29 agosto, 2009

Tokio: la ciudad resucitada (y 2)

Tokio es el escenario en el que Isabel Coixet despliega todos sus clichés de "autora" y, de camino, todos los tópicos de un turista perdido en una ciudad que le fascina tanto como para no entender ni un pepino de lo que está sucediendo a su alrededor. Por mucho mapa que tenga, Coixet se pierde en los topicazos de Tokio. 

Hace algunos posts, hablaba de dos películas que conseguían, no solamente elaborar espléndidos discursos cinematográficos, sino también describir casi sin esfuerzo las contradicciones y los variopintos paisajes de una ciudad tan compleja como Tokio. Se trata de Tokyo Sonata y el tríptico Tokyo! (ver post). Claro que en estos casos eran realizadores tan certeros como Kiyoshi Kurosawa, Michael Gondry, Leos Carax o Bon Joon-ho. Lo cierto es que, tras ver estos diáfanos retratos de una ciudad fascinante, tenía curiosidad por saber qué quería contar Isabel Coixet de Tokio. Confieso mi hartazgo del cine de Coixet, que sólo en momentos aislados me acaba absorbiendo (en la bonita pero sobrevalorada Cosas que nunca te dije y en la interesante Mi vida sin mi). El resto de sus películas me parecen superficiales y previsibles (el desenlace trágico constante en sus guiones) y me molesta su pueril tendencia visual a la floritura de cineasta guay. 

Mapa de los sonidos de Tokio no es diferente, sino todo lo contrario. Es Isabel Coixet elevada a la décima potencia. Todo lo que puede gustar a algunos y molestar a otros está aquí presente (sí, tampoco falta Antony and the Johnsons). Cine con dioptrías que, sobre todo al comienzo, no es capaz de comenzar una secuencia sin tener que enfocar el objetivo, siempre con el juego de la introducción de una imagen desenfocada en el plano (no lo entiendo, la verdad, pero tampoco me importa). La historia tiene poco interés porque los personajes son prototipos del mal cine "indy", el de las frases engoladas pero idiotas ("soy tan feliz que no puedo soportarlo") y a uno acaba importándole una mierda lo que le pase a esta asesina japonesa que se dedica a limpiar las tumbas de sus víctimas. Encima, Coixet nos regala unas escenas de sexo "realistas" que incluyen sacarse un pelo de c*#~ de la boca.

De todas formas, tampoco sorprende que el cine de Isabel Coixet sea cada vez más pretencioso, pero también más superficial. Es una tendencia que ya estamos viendo desde hace algunos años. Lo curioso es que su retrato de Japón, que ella nos vende como un descubrimiento, ni siquiera es capaz de salir del tópico de la mirada de un turista que viajó a Tokio con una libreta y fue apuntando todo lo que le parecía curioso para luego utilizarlo como escenario o elemento de su paisaje cinematográfico. Pero, aún más tras ver cintas como las que mencionaba, resulta sorprendente que Mapa de los sonidos de Tokio acabe cayendo en el cliché, pensando además que está descubriendo algo nuevo y original. De ahí que su leve crítica a la visión que Occidente tiene de la cultura oriental resulte, no sólo sorprendente, sino estúpida. 

21 agosto, 2009

El bueno, el feo y el rarito

El cine que se hace en Corea continúa con buenas muestras de vitalidad, aunque por aquí los distribuidores prefieran seguir dejando inéditas algunos excelentes ejemplos de cine de género.

Jee-woon Kim es uno de esos directores que, sin llegar al reconocimiento internacional de Joon-ho Bong (The host) o Kim-ki Duk (El arco), se encuentra en la lista de los realizadores más destacados de Corea (del Sur claro, porque en el Norte están demasiado preocupados en el desarrollo nuclear como para distraerse con el cine). De Jee-woon Kim hemos visto interesantes muestras de cine de terror (uno de los segmentos de 3, Extremes 2 (2002) y A Tale of two sisters (2003)) y de gánsters (A bittersweet life (2005)) y es un autor que se caracteriza por su capacidad para alcanzar grandes éxitos de taquilla al tiempo que convence a la crítica gracias a su inteligente uso de la cámara y su perfecto sentido del ritmo.


En The good, the bad, the weird (2008), se enfrenta a un nuevo cambio de género adentrándose ahora en el llamado Far Eastern cinema (Cine del Lejano Este), que toma como referencia los clásicos del género del Oeste para reubicarlos en Oriente durante los convulsos años 30 (aquí en Manchuria, territorio entre China y Rusia con frontera con el Norte de Corea que se disputaron durante mucho tiempo todos los que pasaban por allí). Evidentemente, la película se inspira en El bueno, el feo y el malo (1966), utilizando su punto de partida y su trama principal, pero sin ser exactamente un remake de aquélla. Porque la película de Jee-woon Kim tiene personalidad propia, una forma de tomarse a guasa el género y un aire de cine espectacular que la distancian de otros títulos.

Con un comienzo de factura impecable, The good, the bad, the weird tiene entre sus ventajas contar con un reparto formado por lo mejorcito del cine coreano actual: Song Kang-ho (la gran estrella de su país, a pesar de su aire de bobalicón, pero gracias a su capacidad para ser convincente como policía frustrado en Memories of murder y como tontolaba en The host), Lee Byung-hun (que ya trabajó con el director en Bittersweet life, participó en el clásico coreano Join Scurity Area y al que ahora podemos ver en la penosa G.I. Joe) y Jung Woo-sun (el guaperas de turno, menos conocido fuera de sus fronteras). Pero sobre todo cuenta con la habilidad de conseguir que, a pesar de sus 130 minutos de duración, resulte notablemente entretenida y a ratos muy divertida, aunque sea a base de retazos de otras películas, pero con escenas de acción espléndidas.

Mención aparte merece la heterogénea y alocada banda sonora de Dalpalan (DJ de música electrónica) y Jang Yeong-gyu, a veces hortera a más no poder, en ocasiones certera y en general de una desvergüenza que resulta hipnótica. Magnífica en definitiva (ese comienzo, esos primeros minutos...).

Por otro lado, The chaser (2008) es una incursión más seria (aunque el cine coreano se suele caracterizar por no tomarse demasiado en serio ni siquiera el género del thriller) que supone la primera película de Hong-Jin Na, un realizador al que habrá que seguirle la pista. Porque este policíaco de tendencia gore con psicópata asesino es una de las muestras más curiosas que hemos visto recientemente, muy por encima de cualquier thriller trascendental yanqui. Por lo pronto, el policía habitual es aquí sustituido por un ex-policía que se dedica a proteger a prostitutas y que debe enfrentarse a un loco asesino que disfruta sometiéndolas a torturas sádicas como si se hubiera visto las cinco entregas de Saw seguidas.

Lo interesante de The chaser, que no deja de ser un policíaco comercial, es cierta originalidad en el desarrollo de la trama (aquí el asesino ya es detenido en la primera media hora de película), y sobre todo la decisión del director de, en la línea de otro ejemplo de policíaco coreano de altura, Memories of murder, "coreografiar" las escenas de persecuciones y luchas con un realismo que parece surgido de la improvisación pero que esconde una milimétrica preparación.

Frente a la escasa originalidad de un cine de Hollywood que solo sabe reeditar secuelas trasnochadas para tratar de recuperar el favor del público, con algunas productoras notables como The Weinstein Company casi en la bancarrota, el cine hecho en Corea del Sur nos ofrece una alentadora confirmación de que se puede seguir haciendo cine comercial con buenas dosis de calidad sin caer en el adormecimiento banal.

09 agosto, 2009

Tokio: la ciudad resucitada

La ciudad de Tokio se convierte en protagonista de dos películas que se introducen en sus más recónditos rincones para darnos una visión alejada de la puramente turística y descubrirnos una ciudad repleta de oscuros secretos.

Ocurre a veces en el cine que un tema o un argumento se acaba co
nvirtiendo, sin que exista en principio ninguna intención premeditada, en protagonista de distintos títulos procedentes de diferentes países. Es lo que ocurre este año con la ciudad de Tokio. Dos producciones inéditas, al margen de la incursión española de Isabel Coixet en Mapa de los sonidos de Tokyo, a las que no les une casi ninguna conexión centran sus argumentos en la capital japonesa, pero sobre todo acaban siendo un retrato actual de una ciudad sorprendente y misteriosa.

Tokyo Sonata (2008) es la última película del realizador japonés Kiyoshi Kurosawa (a pesar de su apellido, sin relación alguna con Akira Kurosawa), un veterano autor que ha realizado incursiones en el género yakuza y en el de terror, el que le ha dado mayor proyección internacional gracias a títulos como Pulse (2001) (que tuvo su correspondiente remake en Hollywood) o Retribution (2006). Pero en esta última película, ganadora del premio al Mejor Film en los galardones del cine asiático el pasado año, se acerca más al drama familiar característico de cineastas como Yasujiro Ozu. Y lo hace a través de la historia de una familia japonesa de clase media (padre, madre y dos hijos) que deben afrontar la crisis económica cuando el cabeza de familia se queda sin trabajo y decirle ocultarlo. Una realidad por otro lado no tan extraña como pudiera parecer, siendo habitual encontrar en Tokio a vagabundos que precisamente ocultan a sus familias su falta de trabajo, deambulan por la ciudad y regresan a sus casas como si nada hubiera pasado, lo que convierte a esta película en un reflejo de una sociedad contradictoria.

La película retrata con realismo las difíciles condiciones de vida de muchos grupos familiares que en Japón, el país aparentemente más tecnológico, deben enfrentarse al fantasma del paro, y la humillación que supone enfrentarse a un mercado laboral que sólo ofrece puestos de trabajo de bajo salario. Largo pero efectivo viaje emocional hacia las relaciones familiares, la pérdida de autoridad, la dependencia exterior de un país que pierde lentamente su idiosincrasia... No es nuevo el tema (ya es habitual encontrar en el cine referencias a la crisis mundial) pero está tratado con honestidad, aunque la catarsis final resulte algo artificial.

No es desde luego realista el acercamiento que hacen tres directores de procedencia diversa a la ciudad de Tokio en el tríptico titulado precisamente Tokyo!. Michel Gondry, Leos Carax y Bon Joon-ho son tres extranjeros en tierra extraña pero que sin embargo, a través de cada una de las historias que componen este retrato parecen entender mejor que nadie la complejidad y la simplicidad al mismo tiempo de una ciudad misteriosa. Son tres relatos fantásticos que juegan con el surrealismo y el absurdo, si se quiere, para trazar con lo que creemos es una perfecta definición formal, las contradicciones de Japón.

Michel Gondry en Interior design (Diseño de interiores) compone una historia sencilla sobre dos jóvenes que acaban de llegar a la ciudad y su alienación gradual.

Leos Carax consigue con Merde (Mierda) dar una vuelta de tuerca a los fantasmas de Tokio, ejemplificados en un monstruo que habita las alcantarillas pero que no tiene nada que ver con los seres prehistóricos. Es un monstruo humano que deambula por el interior de la ciudad con la música que el maestro Akira Ifukube creó para la saga de Godzilla.


Y el coreano Bon Joon-ho nos ofrece en Shaking Tokyo (Temblor en Tokio) una historia de amor entre seres alienados que describe mejor que nadie lo ha hecho hasta el momento, la soledad que desprende una ciudad habitada por millones de personas. Tres retratos espléndidos, sin necesidad de efectos visuales despampanantes, que consiguen una visión inédita de una ciudad desonocida.

Mientras, Isabel Coixet nos presenta su particular Mapa de los sonidos de Tokyo, aunque dudamos de la eficacia de su propuesta.

08 agosto, 2009

Tony Jaa

A Tony Jaa se le ha colgado el título de "sucesor de Bruce Lee". Puede parecer exagerado y hasta a algunos un sacrilegio. Pero el cine de Tony Jaa contiene algunas de las acrobacias marciales más espectaculares que se han visto en mucho tiempo.

Tony Jaa tiene, además, una característica que lo hace insólito: su origen tailandés. Porque el cine que se produce en su país, por regla general, está lejos de tener cierto interés. Es cine que imita a otras industrias y que solamente en el género de terror ha logrado resultados óptimos. Tony Jaa, que ha conseguido dar a conocer el arte del Muay Thai (técnica ancestral tailandesa reconocible por el uso de rodillas y codos), ha logrado también revolucionar el cine de artes marciales desde su debut en Ong-bak (2003), uno de los éxitos internacionales más sonados de la industria oriental. Ahí, con la colaboración que sería habitual de su maestro Panna Rittikrai, Tony Jaa conseguía sobresalir de una película rudimentaria gracias a su capacidad acrobática sacada de sus influencias de Bruce Lee, Jackie Chan y Jet Li, sus tres principales referentes. Y en las escenas de persecución demostrada su calidad como gimnasta olímpico con aptitudes acrobáticas de esas que te hacen preguntarte si de verdad el cuerpo humano es capaz de resistir tanto meneo.


Tony Jaa también ha contribuido al éxito de sus compañeros de reparto, especialmente el cómico Petchtai Wongkamlao, que aparece en todas sus películas y junto al que ha participado en las dos partes de El guardaespaldas (2004 y 2007), una suerte de parodia del cine de acción hongkonés en el que Jaa ocupa un papel secundario y que funciona a ratos gracias o a pesar de su humor tontorrón.

Thai Dragon (2005) es sin duda la mejor película de Tony Jaa (dentro de las capacidades de este tipo de producciones). Contiene todo lo que se puede esperar del artista tailandés: acrobacias imposibles, persecuciones insólitas y, por supuesto, coreografías de artes marciales que alcanzan su punto álgido en un plano secuencia de 6 minutos sin cortes en el que Tony Jaa se lleva por delante a todo el que aparece a su lado. La trama ya intentaba internacionalizar su cine, desarrollándola en Australia, e incluso se incluye una broma cuando se introduce un supuesto cameo de Jackie Chan que no es tal.


En Ong-bak el director incluyó también algunos guiños a productores como Luc Besson y Steven Spielberg en frases escritas en paredes donde se desarrollan algunas escenas, invitándoles a participar en sus producciones. Y al menos en el caso de Luc Besson sí que han conseguido que su productora, Europacorp haya sido uno de los padrinos internacionales de Tony Jaa, especialmente en Francia, país amante del cine de artes marciales.

Lo que ha conseguido Tony Jaa como "embajador" tailandés es espectacular. No solo se presta a realizar espectáculos en vivo para promocionar el Muay Thai (en Barcelona lo hizo en el mismo cine donde se presentaba Thai Dragon), sino que ha logrado llevar el cine de su país a niveles de producción difícilmente logrados hasta la fecha. Y ha conseguido difundir la cultura del budismo y el simbolismo del elefante como elemento principal de Tailandia.

El elefante es también protagonista (como lo era en la anterior) del regreso de Tony Jaa al cine, con el estreno de Ong-bak 2 (2008). Dicen que el actor se aisló en las montañas (ese paisaje hipnótico de Tailandia que está muy bien reflejado en la película), y que regresó con cierto aire espiritual. Ong-bak 2 es el primer título en el que firma también como co-director, pero acaba resultando decepcionante su tendencia a la seriedad. En realidad, su conexión con Ong-bak se limita al actor protagonista, porque de hecho tiene lugar en una época ancestral y no tiene puntos de fusión con la cinta que le convirtió en una estrella.


Lo peor que le puede pasar al cine de Tony Jaa es que pretenda ser trascendental. Y eso es lo que encontramos en Ong-bak 2, cuyo argumento es mejor no tocarlo (las anteriores tampoco es que tuvieran guiones de calidad superlativa, pero de simplones que resultaban pasaban desapercibidos). Hay en este regreso del artista tailandés un aire de pretenciosidad que resulta peligroso. Pero, eso sí, a cambio nos regala casi una hora de escenas de artes marciales con coreografías impresionantes y momentos de auténtico riesgo.

Si la capacidad creativa de Tony Jaa parece no tener fin, su cine comienza a dar síntomas de querer ser más de lo que es, adornado con un trascendentalismo innecesario. Esperemos que la decepción de Ong-bak 2 sea solo transitoria.