Una de las cuestiones que se vinieron planteando a lo largo del año pasado debido al confinamiento fue la idoneidad de hacer virtuales los festivales de cine. Con un inicio algo conservador, muchos festivales ni siquiera se planteaban la posibilidad de que sus películas se vieran en formato digital, alegando problemas de seguridad, de pirateo y una cierta negativa de las productoras y distribuidoras. En España, las primeras iniciativas en realizar un festival exclusivamente online la tuvieron el D'A Film Festival y Docsbarcelona, ante la curiosa e incrédula mirada de directores de otros festivales. Pero el éxito que tuvieron en la plataforma Filmin afianzaron esta idea. Para otras muestras cinematográficas como San Sebastián, Valladolid, Málaga o Sevilla no parecía concebible organizar un festival que no fuera presencial. Sus excusas, que muchas veces achacaban a la negativa de las productoras, eran inciertas y mostraban una visión realmente conservadora.
El Festival de Rotterdam ha organizado algunos encuentros con programadores de cine y con distribuidores en los que se pone de manifiesto que una de las cosas que ha impulsado el confinamiento es la consolidación de las plataformas digitales como soporte para los festivales de cine. Por ejemplo, esta semana los dos festivales de los que estamos hablando, Rotterdam y Gotemburgo, utilizan para los profesionales de la industria y la prensa Festival Scope Pro, una plataforma B2B que tiene su sede en Francia y que ofrece servicio a numerosos festivales de cine internacionales. Hay todavía muchas reticencias a la utilización de estos soportes, y algunos aspectos técnicos que aún están por arreglar. Por ejemplo, no tiene mucho sentido que el Festival de Gotemburgo ofrezca solamente acceso al 15% de su programación a través de esta plataforma. Debe haber una apuesta clara si los festivales eligen la opción online. Lo que se deduce, por ejemplo, de los encuentros que han mantenido distribuidores, productores y directores de festivales esta semana es que el cine virtual es una realidad presente que se consolidará en el futuro.
Tiger Competition
No ha sido una gran jornada la que hemos tenido en este último día, con películas de las diferentes secciones que, si bien mantienen una cierta condición de narrativa no tradicional (una de las señas de identidad de los programadores de Rotterdam), no encuentran el camino adecuado para transmitir sus ideas. Es lo que ocurre con Bipolar (Queena Li, 2021), que utiliza como punto de partida el mito de Orfeo, que rescató a Eurídice del inframundo. Este viaje que el personaje de la mitología griega realizó marca un paralelismo con el viaje que inicia Lhasa, una mujer que está empeñada en salvar a una langosta llevándola hasta el mar. Una especie de peregrinaje en el que recorre la mitad de China y también de alguna forma se encuentra a sí misma.
La película está rodada en blanco y negro, pero introduce elementos en color (los que tienen que ver con esta langosta que de alguna forma representa un objetivo vital de la protagonista). En cierto modo, la historia mezcla el mito de Orfeo, este rescate necesario, con una especie de referencia a Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865, Lewis Carroll), porque Lhasa se va encontrando con diferentes personajes, con un cierto aire mágico pero también con una representación de la cultura china. Este trayecto, en el que también se mezclan alucinaciones, no resulta especialmente satisfactorio, acaba siendo disperso y a veces caótico, y parece que no conduce a ninguna parte.
La producción brasileña Madalena (Madiano Marcheti, 2021) fue uno de los proyectos seleccionados en la sección Film in Progress del Festival de San Sebastián 2019, y tiene su estreno mundial en Rotterdam. Para un país en el que cada vez resulta más difícil hacer un cine en libertad, es sin duda interesante encontrar propuestas como ésta. La historia tiene como eje principal el asesinato de una mujer trans, cuyo nombre da título a la película, y cuya ausencia influirá en las vidas de tres personajes que no tienen nada en común. En un amplio campo de soja, que representa una cierta invasión devoradora, se encuentra el cuerpo de Madalena, escondido sin que nadie se percate de ello. Mientras tanto, en diferentes puntos de la ciudad de Mato Grosso, Luziane ve pasar la vida sin demasiada esperanza de que nada cambie; Cristiano es el heredero del negocio de la soja que intenta demostrar que sabe manejar sin la ayuda de su padre; y Bianca es una mujer trans que sobrevive como puede ejerciendo la prostitución.
El director consigue crear una puesta en escena muy sugerente, sobre todo en un comienzo que muestra imágenes contemplativas del campo de soja, que sabe crear un ritmo de cierto suspense que nos despierta la curiosidad. Poco a poco se va adentrando en las historias separadas de los tres personajes, esos en los que la muerte de Madalena, o más bien su ausencia, marcará profundamente. Ella es la conexión entre los personajes, pero finalmente sus historias no terminan de encontrar un vínculo más allá de la anécdota. Como buena parte del cine brasileño reciente, Madalena propone una mirada a la sociedad de Brasil, sobre todo el conservadurismo representado por Bolsonaro, pero esta intención no es suficiente para construir una película compacta.
Mucho más interesante es Feast (Tim Leyendekker, 2021), una producción holandesa que toma como base el hecho real ocurrido en la ciudad de Groninga en 2007 cuando se denunció que tres hombres con VIH organizaban orgías "bareback" (sin medidas de protección), y las utilizaban para drogar a sus invitados e inyectarles su sangre. Sobre este hecho real, el director construye una película inclasificable, un híbrido entre documental (con entrevistas a los condenados y a sus víctimas), pero también con recreaciones de conversaciones entre los tres hombres. Es una propuesta muy singular, en la que se reflexiona sobre la condición de víctima y de acusado. Los hombres que denunciaron los hechos fueron también, de alguna manera, juzgados socialmente por realizar prácticas sexuales de riesgo, sin que se entendiera que su disposición a practicar sexo sin protección no implicaba una aceptación tácita de ser drogados e inyectados con sangre.
La entrevista con uno de los acusados es muy significativa en este sentido. Tras siete años en la cárcel, su visión de la culpabilidad es, digamos, particular. Pero la propuesta tiene otros elementos interesantes, que se deslizan más allá del relato de los hechos. Por ejemplo, en uno de los capítulos de la película se entrevista a una joven botánica que utiliza la inyección de virus en los tulipanes para crear una respuesta inmunológica que al mismo tiempo los preserve de ser contagiados por enfermedades. Es una visión radicalmente diferente de cómo funciona un virus, que quizás distorsiona la historia principal, pero también propone un punto de vista diferente. En el prólogo, vemos a una oficial de la policía ir describiendo los objetos que se encontraron en el salón de la casa de uno de los acusados, y funciona como una descripción inexpresiva, pero muy clara, de los encuentros sexuales que sirvieron para el acto criminal.
Big Screen Competition
Otra descripción de la sociedad brasileña la encontramos en Carro Rei (Renata Pinheiro, 2021), que desarrolla la llegada de la crisis económica y de una nueva forma de fascismo en Brasil. El protagonista es un joven que nació dentro de un coche (su nombre, Uno, es el mismo que una conocida marca de coches), y esta circunstancia le ha dado la posibilidad de poder escuchar y hablar con los coches. A principios de 2000 hubo un boom económico en Brasil, lo que permitió que muchas familias de clase media pudieran acceder a ciertos servicios que hasta entonces eran un lujo. Entre ellos, los coches se convirtieron en objeto de deseo, lo que implicaba una cierta posición social relacionada con la posibilidad de desplazarse. Ese es el año en el que el protagonista de esta historia nació. Pero más tarde llegó la crisis económica de 2014, y muchos de los coches comprados fueron revendidos para afrontar las deudas.
Esta historia, que tiene elementos fantásticos que pudieran recordar a Christine (John Carpenter, 1983), o también a la recientemente reestrenada Crash (David Cronenberg, 1996), convierte a los coches en objetos pensantes, representando también esa nueva tendencia populista que llegó al país. Se trata, por tanto, de una fábula que se desarrolla en el terreno de una comedia algo teatralizada. Pero el problema principal que tiene la película, al margen de no encontrar un tono equilibrado en su amplia cobertura de temas, es el de trabajar con una cierta simbología que resulta demasiado simple, casi diríamos que infantil. Hay una sensación de artificiosidad teatral en la construcción de los personajes (algunos bufonescos) y de las situaciones que plantea, una diatriba social que resulta demasiado evidente.
Actriz reconocida en su país, Renata Litvinova ha desarrollado también una carrera como directora, debutando con la película Godddess (2004), que se presentó en la sección Tiger Competition de este festival. Su tercer largometraje, The North wind (Renata Litvinova, 2021) es el más ambicioso hasta la fecha, y presenta una especie de fantasía barroca que se desarrolla durante varias celebraciones de Año Nuevo en un cuento de hadas en el que existe el matriarcado, que está a medio camino entre el universo de su mentora, la directora rusa Kira Murátova, y las creaciones mágicas de su muy admirada J.K. Rowlings. Lo que destaca en esta historia de escenarios nevados y castillos llenos de objetos que parecen animados, de animales que pueblan los pasillos, es la creación de esta puesta en escena excesiva y gótica.
A veces, la directora y también protagonista, parece moverse con soltura en el caos que provocan estas reuniones familiares en las que también hay componendas y conspiraciones, en una especie de frenesí verborreico, de ritmo constante, que sin embargo nos hace añorar esa capacidad de Luis García Berlanga para manejar secuencias de un movimiento interno y externo frenético. La historia se desarrolla en un momento en el que el poder de la matriarca se tambalea cuando su hijo pierde a su prometida, y reflexiona sobre esta construcción de un matriarcado que se enfrenta constantemente a desafíos. The North wind, que se presentó anteriormente en el Festival de Toronto, es una propuesta que parece querer liberarse de todos los límites, y en esta liberación sin embargo no encuentra el equilibrio.
Adaptación de la obra de William Shakespeare Como gustéis (1599), As we like it (Chen Hung-i, Muni Wei, 2021) es una propuesta taiwanesa singular pero fallida. Situada en un Taipei en el que no hay internet, el estilo visual es excesivo, mezclando una puesta en escena colorista, elementos de manga (las escenas de acción se muestran introduciendo dibujos en la imagen real) y una especie de estado de ánimo adolescente que subraya la historia de amor entre las protagonistas. Lo más interesante es el hecho de que los personajes principales son mujeres, como una especie de celebración liberadora de la aprobación en 2019 del matrimonio entre personas del mismo sexo en Taiwán. Esta visión queer de la obra de Shakespeare es curiosa, pero la narración y el trabajo de dirección quieren ser innovadores sin conseguirlo, y acaban siendo caóticos y desorganizados.
Limelight
El reconocido director de películas como À tout de suite (Benoît Jacquot, 2004) o Adiós a la reina (Benoît Jacquot, 2014), estrena en Rotterdam su adaptación de una obra teatral de Marguerite Duras, Suzanna Andler (Benoît Jacquot, 2021), que él mismo comenta que la escritora le pidió que llevara al cine. Protagonizada como únicos personajes por Charlotte Gainsbourg, Niels Schneider y Julia Roy, es una obra de cámara sobre una mujer que está cansada de su marido, y que mantiene una relación con un joven amante. En una villa situada en la Riviera francesa, se plantea seriamente abandonar a su esposo, a pesar del nivel de vida que le proporciona, y escaparse con su amante. Con una gran fidelidad al texto original, el director propone una película que no quiere escapar de su origen teatral, solo en alguna secuencia al borde del mar, y que se sostiene en las palabras de Marguerite Duras y en el trabajo de Charlotte Gainsbourg.
Ambos son excelentes, aunque hay en la puesta en escena, en el vestuario de Yves Saint Laurent también, una especie de look publicitario que no beneficia a la historia. Uno de los elementos más interesantes de la obra original era situar la acción a finales de los sesenta y principios de los setenta, haciendo que esta búsqueda de liberación de la protagonista tuviera asimismo un contexto de liberación universal de la mujer. Esta circunstancia de alguna manera desaparece de la película, lo que le resta cierta eficacia. Suzanna Andler es una adaptación correcta, bien interpretada, pero no especialmente cautivadora.
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