Nuestra tercera crónica del Festival Docsbarcelona 2022 tiene como protagonistas a las mujeres, no solo como personajes principales de experiencias diversas y en general difíciles, sino también como directoras, porque ellas son las responsables de la mayor parte de las películas de las que hablamos en esta ocasión. El trabajo de las mujeres realizadoras es especialmente difícil en algunos países. Hace unos días la Coalición Internacional de Cineastas en Riesgo (ICFR) denunciaba el arresto en Irán que sufrieron las directoras de documentales Mina Keshavarz, responsable de The art of living in danger (2020), que denunciaba la violencia doméstica aceptada en la sociedad iraní, y Firouzeh Khosravani, ganadora del Premio al Mejor Documental en IDFA 2021 por Radiograph of a family (2021). Ambas fueron detenidas el pasado 10 de mayo después de un registro de sus domicilios, y liberadas una semana después bajo fianza con la prohibición de salir del país e incluso trabajar durante los próximos seis meses, a pesar de que no se han levantado cargos contra ellas. Esta opresión ejercida sobre la libertad creativa de los cineastas es especialmente notable en el caso de las mujeres directoras, cuyas películas no solo son un reflejo de realidades complejas que viven sus protagonistas, sino una celebración de la capacidad para levantar la voz en circunstancias difíciles.
OFICIAL PANORAMA
La película que clausuró la sección ACID del Festival de Cannes 2021 es un retrato femenino de una adolescente y su madre que se ven amenazadas por la progresiva subida del nivel del mar en una isla de Costa de Marfil. Aya (Simon Coulibaly Gillard, 2021) también es uno de los títulos destacados de la sección Afroscope del 19 Festival de Cine Africano de Tarifa. FCAT, que se celebra entre el 27 de mayo y el 5 junio en la ciudad de Tarifa de forma presencial, y presenta una breve selección de películas en formato online a través de la plataforma Filmin. El director aborda una historia de ficción que describe la situación a la que se enfrentan poblaciones africanas afectadas por las consecuencias del cambio climático, literalmente inundadas por la subida del nivel del mar que no solo provoca la desaparición literal de la tierra sino también la escasez de agua potable. Las protagonistas son Aya (Marie-Josée Kokora) y su madre (Patricia Egnabayou) que habitan la isla de Lahou teniendo que enfrentarse a un destino inevitable. El mar es protagonista y antagonista al mismo tiempo, causa y efecto de un exilio obligado que sin embargo Aya no quiere afrontar. Es una adolescente alegre y despreocupada que pasa el tiempo junto a Junior (Junior Asse), mientras su madre la abronca porque no ha llevado nada de comer a su casa y no hace frente a una realidad que poco a poco se hará más presente.
El origen como documentalista de Simon Coulibaly Gillard, nacido en Bulgaria pero criado en Bretaña, que ha retratado el entorno africano en varios cortometrajes y mediometrajes, aporta un acercamiento que camina de forma equilibrada entre la ficción y el estilo documental. Es un cuento de crecimiento que se ha ido construyendo conforme se iba rodando, y que nos transporta a un lugar paradisíaco que se encuentra en riesgo de desaparición. Pero la decisión de Aya por permanecer en la isla no solo es una obstinación adolescente por no perder una vida despreocupada, sino que también responde a una profunda identidad personal que se resiste a abandonar el hogar. El conflicto entre la pretensión de la madre por huir como han hecho otras familias y la perseverancia de la hija por quedarse conforma la columna vertebral de una narración que está dirigida con delicadeza, con una hermosa fotografía y un diseño de sonido del propio Simon Coulibaly Gillard que captan la belleza de la costa africana. Pero Aya es, como decía, una historia de crecimiento, un coming-of-age que cambia la sonrisa radiante de la protagonista, un excelente debut de Marie-Josée Kokora, por una expresión seria que debe afrontar su destino. Los últimos minutos de la película, en los que Aya se "disfraza" perdiendo su naturalidad son un desgarrador reflejo de la pérdida de esa identidad a la que se aferraba.
La diseñadora finlandesa Maija Isola está considerada como uno de los referentes del diseño para estampados de las últimas décadas. Trabajó durante 38 años para la empresa de diseño finlandesa Marimekko y sus creaciones se hicieron muy populares en las décadas de los sesenta y setenta, especialmente cuando la primera dama Jackie Kennedy vistió algunos vestidos con sus diseños, que también tuvieron influencia en las portadas de discos de grupos como Led Zeppelin. Incluso el director alemán Fassbinder utilizó algunas de sus creaciones en la película Lola (Rainer Werner Fassbinder, 1981). Fallecida en 2001, la diseñadora finlandesa es el centro del documental Maija Isola (Leena Kilpeläinen, 2021), que tuvo su estreno en el Festival de Helsinki 2021. Se trata de un recorrido por la intensa trayectoria vital y profesional de una artista que quería dedicarse a la pintura pero a la que no se la tomaban en serio en los circuitos artísticos, a pesar de la influencia que hemos señalado de sus estampados y diseños para objetos del hogar y piezas de museo. Su intensa pasión por los viajes se describe a través de las cartas y los diarios que escribió, y de un archivo de radio en el que la propia artista hablaba sobre su infancia en el año 1992. Son casi todos fragmentos de audio que son leídos a lo largo del documental, ofreciendo una visión más personal, pero que le dan a la película una cierta factura estática, que la directora trata de solventar con imágenes de archivo que en muchos casos hacen referencia a la época más que a la propia representación de la artista en los lugares en los que vivió.
La única entrevista del documental la protagoniza Kristina Isola, hija de la artista, que co-escribió el libro Maija Isola: Life, Art, Marimekko (2005), que también ha servido de inspiración a la película. Kristina Isola también es diseñadora y estuvo trabajando durante muchos años en Marimekko, pero en 2013 tuvo que pedir una disculpa pública tras ser denunciada por plagio por la artista ucraniana Maria Prymachenko, abandonando la empresa. Maija Isola se beneficia de la posibilidad de disponer no solo de los diseños de la artista sino también de sus obras pictóricas, muchas de ellas relacionadas con sus estampados, y ofrece la posibilidad de conocer algunas de las influencias más personales en su obra, como el colorido de África o el impacto que produjeron en ella las formas de los robles cuando vivió en Estados Unidos. No estamos seguros de que la película realmente responde muchas de las preguntas que plantea sobre la personalidad de Maija Isola, pero es una aproximación interesante al trabajo de una artista cuyo reconocimiento ha sido internacional, y a sus propias preocupaciones interiores, como cuando describe en una de sus cartas a Barcelona como "una ciudad salvaje. No me atrevo a salir sola a la calle". Perjudicada por su concepción en formato televisivo, Maija Isola tiene una narrativa irregular a la que a veces no le favorece la presencia constante de la voz en off.
Pocas o casi ninguna noticia se ha tenido sobre la evolución de Afganistán después de la rendición de los países occidentales frente a la ofensiva talibán. El documental Oh dear Sara (Patricia Franquesa, 2021) se rodó poco tiempo antes de la retirada, y tiene como protagonista a Sara Bahai, quien se hizo popular en los medios de comunicación internacionales por ser la primera mujer taxista en Kabul. Pero la película la retrata, no solo como una anécdota en medio de una situación política inestable, sino sobre todo como una personalidad fuerte con una curiosidad que parece infinita, ávida por aprender oficios como pintura o albañilería mientras cuida a su madre y se dedica a las labores de la casa. Sara también debe afrontar la difícil situación personal de continuar siendo soltera a sus cuarenta años en una sociedad en la que es habitual contraer matrimonio muy joven. Hay una evidente fascinación de la directora catalana Patricia Franquesa por el personaje, y se nota en las largas tomas que le dedica, en la atención y la complicidad que tienen ambas a lo largo del documental.
Se trata de la primera película dirigida por Patricia Franquesa, que desde su productora Gadea Films, con sede en Barcelona, ha producido interesantes documentales como La Mami (Laura Herrero Garvín, 2019), y que actualmente desarrolla su nuevo proyecto, Ole mi coño (Patricia Franquesa, 2022). La directora adopta un estilo que pretende un acercamiento al personaje con la ruptura del montaje que muestra los momentos previos de una entrevista, que quiebra la invisibilidad de la cámara y que a veces pierde foco para recuperarlo y encuadrar el plano. Es una forma de eliminar la rigidez del estilo documental, de hacer presente a la cineasta como una compañera de viaje de la protagonista, como una mano tendida que parece querer demostrar una cercanía. Pero esta subjetividad perjudica a la narración y distrae del sujeto protagonista, ofreciendo una visión algo superficial. Tenemos la impresión de que las entrevistas no profundizan demasiado, quizás porque Sara Bahai no es especialmente elocuente, al menos delante de la cámara. Pero hay muchos aspectos de su vida que nos resultan desconocidos, y que ayudarían a conformar un retrato más complejo. Se apunta su relación complicada con los hermanos, que la han dejado sola cuidando a su madre, lo que contribuye aún más a su imposibilidad de desarrollar una vida afectiva. Pero solo es un retazo incompleto en el que también falta cierto contexto. Oh dear Sara ha contribuido al menos a posibilitar, con la ayuda del festival DocLisboa, que Sara Bahai pudiera salir de Afganistán antes de que el aeropuerto de Kabul se cerrara, y actualmente se encuentra refugiada en Portugal.
La película ganadora del Premio Teddy, dedicado a las películas LGBTQ+ de la sección Panorama del Festival de Berlín 2022, es una de las historias románticas más hermosas que hemos visto este año. Nelly & Nadine (Magnus Gertten, 2022) es un trabajo exquisito, rodado con elegancia, que tiene muchas cosas que decir sobre la convivencia en los campos de concentración, donde incluso puede florecer el amor, pero también sobre los secretos familiares y la forma en que éstos permanecen ocultos, física y emocionalmente, hasta que finalmente salen a la luz. Como afirma la escritora Joan Schenkar: "Socialmente, nada es real hasta que se expresa". La historia de Nelly Mousset-Vos, una cantante belga que fue detenida y llevada al campo de concentración de Ravensbrück, y de Nadine Hwang, hija del embajador chino en España que también fue detenida en París, nace del trabajo de investigación que ha desarrollado el director Magnus Gertten (1953, Suecia) a partir de unas imágenes de archivo que mostraban a cientos de prisioneras liberadas llegando al puerto de Malmö el 28 de abril de 1945. A partir de este material lleno de rostros sin nombre, el director ha tratado de dar una identidad a estas personas, trabajo que mostró en su anterior documental Every face has a name (Magnus Gertten, 2015), que se puede considerar un precedente de su última película.
Pero lo que consigue cuando desentraña los nombres y la relación entre Nelly y Nadine es una historia sobrecogedora sobre una relación amorosa nacida en un entorno tan terrible como un campo de concentración y que se desarrolló en secreto años después, cuando volvieron a reunirse y decidieron vivir juntas en Venezuela, alejadas quizás de un entorno familiar en el que no podrían actuar con libertad. La nieta de Nelly, Sylvie Bianchi, rescata la numerosa documentación que dejó su abuela, en la que está presente la relación amorosa que mantuvo con Nadine a través de manuscritos, cartas, una biografía que pensaba publicar y numerosas fotografías. Pero por alguna razón nunca ha conseguido profundizar en los textos: "Recuerdo bien haberlas abierto y empezar a leer, pero era demasiado difícil y tenía que parar", comenta Sylvie. Ella visitó en ocasiones a Nelly y Nadine en su apartamento en Venezuela, sabiendo que vivían juntas, pero siempre se les había dicho que eran primas. Y se convierte, en una inteligente decisión del director, en la protagonista que recorrerá diferentes lugares para ir descubriendo aspectos cada vez más sorprendentes de la vida de su abuela. Este proceso de descubrimiento que nos identifica con la nieta contribuye a hacer de esta historia una especie de thriller de investigación en el que los secretos van desvelándose lentamente, entre ellos cuál fue la verdadera razón por la que Nelly, una cantante de ópera reconocida, fue detenida.
Pero el director regresa en ocasiones a esa imágenes de archivo de 1945 y desvela algunos de los nombres y breves apuntes de las identidades de aquellas mujeres filmadas para la posteridad, como queriendo subrayar que la historia de Nelly y Nadine es la de muchas otras personas que sufrieron el horror de los campos de concentración. Porque, en cierto modo, ellas tuvieron el privilegio de pertenecer a familias de buena posición económica y conseguir una estabilidad profesional y personal que las mantuvo unidas hasta el final. Pero eso no impidió que se convirtieran en unas de tantas relaciones de amor que por su condición no podían ser expuestas públicamente. Las películas en Super-8 revelan sin embargo una relación afectiva estrecha, reuniones con amigos y una forma especial en la que Nelly era retratada por Nadine cuando ésta tomaba la cámara. Es sobresaliente en este sentido el trabajo de edición de Jesper Osmund, que combina pasado y presente, archivo y entrevistas con una delicadeza y una originalidad sorprendentes, aportando un ritmo reflexivo y melancólico, que subraya la espléndida banda sonora de la compositora noruega Marthe Belsvik Stavrum, hermosa y delicada. Nadine & Nelly es una película que plantea profundas reflexiones sobre la familia y la fragilidad de las relaciones, sobre el pasado y el presente, envuelta en una historia que provoca una gran emoción.
OFICIAL LATITUD
También hay un encuentro de nieta y abuela en La cocina de los hombres (Sílvia Subirós, 2022), que nace del visionado de imágenes de archivo en las que la directora vio por primera vez a su abuela, Anna Baret. Su vida ha permanecido en penumbra durante mucho tiempo, y todavía en la actualidad, Sílvia Subirós (1983, Figueras) no tiene demasiada información sobre ella, en contraste con la de su abuelo, Josep Mercader, un reconocido chef que desde la cocina del Hotel Empordà de Figueres (est. 1961) se convirtió en un referente de la gastronomía española. Pero esta "invisibilidad" de la abuela se convierte en una reflexión más general sobre el papel que a las mujeres se les ha negado en la alta cocina. Mientras que en el hogar la cocina era territorio eminentemente femenino, en los ambientes profesionales los fogones se convirtieron en dominio masculino. La tradición culinaria incluso distingue entre la cocina sabia (la de los profesionales reputados) y la cocina popular (la de las madres y las amas de casa, la del trabajo doméstico), estableciendo una frontera que hasta hoy día marca una preeminencia de los hombres sobre las mujeres.
La directora utiliza diferentes fuentes audiovisuales para establecer un diálogo entre el pasado y el presente, experimentando con formatos como el found footage y el montaje de archivos, las películas educativas en las que se establecía el lugar que ocupaba la mujer dentro del hogar, siempre con tiempo para atender a las labores domésticas y a la alimentación de la familia, y jugando con elementos como el collage. De forma que la película está continuamente en conversación directa con las imágenes que muestra, pero en un sentido inquisitivo al estilo del cine de Alain Berliner a través de una voz en off que plantea reflexiones constantemente, que no solo expresa afirmaciones sino que propone preguntas. Este puente narrativo desde los archivos familiares en S8 y 8mm hasta el cuestionamiento de una sociedad patriarcal consigue establecer un interesante equilibrio entre lo emocional y lo reflexivo. La directora reconoce referencias claras en cortometrajes documentales como Semiotics of the kitchen (Martha Rosler, 1976) y Saute ma ville (Chantal Akerman, 1971), lo que expresa bien el tono que aporta a su película. Es un trabajo notable que ofrece un relato fragmentario, en el que las líneas de tiempo se difuminan y la anacronía prevalece sobre la cronología, pero que consigue establecer una narrativa clara y reflexiva que parte de lo familiar para desembocar en lo universal.
DOC-U
Producida por La Fémis, la Escuela Nacional de Cine de Francia que preside el director Michel Hazanavicius, el cortometraje Amour en Galilée (Nader Chalhoub, Layla Menhem, 2021) ha sido premiado en Caracasdoc 2021 y participó en Clermont-Ferrand 2022. Utilizando la voz en off de la protagonista, Faten Chalhoub, cuenta su experiencia personal cuando a la edad de 28 años se sintió presionada para contraer matrimonio con un hombre al que apenas conocía. No se trata de una obligación impuesta por la familia, sino de un sentimiento de responsabilidad. Su hermana le dice: "No te enamores. La que se enamora se humilla y se conforma con poco. Es oprimida y reprimida. Tiene que ser un matrimonio de convivencia", estableciendo ya esa particular visión de un futuro sentimental inexistente. Pero Faten siente que no puede permanecer en esa mentira constante y decide divorciarse. Los directores Nader Chalhoub (1994, Túnez) y Layla Menhem (1994, Canadá) utilizan una planificación cerrada, que muestra solo fragmentos de fotografías y de la propia protagonista, imágenes incompletas que reflejan el sentimiento de una vida fragmentada . Y se abre en planos abiertos y expresivos que muestran la libertad de una decisión reflexionada, el regreso al Líbano como un encuentro con la identidad propia. Es un cortometraje construido de forma inteligente, que proporciona una imagen atípica de una mujer que toma las riendas de su propio futuro.
Un retrato diametralmente opuesto es el que propone Paola (Claudia Solano, Marta Martín, Daniel Rey, Pere Neila, 2021), desarrollado sobre una idea de Claudia Solano durante el primer curso del Grado en Cinematografía de la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña (ESCAC). La protagonista es Paola Muñoz, una joven que huyó de su novio y padre de su hija después de recibir maltrato cuando tenía 20 años, y que a los 23 ejerce como trabajadora sexual en Barcelona. El cortometraje acompaña a esta joven observando la relación con su hija y con un novio con el que acaba de comenzar una relación. Javi incluso ejercerá la prostitución para conocer de primera mano cómo es el trabajo de Paola, pero ni para uno ni para la otra es una decisión fácil de asumir. La película también trata de romper algunos tabúes sobre la prostitución, especialmente en el momento en el que Paola se une a un "encuentro de putas" en el que otras trabajadoras sexuales establecen un vínculo de apoyo y reivindicación de sus derechos. A lo largo de sus 30 minutos de duración, Paola ofrece una visión diversa pero cercana, cámara en mano, en torno al mundo de la prostitución, y un retrato íntimo de una joven que se enfrenta a una realidad marcada siempre por los prejuicios.
Aya se proyecta el 28 de mayo y el 3 de junio en Tarifa, y hasta el 5 de junio en Filmin dentro del FCAT.
Lola se puede ver en Filmin.
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