30 enero, 2021

Gotemburgo 2021 - Parte 1: Arte y política

Una de las primeras citas cinematográficas cada año es el Festival de Cine de Gotemburgo, en Suecia, que se ha convertido con los años en la muestra más amplia de películas que se celebra en los países nórdicos, compitiendo en esa posición de cabeza con el Festival de Estocolmo. Unos 160.000 espectadores visitan cada año este festival, que se inauguró en 1979. Y su programación incluye una buena muestra de películas recientes, muchas de ellas presentes en los últimos festivales de categoría A como San Sebastián. Pero destaca sobre todo la difusión de las producciones de los países nórdicos, que ocupan buena parte de su programación. 

Este año, debido al coronavirus, el Festival de Gotemburgo se transmite exclusivamente online. Con los índices de contagio disparados en Suecia, no hay espacio precisamente para una celebración presencial. Y parece que será la tónica habitual en un 2021 que se presenta con muy probables retrasos en la dosificación de las vacunas y con brotes de variantes que pueden provocar confinamientos como el que ha vivido Noruega esta última semana. El Festival de Berlín (el último celebrado con cierta normalidad en 2020) ya anunció en diciembre que se pospone en dos fases: ceremonias virtuales en marzo y visionados para el público en junio, mientras que el Festival de Cannes, cancelado el año pasado, también ha anunciado su aplazamiento hasta julio. 

El Festival de Gotemburgo programa sus 70 películas online, aunque la selección de visionados para la prensa es raquítica, con menos del 20% de las películas, lo cual dificulta sin duda la cobertura del festival para la prensa internacional. Algo que no tiene mucho sentido, porque muchas de las películas presentadas ya se han podido visionar en festivales como Toronto o San Sebastián. A pesar de este pobre acceso a su programación, podremos realizar una cobertura adecuada durante estos próximos once días. 

Inauguración / Competición Nórdica

El Festival de Gotemburgo se inauguró el viernes con la película seleccionada para representar a Finlandia en los Oscar en la categoría de Mejor Película Internacional. Tove (Zeida Bergroth, 2020), es un biopic de la escritora y pintora finlandesa Tove Jansson, que se hizo popular internacionalmente por la creación de la familia Mumin, una especie de trolls que, junto a otros personajes, formaron parte de varias novelas adaptadas al teatro y al cómic. En este caso sus creaciones ensombrecieron de alguna forma la figura de la autora, que por primera vez ha sido representada en el cine. La producción, que cuenta con una cuidada puesta en escena que acompaña a la artista desde la posguerra en 1945 hasta los años cincuenta, cuando alcanzó su momento de mayor popularidad, es modélica en sus aspectos técnicos, pero cuenta con un guión algo laxo en la profundidad de la protagonista. 

La historia se centra principalmente en la relación que mantuvo Tove Jansson con Vivica Bandler, una joven de buena familia que decidió dedicarse al teatro. En este sentido, descubrimos a un personaje cuya vida sentimental era liberal, manteniendo al mismo tiempo un matrimonio con un político de izquierdas, pero apasionadamente enamorada de Vivica, que sin embargo mantenía una actitud más fría y distante. Esta no correspondencia del amor centra la primera parte de la película, pero el guión escrito por Eeva Putro (que interpreta un personaje secundario como esposa del pintor Sam Vanni) y Jarno Elonen presta especial atención a esta relación en la que ciertamente no hay grandes obstáculos (aunque es secreta, es asumida por el marido de Tove), y que acaba resultando algo convencional y escasamente emocionante. Mientras que la relación de la protagonista con su padre, un escultor que no parece aceptar que su hija se dedique a hacer caricaturas en vez de cuadros de verdad, se describe de forma secundaria, sin que se desarrolle totalmente esta otra relación de no aceptación que también marcó la vida de la artista. 

La película finalmente es un biopic convencional, en el que todo está en su sitio pero nada destaca especialmente, si acaso la notable interpretación de la actriz Alma Pöysti en el papel protagonista, que consigue matices de emoción en sus miradas hacia el amor no correspondido.

Tove Jansson falleció en 2001 a la edad de 86 años, y vivió principalmente en una apartada isla del golfo de Finlandia junto a su compañera sentimental, la artista gráfica Tuulikki Pietilä, pero la película se detiene en los años cincuenta. 

Competición Ingmar Bergman

Esta sección, dedicada a obras de directores debutantes, presentó ayer la película Gagarine (Fanny Liatard, Jérémy Trouilh, 2020), que estuvo nominada a los Premios Europeos también como película novel y llevaba el sello de selección oficial del Festival de Cannes. Basado en el cortometraje que los mismos directores realizaron hace unos años, Gagarine (Fanny Liatard, Jérémy Trouilh, 2015), lo que hace esta versión es ampliar la historia que contaban en aquel corto, en torno a un joven que sueña con ser astronauta, un sueño difícil de cumplir para un chico inmigrante que vive en una zona marginal. Concretamente, los directores sitúan la acción en la ciudad Gagarin, un complejo de pisos destinados a la clase obrera que se construyó a las afueras de París y que fue inaugurado por el astronauta ruso Yuri Gagarin en 1961. Con una estética de estilo claramente comunista, esta "ciudad" obrera fue víctima de la desindustrialización y poco a poco fue en constante declive hasta convertirse en una zona marginal. 

El hecho de que se anunciara en 2019 la demolición de toda la zona, sirve a los directores para situar al protagonista, que se llama precisamente Yuri, en un contexto casi fantasmal, tratando de resistir en un edificio rodeado por las máquinas excavadoras. Lo más interesante de la película es el trabajo de dirección, que juega constantemente con esa idea del espacio, de la falta de gravedad, que obsesiona al joven protagonista. Poco a poco, la película va abandonando el retrato realista del suburbio para ir introduciéndonos en la mente del personaje, y acaba construyendo una especie de realismo mágico en el que la fantasía va envolviendo cada vez más a la historia. Pero el desarrollo de ésta no es igualmente efectivo, y la introducción de estos elementos visuales de ensoñación no consiguen prevenir un cierto estatismo en la historia. 

Voyage

Esta sección es una especie de panorámica internacional en la que podemos descubrir algunos títulos interesantes. Es el caso de The killing of two lovers (Robert Machoian, 2020), una de esas películas que han sufrido especialmente las consecuencias del coronavirus. Presentada en el Festival de Sundance 2020, y recibida con buenas críticas, su estreno se fue posponiendo y de hecho hast el mes de febrero no llegará a las pantallas en Estados Unidos. Y eso a pesar de que se trata de un film poderoso visualmente, espléndido en su ejecución y emocionante en su desarrollo. Básicamente, The killing of two lovers es la historia de una ruptura sentimental y de sus consecuencias. La película comienza con un primerísimo plano del protagonista (espléndido Clayne Crawford, al que recordamos de la serie Rectify (Sundance TV, 2013-2016)) que sigue con un plano general en el que le vemos apuntando con una pistola a su esposa y su amante mientras duermen. Este primer plano dice mucho, porque es la confusión psicológica que provoca la separación (incluso sin ser traumática en el sentido de violencia verbal, sino que parece más bien amistosa), la que predomina a lo largo de toda la película. 

Con este comienzo, el director va creando a lo largo de la historia una tensión creciente, en la que como espectadores estamos atentos a cada expresión, a cada movimiento del protagonista. En un magnífico trabajo de dirección, Robert Machoian alterna estos primeros planos (también en la conversación que tienen el protagonista con su esposa, por ejemplo) con largos planos secuencia muy bien fotografiados por Oscar Ignacio Jiménez. La separación de ambos parece amistosa, pactada, pero ello no impide que resulte traumática para él (también están presentes los hijos como víctimas, como objeto de discusión), y que se refleja en la utilización de un sonido casi industrial, que parece mostrar el temblor emocional que se produce en el interior del personaje, y que aquí sustituye a la tradicional banda sonora musical, en un recurso inteligente, pero que quizás subraya demasiado. The killing of two lovers es una de esas películas del pasado año que merecen una revisión actual. 

Competición Documentales Nórdicos

Esta sección dedicada a las últimas producciones documentales de los países nórdicos, incluye el documental Aalto (Virpi Suutari, 2020), que ya pudimos ver en el Festival de Ghent. Se trata de un perfil construido en torno al arquitecto finlandés Alvar Aalto, del que se muestran planos de las construcciones más significativas de su carrera, en las que, a diferencia de otros muchos documentales, siempre aparecen personas, como representación del concepto de arquitectura como experiencia para el ser humano. Pero lo interesante del documental es su aproximación a la más desconocida figura de Aino Aalto, esposa del arquitecto, que sin embargo nunca estuvo a la sombra de su marido. Ella misma fue arquitecta y diseñadora, y se destaca la influencia que tendría en la obra de su marido, al que habitualmente se le han atribuido en solitario muchas de sus grandes obras. 

También encontramos en esta sección Radiograph of a family (Firouzeh Khosrovani, 2020), que recibió los galardones como Mejor Largometraje Documental y Mejor uso de material de archivo en el pasado IDFA 2020, y que ya comentamos en nuestro post IDFA - Parte 3: Ganadores

Dentro de esta sección también se ha seleccionado A song called Hate (Anna Hildur, 2020), una aproximación curiosa a la banda islandesa Hatari, que en el Festival de Eurovisión de 2019 provocaron cierta polémica cuando enseñaron banderas de Palestina en una edición que se celebraba en Tel-Aviv, y que despertó numerosas  protestas y llamamientos al boicot. Hatari es un grupo de performance tecno-punk que se caracteriza por una estética sadomaso provocativa. El documental no se centra tanto en su música o su trayectoria, sino en su posicionamiento político cuando fueron seleccionados por la televisión pública de Islandia como sus representantes para Eurovisión. 

Hay que tener en cuenta que Islandia es el primer país europeo que ha reconocido oficialmente el Estado palestino, desde 2011. Y el posicionamiento de Hatari, que reivindican precisamente un discurso anticapitalista a través de su música, parecía muy claro desde que fueron seleccionados. El documental pone de manifiesto las contradicciones de los organizadores de Eurovisión al presentarse como un evento apolítico que, sin embargo, seleccionando un país como Israel para celebrar su edición de 2019 ya estaban lanzando un mensaje político. El documental acompaña a los integrantes del grupo a partir de su llegada a Tel-Aviv, y en su recorrido por la franja de Ghaza, que acabó en una colaboración musical con el artista palestino Bashar Murad. Tampoco evita mostrar una posible contradicción en la postura de Hatari de participar en un festival con el que no estaban de acuerdo, en vez de negarse a hacerlo, como hicieron otros artistas. 

Lo más interesante de documental A song called Hate es que plantea una sugerente reflexión sobre el arte como planteamiento político o su condición de elemento de evasión. Y sobre todo nos acerca a determinados pensamientos absurdos que acaban siendo igualmente radicales. A los miembros del grupo, por ejemplo, se les negó vestir una serie de vestidos realizados por una diseñadora palestina a pocas horas de su participación en la ceremonia de Eurovisión. Pero, al mismo tiempo, el Estado palestino prohibió a los artistas palestinos colaborar con el grupo en el festival. Finalmente, Hatari decidió enseñar unas banderas palestinas cuando la cámara les enfocó en directo durante las votaciones de las televisiones públicas al final de la gala. Y este único acto provocó un tsunami de críticas, pero también de apoyos. En su país, Islandia, fueron aclamados como representantes de algo más que un simple estilo musical. 


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