Nuestra tercera crónica de CPH:DOX 2023 se centra en tres documentales destacados que desprenden una cierta sensación de melancolía, bien a través de historias del pasado con trasfondo insólito, bien en torno a un presente que parece orwelliano, en el que la vigilancia se convierte en el factor decisivo para el control de los ciudadanos, o simplemente desde una mirada observacional que tiene como eje central un sentimiento característico de la personalidad escandinava.
El hecho de que nuestros movimientos y hábitos estén sometidos a escrutinio constante a través de nuestra interacción con los dispositivos móviles es algo que tenemos asumido como inevitable en una sociedad que está cada vez más conectada tecnológicamente. Cada pulsación provocada por una decisión determina la forma en que se recopilan nuestros datos y el acceso que las empresas de tecnología tienen a nuestras vidas personales. Cada orden que damos a Alexa o Siri es recopilada en una base de datos sobre la que no tenemos demasiado poder de decisión. Pero que los gobiernos utilicen esta posibilidad de recopilar información para ejercer un control sobre determinados sectores incómodos de la sociedad es lo que resulta más escalofriante, y lo que convierte a Phantom Parrot (Kate Stonehill, 2023) en un documental imprescindible para entender a qué tipo de vigilancia real estamos sometidos. Al comienzo de la película, asistimos a un programa de entrenamiento de la empresa Magnet Forensics, que desarrolla softwares de investigación digital para clientes privados y gubernamentales, herramientas para el análisis de dispositivos electrónicos, donde el instructor explica una teoría que parece sensata: "Las normas del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología dicen que debemos ser mínimamente invasivos. No dice que no podamos ser invasivos. Debemos ser mínimamente invasivos para preservar los derechos de las personas." El problema surge cuando son las propias leyes las que permiten una excesiva invasión en la privacidad de los ciudadanos.
Con un formato de investigación que mantiene constantemente la atención del espectador, la directora Kate Stonehill elabora una inquietante reflexión sobre los límites de los sistemas de vigilancia, centrándose en la aprobación del Anexo 7 de la Ley de Terrorismo de Reino Unido aprobada por el partido laborista en el año 2000, con un solo voto en contra. Y resulta especialmente significativo que este anexo ya estuviera aprobado antes de que se produjeran los ataques del 11-S, permitiendo a la policía retener a un ciudadano en puertos y aeropuertos durante seis horas para interrogarlos, pudiendo solicitar el acceso a sus dispositivos electrónicos. Lo que hace el Anexo principalmente es dar a la policía la capacidad de arrestar a una persona que se niegue a proporcionar las contraseñas de su móvil o portátil. Pero, tratándose de una medida enfocada a los posibles sospechosos de terrorismo, ha acabado siendo una patente de corso para efectuar retenciones premeditadas de británicos de origen árabe y de periodistas o activistas especialmente relevantes. Phantom Parrot se centra en Muhammad Rabbani, director de la organización no gubernamental CAGE, dedicada a asesorar a personas afectadas por la guerra contra el terrorismo, como Ali Al-Marri, un residente estadounidense procedente de Qatar que pasó ocho años en prisiones de Estados Unidos sin ser acusado de ningún delito y denunció torturas por parte de agentes del FBI, proporcionando nombres y documentos que probaban que sus derechos habían sido conculcados. Cuando regresaba de Qatar, Rabbani fue retenido en el aeropuerto y se le solicitó las contraseñas de sus dispositivos móviles, a lo que se negó, afirmando que contenía información sobre otras personas que no podía compartir, por lo que se le acusó oficialmente según el Anexo 7, con la posibilidad de ser condenado varios meses de prisión.
En el juicio posterior la policía reconoció que no había sido un interrogatorio aleatorio sino que Muhammad Rabbani había sido seleccionado, lo que refleja la forma en que el Anexo 7 puede ser utilizado para enfocarse en activistas incómodos. Su interrogatorio en el aeropuerto se muestra a través de una animación digital con siluetas y voces generadas por ordenador, lo que proporciona un tono casi orwelliano a la historia. Pero el caso de Rabbani sirve también para ampliar la mirada de forma inteligente hacia la revelación que proporcionaron los datos compartidos por Edward Snowden en torno a la NSA, en los cuales se ponía de manifiesto la existencia de un programa secreto del gobierno británico, denominado Phantom Parrot, que les permite rastrear dispositivos electrónicos y recopilar sus datos sin conocimiento de los afectados. Y en este punto el documental se conecta de forma clarificadora con la película Citizenfour (Laura Poitras, 2014) en el que se describían las revelaciones del ex-consultor Edward Snowden, o con el interesante Ithaka (Ben Lawrence, 2021), sobre la persecución del activista Julian Assange. Todos ellos reflejan un estado de control y vigilancia que proviene de los propios gobiernos y que convierten a los ciudadanos en culpables desde el primer momento. Volviendo a las sesiones de entrenamiento de Magnet Forensics, otro de los instructores afirma: "Mucha gente está preocupada por el gobierno. Algunos piensan que no debería tener acceso a nuestra información. Pero lo que puedo afirmar es que solo buscamos información específica relacionada con el crimen. Si es un caso de fraude, puedo acceder a tu información financiera, tus movimientos bancarios, tus cartera digital de criptomonedas... Pero no voy a mirar tus fotos personales. Si no es información relevante, no nos importa". El grado de credibilidad de esta afirmación puede ser puesta en entredicho, porque en 2022 el gobierno británico extendió el Anexo 7 a refugiados e inmigrantes que llegan en pateras.
La figura del artista Edvard Munch (1863-1944, Noruega) está viviendo en los últimos meses una cierta recuperación no solo por la inauguración en 2021 del nuevo Museo Munch, a la que dedicamos una entrevista con el arquitecto español Juan Herreros, en nuestro podcast El ojo Inquieto, cuyo enlace podéis encontrar en la columna de la derecha, sino también por el estreno reciente de la película Munch (Henrik Martin Dahlsbakken, 2023), que a España llegará este mes de abril a través de la plataforma Filmin. Para los interesados en la figura de este pintor polifacético y atormentado, es muy recomendable el extraordinario documental-ficción Edvard Munch (Peter Watkins, 1974) una de las producciones más interesantes como renovación de la narrativa documental en la década de los setenta, aunque no está disponible en España. Su obra más internacionalmente conocida es "El grito" (1893), considerada como una de las piezas claves del expresionismo, inspiradora incluso de un emoji, pero también rodeada de un cierto malditismo ya que ha sufrido dos robos en los dos museos previos en los que se ha exhibido: en la Galería Nacional en 1994 y en el antiguo Munchmuseet en 2004, donde fue robado a punta de pistola. El documental The man who stole the scream (Sunshine Jackson, Nigel Levy, 2023), que se ha estrenado en una sesión especial, se centra en el primer robo, uno de los más insólitos de la historia de las sustracciones a obras de arte, y cuenta sobre todo con la participación del ladrón, Pål Enger, así como de la mayor parte de los implicados en la investigación, incluidos agentes especiales de Scotland Yard.
La película, producida por el reconocido cineasta Asif Kapadia, ganador del Oscar por el documental Amy (2015) y director de otros títulos relevantes como Senna (2010) y Diego Maradona (2019), se sostiene en la entrevista concedida por Pål Enger, un entrevistado sin embargo no demasiado confiable, porque aporta declaraciones que a veces suenan a justificaciones o directamente relatos que tergiversan la realidad. De hecho, una de las principales decepciones es la de no haber podido contar con Bjørn Grytdal, cómplice de Enger desde que ambos robaban cuando eran jóvenes, que fue absuelto en el juicio por el robo del cuadro, ni de Jan Kvalen, el principal testigo de la policía contra Pål Enger, puesto que ambos rechazaron participar en la película. De forma que el documental asume el relato unidireccional para construir una entretenida aunque poco inventiva descripción de los hechos que se basa en las entrevistas a algunos de los que estuvieron de una u otra forma envueltos en la trama, desde un marchante de arte hasta los investigadores de la policía noruega y británica. El tono elegido se acerca a las comedias traviesas de los robos de guante blanco, desde El caso de Thomas Crown (Norman Jewison, 1968) hasta la reciente Operación Fortune (Guy Ritchie, 2023), utilizando algunas recreaciones y sobre todo alimentándose de un relato singular.
Pål Enger fue en los años ochenta un futbolista adolescente que parecía tener futuro en el equipo del Vålerenga, pero pronto su interés se centró en las fiestas y el dinero fácil obtenido de robos a cajeros automáticos e incluso a una joyería situada en el centro de Oslo. Se aficionó a realizar robos espectaculares, pero también estaba interesado en la pintura (años después de salir de la cárcel, en 2011, incluso inauguró una galería de arte). Afirma que desde que visitó el Museo Nacional de Noruega en una excursión con su escuela, se sintió atraído por el cuadro de Edvard Munch, que solía visitar. Hasta que en 1988 decidió poner en marcha un plan para robarlo, aprovechando la evidente falta de medidas de seguridad con las que contaba el Museo. Tanto, que el cuadro se encontraba a solo un brazo de distancia de una ventana que daba al exterior, de forma que, rompiendo el cristal, se podía sustraer sin dificultad. Como si se tratara de una comedia absurda, en el primer intento Pål Enger se equivocó de ventana y acabó robando otro cuadro, "Vampyr" (1893/1894), que finalmente devolvió a la policía pensando que esta acción reduciría su condena; sin embargo, tuvo que cumplir cuatro años de cárcel. Mientras se encontraba en prisión, Noruega fue elegida sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994, de forma que pensó que el día de la inauguración en la sede de Lilyhammer, a las afueras de Oslo, sería una buena ocasión para intentar de nuevo robar "El grito". Solo esta parte de la historia merecía una película que sorprendentemente no se ha hecho hasta ahora, pero después hay negociaciones, enredos, traiciones, la implicación de Scotland Yard... The man who stole the scream se conforma con sustraerse a un relato ya de por sí sorprendente, consigue un buen ritmo pero se siente demasiado superficial en ocasiones, como un entretenimiento tan logrado como poco relevante.
Las películas del director Carl Olsson (1984, Suecia) tienen un estilo muy determinado, una forma de encuadrar que establece siempre dentro de espacios determinados a la figura humana como eje central. En documentales previos como Patrimonium (2019), donde reflexionaba sobre el paso del tiempo, o Meanwhile on Earth (2020), que abordaba la industria profesional alrededor de la muerte, la cámara se coloca como observadora de escenas que ocurren delante de ella de una forma estructurada y equilibrada, que recuerda a los cuadros cinematográficos de Roy Andersson. Este estilo, que también se caracteriza por introducir un sentido del humor muy nórdico, regresa en su última película, Vintersaga (Carl Olsson, 2023) en la que se describe precisamente el estado de melancolía que caracteriza a la personalidad escandinava, especialmente en esa época invernal y apagada en la que se desarrolla. El planteamiento está basado en la canción "Vintersaga" (1984), del cantautor sueco Ted Ström, de la que no solo toma prestado su título, sino también esa estructura de relatos desconectados que ocurren en diferentes lugares y con distintos protagonistas. El propio Ted Ström se ha encargado de componer la banda sonora de una película que muestra 24 escenas principales protagonizadas por diferentes personajes que nunca se convierten en el centro del relato, excepto en los momentos en los que intercambian conversaciones generalmente triviales.
Así, vemos a un grupo de jóvenes jugando al fútbol, a una pareja que no sabemos si se acaban de conocer hablando en un bar, a dos trabajadores conversando sobre la falta de fraternidad, a una conductora de camión hablando por teléfono, a un coche derrapando en una zona industrial, a dos amigas adolescentes hablando sobre maquillaje, a una pareja inyectándose heroína en un aparcamiento mientras hablan de matrimonio o a otra pareja practicando sexo en un pequeño apartamento. El director comenta que suele escoger los espacios para luego rellenarlos con acciones y personajes, de los que el espectador no recibe ninguna información. No sabemos nada de ellos, no hay antecedentes ni tampoco conocemos sus destinos. Se elaboran cuadros cinematográficos que tienen como nexo de unión el reflejo de la melancolía nórdica invernal, como en la canción de Ted Ström, rodeados de nieve, frío y semioscuridad. Carl Olsson describe como una de sus influencias la obra de la periodista bielorrusa Svetlana Aleksijevitj, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2015, que desarrolló su propio género literario, la "novela de voces", en la que explica la historia de la antigua Unión Soviética desde la perspectiva de la gente común. "A menudo se centra en el sufrimiento de las personas y la complejidad de amar el sufrimiento, que podría ser una definición de melancolía", dice el director. Vintersaga es, dentro de la aparente simpleza de su propuesta, un trabajo elaborado, milimétricamente estructurado y perfectamente encuadrado que consigue transmitir una extraña sensación de ausencia aunque esté poblado de personas.
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Películas mencionadas:
Munch se estrena en Filmin el 14 de abril.
Citizenfour se puede ver en Filmin y MUBI.
Amy se puede ver en Prime Video.
Senna se puede ver en HBO Max y SkyShowtime.
Diego Maradona y El caso de Thomas Crown se pueden ver en Filmin.
Meanwhile on Earth se puede ver en Netflix y Truestory.
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