Nuestra segunda y última crónica dedicada al Festival Internacional de Arquitectura de Barcelona. BARQ Festival, aborda el resto de las películas a concurso y algunas proyecciones especiales de títulos fuera de competición. Aunque en medio de una pandemia que aún está en proceso de resolución, este encuentro cinematográfico nace con una primera edición que se desarrolla al mismo tiempo que la Semana de la Arquitectura de Barcelona, entre el 11 y el 16 de mayo, aunque ya existía una Muestra de Cine de Arquitectura, Arqu(in)Film, que organizaba la asociación FAD, Fomento de las Artes y el Diseño, cuya séptima edición se incluye entre las actividades paralelas del festival. En formato híbrido entre presencial y streaming a través de la plataforma Filmin, BARQ Festival es una iniciativa de la productora Nihao Films, que ha producido varios documentales en torno a la arquitectura como Mies on scene (Xavi Campreciós & Pep Martín, 2018) y Los sueños de los otros (Xavi Campreciós & Pep Martín, 2019).
"¿Existe una arquitectura malvada?", se pregunta uno de los participantes en el documental Inside Prora (Nico Weber, 2019), que elabora una reflexión en torno a la historia del edificio más largo del mundo, Prora, una edificación situada en la costa del Mar Báltico y construida durante la Alemania nazi como un gran balneario ideado para que 20.000 obreros pudieran pasar sus vacaciones de verano. El arquitecto Peter Eisenman, que diseñó el Memorial a los Asesinatos de los Judíos Europeos que se encuentra en Berlín, dice: "Prora podía haber sido un proyecto modernista, pero fue un proyecto nazi". Esta "mancha" del pasado se ha mantenido a lo largo de la compleja trayectoria de esta edificación.
Porque después de la II Guerra Mundial, Prora se convirtió en uno de los mayores cuarteles de la RDA, y la reunificación alemana provocó el abandono de sus grandes bloques horizontales durante muchos años. Fue escenario de rodajes como el cortometraje Prora (Stéphane Riethauser, 2012), que lo convirtió también en protagonista de una historia sobre dos adolescentes que se contagiaban de ese ambiente misterioso de las paredes carcomidas por el paso del tiempo. Justinian Jampol, fundador del Wende-Museum de Los Angeles, el mayor museo de objetos de la Guerra Fría fuera de Alemania, subraya la ironía del "carácter cíclico histórico" que supone el inicio de una nueva etapa, con la reutilización de algunos bloques como uso turístico. Efectivamente, en 2006, Ulrich Bosch adquirió dos bloques de Prora, abriendo el primer hotel en 2016 y renovando un total de 370 apartamentos.
La directora Nico Weber ha abordado la compleja historia de esta edificación conocida como "El coloso de Rügen" desde hace algunos años. Su película The ghosts of Prora. On the reconstruction of History (Nico Weber, 2015) se estrenó en el 25 aniversario de la unificación alemana. Pero su aproximación en Inside Prora es más ensayística, apoyándose en la música compuesta por Ralf Merten, y dotando a la película de una atmósfera que transmite un cierto aire misterioso, entre los pasillos de los edificios que permanecen aún abandonados. El documental, que resulta a veces reiterativo, encuentra un interés adicional en algunas reflexiones en torno a la arquitectura en general. Peter Eisenman comenta: "Mucha gente cree que la arquitectura no es necesaria. Cuesta dinero y no resuelve problemas sociales. La arquitectura causa problemas, no los resuelve". Y también a la relación de las edificaciones con la historia, como señala el profesor de Diseño Vittorio Magnano Lampugnani: "Debemos tratar de evitar embellecer la historicidad de este lugar. Debemos estar abiertos a todas las historias que un edificio pueda contar".
Dos documentales incluidos en la programación de BARQ Festival guardan relación con el edificio de la Ópera de Sydney. Por un lado, Richard Leplastrier. Framing the view (Anna Carter, 2020) es una producción de la televisión australiana que ha acompañado al arquitecto durante los últimos quince años, documentando algunas de sus recientes creaciones, especialmente una vivienda en Blackheath que se adapta al entorno natural. A sus ochenta años, Richard Leplastrier está considerado uno de los mejores arquitectos australianos, aunque tiene una vida alejada de las ciudades y de la dinámica de la sociedad moderna. Su relación con la Ópera de Sydney está en su formación junto al arquitecto de ese edificio, el danés Jørn Utzon, que le dio su primera oportunidad trabajando como ayudante, y le aportó una filosofía de trabajo que después sería reforzada por las clases del profesor Masuda Tomoya y su colaboración con el arquitecto japonés Kenzõ Tange.
Precisamente el estilo de Richard Leplastrier tiene muchas influencias orientales en sus creaciones. Él mismo vive en una casa en la que casi todas las actividades se desarrollan en el suelo, en una especie de cámping integrado con la naturaleza. Sus construcciones son admirables, están dotadas de una filosofía que consiste en utilizar la luz natural y "enmarcar el entorno". Entre sus clientes se encuentra el director de cine George Miller, que habitó durante muchos años la Watson's Bay House, una construcción que se deconstruye eliminando los techos para transformarse de una casa en un jardín. El documental ofrece un retrato cercano del arquitecto australiano, aunque tampoco se hace demasiado visible el largo proceso de producción.
La otra película relacionada con la Ópera de Sydney es Peter Rice: An engineer imagines (Marcus Robinson, 2019), que ofrece una mirada esclarecedora a la figura de este ingeniero irlandés que fue responsable de la ingeniería del edificio de la ópera. El documental muestra cómo esta faceta de la creación de edificios muchas veces queda en un plano secundario, a pesar de que se trata de una parte fundamental. En cierto modo, no es tan importante cómo un edificio luzca sino de qué manera se sostiene, cómo conseguir que las ideas de diseño del arquitecto se conviertan en realidad. En este sentido, Peter Rice está considerado uno de los más importantes ingenieros estructurales, al que se deben obras como el Centre Pompidou, la Pirámide inclinada del Louvre, el Lloyd's Bank o la nueva fachada de la Catedral de Lille, que fue uno de sus últimos trabajos, ya enfermo del tumor cerebral que acabó con su vida en 1992.
La película toma como base otra de las creaciones personales del ingeniero, La Théâtre de la Pleine Lune, un proyecto impulsado por el ex-director de la Ópera de París, Humbert Camerlo, en 1987 y en el que Peter Rice estuvo involucrado hasta su muerte, siendo continuado por su discípulo Nicolas Prouvé. Su idea era la de utilizar la luz de la luna como una fuente de iluminación natural para las representaciones que tuvieran lugar en el teatro, y lo consiguió a través de una serie de paneles que reflejan la luz de la luna, aunque limitada a noches en los que hay luna llena y cielo despejado. En Peter Rice: An engineer imagines se realiza una reivindicación interesante del trabajo del ingeniero, que se centra en sus creaciones más conocidas. Sin embargo, da la impresión de que el proyecto está más cerca de la familia que de su trabajo, porque hay algunas imágenes de archivo curiosas de Peter Rice en el hogar, pero pocas en su entorno profesional, que quizás podrían ser más interesantes. En este sentido, resulta más llamativo, o en todo caso complementario, el mediometraje documental Traces of Peter Rice (Ben Richardson, 2012), producido por Ove Arup, la empresa en la que desarrolló buena parte de su trabajo. Y también le sobra esa especie de melancolía que desprende el documental en la última parte.
La película de clausura del BARQ Festival es Making a mountain (Rikke Selin Fokdal, Kaspar Astrup Schröder, 2020) que documenta el proceso de construcción del edificio Copenhill, una planta de reconversión de residuos en energía eléctrica que se inauguró en 2019 en Copenhague, diseñada por el estudio danés Bjarke Ingels Group, y que planteaba como singularidad el hecho de incluir un parque y una pista de esquí en la azotea. Este edificio de 27 metros de altura situado en el centro de la ciudad consigue una particular modificación del skyline de Copenhague. A lo largo de los 52 minutos de duración del documental se sigue el proceso desde la elección del ganador del concurso de proyectos hasta la terminación del edificio, pero se siente como una película que se queda en la superficie, sin abordar algunas de las problemáticas que supuso su construcción. El trabajo del arquitecto Bjarke Ingels ya había sido abordado por uno de los directores en Big time (Kaspar Astrup Schröder, 2017), cuando se enfrentó al rediseño de la segunda torre del nuevo World Trade Center (diseñada originalmente por Foster and Partners), una película más interesante en cuanto al proceso creativo.
Porque, de hecho, el Copenhill ha costado cuatro mil millones de coronas danesas (más de 500 millones de euros), lo que le convierte en uno de los proyectos de construcción más costosos en la historia de Copenhague. Sin embargo, en el documental se mencionan recortes presupuestarios cuando lo que hubo fue un intento de contención del presupuesto. Porque se trata de un costo elevado para un edificio que seguramente será obsoleto dentro de unos años, ya que se están elaborando planes para un sistema de reciclaje que descartaría la necesidad de este tipo de plantas. Por otro lado, surgió también una controversia sobre el tamaño del edificio, ya que sus hornos son demasiado grandes como para acoger la basura que se produce en la zona, así que la planta debe importar basura de otros países para hacer rentable su funcionamiento.
Nada de esto se encuentra en el documental, ni siquiera el hecho de construir un edificio sostenible con materiales no sostenibles como hormigón, vidrio, acero y aluminio, lo que contradice la propia ideología del edificio. Making a mountain se presenta así como una ocasión perdida para haber afrontado el proceso de construcción de uno de los diseños arquitectónicos más singulares de los últimos años, con una mirada más incisiva, que propusiera una reflexión más profunda sobre los retos en torno a la gestión de residuos que se plantean para el futuro.
Arqu(in)Film. VII Muestra de Cine de Arquitectura
Como actividades paralelas se incluye la proyección, en la Filmoteca de Cataluña, de algunas películas seleccionadas dentro de esta muestra como Palace for the people (Georgi Bogdanov, Boris Missirkov, 2018) o The american sector (Courtney Stephens, Pache Vélez, 2019), que pasó por el Festival de Berlín, Dokufest y el Festival de Navarra Punto de Vista, una especie de road-movie en la que los directores nos muestran las piezas del muro de Berlín que se pueden encontrar a lo largo de los Estados Unidos. Trozos de historia que forman parte del paisaje urbano norteamericano, aunque en un contexto que es difuso en ocasiones. Al principio, el documental parece una propuesta curiosa pero que profundiza poco. Sin embargo, conforme se va desarrollando, y especialmente a partir del segundo acto, los temas principales van tomando forma, y es entonces cuando nos damos cuenta de que no es una película que habla sobre la caída del muro de Berlín, sino sobre la sociedad americana. Surgen así preguntas en torno al racismo, a la opresión, a la esclavitud... Y estas piezas de un muro que separaba una ciudad son ahora son símbolo de la libertad. El documental también habla de inmigración, a través de personas que los directores encuentran junto a estos muros. Y no es casual que las últimas palabras que escuchamos al final de la película estén pronunciadas en español, lo que termina conectando el muro derribado con el muro prometido en la frontera mexicana.
En White cube (Renzo Martens, 2020), presentado en festivales como IDFA 2020 y CPH:DOX 2021, el polémico artista holandés que inauguró el IDFA hace unos años con su película Episode III: Enjoy poverty (Renzo Martens, 2008), en la que hacía una reflexión parecida a la que ahora vemos en su último proyecto, habla de la comercialización del arte y la utilización de la pobreza como reclamo en un país como El Congo. El director siempre ha tenido una posición controvertida respecto a África, porque se le censura que él hace justamente aquello que critica, sacar beneficio económico de la representación de la pobreza como forma de arte. Y de alguna manera también hay un planteamiento discutible, que provoca incomodidad (quizás esa sea su intención). En la primera parte, Renzo Martens nos ofrece un acercamiento algo ingenuo, en el que trata de infundir la creación artística en un grupo de trabajadores de una plantación de aceite de palma, lo que provoca una reacción furibunda por parte de los propietarios. Posteriormente, en 2014 consiguió reunir a un grupo de jóvenes africanos para realizar esculturas, que más tarde acabarían exhibiéndose en Nueva York.
Pero el planteamiento de Renzo Martens es que los beneficios del arte hecho en África deben quedarse en África. En una espléndida escena, durante la exposición en Nueva York, el Museo enseña al joven artista africano una serie de piezas de sus antepasados congoleños que pertenecían a la colección particular de Rockefeller. El artista le pregunta a los responsables del museo cómo han llegado esa piezas allí, dejando en evidencia que, en realidad, se trata de objetos robados en su momento que más tarde se han convertido en piezas de coleccionismo. Este objetivo de revertir la dinámica tradicional del arte africano, provoca también la intención de construir un museo, The White Cube, en el centro de una plantación de palma abandonada. Al final, a pesar de las buenas intenciones, la propuesta sigue siendo la de un hombre blanco occidental que realiza un documental que principalmente veremos hombres blancos occidentales con una mirada compasiva hacia la pobreza en África. Lo que, en sí mismo, ya supone una reflexión interesante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario