26 mayo, 2022

Docsbarcelona 2022 - Parte 2: Paisajes

Nuestra segunda crónica dedicada al Festival de Documentales Docsbarcelona ofrece una mirada al entorno, a la forma en la que los paisajes que rodean a las personas tienen una influencia decisiva, modificando el comportamiento y estableciendo límites que no solamente son físicos sino también emocionales. De eso sabía mucho la directora peruano-neerlandesa Heddy Honigmann, que falleció el pasado 21 de mayo después de luchar durante años contra la esclerosis múltiple. El lunes 30 de mayo es precisamente el Día Mundial de la Esclerosis Múltiple para recordar que es una enfermedad que afecta a dos millones de personas en todo el mundo. Consciente del desarrollo de su enfermedad, Heddy Honigmann dirigió No hay camino (2021), una película en la que regresaba a los paisajes de su infancia, a ese Perú que retrató en algunos de sus documentales más reconocidos internacionalmente como Metal y melancolía (1994), O amor natural (1996) y Crazy (1999). Recogiendo en el título la poesía de Antonio Machado, la primera película en la que ella se convertía en protagonista era una reivindicación de la vida, a pesar de que ya mostraba las crueles consecuencias de la enfermedad. Antes había dirigido 100up (2020), centrada en siete personas de diferentes lugares del mundo que habían superado los 100 años, quizás como una aspiración a la que sabía que no llegaría. Una película optimista que se resume en la frase que dice uno de los protagonistas: "La vida es un fenómeno maravilloso". 

OFICIAL LATITUD

Precisamente el Ferrocarril Central Andino de Perú es objeto central del documental Vida férrea (Manuel Bauer, 2022), ganador del Premio FIPRESCI en Visions du Réel 2022. A lo largo de este entramado de vías, los trenes que transportan su carga extraída de las minas situadas en las montañas, descienden 4.800 metros de altura hasta el Océano Pacífico, un trayecto que supone un difícil equilibrio por vías al borde de los acantilados, y que sirve como metáfora para establecer una radiografía del propio país, un Perú que tiene grandes riquezas mineras pero que carece de una industria que pueda aprovecharlas para su consumo. Esta road movie documental, comienza su viaje en Cerro de Pasco, a 4.380 metros de altura, donde ofrece el testimonio de Manuel Llanos, cuyo padre se trasladó en 1963 a Huancayo, una ciudad situada algo más abajo, para acabar su retiro en esta localidad en la que no es posible envejecer (la altura se convierte en un grave peligro para las personas mayores). El recorrido acompaña a los trenes de mercancías a 10 kms. por hora, en medio de montañas tan estéticas como peligrosas, pero también es un recorrido de testimonios, como el de Betty Oscanoa en La Oroya, a 3.729 metros de altura, la única que se refiere a la contaminación ambiental de las minas y las consecuencias del plomo en sus habitantes, incluidos los niños. No hay referencias directas a los desastres medioambientales que provoca la explotación minera, pero en las noticias que transmiten las emisoras de radio aún resuenan las consecuencias de la crisis que acabó en administración concursal de la compañía Doe Run Perú (DRP) en La Oroya.


El director Manuel Bauer (1975, Perú) sitúa el desarrollo de su documental alrededor de la celebración del Día Nacional de Perú, el 28 de julio, que rinde tributo a la Independencia del país, declarada por Don José de San Martín en 1821, y las proclamas patrióticas que suenan en las emisoras de radio contrastan con el trabajo de los ferroviarios, que Fernando Tovar, gerente del ferrocarril en Chosica, a 859 metros de altura, describe como una dedicación constante ("nosotros trabajamos 365 días del año, 24 horas al día"). El documental tenía un título provisional más amargo, El tren de los desamparados, que finalmente ha sido sustituido por el título final de Vida férrea, con su doble sentido sobre la dureza del trabajo en el ferrocarril y la representación de un país en constante estado de supervivencia. Las minas explotadas por la compañía norteamericana Doe Run acabaron, en algunos casos, compradas por sus propios trabajadores, algo parecido a la experiencia que tuvo Federico Cabeza en la ciudad de Lima, a 55 metros sobre el nivel del mar. Cocinero del centenario bar Cordano, uno de los más antiguos del centro de Lima, fundado en 1905, fue uno de los trabajadores a los que los propietarios originales traspasaron el negocio, que se convirtió en un restaurante gestionado por los propios empleados, y cuya puerta de entrada está situada justo enfrente de la antigua Estación de Desamparados, ahora sede de la Casa de la Literatura de Perú, que fue la estación original en la que desembocaban los trenes que provenían de Cerro de Pasco. El último testimonio es el de Victor Rostaing, en Callao, a nivel del Océano Pacífico, puerto de descarga de los minerales provenientes de las montañas para el mercado internacional. Ex-jugador de fútbol que participó en campeonatos americanos en los que jugaban Pelé o Menotti, recuerda los momentos de gloria, pero también el despilfarro de una buena paga que le hubiera servido para tener un retiro más desahogado. Es, también, una representación de un país que no ha sabido administrar su propio futuro, una radiografía crítica de Perú, pero igualmente una celebración de la resistencia.

En la película El vent que ens mou (Pere Puigbert, 2021), ganadora del Premio al Mejor Documental en la sección DOC. España de la SEMINCI de Valladolid, el paisaje protagonista es el del Ampurdán, el lugar donde creció el director. Conectado con sus primeros trabajos, especialmente con el cortometraje Intimitat compartida (Pere Puigbert, 2006), en el que también aparece su abuela en el entorno del Empordà, el director desarrolla la atención que suele dedicar a los pequeños detalles, a las acciones cotidianas de la vida, siempre dentro de un contexto natural que modifica el paso del tiempo, que ralentiza las acciones como una forma de conexión emocional con la condición humana como parte de un contexto. La película supone también un regreso a Ventalló, la localidad gerundense en la que se crió, y reivindica, en mitad de una sociedad que se mueve deprisa y se ensimisma en la mirada al futuro, una pausa para establecer un diálogo con la naturaleza, el sonido del viento y de las hojas de los árboles, la impregnación de sensaciones que no necesitan palabras. Hay tres protagonistas en esta mirada a los paisajes del Ampurdán: la abuela del director y su bisnieto representan el calor del hogar y de las actividades cotidianas. En el interior de una casa en la que por la noche se escucha el susurro del viento y el crujido de la madera, donde parece que hay una presencia invisible, la del marido ausente, apoyada en un sentimiento religioso: "Lo que más me ha ayudado en la vida es tener fe", dice la abuela. "porque siempre me he imaginado que tengo a mi marido a mi lado, y que me ayuda y que me sostiene para que no me caiga". 


Otro de los protagonistas, un veterano pastor, recorre las tierras del Ampurdán con el rebaño, mientras escucha música clásica en la radio, mirando al horizonte y reflexionando sobre lo pequeños que somos en comparación con el universo. La intimidad del hogar se amplía en la extensión del paisaje, rodado con una mirada cercana a la de directores como Abbas Kiarostami, una intención de observación que no deja escapar los detalles. Mientras que una joven agricultora poda las ramas de los manzanos para que "no le hagan sombra. Se trata de que entre luz en el árbol", estableciendo una secuencia de vida que es tan sencilla como trascendental, una consecuencia tras otra que la naturaleza convierte en motor de su existencia: "Si la luz no entra, no habrá flor. Y sino hay flores, no habrá manzanas". Este proceso de poda parece un gesto que conecta con la infancia del propio director Pere Puigbert (1983, Gerona), porque ya estaba presente en los primeros planos de Intimitat compartida. Los juegos del niño en el campo parecen también reflejar una cierta nostalgia de la infancia, subrayada por la música de Cesc Sidera, un compositor que suele experimentar con las sonoridades naturales para crear secuencias musicales. El viento que nos mueve contempla estos paisajes que abrazan a distintas generaciones a través de una representación de la cotidianidad en la que parece que el tiempo se detiene, y que tiene confesados referentes en el cine conceptual y sensorial de Margarida Cordeiro y António Reis, como Rosa de areia (1989). No hay elementos industriales en esta conexión, es una simbiosis directa entre el ser humano y la naturaleza, ampliada por el aullido del viento en un diseño de sonido creado por Pere Puigbert y Jonathan Darch. 

La película se estructura en torno a procesos de maduración, desde la poda hasta la recogida de las manzanas, o a pequeñas actividades del hogar, como cuando la abuela enseña a su bisnieto a partir nueces. Gestos que están siempre conectados con la tierra, que surgen del fruto que ofrece la naturaleza, y que también establecen una simbiosis con la propia vida que está por venir. El viento que nos mueve consigue establecer un vínculo entre los personajes que está mostrado con delicadeza, apareciendo en breves escenas que relacionan a los protagonistas: la oveja que pare en medio del campo y el embarazo de la joven agricultora, la abuela pelando manzanas en su casa, el vaso de agua en la mesa del hogar y el sonido del mar que siempre está presente en la lejanía... Es un trabajo de dirección sutil que establece conexiones entre diferentes generaciones y que encaja en el documental como podría encajar en la ficción, porque construye vidas propias a partir de las vidas que el director conoce. Hay una mirada universal que surge de la introspección local, y que representa la necesidad de mantener la esencia de los paisajes naturales, la conexión del hombre con la naturaleza sin elementos artificiales. 

El entorno que conforman los jardines del Palácio do Catete en Río de Janeiro es el trasfondo de una película sensorial, que hace de la música una conexión con el sentimiento de identidad brasileño. Paraíso (Sérgio Tréfaut, 2021) tiene como protagonistas a personas mayores que se reúnen cada noche para interpretar canciones tradicionales de la memoria musical de Brasil, y se detiene en esos momentos mágicos en los que estos cantantes no profesionales se convierten por unos minutos en referentes de la nostalgia a través de unas serenatas nocturnas con las que, de alguna forma, consiguen huir de la cotidianidad de una vida que ha sido, generalmente, difícil, casi de supervivencia. Aunque no hay un trasfondo de los protagonistas de la película, no tenemos información sobre su pasado ni siquiera en las breves entrevistas que ocupan parte del metraje, el director transmite a través de las pequeñas viviendas a las que les acompaña en algunos momentos que se trata de personas sencillas, que experimentan en sus encuentros musicales del Palácio do Catete un paréntesis que les une y les conecta con la idiosincrasia del carácter brasileño. 


Sérgio Tréfaut (1965, Brasil) se exilió de su país cuando en la década de los setenta su hermano sufrió torturas y fue asesinado, y acabó viviendo en Portugal, donde dirigió entre 2004 y 2010 el prestigioso Festival de Documentales DocLisboa. La relación con su país de origen es por tanto ambivalente, especialmente a partir de la presidencia de Jair Bolsonaro, con el que es muy crítico: "Brasil es un país en el que se practican crímenes de estado", decía en una entrevista en el periódico setenta e quatro (23/09/2021). Brasil se enfrenta a unas elecciones generales en octubre en las que el actual presidente ya ha intentado en varias ocasiones impedir que Lula da Silva pueda volver a presentarse como candidato. Y en cierta manera esta pesadumbre de un país que ha sido engañado permanece sobrevolando los momentos musicales en los que estos brasileños y estas brasileñas que han experimentado el desarrollo y el subdesarrollo a lo largo de sus vidas, regresan a la tradición de los relatos de historias de amor y desamor, de abandonos, traiciones y pasiones. Y que nos transportan a unas escenas que tienen algo de magia, de ese calor  emocional que provocan los intérpretes cuyas edades oscilan entre los 80 y los 100 años. Y que Sérgio Tréfaut interrumpe para devolvernos a la realidad por unos minutos, entre cacerolas y paredes descascarilladas. 

"Los que nacieron en los años 30 siempre tendrán presente esta música en sus recuerdos", comenta Mestre Rubinho, "porque se aferran a esos sentimientos. Las serenatas no morirán nunca".  Intérprete de la bandolina, y uno de los más jóvenes del grupo, Mestre Rubinho fue, sin embargo, el primero que murió a causa del coronavirus en abril de 2020, después de esperar varios días para ser atendido en el hospital. La pandemia no ocupa un espacio en la película, excepto para indicarnos que otros de los participantes de esas serenatas fallecieron posteriormente, y que el Palácio do Catete fue cerrado en febrero de 2020, aunque afectó directamente al rodaje de la película, que finalmente se montó con el material que estaba grabado. Pero la introducción de esta referencia final es una declaración que le otorga un carácter más político de lo que parece. Paraíso esconde una profunda ironía en su título, una reflexión sobre los espacios de evasión que son necesarios en un país que está gobernado por la confrontación. Y, por supuesto, se trata de una denuncia nada velada hacia los miles de muertos que ha provocado la actitud negacionista con la que Bolsonaro ha manejado la pandemia. La escena final con Mestre Rubinho y Nona Neném interpretando el clásico de Dolores Durán "A noite do meu bem" (1959) tiene un punto de melancolía y también de reencuentro entre generaciones, con una octogenaria cantando un tema compuesto por una cantante que tuvo una vida tan corta. Dolores Durán murió en 1959 de un infarto cuando solo tenía 29 años. Pero al menos resulta esperanzador saber que algunos de los participantes finalmente han podido ver la película, como Ilka, que tenía 100 años cuando participó en el rodaje. 

OFICIAL PANORAMA

La sombra de Bolsonaro también está presente en The territory (Alex Pritz, 2022), ganadora del Premio del Público y un Premio Especial del Jurado en Sundance, del premio al Mejor Documental en Seattle y de una Mención Especial en la sección F:ACT de CPH:DOX, se centra en la devastación del Amazonas, y viene avalada por el director Darren Aronofsky como productor. Lo cual es importante para difundir la tragedia del pueblo indígena Uru-eu-wau-wau, que ha ido siendo desplazado progresivamente hasta un pequeño territorio rodeado de plantaciones y deforestación en la región brasileña de Rondônia. El alcance del drama que han vivido desde que establecieron por primera vez contacto con la Fundación Nacional del Indio en 1981, un organismo del gobierno brasileño que debe proteger los intereses de las poblaciones indígenas, es que esta relación con el exterior provocó que su población se redujera de forma drástica debido a enfermedades y violencia, quedando tan solo, según se dice al comienzo del documental, unos 200 habitantes en un territorio supuestamente protegido. 


El documental narra la tragedia de este genocidio envuelta en la deforestación del Amazonas que tantas veces se ha mostrado en otros documentales, sin que aparentemente haya tenido demasiada repercusión. Pero consigue un relato íntimo haciendo partícipes a los propios indígenas, las generaciones más jóvenes que representa Bitaté, uno de los personajes en los que se centra la película, de forma que ellos también han realizado grabaciones y aparecen acreditados como parte del equipo técnico. El director Alex Pritz debuta en el largometraje después de haber trabajado como director de fotografía en documentales como When lambs become lions (Jon Kasbe, 2018) y The first wave (Matthew Heineman, 2021), sobre la pandemia del coronavirus, otra de las causas por las que recientemente han perdido la vida numerosos indígenas. The territory adopta las formas de un docu-thriller que tiene momentos de tensión pero en ocasiones enfoca la cámara de una manera casi poética en la vida minúscula de la selva amazónica. Pero hay secuencias que parecen fabricadas, como cuando Neidinha, una veterana activista por los derechos de los indígenas, recibe una llamada en la que le dicen que su hija ha sido secuestrada. Sin embargo, hay un planteamiento interesante en torno a cómo se ha creado un sistema tan corrupto que los propios habitantes de la selva se dedican a talar árboles de forma clandestina, mostrándonos el punto de vista de ellos o de Sérgio, un agricultor que tiene el imposible sueño de labrar algún día unas tierras propias mientras sobrevive trabajando para los latifundistas. 

Desde el punto de vista político, se transmite la idea de que el gobierno actual de Jair Bolsonaro ha impulsado la deforestación, pero es una mirada algo superficial a la problemática del Amazonas, al que Bolsonaro llamó "la misma bobada de siempre", aunque no se menciona que durante el mandato de Dilma Rousseff también una pasividad notable. La descreencia de la veterana Neidinha respecto a lo que puedan hacer los gobernantes sobre esta situación es más significativa que cualquier discurso televisivo en torno a las elecciones ganadas por Bolsonaro. La película gana en inmediatez e interés cuando se coloca en el punto de vista de los indígenas, especialmente en las imágenes grabadas por Tangae durante las patrullas organizadas por miembros de la población indígena para atrapar a los taladores clandestinos, enfrentamientos que resultan mortales como cuando uno de ellos es encontrado muerto en una cuneta. Lo mejor que transmite The territory es la lucha a vida o muerte entre la supervivencia y la extinción, pero no solo de los indígenas, aunque el futuro al que se enfrentan las nuevas generaciones no parece demasiado optimista. 

Estrenado en la pasada edición del IDFA, A marble travelogue (Sean Wang, 2021) también se ha programado en el Festival de Tesalónica, Docville y CPH:DOX, y ha sido seleccionado para la próxima edición de DocAviv 2022 que se celebra en junio, por lo que se trata de uno de los documentales que más recorrido está teniendo por festivales de cine este año. Como en su primera película, Lady of the harbour (2017), el director explora la relación entre China y Grecia, que se ha convertido en uno de los países donde las inversiones del país asiático se han diversificado más, llegando a comprar en 2016 el Puerto de Pireo, centro neurálgico de la entrada de mercancía internacional en Grecia. A través del viaje que realiza la piedra de mármol desde las canteras griegas hasta China, donde ésta se convierte en grandes esculturas para palacios o casas particulares, pero también en souvenirs que vuelven a Grecia para ser vendidos a los turistas, el documental resulta más interesante cuando reconstruye una cierta artificialidad que caracteriza esta relación comercial. Las primeras imágenes muestran las columnas griegas del Partenón, para revelarse sin embargo como una reproducción paisajística dentro de un parque acuático chino. Dos de las protagonistas son Marianna y Sofía, hermanas gemelas, hijas de un abogado chipriota, que hablan chino perfectamente y utilizan la artificialidad de las redes sociales para atraer turismo de China a Grecia. 


Hay un trabajo de composición de imagen absolutamente logrado en esta película que está dotada de una estética sobresaliente, incluso se agradecen algunos detalles cinéfilos como una referencia a una de las escenas más conocidas de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) cuando la cámara sigue a un niño en un triciclo por los pasillos del Mercado de Yiwu (Zhejiang), el principal mercado mayorista de productos pequeños del mundo, lo que otorga a esta gran mole de estanterías llenas de todo tipo de materiales una cierta atmósfera terrorífica. En Quyang, considerada como la capital china de la talla de piedra, el escultor Zhen Long (1966, China), uno de los maestros escultores más famosos del país, crea en su fábrica, una edificación hortera denominada Palacio del Arte y la Escultura, grandes figuras de mármol que en muchos casos se exportan a otros países, muchas de ellas réplicas de obras artísticas clásicas como la Venus de Milo o el David de Miguel Ángel. Curiosamente, se queja de que algunas obras suyas originales están expuestas en lugares públicos de Italia sin hacer referencia a su autoría. China tiene sus propias catedrales de Notre Dame, sus propias torres Eiffel, sus propias Acrópolis, que son réplicas artificiales enmarcadas en entornos nada favorecedores. A marble travelogue ofrece una visión incómoda en la que la presencia humana a veces parece empequeñecida, pero que en realidad muestra los peligros de la globalización y de la codicia incontrolada. Hay un tono casi fantasmal en la representación de estas imágenes, que está enfatizado por la fotografía de Xiao Xiao, Sean Wang y el español Carles Muñoz Gómez-Quintero, y el excelente diseño de sonido y música de Jeroen Goeijers. Esta característica permite que se pueda perdonar una estructura algo difusa, pero que construye una perfecta disección del poder acaparador del ser humano. 


The first wave se puede ver en Disney+. 


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