01 septiembre, 2008

Unos roban y otros difunden la cultura

El fenómeno del bookcrossing nació en 2001, cuando al norteamericano Ron Hornbaker se le ocurrió la idea de iniciar una comunidad de lectores que compartían libros dejándolos en determinados lugares públicos. El fenómeno ha alcanzado la cifra de más de medio millón de seguidores en todo el mundo.

Hoy en día puedes caminar por la calle y encontrar un libro reposando en una parada de autobús, en un banco del parque o en una estación. La web del programa literario de TVE Página 2 invita a sus espectadores a participar de la iniciativa, y coloca cada semana en lugares emblemáticos de diferentes ciudades españolas ejemplares de los libros de los que se ha hablado en el último programa.

La propuesta que nació como un juego se ha convertido en todo un referente en el mundo de la literatura, y se habla de él como una singular forma de difundir la cultura en todo el mundo, "liberando" libros gratuitamente que otros lectores pueden recoger y leer. Sin duda, se trata de una excelente forma de acercarse a la literatura, mucho más efectiva que muchas campañas promocionales.

Hasta el momento, no he oído que ninguna editorial haya puesto el grito en el cielo contra esta forma de compartir sus ediciones, y ni siquiera la SGAE, tan dada a sacar tajada económica de todo lo que se mueva (incluso de un escupitajo) ha pedido que los libros tengan un canon especial por esta práctica. No han faltado sin embargo críticas a la iniciativa. Por ejemplo, la escritora de novelas de ciencia-ficción Jessica Adams considera que los libros son "devaluados" con esta práctica y que se vulneran los derechos de autor.

Pero son voces excepcionales. En general, el fenómeno del bookcrossing es visto con simpatía por la sociedad cultural mundial. Uno se pregunta qué diferencia real existe entre "compartir" libros en las calles de las grandes ciudades y "compartir" películas o música en internet. Poca o ninguna. Pero, mientras que nuestros mentores culturales se corren cada vez que encuentran un libro en una parada de autobús, a los usuarios que comparten otros bienes culturales en internet se les demoniza y equipara a ladronzuelos en spots falaces que son emitidos con la connivencia de nuestros legisladores, aunque ninguna ley establezca que compartir sea equiparable a robar.

Diferentes formas de ver lo mismo. ¿Qué ocurriría si en vez de libros se dejaran DVD en los bancos del parque? Seguramente a algún iluminado de la SGAE se le ocurriría la necesidad de pagar una entrada para poder acceder a los parques públicos.