En nuestra crónica de ayer comentábamos algunas de las ideas comentadas durante varios encuentros profesionales que se han celebrado en Rotterdam, en relación con la forma en que la pandemia ha modificado los hábitos de consumo, y la necesidad de una transformación en la producción, distribución y exhibición cinematográficas. Este es quizás el tema de estudio más importante que se viene realizando en los festivales de principios de este año. En el Mercado de Cine de Göteborg se ha hablado también de ello, y ha sido el objeto principal del Informe Nostradamus de 2021, un estudio en torno a la industria audiovisual que se presenta desde hace ocho años, y que ofrece un análisis a través de entrevistas a expertos. El título del Informe Nostradamus 2021 es "Transformando juntos la narración de historias", y ofrece una visión a cinco años vista de en qué forma va a cambiar la industria.
Entre las conclusiones, se establece la necesidad de una creciente innovación que permita, por ejemplo, la implementación de una producción virtual que se normalice dentro de la industria, lo que permitirá que se produzca de una forma más homogénea, que se enfoquen los proyectos a una exhibición multiplataforma y que se abaraten los precios para la realización de proyectos audiovisuales. Sobre la exhibición, se prevé que haya una importante transformación, pero no una desaparición. Seguirán existiendo salas de cine para producciones de gran presupuesto y especialmente destinadas a un rango de edad menor de 25 años, mientras que posiblemente el cine más independiente y más artístico encontrará poco espacio en la exhibición tradicional, siendo las plataformas digitales especializadas las que acojan estos estrenos. Finalmente, los festivales de cine, las actividades multidisciplinares y algunas pantallas especializadas serán las que apoyen este tipo de producciones, que sin embargo tendrán su principal ventana de exhibición en las plataformas digitales, cuyo crecimiento está lejos de detenerse en los próximos años.
Competición Internacional
Una de esas películas que quizás no encuentren acomodo en una sala de exhibición tradicional podría ser Beginning (Dea Kulumbegashvili, 2020), que sin embargo es una de las producciones de las que más se ha hablado el año pasado, tras su Premio FIPRESCI en el Festival de Toronto y sus cuatro premios (Concha de Oro, Concha de Plata a la Mejor Directora, Concha de Plata a la Mejor Actriz y Premio Especial del Jurado) en el Festival de San Sebastián. Ya estrenada en España en el mes de diciembre, la película se presenta a competición en Göteborg y también en la Sección Limelight del Festival de Rotterdam. Beginning es una de esas películas que recibe comentarios muy drásticos, tanto para bien como para mal. Producida por Carlos Reygadas, su estilo visual a base de largos planos secuencia, recuerda al cine del director mexicano, aunque menos elaborados en su ejecución.
Esta historia de humillación de la protagonista de alguna forma conecta con el mito de Medusa, que fue violada y más tarde convertida en un monstruo, con capacidad para convertir a aquél que la mirara en piedra. Pero esta interpretación del mito transformado en monstruo proviene de la narrativa masculina, mientras que en la mitología griega original se la consideraba una musa. Esta tergiversación del punto de vista, siempre desde la visión patriarcal, es la que predomina también en la propuesta de la directora georgiana. El marido de la protagonista ve también un signo de culpabilidad en la violación que sufre: "¿Cómo le has permitido que te violara?". Y esa posición secundaria, de objeto en vez de sujeto, es la que va construyendo un personaje complejo a pesar de su aparente inexpresividad (espléndido trabajo de la actriz Ia Sukhitashvili). La directora maneja con precisión los fuera de campo, esos espacios al margen de lo que vemos en la pantalla (el formato 1:33 también contribuye a una sensación claustrofóbica) en los que se esconde la amenaza. Quizás el hecho de situar la acción en una comunidad religiosa de los Testigos de Jehová le quita cierta eficacia al discurso, como si fuera necesario que la opresión se alimente de un entorno de pensamiento radical. Pero se trata sin duda de un magnífico ejemplo de cine reflexivo e incómodo.
Desde una experiencia personal, la directora de Slalom (Charlène Favier, 2020) construye un drama en torno a una adolescente practicante de esquí que aspira a llegar a los Juegos Olímpicos de Invierno, y que es seleccionada en un prestigioso club deportivo. Viendo sus posibilidades como deportista, su entrenador se implica de forma cada vez más personal en el entrenamiento de la joven, lo que provocará que la línea divisoria entre maestro y pupila sea cada vez más difusa. Como ya vimos en Tigers (Ronnie Sandahl, 2020), una de las primeras películas de las que hablamos en nuestras crónicas del Festival de Gotemburgo, el deporte es un contexto, pero también un pretexto para hablar de temas más amplios. Existe la presión de la competición, la necesidad de ser el mejor entre los mejores, lo que supone también renunciar a una vida normal.
La película tiene el sello de la selección oficial del Festival de Cannes, y se adentra pronto en un tema mucho más complejo. La relación que se establece entre el entrenador y la aspirante cruza el límite de lo profesional. Él ha sido una estrella del deporte que debido a una lesión tuvo que retirarse, y de alguna forma proyecta en la adolescente sus propios anhelos. Ella está carente de un afecto maternal porque su madre siempre está ausente, siempre tiene que hacer algo más importante que apoyarla en su carrera deportiva. La sombra del abuso se hace patente, y la aceptación de una relación amorosa, en un contexto en el que el abusador no fuerza, pero ejerce su autoridad, se presenta como objeto de reflexión. Es un abuso soterrado, "amable", pero igualmente criminal, desequilibrado. La directora maneja bien los tiempos y los protagonistas, la debutante Noée Abita y el más reconocido Jérémie Renier, construyen bien sus personajes, pero la película no puede evitar la sensación de lo ya visto, de la construcción de un andamiaje que no termina de sostener con eficacia el soporte dramático.
Competición Ingmar Bergman
Una de las mejores películas que hemos visto en el Festival de Gotemburgo es una pequeña joya que proviene de Escocia. Limbo (Ben Sharrock, 2020) es el debut de su director y tiene como protagonistas a cuatro refugiados que han sido trasladados a unas remotas islas escocesas, un lugar casi deshabitado, con cuatro casas mal contadas que acoge a los emigrantes con amabilidad, pero también con cierta condescendencia. El personaje principal es un músico sirio que mantiene contacto con sus padres, que se quedaron en Turquía, y con su hermano, que decidió permanecer en Siria para luchar. Una herida en la mano le impide tocar el laúd, con el que se convirtió en un reconocido intérprete en su país antes de la guerra, pero parece más bien que se trata de una excusa que convierte al instrumento, que lleva siempre consigo en una maleta, en su conexión con Siria, pero también en su incapacidad para volver a tener una vida normal. "Un ataúd del alma", como lo describe su compañero iraquí homosexual, que ha huido de su país porque fuera de él "puedo ser quien soy".
Lo que hace de esta película especial es su sentido del humor agridulce, su economía de recursos en la planificación que utiliza un formato 1:33 pero que construye encuadres muy bien elaborados. El contexto de esta pequeña localidad convertida en refugio de refugiados también es utilizado por el director para escenas de una comicidad seca, pero muy efectivas. El estilo de Ben Sharrock nos recuerda en ciertos momentos a las mejores películas de Aki Kaurismäki. La primera escena, chocante pero muy divertida, muestra a dos profesores como si estuvieran bailando en una discoteca, que en realidad pretende ser una lección sobre cómo se debe tratar a una mujer respetando los límites de la educación. Esta comicidad del momento esconde, sin embargo, un subtexto muy crítico, por el hecho de tener que "educar" a los refugiados, una predisposición a pensar que por provenir de países árabes son abusadores. Las lecciones que imparten estos profesores son algunos de los momentos más divertidos de la película.
Pero esta comedia agridulce se va haciendo menos dulce y más agria conforme se desarrolla. La eterna espera de los protagonistas en esas remotas islas mientras se decide su situación legal se convierte en una especie de prisión al aire libre. Una de las secuencias icónicas de esta magnífica historia es la llegada del cartero a las cuatro casas que rodean la que habitan los inmigrantes. Este lugar amable pero recóndito se convierte en un anhelo de una vida nueva, mientras la lejanía de su familia va medrando poco a poco la moral del protagonista. La cabina de teléfono en medio de la nada representa también la inanidad de una vida que no tiene un futuro claro. Limbo es una película espléndida, pequeña en su forma pero grandiosa en su contenido.
Competición Nórdica
Competición de Documentales Nórdicos
La necesidad de una lucha continua contra el posicionamiento de la mujer en la sociedad está presente también en el documental Be my voice (Nahid Persson, 2021). Pero en una sociedad como la iraní, reivindicarse como mujer puede llevarte a la cárcel. La directora de esta producción documental, de origen iraní, reside en Suecia, y centra su película en Masih Alinejad, una activista feminista también iraní que vive en Nueva York. La protagonista viene protagonizando desde hace años, desde que podía vivir en su país, una campaña en contra de la obligación impuesta de llevar el hiyab, utilizando las redes sociales para transmitir sus opiniones. Es una persona extrovertida, quizás un poco histriónica, pero sobre todo hiperactiva, una especie de adicta a las redes sociales (siempre móvil en mano) pero en esta ocasión con un mensaje importante que difundir. Su personalidad quizás resulta excesiva y no favorece al documental, pero su activismo es necesario e importante.
La reivindicación de la libertad de la mujer en una sociedad como la iraní es peligrosa. Vemos muchas escenas de mujeres iraníes que deciden quitarse el hiyab como acto de rebelión y son atacadas por los hombres, verbal y físicamente. En el documental se ponen de manifiesto algunas contradicciones de la política occidental, como cuando la Ministra de Comercio de Suecia viajó a Irán y provocó una polémica profunda en Suecia porque se cubrió la cabeza con un pañuelo como "señal de respeto" hacia la delegación iraní. Pero tampoco evita las propias contradicciones de la protagonista, a quien muchos acusan de ejercer el activismo desde la comodidad de una vida segura en Nueva York. El hermano de Masih Alinejad fue encarcelado por el gobierno iraní, y ella misma está amenazada, pero siente que es necesario difundir el mensaje, lo que provoca también una profunda presión psicológica. Tras una intervención en televisión, dice entre sollozos: "Después de lo que acabo de decir, van a matar a mi hermano". Sin ofrecer grandes hallazgos el documental es formalmente tradicional, pero internamente revolucionario.
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