20 noviembre, 2020

El año del descubrimiento y City Hall: Dos documentales monumentales

Dos documentales recientemente estrenados ofrecen dos miradas diferentes en torno a la acción política y sus consecuencias. En principio, sus propuestas pueden parecer contradictorias, pero coinciden en analizar la influencia que tienen en la calle las decisiones que se toman en los despachos. Por un lado El año del descubrimiento (Luis López Carrasco, 2020), que ha inaugurado el Festival L'Alternativa hace unos días, ofrece una mirada pesimista, una descripción minuciosa del proceso de transformación de un país basado en la mentira. Por otro lado, City Hall (Frederick Wiseman, 2020), que se ha podido ver en la programación de Zinebi, es una especie de tratamiento revelador de la acción política en su condición de servicio público. Una especie de reconciliación con el trabajo de la clase política a través de las entrañas del Ayuntamiento de Boston. 

El año del descubrimiento construye, a partir del desmantelamiento del tejido industrial español que tuvo lugar a finales de los ochenta y principios de los noventa, un relato sobre el proceso de destrucción de la base económica de todo un país. Esta construcción es comunitaria, se va forjando a base de conversaciones en un bar con fisonomía ochentera, se enfoca progresivamente en el pasado, pero sin olvidar el presente (las consecuencias). La mirada de Luis López Carrasco se detiene principalmente en la región de Murcia y concretamente en su ciudad natal, Cartagena, que vivió la destrucción de sus principales fuentes de riqueza. Y todo ello, con el trasfondo de la fachada de los fastos de la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. "Mirabas la televisión y veías un cuento de hadas", dice uno de los participantes. 

Este planteamiento en torno al fracaso de la lucha sindical a lo largo de los años también está presente en otro documental español, El trabajo o a quién le pertenece el mundo (Luisa Cepeda, 2019), Premio Especial del Jurado en Gijón 2019 y seleccionado en Sheffield Doc Fest y DocLisboa, una crónica sobre los continuos reveses de la lucha obrera en las minas asturianas. Su relato está contado con una voz en off en inglés, como una mirada desde el exterior para mostrar las flaquezas del interior. Por contra, la imagen nos introduce en asambleas sindicalistas recreadas por la directora que muestran las grietas de la solidaridad. Luis López Carrasco, por su parte, nos sitúa junto a los clientes de un bar, (que mantiene todavía en sus paredes restos de pegatinas convocando a la huelga general de diciembre de 1991), nos deja escuchar las conversaciones y participa en ellas. 

A lo largo de sus tres horas y veinte minutos de duración, la crónica del fracaso y de la decepción va tomando forma. Desde un comienzo que parece querer conectar con el primer largometraje del director, El futuro (Luis López Carrasco, 2013) mostrando a jóvenes en la barra manteniendo conversaciones aparentemente triviales, la película va conformando su hilo narrativo progresivamente, enfocando lentamente su mirada. La propuesta del director pasa por hablar del presente para llevarnos al pasado, introducirnos en la precariedad laboral de los jóvenes actualmente para explicarnos de dónde viene. Formalmente, Luis López Carrasco utiliza un recurso sorprendente, pero efectivo en muchas ocasiones. La pantalla dividida en dos conecta conversaciones, establece diálogos con la imagen, explica lo que estamos escuchando... También hemos visto este recurso recientemente en Irrádies (Rithy Panh, 2020), esa representación de las consecuencias de la guerra en la que el director camboyano divide la pantalla en tres partes para reforzar el horror. 

Este formato permite que El año del descubrimiento sea un documental singular, que adopta un lenguaje propio para representar esos planos cerrados, casi táctiles. Pero funciona mejor al principio, cuando nos ofrece una visión amplia de ese microuniverso del bar, entre cañas y humo, cuando habla del pasado desde el presente, y surge la figura del español atiborrado de frases hechas que en realidad ocultan sentimientos profundamente arraigados. Como la añoranza de la dictadura, narrada con la boca pequeña: "A mi me gustaba Franco. Perdonadme que os lo diga. Porque no quiero que haya malas interpretaciones. Pero a mí me gustaba Franco. Yo con Franco vivía mil veces mejor que ahora". 

Pero tiene más dificultades para justificarse cuando se centra en el tema principal, en el relato de la reconversión tramposa, de la especulación extranjera, de la traición de un partido de izquierdas a la clase obrera. En ocasiones, la atención se centra en un solo cuadro, y parece que mantener el recurso formal resulta incómodo. Porque el director rehúye de la utilización de muchas imágenes de archivo (solo las hay contadas). Prefiere el relato de sus protagonistas, el poder de la palabra, el punto de vista de los obreros. Otras, sin embargo, permite ofrecer dos niveles de lectura, dos miradas que conversan entre sí de forma independiente al relato dialéctico. Y construye de esta manera una imagen llena de matices. 

Pero lo que resulta más interesante de esta propuesta no es solo que nos introduce en esa España '92 que se mostraba hacia el exterior envuelta en adornos, mientras en su interior se iba pudriendo lentamente (una táctica también practicada por la última etapa del régimen franquista); no es solo que nos ofrece una lectura diferente de la transición, durante tanto tiempo aclamada como modélica, pero que en los últimos años ha ido dejando ver sus concesiones al pasado. Sino que propone una reflexión muy certera sobre la España del presente, la que se sostiene en el turismo y el sector servicios, la que se hunde económicamente cuando se cierran los bares por una pandemia, la de la precariedad laboral, la del acceso casi imposible de los jóvenes al trabajo, la de los sueldos de mierda y las condiciones de trabajo de mierda. "Esa era la vida del trabajador en los años ochenta. Conocías el trabajo antes que el sexo, antes que el dinero, antes que el amor. Ahora se conoce todo eso antes que el trabajo". 

El veterano director norteamericano Frederick Wiseman ofrece una visión de la política diferente en su documental City Hall (Frederick Wiseman, 2020), que ha formado parte de la programación de Zinebi. Festival Internacional de Cine Documental y Cortometrajes de Bilbao, y que pasó por la Mostra de Venecia, el Festival de Toronto y el Festival de Nueva York. En este caso se trata de una especie de reconciliación en medio de una cierta decepción generalizada. A sus 90 años, el estilo del realizador mantiene todavía ese interés por elaborar una mirada sobre el ser humano desde las instituciones en las que desarrolla su labor. Ya sea una biblioteca en el nominado al Oscar Ex Libris: La biblioteca Pública de Nueva York (2015), un museo en National Gallery (2014) o una universidad en At Berkeley (2013). 

Pero esta película está sobre todo conectada con In Jackson Heights (2015), que exploraba el barrio de Queens en Nueva York, caracterizado por ser una de las zonas de mayor diversidad cultural en Estados Unidos. Lo que une a estas dos incursiones en el mundo de la política es el sentido de comunidad (por otra parte muy característico también del resto de su filmografía), el trabajo conjunto de un grupo de personas en favor de una colectividad. El director comenta que quería mostrar "el interés genuino de la gente que trabaja para la ciudad, en ayudar a los demás". 

Frederick Wiseman es un cronista de los Estados Unidos, un  director de metrajes largos (sus documentales suelen superar las tres horas de duración), y a veces no le queda tiempo para desarrollarlos completamente, como en su magistral Domestic violence (2001), del que realizó una segunda parte, Domestic violence 2 (2003), y que se puede considerar como un referente de las decenas de true crime series que se pueden encontrar en las plataformas digitales. Pero en el caso de City Hall, con sus cuatro horas y media, se sitúa en el mismo nivel que Belfast, Maine (1999). Y ciertamente la propuesta del realizador puede resultar monótona en su interés por las reuniones, los discursos y las estrategias de la política en el Ayuntamiento de Boston, liderado desde 2014 por el demócrata Marty Walsh. La mirada espartana del director no busca una empatía directa entre los personajes y los espectadores. Por el contrario, no vemos en Marty Walsh, el gran protagonista de este documental, ninguna incursión en su vida privada o en sus posiciones personales. De hecho, el alcalde es protagonista solo en su condición de cabeza visible del trabajo del Ayuntamiento, no porque haya una intención real de focalizarse en su persona.  

City Hall es, por tanto, una película que muestra la aburrida jornada diaria de un Ayuntamiento, pero también la creación de una estrategia que, al final, trata de buscar una conexión directa con los ciudadanos. Alguien podría ver esta película como un largo video publicitario de la alcaldía de Boston, pero si se mira más profundamente, no hay intención de mostrar consignas. A Frederick Wiseman no le interesa tanto lo extraordinario, sino lo ordinario, la rutina del día a día. De todas formas, la película se hace más amplia cuando sale de las paredes del Ayuntamiento y se acerca a las reuniones de veteranos, o a esa asamblea entre los inversores de un futuro establecimiento de marihuana medicinal en el barrio de Dorchester, en la que se pone de manifiesto que las comunidades de grupos marginados sienten una profunda desconfianza hacia las instituciones. 

El estilo del director no se centra en entrevistas, no necesita narrador, no elabora complejas estructuras para contar sus historias, sino que observa, contempla escenas relevantes, selecciona momentos y los ordena para ofrecernos una particular, privilegiada incursión en el interior de una colectividad. La película tiene una estructura muy delimitada, muy clara: comienza, por ejemplo, con una reunión de trabajo en la que se presentan las principales líneas de acción del presupuesto del Ayuntamiento, y a partir de ahí vemos algunas de estas acciones. La elección de Boston, ciudad en la que se crió Frederick Wiseman después de que su familia judía europea emigrara a los Estados Unidos, tampoco tiene expresamente una intencionalidad, como puede serlo la crónica de la ciudad de Cartagena por parte de Luis López Carrasco en El año del descubrimiento. El propio director afirmaba en el Festival de Toronto, donde se presentó el documental, que él solicitó la grabación a varios alcaldes y el Ayuntamiento de Boston fue el único que le dió permiso para grabar. 

Hay detalles que demuestran la gran maestría de uno de los más destacados realizadores de documentales, que no necesita de entrevistas para mostrar aspectos personales del alcalde, sino que los extrae de algunos de sus discursos, en los que hace referencia a sus orígenes irlandeses, o su rehabilitación del alcoholismo; que nos contextualiza la historia de la ciudad de Boston a través de un minucioso trabajo de montaje con cuadros que cuelgan de las paredes de un centro de veteranos; que nos muestra la diversidad de la comunidad a través de planos fijos de restaurantes y locales de procedencias diversas. Esta narración invisible es la que muestra la capacidad de síntesis del director, a pesar de la extrema duración de sus documentales. 

Al final, City Hall se revela como una película sobre la integración, que mira con afecto a las comunidades inmigrantes, pero que también se enfrenta a la difícil tarea de aglutinar una multiculturalidad que viene acompañada por la necesidad de la inclusión. Que, a pesar de su escasa 2,3% de tasa de paro, tiene también problemas de aceptación de determinadas comunidades. Es una de esas crónicas monumentales sobre la sociedad americana que viene construyendo Frederick Wiseman desde hace cinco décadas. Junto a El año del descubrimiento, es uno de los documentales más relevantes de este año 2020, una visión de cómo nos afectan las decisiones que tomamos cada cuatro años, de la traición y también de la comunión, de la política como elemento esencial para construir (o destruir) una sociedad. 


At Berkeley, National Gallery y Ex Libris: La Biblioteca Pública de Nueva York se pueden ver en Filmin. 

El año del descubrimiento se puede ver en cines. 


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