Casa Asia ofrece cada año un interesante encuentro cinematográfico en el Asian Film Festival, una selección de los títulos más relevantes de la temporada, centrándose en cinematografías que están presentes solo en contadas ocasiones en las salas de cine. La cita tiene más importancia si cabe en estos meses en los que las cadenas de exhibición, cuando pueden permanecer abiertas, no están precisamente interesadas en programar películas de Kazajistán, por ejemplo. Así que, frente a festivales que estructuran su programación en torno a películas que incluso tienen distribución en España, el Asian Film Festival de Barcelona nos propone un centenar de títulos por descubrir, producciones realizadas entre 2018 y 2020 entre las que encontramos algunas propuestas realmente notables. Afectados por las medidas de confinamiento en Cataluña, la edición presencial del Asian Film Festival se anuncia como pospuesta hasta que la situación permita programar de nuevo las películas en las sedes presenciales habituales, pero su formato online continúa abierto con visionados de unos 40 títulos en Filmin hasta el 29 de noviembre (se han ampliado dos semanas más el visionado) y de 8 películas en la sala 7 de Cinebaix Virtual hasta el 18 de noviembre.
Es imposible abarcar toda la programación del Asian Film Festival, que incluye películas provenientes de regiones que van desde Asia Central al Sudeste asiático y de allí hasta la región de Asia-Pacífico, o lo que es lo mismo, desde 27 países diferentes, que se estructuran a través de cinco secciones, todas competitivas. Pero en esta crónica comentaremos algunas de las películas que más nos han llamado la atención de su programación.
Ya comentamos en nuestra crónica del III Festival Internacional de Cine Hecho por Mujeres la película The orphanage (Shahrbanoo Sadat, 2019), que fue la encargada de inaugurar el 28 de octubre el Asian Film Festival. Es una película que tiene toques de realismo mágico sobre la vida en un orfanato de un adolescente que siente especial predilección por el cine de Bollywood. La directora afgana explora el mundo de la infancia con un punto de vista realista, pero al mismo tiempo ribeteado por toques de fantasía.
Oficial
En general, el punto de vista adolescente está muy presente en la programación del festival. Up your mothers (Sujay Dahake, 2019) tiene como protagonista a un niño cuyo padre funcionario es enviado a trabajar a un pequeño pueblo donde tendrá que asistir a la única escuela existente. Allí se relaciona con un grupo de alumnos que llevan a cabo una serie de juegos en los que el abuso verbal es su principal herramienta. La película habla de cómo la violencia, expresada a través de la palabra, está a un paso de la violencia física. El director confiesa que se dio cuenta que en algunos de sus rodajes se había acostumbrado a usar este tipo de abuso verbal contra los miembros del equipo, y esto le hizo reflexionar sobre su experiencia cuando asistió a una escuela similar a la que describe en su película. Lo interesante de la propuesta es que muestra cómo esta violencia es transmitida casi sin darse cuenta por el mundo adulto, e impregna desde pequeños a estos jóvenes que acaban por asumirla como algo normal.
"Desde que nací soy adicto a la violencia", comenta el niño en referencia a las continuas discusiones que protagonizan sus padres, a un paso del maltrato físico. El director consigue reflexionar sobre este complejo tema, construyendo una película que, en apariencia, es un retrato de la infancia con algunos toques de humor. Pero que ciertamente aborda una realidad que no solo está presente en una sociedad como la india, sino que forma parte de una cierta banalización de la violencia que es generalizada.
También un adolescente es el protagonista de Buoyancy (Rodd Rathjen, 2019), película presentada por Australia como candidata a las nominaciones al Oscar el año pasado, pero que finalmente no logró pasar el primer corte. Se trata de un excelente film que aborda las formas de esclavitud que se desarrollan en los países asiáticos, aquí centrado en un joven camboyano que viaja a Tailandia para tratar de encontrar un futuro mejor, pero acaba siendo utilizado como mano de obra en un barco pesquero. Es una película contundente, que no utiliza metáforas, sino que habla directamente de estos procesos de esclavismo, aquí centrado en el mercado de la pesca que genera 6 billones de dólares de beneficio, en parte gracias a la mano de obra barata o directamente gratuita. El director logra ir acrecentando la tensión conforme se desarrolla la historia, cuya única salida pasa por la violencia, aunque ésta se mantiene siempre en un segundo plano. Es un trabajo extraordinario de suspense que cuenta con un protagonista, el joven Sarm Heng, cuyo coming-of-age radical está expresado con una mirada absolutamente expresiva.
En la producción neozelandesa Bellbird (Hamish Bennett, 2019) se nos habla del duelo por la muerte de la esposa y madre. Este fallecimiento provoca, sin embargo, el acercamiento entre padre e hijo, que comienzan a trabajar juntos para tratar de salvar su granja. Es una película pequeña, pero construida sobre un guión y unos personajes más complejos de lo que pudiera parecer. Sobre todo funciona a la perfección ese equilibrio entre el sentido del humor y el drama en el que nos sitúa la acción. Quizás lo que menos funciona es la introducción de la comunidad maorí (el director es, de hecho, descendiente de maoríes), pero esta interrelación entre la comunidad indígena y los protagonistas parece más una imposición de los orígenes del realizador, porque tampoco aporta nada especialmente relevante. Sobre todo, la película crece en las distancias cortas, en la relación personal que se establece entre padre e hijo, y en un trabajo de composición de personaje espléndido por parte del veterano actor Marshall Napier, que construye un hombre taciturno, siempre con la mirada baja, absorto en su propio sentimiento de tristeza.
Menos interesante es Bulbul (Binod Paudel, 2019), una película de Nepal que trata de ofrecer una visión más o menos moderna del mundo femenino en una sociedad en la que las mujeres siguen ocupando un lugar más que secundario. La construcción del personaje de una conductora de autobús que trata de deshacerse de esa sumisión al poder masculino es loable, pero el resultado de esta película que se desequilibra entre ensoñaciones y realidad es bastante irregular, sobre todo debido a un guión desarrollado con resortes demasiado simplistas que acaba por encorsetar incluso el trabajo de dirección.
El Asian Film Festival incluye algunas de las últimas películas de los directores más reconocidos de Filipinas, como Lav Díaz y Brillante Mendoza. De este último se programa Mindanao (Brillante Ma Mendoza, 2019), su último film estrenado, que no está entre sus producciones más logradas. Se trata de un melodrama que tiene como protagonista a una madre que se presenta a la muerte progresiva de su hija pequeña, víctima de un cáncer. Entre hospitales y tratamientos, la madre cuenta a su hija historias tradicionales en torno a guerreros que luchan con dragones. Esta vertiente de cuento está representada por animaciones que de alguna forma sirven para dar cierto respiro a la tragedia, pero que no terminan de encajar del todo bien. El estilo directo del realizador es demasiado crudo, pero sobre todo se sostiene sobre un guión de Honeylyn Joy Alipio que se recrea demasiado en el drama y que acaba convirtiendo a la historia en una especie de película de sobremesa. Hay algunos elementos característicos del director, como ese paralelismo entre el cáncer que sufre la niña y el cáncer de la guerra que ha sufrido su país, pero estos elementos, que están representados en la figura del padre soldado, tampoco encajan adecuadamente.
Panorama
Por otro lado, en esta sección se incluye The halt (Lav Díaz, 2019), penúltimo ejemplo de ese "cine zen" que practica el realizador filipino, que pasó por la Sección Nuevas Visiones de Sitges 2019 porque se trata de una historia de ciencia-ficción, que tiene lugar en un futuro cercano, el año 2034 en Manila. Pero la realidad filipina no es muy diferente a la habitual, porque el país está gobernado por el dictador Nirvano Navarra, que es una evidente parodia de Ferdinand Marco. Este futuro que plantea el director en blanco y negro presenta un estado totalitario en el que el jefe de gobierno sufre una crisis de confianza que le lleva a deshacerse de parte de sus colaboradores más cercanos. Se trata de la película más claramente política de Lav Díaz, y el retrato que hace del presidente es uno de los elementos más interesantes, en su especie de locura de poder.
Pero estas casi cuatro horas de película, en la línea de las duraciones habituales del director filipino también incluyen otros elementos que la acercan al cine fantástico, como un grupo de personas que necesitan beber sangre. El país, de hecho, está sumido en una pandemia que alimenta este estado totalitario. Pero la reflexión de Lav Díaz, más pesimista de lo que es habitual en su cine, es hasta qué punto una sociedad que ha sido oprimida es capaz de sobrevivir a ese sentimiento de libertad, lo que representa un punto de vista singular en torno a un país que, en la actualidad, ha elegido a un presidente democráticamente, Rodrigo Duterte, pero que se comporta como si fuera un dictador.
También en esta sección encontramos Demolition girl (Genta Matsugami, 2019), producción japonesa que tiene como protagonista a una adolescente que intenta por todos los medios salir de su círculo vicioso. A punto de terminar el instituto, está decidida a estudiar en la Universidad, pero no puede permitírselo económicamente, sobre todo cuando se entera de que el dinero que su madre fallecida había ahorrado para sus estudios, se lo ha gastado su padre en las apuestas. El personaje lo tiene todo en contra: una familia formada por padre y hermano que no dan un palo al agua, un trabajo inestable y cierto machismo que la rodea y le impide llevar a cabo su sueño de ir a vivir a Tokio. Ciertamente es una joven que debe afrontar numerosas dificultades, y que de alguna manera nos envuelve en este sentimiento de fragilidad y de fatalidad. Para conseguir dinero, la joven aparece en videos fetichistas en las que destruye objetos, que no tienen un componente sexual explícito pero tienen un cierto carácter malsano. Es uno de los temas que plantea la película, una sociedad que está enferma, que es adicta a ciertas actitudes absurdas. En este sentido, el film consigue retratar con acierto esta capacidad de la protagonista para afrontar todos los obstáculos que se ponen en su contra, una visión que es eminentemente feminista.
Menos interesante es Unsound (Ian Watson, 2020), producción australiana que plantea una historia romántica entre un joven músico y un chico trans sordomudo. La descripción de este último personaje parece demasiado rebuscada para intentar esconder lo que en realidad es un drama romántico más o menos convencional. De hecho, la película abunda poco en la temática trans, sobre la que realmente no aporta nada interesante, y el personaje que está mejor definido es el del joven gay, con sus dudas y su constante vaivén emocional que le lleva a un estado constante de inmadurez, tanto en su vida profesional como personal.
Discoveries
Más optimista es Ïewduh (Market) (Pradip Kurbah, 2019) película india que se desarrolla en un mercado y que nos muestra la vida de sus trabajadores, un grupo de personas que forman una especie de comunidad en la que colaboran unos con otros. Este optimismo no está tanto en el hecho de que estos personajes sean capaces de mejorar su existencia, sino que aborda la vida como un sentimiento de orgullo, aunque vivan en pequeños y sucios barracones, aunque las ratas sean sus acompañantes nocturnos. Algunos de ellos, ciertamente, tratan de ir más allá de estas vidas pobres, como el joven Hep, que intenta estudiar para abandonar su entorno, pero sobre todo destaca esa atención a los detalles más cotidianos, a las relaciones entre los personajes. "Algunos adoptan un hijo, pero él adoptó un padre", dice la narradora en referencia a ese sentimiento de camaradería que predomina en esta comunidad. Es una hermosa película que tiene un guión bien desarrollado, con personajes con los que resulta fácil conectar, que se convierten en parte de un sentimiento de solidaridad.
Por su parte, Testigo inesperado (Fung Chi-Keung, 2019) es un thriller chino que funciona a ratos en su vertiente policíaca, pero que trata de introducir elementos de humor que resultan generalmente ridículos. El trabajo de dirección es contundente, pero la premisa resulta bastante inverosímil, en torno a una trama de corrupción cuyo principal testigo es un loro. Esta mezcla de géneros no termina de funcionar bien, sobre todo porque el sentido del humor resulta muy infantil y los personajes tampoco están construidos con solidez. Lo más interesante de la propuesta es la ambigüedad de estos personajes, de los que no está claro si realmente son héroes o antihéroes, pero al final el guión acaba cayendo en una trama que parece estar influida por las historias de misterio de Agatha Christie. Es una película entretenida, pero poco trascendente.
NETPAC
Uno de los títulos más interesantes de esta sección es A dark, dark man (Adilkhan Yerzanov, 2019), que estuvo en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián 2019. Se trata de un policíaco que se desarrolla en un pequeño pueblo de Kazajistán, en el que un hombre aparece asesinado pero cuya investigación es rápidamente zanjada por un cuerpo de policía corrupto, hasta la llegada de una periodista que plantea preguntas incómodas. A lo largo de sus más de dos horas de duración, el director kazajo se toma su tiempo para ir colocando las piezas de esta investigación, y está especialmente interesado en el retrato de ese estado de corrupción normalizada que mueve las relaciones entre la policía y la mafia. El paisaje desértico es también un elemento importante en el concepto visual de esta película, hermoso pero al mismo tiempo indómito, un espacio en el que la presencia del hombre es escasa, lo que muestra un entorno desolador.
Es un contundente thriller que, aunque tiene algunos desequilibrios narrativos (no se entiende bien la presión que siente la policía frente a una simple periodista), consigue crear una atmósfera singular, a través de planos amplios, con encuadres muy elaborados. Un enfoque visual que mira a través de espejos y de cristales, como tratando de mostrar el reflejo del interior de los personajes, y que nos introduce el temblor emocional a través de lentos zoom que distorsionan la naturaleza estática de la imagen. Pero sobre todo funciona bien esa transformación moral del policía protagonista, que va modificando su punto de vista conforme mantiene conversaciones con la periodista y la acompaña para mostrarle el desarrollo de su investigación.
En Videophobia (Miyazaki Daisuke, 2019) la protagonista navega a través de internet viendo pornografía o teniendo encuentros sexuales virtuales. Pero su vida cambia cuando, tras conocer a un joven en una discoteca y mantener una relación sexual con él, descubre que el video de este encuentro ha sido distribuido en la red. Hay varios elementos de interés en esta película rodada en blanco y negro, que muestra un lado oscuro de Osaka. Se trata de una interesante reflexión sobre la cultura moderna, supeditada a las imágenes que se ven a través de una pantalla. En algún momento, cuando vemos a la protagonista con una mascarilla que oculta su rostro, se nos viene a la memoria Los ojos sin rostro (Georges Franju, 1960). Este mundo virtual, que está presente en otros títulos del japonés Miyazaki Daisuke, representa cierta pérdida de identidad en su protagonista, que deambula solitaria, casi sin conocer otras relaciones personales.
Lo más atractivo, sin duda, es el momento en el que ella denuncia la distribución de este video grabado sin su consentimiento, pero la oficial le plantea ciertas dudas sobre si realmente ella es la protagonista de ese video. Y entonces esa pérdida de identidad que mencionábamos se hace más patente, y comienza un proceso de reconocimiento de la realidad. Mientras ella trata de buscar respuestas, su personalidad comienza a transformarse, a desconectarse cada vez más de lo que la rodea, y se va construyendo una película que casi abraza el género de terror psicológico. La protagonista, que tiene el característico nombre de Ai, quiere ser actriz, y este proceso de creación de un personaje (quizás una manera de ser cada vez más invisible), también plantea algunas preguntas interesantes, sobre todo en torno a quiénes somos y cómo somos reflejados.
La directora filipina Isabel Sandoval ejerce como productora, guionista y protagonista de su tercera película, Lingua franca (Isabel Sandoval, 2019), que estuvo presente en los Venice Days de la Mostra de Venecia 2019 y también en la Mostra FIRE! 2020. Se trata de su primera película producida en Estados Unidos y propone una historia semiautobiográfica sobre la experiencia de un persona transexual, inmigrante indocumentada, en Nueva York. La película ciertamente transmite con bastante eficacia ese sentimiento de angustia del inmigrante ilegal, perseguido, sometido a una caza aleatoria que un día le puede llevar a la cárcel y a la expulsión. En este sentido, la descripción de esta situación de desasosiego, y de las maniobras a las que deben hacer frente para conseguir una "green card", especialmente bajo una administración que los persigue, está descrita con gran realismo. El problema de la película es que, al margen de esta descripción precisa y acertada, no encuentra una historia central que resulte lo suficientemente contundente como para que trascienda la mera intención denunciadora. La introducción del personaje masculino, el soporte emocional de la protagonista y, posiblemente, de su situación legal en el país, acaba siendo tópica y poco interesante. Aunque trata un tema que es importante, la película en su conjunto no encuentra el vehículo adecuado para ir más allá.
Asian Film Festival se puede ver en Cinebaix Virtual hasta el 18 de noviembre y Filmin hasta el 22 de noviembre.
Los ojos sin rostro se puede ver en Filmin.
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