyo de su familia como del líder de los indígenas. El planteamiento es singular en tanto que el personaje busca sus orígenes nativos desde una comunidad que es aborigen, construyendo una especie de camino inverso al que vemos habitualmente en los documentales de este tipo.
En una ceremonia Ayahuasca, el joven recibe una especie de bendición que le permite partir en busca de su madre biológica. Esta comprensión que recibe de su padre y de su comunidad, contrasta sin embargo con un sentimiento de desarraigo que lleva al joven a un cierto aislamiento, y a disputas con sus hermanastros y sus padres. Con un trabajo de fotografía sobresaliente, la directora acompaña este proceso casi desde el principio, y consigue establecer una conexión con los protagonistas que acaba siendo íntimo, con momentos de gran naturalidad. Es un trabajo minucioso que abunda en la necesidad de encontrar una identidad propia, aunque el arraigo sea sólido. Y al mismo tiempo permite introducirnos en las costumbres de la comunidad indígena de los Quillasinga, amenazados por la especulación y la reconversión de la zona en un lugar turístico.
Frontlight
Landfall (Cecilia Aldarondo, 2020) fue seleccionado en el cancelado Festival de Tribeca y también estuvo en la programación del festival canadiense Hot Docs. La directora puertorriqueña criada en Estados Unidos, que también estrenó en Nueva Yor su primer largometraje documental, Memories of a penitent heart (2016), se centra en las consecuencias del Huracán María que devastó Puerto Rico en 2017. Tras una pésima gestión del gobierno, los habitantes de un país que ya arrastraba una deuda con Estados Unidos de 72 mil millones de dólares vieron cómo su situación vital se hizo cada vez más difícil. El documental está contado a pie de calle. A la directora no le interesa la versión de los economistas o los políticos, sino el día a día de una serie de familias que se enfrentaban a la escasez de agua y alimentos, a la traición de un gobierno al que finalmente terminaron derrocando una serie de protestas en 2019. La película deja a un lado algunos temas que fueron importantes, como el denominado "telegram gate", que surgió cuando se hicieron públicas una serie de conversaciones en un grupo de Telegram en el que varios miembros del gobierno, entre ellos el gobernador Ricardo Rosselló, lanzaban comentarios de burla hacia los afectados por el huracán de 2017.
La mirada de la directora, sin embargo, se detiene principalmente en ese día a día que tienen que enfrentar las familias y, especialmente tras la pasividad de las administraciones frente a las consecuencias del huracán, que muestra una profunda brecha entre la política y los ciudadanos, una dejadez y un desinterés de los gobernantes de Puerto Rico que produce sorpresa. Pero Cecilia Aldarondo también ofrece una mirada al pasado e introduce el tema del colonialismo y la utilización de Puerto Rico por parte de los Estados Unidos como fuente de mano de obra barata. De hecho, la escasa y lenta intervención del gobierno norteamericano frente a un país al que está asociado también es una de las razones del desastre económico posterior al huracán. A través de un grupo empresarial liderado por la ex-estrella infantil Brock Pierce, el documental también pone de manifiesto que existe todavía una aproximación colonialista por parte de las empresas norteamericanas hacia la isla. Landfall deja muchas cosas en el tintero y no termina de explicar otras, pero funciona como reflejo de la supervivencia en circunstancias adversas y la traición de las instituciones políticas frente a sus ciudadanos.
Para terminar con este repaso a algunas de las producciones de habla hispana que han pasado por la programación del IDFA, comentamos el cortometraje La rebelión de la memoria (Daniel Yépez Brito, 2020), que se acerca a otras protestas que tuvieron lugar en Ecuador en octubre de 2019 cuando el gobierno inició una serie de reformas económicas que llevaron a un aumento del precio del petróleo de un 123%. Las protestas de grupos indígenas y ciudadanos de comunidades urbanas duraron 13 días y finalmente llevaron al presidente de Ecuador a dar marcha atrás. El trabajo de 20 minutos realizado por Daniel Yépez Brito es una crónica de estas manifestaciones, utilizando imágenes de diferente procedencia, pero que en general provienen de las propias comunidades que las protagonizaron, dejando constancia del grado de violencia policial que tuvo lugar. Es un buen documental de observación que, al final, deja un mensaje claro y ciertamente preocupante. Frente a la manipulación de las informaciones que salieron en los medios de comunicación ecuatorianos, es importante que exista una constancia audiovisual que provenga de los propios ciudadanos. Y es fundamental que la memoria no sea exclusiva de los grupos de comunicación, sino que su reflejo esté construido desde una mirada directa. Es una interesante reflexión sobre cómo se construye la memoria de los hechos históricos y de la necesidad de rebelarse y cuestionar con una visión crítica las fuentes oficiales, que en los últimos tiempos distribuyen los propios medios de comunicación.
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