Videodrome: Think
Una de las propuestas más interesantes de esta temporada, presente en la Sección Nuevas Visiones del Festival de Sitges, es Les animaux anonymes (Baptiste Rouveure, 2020), película singular que no tiene diálogos ni tampoco un argumento convencional. Básicamente propone una serie de secuencias que tienen lugar en una granja en la que se cambia el punto de vista de la relación entre los seres humanos y los animales. Como si se tratase de una versión extrema de "Rebelión en la granja" (1945, George Orwell), aquí los animales tratan a los hombres como nosotros los tratamos a ellos. Es, por tanto, una visión del horror que conlleva la persecución, la caza, la tortura y la matanza a la que se somete cada día al reino animal. El mensaje es claro desde el principio, cuando vemos a un hombre atado a un árbol. La representación animal tiene también forma humana, se trata de personas con cabeza de diferentes seres vivos, subrayando la propia naturaleza del terror, que solo puede ser vista como humana.
El hecho de que no exista realmente un argumento, aunque sí que hay un hilo narrativo que protagonizan diferentes humanos atrapados, hace que la película haya que visionarla con una mirada centrada en la atmósfera, más que en la construcción de una narración tradicional. Es una película que pretende transmitir sensaciones, la angustia de estar atrapado y presentir un final que es inevitable. En este sentido, la propuesta consigue mejor su objetivo que si se nos contara una historia, porque subraya la crueldad de esta situación. Podríamos decir que Les animaux anonymes es una película eminentemente vegana, que tiene un mensaje claro y que lo expresa con rotundidad e incluso con cierta rabia. Y el director tiene la inteligencia de saber hasta dónde puede llegar con su propuesta, por lo que la escasa duración de una hora se convierte en una virtud. El último plano, en el que el espejo visual se da la vuelta, recuperando la posición del ser humano frente a los animales, es ciertamente inteligente y certero.
Hay varios títulos en la programación de Terror Molins que utilizan el género más como un instrumento que como una narrativa en sí misma. Lo hemos visto en películas más o menos logradas como La desvida (Agustín Rubio Alcover, 2020) o The strings (Ryan Glover, 2020), que ya comentamos en nuestra primera crónica. La película argentina Leni (Federico Gianotti, 2020) también se puede englobar dentro de esta categoría, porque convierte en una sucesión de momentos terroríficos la psicología de su protagonista, una joven a la que vemos al principio totalmente destruida por una relación rota. Ese grito con el que comienza la película es fundamental, y tendrá su reverso posteriormente, pero sobre todo expresa la complicada ebullición emocional que fluye en la mente de Leni. La mejor cómplice de esta construcción (o destrucción, conforme se va desarrollando la historia) es la actriz Ailín Zaninovich, que crea un personaje rico en matices, complicado en su constante cambio emocional.
Por eso resulta aún más frustrante la necesidad que tiene el director de subrayar a base de ruido las secuencias de pesadilla, teniendo en cuenta que su actriz principal es capaz de expresar todo la complejidad psicológica de su personaje. Este subrayado continuo es lo peor de la propuesta, pero funciona mejor en el terreno visual, con un trabajo de montaje notable. La representación del trauma que permanece escondido es interesante, aunque quizás algunas acciones de la protagonista no terminan de ser coherentes. Pero en definitiva se trata de una película que sabe manejar con astucia los momentos de tensión y que se apoya en un espléndido trabajo de interpretación.
Videodrome: Extreme
En nuestra anterior crónica hablábamos de Murder Death Koreatown (Anónimo, 2020) como un ejemplo de "found footage" que ha trascendido como una propuesta original, a pesar de que este subgénero parecía ya agotado. Una muestra de este agotamiento la encontramos en Godforsaken (Ali Akbar Akbar Kamal, 2020), que en realidad no está planteado tanto como "found footage", sino como una especie de mockumentary en el que un equipo de cineastas viajan a un pequeño pueblo donde se ha producido una resurrección. El joven director afgano, afincado en Canadá, realiza un trabajo que asume completamente la estructura de un falso documental, pero no consigue trascender de la pura imitación. Primero porque la participación de alumnos de una escuela de Cine como principales protagonistas desnivela notablemente la eficacia de las secuencias. Pero también porque el director hace anticlimáticas muchas de las escenas de terror, llegando a hacernos dudar de si hay una intención de crear desasosiego o se trata de una parodia. Ni en un caso ni en el otro funciona esta propuesta que es pobre en recursos y escaso en imaginación, que se salta las reglas del mockumentary y acaba siendo, sobre todo en su tramo final, más histriónico que histérico.
En esta sección encontramos algunos de los títulos menos interesantes de la programación. En la misma línea que el anterior, Embrión (Patricio Valladares, 2020) es una producción chilena que plantea una historia entre La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968) y Alien. El octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), pero con escaso talento. La película circula por el género de extraterrestres invasores pero al mismo tiempo por el terror convencional, pasa de la narrativa tradicional al mockumentary, sin que estos saltos realmente sirvan para elevar el nivel de una producción mal interpretada y mal dirigida. Se pueden justificar ciertos desaciertos por el hecho de que la película tuvo que terminarse en medio de la pandemia del coronavirus, para lo cual Patricio Valladares decidió utilizar imágenes de otros rodajes suyos para completar la historia. Pero ciertamente se logra un híbrido entre géneros y estilos que resulta bastante rutinario.
Videodrome: Obscure
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