Una definición ha marcado el 76º Festival de Cannes de este año como un reducto del viejo cine, acentuado porque buena parte de los nombres que formaban parte de su programación principal son directores ya consagrados como Wes Anderson, Nanni Moretti, Aki Kaurismaki, Todd Haynes, Ken Loach, Wim Wenders o Tran Anh Hung. Como si el festival quisiera sacar pecho tras la crisis del coronavirus pero en realidad haya acabado definiéndose como un cementerio de elefantes en vez como el descubridor de nuevas formas narrativas que fue hace décadas. El Marché du Film ha roto récords de acreditaciones con 13.500 participantes, por encima del récord pre-pandemia de 2019 que llegó a 12.500, recuperando parte de los asistentes asiáticos que perdió en los años del coronavirus, pero parece que los grandes negocios cinematográficos irán abandonando estos encuentros puntuales progresivamente en un mercado globalizado y constantemente interconectado. Es verdad que películas como El triángulo de la tristeza (Ruben Östlund, 2022) consiguió comprador el año pasado y posteriormente tuvo una exitosa carrera de premios, terminando con el director sueco presidiendo el jurado oficial de Cannes, y este año hay casos excepcionales como May December (Todd Haynes, 2022) que a pesar de estar seleccionada a competición y del nombre de su director y protagonistas, Natalie Portman y Julianne Moore llegó al Mercado de Cannes sin distribuidora y ha terminado consiguiendo la oferta más alta de esta edición, 11 millones de dólares pagados por Netflix. Respecto a España, que es el país invitado en el Marché du Film, Neon ha adquirido para su distribución en Estados Unidos Robot dreams (Pablo Berger, 2023) la primera película de animación del director de Blancanieves (2012). Sin embargo, una muestra clara de la tendencia se puede ver en la distribución en España: mientras que antes de la pandemia muchas de las películas presentadas en el festival se veían y se compraban en el Marché du Film, este año la mayor parte de las películas a competición ya fueron adquiridas previamente por las distribuidoras españolas.
Pero el Festival de Cannes es un encuentro masivo en el que siempre hay espacio, sobre todo dentro de las secciones paralelas, para todo tipo de descubrimientos cinematográficos. En esta crónica vamos a enfocarnos en algunos de estos títulos internacionales que están presentes en diferentes secciones competitivas.
Inshallah a boyAmjad Al Rasheed, 2023 | Semaine de la Critique | ★★★★☆PREMIO A LA DISTRIBUCIÓN - GAN FOUNDATION |
La opresiva presión de una sociedad patriarcal está reflejada en esta rotunda película narrada con habilidad por el joven director Amjad Al Rasheed (1985, Jordania), a través de la historia de Nawal (Mouna Hawa), enfrentada a las leyes de la Sharia cuando su marido fallece de forma repentina. Esta legislación islámica establece que los bienes y propiedades de Ahmad (Mohammad Al Jizawi) sean heredados por sus parientes directos ya que el matrimonio no ha tenido un hijo varón. Nawal y su hija pequeña Nora (Seleena Rababah) comienzan a sufrir el acoso de Rifqi (Haitham Omari), no solo para que ella le siga pagando las cuotas de la deuda que le debía su hermano Ahmad por una furgoneta, sino porque también exige compartir la casa, de la que él ahora es legalmente el nuevo propietario. Pero Nawal utiliza una estrategia desesperada para tratar de retrasar al menos durante nueve meses la imposición de la ley. A través de una historia que implica decisiones difíciles, Inshallah a boy (Amjad Al Rasheed, 2023) establece perfectamente este mundo de masculinidad dominante a través de pequeños detalles en los que se refleja la falta de libertad de la mujer incluso para utilizar su propio móvil. Los dos espacios en los que se desarrolla la historia son la casa familiar en disputa, situada en un barrio de clase obrera, y la casa en la que trabaja Nawal cuidando a la matriarca con alzheimer en el barrio turístico y lleno de actividad de West Amman. Ambos se alternan como una representación de la vida constantemente controlada de la protagonista, mientras que sus trayectos por las calles entre las casas y el juzgado aportan un breve periodo de liberación, como cuando Nawal siente la necesidad de aprender a conducir para tener algún espacio de independencia.
El director utiliza metáforas precisas que no se sienten forzadas, sino que se adhieren a la narrativa realista de la película. Es el caso del ratón al que Nawal tiene pánico pero hacia el que irá cambiando de actitud conforme se desarrolla la historia. Ella representa una parte de la sociedad jordana que se siente desamparada frente a las leyes, porque en realidad Rifqi solo está pidiendo lo que le corresponde legalmente, y la progresiva alineación del hermano de Nawal con su cuñado indica que el verdadero problema está en la normalización de estas imposiciones. La historia está basada en una circunstancia similar que ocurrió a un familiar del director, aunque en aquel caso los hombres permitieron a la mujer quedarse con la casa. Pero incluso en esta decisión más "generosa" se refleja una condescendencia machista. El consistente guión escrito por Amjad Al Rasheed junto a Delphine Agut y la productora Rula Nasser, que también produjo Holy spider (Ali Abbasi, 2022), pretende aclarar que esta opresión no es una cuestión de clases sociales cuando construye una subtrama que implica a Lauren (Yumna Marwan), que pertenece a la familia de clase alta para la que trabaja Nawal. Ella goza de cierta independencia, pero en realidad no tiene poder de decisión sobre su cuerpo cuando se queda embarazada de un hombre con el que se ha casado simplemente porque las relaciones sexuales fuera del matrimonio están prohibidas. Se refleja así una realidad que marca la sociedad de Jordania con un patriarcado angustioso.
Inshallah a boy es la primera película jordana que ha sido seleccionada en una sección competitiva en la historia del Festival de Cannes, aunque otros títulos han tenido repercusión internacional recientemente, como la primera película nominada al Oscar Theeb (Lobo) (Naji Abu Nowar, 2014), pero la historia se alinea más con películas como Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi, 2011) en la que se analiza la raíz principal de una regulación que impone una sociedad en la que la desigualdad de género está legitimada. Hay un trabajo sobresaliente de la actriz Mouna Hawa, a la que hemos visto en Bar Bahar. Entre dos mundos (Maysaloun Hamoud, 2016), porque ella aparece en todas y cada una de las secuencias de la película. Los encuadres también aprisionan en cierta manera a su personaje, acercándose en primeros planos y dejando un espacio mínimo para que éste pueda respirar. Si Nawal está aprisionada entre personajes masculinos en muchas escenas, lo está también cuando se encuentra en soledad. Comentaba el director Amjad Al Rasheed que él prefiere plantear preguntas antes que lanzar mensajes en sus historias, pero en todo caso el mensaje que transmite esta película es tan rotundo como inquietante.
© Michael Crotto-TS ProductionLe théorème de MargueriteAnna Novion, 2023 | Sección Oficial - Proyección Especial | ★★★☆☆ |
Un teorema se define como una proposición teórica cuya verdad puede ser demostrada mediante un conjunto de teorías o fórmulas. Para su última película, la directora Anna Novion (1979, Francia), que regresa al Festival de Cannes tras haber participado en la Semana de la Crítica con Les grandes personnes (2008), utiliza la llamada Conjetura de Goldbach como eje central de la historia. En 1742, Christian Goldbach afirmaba haber observado que todo número par mayor de 2 podía escribirse como la suma de dos números primos, y todo número impar mayor que 5, como la suma de tres. Este enunciado tan sencillo está considerado sin embargo como uno de los problemas matemáticos más difíciles de resolver, hasta el punto que en 2000 una editorial ofreció una recompensa de 1 millón de libras a quien pudiera resolverlo en el plazo de dos años. En 2002 nadie reclamó esta recompensa. En su primera aparición, el profesor Laurent Werner (Jean-Pierre Darroussin) comenta a sus alumnos de la École Normale Supérieure (ENS) que lo importante de las matemáticas no es solo resolver los números, sino explorar posibilidades y hacerse preguntas. Es un viaje que tendrá que realizar Marguerite Hoffmann (Ella Rumpf) forzada por un error que se convierte en una derrota. Mostrando el universo cerrado de una Escuela que funciona casi como un claustro, para la protagonista las matemáticas también se reflejan como una devoción casi religiosa, cuya dedicación puede desmoronarse en un instante.
Le théorème de Marguerite (Anna Novion, 2023) funciona mejor cuando la protagonista intenta resolver su propia personalidad que cuando se enfoca en la resolución de conjeturas matemáticas. La nueva vida de Marguerite tiene que enfrentarse a nuevos desafíos, a lo que contribuye la perspectiva abierta por su compañera de piso Noa (Sony Bonnia), quien la introduce en la vida real fuera de las fórmulas y las ecuaciones. Su respuesta al fracaso, renunciando a su carrera, es descrita por su mentor Werner como una solución emocional que no encaja precisamente con el discurso teórico de las matemáticas. Este perfil de profesor rudo y desafectivo pero no necesariamente antagónico está reflejado con la capacidad gestual de un actor como Jean-Pierre Darroussin, marido de la directora, que encuentra siempre el equilibrio en un personaje que renuncia a tener una relación paternal con su alumna, lo que se subraya con la descripción de Marguerite como una joven en cuya vida ha estado ausente la figura de un padre. La actriz Ella Rumpf, que debutó en el cine en la película Crudo (Julia Ducournau, 2016) y recientemente participó en la serie Tokyo Vice (HBO Max, 2022), compone un personaje obsesivo, una workaholic que enfoca su dedicación a sus obsesiones, ya sean las matemáticas o el mahjong, un juego de mesa chino que controla gracias a su talento con los números. Es una interpretación que se manifiesta de forma física reflejando su desinterés por los convencionalismos, lo que también provoca su aislamiento, en contraposición con Lucas (Julien Frison), otro joven apasionado por las matemáticas que está más abierto a la experiencia vital más allá de las fórmulas.
Se podría esperar que un guión escrito por un equipo de cuatro personas, un formato de mesa de guionistas parecido a la fórmula de series como Oficina de infiltrados (Canal+, 2015-) de la que Anna Novion ha dirigido algunos episodios, encontrara una manera menos convencional de desarrollar una historia que está tan "matemáticamente" estructurada que resulta demasiado previsible, especialmente en un tercer acto que no parece tener la intención de apartarse de otras películas formularias que se nos pueden venir a la memoria sobre resoluciones de conjeturas teóricas, sin renunciar a la utilización de esos primeros planos de personajes envueltos en números, o a la puesta en escena de la cámara en constante movimiento para reflejar el cerebro inquieto de la protagonista. En esta descripción encuentra sin embargo un camino muy interesante la música compuesta por Pascale Bideau, habitual colaborador de la directora, que utiliza coros para crear una aproximación lírica que transmite la riqueza emocional de Marguerite en su proceso de búsqueda. Pero acaba siendo menos efectiva la introducción del efecto amoroso en la última parte de la película, como una necesidad forzada, que el más divertido empoderamiento sexual en su breve encuentro con Yanis (Idir Azougli), un joven que acaba siendo cosificado por Marguerite en busca de su propio placer. Le théorème de Marguerite es tan fácil de ver como inofensiva en sus planteamientos, aunque de alguna manera consiga elaborar un discurso sobre nuestra sociedad a través del retrato de un personaje al que le resulta difícil encajar en ella.
© ShellacCaiti bluesJustine Harbonnier, 2023 | ACID Cannes | ★★★★☆ |
La directora Justine Harbonnier, nacida en Francia pero formada en Canadá, se centra en su primer largometraje en Caiti Lord, una joven que siempre ha contado con una espléndida voz y aspiraba a convertirse en cantante de musicales. Pero diversas circunstancias la llevaron a dejar atrás las aspiraciones en Nueva York para acabar trabajando como camarera y locutora de radio en Madrid (Nuevo México), un pueblo minero que dependió del carbón y el ferrocarril durante el siglo XIX y toma su nombre del español Francisco de Madrid, quien llegó a la zona en 1603. Hay una representación especialmente singular en esta zona en la que la disminución de la demanda de carbón después de la II Guerra Mundial, provocó que se pusiera a la venta todo el pueblo por 250.000 dólares en 1954, pero no tuvo ningún comprador. Hoy en día cuenta con poco más de 200 habitantes, aunque un cierto renacimiento dentro de su comunidad de artistas.
Caiti blues (Justine Harbonnier, 2023) ofrece una mirada hacia los sueños rotos a través del retrato de esta joven que sin embargo no se rinde en sus aspiraciones. Mientras trabaja en The Mine Shaft Tavern, donde el mayor acontecimiento es una partida de bingo nocturna, y por el que pasan visitantes que nunca permanecen demasiado tiempo, la única manera de exponer sus frustraciones es a través de la emisora de radio local KMRD, donde presenta un programa bajo el seudónimo de DJ Barnacle, pero en realidad parece más una especie de psicoanálisis público en el que habla sobre cómo su decisión de ir a la Escuela de Arte en Nueva York le ha dejado unas deudas que aumentan en vez de disminuir debido a los intereses. La cámara se enfoca en el paisaje desértico que se ve desde la ventana del estudio de radio, como una expresión de un futuro incierto, que parece reflejar uno de los enunciados de las partes en las que se estructura la narrativa: "Solo con verlo se convierte en polvo". Las aspiraciones de Caiti se muestran a través de flashbacks en los que de niña participó en diversos musicales escolares, consiguiendo en muchos de ellos personajes protagonistas, representaciones de obras clásicas como Cats (1981) que parecían vaticinar un futuro prometedor.
Pero en realidad la historia de Caiti también es el reflejo de cierta decadencia de unos Estados Unidos cada vez más divididos, cada vez más enfrentados y cada vez más frustrados. La infancia de Caiti está marcada por la influencia del ataque a las torres gemelas de Nueva York en 2001. Aunque la familia vivía a las afueras, los acontecimientos posteriores se convirtieron en tema central de las conversaciones: "Recuerdo haber crecido escuchando las noticias, preguntando si algún conocido había muerto, hasta que mi madre decidió desenchufar todos los televisores y guardarlos en un armario", comenta. Caiti blues es una película que tiene la cadencia melancólica de la música espiritual afroamericana y también habla de la inclusión y de la incertidumbre de tiempos marcados por el odio. Hay algunos momentos de liberación y exaltación de sus aspiraciones, como cuando participa en la fiesta anual que organiza un grupo de transexuales y travestis, pero al mismo tiempo hay noticias sobre el odio a los colectivos LGTBI+. La mañana siguiente es una resaca de melancolía que deja expandir de nuevo las frustraciones: "Mi ego no es capaz de manejar ese continuo juicio de valor sobre que solo soy una camarera que no tiene nada que hacer en la vida más que ser camarera, porque eso es lo único que sabe hacer". Sin embargo, Caiti blues quiere transmitir una mirada positiva, que se revela en algunos guiños que hace la protagonista a la cámara, manejada por Léna Mill-Reuillard, que ha trabajado en documentales como City dreamers (Joseph Hillel, 2018). El último vistazo al desierto desde la ventana de la KMRD es una mirada de esperanza.
© Wrong MenAugure (Omen)Baloji, 2023 | Un Certain Regard | ★★★☆☆NEW VOICE AWARD |
La primera aproximación al cine del músico y artista Baloji (1978, República del Congo), afincado en Bélgica, es una propuesta tan heterodoxa como sus trabajos discográficos en torno a la subversión de las tradiciones, a través de cuatro personajes que son definidos como hechiceros, con diferentes consecuencias para cada uno de ellos. Koffi (Mac Zinga) regresa junto a su pareja Alice (Lucie Debay) a Kinshasa con la intención de entregar una dote a su padre y anunciar su matrimonio. La decisión de marcharse del entorno familiar para vivir en Bélgica le ha convertido en un forastero, acrecentado por el hecho de no alojarse en la casa familiar sino en la de su hermana Tshala (Eliane Umuhire). Si el segmento que se dedica a Koffi tiene relación con las diferencias culturales, especialmente en una escena en la que involuntariamente sangra sobre un bebé, provocando un escándalo que necesariamente termina en un rito de exorcismo que parece un reverso de Déjame salir (Jordan Peele, 2017), la parte dedicada a Tshala habla sobre cómo el ostracismo es aún más asfixiante para las mujeres, en una sociedad patriarcal a la que ella no quiere someterse, controlando su propia sexualidad y sus relaciones personales, aunque su novio Ezra (Bongewize Mabandla) no sea precisamente fiel. Cuando ella descubre que tiene una enfermedad venérea, acude a la anciana Mama Mujila (Yves-Marina Gnahoua), aunque no está claro si sus pócimas son realmente efectivas. Mama Mujila es la tercera protagonista definida como hechicera en el pueblo, pero su relato tiene relación con la forma en que el dolor proviene de las heridas emocionales.
El único personaje que no tiene una conexión directa con la familia de Koffi es Paco (Marcel Otete Kabeya), un adolescente que pertenece a una banda que utiliza como elemento distintivo un tutú rosa, y que trata de superar la muerte de su hermana, cuya historia está representada como una versión africana del cuento de Hansel y Gretel. Aunque Paco se cruza con Koffi y Alice en una secuencia de la película, su presentación es la que muestra de forma más explícita la relación con el mundo de los espíritus a través de un enfoque mágico y colorista, que parece una representación de la sinestesia que sufre el director. En su película, Baloji hace referencia al significado de su nombre y la forma en la que el colonialismo redefinió los significados y la cultura congoleña. Baloji es una palabra swahili que significaba "hombre de ciencia", pero en la época colonial se transformó en "hombre de ciencias ocultas", lo que derivó en "hechicero" y "brujo", de forma que la acepción positiva del término original fue reconvertida en una definición negativa y ocultista. A través de sus cuatro personajes, el director desarrolla una visualización de la historia reciente congoleña, pero también una mezcla de culturas que tiene que ver con la utilización de los colores para cada uno de ellos, como el rojo oscuro para Koffi o el rosa para Paco, al mismo tiempo que se incorporan elementos de diferentes lugares para el desfile que se desarrolla en una parte de la película, con máscaras provenientes del Mardi Grass de Nueva Orleans y disfraces del desfile de Gilles que se celebra para clausurar el carnaval de Binche en Bélgica.
El director elabora un cuento fantástico que se siente sin embargo menos enfocado cuanto más se aparta de la pareja principal formada por Koffi y Alice, posiblemente porque funciona mejor la confrontación cultural y la reflexión sobre la forma en que las creencias influyen en una sociedad reacia a permeabilizarse después de décadas de colonialismo, lo que también establece una convivencia difícil y desigual entre el progreso y la tradición. Baloji arriesga con una propuesta enriquecedora y diversa, pero a veces Omen (Augure) (Baloji, 2023) resulta más llamativa visualmente que ordenada narrativamente, como una tormenta de ideas que no encuentra la manera de organizarse en torno a una estructura clara.
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