Llegamos casi al final del Festival Visions du Réel en la penúltima jornada para la que nos acercamos a algunas de las producciones españolas o latinoamericanas que se han presentado en las secciones principales. A lo largo de nuestra crónicas hemos destacado algunos títulos españoles que han formado parte del Mercado del Cine, pero en esta ocasión nos centramos principalmente en las secciones competitivas.
COMPETICIÓN LARGOMETRAJES
La producción argentina La luna representa mi corazón (Juan Martín Hsu, 2021) es el segundo largometraje del director tras el éxito obtenido con La salada (Juan Martín Hsu, 2014), pero a diferencia de aquella se trata de un documental que incorpora escenas de ficción. Este recurso le sirve al director argentino de origen taiwanés para contar la historia de su familia, especialmente del pasado de sus padres cuando decidió vivir en Argentina en 2002, aunque años más tarde, después de la extraña muerte del padre, al parecer a manos de la mafia china, ella decidió regresar a Taiwán mientras sus hijos se quedaban en el país sudamericano. La película se construye a partir de dos grabaciones que realizó el director durante dos viajes a Taiwán, uno en 2012 y el otro, ya cuando tenía en mente la realización de una película, en 2019. Este período de tiempo muestra los cambios que se producen en la vida de la madre, la principal protagonista, una mujer que se desempeña con absoluta naturalidad enfrente de la cámara, que parece no ser consciente de su presencia, lo que consigue una mirada honesta al interior de este entorno familiar.
Como también veremos en las siguientes películas de las que hablamos, hay una construcción del documental a partir de un cierto fracaso de sus objetivos. Porque parece que la pretensión del director era reconstruir la vida de su padre, que tuvo un restaurante en Buenos Aires, pero hay demasiadas lagunas en esta historia, demasiadas cosas que parecen guardarse, lo que imposibilita la elaboración de una narración completa y precisa. Ahí es donde se incorporan las escenas de ficción, que de alguna manera sirven como conexión emocional entre las escenas y por otro lado también suponen una especie de respiro hacia el exterior de las escenas grabadas principalmente en el interior de la casa de su madre.
Pero, si bien no parece logrado el primer objetivo de adentrarse en la vida de su padre, La luna representa mi corazón acaba convirtiéndose en un retrato muy certero de la relación entre la madre y sus hijos, que está construida desde el amor, pero que también está envuelta en una serie de reproches y de malentendidos que colocan la relación en un terreno comprometido. Hay un resentimiento de la madre respecto a Argentina que se ha ido guardando con el paso de los años, posiblemente por el recuerdo de la figura del padre, a quien decide cortar de todas las fotografías familiares, "hacerlo desaparecer" literalmente de su vida, algo que molesta notablemente a sus hijos. Tomando su título de la canción "The moon represents my heart " que hizo popular la cantante taiwanesa Teresa Teng en 1977, la película utiliza con gran acierto la música, en su mayor parte versiones orientales de canciones populares argentinas, para establecer una conexión entre esos dos mundos entre los que se reparten los sentimientos del director.
BURNING LIGHTS
La familia también es uno de los temas centrales de Esquirlas (Natalia Garayalde, 2021), presentada en el Festival de Mar de Plata 2020, que se construye a partir de grabaciones caseras realizadas por la directora y su hermano cuando eran niños, y que resultan divertidas y fascinantes por la creatividad que demuestran. Esta despreocupación de la niñez elaborando cortometrajes y reportajes introduce un entorno familiar alegre y cohesionado. Pero también sirve a la directora para conectar con un acontecimiento que afectó al pueblo argentino de Río Tercero y transformó a su propia familia: la explosión de una fábrica militar de munición que provocó que cientos de proyectiles acabaran siendo lanzados hacia diferentes localizaciones del pueblo, una especie de bombardeo que convirtió a la ciudad en una zona de guerra durante unos minutos. Hay una escena grabada por un vecino desde su coche mientras huye por la ciudad que parece absolutamente una secuencia de una película de catástrofes.
La explosión provocó siete muertos, y algunas esquirlas de municiones cayeron en la propia casa de la directora. La utilización de ese material de archivo, entre la home movie y el found footage, incluso con la propia Natalia a sus doce años "jugando" a hacer de reportera del accidente, otorga a la tragedia una mirada especial, utiliza el propio punto de vista lúdico de los niños para crear un tono diferente al de la descripción objetiva de los hechos a través de otras imágenes de archivo de medios de comunicación (que también se usan, y que establece también un límite difuso entre lo público y lo privado). Al mismo tiempo, la voz en off de la propia directora nos ofrece el punto de vista adulto. Y esta cohesión entre la mirada infantil de la imagen y la mirada adulta de las palabras desde ella misma, que también es una fusión entre el pasado y el presente que es constante en el documental, crea una narrativa deslumbrante.
Curiosamente, la directora estaba en pleno proceso de preparación de este proyecto en el que quería narrar los acontecimientos ocurridos en Río Tercero, pero en principio no tenía intención de usar las grabaciones. Pero el uso de éstas se convierte en un momento de lucidez, porque le da otra dimensión a la historia. Como ella comenta en la voz en off, su padre se obsesionó con los peligros que las emisiones al aire provocadas por la explosión de esta fábrica podría tener a largo plazo en la salud de sus habitantes (sospecha que años más tarde se comprobó que era acertada). El documental adopta un tono más serio cuando habla de las investigaciones, la versión oficial como un accidente, el posterior juicio que demostró que hubo una intencionalidad porque se pretendía ocultar la venta ilegal de armas de la que el gobierno de Carlos Menem fue cómplice... Pero Natalia Garayalde no trata de encontrar respuestas o hacer una investigación que saque a la luz otros secretos, sino que, de forma inteligente, sigue centrándose en el tema principal: el de una familia que acabó marcada en los años posteriores por una tragedia que se podía haber evitado.
La representante española en esta sección es Jo ta ke (Non-stop) (Aitziber Olaskoaga, 2020), que se estrenó en la sección Zinemira del Festival de San Sebastián 2020. La expresión "jo ta ke" tiene una difícil traducción al inglés, pero en español podríamos traducirla como "erre que erre", y se refiere al empecinamiento de una persona en hacer algo para lo que encuentra muchos obstáculos. Es una descripción perfecta de las vicisitudes de la directora para realizar su documental, que pretendía en un principio ofrecer una mirada hacia la memoria histórica de la prisión de Herrera de la Mancha, la primera cárcel de máxima seguridad que se inauguró en España en 1978 y que solo albergaba a presos comunes y del GRAPO, pero con el paso de los años se fue convirtiendo en representación de la política de dispersión de los presos de ETA.
La directora hace referencia al principio del documental a la grabación del concierto que dio el grupo de rock vasco Negu Gorriak en 1990, frente a la cárcel de Herrera de la Mancha, y que fue el colofón a una serie de actividades organizadas por las Gestoras pro Amnistía a favor de la reagrupación de los presos de ETA. Este concierto, que se conserva en VHS y también está disponible en internet, iba a funcionar como parte del proyecto, pero Fermín Muguruza, líder de la banda, no dio su autorización para utilizar estas imágenes. Aitziber Olaskoaga, en realidad, toma una decisión artística al que no querer usar unas imágenes que en realidad podría haber extraído sin demasiados problemas legales. Pero esta decisión de alguna manera enfoca la película hacia un camino diferente al que tenía en principio, y que tiene que ver con la representación de la historia de España y la imposibilidad de construir una memoria cuando se niega el acceso a ella.
La negativa de Instituciones Penitenciarias a que se grabara dentro de la prisión, e incluso en su exterior, es más comprensible porque se trata de una cárcel que actualmente sigue albergando presos, aunque ya sin presencia de miembros de ETA. Tampoco quisieron participar algunos entrevistados, ex-funcionarios de la prisión, que finalmente declinaron hacer declaraciones, en una especie de absurdo silencio. Pero esta constante negativa permite a la directora realizar un documental que reflexiona sobre la construcción de nuestra memoria histórica, lo que acaba permitiendo un enfoque mucho más experimental, más introspectivo. Y con hallazgos especialmente logrados, como esas imágenes que, al no permitirse grabar el exterior de la prisión directamente, muestran el punto de vista contrario (la cárcel está a la espalda de la imagen), teñidas de un filtro rojo que de alguna manera representan la sensación opresiva del interior de una prisión. La película así se convierte en una búsqueda abstracta, que ya no pretende encontrar respuestas, sino que divaga en torno a muchas preguntas que no corresponde a la directora responder.
LATITUDES
En cierto modo, Jo ta ke (Non-stop) (Aitziber Olaskoaga, 2020) sigue esa línea de documentales que Werner Herzog ha explorado en varias ocasiones, en las que no alcanzar el objetivo que se propone al principio acaba construyendo una forma distinta de abordar la película. Y es lo que ocurre también en la película argentina No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo (Nicolás Zukerfeld, 2021), que nace como un homenaje al cine de Raoul Walsh y se va transformando en una investigación en torno al origen de la frase del título.
Nicolás Zukerfeld es profesor de Historia del Cine y ha dirigido varios documentales como A propósito de Buenos Aires (Varios directores, 2006) o El invierno llega después del otoño (Nicolás Zukerfeld, Malena Solarz, 2016). Tomando como base esa frase que supuestamente dijo Raoul Walsh (y que en otras versiones se refiere a cómo un hombre abre una puerta), la propuesta se divide en dos partes y una coda. La primera bucea en las más de 140 películas dirigidas por Raoul Walsh para mostrar literalmente el contenido de la frase. Hay múltiples escenas de hombres montando en caballos, pero también bajando de los caballos, hasta que en el minuto 12 Robert Mitchum dice la famosa frase: "Hay algo en mí que arruinó esta casa" en la película Perseguido (Raoul Walsh, 1947). Después vemos escenas que representan la otra versión, hombres que abren puertas, hombres que cierran puertas... De alguna manera, esta primera parte del documental funciona como un homenaje a la figura del director norteamericano pero también como una mirada al cine clásico y a la forma de acercarse, desde un punto de vista cinéfilo casi obsesivo, a los entresijos de los cimientos de la construcción cinematográfica.
La segunda parte del documental funciona com respuesta formal a la primera. Si ésta se conformaba a partir de archivos, un montaje dinámico y sin ninguna narración, en la segunda tenemos una pantalla oscura y una voz en off del propio Nicolás Zukerfeld que cuenta en tercera persona, haciendo referencia a un profesor, que es él, la anécdota que dio lugar a la película: una entrevista en la que Raoul Walsh pronunciaba una frase parecida que se ha venido repitiendo, modificándose, posteriormente.
De esta forma, esta propuesta de investigación se convierte en una representación de la memoria, de las diferentes maneras en las que una misma frase repetida de un interlocutor a otro se va transformando, contagiada por el recuerdo, como uno de esos juegos de memoria secuencial auditiva. Pero también acaba siendo una contraposición con el sentido real de la frase cuyo origen se investiga, ese concepto del "cine invisible" que caracteriza a los directores clásicos como George Sidney o John Ford. Porque, al final, la única manera de mostrar a un hombre entrando por una puerta es haciendo que abra la puerta y entre. De alguna manera, la complejidad de esta investigación que se enrosca en una especie de obsesión cuya finalidad es más anecdótica que práctica, acaba resultando cómica, y confrontando esa sencillez que define la famosa frase. Al fin y al cabo, Raoul Walsh pertenecía a esa generación de cineastas a los que no les gustaba mucho explicar su cine. Para eso ya están los críticos y los profesores.
Presentada en la sección Panorama del Festival de Berlín 2021, Dirty feathers (Carlos Alfonso Corral, 2021) supone el debut del joven cineasta mexicano en el largometraje, aunque ya ha estado en varios festivales internacionales con sus cortometrajes. Las calles de las ciudades fronterizas de El Paso y Ciudad Juárez son los escenarios en los que vemos a los protagonistas, personas sin hogar que por la noche duermen en el refugio Opportunity Center for Homeless de El Paso pero durante el día recorren los mismos lugares y forman una comunidad en la que hay amistad pero también falta de confianza. El director va construyendo una conexión con estos personajes que se nos hacen cercanos a pesar de sus diferentes procedencias y acentos. Con una fotografía en blanco y negro que captura la luz con gran belleza, que convierte en poético este viaje por la desesperanza, a veces recuerda al documental nominado al Oscar Time (Garrett Bradley, 2020), que también muestra la sociedad norteamericana más desfavorecida.
Producida por Roberto Minervini, con el que Carlos Alfonso Corral ha trabajado en documentales como The other side (2015) o What you gonna do when the world's on fire? (2018), este es otro de esos proyectos que tienen el sello de la cercanía que promueve el cineasta italiano que mejor sabe retratar la sociedad de Estados Unidos, y al que recientemente la plataforma Filmin ha dedicado un ciclo con sus cinco películas más representativas. En Dirty feathers el director consigue un retrato íntimo que capta las reflexiones de sus protagonistas, las conversaciones sobre temas cotidianos pero también sobre cuestiones casi filosóficas, las "cicatrices" de su vida en la calle, como los tatuajes que recuerdan a los muertos, o las marcas que ha dejado en la piel la imposibilidad de acceder a una adecuada asistencia médica ("Yo llegué muy enfermo aquí. Tenía que pagar 20.000 dólares del hospital. Y nadie, ni Medicaid me ayudó"). Rodado durante 11 días en 2016, y a pesar de tener un final con un tono casi metafísico, nos surge la pregunta de qué habrá sido de estas personas después de cuatro años, qué habrá sido de sus vidas durante la pandemia, con un acceso restringido a los servicios médicos. La película logra transmitirnos la empatía por un mundo cercano y tan lejano al mismo tiempo.
COMPETICIÓN CORTOMETRAJES Y MEDIOMETRAJES
En esta sección destaca a concurso el cortometraje A comuñón da miña prima Andrea (Brandán Cerviño, 2021) que supone una especie de reconstrucción de la primera comunión de una niña. A partir de la edición de vídeo de esta ceremonia religiosa, asistimos al punto de vista de la niña, a su manera de ver la celebración, a su reinterpretación de las estrictas normas de un acto ceremonioso. Hace falta componer una nueva visión de la realidad, construir una imagen más luminosa, inesperada y sorprendente. Por el camino, se nos dejan caer algunas ideas sobre cómo se percibe el hecho religioso en la juventud española, y cómo la representación simbólica funciona en un plano más superficial que profundo.
A través de una creación divertida y desenfadada, el cortometraje consigue manifestar una reflexión sobre la coexistencia de las tradiciones, religiosa en este caso, con la mirada juvenil, pero al mismo tiempo elabora un discurso que hace referencia a la memoria, a la reconstrucción de los recuerdos a través de las grabaciones caseras, que aquí son reinterpretadas, adaptadas a la visión infantil de la protagonista. El cortometraje se podrá ver en el D'A Film Festival que se celebra a partir del 29 de abril.
En Future foods (Gerard Ortín Castellví, 2020) se presentan dos planos diferentes pero que están relacionados. Por un lado, el sonido proviene de una entrevista telefónica con Pasi Vainikka, CEO de la compañía finlandesa Solar Foods, que ha fabricado una nueva proteína generada a partir de agua, electricidad y CO2 capturado del aire, y que tiene previsto distribuirla a partir de este año como una respuesta a la progresiva falta de recursos naturales que ponen en peligro la capacidad del ser humano para producir alimentos. Mientras que las imágenes provienen de la empresa Replica LTD, una compañía irlandesa que fabrica réplicas de alimentos en plástico que sirven como atrezzo para películas o spots publicitarios. Esta representación de una comida falsa frente a la creación de una comida artificial establece un contraste que tiene una cierta mirada irónica, pero sobre todo propone una reflexión sobre la artificiosidad de un mundo cada vez más extraño.
Del director de Future foods ya pudimos ver en el Festival Curtocircuito 2020 el espléndido cortometraje Reserve (Gerard Ortín Castellví, 2020), que planteaba una contradicción entre la desaparición del lobo en el Norte de España y la necesidad, después, de utilizar su esencia para ahuyentar a los jabalíes que, ante su ausencia, amenazan el ecosistema. Y fue editor de otro destacado documental sobre la relación entre el hombre y la naturaleza, Gorria (Maddi Barber, 2020), que estuvo también seleccionado en Curtocircuito. Future foods vuelve a incidir en esta extraña circunstancia que nos lleva a tratar de resolver problemas provocados por nosotros mismos que se acaban convirtiendo en amenazas para nosotros mismos. Un mundo en el que terminamos siendo nuestros peores enemigos.
DOC ALLIANCE
Esta selección que escoge un documental de cada uno de los festivales de internacionales que forman parte de esta red de colaboración incluye el documental Pedra pàtria (Macià Florit Campins, 2020), que participó en el Festival DocLisboa 2020. El director toma como referencia los cuatro tipos de piedra que se pueden encontrar en Menorca, desde la más oscura hasta la más clara (negra, roja, gris y blanca), desde la más antigua hasta la más reciente, para estructurar un relato personal y temporal en torno a su propia relación con su hermano, Lau: "Mi hermano y yo no hablamos mucho. No sé si es una cosa masculina, una cosa de hermanos o simplementes es que somos así". Los dos han tomado caminos diferentes: mientras Macià, el director, se ha trasladado a Nueva York para estudiar durante varios meses, Lau ha decidido quedarse en menorca y desarrollar plenamente su identidad como menorquín, participando activamente en las fiestas patronales de San Juan.
El regreso de Macià a Menorca supone un reencuentro, pero también una constatación de las diferencias, pero el relato está contado desde la distancia de una carta que el director dedica a su hermano. Pedra pàtria conjuga con acierto la mirada antropológica hacia una forma de ser estrictamente menorquina, una isla que está abocada a hundirse, pero que sin embargo se aferra a las tradiciones, y la descripción más íntima, contada en primera persona, de una especie de desarraigo dentro de la familia. Esta sensación de extrañeza que producen las imágenes de las fiestas de Menorca, de la identidad que es reflejo de la memoria, se construye a través de una misteriosa envoltura sonora, y le sirve también para crear una interesante reflexión sobre el proceso de la filmación: "Quien filma, busca. Quien es filmado, vive".
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