Aunque los primeros meses del año han comenzado con un panorama algo tibio en cuanto a los estrenos de series de producción española, el mes de marzo ha acelerado la presencia de éstas tanto en las plataformas como en los canales lineales. Así que es un buen momento para comenzar a repasar algunas de las producciones realizadas en nuestro país, muchas de ellas en medio de una pandemia, que ya comienzan a darnos el reflejo de un panorama más interesante de lo que se podía predecir. La selección no es estrictamente cronológica, sino que destaca más por la repercusión o el interés que han despertado las series.
Una de las sorpresas de estos primeros meses ha sido La Templanza (Amazon/Atresmedia, 2021), que adapta la tercera novela de María Dueñas. La confianza de la escritora en el proyecto estaba garantizada por la participación como guionista de Susana López Rubio, que ya había sido autora de la adaptación de El tiempo entre costuras (Antena 3, 2013-2014), y que en esta ocasión, aunque en los créditos aparece como única guionista, ha compartido trabajo con Javier Holgado y la colaboración del guionista cubano Alexis García Pérez. La historia presenta un drama histórico ambientado a mediados del siglo XIX que acompaña a dos personajes: Mauro Larrea (Rafael Novoa), un español afincado en México que consigue levantar una fortuna gracias a una mina de oro, pero que acaba arruinado y tiene que huir a La Habana; y Soledad Montalvo (Leonor Watling), una mujer de una familia de bodegueros jerezanos que se traslada a Londres tras casarse por compromiso con un rico negociante inglés.
La principal diferencia entre la novela y la serie es también uno de sus grandes aciertos. Porque en la novela el protagonista es Mauro Larrea, cuya vida en México y Cuba se describe en la primera parte de la historia, mientras que no es hasta que llega a Jerez cuando aparece el personaje de Soledad Montalvo. La serie, sin embargo, establece un paralelismo entre las vidas de ambos personajes desde el principio, creando una estructura de tiempos paralelos que narra las dos trayectorias al mismo tiempo. Esto le da ritmo a la historia y está muy bien narrado gracias al trabajo de Guillem Morales, director de episodios de la serie Inside Nº 9 (BBC2, 2014-) o películas como Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010). En su trabajo en los tres primeros episodios, que es exquisito, se le puede afear alguna introducción de planificación más moderna que no encaja bien con el clasicismo de la historia.
Alberto Ruiz Rojo dirige algunos episodios que tienen lugar en La Habana, y consigue crear algunos de los momentos más bellos de la serie. Curiosamente, la historia se mantiene robusta cuando los dos personajes están separados, pero vacila en la última parte, cuando la acción se traslada a Jerez de la Frontera. En este caso, la dirección corre a cargo de Patricia Font, que no consigue equilibrar la mezcla de drama y romanticismo de la trama. La serie consigue alejarse del convencional folletín para elaborar una de las propuestas recientes más sólidas en cuanto a puesta en escena, aunque los escenarios de Tenerife como La Habana chirrían un poco. Y, al igual que en la novela, hay un interesante trasfondo histórico que describe las primeras exportaciones de los vinos de Jerez, las relaciones entre España y las Américas, y el comercio de esclavos.
La Templanza cuenta además con una espléndida banda sonora compuesta por Iván Palomares, que ha hecho buenos trabajos musicales para películas como En las estrellas (Zoe Berriatúa, 2018) y Palabras para un fin del mundo (Manuel Menchón, 2020). Su música es romántica y cuenta con una hermosa melodía que marca y eleva el tono de la serie. También destaca, especialmente en los primeros episodios, el montaje de Iván Aledo, en el que fue su último trabajo antes de fallecer en junio de 2020 a causa de la covid-19. El montador cartagenero era uno de los grandes profesionales del cine español, colaborador de Julio Medem en películas como Los amantes del Círculo Polar (1998) o Lucía y el sexo (2001), y de Emilio Martínez Lázaro en títulos como Carreteras secundarias (1997) o La voz de su amo (2001).
TVE ha sido una de las que ha iniciado el estreno de sus series con mayor antelación, con la llegada de la esperada segunda temporada de La Caza. Monteperdido. En este caso, La Caza. Tramuntana se traslada a Mallorca para conectar con el pasado de la protagonista, la Sargento Sara Campos (Megan Montaner) en una nueva investigación que trata temas como los abusos sexuales. Si en la primera temporada Agustín Martínez adaptaba su primera novela, Monteperdido (Plaza & Janes, 2015), en esta nueva entrega el escritor y guionista, que tiene pendiente de estreno Feria (Netflix, 2021-), parte de una historia directamente escrita para la serie. Y ciertamente consigue mantener el nivel de un thriller de suspense con elementos psicológicos que destacó en la primera temporada, una de las que logró mayor éxito en 2019 para la cadena pública.
La Caza. Tramuntana está producida por DLO Producciones, la productora fundada por José Manuel Lorenzo en 2011 que se fusionó con Magnolia en 2015 y ha producido la ambiciosa pero decepcionante Dime quién soy (Movistar+, 2020). Pero el éxito que consiguió la serie en su emisión lineal se ha convertido en un fracaso esta vez, con un share medio de 6,86% (1,19 millones de espectadores), frente al muy destacado 14% (2 millones de espectadores) que logró en 2019. Es decir, ha perdido casi un millón de espectadores, al menos en su emisión tradicional. Porque, según TVE, La Caza. Tramuntana ha conseguido muy buenos datos en diferido, con más de 3,5 millones de visualizaciones a la carta en su plataforma, siendo la segunda serie más vista del año, tras Cuéntame cómo pasó (TVE, 2001-). Por lo tanto, parece que en realidad lo que ha ocurrido es que se ha producido un trasvase de espectadores de la emisión lineal a la emisión digital.
Aunque no hay cifras aún, puede ocurrir algo parecido con la cuarta temporada de Estoy vivo (TVE, 2017-), que la cadena pública estrenó tan solo una semana después del final de La Caza.Tramuntana. Porque la serie de Globomedia tampoco ha cosechado datos de audiencia importantes, aunque su escaso share de 7,9% (1,3 millones de espectadores) parece mantener una cierta fidelidad de sus seguidores, ya que la temporada 3 tuvo una media del 9% (1,4 millones de espectadores). Pero la competencia en el prime time del miércoles le está perjudicando, y aún más desde la semana pasada, con el traslado de la serie documental Rocío. Contar la verdad para seguir viva (Telecinco, 2021) y la competencia de la exitosa telenovela turca Mujer (Antena 3), que aún en reposición mantiene una espectacular audiencia, lo que ha llevado a Estoy vivo a alcanzar su mínimo histórico con un 5% de share (menos de 1 millón de espectadores). La sombra de la cancelación comienza a sobrevolar la serie, pero su extensión a la plataforma Amazon Prime Video, que incluye en su catálogo también la cuarta temporada, podría ser una tabla de salvación si los resultados son satisfactorios.
Lo cierto es que la parte narrativa, la serie de Daniel Écija ya comenzaba a dar síntomas de agotamiento en su anterior entrega, y en esta última se introducen de nuevo modificaciones en algunos personajes (para justificar la ausencia de Anna Castillo debido a sus compromisos cinematográficos), que no terminan de cuajar del todo. Porque esa especie de buddy movie de género fantástico que funcionaba bien con el tándem Javier Gutiérrez/Alejo Sauras ha ido reforzando su condición de producto familiar en el que da la impresión de que los guionistas no consiguen manejar al amplio conjunto de personajes, algunos ya algo perdidos en posiciones secundarias que no aportan interés. Literalmente, hay escenas de acción y misterio en las que da la impresión de que sobran personajes. En esta cuarta temporada se ha reforzado el humor en detrimento del misterio, pero también lo convencional en detrimento de esa incursión en la ciencia-ficción que marcaba el estilo de la serie.
La que sí ha conseguido mantener el nivel de repercusión es Hierro (Movistar+, 2019-2021), que ha sido otro de esos thrillers destacados en los últimos años. Al menos si nos creemos la información aportada por la plataforma según la cual sigue siendo su producción propia más vista hasta la fecha. Pero la falta de transparencia de las plataformas digitales como Movistar+ impide hacer un análisis serio en comparación con otras producciones. Lo cierto es que los hermanos Pepe Coira (guionista) y Jorge Coira (director) mantienen un buen pulso narrativo en esta nueva historia protagonizada por la jueza Candela (Candela Peña) y el empresario Díaz (Darío Grandinetti) en la isla de Hierro. Aunque con algunas deficiencias en determinadas tramas como la que protagoniza Enrique Alcides, ese espacio casi claustrofóbico en que se convierte una pequeña isla donde la burocracia depende en buena medida de la cercana Tenerife, es nuevamente uno de los elementos más interesantes en la investigación, ahora, de un caso de custodia mezclada con elementos de corrupción urbanística, que permite la incorporación del actor sueco-español Matías Varela, muy reconocido en Suecia, donde nació.
Hierro fue la primera serie española que comenzó a rodarse en plena pandemia, aunque el hecho de que la isla tuviera índices de contagio casi inexistentes, y que funcionara como una especie de burbuja sanitaria, sin duda posibilitó el rodaje. Aunque la apertura al turismo en el mes de agosto provocó que las tasas de contagio aumentaran, poniendo en peligro la continuidad de la producción. Confirmada la segunda temporada como final definitivo, Hierro concluye con un desenlace coherente y una intención de no tentar a la suerte, manteniendo sus aparentes buenos índices de audiencia. La serie está producida por Portocabo, una productora gallega que también está a punto de estrenar la segunda temporada de Auga seca (RTP/TVG, 2020), un thriller gallego-portugués que se puede ver en HBO España. Portocabo es una de las productoras españolas adquiridas por la multinacional francesa Banijay Group, que también posee DLO Producciones.
Entre las producciones documentales estrenadas en estos primeros meses del año se ha hablado mucho de Nevenka. Rompiendo el silencio (Netflix, 2021), que se centra en la historia de acoso sexual protagonizado por Nevenka Fernández y su acosador, el alcalde de Ponferrada. Sobre todo porque se trata de poner voz a la víctima, veinte años después de unos hechos que obligaron a marcharse no al condenado sino a la perjudicada. Y, al margen de la historia concreta, lo interesante es el trasfondo, el apoyo de una parte de Ponferrada al acosador, lo que ofrece un panorama ciertamente desolador de cómo no hace muchos años la sociedad española mantenía una posición ambigua en torno al machismo y el abuso, lo cual explica muchas cosas.
Desgraciadamente, el documental no profundiza demasiado, se queda en el testimonio y en cierta manera funciona igual que Allen v. Farrow (HBO, 2020), pero con la diferencia que en el caso de Nevenka Fernández sí ha habido una condena contra su acosador. Pero hay que exigir una visión mucho más general y con un análisis más profundo a una docuserie que se presenta como documental periodístico. De hecho, está producida por Newtral, la productora creada por la periodista Ana Pastor que funciona como una especie de agencia de verificación para destapar fake news.
En este sentido, otra serie de mayor repercusión como Rocío. Contar la verdad para seguir viva (Telecinco, 2021) es mucho más honesta, porque asume lo que es, una entrevista en la que Rocío Carrasco ofrece su visión personal. Pero tiene en común con Nevenka Fernández el retrato de una mujer cuya figura pública ha sido fuertemente tergiversada en los medios de comunicación, por la negativa de la protagonista a participar de forma directa en el circo mediático. Y aunque el enfoque es más cerrado en torno al personaje (que de por sí tiene interés, dada su escasa participación en los medios), ofrece sin embargo un punto de vista mucho más amplio en la percepción de cómo la sociedad adopta determinadas posturas debido a la desinformación impulsada, de hecho, por los mismos periodistas. La serie está producida por La Fábrica de la Tele, productora creada por Adrián Madrid y Óscar Cornejo en 2007 que, aunque funciona como independiente, es una empresa de Mediaset. Los datos de audiencia han devuelto a la televisión convencional cifras que había perdido, llegando al 33,2% de share (3,7 millones de espectadores) en su estreno.
Se cuenta que en algún momento del rodaje de La casa de papel (Netflix, 2017-) la actriz Alba Flores le comentó a los guionistas que la serie se pasaba de machista. Y, efectivamente, en una historia en la que un secuestrador viola a una rehén que se acaba enamorando de él y convirtiéndose en miembro de la banda, el calificativo de machista se le queda corto. También otras series de Álex Pina como Vis a vis (A3/Fox, 2015-2017) o El embarcadero (Movistar+, 2019-2020) se caracterizan por una dudosa representación de la mujer, por lo que no resulta especialmente sorprendente el enfoque adoptado en Sky rojo (Netflix, 2021-), una especie de road-movie macarra mucho menos rompedora que Airbag (Juanma Bajo Ulloa, 1997) pero más controvertida. Curiosamente, este enfoque ciertamente machista (por ejemplo, en la exhibición de la desnudez) coincide el mismo año que se le concedió el Goya al cortometraje documental Biografía de un cadáver de mujer (Mabel Lozano, 2020) que abordaba, aunque con demasiado sentido del adoctrinamiento, el tema de la trata de blancas.
La co-guionista Esther Martínez Lobato se ha justificado afirmando que no se trataba de hacer un documental sobre el tema, y hay que decir que el episodio "Pensar con la polla" (S1E7), de hecho se construye como una justificación del resto de la historia lanzando un mensaje claro: "Si no hubiera personas que pagaran por follar, no habría personas como nosotras secuestradas". Pero esta supuesta denuncia se pierde entre tetas y nalgas, y tiene el mismo grado de cinismo que un programa del corazón, que abomina del fango mientras retoza en él.
Se trata de una serie que sigue la línea de las producciones de Vancouver Media, productora de Álex Pina que nació del éxito de La casa de papel. Pero, más que como definición de un estilo propio, como un recurso repetitivo de elementos que funcionaron con otras series. Sky rojo es algo así como lo que quiso ser Vis a vis: El Oasis (Fox, 2020), otra representación macarra y violenta, pero también con resultados mediocres. Es una especie de road-movie que en realidad no se mueve del mismo sitio, que estira las situaciones en exceso (cada episodio es una persecución), que abusa de las voces en off usadas de forma aleatoria (porque a veces el relato está contado por distintos personajes) y que encuentra en una representación de la violencia sádica y deshinibida un caldo de cultivo para la controversia. Digamos que es tan sutil como una canción de reguetón. Aunque se ha anunciado su renovación para una segunda temporada que se estrenaría en julio, se trata en realidad de una primera temporada dividida en dos partes, una de las tendencias actuales provocada en un principio por los retrasos en los rodajes debido a la pandemia, como en Lupin (Netflix, 2020-), pero que finalmente ha sido adoptada por algunas plataformas para mantener el interés de los suscriptores. Otros ejemplos de temporadas divididas en dos son Los irregulares (Netflix, 2021-) o Genera+ion (HBO, 2021-). Sky rojo sin embargo parece un nuevo tropiezo de Vancouver Media, que no ha conseguido la repercusión internacional que pretendía.
El director Enrique Urbizu construye un western de bandoleros en Libertad (Movistar+, 2021), que bebe de la impronta dejada por la clásica Curro Jiménez (TVE, 1976-1979), pero a contramano, comenzando en la cárcel, en las rejas que formarán un paréntesis en la descripción de la historia. La protagonista es La Llanera, que no está basada en un personaje real concreto, sino que es la representación de las mujeres bandoleras olvidadas, las que han desaparecido bajo la narración masculina de la Historia. Y se construye a partir de un argumento muy clásico del western o de las películas de cine negro: el delincuente que quiere dejar de serlo, que quiere liberarse del círculo criminal para retirarse a una vida tranquila, pero cuyo pasado le persigue constantemente.
Situada a principios del siglo XIX, mientras los oprimidos en España escuchan con envidia las noticias sobre la Revolución Francesa (envidia que años más tarde se convertirá en terror cuando se compruebe que esta revolución ha eliminado a unos opresores (los burgueses) para poner a otro (Napoleón)), la historia de Libertad se mueve un poco a contracorriente, con escenas de acción que parecen de contra-acción (los disparos de los trabucos, que necesitaban una recarga manual, provocan enfrentamientos que parecen a cámara lenta), pero sobre todo desprende una sensación de agotamiento, de fricción entre el feudalismo tardío y el progreso que se resiste a llegar.
Enrique Urbizu consigue crear un western de raíces profundamente españolas, cuidado en la puesta en escena y en una composición de planos que es casi pictórica, mientras el guión de Miguel Barros y Michel Gaztambide compone un grupo de personajes que a veces quedan algo desdibujados. Y aunque se entiende por qué La Llanera es la protagonista de esta historia, lo cierto es que son los personajes masculinos los que mejor están retratados, especialmente el Aceituno (excelente Isak Férriz), en su ambigüedad y su ambición. Destaca también un cuidado especial en los diálogos, en la construcción de frases que transmiten esa especie de poesía rural, de juego metafórico de las palabras que provienen de la tierra, en forma de amenaza ("te mato igual que te miro"), de sabiduría rústica ("eso es como un suspiro, que no deja huella"), o de justificación de esa España que se resiste a cambiar ("¿acaso escupís a la lluvia cuando os moja?").
La miniserie de cinco episodios se ha transformado también en una película estrenada en cines, que sintetiza algunas historias para centrarse más en el personaje protagonista. Y a veces gana en su capacidad de poner el foco en la parte central de la historia, pero pierde en el desarrollo de algunos personajes. Se trata de un experimento curioso, que propone dos visiones diferentes de un mismo argumento, pero que puede funcionar mejor en su búsqueda de un público diferente que en su propio concepto.
El fenómeno de las telenovelas de producción turca se ha hecho visible durante 2020, en el que la pugna entre las cadenas generalistas por la audiencia se ha definido en buena parte gracias al éxito de Love is in the air (Sen Çal Kapimi) (Ender Mihlar, Yusuf Pirhasan, 2020-) en Telecinco, y sobre todo Mujer (Kadin) (Nadim Güç, Merve Girgin, 2017-2020), que Antena 3 colocó en prime time, consiguiendo audiencias del 17,3% de share (2,2 millones de espectadores). Un fenómeno que ha llegado tarde a España, porque ya se había visto en países latinoamericanos como Chile, pero que ha conseguido enamorar a la audiencia. Pero ya se había producido una especie de calentamiento en 2018 con el éxito que supuso para el canal digital Nova el éxito de la telenovela turca ¿Qué culpa tiene Fatmagül? (Fatmagül'ün Suçu Ne) (Hilal Saral, Hüseyin Tunç, Ayhan Özen, 2010-2012), que consiguió ser la serie más vista en la historia del canal, con 744.000 espectadores.
Esta serie es precisamente el punto de partida de Alba (Atresmedia, 2021-), una producción de Boomerang TV estrenada directamente en la plataforma Atresplayer Premium, que adapta la historia de aquella telenovela, centrada en la violación de una joven por parte de un grupo de jóvenes de la alta sociedad. Y aunque puede parecer que tiene algunos paralelismos con hechos reales, en realidad deriva por otros caminos diferentes. Porque, a pesar de contar con un reparto que incluye algunos nombres destacados como Tito Valverde o Adriana Ozores, la duración de la primera temporada, con trece episodios, y su origen como telenovela parece predecir un perfil menos realista y más melodramático. De hecho, el guión escrito a varias manos, entre ellas Susana López Rubio y Javier Holgado, responsables de La Templanza (Amazon/Atresmedia, 2021), no parecen suficientes para levantar el nivel de una historia que parece más interesada en un juego de intrigas, con la enésima subtrama urbanística de fondo, que en un cierto análisis social.
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