09 mayo, 2022

D'A Film Festival 2022: Filmin Emergents


En su última edición, el D'A Film Festival de Barcelona, celebrado entre el 28 de abril y el 8 de mayo, ha ofrecido una amplia e interesante programación de películas destacadas, que han estado presentes en otros festivales internacionales. Pero, a pesar del éxito que cosechó en sus ediciones digitales con motivo de la pandemia, los responsables del festival no han optado por el formato híbrido que otras muestras como Visions du Réel o DOK.fest han desarrollado, una apuesta de futuro que hace un planteamiento completamente diferente del concepto de festival de cine frente las propuestas más tradicionales. D'A Film Festival ha regresado al formato convencional, aunque dejando una pequeña puerta abierta a la exhibición online a través de la nueva sección Filmin Emergents, una selección de primeras o segundas películas de directores emergentes, entre ellas la ganadora del Premio Especial del Jurado en el Festival de Rotterdam 2021, I comete (Pascal Tagnati, 2021). Nuestra crónica está dedicada precisamente a las películas que han formado parte de la sección Filmin Emergent, que comentamos a continuación. 

El planteamiento inicial de The justice of Bunny King (Gaysorn Thavat, 2021) parece el de una película de sobremesa televisiva, centrada en una madre que intenta lograr la estabilidad requerida por los Servicios Sociales de Nueva Zelanda para recuperar la custodia de sus hijos, después de un tiempo encerrada en la cárcel. Pero de alguna manera la guionista y directora consigue trazar un relato que evita con astucia todos los lugares comunes de este tipo de historias y que se sostiene en la interpretación principalmente emocional de la actriz Essie Davis, a la que recordamos de Babadook (Jennifer Kent, 2014), que da vida a la protagonista del título, una mujer luchadora en el más amplio sentido de la palabra que a pesar de sus arrebatos violentos mantiene una postura optimista y una única obsesión: pasar junto a sus hijos el día del cumpleaños de la más pequeña. Hay una cierta crueldad en las consideraciones sociales que establecen las administraciones respecto a la relación de los padres con los hijos, un sentido de la protección que no tiene en cuenta las emociones, y que es común en cualquier país (existen numerosas denuncias sobre el abuso institucional en lugares como Noruega o España). Pero sobre todo la película elabora un retrato certero de la inadaptación, la forma en la que el personaje principal no encaja en la sociedad tal y como está establecida, y que se refleja bien en el uso de la canción "What's up?" que el grupo 4 Non Blonds incluyó en su album Bigger, Better, Faster, More! (1992, Interscope Records). El propio trabajo al que se dedica Bunny para sobrevivir, limpiando parabrisas que nadie quiere que limpie, es un reflejo de ese elemento "molesto" que ella representa, y que solo se mide por las apariencias (cuando ella se "disfraza" con un vestido consigue un trato especial en la visita a un piso que nunca se podrá permitir). 


Presentada en la Sección Oficial del Festival Tribeca 2021, la película ofrece una visión rotunda de cómo el sistema aparta a quienes no siguen el redil, y establece las fallas de la vigilancia institucional en el personaje de Tonyah (Thomasin McKenzie), la sobrina de Bunny, a la que quiere liberar, a su vez, de un entorno familiar tóxico con un padrastro abusador. Puede parecer un personaje que sirve principalmente para justificar algunas de las acciones de la protagonista, pero tiene una relevancia principal en la representación de cómo es Bunny en su papel de madre, que no tiene oportunidad de mostrar a los Servicios Sociales que se los ha arrebatado, más atentos a las circunstancias externas de sus acciones que a la propia relación que tiene con ellos. Pero, por otro lado, como espectadores podemos entender que se le exija un hogar y un trabajo estables para poder recuperar a sus hijos, lo cual es en cierta manera aterrador porque nos demuestra cuán acomodados estamos en las normas de una sociedad que establece límites y obligaciones. La película tiene la capacidad de extraer del drama evidente que supone la experiencia de Bunny algunos elementos optimistas y un sentido del humor que refuerza, si cabe, la fortaleza de un personaje radical. 

El debut en la dirección de Antoinette Boulat, directora de casting de Olivier Assayas o Albert Dupontel, es una extraña incursión en las consecuencias del trauma que transcurre durante toda una noche, como su título indica. Ma nuit (Antoinette Boulat, 2021), presentada en la Sección Orizzonti de la Mostra de Venecia, tiene como protagonist a Marion (Lou Lampros), una joven de dieciocho años que se niega a participar en la celebración del cumpleaños de su hermana, fallecida cinco años atrás, que quiere organizar su madre Isabelle (Emmanuelle Bercot). De forma que sale de su casa para encontrarse con algunas amigas e iniciar una experiencia nocturna de encuentros, momentos alucinatorios y extrañas compañías con la que intenta afrontar la idea de haber llegado a la misma edad que su hermana tenía cuando murió. En su deambular por las calles de París, conoce a Alex (Tom Mercier), que se convertirá en una especie de protector, no solo de las amenazas de un espacio nocturno, sino también en este viaje sensorial que acaba protagonizando, y del que encontramos referencias que nos recuerdan a Cléo de 5 a 7 (Agnès Varda, 1962), cuya protagonista siente la angustia de la espera. La valiente propuesta de la directora funciona mejor desde el momento en que Marian conoce a Alex que en la primera parte de la película, pero en ambas es el reflejo de una juventud en sus dos diferentes caras: la alegre y despreocupada de los juegos de "verdad o reto", y la que sufre también el trauma de una generación perdida. 


En este sentido, los diálogos algo esquemáticos tienen cierta artificialidad, pero funcionan mejor cuando las vivencias de Marian adoptan una forma de representación más general que cuando pretenden dotar de cierta naturalidad a la interrelación con sus amigos. En este paseo por el París nocturno, hay una escena que parece rememorar los atentados de 2015, estableciendo ese espacio difuso en lo temporal y en la visión de la realidad en el que se mueve la protagonista. De forma que las heridas superficiales en realidad son cicatrices psicológicas de una juventud que está marcada por la violencia y la desestabilización. La doctora que le cura las heridas, Allegra (Maya Sensa), en realidad no solo le da un remedio para las heridas, sino también un remedio para el alma en forma de frase italiana, "ti voglio bene", que significa "te quiero" pero de una forma en la que se desea el bien de la otra persona. Ma nuit es principalmente una película sobre una joven en proceso de duelo, incapaz de superar la muerte de su hermana, pero también es una forma de exorcizar los demonios, a través del objetivo de "sobrevivir a la noche", que ella manifiesta. Como directora de casting que es, la elección de la debutante Lou Lampros, que desprende belleza pero también una profunda vulnerabilidad, es brillante. Pero a este recorrido que hace el personaje también contribuye la hermosa, melancólica y a veces etérea banda sonora compuesta por Nicolas Errèra, un trabajo sobresaliente de introspección. 

La película The sleeping negro (Skinner Myers, 2021) comienza haciendo una alusión a una frase del escritor James Baldwin: "Ser negro en este país y ser relativamente consciente significa estar enfadado casi todo el tiempo", una propuesta que asume el director, escritor, productor y protagonista de esta película que reflexiona sobre el sentimiento racial a través de escenas de enfrentamiento verbal y monólogos sobre la falta de identidad. Este joven de 35 años que manifiesta sentirse "como un extraterrestre" cuando pasea por las calles, asume la necesidad de una revolución que sin embargo es constantemente apaciguada por la dejadez y la sumisión, como la de su amigo (Nican Robinson), con el que discute por la contradicción que supone ser negro y votar a Donald Trump. Pero el mismo protagonista también es un "obediente" empleado de un jefe (David Fumero) que le amenaza con despedirle si no comete un fraude en una documentación para poder desahuciar a una anciana de su casa. Tal es la falta de identidad que se transmite en la historia que todos los personajes son anónimos, ni siquiera sabemos el nombre del protagonista al que interpreta Skinner Myers (1980, Estados Unidos), enfrentado en ocasiones a su doppelgänger, su doble fantasmal que le visita en su vida diaria o en esos sueños en los que levita por encima de la cama. 


Rodada en 16 mm. The sleeping negro despierta en todos lo sentidos, se hace consciente de lo que supone su negritud en una sociedad construida a imagen y semejanza de la raza blanca, y exhibe una ira frustrada en las dos discusiones principales de la película, la que le enfrenta a su amigo, rodada de forma estática, y la que tiene con su improbable novia blanca (Julie McNiven), un personaje que parece creado para encajar en el discurso, más que porque tenga cierta coherencia narrativa, que revela el sentimiento de impotencia furiosa ("me molestas por ser blanca"), pero también la profundidad de los prejuicios racistas de ella, que terminan aflorando por encima de la máscara de solidaridad que expresa. En cierta manera, la película podría ser uno de esos episodios autoconclusivos de Atlanta (FX, 2016-2023), porque se enmarca dentro de esa mirada irónica y, por qué no, furiosa sobre la representación de la raza negra que ha sido también una apropiación de la cultura eminentemente blanca. Pero la capacidad de autocrítica es mayor en el caso de Skinner Myers. No en vano, los participantes en el desahucio de la anciana son tan negros como ella, "tíos Tom" al servicio de la autoridad y en confrontación con su propia comunidad. El discurso contradictorio está por tanto asumido por el propio narrador, que reivindica el derecho a la rabia como elemento de subsistencia. 

Como una especie de referencia a las grandes épocas de la exploración colonizadora de Portugal, Mar infinito (Carlos Amaral, 2021) propone una civilización futura que también se desplaza a otros lugares para habitarlos, pero esta vez la travesía no cruza océanos sino galaxias. Enmarcada dentro del género de ciencia-ficción, la película transcurre en un futuro lejano en el que la Tierra se ha convertido en un "planeta vaciado", un lugar inhabitable en el que las noticias de la televisión animan a sus habitantes a participar en la colonización de Próxima Centauri, pero Miguel (Nuno Velasco) no supera las pruebas de acceso a la misión espacial y permanece en el planeta compartiendo solo su trabajo con dos amigos, António (António Durães) y Ricardo (Paulo Calatré), y con un puesto de bocadillos en mitad de la nada. Sin embargo, el encuentro con Eva (Maria Leite) abre a Miguel la posibilidad de plantearse preguntas filosóficas sobre el ser humano y su posición en la galaxia, y abre la propia película a reflexiones sobre la importancia de nuestro entorno. Como hasta qué punto seguiremos siendo humanos cuando salgamos de la Tierra, en qué nos cambiará el hecho de habitar en otro ambiente diferente. Miguel ya no solo se plantea preguntas, sino que busca respuestas. Y la narración es lo suficientemente ambigua como para mantenernos en la duda de hasta qué punto lo que estamos contemplando es fruto del criosueño del protagonista o se trata de la realidad. 


Estos diferentes elementos están bien manejados por el debutante Carlos Amaral, cuya procedencia del campo de los efectos visuales es clara, a través de imágenes elaboradas, hermosamente compuestas, en las que se mezcla el espacio estrellado y el fondo marino, en los cuales flotan los cuerpos a merced de la deriva. Hay, por supuesto, ecos de la filosofía existencialista de Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972) y de la búsqueda de la humanidad de Alphaville (Jean-Luc Godard, 1965), aunque se toma más en serio las claves de la ciencia-ficción que lo que lo hizo Godard. Hay también un trabajo de fotografía espléndido, azulado y difuso, que saca partido de los escenarios naturales de la localidad costera portuguesa de Aveiro, que forman en sí mismos un entorno que parece sacado de otro planeta, y una banda sonora hipnótica de Miguel Santos, pero la película a veces parece demasiado entregada a la poética de las imágenes, desarrollando escasamente las ideas propuestas, quizás porque son reflexiones que tienen difícil respuesta, pero eclipsando la narración con etéreas representaciones de una realidad quizás soñada. Es por tanto irregular en su desarrollo pero una apuesta visual valiente de la que es difícil desprenderse.  

En Nuestros días más felices (Sol Berruezo Pichon-Rivière, 2021), ganadora del Premio Filmin Emergents, también se introducen elementos de fantasía, aunque más bien en el sentido de representación de la realidad de una forma fantástica, algo parecido a lo que ocurre en Lazzaro feliz (Alice Rohrwacher, 2018), una de las películas que la directora argentina confiesa como influencia. Igual que en Mamá, mamá, mamá (Sol Berruezo Pichon Rivière, 2020), el vínculo maternal es el centro principal de la historia, protagonizada por Leónidas (Cristián Jensen), un joven que no ha terminado de romper el cordón umbilical emocional con su madre, Agatha (Lide Uranga), con la que vive en el viejo hogar de su niñez, y con la que comparte el desayuno y la hora de la merienda mientras hablan de cosas banales. Este vínculo con la madre es tan fuerte que casi ni siquiera son conscientes de ello, hasta que una noticia dramática les provoca la percepción de lo transitoria que es la vida. La joven directora Sol Berruezo Pichon Rivière (1996, Argentina) aborda en su segunda película, casi sin solución de continuidad después de la repercusión de su debut en festivales internacionales, con una mirada que se acerca de nuevo a las relaciones familiares, pero introduciendo un elemento de fantasía que, sin embargo, encuentra verosimilitud en el entorno que construye en la primera parte de la película. Nuestros días más felices se estrenó, como la anterior cinta de la directora, en el Festival Internacional de Cine de Mar de Plata. 


Es un logro notable que se revela con la aparición de una segunda Agatha (Matilde Creimer Chiabrando) y de la hija Eli (Antonella Saldicco), porque si la madre tiene una especial vinculación con el hijo, mantiene una constante fricción con la hija, como si esos dos mundos femeninos chocaran emocionalmente, mostrando la difícil relación entre una hija que no quiere verse reflejada en su madre y una madre que no acepta la emancipación de su hija, y que conecta con la propia gestación: "El día que naciste no querías salir, querías quedarte ahí. Había algo en vos que te decía que lo correcto era quedarse ahí, segura, calentita. Pero el médico me decía que mi cuerpo estaba listo, que tenías que irte. Y creo que esa fue la primera vez que te fallé como madre". La película muestra, con una narrativa precisa que evita las situaciones que pudieran parecer absurdas, pero sin eliminar un cierto sentido del humor, esa transformación que sufre la figura materna, protectora y cuidadora, en una persona que ahora debe ser cuidada y protegida por sus hijos, el momento de cambio de roles entre los miembros de una familia. Pero lo hace logrando momentos conmovedores, en un espacio principalmente cerrado como es el hogar familiar (igual que en Mamá, mamá, mamá el espacio era principalmente el de la casa), y consiguiendo algunas escenas realmente conmovedoras, dotadas de cierto trasfondo mágico, que justifica la creación de una fantasía en la que entramos como si estuviéramos entrando en un lugar extraordinario y misterioso, apuntado en la juguetería en la que trabaja Leónidas, y en la aparición de un conejo blanco que evoca la niñez, como en Alicia en el país de las maravillas (1865), de Lewis Carroll. 

La directora introduce algunos elementos disruptivos en forma de collages que actúan como títulos de las diferentes partes de la historia, y escenas provenientes de la imaginación como momentos felices pero también inquietantes, apoyados por la muy efectiva música del joven compositor Leo Ghernetti, que se sostiene en el violonchelo como representación de la vejez, en una sonoridad electrónica que imita el Ondes Martenot para crear esa ambientación mágica y una cierta melancolía a través de composiciones diegéticas que tienen una resonancia al pasado. Los paseos a orillas del mar, fuera del entorno cerrado del hogar, evocan también una cierta liberación que de alguna manera nos hace recordar esas salidas al exterior después de las restricciones por la pandemia, durante las cuales se rodó la película. Pero es interesante sobre todo la emancipación que va experimentando Leónidas, que sueña con viajar a Islandia, casi como un acto de rebeldía, y que consigue de alguna forma romper ese lazo estrecho con su madre. Nuestros días más felices es una hermosa fábula sobre las relaciones familiares, yla incomunicación que provoca a veces no pronunciar las palabras necesarias: "Lo siento, perdóname, gracias, te amo", que podrían resolver las situaciones más complejas, consiguiendo captar la melancolía de la vejez con una capacidad notable para la emoción. 

En la película Time of impatience (Aydin Orak, 2021), que se presentó en el Festival de Glasgow y el Festival de Varsovia, entre otros, los hermanos gemelos Mirza (Mirza Zarg) y Mirhat (Mirhat Zarg) enfrentan su situación social a la de un complejo residencial cercano, donde sus habitantes pueden disfrutar de grandes piscinas en medio del caluroso verano, en una ciudad kurda. Para ellos, acceder al recinto y poder bañarse en esas piscinas, se convierte en su objetivo principal, pero el guardia de seguridad y diversas circunstancias se lo impiden constantemente. La piscina representa la desigualdad social en esta película del joven realizador kurdo Aydin Orak (1980, Turquía) que apuesta por una mirada llena de humor y prácticamente sostiene buena parte de la textura emocional de la historia en la simpatía que transmiten los gemelos, a veces en escenas improvisadas en las que parecen disponer de libertad para construir la atmósfera del momento. Es una apuesta arriesgada, porque hay cierto carácter amateur en una dirección de actores que no termina de extraer la naturalidad necesaria, pero en esas improvisaciones en las que lanzan insultos o simplemente reivindican su derecho a disfrutar de la piscina surgen destellos de simpatía. 


Hay algunos elementos interesantes en esta propuesta que, ciertamente, establece una narración sencilla y sin demasiadas complejidades. Sobre todo por los diferentes caminos que propone el director y guionista para invocar una posible salida a la discriminación social. El padre de los hermanos, por ejemplo, les enseña cada día una palabra del diccionario para que aprendan su definición, de forma que utilicen el conocimiento para defenderse de la pobreza en la que viven. La maestra de la escuela, una representación idealizada del profesorado, les descubre que en los textos de Miguel de Cervantes o de Iván Goncharov pueden encontrar la forma de acceder a otras realidades diferentes. Y, como Don Quijote y Sancho Panza empeñados en luchar contra la injusticia, Mirza y Mirhat convierten el muro del complejo residencial en su particular ínsula de Barataria. Aunque hay una mirada pesimista, a través de la imposibilidad de lograr los sueños y de atravesar la frontera de la pobreza, la dirección de Aydin Orak no logra ser lo suficientemente precisa como para desestimar cierto efecto de amateurismo que no se solventa con el sentido del humor. Lo cual es decepcionante, porque también había una lectura más amplia sobre las revoluciones que no consiguen cambiar nada, que conecta sensiblemente con el panorama sociopolítico de los países musulmanes. 

Malena Solarz (1982, Argentina) es una directora que al mismo tiempo ya tiene experiencia en el cine, pero que debuta en solitario con Álbum para la juventud (Malena Solarz, 2021), que tuvo su estreno mundial en el Festival de Mar de Plata. Tiene un estilo característico que ya hemos visto en los dos títulos que ha codirigido con bastante éxito: el largometraje El invierno llega después del otoño (Malena Solarz, Nicolás Zukerfeld, 2016) y el cortometraje Una película hecha de (Malena Solarz, Nicolás Zukerfeld, 2016). En este caso, se trata de una propuesta personal en la que de alguna manera se fusionan los alumnos con los profesores, las enseñanzas con las disciplinas. Pedro (Santiago Canepari, que fue alumno de Malena Solarz en la escuela de Cine) y Sol (Ariel Rausch) son dos jóvenes que acaban de terminar la secundaria y se encuentran en el momento decisivo de dar un rumbo a sus vidas a través de los estudios universitarios. Pero en cierto modo ambos parecen estar atraídos por las manifestaciones artísticas: la película comienza con la representación de una obra de teatro independiente, Pedro se interesa por la escritura teatral, asistiendo a un taller que imparte el dramaturgo Walter Jakob (que fue profesor de Malena Solarz en el taller en el que surgió la idea de este guión), mientras que Sol retoma las clases de piano que daba cuando era niña, a través de un profesor que está interpretado por Julián Solarz, hermano de la directora y profesor de música en la vida real. 


A pesar de la juventud de los protagonistas, hay una especie de retrospección hacia el pasado, en la recuperación de las cintas de audio en las que Sol interpretaba una melodía musical que ahora tiene que descifrar, incluso en esa especie de epílogo que la directora plantea al final de la película. Pero no es exactamente una mirada nostálgica, sino más bien una representación de cómo estamos vinculados al pasado, pero también como lo están los propios personajes. Estos vínculos son importantes en la historia, planteados a través de secuencias largas y bien coreografiadas en las que se extrae la naturalidad de los intérpretes, especialmente de los dos protagonistas debutantes, pero también en objetos cotidianos como una tarjeta de metro de pasa de mano en mano. En este sentido, la película encuentra comodidad a través de las relaciones entre los personajes, aunque zozobra en la forma de aglutinar estas relaciones, en esa especie de narrativa abierta que en realidad no traza un camino convincente, sino que parece conformarse con la exposición de la cotidianeidad. Esta es una decisión de dirección perfectamente asumible, pero que no encuentra el espacio de comunicación ideal para entablar una conexión con el espectador. 


Babadook se puede ver en Movistar+. 
Cléo de 5 a 7, Alphaville y Lazzaro feliz se pueden ver en Filmin. 


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