04 marzo, 2023

JFF+ Independent Cinema 2023 - Parte 1: Las nuevas perspectivas del cine japonés


Desde 2016 Japan Foundation ha venido organizando un Festival de Cine Japonés que se ha distribuido en numerosos países internacionales para ofrecer una selección de películas que se encuentran fuera de los circuitos comerciales. Fundada en 1972, la Fundación Japón tiene 25 oficinas en 24 países, entre ellas una en Madrid y entre sus actividades se encuentra este ciclo que ha ido aumentando progresivamente su difusión en diferentes países. Desde 2020, debido a la imposibilidad de ofrecer este circuito de forma presencial, el Festival de Cine Japonés también está disponible en streaming, ofreciendo dos períodos de proyecciones gratuitas que componen la selección completa de películas. El éxito de esta oferta virtual ha propiciado que, a pesar de haber recuperado las proyecciones en salas, se haya mantenido también su difusión en internet. A través de la página web dedicada al Festival de Cine Japonés, se puede acceder a estas películas de forma gratuita con subtítulos tanto en inglés como en español. 

La propuesta de este año se presenta en dos fases: la primera que ofrece una selección de seis títulos que comentamos a continuación, está disponible hasta el 15 de marzo. La segunda fase también ofrecerá seis películas que estarán disponibles desde el 15 de marzo hasta el 15 de junio, y a las que dedicaremos una próxima crónica. La web en la que se pueden ver estas películas también ofrece una interesante información sobre cada una de ellas y entrevistas realizadas a sus directores. La selección de estas doce producciones está realizada por los programadores de los denominados mini-teatros, pequeñas salas de cine que funcionan de forma independiente a la industria más comercial. Estas salas, cuya capacidad varía desde los 50 asientos hasta los 200 espectadores, acogieron entre los estrenos de películas que se produjeron en Japón en 2019, antes de la pandemia, a un 70% de ellas, lo que significa que, si no existieran, más de la mitad de las producciones realizadas en Japón no tendrían un espacio donde difundirse, ya que las grandes salas y multicines solo proyectan títulos comerciales. La función de los miniteatros o minicines en Japón es parecida a la que ejercían los antiguos cine-clubes o las actuales Filmotecas en España, lugares donde tienen cabida películas independientes, y que acogen también debates con sus directores después de las proyecciones. Esta es la primera selección de películas de esta edición del Festival de Cine Japonés 2023, que se pueden ver hasta el 15 de marzo. 





Double layered town / Making a song to replace our positions

Haruka Komori, Natsum Seo, 2021 | Documental | ★★☆☆☆


Los directores de Double Layered Town / Making a song to replace our positions (Haruka Komori, Natsumi Seo, 2021) toman como escenario la ciudad de Rikuzentakata, una de las afectadas por el terremoto y el tsunami de Japón de 2011, para construir a partir de su reconstrucción una serie de historias que mezclan el relato real de sus habitantes con los relatos inventados de cuatro jóvenes. El título del documental, que se podría traducir como "Ciudad de doble capa / Hacer una canción para reemplazar nuestras posiciones", ya ofrece una idea del grado de trascendencia que se le quiere dar a la película. En 2018 cuatro jóvenes viajeros se integran durante dos semanas en Rikusentakata y hablan con los vecinos de la localidad, que les cuentan sus experiencias durante el terremoto, y posteriormente narran lo que les han contado frente a la cámara.

La intención es filtrar las historias a través de las miradas de estos jóvenes, pero el resultado no es nada alentador, porque lo que tienen que aportar estas miradas que no han experimentado ninguna de estas realidades es escaso y poco interesante. Porque además va quedando cada vez más claro que en realidad estos cuatro jóvenes no han conseguido establecer una conexión emocional con los vecinos con los que han hablado, que comparten con ellos temas poco profundos (por ejemplo, uno de ellos no consigue que un hombre le hable de su hijo, fallecido en el terremoto). Y su actitud está tan envuelta en trascendencia vacía que sus intervenciones, ya sea en largos paseos por una ciudad vacía o en la interlocución con la cámara, acaban resultando soporíferas. A lo largo del documental se inserta el relato "Double Layered Town", una historia de ficción que se desarrolla en el año 2031, según la versión de cada uno de los cuatro jóvenes. Puede parecer una propuesta pretenciosa, y efectivamente lo es. Porque hay una intencionalidad de profundidad narrativa que acaba resultando pedante y ahogando el posible interés que pudiera tener la propuesta. Lección aprendida: cuando los japoneses se ponen intensos, hay que salir huyendo.

Hottamaru days

Nao Yoshigai, 2014 | Videodanza | ★★★☆☆


Al comienzo de este cortometraje, la directora recomienda que el espectador utilice auriculares con un volumen alto y que apague las luces para crear un entorno de intimidad con la historia. Manos a la obra, nos colocamos los auriculares, subimos el volumen y nos disponemos a establecer esa conexión íntima con una propuesta que, efectivamente, incide en la sonoridad de las bailarinas, especialmente en aquellos leves rumores que surgen de la piel acariciándose, de las manos rozándose y de la respiración susurrada. Se trata de la primera pieza audiovisual de la directora y coreógrafa Nao Yoshigai (1987, Japón), que posteriormente fue seleccionada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes por su corto Grand bouquet (2019) y en el Festival de Rotterdam por Shari (2021). Sus obras suelen estar rodeadas de un toque de fantasía que ya está presente en Hottamaru days (Nao Yoshigai, 2014), protagonizada por cuatro hadas que habitan una casa tradicional donde la protagonista, la compositora y cantante Satoko Shibata, que acaba de lanzar su último álbum Bochi Bochi Galaxy (2022, Ideal Music), ensaya canciones que compuso expresamente para la película. En este espacio de fantasía, las hadas invisibles que comparten el espacio de la artista, bailan entre ellas y recogen los detritos corporales humanos, como pelos, uñas o piel, una forma de conexión con el mundo real, mientras absorben su olor y su respiración cuando duerme. La palabra "hottamaru" es una expresión inventada por la directora, que proviene de la unión entre los términos japoneses "hotteoku (ほっておく)" (dejar algo como está) y "tamaru (貯まる)" (acumular), adquiriendo el significado de "las cosas que se dejan para acumularse". Nao Yoshigai rodea a esta casa tradicional de un tono de fantasía a través de una coreografía que se expresa desde el contacto y el roce de las pieles, formando una especie de núcleo que quiere ser compacto. Hay algunos momentos especialmente mágicos, como una pieza de danza que se desarrolla en medio de la humareda provocada por los palillos de incienso, y casi es posible ser partícipes de ese olor que envuelve la atmósfera nebulosa. 

En la bañera, descubren a una hermosa joven, interpretada por Lisa Oda, a la que hemos visto en la serie de películas que comenzó con The confidence man JP: The movie (Ryô Tanakan, 2019) y en la serie de terror Othello (2022). Ella habita en el agua, como si se tratara de una especie de líquido amniótico que le permite sobrevivir en un estado que se encuentra en el término medio entre ser un hada y un ser humano. Pero cuando las otras hadas arrojan los detritos al agua, se produce una especie de renacimiento a través del que la joven adquiere una forma cercana a la humana, y celebra su condición bailando en el exterior, en una hermosa pieza, la única que se desarrolla fuera de la casa, en la que se agita con saltos y movimientos extremos: "Yo quería que expresara la sensación de la menstruación", comenta Nao Yoshigai, "cuando alcanzamos la feminidad y por tanto es algo que hay que celebrar pero al mismo tiempo no se trata de una alegría total, sino que también hay una sensación de tristeza, de pérdida". A través de la sonoridad de los cuerpos y la atmósfera de intimidad que se establece en la película, se transmite una experiencia que resulta atractiva e intrigante al mismo tiempo. Los sonidos fueron creados con efectos de sala en el estudio de Kitada Masaya, quien ha trabajado en películas como El castillo ambulante (Hayao Miyazaki, 2004). Pero para alcanzar el tipo de sonoridad que la directora pretendía, ella misma interpretó los movimientos junto a otra bailarina. Hottamaru days es una propuesta singular que equilibra la belleza de la danza con el tono de fantasía, logrando una experiencia especialmente mágica. 

Dryads in a snow valley

Shigeru Kobayashi, 2015 | Documental | ★★★☆☆


Ambientado en una pequeña comunidad en la prefectura de Niigata, en el centro de Japón, el documental Dryads in a snow valley (Ninfas de un valle nevado) (Shigeru Kobayashi, 2015) habla sobre la vida rural en armonía con la naturaleza, aunque ésta a veces resulte desafiante. Los habitantes de la región de Hokuriku se dedican principalmente a la elaboración de sake y a los arrozales, conformando el centro neurálgico de la idiosincrasia japonesa, pero también se enfrentan a inviernos muy duros en los que las nevadas pueden llegar a depositar nieve hasta más de 3 metros de altura. En cierto modo, esa España vaciada de la que se habla habitualmente es también una representación de la emigración interior que se ha producido en muchos países, con el progresivo envejecimiento de la población rural. Pero el director Shigeru Kobayashi (1954, Japón), que vivió su infancia precisamente en la prefectura de Niigata, adopta sobre todo el punto de vista de quienes se trasladan desde las grandes ciudades a estas pequeñas poblaciones o de quienes regresan después de algunos años. El protagonista principal es Kogure Shigeo, un reportero gráfico que decidió abandonar Tokio junto a su esposa para vivir en esta zona rural, a pesar de la dureza de las condiciones de vida. Pero en este caso el recibimiento del foráneo es muy diferente al de la película As bestas (Rodrigo Sorogoyen, 2022). El director quiere mostrar el sentido de camaradería que se produce entre sus habitantes, que se ayudan mutuamente para recoger la cosecha de arroz o para realizar arreglos en las casas tradicionales. 

En noviembre, justo después de la cosecha y antes de que se produzcan las primeras nevadas, los aldeanos colaboran juntos en la reparación de los techos de paja de sus casas, recogiendo pasto semiseco que ayudará a reforzar los techos para que resistan las pesadas capas de nieve. Uno de ellos afirma: "Tenemos muchas discusiones, pero es más divertido trabajar juntos". Este sentido de comunidad es una de sus características principales, que también se pone de manifiesto en las reuniones que organizan para celebrar acontecimientos como el final del invierno o la reparación de una casa, o cuando se agrupan para recolectar hongos. La película tardó cinco años en rodarse, y en mitad de la filmación ocurrió el catastrófico terremoto y tsunami del 11 de marzo de 2011, el más potente sufrido por la isla hasta la fecha. Sin embargo, no se muestran directamente las consecuencias de este desastre natural en la región: "Unos días después del 11 de marzo supimos que la casa de Kogure, donde habíamos estado filmando, se había derrumbado", afirma Shigeru Kobayashi. "Fue catastrófico. Ferrocarriles hundidos, corrimientos de tierra y ciudades enteras destruidas. Pero decidí no filmar ninguno de estos daños. No quería que mi película fuera sobre el terremoto." Es una decisión acertada, porque seguramente la película habría cambiado su perspectiva radicalmente, aunque sí se muestran escenas en las que el protagonista, ayudado por otros vecinos, realiza trabajos de reparación en su casa visiblemente afectada. 

Dryads in a snow valley no solo se centra en Kogure Shigeo, sino que también habla con otros habitantes de la zona que han regresado, como una anciana cuyo testimonio resulta algo perturbador pero claramente significativo de la posición de la mujer en estas zonas de Japón. En su relato, deja claro que fue obligada a casarse con su marido, y cuenta cómo ella trabajaba en Tokio pero su familia la engañó haciéndole creer que su madre se encontraba en coma para que regresara al pueblo. Cuando volvió, su madre no estaba enferma, pero sus familiares le insistieron en casarse con el hombre que ha sido su marido durante todos estos años. Hay un lamento claro en la conversación, y su expresión cuando le preguntan si ha sido feliz en su matrimonio no necesita palabras para reflejar un sentimiento de frustración por no haber podido cumplir sus expectativas de vida. También regresan por unas horas antiguos habitantes de la zona que viven en las grandes ciudades, para acompañar a sus familiares o para visitar sus tumbas. Una mujer que ya no tiene familia, sigue regresando para homenajear a sus padres, y se lamenta de que cada vez el pueblo está más cambiado. La vida y la muerte son elementos que coexisten no solo en el envejecimiento progresivo de la población, aunque hay nuevos vecinos jóvenes que han decidido trasladarse desde las grandes urbes, sino también en ese equilibrio con la naturaleza y el uso que el hombre hace de ella, como cuando se sacrifica a una cabra (escena que el director evita mostrar) para que sirva de alimento en una cena especial: "Disfrutemos de la comida como señal de respeto", dice una mujer. El documental a veces se extiende demasiado, pero despliega algunos momentos de particular conexión con el protagonista, como en una significativa escena en la que durante varios minutos asistimos al rito del desayuno con Kogure y su esposa. Es un largo plano fijo que se rodó casi por casualidad, sin estar el director presente, solo con el director de fotografía y el sonidista que se habían quedado toda la noche para filmar una nevada que finalmente no se produjo. Así que decidieron rodar este hermoso momento de intimidad a las 4 de la mañana, cuando los aldeanos se levantan para comenzar su jornada laboral en los arrozales. Una escena que muestra de un modo simbólico el lento pasar del tiempo entre el crepitar de la hoguera, reflejando otra forma diferente de abordar la vida. 

Wonderwall: The movie

Yûki Maeda, 2020 | Ficción | ★★★☆


Esta película comienza como si estuviera preparando una historia romántica, con dos miradas silenciosas entre los jóvenes Kôsuke (Satoshi Nagazaki) y Kaori (Riko Narumi) mientras la voz del narrador afirma: "Fue entonces cuando comenzó el amor". Pero el desarrollo de la historia revelará que las apariencias pueden ser engañosas, y que ni siquiera ellos son los verdaderos protagonistas. Entre los estudiantes, portando una cámara de video, el director se centra en Kewpie (Ren Sudô), que será quien en parte contará las vicisitudes de un grupo de estudiantes universitarios que habitan el dormitorio Kanoe, un antiguo edificio que tradicionalmente ha sido utilizado como una residencia de estudiantes autogestionada, pero que ahora quiere ser derribado por la Universidad para construir una zona de apartamentos más moderna. Wonderwall: The movie (Yûki Maeda, 2020) es una versión cinematográfica de la serie Wonderwall (NHK BS, 2018), una ficción modesta producida por la televisión pública de Japón que consiguió sin embargo una amplia resonancia a través de las redes sociales. La película habla sobre las barreras que nos separan, como una especie de obstáculo para la comunicación intergeneracional. "El muro de Berlín, que dividía el este del oeste, cayó en 1989. Entonces, solo quedaban 16 muros fronterizos en el mundo. En 2018, contando los que se están construyendo, hay más de 65". Esta constatación de que la sociedad ha ido dando pasos hacia atrás en un progresivo proceso de incomunicación desde que se disgregaron las separaciones geopolíticas, es uno de los temas fundamentales de una historia a la que la reconocida guionista Aya Watanabe aporta una perspectiva más amplia. Su escritura certera lanza reflexiones en torno a cómo ha cambiado la sociedad japonesa desde que se construyera el dormitorio de Konoe en 1913, convertido desde los años sesenta en una zona de residencia para estudiantes que mantiene buena parte de su esencia. Kioto está considerada como una de las ciudades más antiguas de Japón, pero al mismo tiempo acoge a más de 30 universidades, creándose una particular convivencia entre su aspecto tradicional y el espíritu moderno que aporta su población mayoritariamente universitaria. 

De hecho, Wonderwall: The movie conecta con la primera película escrita por Aya Watanabe, Josee, the tiger and the fish (Isshin Inudô, 2003), que también estaba protagonizada por un estudiante universitario y que la encumbró como una de las más reconocidas guionistas de Japón. El otro protagonista/narrador de la historia es Masara (Kazutaka Mimura) quien se convertirá junto a Kewpie en el impulsor de la resistencia estudiantil cuando los líderes que tenían comienzan a retirarse, contagiados por una cierta frustración. Esta condición inconformista, que revela una juventud que se enfrenta a los poderes fácticos, representados en una administración que separa sus oficinas para evitar el diálogo, propulsa la trama con contundencia. En una de las reuniones con los responsables de la Universidad, los estudiantes consiguen demostrar que el edificio de madera está más preparado para resistir los terremotos que las construcciones de hormigón que proyectan edificar. Y ese caos de habitaciones llenas de colchones en el suelo y libros en todos los rincones,  ese "desorden ordenado" que sin embargo se sustenta en un espíritu de convivencia y comunidad, está bien reflejado por el director Yûki Maeda (1993, Japón), que tiene la misma edad que los protagonistas, a través de una utilización ágil y sinuosa de la cámara que se desplaza por los pasillos y los dormitorios de una escenografía que convirtió una antiguo colegio en la recreación de la residencia. La película transmite un espíritu de libertad que se enfrenta a las barreras establecidas por la administración, y lo hace con habilidad y con una profunda inmersión en el sentido de colisión que provoca una generación idealista y quizás algo utópica. Ese caos frente al orden establecido está representado en la escena final, cuando un grupo de estudiantes interpreta la música de Taisei Iwasaki en una especie de charanga que transmite optimismo.

Somebody's flowers

Yôsuke Okuda, 2021 | Ficción | ★★★☆


Hay algunos temas importantes que se abordan en esta película y que conectan con un sentimiento trágico en los personajes, unos por ser víctimas de un accidente y otros por llevar consigo un sentido de culpabilidad del que no pueden desprenderse. Nacida de la propia experiencia del director Yôsuke Okuda (1986, Japón) cuando perdió a un familiar en un accidente de coche, la historia trata de colocarse, sin juzgar a sus personajes, en la perspectiva de quienes han sufrido la pérdida y de quienes han provocado esa pérdida. Esta posición equidistante que trata de evitar con buen criterio la dicotomía entre lo que está bien y lo que está mal desemboca en un resultado que se siente algo difuso, como si realmente no tomar partido perjudicara a la propia historia. Pero Somebody's flowers (Yôsuke Okuda, 2021), estrenada en el Festival Internacional de Tokio, se puede considerar como una propuesta valiente. En este caso, no se centra en un accidente de coche, aunque la mayor parte de los familiares que aparecerán en una sesión de terapia sí han sufrido las consecuencias de accidentes automovilísticos. Se trata sin embargo de una muerte más absurda, cuando un hombre que acaba de mudarse a un complejo de apartamentos termina inconsciente después de que una maceta cae en su cabeza desde un balcón. Esta forma tan insólita y aleatoria de morir refuerza por otro lado la idea de fragilidad de nuestras vidas, como cuando uno de los protagonistas afirma: "Aunque no quiero suicidarme, sinceramente espero morir joven". 

Takaaki (Shinsuke Kato) es un soldador que aún mantiene la herida psicológica por la muerte de su hermano en un accidente de tráfico, y que convive con su madre, interpretada por la veterana actriz Yoshiyuki Kazuko, que fue protagonista de El imperio de la pasión (Nagisa Ôshima, 1978) y con su padre (Chôei Takahashi), quien sufre demencia. Esta idea de no llegar a una vejez en la que la memoria se pierde dentro de los límites de la enajenación, proviene precisamente de esa convivencia constante con un padre que necesita una vigilancia continua (la primera vez que le vemos está a punto de ser atropellado). Cuando se produce el aparatoso accidente que parece provocado por una maceta mal colocada en el balcón de un vecino durante un día de fuerte viento, Takaaki comienza a tener un sentimiento de culpabilidad por haber dejado a su padre solo en casa mientras él se había marchado a jugar. El fallecido acababa de mudarse a ese complejo de apartamentos en el que la privacidad no parece posible, con unos balcones mirando hacia otros, en una especie de panal en el que se necesita la renuncia a la intimidad para una convivencia adecuada. La esposa (Misa Wada) del fallecido y su hijo Sato (Ohta Ruse) afrontan esta pérdida absurda con determinación. Pero la cuidadora del padre de Takaaki, Satomi (Honoka Murakami), sospecha que el accidente pudo haber sido provocado. 

Entre este conjunto de personajes, Yôsuke Okuda explora la pérdida, la culpa y el envejecimiento, centrándose sobre todo en la relación entre Takaaki y Sato. De hecho, la perspectiva de la cámara se sitúa en dos planos diferentes, dependiendo del protagonismo de uno u otro, adoptando en muchas ocasiones el punto de vista del niño, como en el funeral de su padre en el que el vecino que ha sido acusado de haber provocado el accidente es increpado cuando solo trataba de pedir perdón. Una de las secuencias más interesantes se desarrolla durante una sesión de terapia a la que asiste Takaaki y que está protagonizada por actores y actrices que realmente perdieron a familiares suyos en accidentes de tráfico. Las diferentes percepciones sobre cómo se afronta el sentimiento de rencor y justicia hacia los culpables de esos accidentes se expresa en intervenciones que surgieron de una grabación anterior en la que los intervinientes hablaban desde su experiencia personal (y que en parte está introducida por el director a lo largo de la película). Pero no solo se habla de esta idea de justicia, sino también del concepto de perdón, lo que explica en parte por qué los padres de Takaaki nunca acudieron a esas sesiones. Aunque a veces da la impresión de que Somebody's flowers quiere abordar demasiados temas, su planteamiento y su desarrollo resultan ser una aproximación muy certera hacia la pérdida en una sociedad en la que predomina sobre todo el sentimiento de indignación como una forma de afrontar los traumas. 

Leaving on the 15th spring

Yasuhiro Yoshida, 2013 | Ficción | ★★★☆


Esta película se enmarca dentro de ese tipo de dramas familiares sosegados característicos del cine japonés que establecen las historias de los personajes en un entorno de belleza natural, y que el director Yasuhiro Yoshida (1979, Osaka) de alguna manera ha repetido en su último largometraje, Railways (2018), aunque en este caso sustituyendo un espacio concreto por un viaje a través de las antiguas líneas de ferrocarril. Es evidente su interés por las zonas más rurales de Japón, que también se representan en el escenario de Leaving on the 15th Spring (2013), que se puede ver ahora en este ciclo de películas independientes. La historia se sitúa en la isla de Minami-Daito, una de las muchas que rodean a Japón y que suelen ser lugares desconocidos para la mayoría de la población japonesa, a 360 km. al Sur de la isla principal de Okinawa. Con una antigüedad milenaria, estas islas sin embargo están habitadas solo desde hace unos cientos de años, y sus habitantes se dedican principalmente a la plantación de caña de azúcar y a la pesca. Esos son precisamente los trabajos de Toshiharu (Kaoru Kobayashi), el padre de una familia de cinco miembros junto a su esposa y sus tres hijos. Pero la protagonista es Yuna, interpretada por la entonces debutante Ayaka Miyoshi que más tarde acabó siendo una de las protagonistas de la serie Alice in Borderland (Netflix, 2020-). Ella está a punto de alcanzar la adolescencia y tiene que prepararse para seguir estudiando lejos de su hogar, porque la isla no dispone de centros de enseñanza secundaria. Durante el último año antes de su partida, se enfrenta además a la ruptura de su familia, cuando su madre Ruriko toma la decisión de separarse de su marido e irse a trabajar a la isla principal. El personaje de la madre está interpretado por la veterana actriz Ryōko Tateishi, que falleció debido al cáncer en 2020 a la edad de 68 años. 

La película plantea constantemente esta dicotomía entre la vida en una isla apartada que está rodeada de una gran belleza natural pero que no dispone de demasiadas comodidades, frente a la emigración de sus habitantes hacia lugares más centralizados. Y crea de forma muy certera esta sensación de abandono, incluso de una manera cercana a lo trágico, a través de la experiencia de Yuna, no solo por tener que tomar la decisión de marcharse también, dejando a su padre solo, ya que su hermana y su hermano se han marchado con su madre, sino porque esta ruptura coincide precisamente con uno de los momentos más difíciles de la adolescencia. Durante este último año en el que se desarrolla la película, Yuna incluso llega a tener una tímida relación sentimental que le hace poner en duda algunas cosas importantes. El director consigue crear ese sentimiento de comunidad del que hablábamos en una reseña anterior, cuando la primera media hora de la película se desarrolla durante un torneo deportivo entre dos islas tradicionalmente rivales, pero que se convierte en realidad en una celebración de la convivencia a pesar de las distancias. Hay un trabajo exquisito de representación de la identidad propia, a través de un reflejo especialmente adecuado de los paisajes al mismo tiempo que se revela el interior de los personajes, como en las escenas en las que Yuna mira a su padre desde la distancia, o en las que le ayuda a recoger la cosecha. Precisamente el veterano y reconocido actor Kaoru Kobayashi hace un excelente trabajo de creación de un personaje que apenas tiene diálogos, pero que se expresa con rotundidad a través de su mirada, un agricultor taciturno que algunas noches trata de olvidar el abandono de su esposa a través de las borracheras. 

La música juega un papel fundamental en la película porque es la expresión de la idiosincrasia de la isla. Por eso la ceremonia de despedida de Yuna tiene como elemento central una canción que debe escribir ella para expresar sus sentimientos hacia el lugar que deja atrás: "Esta isla está grabada en mi corazón". Y que tiene que interpretar tratando de no caer en la emoción, a pesar de que es una escena, que se rodó al final de la producción con habitantes reales de la isla como espectadores, que transmite una emoción especial. Es curioso comprobar cómo esta película mantiene diez años después de su estreno la sensibilidad en el dibujo de sus personajes, y cómo persiste su capacidad para reconstruir el sentimiento de comunidad en lugares tan desconocidos.  


JFF+ Independent Cinema se puede ver gratuitamente hasta el 15 de marzo.

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Películas mencionadas:

El castillo ambulante se puede ver en Netflix.
El imperio de la pasión se puede ver en MUBI.


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