25 abril, 2021

Visions du Réel 2021 - Parte 8: Premios y Clausura

Llegamos a la última jornada del Festival Internacional de Cinema Nyon. Visions du Réel, que se ha venido desarrollando desde el día 15 de abril. La ceremonia de Clausura retransmitida en formato digital ha cerrado unos días intensos en los que el festival se ha adaptado a las nuevas disposiciones del gobierno suizo, que abrió los cines hace unos días, lo que ha permitido extender el festival durante cuatro días de proyecciones presenciales, aunque con reducción de aforo. Comentamos las últimas películas que hemos visto y hacemos referencia a los premios que se han entregado en las diferentes secciones. 

COMPETICIÓN INTERNACIONAL LARGOMETRAJES

El Gran Premio del Jurado y el Premio FIPRESCI han sido para Faya Dayi (Jessica Beshir, 2021), una coproducción entre Estados Unidos y Qatar que crea un hermoso viaje sensorial que al mismo profundiza en la adicción a la planta alucinógena khat, pero sobre todo a la desesperada situación de la juventud en Níger. 

El Premio Especial del Jurado ha recaído en la producción 1970 (Tomasz Wolski, 2020), nuevo documental del realizador polaco que el año pasado estrenó en Visions du Réel An ordinary country (Tomasz Wolski, 2020), un ejercicio parecido que recogía grabaciones realizadas por los servicios secretos del gobierno polaco comunista en los años setenta y ochenta, en una especie de reconstrucción histórica a través de imágenes de archivo con efectos de sonido superpuestos. El director Tomasz Wolski se convierte así en un cronista de la Historia política de su país a la manera del lituano Sergei Loznitsa en películas como State funeral (2020), en un proceso de reconstrucción que consiste en "modernizar" las imágenes de archivo y que puede ser ciertamente discutible como una representación real, porque las imágenes se utilizan para construir una narración que ya está definida previamente, con un punto de vista determinado y unas intenciones generalmente críticas. El problema no está en lo que se cuenta, sino en cómo se cuenta, en la manipulación de la imagen para llevar el relato hacia un terreno propio. 


En 1970 (Tomasz Wolski, 2021) abunda en este proceso de reconstrucción a través de una serie de grabaciones telefónicas entre diversos mandos del gobierno durante las protestas laborales que tuvieron lugar en Polonia, impulsadas por la decisión del gobierno de Wladyslaw Gomulka de subir los precios de los alimentos poco antes de las fiestas navideñas. Las huelgas de trabajadores en ciudades como Gdansk o Gdynia fueron fuertemente reprimidas por la policía y los militares, y un equipo de crisis formado por altos cargos tomaron una serie de decisiones que llevaron al despliegue de 27.000 soldados, la utilización de tanques militares y el uso de armas químicas. El director mezcla las imágenes de archivo, que están seleccionadas para encajar en el relato pero de las que no tenemos información concreta, con el uso de animación stop-motion a través de personajes que representan a estos miembros del gobierno, a la manera de la animación oscura de los hermanos Quay. Es una forma de "ficcionalizar" el relato histórico y dar imagen a las grabaciones reales, ofreciendo un punto de vista político en la representación de estos personajes, que en su condición de marionetas transmiten una sensación de estar al servicio de un Estado opresor, que manejaba los hilos en todos los niveles de la sociedad polaca. De hecho, la puesta en escena los envuelve en una oscuridad y una atmósfera que resulta casi tenebroso.

La efectividad de este recurso puede ser discutible, porque distorsiona la realidad creando un relato de ficción, aunque se sostenga en grabaciones reales. Lo que también se refleja en la propia edición de las conversaciones, en las que da la sensación de que los protagonistas tenían cierta consciencia de estar siendo grabados, porque sus aserciones parecen demasiado contenidas. 1970 se convierte así en una nueva crónica de la opresión comunista en Polonia, pero a través de una narración que reconstruye una realidad manipulada como elemento de conexión emocional con el espectador. 

El otro Premio Especial del Jurado ha sido para Les enfants terribles (Ahmet Necdet Cupur, 2021), coproducción entre Francia, Alemania y Turquía que compone una mirada a la familia que resulta impactante. Porque es un acercamiento desde la realidad a la confrontación entre los padres y los hijos, una guerra de generaciones que contrapone la necesidad de encontrar un espacio propio alejado de las tradiciones. La historia se vertebra a través de tres hermanos: por un lado Mahmut, que se casó con una adolescente de 15 años alentado por sus padres pero que dos años después se arrepiente de la boda, y pretende divorciarse e iniciar una vida fuera del entorno familiar; por otro lado, la joven Zeynep quiere continuar sus estudios fuera del pueblo, lejos de los límites impuestos a las mujeres; por último, Ahmet es el tercer vértice, el hermano que consiguió emigrar y que regresa en 2018 con su cámara para encontrarse con una auténtica lucha de poderes dentro de su propia familia. 


El documental se desarrolla a lo largo de tres períodos de tiempo, desde los primeros meses de 2018 hasta septiembre de 2019, para dar el último salto temporal hasta 2020. Pero el período más complejo es el primero, cuando la rebelión de los hermanos Mahmut y Zeynep se hace más radical. La cercanía que ofrece la cámara del director, que forma parte de la familia y por tanto tiene un acceso privilegiado a escenas que un desconocido no podría haber capturado, es lo más notable, porque consigue hacernos partícipes de las disputas entre padres e hijos, a veces con un marcado tono violento. El enfrentamiento es también de sexos, porque mientras el padre es el que se enfrenta al hijo ("ya no eres mi hijo"), la madre es la que confronta a la hija ("Dios me creó para quedarme en casa"). Hay una sensación de opresión constante, de ofuscación provocada por las tradiciones que son completamente destruidas por la actitud de los hijos. No hay una violencia física, pero sí una violencia verbal que en algunas escenas como la discusión entre madre e hija, llega a momentos de tensión insoportable.

La mirada del director, que se marchó del hogar muchos años antes, permite asistir a estos momentos de confrontación que seguramente son comunes en muchas familias turcas en las que hay un enfrentamiento generacional debido a las tradiciones. Pero al mismo tiempo tiene esa mirada externa, esa posición de espectador de la revolución que se está produciendo en su familia, que llega a momentos especialmente logrados en sus conversaciones más íntimas con sus hermanos, Mahmut y Zeynep, que explican (si es que hay que ser explicada) su actitud de rebeldía. Pero también capta conversaciones "secretas" que acaban siendo terribles. La madre susurra a su hijo Mahmut que, si se quiere ir puede hacerlo, pero sin divorciarse. Pretende que no rompa el matrimonio para mantener las apariencias, pero que si quiere casarse con otra mujer en el extranjero puede hacerlo. Y esa actitud de sumisión que pretende la madre en la esposa de su hijo es incluso más sorprendente que los gritos y las actitudes violentas del padre. Es un debut brillante, que nos hace testigos de la implosión en el núcleo de una familia. 

COMPETICIÓN MEDIOMETRAJES Y CORTOMETRAJES

El cortometraje español A comuñón de miña prima Andrea (Brandán Cerviño, 2020), que se estrenará la próxima semana en el D'A Film Festival, ha conseguido el Premio al Mejor Cortometraje gracias a su capacidad para reconstruir la memoria y confrontar la tradición religiosa y la mirada infantil de una forma divertida. 

Por su parte, el Premio al Mejor Mediometraje lo ha conseguido Strict regime (Nikita Yefimov, 2020), que nos acerca a la Cárcel de Alta Seguridad de San Petersburgo, guiados por el joven oficial a cargo de la prisión. Al director solo le hace falta mostrar la relación del oficial con los presos y la dinámica de trabajo para introducirnos en una serie de situaciones que tienen algo de absurdo. Tener como fondo de escritorio una fotografía de sí mismo sentado en su escritorio es una imagen que refleja algo de esta situación, pero sobre todo despliega su interés cuando sabemos que su pretensión es la de "representar" escenas cotidianas de la cárcel para la cámara, de forma que puede tener un control absoluto de lo que se está grabando. Una forma de manipulación de la realidad que el director, sin embargo, aprovecha para elaborar una especie de comedia documental en la que, aunque sabemos que lo que estamos viendo es falso, incorpora un subtexto que profundiza mucho más en esa especie de lavado de cerebro continuo de los órganos de poder rusos. 


Es interesante la interacción entre el director y el oficial, porque en alguna ocasión aquel se queja de no tener la posibilidad de hablar con los presos directamente. Por eso, algunos de los escasos momentos en los que se puede "escapar" del control de la manipulación acaban siendo especialmente reveladores. Strict regime es un no-documental que sin embargo consigue ser más elocuente que muchos documentales sobre los resortes de control de la imagen.   

BURNING LIGHTS

En esta sección el Premio del Jurado ha sido para la coproducción entre Bosnia y Herzegovina, Francia y Holanda Looking for horses (Stefan Pavlović, 2020), que construye una espléndida historia de amistad entre un hombre solitario y el propio director. También ha conseguido un Premio Especial el excelente documental Esquirlas (Natalia Garayalde, 2020), uno de los hallazgos del festival, que reconstruye un suceso de gran repercusión en Argentina para abordar su influencia en una familia a través de grabaciones caseras. Y ha habido una Mención Especial para The great void (Sebastian Mez, 2021), una lúcida reflexión sobre el ser humano, una distopía sobre un mundo sin la presencia de la raza humana. 

COMPETICIÓN NACIONAL

El Premio a la Mejor Película en esta sección dedicada a producciones y coproducciones suizas ha sido para Nostromo (Fisnik Maxville, 2021), que tiene como protagonista a Olivier, un francés que a los 20 años decidió cortar con la civilización occidental y se trasladó al Norte de Canadá, donde vive en una pequeña isla como si fuera una especie de Robinson Crusoe. Pero no es un personaje que esté completamente desconectado, sino que mantiene un cierto lazo con la civilización y a veces se relaciona con los pocos habitantes de un pueblo cercano. Al mismo tiempo que asistimos a su vida solitaria, pero perfectamente estructurada en una cierta rutina diaria, se desarrolla una historia paralela protagonizada por dos hombres y un niño, autóctonos de la zona, que llegan a la isla, como forasteros en el entorno del retiro vital de Olivier. 


Aunque se muestra como una persona sociable ("yo puedo valerme por mí mismo, me gusta estar solo, pero al mismo tiempo también me relaciono bien con las personas"), la llegada de estos nuevos personajes provoca una cierta desestabilización en su vida. En algunos momentos nos recuerda a aquella escena en la que llegan unos guerrilleros a ese paraíso que ha construido Allie Fox en La costa de los mosquitos (Peter Weir, 1986), enturbiando su tranquilidad y su aislamiento. Esta presencia de los nuevos personajes, que no sabemos qué intenciones tienen, está provocada por el director, que busca remover ese mundo idílico de Olivier. El tono del documental es misterioso, casi místico, a través de una banda sonora inquietante, cuyos sonidos parecen provenir de la naturaleza, de un entorno que también está lleno de peligros y de misterios. Comenta el protagonista que en una ocasión se sintió observado en la selva, y que los habitantes del pueblo cercano hablan de fantasmas que habitan los bosques. De alguna manera, el documental promete más de lo que finalmente ofrece, establece una tonalidad de película de ciencia-ficción que logra crear una ambientación angustiosa, de amenaza constante, pero que parece más destinada a envolver que a profundizar.  

GRAND ANGLE

Esta sección dedicada a producciones que ya han pasado por otros festivales internacionales estrenaba Captains of Zaatari (Ali El Arbi, 2021), que se presentó en Sundance 2021. Estamos ante una mirada a los campos de refugiados desde un punto de vista más esperanzador, a través de la historia de amistad entre dos jóvenes que encuentran en el fútbol una manera de evadirse de las preocupaciones, pero también como una forma de construir un futuro más estable para sus familias. Fawzi y Mahmoud son ese tipo de personajes cercanos, de gran naturalidad, que enseguida se hacen entrañables, desde su juventud y desde su profunda amistad. Ambos aspiran a participar en una competición que organiza una academia deportiva en Qatar, pero Fawzi acaba de cumplir diecinueve años y, a pesar de su talento como futbolista, encuentra más dificultades para formar parte del equipo que les llevará a otro mundo completamente diferente al campo de refugiados de Zaatari, en Jordania. 


Ali El Arbi capta los rayos del sol y la arena seca de Zaatari con gran belleza, casi como una presentación de una fábula que quizás no tenga un final absolutamente feliz, pero que consigue transmitir una sensación de optimismo a pesar de las circunstancias. Porque sobre todo el documental se centra en el pundonor de Fawzi, que es el capitán del equipo de fútbol, pero también asume la condición de capitán de su propia familia, la responsabilidad de tratar de encontrar un futuro mejor. El fútbol así es una metáfora, una representación de una salida, que se muestra a través del reflejo en figuras reconocidas como Xavi Hernández, entrenador del equipo catarí Al-Sadd, que tiene un breve encuentro con los jóvenes jugadores. Quizás esta participación en el torneo es solo un sueño, una momentánea escapatoria de la situación en el campo de refugiados, pero consigue transmitir la fuerza de las emociones a través de una historia que tiene a la amistad como eje principal. 

El documental italiano Io resto (My place is here) (Michelle Aiello, 2021) propone una visión de la pandemia del coronavirus a través de las imágenes captadas en un hospital de Brescia durante el mes de marzo de 2020, cuando Italia se convirtió en el primer país europeo que vivió la explosión contagiosa de la Covid-19. De todos los documentales que se han ido realizando en torno a hospitales durante la pandemia, los más interesantes son los que muestran el caos del comienzo, cuando había poca información y los médicos y enfermos se enfrentaban a una situación insostenible, porque revelan el impacto de la pandemia, la devastación de la impotencia. Este documental tiene algo de eso, lo que le da algo más de interés. Pero finalmente no puede evitar ser simplemente un reflejo más o menos bien estructurado de la interrelación entre los enfermeros y los pacientes, repitiendo la fórmula de la emotividad forzada y de la humanidad expuesta. Ciertamente, no aporta nada nuevo a las decenas de documentales mediocres sobre la pandemia que estamos sufriendo este año. 

CLAUSURA

Las series de televisión han conseguido un espacio importante en la programación de los festivales de cine en los últimos años, dada la calidad de su producción. Por eso no es extraño que las muestras cinematográficas más importantes incluyan estrenos de series, como es el caso de Philly D.A. (PBS, 2021-), cuyos dos primeros episodios fueron estrenados en Sundance 2021 y que ahora también cierra el festival Visions du Réel, coincidiendo con su estreno en los Estados Unidos. Se trata de una serie documental de ocho episodios de una hora duración aproximadamente que se centra en la figura de Larry Krasner, abogado defensor de los Derechos Humanos que se presentó como Fiscal del Distrito en la ciudad de Philadelphia, que es la que más personas encarceladas tiene en todo el país. Para muchos, esta decisión de convertirse en fiscal habiendo sido abogado (con hasta 75 casos de defensa de víctimas de la brutalidad policial) se convirtió en uno de los fenómenos políticos de Estados Unidos en las elecciones de 2018, y fue el principio de un cambio estructural en el sistema judicial de Philadelphia. 


En los últimos meses hemos visto varias incursiones en los entresijos de la política, tomando a un personaje central para mostrar el trabajo desde el interior. Normalmente con buenos resultados como en City Hall (Frederick Wiseman, 2020), sobre el funcionamiento del Ayuntamiento de Boston, encabezado por el alcalde Marty Walsh, o Mayor (David Osit, 2020), en torno a la figura del carismático alcalde de Ramallah, la capital de Palestina. Aunque solo hemos visto los dos episodios estrenados, Philly D.A. se nos presenta como una serie documental que extrae con inteligencia y, casi diríamos que de forma premonitoria, porque acompaña a Larry Krasner desde antes de las elecciones, las profundas consecuencias de la transformación que plantea el nuevo Fiscal de Distrito, azote de la policía corrupta, defensor de la revisión de condenas, de la eliminación de las altas fianzas a acusados sin recursos, o de la despenalización de la marihuana. Porque, al margen de tener un evidente sesgo demócrata y de alguna utilización excesiva de elementos como la música, especialmente en el primer episodio, lo que refleja esta serie que esperamos pueda llegar a estrenarse en España, es la posibilidad de cambiar el establishment para generar una política penitenciaria que tenga más sentido que la de la acumulación de presos en las cárceles.  



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