24 mayo, 2021

Docsbarcelona 2021 - Días 6-7: Contra el olvido

Continuamos nuestras crónicas dedicadas al Festival Internacional de Documentales de Barcelona, Docsbarcelona, que se celebra en formato híbrido hasta el 30 de mayo, con proyecciones presenciales y también en formato online a través de la plataforma Filmin, aunque la sección Panorama no está disponible de forma gratuita para los suscriptores, una fórmula que tampoco se entiende demasiado, teniendo en cuenta que éstos ya pagan una cuota mensual. Este formato, una especie de pago doble que parece inspirado en la práctica llevada a cabo por las plataformas de las grandes productoras, cuyos estrenos tiene un coste adicional a la cuota de servicio, ya provocó este año una reducción notable en el número de espectadores online del D'A Film Festival, y sin duda es contraproducente para los propios festivales. 

Esto supone, en realidad, una confirmación de que muchos festivales de cine no han sabido aprovechar las circunstancias especiales que ha supuesto el confinamiento para proponer fórmulas diferentes de difusión de sus propuestas. En vez de repensar el formato de los festivales, hay un sensación de que la "vuelta a la normalidad" supondrá el regreso también al formato tradicional, la simple conformidad con ser un espacio de difusión local en vez de una verdadera plataforma internacional. Pero, como hemos comentado en anteriores ocasiones, y como se ha demostrado, por ejemplo, con la industria musical, hasta que no se asuma una transformación radical no se comenzará a caminar hacia un futuro más realista. 

PANORAMA

Inmersos en una búsqueda casi obsesiva por encontrar el éxito de sus películas en el mercado chino, hasta ahora un intento fracasado con títulos como Mulan (Niki Caro, 2020) o Raya y el último dragón (Don Hall, Carlos López Estrada, Paul Briggs, 2021), y próximamente con Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos (Destin Daniel Cretton, 2021), Hollywood encabeza un intento de los Estados Unidos por mantener una cierta cordialidad con las autoridades de China para no enturbiar el acceso a su ingente mercado. El hecho de que el Festival de Sundance 2021 no haya seleccionado ninguno de los recientes documentales producidos en Hong-Kong que siguen siendo pantallas de difusión de las protestas estudiantiles en la antigua colonia británica parece significativo. En CPH:DOX pudimos ver el muy interesante When a city rises (Cathy Chu, Iris Kwong, Ip Kar Man, Huang Yuk-Kwok, Evie Cheung, Han Yan Yuen, Jen Lee, 2021), y en Hot Docs se estrenó Faceless (Jennifer Ngo, 2021), mientras que el documental Inside the red brick wall (Hong Kong Documentary Filmmakers, 2o20) recibió el Premio al Mejor Montaje en IDFA 2020. Sundance, consciente o inconscientemente, se alinea con el blanqueamiento de la información en torno a China, como una plataforma para no molestar demasiado mientras se trabaja en la seducción de un mercado millonario. 


Sin embargo, esta última película es un reflejo contundente de la persecución a la que han sido sometidos los estudiantes organizadores y participantes de las protestas contra las imposiciones chinas en una sociedad que, tras la descolonización de Gran Bretaña en 1997, se ha enfrentado a un intento de control por parte del gobierno chino, que no ha respetado la autonomía que  prometió. Pero el título hace una referencia concreta al asedio que sufrieron miles de estudiantes que se refugiaron en la Universidad Politécnica de Hong Kong en noviembre de 2019. La policía rodeó el edificio de ladrillos rojos durante 13 días ante la resistencia de los estudiantes a abandonarlo, temiendo las detenciones y represalias. El documental muestra las grabaciones realizadas por numerosos estudiantes cuando ya los periodistas habían cubierto el asedio, y ofrece una mirada enérgica, contundente, al interior de un espacio que sufrió un cerco propio de una guerra. 

El hecho de mostrar las imágenes desde dentro también deja ver la desorganización de los propios estudiantes, sin representantes claros, y por tanto sometidos a las decisiones tomadas por quienes eran más activos o disponían de un altavoz para transmitirlas. Por otro lado, la utilización de las redes sociales sirvió para mantener el contacto con los manifestantes que se encontraban en el exterior y para transmitir a través de internet lo que estaba ocurriendo, demostrando (como hemos visto recientemente en otros documentales), que la llegada de las nuevas tecnologías ha eliminado la impunidad de las fuerzas del orden, exponiendo sus estrategias y su violencia. No hay entrevistas, ni narración, ni información adicional, solo una recopilación de imágenes que sin embargo están estructuradas de forma magistral, elaborando un relato coherente y fácil de seguir. 


Pero quizás es necesario cierto contexto en torno a los hechos posteriores al asedio, especialmente cuando llegan a la PolyU un grupo de profesores que quieren servir como mediadores para que los jóvenes puedan salir y regresar a sus casas. Afirman haber hablado con la policía y lo único que piden es que se dejen hacer una fotografía y una fotocopia de su identificación, asegurando que no serán detenidos. Una de las activistas les responde: "¿Y mañana qué va a pasar?". Esta desconfianza por parte de muchos estudiantes se ha demostrado con el paso del tiempo que estaba justificada, porque estos profesores en realidad colaboraron con la policía para garantizar la identificación de los organizadores. Desde que el asedio terminó en 2019, se han producido 9.000 arrestos de estudiantes y todavía en 2021 siguen abiertas las investigaciones. 

Queda un cierto sabor amargo después de ver Inside the red brick wall, porque permanece una duda sobre si realmente sirvió de algo parapetarse en la Universidad, sobre si los anhelos por cambiar las cosas y no dejarse manipular tienen una resolución significativa, sobre si la violencia al final acaba superando a la negociación. Esa imagen de los dos estudiantes que permanecen en las escaleras de la PolyU dudando si subir y continuar la lucha o bajar y rendirse, nos deja un sentimiento de desolación, un desengaño y una impotencia que refleja la construcción de una sociedad opresora que parece como esos molinos de viento contra los que arremeter solo puede desembocar en una terrible derrota.    

Presentada en la Giornate degli Autori de la Mostra de Venecia 2020, To the moon (Tadhg O'Sullivan, 2020) es un trabajo experimental que muestra la fascinación por la luna desde distintas épocas y distintas culturas. El director irlandés compone un mosaico de imágenes que provienen de archivos cinematográficos de 25 países, que incluye escenas de películas de Maurice Tourneur, Fritz Lang, Satyajit Ray, F.W. Murnau, Alice Guy-Blaché o Petr Wigl,  junto a textos de autores como James Joyce, William Shakespeare, Samuel Beckett, Philip Levine o Fyodor Dostoyevski  y composiciones musicales de Anton Dvořák, Bobby Krlic, Amanda Feery, Richard Wagner o Claude Debussy. Es decir, se trata de un trabajo que reúne cine, poesía, literatura y música en torno al poder de atracción emocional que tiene la luna. El director también coordinó a un equipo de directores de fotografía en numerosos países que grabaron tomas de la luna para incluirlas en la película. 


Se trata por tanto de un trabajo monumental en cuanto a la conjunción de todas estas fuentes de material, que sin embargo se muestran generalmente bien cohesionadas. Tadhg O'Sullivan decide unificar todas las escenas en un solo formato de 4:3, de forma que en muchas ocasiones no es fácil distinguir qué es material preexistente y cuáles son las escenas grabadas en la actualidad. De hecho, la mayor parte del material de archivo es anterior a los años ochenta, lo cual le otorga un cierto carácter de excavación arqueológica a la fusión entre tan diverso material. En este sentido, se trata de una película que consigue establecer un nexo de unión visual que la convierte en una especie de ensoñación, como un dulce fluir melancólico en una noche de luna llena. No obstante, no ejerce ese poder de fascinación que pretende, enturbiado por una sensación de aleatoriedad en algunos bloques, y porque no consigue evitar algunas representaciones tópicas, como el uso del "Clair de lune" de Claude Debussy. 

Estamos ante una celebración de ese astro enigmático y mágico que despierta tantas interpretaciones filosóficas, que resulta más atmosférico que incisivo en su exploración de los temas que suscita la imagen de la luna. Y al final hay una sensación de letargo que en realidad esconde un viaje que no encuentra del todo su destino.  

LATITUD 

El documental Cuban dancer (Roberto Salinas, 2021), que ganó el Premio del Público en el Festival de Cine de San Francisco, marca un claro paralelismo entre la historia del joven Alexi, que estudia en la Escuela Nacional de Ballet de La Habana, y el bailarín cubano Carlos Acosta, protagonista de la película Yuli (Icíar Bollaín, 2018), sobre todo cuando su familia, aprovechando la apertura de relaciones con Cuba iniciada por Barack Obama, consigue visas para viajar a Miami, donde se encuentra desde hace años su hermana. La resistencia de Alexi a este cambio radical, a lanzarse al vacío de comenzar desde cero cuando en Cuba ya viene desarrollando una progresiva evolución como bailarín, es el momento de ruptura emocional de la película. El director Roberto Salinas comentaba en la presentación en Visions du Réel 2020 que "sabíamos que la familia estaba esperando la obtención de visas durante mucho tiempo, unos ocho años. Entonces hubo esta pequeña apertura entre Cuba y Estados Unidos que trajo la administración Obama y consiguieron la visa". Pero Cuban dancer evita los cuestionamientos directamente políticos. "Durante el montaje nos preguntamos si era necesario ocupar demasiado tiempo en abordar cuestiones que ya son conocidas.", dice el director italiano. "Todos sabemos cómo son las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Todos sabemos qué clase de presidente era Barack Obama y qué clase de presidente era Donald Trump. No estoy mostrando toda la información, pero estoy ofreciendo los suficientes elementos como para conectarlos". 


Cuban dancer es un documental que pretende ser básicamente humano, y que tiene la fortuna de encontrar unos protagonistas cuyas vidas parecen escritas para una película. El proceso de rodaje fue largo, pero la historia se va construyendo a base de una empatía especial con Alexi, pero también con el resto de su familia, especialmente sus padres. En algún momento el espectador puede pensar que la decisión de salir de Cuba es egoísta teniendo en cuenta que su familia ha apoyado en todo momento la formación como bailarín de Alexi, pero poco a poco entendemos la necesidad vital de emigrar. Y, aunque evita entrar en cuestiones políticas de forma explícita, se echa en falta una equidistancia en la presentación de la información. Por ejemplo, se menciona que los padres de Alexi tienen que trabajar para poder pagar los estudios del joven en Estados Unidos, pero no se compara con la Escuela Nacional de Ballet de La Habana, que es gratuita, como todas las instituciones educativas cubanas. 

A lo largo del documental se desarrollan una serie de números de baile que están coreografiados por Laura Domingo Agüero, que también es co-guionista, una fórmula habitual en este tipo de documentales, pero que consigue momentos de gran belleza. Cuban dancer es la historia del desarrollo personal de un joven y su intención de cumplir sus sueños. Y en este sentido, sin demasiada profundidad pero con una especial facilidad para construir una narración dinámica, el director Roberto Salinas consigue vislumbrar una mirada honesta hacia el esfuerzo y el pundonor. 

DOC-U 

Producido por la Escola Superior Politècnica de Mataró (ESUPT), Anónimo (Manu Roma, 2021) presenta a tres hombres de diferentes edades que practican el cruising en distintas zonas de Barcelona. Su visión del sexo esporádico en lugares públicos difiere también, quizás por la edad pero posiblemente más por la propia forma de acceso a esta práctica de seducción que tiene un objetivo casi exclusivamente sexual. Uno de ellos se define como heterosexual, pero al que le gusta practicar el cruising de vez en cuando. En una sociedad en la que las redes sociales de contactos han sustituido en buena medida al sexo esporádico buscado en los parques o en los servicios públicos de unos centros comerciales, estas diferentes formas de acercarse a los encuentros en persona, en los que el anonimato se esconde tras los arbustos, parecen sacadas de otras épocas. 


En el parque de Montjuïc, la noche es cómplice de los paseos en busca de sexo, que practican sobre todo los extranjeros que visitan Barcelona, mientras que en los servicios públicos de hombres del Centro Comercial Las Arenas, las miradas se cruzan en forma de invitación al deseo. El director utiliza la imagen en blanco y negro, que le permite tonalidades de claroscuro que enfatizan esta idea del anonimato, de la oscuridad en la que se esconde la práctica sexual. Aunque a veces el sexo no es el objetivo principal, como confiesa otro de los hombres, al que le atrae más el morbo, el juego de seducciones y de contactos eróticos, la idea de mantenerse alerta para no ser descubierto, la clandestinidad de lo que está prohibido. 

A lo largo de seis minutos, Te llamo para... (Sofia Iribertegui, 2021) muestra imágenes del interior de una habitación, el contraluz de la ventana o la luminosidad borrosa de las luces de la ciudad, mientras escuchamos las llamadas de Nelson, un operador que trata de vender por teléfono una oferta de móviles. La respuesta de los potenciales clientes sin embargo, muestra cierto desprecio, aunque tampoco son insultantes, lo que provoca que Nelson se muestre cada vez más malhumorado. La ambivalencia del acoso del marketing que sufren los receptores de las llamadas, frente a la displicencia que recibe el vendedor, revela también un sistema laboral que explota a los trabajadores para que ellos exploten a su vez a los clientes, y en el que las víctimas son tanto unos como otros, que se convierten en contendientes enfrentados por una oferta comercial. "Necesito vender", expresa con desesperación Nelson frente a las llamadas vacías, mientras señala en el formulario la opción "No colabora". Hay sencillez en la propuesta de esta producción de la Escola de Cinema de Barcelona (ECIB) pero profundidad en su subtexto. 

El cortometraje Dores (Coral Piñeiro, 2021), producido por la Universidad de Santiago de Compostela (USC), aborda la memoria histórica a través de la descripción de los once campos de concentración que existieron en Galicia durante la Guerra Civil y la posguerra, a los que llamaban "as 11 portas do inferno". Santa María de Oia albergó a más de 3.000 prisioneros, Lavacolla a más de 2.000, Cedeira a más de 1.000, Muros a 800 presos, Rianxo a más de 2.000, Pobra do Caramiñal a más de 1.000, A Guarda a más de 2.000, Padrón a 1.700 y la Illa de San Simón a más de 5.000. De estos edificios casi no quedan vestigios, y muchos han quedado en el olvido. Precisamente esta reinterpretación de la historia que consiste en olvidar (ocultar) es el tema principal de este documental. Galicia siempre ha sido considerada como una zona que no sufrió la guerra directamente porque no hubo enfrentamientos bélicos. Se ha transmitido como un hecho histórico que no murieron muchos prisioneros fusilados, pero no se menciona a aquellos que murieron de hambre o por las condiciones de insalubridad de estas prisiones. 


Al campo de concentración de la Isla de San Simón se la llamaba Colonia Penitenciaria del Lazareto de la Isla de San Simón, una definición que refleja esta Historia manipulada, escrita por los vencedores para maquillar la realidad. Quedan todavía los testimonios de los presos, ahora ya solo expuestos a través de sus descendientes. En un mismo pueblo, los nietos de los dos bandos se enfrentan al pasado: el tío abuelo de Susana Sánchez formó parte de la cuadrilla que asesinó al tío abuelo de Tino Cordal en Cambados. "Los familiares de los asesinos no tenemos culpa, pero sí creo que tenemos una responsabilidad", dice ella. Hay una ruptura de la cuarta pared, una especie de desdramatización de la historia, que resulta algo extraña, y que nos distancia como espectadores en vez de acercarnos. Pero el cortometraje está rodado con una solidez formal que refuerza su calidad narrativa. "En Galicia no hubo Guerra Civil, en Galicia los falangistas controlaron todo en apenas tres días, pero aquí hubo miles de asesinatos, hubo campos de concentración, donde se torturó y se mató a gente...". Esa transición promovida como modélica se ha revelado posteriormente como un instrumento del olvido, al que los testimonios orales tratan de combatir.  


Mulan y Raya y el último dragón se pueden ver en Disney+. 
Yuli se puede ver en Netflix.



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