26 noviembre, 2020

IDFA - Parte 2: Realidades virtuales

Una de las iniciativas más interesantes de la programación del Festival Internacional de Documentales de Amsterdam es IDFA DocLab, una plataforma que nació en 2007 para desarrollar iniciativas de documentales interactivos, y que propone actividades de experiencias interactivas al aire libre, documentales inmersivos y actuaciones en vivo. El programa do {not} touch recoge buena parte de estos proyectos, y experiencias de distancia social como la Distance Disco, una fiesta virtual que se celebra cada noche en la que los participantes pueden formar parte desde sus casas. 

Una de las propuestas más llamativas es la que ha presentado el artista Ziv Schneider y su proyecto inmersivo Sylvia (2020), la creación de una influencer virtual que abrió su cuenta en Instagram en el mes de julio pero que, a diferencia de los modelos virtuales que se han ido creando a lo largo de los últimos años, jóvenes e inmortales, Sylvia ha ido envejeciendo rápidamente. En agosto ya tenía 40 años, y en noviembre alcanzaba los 75 años de edad. Se trata de la primera influencer virtual que ha envejecido, recorriendo cinco décadas en cinco meses. Sylvia combina subtítulos generados por IA creados mediante la formación de modelos de lenguaje en publicaciones de personas influyentes de diferentes edades.  

El proyecto reflexiona sobre la "irrealidad" de la realidad virtual y la creación de modelos influencers que no envejecen. Por el contrario, Sylvia habla del paso del tiempo, de la discriminación por edad, la mortalidad y la falsa autenticidad. Sylvia falleció a principios de noviembre. Durante el Festival se puede asistir a un velatorio virtual en honor de ella. 

Esta es una de las iniciativas paralelas que se pueden visitar dentro de la programación del IDFA, cuyo principal eje siguen siendo las producciones documentales más recientes del momento. 

Competición Largometrajes 

La actriz y directora francesa Claire Simon ha estrenado en IDFA su último documental, Le fils de l'épicière, le maire, le village et le monde... (Claire Simon, 2020), que regresa a una pequeña localidad del Sur de Francia, Lussas, a la que ya había dedicado dos temporadas de una serie documental: Le village (Claire Simon, 2019), que estaba dedicada a la celebración en este pequeño pueblo de un gran festival de cine documental internacional. Algo así como el interesante Play-Doc que se celebra en España en la localidad gallega de Tui. De alguna manera, se puede considerar esta película como una versión cinematográfica de la serie, pero mientras la anterior propuesta se centraba en la celebración del festival de documentales, ahora se detiene más en el desarrollo, con sus dificultades financieras y su búsqueda de apoyos políticos, de la plataforma de SVoD Tënk, que se alberga en un gran centro de producción de documentales que tienen previsto construir en un espacio de 1.500 m2.

Este sueño, liderado por Jean-Marie Barbier, responsable del desarrollo social en torno al documental de autor en la localidad de Lussas, es el eje central de una película que mira con simpatía a sus personajes. Pero lo más interesante es cómo convive la introducción de un espacio dedicado a nuevas tecnologías, y a la difusión para todo el mundo de películas independientes, en un pequeño pueblo que sigue siendo básicamente rural, con poco más de un millar de personas, casi todas ellas, como el alcalde, dedicadas a sus viñedos y sus huertos. Esta dicotomía entre lo nuevo y lo tradicional, en absoluta convivencia, se convierte en el motor de una propuesta amable. La directora mezcla las reuniones que tienen lugar en las oficinas, la búsqueda de financiación para el proyecto, las discusiones sobre cómo abordar el presupuesto, con otras escenas que nos trasladan al campo, una especie de respiro del ajetreo administrativo. Y construye un diálogo entre la tierra y el cemento, un puente hacia la creación cinematográfica.

Tras más de diez años desarrollando su proyecto, el cineasta japonés Yoichiro Okutani presenta en la sección oficial del festival Odoriko (Yoichiro Okutani, 2020), un documental que nos introduce en el mundo del striptease en Japón, una mirada fascinante a un negocio en vías de extinción. Rodado en diversos locales a lo largo de distintas ciudades japonesas, el director coloca su cámara principalmente en los vestuarios, muchas veces en lugares casi escondidos, transmitiendo la sensación de que estamos espiando las conversaciones de las bailarinas. En cierta manera, es un recurso parecido al de La Mami (Laura Herrero Garvín, 2019), que se puede ver en el Festival L'Alternativa, y en el que la directora nos mostraba un club de alterne desde los camerinos. 

El striptease japonés se envuelve en un aire algo místico, las coreografías son elaboradas y tienen un ritmo más lento. Lo más sorprendente de esta visión hacia un espectáculo que tiene algo de anacrónico es la desinhibición de las bailarinas, las "odoriko", que sin embargo, confiesan a cámara (siempre a través de un espejo, como mostrando su "doble personalidad") que "somos chicas tímidas y tradicionales fuera del escenario". Comenta el director que tenía en mente hacer una película sobre el mundo del boxeo, mostrando el envejecimiento de los cuerpos. Y por eso en este documental vemos también muchos cuerpos desnudos, en una especie de exhibición de la herramienta de trabajo, una representación de lo mundano frente a la sensualidad. 

Dos de los documentales que encontramos en la competición oficial muestran la realidad de la colonización económica de África, pero también la conciencia cada vez mayor de los africanos por la lucha por sus derechos y sus posesiones. En Morning star (Aza kivy) (Nantenaina Lova, 2020) el director nacido en Madagascar describe la resistencia de los habitantes de la playa de Andaboy hacia la construcción de un puerto por parte de la empresa minera australiana Base Toliara. Los pescadores locales ya vieron cómo el gobierno de Madagascar firmó un acuerdo para permitir la pesca en sus aguas de trabajadores chinos, que están esquilmando todo el territorio, y ahora se muestran firmes en su objetivo de evitar la construcción de un puerto que acabaría impidiendoles la subsistencia. El título original del documental, Aza Kivy, significa "No nos rendimos", y representa esta actitud de reivindicación del propio territorio, diezmado por las grandes compañías internacionales que extraen toda su riqueza prometiendo beneficios que nunca llegan.

Competición Documentales Holandeses

En White cube (Renzo Martens, 2020), que también participa en la Sección Oficial, el polémico artista que inauguró el IDFA hace unos años con su película Episode III: Enjoy poverty (Renzo Martens, 2008), en la que hacía una reflexión parecida a la que ahora vemos en su último proyecto, habla de la comercialización del arte y la utilización de la pobreza como reclamo en un país como El Congo. El director siempre ha tenido una posición controvertida respecto a África, porque se le censura que él hace justamente aquello que critica, sacar beneficio económico de la representación de la pobreza como forma de arte. Y de alguna manera también hay un planteamiento discutible, que provoca incomodidad (quizás esa sea su intención) en White cube. En la primera parte, Renzo Martens nos ofrece un acercamiento algo ingenuo, en el que trata de infundir la creación artística en un grupo de trabajadores de una plantación de aceite de palma, lo que provoca una reacción furibunda por parte de los propietarios. Posteriormente, en 2014 consiguió reunir a un grupo de jóvenes africanos para realizar esculturas, que más tarde acabarían exhibiéndose en Nueva York. 

Pero el planteamiento de Renzo Martens es que los beneficios del arte hecho en África deben quedarse en África. En una espléndida escena, durante la exposición en Nueva York, el Museo enseña al joven artista africano una serie de piezas de sus antepasados congoleños que pertenecían a la colección particular de Rockefeller. El artista le pregunta a los responsables del museo cómo han llegado esa piezas allí, dejando en evidencia que, en realidad, se trata de objetos robados en su momento que más tarde se han convertido en piezas de coleccionismo. Este objetivo de revertir la dinámica tradicional del arte africano, provoca también la intención de construir un museo, The White Cube, en el centro de una plantación de palma abandonada. Al final, a pesar de las buenas intenciones, la propuesta sigue siendo la de un hombre blanco occidental que realiza un documental que principalmente veremos hombres blancos occidentales con una mirada compasiva hacia la pobreza en África. Lo que, en sí mismo, ya es una reflexión interesante. 

Luminous

Extensión de nuestra crónica dedicada a los documentales iberoamericanos, nos centramos en dos películas interesantes, incluidas en este sección. Bosco (Alicia Cano Menoni, 2020), es una historia que conecta con los orígenes de la directora uruguaya, a través de su abuelo, con 103 años, que recuerda en Uruguay cómo sus antepasados italianos emigraron desde un pequeño pueblo italiano llamado Bosco, que ahora es una pequeña localidad, que parece devorada por el bosque que la rodea, con tan solo 13 habitantes. El abuelo de la directora nunca viajó a Bosco, pero ella ha regresado varias veces a lo largo de los últimos trece años, acompañando a sus vecinos con la cámara. Es un documental que habla del pasado, más que del presente; del paso del tiempo, o más bien del tiempo detenido en esta minúscula zona rural en la que sus habitantes viven de la agricultura y de la ganadería. Esta mirada familiar, al contrario de lo que ocurre en otros documentales recientes que sufren de ombliguismo, ofrece una lectura universal, una visión del entorno para construir una reflexión más general, lo que lo hace especialmente atractivo. La cámara de Alicia Cano contempla el paisaje, esa naturaleza acogedora pero también en ocasiones hostil, que provocó un derrumbe años atrás, en este pueblo diminuto, que representa la conexión entre Italia y Uruguay, la huella de una emigración que a veces corre el riesgo de olvidar sus orígenes. 

También a través de una mirada familiar, el documental argentino La vida dormida (Natalia Labaké, 2020) reflexiona sobre el pasado y el presente, pero en esta ocasión tiene como protagonistas a las mujeres que forman parte de una familia de gran proyección social en Argentina. El abogado y político Juan Gabriel Labaké, abuelo de la directora, fue un reconocido representante peronista, muy ligado a la presidencia de Carlos Menem en los años noventa. Natalia Labaké utiliza imágenes grabadas en video por su abuela para mostrar a una familia que crece en torno a la figura trascendental del padre, mientras la madre casi no aparece en las imágenes, porque casi siempre está grabando, y el resto de las mujeres se mantienen al margen. Lo interesante del documental se presenta en el segundo acto, cuando el personaje principal se hace secundario, y los personajes secundarios (ellas) se convierten en las protagonistas. 

La vida dormida reflexiona así sobre el papel de la mujer en la Argentina de los años noventa, reconocida solo en su condición de soporte de los hombres. Y establece un espléndido ejercicio de montaje en el que nos va presentando poco a poco a diferentes mujeres de su familia, desde las grabaciones realizadas en el presente hasta las imágenes grabadas en el pasado. De nuevo el archivo familiar sirve para plantear cuestiones generales, que están presentadas aquí de una forma clara e impactante. Comenta la madre: "Yo volvía a casa angustiada, con mala energía. No sabía por qué. No me daba cuenta de por qué era." Esta angustia de la apatía es un peso que está presente en la familia, más en el sentimiento profundo que en la superficie. Y esta posición de ser siempre quien está detrás se convierte en una visión transparente de una forma de machismo "amable". 


La Mami se puede ver en Filmin hasta el 29 de noviembre. 

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